Especial OcioCiencia: Sistema Solar (2ª parte)

Imagen de Luc Hamill

Segundas partes nunca fueron buenas, ¡pero aún celebramos nuestro primer aniversario! (dejadnos disfrutar).

 

“¡Mirad allí! ¡Júpiter! -Y el capitán de la nave dio orden de reactivar las turbinas”. Así dejamos nuestra anterior entrega (¿a que sí?), cuando mis artículos aún se colgaban en la web de OcioJoven La Innombrable. Pero estamos en crisis, cierran los bancos, las escuderías de Fórmula 1, y La Innombrable, y no comento más que yo de Economía... En cualquier caso, volvemos. ¿He dado suficiente tiempo para digerir el artículo anterior? Espero que sí, se tuvo algo más de un día por planetilla, y aquí están listos para ser catados los otros cinco. Bueno, son los cuatro jovianos y Plutón, que es un planeta enano (ya vimos que no todos pueden ser planeta, ni siquiera Doraemon).

 

Señores, tras la Tierra y Marte la siguiente parada está en:

 

JÚPITER (El tamaño importa)

 

Tras el Sol, he aquí la cosa más grandota del Sistema Solar. Dicho tosca e impertinentemente (que es como suelo hablar), Júpiter es una enorme bola gaseosa sin superficie conocida. El que se esté imaginando un algodón de feria gigantesco no va muy desencaminado, pero dudo que sea así de ligero y dulce. Su tamaño es tal que, aunque sea casi al completo gas, pesa 318 veces más que la Tierra. Y aunque sea grande no es lento, es el que más rápido gira sobre sí mismo, tardando poco menos de 10 horas en dar una vuelta.

 

-Capitán, hemos detectado una sustancia de color rojizo en la atmósfera de Júpiter –dijo el oficial, aguantando la risa... Vale, dejo las novelas. Pero es cierto que hay algo tiñendo la atmósfera de ese color, quizás azufre o pimienta. En esas capas lo que destacan son unos cinturones oscuros que se alternan con regiones claras, como si Júpiter llevase un jersey a rayas. Por ahí soplan vientos de gran intensidad (hasta 500 km/h). Pero si esto parece abrumador, esperaos a la guinda del pastel: la Gran Mancha Roja. En un principio parecía una gigantesca montaña, pero es un pedazo de anticiclón que va avasallando la parte sureña. Este fenómeno es tan colosal que en él cabe dos veces la Tierra, ¡y sobra sitio! ¡Es un anticiclón en condiciones! Por si tuviéramos poco, en el 2006 parió la abuela y se formó una segunda Mancha Roja, de aproximadamente la mitad de tamaño que la anterior, que sigue siendo mucho.

 

Respecto a los satélites, hay sesenta y tres, pero los más importantes son los cuatro galileanos descubiertos por, como cabe esperar, Sócrates. Je, vale, Galileo. Semejante hallazgo fue crucial en la lucha del sistema geocéntrico (Tierra centro del universo, somos humildes) con el heliocéntrico (Sol centro del universo). En ese cuarteto primeramente está Ío, un mundo volcánico en constante cambio, luego la helada Europa, bajo cuya superficie se especula la presencia de océanos e incluso vida. Le sigue Ganímedes, el satélite más grande del Sistema Solar, con un núcleo de hierro cubierto de hielo y roca. Finalmente está Calisto, con otro récord: es el cuerpo con mayor cantidad de cráteres de todo el sistema.

 

El resto de satélites se divide en dos grupos:

 

-El grupo de Amaltea, formado por los pequeños Metis, Adrastea, Amaltea y Tebe.

 

-El grupo de irregulares, la mayoría son satélites capturados (pasaron muy cerca y Júpiter los alistó), otros quizás sean restos de impactos (confeti estelar). En este grupo hay tantos que citaré a los más graciosos: Ananké, Carmé, Megaclite, Sponde... Y hay otros veintitrés aún no bautizados. Apadrina un satélite. Yo a alguno lo llamaría, siguiendo con la tónica mitológica, Kevin Sorbo.

 

 

Además de satélites, Júpiter posee un sistema de anillos hechos de polvo, y es que el universo no está nada limpio. El anillo principal tiene una anchura de unos 12 kilómetros de mugre. Sin duda el último reto para las aspiradoras, pero creo que Hubert Booth ya tuvo suficiente con limpiar la alfombra de la Abadía de Westminster.

