¿Conoces alguna grosería?

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Si es así, enriquece nuestro vocabulario. Entre más léxico se tenga, mejor ¿no?

La cosas está así:

    Grosería: La grosería en cuestión, sin conjugar.

Significado: Qué es lo que quiere decir la grosería y el significado original (de existir) de la palabra.

         Frase: Un ejemplo de cómo se utiliza la grosería.

           País: Pues el país en el que se utiliza.

***********************************

Muestra:--------------------------------------------

    Grosería: Verga.

Significado: Forma vulgar con la que se le llama al pene. Originalmente se refiere a un palo delgado y largo.

         Frase: Chúpame la verga.

           País: México.

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¡Vamos, ociosos!

 

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¡Chingas a tu madre, pendejo!

 

De México.

Aquí falleció Markus Vidalfyre

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¡Chingas a tu madre, pendejo!

¿2x1? ¡Bien!

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Te voy a rellenar de cemento del duro.

 

Origen: no recuerdo.

Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir.

Retrogaming: http://retrogamming.blogspot.com/

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Te voy a rellenar de cemento del duro.

Eso no es grosería, Gandalf. Es lo que le dirías a una chava mientras le tocas la campanilla con la verga.

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TEMA 1

 

            Hablar de Europa implica enfrentamientos constantes. Cada guerra suponía históricamente la aparición de nuevos Estados.

 

            Los primeros estados nación como tal, es decir que no reconocen un superior hacia dentro y hacia afuera son Inglaterra, Francia y España que nacen a finales del S. XV y principios del S.XVI.

 

            Guerras como la de Westfalia, la IGM, las revoluciones del S.XIX, incluso guerras incruentas como la Guerra Fría, implicaron la aparición de nuevos Estados. En Europa hay Estados extraordinariamente pequeños.

 

            Junto a esta realidad histórica la integración europea no ha sido una idea original o espontánea propia del siglo XX, sino una constante utopía en el pensamiento europeo, en el sentido de una posibilidad tangible, como lo demuestran los múltiples proyectos que se han ido sucediendo a lo largo de la historia. Siempre ha habido una unión en las ideas, en el plano ideológico nunca muere del todo la idea de una unión en la UE, que tiene sus raíces en el Sacro Imperio Romano – Germánico. Una explicación a esta idea constante de unificación en nuestra historia reside en la existencia de una comunidad de culturas: el continente ha compartido importantes movimientos artísticos y literarios, un pensamiento político homogéneo, unas raíces jurídicas comunes, una tradición humanística y unas creencias religiosas comunes. Todo ello explica que se haya ido formando un caldo de cultivo para que fuera prendiendo la idea de la unión europea y que ésta encontrara su momento y su lugar después de la más cruenta de las guerras (la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945) y cuando Europa se quebraba en dos mitades, la Europa Occidental y la Europa oriental o comunista.

 

             Ilustrados como Kant y otros pensadores del S.XVIII y XIX escriben sobre ello. Normalmente fueron autores continentales, pero no anglosajones.

 

            Con la llegada del S.XX y las GM, la idea de construir una Unión Europea tomó más cuerpo y buena parte de los pensadores y líderes políticos europeos considerarán que el camino de una Unión puede ser la única seguridad de prevención de una nueva guerra.

 

            Este movimiento paneuropeo tendrá su primer hito relevante en el período de entreguerras cuando el primer ministro francés Briand propone a la Sociedad de Naciones crear una Unión Europea. En 1929 es cuando aparece esa denominación, en el apogeo de los felices años 20. Este apogeo entra en crisis con el crack de la Bolsa, los fascismos…, que acabarán por explotar en la IIGM. Acabada ésta vuelve a surgir la idea de una UE como antídoto ante una nueva guerra. Con anterioridad se habían producido guerras de gran entidad como:

            - 1870: Guerra franco – prusiana. Independencia de Prusia.

            - 1914 – 1919: Primera Guerra Mundial.

            - 1939 – 1945: Segunda Guerra Mundial

 

            La idea era crear a través de la cooperación unos lazos que impidiesen nuevos enfrentamientos. A partir de 1945 ya se modificarán algunas cosas. Había cambiado la importancia de Rusia (en ese momento la URSS), se había creado “telón de acero”, expresión acuñada por Churchill entre Este (comunismo) y Oeste (capitalismo en línea con Estados Unidos). Así, en el lado occidental se pondrán en marcha movimientos para la Unión.

 

            Surgirá la discusión entre europeístas y federalistas de un lado, y de otro, euroescépticos. Los primeros defienden una confederación de Estados, algo como los Estados Unidos, pero a nivel Europeo. Algunos de los líderes europeos apoyaban esta tesis. En el lado de los escépticos se defiende una cooperación, pero sin la desaparición de la soberanía de cada estado, en pie de igualdad sin instituciones superiores (Reino Unido es el principal promotor de esta posición), esta posición es muy coherente con la posición histórica de Reino Unido. Es la única gran potencia europea que nunca ha pretendido una conquista homogénea de toda Europa (lo hicieron Francia con Napoleón, España con Carlos V, Alemania con Hitler…).

 

            De este posicionamiento, olvidando los países del otro lado del telón de acero y los países dictatoriales, surge la idea de UE.

 

            En 1948, al hilo del plan Marshall se creó la OECE, que en los años 60 pasa a ser la OECDE, incluyendo aspectos relacionados con el desarrollo económico.

 

            En 1949 nacerán dos organizaciones puramente europeas, no de contenido militar y de defensa, la UEO que en un primer momento está formada por cinco estados: Francia, Alemania y el Benelux. Inmediatamente se une el Reino Unido, pero no Estados Unidos, hasta que en el otoño se crea la OTAN que incluye además de los anteriores a Canadá y Estados Unidos.

 

            Se inicia el intento de creación unión política y Francia propone la creación de un Parlamento y un ejecutivo europeo a lo que se opondrán los británicos en el Congreso Europeo, que se convoca en la Haya entre el 7 y el 10 de mayo de 1948. Aquí se especifican las dos posiciones vistas antes.

 

            El rechazo británico hizo que en el año siguiente naciera el Consejo de Europa de 1949 con Parlamento y Comité de Ministros. Es una posición a caballo entre los dos extremos. El Parlamento está formado por representantes, por consiguiente, aunque con organizaciones, se trata de cooperación entre estados soberanos.

 

            Los federalistas no se conforman y siguen lanzando sus ideas y optan por un procedimiento indirecto de construcción europea que se resume en el discurso del ministro de asuntos exteriores francés Robert Schuman, que supone el nacimiento de la política que hoy conocemos y que ha dado lugar a la UE. “Europa no se hará de golpe, sino mediante realizaciones concretas”, por muchas razones, empezando por las ideológicas. Además del intento fallido del 48, el proceso será paso a paso, pero con “solidaridad de hecho” como Alemania, primero solidaridad económica. Al final dice “si es aceptada esta propuesta se creará una Europa federal, indispensable para el mantenimiento de la paz”. Evitar una guerra entre europeos a través de lazos de unión era la posición de todas las ideologías ya más fuertes o más laxas.

 

            Su propuesta concreta propone colocar el conjunto de la producción de acero y carbón francesa –alemana bajo una autoridad común que se hará realidad una año después, el 18 de abril de 1951 (Tratado constitutivo de la CECA), hay que tener en cuenta que el carbón y el acero eran muy importantes para la producción de armas de guerra, por lo que si establecía un marco común no se utilizarían para esos fines.

 

            Empezó a funcionar con los 3 países del Benelux (Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo), Francia, Alemania e Italia. Durante los primeros 5 años se vio que funcionaba y funcionaba bien, así que se decidió en 1956 dar un paso más y convocar en Roma una conferencia entre los 6 países miembros.

 

            El 25 de marzo de 1957 nacen otras dos Comunidades Europeas, la CEE (Comunidad Económica Europea) y la CEEA (Comunidad Europea de la Energía Atómica), ésta última surge ya que ahora, además del carbón y el acero, existía otra amenaza para la paz, la bomba atómica. CECA, CEE y CEEA conforma lo que se llamará durante muchos y hasta 1992 las Comunidades Europeas. Hay que tener claro este nacimiento de la UE para evitar guerras.

 

            En los años 60 ya se descartaba la idea de guerra entre Francia y Alemania cuando hasta 20 años antes habían estado bélicamente enfrentados, lo cual demuestra que no hay enemigos eternos, así, si hay voluntad política las enemistades acaban diluyéndose y, una manera de hacerlo, es a través de la cooperación de intereses en lugar del aislamiento, que genera desconfianza, miedo, odio, desconocimiento…

           

El Tratado constitutivo de la CECA se suscribió en Paría el 18 de abril de 1951 y entró en vigor el 22 de julio de 1952. Es un tratado a término, algo excepcional. Tiene una fecha de caducidad de 50 años, por lo que expiró el 23 de julio de 2002.

           

En 1953 se creó un Comité intergubernamental que, presidido por el belga Spaak (padre de las Comunidades también) que emite un informe en Roma el 25 de marzo de 1957, fecha en la que se firma un Tratado que constituye la CEEA (energía atómica) y la CEE y que entre en vigor el 1 de enero de 1958. Ahora ya tenemos las 3 comunidades en funcionamiento con 6 países.

TEMA 2: EVOLUCIÓN DE LAS COMUNIDADES EUROPEAS

Y CREACIÓN DE LA UNIÓN EUROPEA

 

            Se trata de un proceso que tiene dos formas importantes de abordarlo.

            De un lado, un proceso de integración en sentido cualitativo, es decir, cada vez se van ampliando más y más las competencias en poder de la Unión y, en segundo lugar, un proceso de ampliación de los Estados miembros, desde los Estados originarios hasta los 27 actuales, cambió que, evidentemente, conllevó un cambio cualitativo en la integración. Ambos cambios conllevan siempre la aparición de nuevos tratados que se van sumando a lo que llamamos derecho originario europeo, es decir, se suman al Tratado de Roma.

 

            La creación de las Comunidades europeas de la forma vista dejó fuera a Reino Unido, cuya noción de la cooperación en Europa era diferente. Ellos veían suficiente un espacio económico de librecambio entre los países europeos capitalistas, por lo que no era necesaria la integración política. A eso, los eurófilos, lo llamaron despectivamente la Europa de los mercaderes, una Europa unida sólo de forma comercial.

 

            Reino Unido crea la EFTA (European Free Treat Association) de la que forman parte Reino Unido, Irlanda, Portugal y los Países Escandinavos (Dinamarca, Suecia y Noruega), otros seis Estados distintos de los que formaban la CECA, la CEA y la CEE.

 

            La EFTA se crea en 1960 y al principio hay una especie de competencia por ver cuál de las dos opciones era mejor, pero en seguida todos, incluido los propios británicos entienden que la CEE ha tenido más éxito y, entonces, en 1962, Reino Unido, Dinamarca, Irlanda y Noruega solicitarán su ingreso en las Comunidades Europeas. En esta época, el Presidente francés seguía siendo De Gaulle, que no se fiaba de los británicos y se opuso, y, dado que era necesaria la unanimidad para la toma de decisiones se rechazó su petición de ingreso.

 

            En 1967, los mismos Estados volvieron a solicitar la incorporación. La muerte de De Gaulle y su sustitución desatascaron el problema en 1969, lo que posibilitó las negociaciones de adhesión en 1970. El Tratado de adhesión se firmó en el 72, entrando en vigor el 1 de enero de 1973. Reino Unido, Irlanda y Dinamarca entraron, Noruega no.

            Primera ampliación: (9 miembros). Noruega solicitó la incorporación, pero concluidas las negociaciones de adhesión los ciudadanos, en referéndum, no ratificaron el Tratado; por lo tanto, Noruega será miembro de la EFTA pero no de las Comunidades Europeas.

 

            Como sospechaba De Gaulle, Reino Unido trajo problemas rápidamente porque las negociaciones las llevó a cabo un gobierno laborista que contaba con la oposición del partido conservador. El partido conservador ganó las elecciones y, una vez en el gobierno, a pesar de la campaña pidiendo la salida de las Comunidades Europeas, se convocó un referéndum, pidiendo el sí a la incorporación, y se reabrió la negociación con la firme posición (ultimátum), de que o se obtenía algo más que en la anterior negociación o se verían obligados a no incorporarse y, efectivamente, se consiguió algo más y, con ello se presentó en el referéndum, que fue afirmativo.

 

            En 1979, Margaret Thatcher reabre las negociaciones y consigue el llamado “cheque británico”, por el cual, se puede decir que Reino Unido no aportaba demasiado en comparación con su PIB.

 

Sin embargo, no sólo Reino Unido plantea problemas en el seno de las Comunidades Europeas. En 1965, se produce la primera gran crisis en las Comunidades Europeas. La protagoniza Francia, y es la llamada crisis de la silla vacía que consistía en no acudir a las reuniones. Se protestaba porque la Comisión había propuesto que para tomar decisiones en determinadas materia fuera necesaria sólo la mayoría, mientras que Francia defendía a ultranza la toma de decisiones mediante unanimidad. Francia decidió no volver al consejo hasta que se aceptase su exigencia. En 1966 se llegó a un consenso y Francia volvió a sentarse en su sitio. Ambos episodios (Reino Unido y Francia) indican dos cuestiones muy importantes y relevantes en la construcción de Europa. Reino Unido siempre está a la defensiva, siempre frena; y Francia, se considera, y todos los países lo aceptan, que es el país central de la construcción europea y, sin Francia, es imposible la construcción de una Europa común (se vio en 1965 y se ha visto ahora cuando Francia ha dicho no al Tratado de la Constitución Europea). Estas dos ideas son muy importantes, porque, aunque evidentemente no son reglas escritas, son conocidas y aceptadas por todos los Estados.

 

            El siguiente paso no será relativo a la ampliación, sino a la racionalización de los Tratados constitutivos de las Comunidades Europeas. Existía un problema institucional que era necesario corregir. Este problema era que existían 3 organizaciones con 3 tratados constitutivos distintos y 4 instituciones: Parlamento, Tribunal de Justicia, Consejo y Comisión. El Parlamento y el Tribunal son comunes a los 3, mientras que, el Consejo y la Comisión no lo eran (había tres de cada). Se trataba de una situación algo absurda y muy poco eficaz. Por eso, en 1965 se adoptó el Tribunal de Unificación institucional, que mantenía las instituciones únicas y unificaba las que eran triples.

           

En 1975 se produce otra reforma institucional, pero tocante también a lo relativo a la financiación. Desde el punto de vista económico se adopta el principio de solidaridad, por lo que se constituye los Fondos FEDER (fondos para el desarrollo regional). Por otro lado, en lo institucional, la reforma del 75 afecta fundamentalmente al Parlamento europeo, k pasa a llamarse así en lugar de Asamblea Parlamentaria, adopta la codecisión (que amplía el poder de decisión) y además se decidió que los miembros fuesen elegidos por sufragio universal por todos los europeos y en 1979 se celebraron las primeras elecciones al Parlamento europeo.

           

A finales de los años 70 (segunda mitad), finalizan las dictaduras de los países del Sur de Europa. Estas dictaduras habían llevado al poder a diversos generales en Grecia, a Salazar y su sucesor en Portugal y a Franco en España.

 

            Segunda ampliación (1981): Grecia solicita su ingreso a las Comunidades Europeas en 1975 y se inician las negociaciones de de adhesión que no fueron especialmente largas. Se firmó el Tratado en 1979 y entró en vigor el 1 de enero de 1981. Ahora las Comunidades Europeas estaban formadas por 10 miembros.

 

            Tercera ampliación (1986): España y Portugal solicitan la adhesión en 1977 de manera conjunta a la transición democrática que habían iniciado. La negociación, larga y difícil, se inició en 1978 y finalmente se firma en 1985 y entró en vigor el 1 de enero de 1986 (12 estados).

 

            Las negociaciones fueron largas y difíciles porque, a diferencia de Grecia, España era un país grande demográficamente y mucho menos desarrollado, lo cual implicaba unas negociaciones económicas muy duras. España pretendía obtener beneficio básicamente en recepción de fondos y los países comunitarios pretendían obtener períodos largos de incorporación paulatino en los que España tenía ventaja comparativa en mano de obra y en cuestión de inversiones (resulta más barato establecer empresas en Españas, lo cual produce desarrollo económico).

 

            En el momento de la incorporación de España, hay que resaltar que se negoció bien, así, Manuel Morán consiguió que se cediese a las pretensiones españolas que era la de poseer capacidad de de veto en el Consejo. España pretendía ostentar la misma capacidad de de veto que tenían Italia, Francia, Reino Unido y Alemania y se consiguió (España estaba una paso por detrás de estas naciones a nivel económico, pero dos por delante a nivel demográfico).

 

            La siguiente gran reforma se producirá en 1985. Se convoca una Conferencia Intergubernamental (CIG), que a partir de ahora será el procedimiento normal al que acuden los representantes de los estados miembros que negocian y adoptan y dependiendo de las Constituciones de cada Estado se verá cómo se incorpora a su ordenamiento (El Tratado de una Constitución para Europa adopta otro procedimiento distinto).

 

            En 1985 llegaba en momento de revisar el Tratado de Roma, participando España y Portugal como miembro de pleno derecho. Esta CIG es la que aprueba el Acta Única Europea. Es la primera reforma de gran envergadura. Se adopta en Febrero de 1986 y entra en vigor el 1 de julio de 1987. Se adopta en un texto único y afecta a todos los ámbitos: instituciones, políticas, ampliaciones, voto mayoritario… y sobre todo, se pone una fecha al mercado único. Este mercado único se puede definir como “un espacio sin fronteras interiores en el que la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales estarán garantizadas”. La fecha que se estableció fue el 31 de Diciembre de 1992.

 

            En el Consejo de Madrid de 1989 se tomó la decisión de convocar una nueva CIG, cuyo objetivo era que se crearan una Unión económica y monetaria. En Noviembre de 1989 cae el Muro de Berlín y todo se precipita, lo que en principio iba a ser una CIG económica se convierte en una CIG política para ver cómo se reforman para que la CE se adapte a la caída del Muro y a la apertura hacia los países del Este. Así, uno a uno iban cayendo los gobiernos comunistas y apareciendo gobiernos democráticos. Esta CIG es la conducirá al Tratado de Maastricht.

 

El 7 de febrero de 1992 se adopta el Tratado de la Unión Europea y que entrará en vigor el Tratado de Maastricht el 1 de octubre de 1993 con un cierto rechazo, porque Dinamarca en junio de 1993 celebró referéndum, que salió negativo como consecuencia de que se omitió al pueblo danés parte del contenido y en mayo de 1993 convocaron otro referéndum que fue positivo, y, por eso, en octubre de 1993 entre en vigor (atención a la diferencia entre el no danés y el francés, mientras que el primero se resuelve con la celebración de otro referéndum, el no francés en el caso de la Constitución Europea se salda con la paralización del proceso)

           

Cuarta ampliación (1995) de la ya UE: Tras el Tratado de Maastricht, que va a transformar la estructura de las Comunidades Europeas, 4 estados pedirán el ingreso, los tres escandinavos (Noruega, Suecia y Finlandia) y Austria, las solicitudes se reciben en los años 92 y 93. En Suiza se vota para solicitar el ingreso pero el referéndum sale negativo.

           

Las negociaciones continúan pero son sencillas porque son países con PIBpc alto. El acta de Adhesión se firma en Corfú en 1994, pero solo para tres de los países, porque el referéndum Noruego es negativo (quedándose fuera otra vez). La cuarta incorporación incluye así a Finlandia Suecia y Austria, pero no a Noruega. Así, entra en vigor la ampliación el 1 de enero de 1995. Se trataba de países que eran neutrales en el proceso de la Guerra Fría, y una de las consecuencias de la caída del muro es precisamente que el formar parte de las Comunidades Europeas, ya no era considerado como una falta a esa neutralidad, además al ser Estados con países con economías de mercado desarrolladas y con derechos garantizados, no hay oposición alguna a que se incorporen.

           

Un caso especial es el de Noruega, que por dos veces tras iniciar el proceso de adhesión y ser aceptado, los referéndums han sido contrarios a la incorporación. Se ve como existe una discrepancia entre las élites políticas y lo que sus ciudadanos realmente desean. Esto se puede deber a dos razones:

 

            - La EFTA cada vez va perdiendo miembros y al entrar en vigor el Tratado de Maastricht se crea el espacio económico europeo que está formado por los países de las Comunidades europeas más los países de la EFTA que no eran miembros de las CCEE. Así, no van a existir diferencias a nivel comercial entre los países miembros y los que no lo son a nivel comercial.

           

- Por otro lado, Noruega es un país enormemente rico y autosuficiente, y gracias a sus pozos petrolíferos y de gas del mar del Norte  que sucesivos gobiernos, básicamente social-demócratas, han sabido transformar en el estado de bienestar más desarrollado de Europa, y sus ciudadanos temen que con la entrada en la UE se pierdan esos niveles de protección social y medioambiental, y por mucho que se les asegure que lo que establece la Unión Europea es sólo un mínimo, y que en ningún caso se va a establecer una igualación por debajo, en Noruega no se acaba de ver claro y se rechaza la incorporación, porque se considera que hay poco que ganar y mucho que perder.

           

Ya a la altura de 1996, el propio TUE contenía una cláusula que establecía la creación de una CIF para la revisión de la aplicación del propio TUE (tratado de Maastricht), que tiene como consecuencia dar lugar a la redacción del Tratado de Ámsterdam de 1997 que entra en vigor el 1 de mayo de 1999 y que aunque supone una importante revisión del TUE, no se modificarán ni las instituciones, ni la toma de decisiones dentro de las mismas, que era lo más urgente. Sin embargo, la caída del telón de Acero y la puesta en marcha de las revoluciones de terciopelo harán surgir nuevos regímenes democráticos al uso con economías de mercado, que sustituirán a los sistemas comunistas de planificación estatal. La situación a mediados de los años 80 en relación a los PECOS (países de Europa del Este) es la siguiente: ya habían asentado sistemas democráticos al uso y estaban avanzados en la transformación de sus regímenes económicos comunistas al capitalismo, estaba claro que iban a llamar a la puerta de la UE. Así, surge una discusión no acerca de si deben o no entrar (todos creen que sí), sino en relación al tempo, en dos sentidos: si debía hacerse de manera rápida o más paulatina, y si debían reformarse las instituciones y el sistema de votación antes de su ingreso o con los PECOS ya dentro de la Unión Europea.