 

SATURNO (El Señor de los Anillos)

 

El planeta con más tamaño y masa después de Júpiter. Un año allí es equivalente a 30 aquí (yo en Saturno aún no habría nacido), lo que contrasta con su cortísimo período de rotación: 10 horas y 14 minutos. Debido a esa gran velocidad el planeta está aplastado por los polos como el balón de Oliver y Benji cuando tardaba tres capítulos en entrar en la portería. Otro factor que ayuda a este achatamiento es su baja gravedad (al menos para lo enorme que es), y es que Saturno es el único planeta del sistema con una densidad inferior a la del agua. En un 95% no es más que hidrógeno y helio. Si tuviéramos un jacuzzi lo bastante grande como para bañar a Saturno, veríamos que éste flotaría. No tenemos dicho jacuzzi, pero sí sartén:

 

 

Al igual que Júpiter y Neptuno, obtiene más calor de sí mismo que del Sol, hecho que nos debería hacer plantearnos la existencia de saunas más allá de Marte... Otra similitud con Júpiter es que en su atmósfera se aprecia un “jersey a rayas”. A niveles más profundos quizás haya nubes de agua y prisiones para fugitivos interestelares, quién sabe, sólo la sonda Cassini se ha aventurado a ir allí para captar grandes tormentas con rayos 10.000 veces más potentes que los de aquí. ¿Y sabéis lo que es un rayo? Un puñado de electrones persiguiendo una vaca. ¡Jo, jo! Venga, reirse, es bueno para la salud, ¡jo, jo! ¡y así la crisis se va antes! ¡Jo, jo! Volviendo al tema, Cassini (¿ese no jugaba en el Milán?) observó en el polo sur un huracán con vientos de más de 500 km/h. Caaachis, si alguna vez vais a Saturno será mejor que os llevéis una rebequita...

 

En el apartado de satélites, hay variedad. Los más grandes son Mimas, Encélado, Tetis, Dione, Rea, Titán, Hiperión, Jápeto y Febe. Tanto Encélado como Titán son muy interesantes. En el primero se han visto géiseres, por lo que se cree que hay agua bajo su superficie (o chimeneas extraterrestres). Respecto a Titán, es el más grande de todos y presenta una atmósfera similar a la que tuvo la Tierra en sus orígenes. Aparte de estos, hay una treintena más con nombre (¡permitidme no escribirlos, porfa!) y el resto... aún no se sabe ni cuántos hay.

 

A pesar de todo eso, lo más característico que encontraremos en esta parada son los brillantes anillos que hay rodeando al planeta. Brillan tanto que son visibles desde la Tierra. Si le pides a un niño que te dibuje planetas, tarde o temprano pintará algo parecido a esos anillos. Al menos yo lo hacía con los rotuladores Carioca. Y quién me diría a mí que acabaría en esto... Para encontrar a Saturno de noche debéis buscar un punto brillante y amarillento que no parpadea (si lo hace es el intermitente de un camión). El primero en detectar los anillos fue Galileo, para variar, aunque lo hizo con un telescopio mal ajustado y creyó que eran grandes lunas. Estos anillos no son aros uniformes (lástima, me gustaba imaginarlos como pistas de atletismo estelares) sino que están formados por miles de millones de partículas de tamaños muy variables que poseen hielo (por eso brillan). Estos anillos se conocen por letras: anillo A, anillo B...

 

Antes de pasar al siguiente en la lista, Urano, sería una buena oportunidad de echar una ojeada a casa para ver si nos hemos dejado encendido algo. La Cassini tomó una fotografía de la Tierra a esta distancia (ampliada en la esquina), que son unos 1.500.000.000 kilómetros. He ahí la verdad de lo miaja que somos y el irrisorio lugar que nos corresponde en el cosmos:

 

 

URANO (El tercero más grande)

 

Y llegamos al primer planeta descubierto de entre los que no se conocían en la antigüedad. La hazaña fue obra de Sir William Herschel, músico de la corte del rey Jorge III. Inicialmente le dio el nombre de Georgium Sidus, que significa “estrella de Jorge”, qué pelota. Luego el astrónomo francés Lalande propuso llamarlo Herschel, en honor a su modesto descubridor. Al final el alemán Johann Elert Bode zanjó que debía llamarse Urano, por el dios padre de Cronos (que en la mitología romana es Saturno).