 

            La segunda opción, la de una incorporación rápida, era defendida por Reino Unido, porque con 15 países es más sencillo consensuar que con 25. Así, vemos como el Reino Unido se mantiene fiel a ese modo de actuar que ha caracterizado su actitud a nivel europeo consistente en que siempre trata de frenar, de evitar el avance, así sin que se modifiquen los sistemas de votación será más difícil consensuar con 25 países que con 15. Además, Alemania también apoyó la segunda opción porque ellos eran los que más tenían que ganar con una rápida apertura al este, desde todos los puntos de vista (comercial, político…), en la apertura al este. Finalmente se llegó a una situación intermedia entre el grueso de la UE y estos dos países para ampliar las materias a decidir por mayoría y modificar el sistema de votaciones que permitan alcanzar mayorías que estaba bien para 6 países pero que ya no era válido para tantos países. En Amsterdam no se llega a un acuerdo sobre la reforma de las instituciones, aunque si se amplían las materias para las que la toma de decisiones es válida la mayoría y no la unanimidad, como forma de agilizar la toma de decisiones. Sin embargo, el grueso de la UE seguía empeñada en realizar la reforma institucional antes de la entrada masiva de los PECOS. Así, el 21 de febrero de 2001, se adopta el Tratado de Niza que entra en vigor el 1 de febrero de 2003, no sin sobresaltos, debido al inicial referéndum irlandés que salió negativo. Se busca modificar lo mismo que en Amsterdam, además de la Comisión. En Niza tampoco se llegó a un acuerdo, aunque si que se hacen algunas reformas en torno a la mayoría, pero las reformas institucionales siguen sin realizarse, mientras que la ampliación hacia el este sigue su ritmo.

           

El 31 de marzo de 1998 se inician las negociaciones de adhesión, el 16 de abril de 2003 se adoptan los Tratados de Adhesión, el lapso temporal de 5 años entre el inicio de las negociaciones y la firma de los Tratados de adhesión es tan largo debido a que las negociaciones fueron largas y difíciles como consecuencia sobretodo de las dificultades económicas que planteaban los Estados del Este, con un sector primario muy grande y un sector secundario ineficiente (sobretodo Bulgaria, Polonia y Rumanía).

 

            5ª ampliación (25 Estados): El 1 de mayo de 2004 entra en vigor el Tratado y esta es la fecha en la que la unión pasa de estar formada por 15 países a 25, los nuevos estados incorporados son los siguientes: Malta y Chipre (que nada tenían que ver con el Comunismo, pero que les había llegado históricamente su momento – Chipre tenía problemas étnicos), Eslovenia (perteneciente anteriormente a Yugoslavia), Hungría, República Checa y Eslovaquia, Polonia, Estonia, Letonia y Lituania.

 

Esta incorporación tiene consecuencias políticas importantes, por ejemplo, hace que el centro de gravedad de la UE se desplace hacia el Norte y hacia el Este, pasa de estar en Francia a Alemania, a lo que hay que añadir que la mayoría de los Estados incorporados son medianos y pequeños, lo que tendrá una importante repercusión en el sistema de votación y de parlamentarios, supone además la incorporación de un país medio/grande como Polonia, con una población, en número, similar a la de España, y en todas las negociaciones exigirá lo mismo que tenga España, lo que va a dificultar las negociaciones para España. Otro carácter importante es que la Unión Europea va a tener frontera con la Federación rusa (Finlandia no dio nunca problema), lo que es muy importante a nivel político.

 

            Los países Bálticos y Polonia, por su política exterior y su condición como países soberanos temen profundamente a Rusia, por lo que se van a convertir en aliados acríticos de los países anglosajones, lo cual es muy importante para la política comercial, y esto lo acaba de crear Estados Unidos con Kosovo, que ha creado en el centro de Europa un aliado para siempre. En el caso de Polonia es algo que parece que empieza a remitir, pero no es sencillo. Los países Bálticos tienen muy interiorizado que su independencia como Estados se la deben a Estados Unidos y que sólo seguirán siendo independientes mientras sigan bajo la protección de Estados Unidos, esto quiere decir que Reino Unido y Estados Unidos tienen aliados confiables en el interior de Europa en materia de política exterior.

 

            Sexta ampliación (27 países): se produce el 1 de Enero de 2007 cuando Bulgaria y Rumanía acaban incorporándose a la UE, así, a día de hoy la UE está formada por 27 países y quedan fuera, del lado desarrollado, Suiza, Noruega, Islandia, y los que quedan fuera por las guerras de Yugoslavia que son Croacia y Bosnia – Herzegovina que ya han pedido su ingreso y, por otro lado, Serbia, y además, Turquía, cuyos problemas son distintos, por un lado, en el caso turco, es un problema a nivel demográfico, ya que es un país muy poblado, unido a su nivel económico que es bajo, aunque no muy diferente al de Bulgaria y Rumanía, pero que se enfatiza por la gran población, unido a que unos 4 millones de turcos viven en Europa como extranjeros. Y, junto a esto está el problema político, y que radica esencialmente en que es un país islamista, pero no árabe. Constitucionalmente es un país laico, pero la inmensa mayoría de la población es islamista y que está gobernada por un partido islamista moderado. Sin embargo, decir que esto es un problema sería decir que Europa es una comunidad cristiana, por lo que este problema aunque se sabe que existe no se habla de él, sino que se escuda detrás de  otros tipos de problemas como el PKK, la violación de derechos humanos…

 

            Las fronteras de Europa, era un tema que en los años 60, 70, 80 no se planteaba porque estaba el telón de acero y era una barrera política. Sin embargo, en la actualidad y tras la caída del telón de acero se empieza a dar importancia al aspecto geográfico: se considera que en sentido geográfico las fronteras están en el Caúcaso y en Los Urales, lo que ha permitido considerar a Turquía porque parte de Turquía es Europa. Por el mismo motivo, se podría considerar que Rusia también es Europa, también Ucrania, Azerbayán…Rusia no puede estar en la UE porque al ser tan grande y tan variada, la población es muy dispar. Los países eslavos mantienen una posición complicada entre Bielorusia y Europa.

 

            Realizada la ampliación no se habían reformado las instituciones. Inmediatamente después a las ampliaciones se inició se inicio un proceso para que Europa adoptara una Constitución para Europa, que debía tener una naturaleza mixta de Tratado pero también de Constitución desde el punto de vista de lo que todo esto implica. Se trató de anteponer una Convención (reunión de expertos, juristas…). El texto realizado pasó a una conferencia intergubernamental (CIG), a lo largo de 2002 se convoca la comisión y en junio de 2003 se presenta el borrador, se abre la conferencia y en octubre de 2004 se adoptó el texto definitivo, que apenas variaba del texto surgido por la convención.

 

Algunos, los Es más europeístas, propusieron que se realizara un referéndum común cuyos resultados fueran globales, pero evidentemente no sucedió, paso a paso, los estados siguieron anclados en su concepto de que era un Tratado y de que cada uno lo iba a realizar conforme a su proceso constitucional. En España, el referéndum es opcional, pero se optó por él como una forma de legitimarlo, por la importancia política que tenía y se ganó (aunque mucha gente no votó, por primera vez no se llegó al 40% de participación). Conscientemente se dejo a RU para el final, para intentar conseguir el sí, pero la sorpresa la dieron Francia y el Benelux, que votaron no y se paralizó el proceso.

 

Se ha decidido tras que Francia y Holanda rechazaran el texto paralizarlo y se ha decidido iniciar un nuevo Tratado de vuelta a la forma tradicional y en el que se despoja de todo aquello que huela a constitucional (bandera, himno, constitución…). La decisión consiste en reformar los Tratados constitutivos, es decir, mantener el fondo, que la reforma sea institucional y que algunas materias que se votaban por unanimidad pasen a votarse por mayoría (importante para que una Europa de 27 funcione); se adopta en Lisboa el 13 de diciembre de 2007 el Tratado de Lisboa, del que ya han empezado los procesos de adhesión, y se prevé que a lo largo de 2008 comiencen los procesos de ratificación, España lo ha ratificado (ya sin referéndum), no se prevén mayores problemas, sino que en 2009 entre en vigor.

           

TEMA 3

 

Hay que distinguir por su naturaleza dos tipos de organizaciones internacionales:

 

            Las organizaciones internacionales de cooperación: Son la mayoría y se caracterizan porque los estados que las crean no ceden competencias soberanas, sino que son creadas por los estados como un instrumento de cooperación más para manejar problemas o asuntos internacionales que tienen en común los estados que las crean. Los Estados que son parte de estas organizaciones no ceden competencias soberanas, sirven para que los Estados cooperen de una manera más eficaz que a través de otros mecanismos como contactos bilaterales.

 

            El que sean de cooperación implica una serie de principios o de disposiciones de funcionamiento:

 

            1.- La organización internacional no tendrá competencias soberanas de los Estados, por lo que estos retienen su soberanía, así, los acuerdos que se toman o bien se hacen por unanimidad o consenso, o si se pueden adoptar por mayoría, aquellos que votan no, no se verán obligados a cumplir, quedándose fuera del acuerdo y no se les aplicará. Por ejemplo, Naciones Unidas, que sólo en materia de seguridad funciona como una organización de integración, en el resto de los casos funciona como una organización de cooperación, en cuyo caso las resoluciones de la Asamblea General adoptadas por mayoría, no tienen relevancia jurídica, ya que no pueden ser aplicadas judicialmente. Lo mismo ocurre en la OTAN.

 

            Las organizaciones internacionales de integración: Son muy pocas, el ejemplo único claro y paradigmático es el de las Comunidades Europeas, los Estados miembros si ceden el ejercicio de competencias soberanas, y al ceder este ejercicio, la organización internacional de integración asume esas competencias y en el marco de esa cesión, la organización puede adoptar decisiones que obligan a todos los Estados, lo quieran o no; decisiones que se adoptan por mayoría, en general, salvo para cuestiones muy concretas que puede persistir la toma de decisiones por unanimidad, lo que en realidad significa que no se han cedido las competencias soberanas porque pueden vetar la decisión. Esto es muy importante porque surge la obligación por parte de los Estados de acatar y aplicar la decisión tomada en el seno de la organización internacional.

           

Las Comunidades Europeas son un ejemplo paradigmático donde los Estados ceden competencias a la organización, lo cual tendrá una serie de consecuencias.

           

El Tratado de Maastricht modifica la estructura de tres Comunidades distintas con tres tratados constitutivos distintos. Se crea una estructura común con un frontispicio común, tres pilares y una base común con un doble sustrato (templo griego).          

El primer pilar es el pilar comunitario.

            El segundo pilar es el PESC (Política exterior y de seguridad común).

            El tercer pilar es el CAJI (Cooperación en asuntos de justicia y de interior).

 

            Hasta 1992 sólo existía este pilar constituido por las tres organizaciones constituidas por tres tratados distintos: la CECA, la CEE y el EURATOM. El TUE añade dos ámbitos materiales en los que había habido un cierto desarrollo cooperativo, pero que no se había institucionalizado, regularizado en un tratado. Estos ámbitos eran dos: la política exterior y de seguridad y los asuntos de justicia e interior, que son los ámbitos que los Estado más celosamente guardan bajo su soberanía, y por ello no se podía avanzar en una cooperación en estos ámbitos, porque son los asuntos claves de un Estado. En la CIG de Maastricht se dieron las condiciones políticas (caída del muro y el buen término de las revoluciones de terciopelo con la caída de los regímenes comunistas y el establecer regímenes democráticos liberales) para que además de avanzar en el primer pilar se pueda además regular la cooperación en esas materias tan celosamente guardadas por los Estados. Además, los países miembros de la Europa , todavía a 12 consideraron que era necesario realizar esa reforma para que ellos como Estados y la UE estuvieran preparados para afrontar los retos políticos y de seguridad que el nuevo mundo post–guerra fría depararía; sin embargo, se dio un paso a medias y no definitivo, se consideró necesario regular la cooperación en esas materias, pero desde una base o con una naturaleza únicamente de cooperación, no de integración, los Estados veían la necesidad de crear instrumentos de cooperación en esas materias, pero no dieron el paso de ceder competencias en esas materias a la organización internacional; por eso, se separaron en todos los sentido es el pilar comunitario, dónde todo se rige por la lógica de la integración, cediendo el ejercicio de las competencias soberanas, pero no estaban dispuestos a hacerlo en estas otras materias. Así, estos dos nuevos pilares funcionarán con la lógica de la cooperación y no de la integración. Esto trae consecuencias; en primer lugar, el primer pilar funciona adecuadamente, mientras que el tercer y sobretodo el segundo pilar tiene muchos problemas.

 

Así, la política exterior de la UE sólo funciona adecuadamente cuando los estados están de acuerdo, pero cuando difieren en sus posiciones no funciona (un ejemplo de esto es lo que ocurrió en 2003, cuando la Unión se dividió en dos, los que apoyaban a EEUU y los que no; y lo mismo ha ocurrido en la actualidad con el problema de Kosovo). Este es el resultado de una lógica de cooperación, dónde o bien se llega a un acuerdo entre todos o bien se corre el riesgo de escenificar rupturas y no avanzar.

 

En el tercer pilar, que aunque presenta los mismos problemas de fondo, se ha avanzado mejor ya que por los temas de que se trata, los intereses de los Estados suelen se mucho más coincidentes (en la lucha contra el terrorismo, contra el crimen organizado…). Tiene de positivo que se pudieron introducir materias que antes parecía imposible que pudieran ser objeto de cooperación, pero eso no implica que estos ámbitos también traten de ser comunitarizados. El único ámbito económico a nivel comunitario no comunitarizado es el de la política fiscal, lo cual, puede dar lugar a que surjan los llamados paraísos fiscales; en lo económico ya está todo cedido y en lo que no está, resulta evidente que debe cederse; así, en lo que no es económico, no está cedido, pero sí se llegó al acuerdo de que es necesario cooperar en estos ámbitos, así, si también en estas materias se cedieran las competencias a la UE, se podría considerar que los estados soberanos dejarían de existir, porque perderían las competencias esenciales que les hacen característicos y se habría creado una Europa federalizada al mismo nivel que EEUU, y aunque cada vez se es más consciente de que es necesario dar esos paso, la necesidad de dar esos pasos por el mundo global no es posible debido a que los Estado siguen aferrados al mundo de los Estados soberanos; nos encontramos en esta dicotomía. Con el TUE se da un paso en esta dirección; insuficiente, pero un avance. Es la misma lucha de siempre, la de los federalistas, por un lado, y de otro, la de los euroescépticos, liderados por reino Unido, que aunque dio el paso en materia económica, se resiste aún en los otros ámbitos.

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

            El título I del TUE (disposiciones comunes, objetivos, principios e instituciones, que son comunes respecto a los tres pilares, pero no actúan de la misma manera en cada uno de los pilares; en el pilar comunitario el papel de las tres instituciones es muy fino; en los otros dos pilares, con una lógica de cooperación, la Comisión y el parlamento a penas tendrán competencias; mientras que toda la importancia recaerá en el Consejo; y lo mismo ocurre con el TJE que apenas tiene competencias en el 2º y 3º pilar. Las disposiciones finales (Título VIII); que serían el último sustrato de la base; y en el primer sustrato nos encontramos con la cooperación reforzada (Título VII), común a los tres pilares.

           

El Título I es el frontispicio, el Título V es el 2º pilar, el Título VI es el 3º pilar. El 1º pilar está formado por los Tratados constitutivos de las tres organizaciones primitivas (CEE, CECA y CEEA) y los arts. del TUE referidos a ello. Así, los Títulos II, III y IV del TUE son los que modifican los tratados constitutivos de las organizaciones previas al TUE.

           

Este esquema trató de simplificarse de hacerse mucho más sencillo con el Tratado Constitucional que buscaba sustituir los Tratados constitutivos y el TUE por un único tratado, el Tratado constitucional, que venía a sustituir a los tres tratados constitutivos, sus reformas y el TUE, por un único Tratado. Así, en único texto se contendría todo el derecho comunitario, por lo que se iba a resumir y a racionalizar y simplificar el derecho comunitario. El Tratado de Lisboa se olvida de esta racionalización y se emplea la lógica de todos los Tratados reformadores.

 

            Caracteres generales: Art.1, se establece la creación de la Unión Europea, proclamando una nueva etapa en el proceso creador de una Europa común cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa. La Unión Europea es un proceso abierto, a esto se le llama principio evolutivo de la creación. Esto tiene su base en la declaración SUMA. Esta idea está también contenida en el párrafo 2º del preámbulo (“resueltos a avanzar en una nueva etapa”). Este principio muestra como sigue sin completarse el fin último del proceso, primero por su naturaleza, y 2º porque no hay acuerdo acerca de cuál es el punto final del proceso y no se puede fijar esta meta última con o sin plazos.

 

            Personalidad jurídica: Los 3 Tratados constitutivos de la UE muestran la personalidad jurídica de cada uno, sin embargo, el TUE, no contiene una disposición de este tipo y, por consiguiente, deja el asunto sin resolver; era algo que sí hacía el Tratado constitucional; sin embargo, este es un problema más teórico que real, ya que no es necesario que en los Tratados constitutivos se establezca que la organización tiene personalidad jurídica internacional porque la va a tener igual, en el ámbito de las competencias que le son propias, para el cumplimiento de sus funciones, esté o no, expresamente reconocido. Así, las CCEE adoptan tratados, reciben y envían representantes diplomáticos…

 

            Objetivos y principios de la UE: El art. 2 del TUE viene a establecer los objetivos de la Unión:

           

- Promover un progreso económico y social equilibrado y sostenible, principalmente mediante la creación de un espacio sin fronteras interiores, el fortalecimiento de la cohesión económica y social y el establecimiento de una unión económica y monetaria que implicará, en su momento, una moneda única, conforme a las disposiciones del presente Tratado. Éste sería el objetivo económico, cuyos instrumentos serían:

 

1. Crear un espacio sin fronteras

2. A través de la creación de una unión económica y monetaria.

3. Fortalecimiento de la cohesión económica y social.

 

            - Afirmar su identidad en el ámbito internacional, en particular mediante la realización de una política exterior y de seguridad común que incluya, en el futuro, la definición de una política de defensa común que podría conducir, en su momento, a una defensa común(división de objetivos). O todo o nada; según veamos si hay consenso o no. Estamos ante el objetivo internacional.

           

- Reforzar la protección de los derechos e intereses de los nacionales de sus Estados miembros, mediante la creación de una ciudadanía de la Unión. Objetivo relativo a los derechos e intereses nacionales. Como vemos la técnica es igual en cada párrafo: primero los objetivos y después los mecanismos para lograrlos.

 

            - Desarrollar una cooperación estrecha en el ámbito de la justicia y de los asuntos de interior.

 

            - Mantener íntegramente el acervo comunitario (todo el Derecho comunitario ya vigente) y desarrollarlo con el fin de examinar, la medida en que las políticas y formas de cooperación establecidas en el presente Tratado deben ser revisadas, para asegurar la eficacia de los mecanismos e instituciones comunitarios.

 

            En relación a los principios de la UE, decir que son:

           

- Art. 6.1: La Unión se basa en los principios de libertad, democracia, respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales y el Estado de Derecho, principios que son comunes a los Estados miembros. Este principio ha tenido una serie de consecuencias, tanto internas como externas, ya que sus miembros se rigen por él, así, internamente la Unión y los Estado miembros deberán conducirse respetando estos principios, pero tendrá también consecuencias a nivel externo, así, con respecto a las relaciones que la UE y los Estados miembros tengan con otros Estados y respecto de los Estados europeos que quieran ser miembros y que deben cumplir con estos principios.

 

- El art. 6.3 establece el principio de respeto a la identidad nacional: La Unión respetará la identidad nacional de sus Estados miembros. Trata de guardar un difícil equilibrio entre dos aspectos que pueden parecer contrapuestos que son la creación de una Unión y el respeto de las identidades nacionales (historia, cultura y tradiciones).

 

            - Principio de cooperación leal (art. 10 del Tratado CEE): “Los Estados miembros adoptarán todas las medidas generales o particulares apropiadas para asegurar el cumplimiento de las obligaciones derivadas del presente Tratado o resultantes de los actos de las instituciones de la Comunidad. Facilitarán a esta última el cumplimiento de su misión.

            Los Estados miembros se abstendrán de todas aquellas medidas que puedan poner en peligro la realización de los fines del presente Tratado”.

           

Este  contiene a su vez tres obligaciones: cooperación activa (10.1), abstención (10.2),  obligación de facilitar el cumplimiento de los objetivos, fines, misiones… de la Comunidad (último inciso)

 

            - Principio de solidaridad: (art. 1.3 del TUE). Este artículo establece: “La Unión tiene su fundamento en las Comunidades Europeas completadas con las políticas y formas de cooperación establecidas por el presente Tratado. Tendrá por misión organizar de modo coherente y solidario las relaciones entre los Estados miembros y entre sus pueblos”.  Este principio ha tenido un desarrollo en el tratado de la Constitución para Europa. Así, el art. 43 de este Tratado establece una clausula de solidaridad que está en vigor y dice los siguiente: “La Unión y los Estados miembros actuarán conjuntamente con espíritu de solidaridad si un Estado miembro es objeto de un ataque terrorista o víctima de una catástrofe natural o de origen humano“. Esta clausula entró en vigor ex-ante como consecuencia del atentado del 11 – M, por lo que se activó la clausula de solidaridad en una CIG extraordinaria, aprobada por unanimidad por todos los jefes de Estado.

           

- Principio de transparencia y proximidad (art.1.2 del TUE). “Las decisiones serán tomadas de la forma más próxima posible a los ciudadanos”, con el que se trata de atajar el problema y las acusaciones de déficit democrático que lleva sosteniendo la construcción y el funcionamiento de la Unión Europea desde sus inicios. Es la idea de que Europa siempre ha sido construida por las élites, y para una vez que se da la palabra a los ciudadanos a través del refrendo popular la consecuencia ha sido la negativa a través del no francés y la respuesta de las élites políticas ha sido seguir con el proceso a través de nuevos Tratados al margen de la voluntad popular. El problema es real y se incluye un principio para tratar de evitarlo, pero el problema es más complejo y difícil de resolver.