 

La primera particularidad de Urano es que gira muy inclinado, casi como una peonza de lado. Se cree que en el pasado se dio una hostia con algo enorme y aún no se ha levantado de la lona. De hecho, quizás su crecimiento se detuvo por ese choque. El pobre iba a ser un gigante gaseoso y al final deambula tumbado. Por eso misma razón uno de sus polos está siempre iluminado por el Sol mientras que el otro permanece en la sombrita, al estilo de los planetas de Star Trek Némesis. A ese hecho hay que añadirle otro: como dijimos al pasearnos por Venus, su movimiento es, en contra de lo típico, en sentido horario.

 

En cuanto a la segunda particularidad, se trata de su superficie, la más uniforme de todo el sistema, y teñida de un color azulado. Bajo ella se esconde un ecosistema nada propicio para la vida: la presión y el frío son extremos, además de que los rayos solares no penetran mucho más allá de la atmósfera.

 

Dando vueltas a Urano hay veintisiete satélites conocidos. Los nombres de estos acompañantes son de personajes (normalmente femeninos) de obras de Shakespeare y Pope. Los más grandes son Titania y Oberón. Otros son Umbriel, Ariel y Miranda. Éste último alberga el Verona Rupes, el acantilado más profundo que se conoce. Su pared es unas 10 veces más alta que la de nuestro Gran Cañón. En materia geológica está claro que no tenemos de qué presumir.

 

Como los demás gigantes del sistema, Urano también posee anillos, aunque en su caso sólo dos, uno azul y otro rojo, en un claro homenaje barcelonista. El anillo azul es una rareza cósmica de la que Galactus tiene algo que decir:

 

 

NEPTUNO (De violentos vientos)

 

Pasamos a Neptuno, último planeta del sistema y primero en ser descubierto de forma matemática (los matemáticos por una vez nos ganamos el pan). La historia se ha contado muchas veces, pero nunca cómo fue, que es como sigue. Tras el descubrimiento de Urano se observó que los planetas más grandes no se comportaban según las leyes de Kepler y Newton. En vez de dudar de las leyes (muy válidas para el resto de planetas) se empezó a pensar que faltaba una pieza en el puzzle. Entonces, tanto Adams como Le Verrier, cada uno por su cuenta, supusieron que había otro planeta y calcularon donde debía estar su posición. En 1846 Galle lo avistó con su telescopió casi en donde indicaban los cálculos. Aun así, dibujos de Galileo demuestran que Neptuno ya fue observado en el siglo XVII, sólo que Galileo lo confundió con una estrella (se ve que el pobre no daba una). En cualquier caso, a raíz del hallazgo hubo mucha rivalidad entre franceses y británicos sobre quién merecía atribuirse el descubrimiento. Los franceses decían que ellos lo habían descubierto mientras los ingleses había tomado té. Los ingleses dijeron que no, que fueron ellos quienes lo vieron primero y media hora antes de tomar el té. Al final se llegó a un consenso (a regañadientes) sobre que tanto Le Verrier como Adams merecían atribuirse el hallazgo. Y así se hacen las cosas.

 

Sólo quedaba darle un nombrecito. Inicialmente fue llamado “el planeta exterior a Urano”, que es sosísimo, para eso mejor ponerle “Sin Título 1”. Entonces llegó la primera sugerencia: Galle propuso Janus. En Inglaterra se prefería Océano. En Francia propusieron Leverrier, algo que fue rechazado por todo aquel que no comía croissants. Mientras tanto, Adams que no se enteraba del asunto propuso Georgia. Al final ganó Le Verrier, que sugería Neptuno, un nombre mitológico acorde con los de los otros planetas, ¡pero Kevin Sorbo se lo merecía!

 

Ya centrándonos en la criatura, Neptuno tarda unos 165 años en dar una vuelta al Sol. Por fuera tiene manchas muy similares a las de Júpiter. La más grande, la Gran Mancha Oscura, era un huracán casi del tamaño de la Tierra que se deshizo en 1994 pero da igual, ahora hay otro. Si por fuera se parece a Júpiter, por dentro se parece a Urano con ese núcleo rocoso cubierto de hielo. Al orbitar tan lejos del Sol recibe poco calor, con lo que su temperatura ronda los -200ºC. Sin embargo, el planeta aún irradia el calor que tenía en su creación. De hecho, el calor no es lo único que mantiene de aquellos días. Al parecer sigue metido en el proceso de contracción que le formó, generando vientos de hasta 2.000 km/h, los más violentos de nuestro Sistema. A ver quién es el grasioso que se lleva una cometa a Neptuno.

 

Respecto a los satélites, la mayoría son trozos de lunas. Antes de que enviásemos sondas, sólo conocíamos a Tritón y Nereida, pero cuando llegó allí la sonda Voyager 2 se descubrieron seis satélites más que habían estado escondidos los muy pillos. Por ahora se conoce un total de trece. Por otra parte, si nos fijamos en los anillos, que los tiene, veremos que son mucho más oscuros que los de Saturno. Se aprecian dos delgados y dos anchos. Los delgados están cerca de dos lunas, Galatea y Despoínam, que por esto se denominan lunas pastoras. El más externo de los anillos tiene tres prominentes arcos (anillos incompletos) llamados Libertad, Igualdad y Fraternidad. Se prevee que Libertad habrá desaparecido dentro de 100 años. ¿¡Lo oíis!? ¡La Libertad se perderá en un siglo!

 

PLUTÓN (Una vez fue un planeta...)

 

Desde que fue descubierto en 1930, siempre se ha considerado el noveno y más pequeño de los planetas. Así fue hasta que en 2006 la Unión Astronómica Internacional conspiró decidió una nueva definición de planeta que dejaba a Plutón fuera de juego. Fue una injusticia. Nadie protestó, sólo yo, pero me dieron una piruleta y vendí mi silencio. Plutón pasó a ser reclasificado como planeta enano, al igual que Ceres, Haumea, Eris y Makemake (éste descubierto en un día de juerga). “Planeta enano”, mira tú qué gracia.

 

 

El giro de Plutón alrededor del Sol se completa cada 249 años (tan lejos no hay ganas de correr). En ese tiempo, cuando se aleja de la estrella, su atmósfera se congela. Y respecto a los satélites, el más grande es Caronte, y es el bribón que le ha quitado su estatus de planeta. De hecho, este satélite es el más grande en comparación con su planeta huésped (la Tierra y la Luna ocupan el segundo lugar). Caronte aún no es ni planeta enano, pero tiempo al tiempo. Junto a Plutón forma un sistema planetario doble, y es como si ambos estuvieran unidos de forma invisible. Hay una sincronía tan perfecta que yo sospecho que se trate de un romance. En el caso Tierra-Luna está claro que no hay idilio, nuestro satélite mira ensimismado a la Tierra, y ésta ni caso, pero entre Plutón y Caronte se atisba boda.

 

Los otros dos satélites, Hidra y Nix, fueron vistos en el 2005 por el Telescopio Espacial Hubble. Las iniciales de ambos (NH) rinden homenaje a la sonda New Horizons, que va en busca de Plutón y se espera que lo salude en el 2015. ¿Hoooola? ¿Alguien ahí?

 

Y aquí acaba el periplo, que no es más que el comienzo si lo consideráis un primer acercamiento al Sistema Solar. No os diré “no lloréis”, ya que no todas las lágrimas son amargas. Se componen en parte de glucosa, con lo que están algo dulcitas. Realmente, de interés turístico-espacial no me queda mucho por decir. Espero que les haya gustado la visita. Quizás un poco densa, pero les garantizo que en ningún otro sitio hallarán nada menos pesado (y si lo hallan, no tendrá tantos datos ni chorradas). Si alguien quiere algún souvenir, puede pasar por la tienda instalada en la constelación de Draco. Muchas gracias por su atención, y esperemos que regresen pronto.

 

Bueno, ahora que lo pienso, eso de regresar... creo que ninguno nos vamos a ir del Sistema.

 

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Patapalo
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Bravo, Luc. Me has devuelto esa sensación tan fascinante que me suscitaba el libro de sociales con su capítulo sobre el sistema solar. Muy interesante el artículo. Me dan ganas de leer ciencia ficción, sobre viajes espaciales y monadas semejantes...

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Kivan13
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esta muy wapo

no existe la inocencia solo diferentes grados de culpabilidad...

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linton
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me gustó mucho la primera parte que publicaste en OJ y esta me ha gustado mucho también. Aparte de que me molan mucho estos temas planetarios y demás, lo escribes de forma muy amena. Sigue así!

La imaginación contra el poder

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