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Se ha producido un aumento paulatino del número de Estados miembros de la Unión Europea. El hacer como hasta ahora (seguir avanzando todos a la vez) tiene lo bueno que es que el acervo comunitario es el mismo para todos. Por tanto, la uniformización del Derecho Comunitario de todos los Estados miembros. Lo negativo es que avanzar todos a la vez supone hacerlo muy despacio (los británicos siempre andan con el freno echado).

 

La otra opción, que unos avancen más que otros, implica como ventaja que se avance más rápido y el aspecto negativo es que el acervo comunitario ya no sería el mismo para todos. Esto ya ocurre, pero en unos aspectos muy controlados y concretos. La cuestión es ver qué se quiere. Si se quiere que se aplique a todas las materias. Se habla de la Europa de varias velocidades, de la Europa a la carta. Con esta expresión  se quiere describir que existe una misma meta final, pero distintos ritmos para los Estados miembros a la hora de llegar a la meta. Al final, el acervo sería el mismo para todos, pero sólo al final, todos tendrían los mismos derechos y obligaciones.

 

Con la Europa a la carta no habría una única meta final igual para todos. Cada Estado podría pedir lo que considera oportuno dentro de esa carta. No es que se quiera llegar al mismo sitio, sino que cada uno elija aquello en que quiera integrarse más. En realidad, el TUE introdujo esta solución al menos en dos aspectos: política social y unión económica monetaria.

 

Para la unión económica y monetaria se exigían unos requisitos que se cumplirían a distintas velocidades, Grecia por ejemplo llega después a la unión económica y monetaria. Además, el TUE permitía que los Estados miembros que no quisieran entrar, aunque cumplieran los requisitos, pues que no entraran. Es lo que ocurre con el Reino Unido, por ejemplo. También con Suecia, país prototipo que cumplía, incluso antes de empezar el proceso, todos los requisitos. Políticamente no querían y se quedaron fuera.

 

Por lo que respecta a la política social, el TUE también permitía quedarse fuera, pero RU ha acabado entrando en este acervo, asique este aspecto ha terminado unificándose con el gobierno laborista de Blair.

 

Ya en 1992 se permitió, al menos en dos aspectos, una Europa a la carta. A partir de ahí, en Ámsterdam se han regulado cooperaciones reforzadas que, en realidad, son un subtipo de opciones a la carta, pero en positivo. Únicamente para avanzar, para ir más allá de los objetivos comunes fijados vamos a seguir avanzando juntos para crear acervo común, pero dado que al ser cada vez más, el avance es más lento, vamos a permitir que los que quieran puedan avanzar más rápido. Como consecuencia, en los aspectos de cooperación reforzada no habrá acervo único.

 

Esta lógica de la cooperación reforzada tiene como positivo que ya ningún Estado tiene derecho de veto. Ninguno puede ponerles freno, porque si uno no quiere, los otros pueden continuar. La regulación de la cooperación reforzada se realizó por primera vez en Ámsterdam, pero eran tantos los requisitos que se exigían para permitir la cooperación que, en realidad, la propia regulación de Ámsterdam la hacían prácticamente ineficaz.

 

En Niza se seguirá y se posibilitarán los desarrollos de cooperación reforzada para los que quieran avanzar más deprisa. Se establece una regulación general de la cooperación reforzada, que se encuentra en el Título VII del TUE. Este Título se añade en Ámsterdam, pero se reforma en profundidad en Niza. Y ésta es la regulación que está vigente. Junto a la general, existe regulación específica para cooperación reforzada en cada uno de los tres pilares.

 

La regulación general viene recogida en los arts. 43, 44 y 45. El problema es que la percha a veces no tiene hueco. Aparecen 43 A, B, 44 A, B… Como no hay art. 46 se tienen que abrir huecos.

Principios generales de la cooperación reforzada.

 

El art. 43.1.a) dice que los Estados miembros que quieran cooperación reforzada podrán hacer uso de instituciones, mecanismos..., así como reforzar sus intereses. Vemos que siempre tiene que ser en positivo.

 

1º principio general viene recogido en el art. 43.1.a) Pretenda impulsar los objetivos de la Unión y de la Comunidad, así como proteger y servir sus intereses y reforzar su proceso de integración.

2º principio en los apartados b) y c): Respete dichos Tratados y el marco institucional único de la Unión; Respete el acervo comunitario y las medidas adoptadas en virtud de las demás disposiciones de dichos Tratados.

3º principio general dice que es necesario alcanzar un umbral mínimo de Estados. Viene recogido en el apartado g): Reúna como mínimo a ocho Estados miembros.

4º principio 43.A: Sólo podrán iniciarse las cooperaciones reforzadas como último recurso, en caso de que haya quedado sentado en el seno del Consejo que los objetivos que se les hayan asignado no pueden alcanzarse, en un plazo razonable, mediante la aplicación de las disposiciones pertinentes de los Tratados.

5º principio relativo al status de los Estados miembros no participantes en cooperación reforzada. Establece el art.  43.1. h): Respete las competencias, los derechos y las obligaciones de los Estados miembros que no participen en ella. Si les afecta, no se podrá avanzar.

6º principio, según el cual debe existir una coherencia interna y externa de la cooperación reforzada. Art. 45: El Consejo y la Comisión velarán por la coherencia de las acciones emprendidas en virtud del presente Título, así como por la coherencia de tales acciones con las políticas de la Unión y de la Comunidad, y cooperarán a tal efecto.

7º principio, que habla sobre el carácter abierto de la cooperación reforzada. Art. 43.1. j): Esté abierta a todos los Estados miembros, de conformidad con el artículo 43 B.

La cooperación reforzada sirve para que los que quieran avancen más rápido. No es para que unos cuantos avancen, porque no quieran hacerlo con los demás.

 

Límites materiales

 

Son los siguientes:

 

·        Art. 43.1. d). Permanezca dentro de los límites de las competencias de la Unión o de la Comunidad. No deben sobrepasarse las atribuciones de competencia ya realizadas. En ese aspecto, todos deben ir de la mano, pero en aquello que está atribuido ya a la Comunidad pueden avanzar más rápidamente unos que otros.

·        Art. 43.1. d) (Segundo inciso). y no se refiera a los ámbitos que sean competencia exclusiva de la Comunidad.

·        Art. 43.1. e). No afecte negativamente al mercado interior tal como se define en el apartado 2 del artículo 14 del Tratado constitutivo de la Comunidad Europea, ni a la cohesión económica y social establecida conforme al título XVII del mismo Tratado.

·        Art. 43.1. i). No afecte a las disposiciones del Protocolo por el que se integra el acervo de Schengen en el marco de la Unión Europea.

 

Las vicisitudes de los Estados en lo que respecta a la adhesión y a las sanciones

 

 

La adhesión viene regulada en el art. 49 del TUE. En su párrafo primero dice: Cualquier Estado europeo que respete los principios enunciados en el apartado 1 del artículo 6 podrá solicitar el ingreso como miembro en la Unión. Dirigirá su solicitud al Consejo, que se pronunciará por unanimidad después de haber consultado a la Comisión y previo dictamen conforme del Parlamento Europeo, el cual se pronunciará por mayoría absoluta de los miembros que lo componen.

 

Requisitos para ser miembro:

-         Geográfico: cualquier Estado europeo.

-         Que respete los principios enunciados en el apartado 1 del art. 6 TUE. Principios de libertad, democracia, respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales y el Estado de Derecho.

 

Son los dos únicos requisitos. Había, en la práctica, un tercer requisito que se sigue dando en la práctica, pero no se exige a priori en Derecho positivo. Es el requisito económico: que el Estado se rija por una economía de libre mercado lo suficientemente desarrollada como para asumir el reto que supone el ingreso en la UE y cumplir el acervo comunitario.

 

Ese requisito no escrito entiende que para eso están las negociaciones de adhesión y los tratados transitorios. Es una cuestión cultural que con el tiempo suficiente y la ayuda de los Estados de la Unión acabará solventándose.

 

Procedimiento de adhesión

 

El Estado que quiere pertenecer a la UE debe solicitarlo. Se presenta la solicitud al Consejo, que deberá aceptarla por unanimidad. Después de haber consultado a la Comisión y previo dictamen conforme del Parlamento europeo aprobado por mayoría absoluta.

 

El Parlamento se pronunciará una vez concluidas las negociaciones de adhesión, el art. 49.1 TUE establece los requisitos. En el art. 49.2 TUE se establecen las condiciones de admisión: Las condiciones de admisión y las adaptaciones que esta admisión supone en lo relativo a los Tratados sobre los que se funda la Unión serán objeto de un acuerdo entre los Estados miembros y el Estado solicitante. Dicho acuerdo se someterá a la ratificación de todos los Estados contratantes, de conformidad con sus respectivas normas constitucionales.

En definitiva se abren negociaciones que dirige la comisión y si todo va bien, en un plazo más o menos largo llegarán a un acuerdo que se plasmará en un proyecto de tratado de adhesión. Cumplidos estos requisitos procedimentales, todos los Estados miembros y solicitante, deberán adoptar ese tratado. Se trata de un tratado nuevo y todos ellos deberán adoptar lo.

 

El tratado de adhesión se incorporará al derecho originario como Derecho comunitario, porque viene a reformar los tratados constitutivos y el TUE. Esta es la razón por la que todos los Estados miembros deben aceptar el tratado porque forma parte del Derecho originario.

 

El último tratado de adhesión fue el de Bulgaria y Rumania, que tuvo lugar el 25 de abril de 2005 y entró en vigor el 1 de enero de 2007y hay abiertas negociaciones de adhesión con Turquía y Croacia y varios estados más están llamando a la puerta (Bosnia-Herzegovina…), como dijimos en líneas anteriores.

 

Europa y el Occidente, en general, tienen mucho que ganar con Turquía, pues sería la muestra de que Islam, Estado de Derecho y democracia no son incompatibles.

 

¿Dónde está el límite geográfico? Al menos hay siete Estados: Moldavia, Ucrania, Georgia, Armenia y Azerbaiyán, que son Europa geográficamente. Podrían solicitar su adhesión, pero no lo han hecho. Algunos de ellos tienen problemas de configuración interna muy serios (Georgia, Moldavia, Azerbaiyán –musulmán- y Armenia –cristiano-ortodoxo-).

 

Está todo por hacer. Luego están Bielorrusia, Ucrania y Rusia. Bielorrusia es prácticamente una continuación de Rusia, pero Ucrania es distinta. Miran a Europa occidental. Rusia es evidente que nunca se incorporará a la UE, pues terminaría con ella.

 

Luego están los países que nunca han querido serlo: Suiza, Noruega e Islandia, en el que las élites políticas sí quieren, pero los ciudadanos no.

 

Sanciones     (tema 20, punto 5 del libro)

 

El art. 7 del TUE es el que regula esta cuestión. Es muy delicada, pues se trata de sanciones que los propios Estados pueden adoptar contra un Estado miembro. Son sanciones por cuestiones políticas. En Ámsterdam se añade el art. 7 que lo regula. Hay dos niveles de sanción:

- Por riesgo claro (art. 7, párrafo 1º: A propuesta motivada de un tercio de los Estados miembros, del Parlamento Europeo o de la Comisión, el Consejo, por mayoría de cuatro quintos de sus miembros y previo dictamen conforme del Parlamento Europeo, podrá constatar la existencia de un riesgo claro de violación grave por parte de un Estado miembro de principios contemplados en el apartado 1 del artículo 6 y dirigirle recomendaciones adecuadas. Antes de proceder a esta constatación, el Consejo oirá al Estado miembro de que se trate y, con arreglo al mismo procedimiento, podrá solicitar a personalidades independientes que presenten en un plazo razonable un informe sobre la situación en dicho Estado miembro. El Consejo comprobará de manera periódica si los motivos que han llevado a tal constatación siguen siendo válidos.), donde no se prevén sanciones stricto sensu, pero se permiten hacer recomendaciones al Estado que cae en la situación de riesgo claro. Ha de ser una situación en que se involucra a un Estado de violación grave del art. 6.1 si se percibe el riesgo claro, tienen iniciativa 1/3 de los Estados miembros o el Parlamento o la Comisión y es el Consejo el que puede emitir un informe que debe aprobarlo por mayoría de 4/5 en que se incluyen recomendaciones para el Estado que se encuentre en riesgo claro de violación del 6.1. No se ha aplicado todavía, pero hubo una vez en que se estuvo a punto de hacerlo. La cosa se desató en Austria venció en las elecciones austriacas Hyder y entró a formar Gobierno. Muchos Estados europeos vieron la necesidad de llamar la atención a Austria por si empezaban a adoptar leyes de extrema derecha y atentatorias de las los DDHH. Ese Gobierno austriaco se mantuvo dentro de los límites del Estado de Derecho, aunque en el programa electoral parecía que no iba a ser así.

- en segundo lugar sanciones por violaciones graves y persistentes, párrafos 1 y 2. El Consejo, reunido en su formación de Jefes de Estado o de Gobierno, por unanimidad y a propuesta de un tercio de los Estados miembros o de la Comisión y previo dictamen conforme del Parlamento Europeo, podrá constatar la existencia de una violación grave y persistente por parte de un Estado miembro de principios contemplados en el apartado 1 del artículo 6, tras invitar al Gobierno del Estado miembro de que se trate a que presente sus observaciones. En este procedimiento se exige unanimidad para constatar la existencia real de una violación grave y persistente de principios del 6.1

           

            El párrafo 3º incluye ciertas consecuencias Cuando se haya efectuado la constatación contemplada en el apartado 2, el Consejo podrá decidir, por mayoría cualificada, que se suspendan determinados derechos derivados de la aplicación del presente Tratado al Estado miembro de que se trate, incluidos los derechos de voto del representante del gobierno de dicho Estado miembro en el Consejo. Al proceder a dicha suspensión el Consejo tendrá en cuenta las posibles consecuencias de la misma para los derechos y obligaciones de las personas físicas y jurídicas.

 

            En ningún caso está prevista la expulsión porque se trata de un procedimiento para volver a encarrilar a la oveja descarrilada, se trata de sanciones constructivas, convencerle de que no acabe haciéndolo si solo es peligroso o sancionarle en caso de violación.

 

            En este segundo nivel más grave no ha habido ni siquiera situación. Ahora bien, aviones de la CIA han llevado sobrevolando la UE seres humanos a las cárceles secretas. Los estados europeos no podían desconocer esto, se sabe además que Polonia y Bulgaria han tenido cárceles secretas en su territorio, lo cuál supone violación grave y continuada del art 6.1 y se deberían haber iniciado los procedimientos establecidos.

 

            El primer problema es el secretismo en el que se lleva todo esto a cabo, es difícil probar y luego pasa mucho tiempo. El segundo problema es que todos o casi todos los estados están involucrados y desde el 11 de septiembre de 2001 es gravísimo. Los europeos hemos sido cómplices de la locura de EEUU, no se trata de autoría, pero sí de complicidad. Lo que sí es verdad es que los sistemas de control a posteriori si han funcionado, los dictámenes a posteriori del Parlamento europeo que es claramente demoledor.

TEMA 4. El consejo europeo.

 

Introducción a las instituciones

 

            Las tres comunidades europeas nacieron de un tratado diferente y cada una con sus propios órganos, pero con el paso dl tiempo se han ido unificando las instituciones. Esto fue un proceso largo.

 

            Primera fase: en 1957, en las negociaciones que acaban pactando el Tratado de Roma estaban previstos 3 consejos, 3 tribunales… pero ya ahí se vio que era triplicar instituciones y que  no tenía sentido. Se estableció el “Convenio relativo a ciertas instituciones” que ya inicia la racionalización por el cual el Tribunal de Justicia y la entonces Asamblea Comunitaria serían las mismas para todos. Pues tanto el Consejo como la Comisión era triple: uno para la CEE, otro para la CECA y otro para la Euroatom.

 

            Segunda fase: en 1956 el Tratado de Fusión, que entra en vigor el 1-julio-1956 en ese momento también se fusionan en un solo Consejo y Comisión para las tres comunidades.

 

            Tercera fase: El TUE asciende a rango de instituciones en 1992 al Tribunal de Cuentas europeo, de tal manera que desde entonces al hablar de instituciones nos encontramos con 5 órganos. Existe además toda una serie de organismos auxiliares.

 

            Cuarta fase: con la unión monetaria se crean las pertinentes organizaciones, en especial el Banco Central Europeo (BCE) con sede en Frankfurt.

 

            La UE tendrá un marco institucional único según el art 3 TUE para los tres pilares, pero esto sólo quiere decir que las 5 instituciones son las mismas para los tres pilares, pero no que en cada pilar las instituciones tengan las mismas competencias.

 

El consejo europeo (introducción).

 

La Unión Europea es una estructura jurídico política absolutamente novedosa en el plano internacional. Se trata de una organización internacional de integración.

 

            Se trata de una organización internacional con órganos ante los que están representados los distintos estados miembros. La lógica interestatal e intergubernamental está presente en la UE porque es una organización internacional, que se muestra en el Consejo y en el Consejo Europeo (es la institución que muestra la lógica interestatal).

 

No obstante, cuenta con un experimento político sin precedentes porque cuenta con algo más que esa lógica interestatal, ya que es una organización supranacional con un interés más allá que los intereses concretos de cada Estado, que se representa en la Comisión, órgano permanente que vela por la UE como algo más allá que la voluntad de los Estados miembros, institución garante y motor de las Comunidades Europeas.  

 

No obstante, la UE va más allá, porque tiene competencias cedidas en materias importantes que nos afectan a todos, por lo que es necesario incluir un elemento que asegure la lógica democrática en el ámbito de la UE (esta lógica se muestra en la institución del Parlamento).

 

Además, las instituciones europeas generan su propio derecho, así, sobre el Estado español, inciden directamente el ordenamiento jurídico español y el ordenamiento jurídico comunitario que intrinca con el ordenamiento español, y para garantizar que no se violan estos ordenamientos está el Tribunal de Justicia de Luxemburgo. También son instituciones el tribunal de cuentas y el BCE.

 

Actualmente, está en vigor el Tratado de Niza el que vamos a explicar, y al final haremos algunas aclaraciones sobre el Tratado de Lisboa que puede llegar a entrar en vigor (similar en esta materia.

 

El consejo europeo.

 

            El Consejo europeo está regulado en el Tratado de Niza de manera muy parca.

 

            El art. 4 establece que el Consejo estará formado por los jefes de gobierno de los estados miembros así como por el presidente de la comisión. En cuanto a su función, dará a la Unión los impulsos necesarios para su desarrollo y definirá sus opciones políticas.

 

Hay que entender la historia del Consejo europeo, como tal institución (consejo europeo y no consejo) no tiene hoy día regulación de forma expresa como institución, sí la tendrá en el Tratado de Lisboa. Debido a esta escasa regulación, el Consejo europeo reunido en Sevilla en 2002 aprobó unas “normas para la organización del trabajo en el Consejo Europeo”.

 

En principio, el Consejo Europeo en los primeros Tratado europeos no tenía regulación  alguna (tratado de Roma, tratados CECA…) no existía mención alguna al Consejo Europeo, existía el consejo, pero no el consejo europeo.

 

En 1974, en París se reúne una conferencia de jefes de Estado y de Gobierno, pero no dejó de ser una reunión diplomática, eso sí, compuesta por todos los jefes de Estado y de Gobierno de la UE y deciden institucionalizar estas reuniones que estaban teniendo y se utiliza la expresión “Consejo Europeo” deciden reunirse 3 veces por año y cada vez que sea necesario.

 

Ya en 1961, también en París, comenzaron estos encuentros de jefes de gobierno (y de estado por Francia, por cuestiones de su constitución) en conferencias diplomáticas para organizar una cooperación política más estrecha, sobretodo en política exterior, pero también en estas reuniones que se denominaban cumbres europeas se hablaba de los asuntos que afectaban a las Comunidades de Europeas. Se institucionalizan a partir de 1994 y surgen dos grandes temas a tratar que eran temas de política exterior y las grandes líneas a seguir en las políticas de las Comunidades europeas (origen histórico).

 

Por primera vez se va a recoger en un texto de derecho originario en el Acta Única Europea (art 2), y posteriormente de una manera más clara en el Tratado de Maastricht, ya aparece la estructura de tres pilares y cierta regulación del consejo europeo, que es lo que viene a aparecer en el Tratado de Amsterdam y en el de Niza, que es el vigente (art 4).

 

            La naturaleza jurídica ha dado cierta polémica en la doctrina porque no estaba legislado. Esta institución se trata de justificar:

            1.- En primer lugar se justifica como una Conferencia diplomática ajenas a las Comunidades Europeas (diplomacia directa), que está en el límite entre lo multilateral y lo institucional. Así se distinguen dos grandes ámbitos:

            a) Cooperación política (exterior).

            b) Afecta a temas comunitarios a niveles de impulso, líneas generales. En estos casos es más difícil de argumentar desde el punto de vista legislativo. La doctrina lo que se hacía era entender que no eran realmente el Consejo Europeo, sino el Consejo, pero no formado por los ministros del ramo, sino compuesto por Jefes de Estado y de Gobierno, que son los mismo, pero que no actúan como Consejo Europeo, sino como Consejo en su formación de Jefes de estado y de Gobierno. La diferencia es que el Consejo está regulado en las normas comunitarias y tiene todo el control de las instituciones europeas, al contrario del Consejo europeo (líneas generales, cooperación, ámbito europeo), se justifica así, la intervención en los asuntos comunitarios. Sin embargo, en la práctica no siguen las líneas propias del Consejo como institución.

 

            El problema de esta postura es que no es cierto que usen la visión del Consejo en su forma de jefes de estado y de gobierno. Tiene que estar claro que el Consejo es distinto del consejo europeo. El consejo puede reunirse como ministros y como jefes de estado y de gobierno.   

 

En 2009, en el Tratado de Lisboa, el Consejo europeo aparece recogido ya, como una institución comunitaria, también lo era en el Tratado de una Constitución para Europa. En Stuttgart hubo una reunión en 1993, en dónde se explicaron los tres ejes de la actuación del Consejo Europeo, en principio algo difuso pero cada vez va adquiriendo más legitimidad: (1) globalidad en su actuación, (2) importante papel de impulso en las cuestiones generales, y (3) actuación en términos más concretos y en la formación de Consejo, no ha sido así en la práctica, al menos no siempre.

 

Esto se reconoce del todo si entra en vigor el tratado de Lisboa, pero ha sido una institución útil que ha servido para impulsar políticamente y crear grandes líneas, grandes procesos…ha cumplido su función.

           

Composición y funcionamiento del Consejo Europeo:

 

El art. 4: Jefes de estado y de gobierno y el presidente de la Comisión, también acude, como una deferencia para tener en cuenta un mínimo que hay una institución que representa el interés supranacional. El presidente de la comisión desde antes de la Conferencia de Paris y ya aparece en el Acta Única europea.

           

También se puede ver la flexibilidad que existe en su funcionamiento, en algunos casos se podría decir informalidad. El Tratado de Niza dice que se reunirán al menos dos veces al año. En general, existen las presidencias del Consejo, que cada semestre la ejerce un país de la Unión Europea. Normalmente, las reuniones se realizan, las ordinarias, dos veces al año, y se realizan en el país que ejerce la Presidencia, aunque esto ha evolucionado y se celebran, dos en cada país de los que ejercen la Presidencia semestralmente, en total cuatro ordinarias. La presidencia del consejo también afecta al consejo de Europa.

 

Además, están también las reuniones extraordinarias, que se producen cuando haya algún suceso que merezca especial atención (por ejemplo, hubo una tras los atentados del 11-S). Toman cada vez más importancia, las reuniones informales, que permiten más capacidad de diálogo que también son importantes (por ejemplo tras los atentados del 11 – M), no tienen que estar provocadas por cuestiones especialmente graves.

           

El art. 4 en materia de funcionamiento dice muy poco, básicamente que las reuniones se realizarán bajo la Presidencia del jefe de Estado o de Gobierno que ejerza la Presidencia del Consejo. A estas reuniones asistirán los ministros de Asuntos exteriores y por un miembro de la Comisión, así, forman los Presidentes de Gobierno más el Presidente de la Comisión, asistidos por los Ministros de Exteriores y un miembro de la Comisión. Además, si trata de asuntos relacionados con la Unión económica y monetaria acordaron que también invitarán a participar a los Ministros de Economía y Hacienda a participar en las reuniones.

 

El Parlamento europeo también tiene un cierto papel en las reuniones del Consejo europeo, ya que antes del inicio formal de una reunión del Consejo Europeo interviene el Presidente del Parlamento y expresa la opinión del Parlamento acerca de los asuntos que se tratarán en el orden del día. Además, el Consejo deberá presentar un informe al terminar la reunión al Parlamento Europeo, y presentar también además, un informe anual, que dicho informe cada vez más tiene un contenido preciso en materia de subsidiariedad y proporcionalidad. Las Comunidades sólo podrán actuar cuando haya asuntos competencias concurrentes entre las Comunidades y los Estados miembros, cuando la acción de las Comunidades sea más efectiva para alcanzar los objetivos que la actuación de los Estados.

           

Procedimiento de toma de decisiones: El principio imperante es el consenso, o bien que exista unanimidad, o que no haya nadie que se oponga frontalmente, en alguna ocasión, pero puntual, se ha adoptado por mayoría. La comisión no puede vetar una decisión (no lo hace normalmente, no hay norma escrita) como sí lo hacen los estados.

 

            Funciones concretas del Consejo europeo: (incluyendo el tratado de Lisboa que va a entrar en vigor)

 

El art. 4 habla de las funciones y dice: “dará a la Unión los impulsos necesarios para su desarrollo y definirá sus orientaciones políticas generales”. A lo largo del Tratado si hay puntos en los que se alude y se concreta la participación del Consejo Europeo en la toma de decisiones. Tratado de la Comunidad europea, es igual al de Niza. Titulo VII:

 

            El art. 99.2 dice que se da el Consejo europeo que tenga que debatir sobre las consecuencias generales en materia de orientaciones generales de políticas en materia económica. El Consejo, por mayoría cualificada y sobre la base de una recomendación de la Comisión, elaborará un proyecto de orientaciones generales para las políticas económicas de los Estados miembros y de la Comunidad y presentará un informe al respecto al Consejo Europeo. Sobre la base del informe del Consejo, el Consejo Europeo debatirá unas conclusiones sobre las orientaciones generales de las políticas económicas de los Estados miembros y de la Comunidad.

 

El art. 113.3 dice que el Consejo Europeo es informado anualmente por el BCE sobre sus actuaciones y en materia de política monetaria. El BCE remitirá un informe anual sobre las actividades del SEBC y sobre la política monetaria del año precedente y del año en curso al Parlamento Europeo, al Consejo y a la Comisión, así como al Consejo Europeo. El presidente del BCE presentará dicho informe al Consejo y al Parlamento Europeo, que podrá proceder a un debate general sobre esa base.

 

            En el Título VIII, el Consejo Europeo debe realizar conclusiones una vez que se ha analizado la situación del empleo en la Unión, análisis anual.

           

El Título V, del TUE, que se refiere a la política exterior y de seguridad común, tiene un importante papel en materia de política interior y de seguridad común, define los principios y orientaciones generales, establece las estrategias comunes y algunas otras cuestiones. (art. 13.1, art. 2, art. 17.1, art. 23.2).

 

            En materia relativa del pilar de cooperación en materia policial y judicial en materia penal, titulo VI, prácticamente no tiene intervención alguna, salvo a lo que se refiere a las cooperaciones reforzadas.

 

            En el pilar comunitario aparecerán referencias al Consejo en su formación de jefes de Estado y de Gobierno, por lo que estaremos haciendo referencia al Consejo y no al Consejo Europeo.

 

El tratado de Lisboa, que no está en vigor, dice lo siguiente.

           

Tratado de Lisboa, en el Título III, art. 9 establece las instituciones de la UE, y menciona como institución al Consejo Europeo. El Tratado de Lisboa lo que hace es reformar el TUE. El art. 9.b del Tratado de Lisboa establece lo siguiente: “El Consejo Europeo dará a la Unión los impulsos necesarios para su desarrollo y definirá sus orientaciones y prioridades políticas generales. No ejercerá función legislativa alguna.

2. El Consejo Europeo estará compuesto por los Jefes de Estado o de Gobierno de los Estados miembros, así como por su Presidente y por el Presidente de la Comisión. Participará en sus trabajos el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.

3. El Consejo Europeo se reunirá dos veces por semestre por convocatoria de su Presidente.

Cuando el orden del día lo exija, los miembros del Consejo Europeo podrán decidir contar, cada uno de ellos, con la asistencia de un ministro y, en el caso del Presidente de la Comisión, con la de un miembro de la Comisión. Cuando la situación lo exija, el Presidente convocará una reunión extraordinaria del Consejo Europeo.

4. El Consejo Europeo se pronunciará por consenso, excepto cuando los Tratados dispongan otra cosa.

5. El Consejo Europeo elegirá a su Presidente por mayoría cualificada para un mandato de dos años y medio, que podrá renovarse una sola vez. En caso de impedimento o falta grave, el Consejo Europeo podrá poner fin a su mandato por el mismo procedimiento.

6. El Presidente del Consejo Europeo:

a) presidirá e impulsará los trabajos del Consejo Europeo;

b) velará por la preparación y continuidad de los trabajos del Consejo Europeo, en cooperación con el Presidente de la Comisión y basándose en los trabajos del Consejo de Asuntos Generales;

c) se esforzará por facilitar la cohesión y el consenso en el seno del Consejo Europeo;

d) al término de cada reunión del Consejo Europeo, presentará un informe al Parlamento Europeo.

El Presidente del Consejo Europeo asumirá, en su rango y condición, la representación exterior de la Unión en los asuntos de política exterior y de seguridad común, sin perjuicio de las atribuciones del Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.

El Presidente del Consejo Europeo no podrá ejercer mandato nacional alguno.»”

 

            Aparece la figura del presidente del consejo europeo que ya no es el que rota cada seis meses, el presidente de la comisión, participará en sus trabajos el alto representante de la unión para asuntos exteriores y política de seguridad.

Se pronunciará por consenso salvo que los tratados digan otra cosa.

 

La figura del Presidente del Consejo Europeo, recuerda a la figura del Jefe de Estado a nivel interno. Esta figura de presidencia rotativa implica a todos los Estados miembros, además, implica que cada estado cuando preside pone en la agenda aquellos problemas que le interesan más, esto implica que todos podrán poner en lo alto de la agenda, aquello que le importa en un momento determinado. Así, España siempre pone en la agenda cuando asume la Presidencia, las relaciones con América Latina, el terrorismo y la inmigración.

 

El Consejo.

 

            Desde 1965, desde el tratado de la fusión de los ejecutivos, se une el Consejo como institución única para los tres tratados. Desde el Tratado de Maastricht de 1992 se denominará Consejo de la Unión Europea, y es la gran institución que representa los intereses de los Estados miembros, estará compuesto por un representante de cada estado miembro de rango ministerial, facultado para comprometer al gobierno de dicho estado miembro (art. 203 del Tratado de la CEE y art. 116 del Tratado EURATOM). El TUE regula todo, pero dentro del pilar comunitario está el EURATOM y la CEE.

 

            Introducción.

Las Comunidades Europeas son una organización internacional novedosa y muy ambiciosa, y de esta naturaleza de integración derivan todas las complejidades de su funcionamiento, empezando por su sistema institucional, y que no responde ni a la división de poderes clásica de Montesquieu, ni responde tampoco a la estructura de las organizaciones internacionales de cooperación.

 

Así, no responde a la visión de la separación de poderes de los estados democráticos estatales, que contienen un poder legislativo, ejecutivo y judicial,; si en relación al poder judicial podemos identificar el tribunal de justicia, pero no existe una identidad en los otros poderes, así en el ámbito de la UE no podemos encontrar una relación automática entre el legislativo y el ejecutivo.

 

Tampoco responde a la estructura organizativa de las organizaciones internacionales de cooperación, que cuentan con una Secretaría General, que es el órgano que se encarga de mantener permanentemente el funcionamiento de la organización (NNUU secretaría general), un órgano plenario donde están representados todos los Es miembros con derecho de voto (NNUU la Asamblea General)  y un órgano restringido con funciones ejecutivas (NNUU el consejo seguridad). Este esquema tradicional tampoco responde a la estructura de la UE, porque la Comisión no es un Secretariado, y porque el Consejo, pese a ser un órgano plenario, no funciona como tal, y además existe una institución distinta que es el Parlamento.

 

Así pues, el diseño institucional de la UE se queda a medio camino entre lo estatal y las organizaciones internacionales de cooperación. Esto se debe a que la historia de la UE es paulatina y se crea basándose en la tensión entre una idea supranacional y una idea federal que mantenga los estados con un nivel amplio de cooperación. La palabra clave para entender la estructura institucional de la Unión responde a una necesidad de equilibrios extraordinariamente finos entre distintos intereses y posiciones.

 

Históricamente nos encontramos con cuatro instituciones básicas en la UE, con un tratado de fusión, que produce un solo Consejo, una Comisión, un Tribunal de Justicia y un Parlamento. A ellas se une el Tribunal de cuentas que en el tratado de Maastricht aparece como institución, pero su función es muy delimitada. Lisboa amplia el número de instituciones.

 

Esas cuatro instituciones básicas responden a unos intereses, refleja y representa unos intereses distintos, el Consejo representa los intereses de los Es miembros, porque está formado por los representantes de los Es miembros y responde a un esquema de cooperación interestatal, entre Es soberanos.

 

En segundo lugar, la Comisión responde a los intereses de la UE, no de los Es, de la UE como sujeto propio y distinto de los Es, su función es independiente de los Es de los que son nacionales sus miembros, porque se deben a la UE y sus intereses; por consiguiente la Comisión funciona con una lógica de integración (frente a la lógica de cooperación interestatal del Consejo).

 

En tercer lugar tenemos el Parlamento Europeo formado por diputados europeos elegidos por los ciudadanos europeos, a partir de un sufragio universal, directo y secreto, por lo que el Parlamento defiende los intereses de los ciudadanos. Son los ciudadanos europeos los que eligen a sus representantes, que se organizan en el Parlamento en grupos parlamentarios que responden a grupos políticos ideológicos independientemente de la nacionalidad, el Parlamento tiene un sentido claramente supranacional.

 

Por último tenemos el Tribunal de Justicia, que como órgano judicial se debe a la correcta aplicación del Derecho comunitario.

           

Tratado de Lisboa.

 

Art. 9 tratado de Lisboa “La Unión dispone de un marco institucional que tiene como finalidad promover sus valores, perseguir sus objetivos, defender sus intereses, los de sus ciudadanos y los de los

Estados miembros, así como garantizar la coherencia, eficacia y continuidad de sus políticas y acciones.

Las instituciones de la Unión son:

— El Parlamento Europeo,

— El Consejo Europeo,

— El Consejo,

— La Comisión Europea (denominada en lo sucesivo “Comisión”),

— El Tribunal de Justicia de la Unión Europea,

— El Banco Central Europeo,

— El Tribunal de Cuentas.

2. Cada institución actuará dentro de los límites de las atribuciones que le confieren los

Tratados, con arreglo a los procedimientos, condiciones y fines establecidos en los mismos. Las instituciones mantendrán entre sí una cooperación leal.

3. Las disposiciones relativas al Banco Central Europeo y al Tribunal de Cuentas, así como las disposiciones detalladas sobre las demás instituciones, figuran en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.

4. El Parlamento Europeo, el Consejo y la Comisión estarán asistidos por un Comité Económico y Social y por un Comité de las Regiones que ejercerán funciones consultivas.»

 

El tratado de Lisboa que aún no está en vigor, pero lo estará, dice en su nuevo art. 9 que las instituciones de la UE son el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo, el Consejo, Comisión, Tribunal de Justicia, BCE y Tribunal de Cuentas. Dice además que el Parlamento, Consejo y Comisión serán asistidos por un Comité económico y social y un Consejo de las regiones que tendrán funciones consultoras. Pasa a haber 7 instituciones y dos órganos consultivos; estos nueve órganos son los que veremos a continuación.

 

El Consejo Europeo existe oficiosamente, sin embargo, las reuniones de los jefes de Es comenzaron a tomar un carácter oficial de importancia cualitativa cada vez mayor, empieza a ocurrir en los 70 y se intensifica en los 80. De tal manera que ya en los años 90 se formaliza jurídicamente las reuniones solemnes de los jefes de estado y de gobierno de los Es miembros y se le da un nombre, Consejo Europeo, y se desgajan del Consejo y ya será una institución de la Unión.

 

El art. 9b) en su punto 5º del tratado de Lisboa dice que el Consejo Europeo elegirá a su presidente, esto es una auténtica novedad, hoy no tiene un presidente que ejerza su función por más largo tiempo que seis meses. La figura del presidente persona y no estado viene regulado en los párrafos 5º y 6º, por un mandato de 2 años y medio, sus funciones serán:

 

a) Presidirá e impulsará los trabajos del Consejo Europeo; b) garantizará la preparación y la continuidad de los trabajos del Consejo Europeo en cooperación con el Presidente de la Comisión y basándose en los trabajos del Consejo de Asuntos Generales; c) se esforzará por facilitar la cohesión y el consenso en el seno del Consejo Europeo; d) al término de cada reunión del Consejo Europeo, presentará un informe al Parlamento Europeo

 

Además de que la presidencia llega antes a cada país, la presidencia rotatoria implica todavía hoy que cada Estado cuando preside pone en la agenda aquellos problemas que le interesan a él más; España suele colocar la lucha contra el terrorismo, América latina, la inmigración que son los asuntos que más importancia le dan, pero por ejemplo Finlandia o Eslovaquia no tienen el mismo interés por América Latina. Las presidencias rotatorias son buenas para tratar todos los asuntos, pero el problema grave que tienen las presidencias rotatorias es las relaciones exteriores, por ejemplo con EEUU, Ronald Reagan decía ¿a quién tengo que llamar? Los problemas vienen en ámbitos como política exterior, EEUU intenta negociar bilateralmente con cada país. El problema es no poder dar una continuidad a los trabajos, quién representa a la UE en el exterior, se ha intentado solucionar de diferentes formas a lo largo del tiempo.

 

            El primer paso que se da es la denominada troica, significa que el Es que preside de turno el Consejo Europeo y el Consejo, el presidente anterior y el posterior, colaboran para preparar los asuntos de ese año y medio y para representar a la UE en el exterior, de tal manera que hasta Maastricht iban los tres presidentes a visitar tal país, tal otro…

 

Pero esto no soluciona el sistema de la continuidad de fondo, por eso Maastricht una vez que se crea la PESC (política exterior y de seguridad común), como segundo pilar en la política de la UE; y en Ámsterdam se crea un alto representante para la PESC, cargo que ocupa Javier Solana desde que se crea y que es además secretario general del Consejo. En el tratado constitucional se llamó Ministro de Asuntos exteriores y se aseguró a Solana su cargó, cuando el Tratado se vino abajo se planteó eliminar todo aquello que oliera a supra-estado, lo primero que cayó fue la palabra constitución y lo segundo el ministro de asuntos exteriores y por eso tenemos en Lisboa el Alto representante de la UE para asuntos exteriores y política exterior pero se añade esta política de presidente del Consejo Europeo y a él se le encarga todo lo que tiene que ver con dar continuidad a todas las tareas del Consejo Europeo, tanto a nivel interno como externo. Aquí tenemos un gran problema, que tenemos a dos haciendo la labor que antes no hacía nadie, tenemos al Presidente del Consejo Europeo, y al Alto representante, lo lógico sería que hubiese una relación jerárquico, desde el punto de vista político ya que el Tratado no dice nada, y diferenciar las funciones de uno y otro.

 

En cuanto al tema de la elección del presidente del Consejo, se elige por mayoría cualificada de los miembros del Consejo Europeo, oficialmente no hay candidatos, pero sí que los hay, hay varios nombres que suenan para el cargo, pero como todo en Europa debe ser el resultado de finos equilibrios, probablemente no podrá ser nacional de un grande y difícilmente será en extremo norte o en extremo sur, en cuanto a nivel de perfil alto (Tony Blair y Felipe González) o bajo (antiguo primer ministro de Luxemburgo).

 

El consejo.

 

De conformidad con el art. 203 del TCE, el Consejo estará formado por un miembro del gobierno de cada Estado miembro de rango ministerial. Se trata de una composición variable, el número de formaciones ha ido reduciéndose (en 1999, el Consejo se podía formar en hasta 22 formaciones diferentes, entre le 99 y el 2002, se formaba en 16 formaciones diferentes y a partir de la presidencia española y el Consejo de Sevilla de 2002, la formación del Consejo se redujo a 9 posible formaciones distintas (pie de página en el Manual, cambia con Lisboa)). De lo que se trata en definitiva es que el Consejo se reúne para tratar cada uno de los distintos ámbitos (agricultura y pesca, justicia y asuntos de interior…), y para cada uno el Estado manda al representante encargado de la materia concreta, esta es al razón de que la composición del Consejo se diga variable, porque el ministro depende de la materia.

 

En el Tratado de Lisboa, en el art. 9.c se dice lo siguiente: «Artículo 9 C

1. El Consejo ejercerá conjuntamente con el Parlamento Europeo la función legislativa y la función presupuestaria. Ejercerá funciones de definición de políticas y de coordinación, en las condiciones establecidas en los Tratados.

2. El Consejo estará compuesto por un representante de cada Estado miembro, de rango ministerial, facultado para comprometer al Gobierno del Estado miembro al que represente y para ejercer el derecho de voto.

3. El Consejo se pronunciará por mayoría cualificada, excepto cuando los Tratados dispongan otra cosa.

4. A partir del 1 de noviembre de 2014, la mayoría cualificada se definirá como un mínimo del 55 % de los miembros del Consejo que incluya al menos a quince de ellos y represente a Estados miembros que reúnan como mínimo el 65 % de la población de la Unión.

Una minoría de bloqueo estará compuesta por al menos cuatro miembros del Consejo, a falta de lo cual la mayoría cualificada se considerará alcanzada. Las demás modalidades reguladoras del voto por mayoría cualificada se establecen en el apartado 2 del artículo 205 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.

5. Las disposiciones transitorias relativas a la definición de la mayoría cualificada que serán de aplicación hasta el 31 de octubre de 2014, así como las aplicables entre el 1 de noviembre de 2014 y el 31 de marzo de 2017, se establecerán en el Protocolo sobre las disposiciones transitorias.

6. El Consejo se reunirá en diferentes formaciones, cuya lista se adoptará de conformidad con el artículo 201 ter del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.

El Consejo de Asuntos Generales velará por la coherencia de los trabajos de las diferentes formaciones del Consejo. Preparará las reuniones del Consejo Europeo y garantizará su actuación subsiguiente, en contacto con el Presidente del Consejo Europeo y la Comisión.

El Consejo de Asuntos Exteriores elaborará la acción exterior de la Unión atendiendo a las líneas estratégicas definidas por el Consejo Europeo y velará por la coherencia de la acción de la Unión.

7. Un Comité de Representantes Permanentes de los Gobiernos de los Estados miembros se encargará de preparar los trabajos del Consejo.

8. El Consejo se reunirá en público cuando delibere y vote sobre un proyecto de acto legislativo. Con este fin, cada sesión del Consejo se dividirá en dos partes, dedicadas respectivamente a las deliberaciones sobre los actos legislativos de la Unión y a las actividades no legislativas.

9. La presidencia de las formaciones del Consejo, con excepción de la de Asuntos

Exteriores, será desempeñada por los representantes de los Estados miembros en el Consejo mediante un sistema de rotación igual, de conformidad con las condiciones establecidas en el artículo 201 ter del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.»

 

Los más importantes son los puntos 6 y 9. En el párrafo 6 prevé dos formaciones concretas. Por lo tanto tenemos un Consejo de Asuntos Generales y un Consejo de Asuntos Exteriores, y para complicarlo un poco más el párrafo 9º dice La presidencia de las formaciones del Consejo, con excepción de la de Asuntos Exteriores, será desempeñada por los representantes de los Estados miembros en el Consejo mediante un sistema de rotación igual, de conformidad con las condiciones establecidas en el artículo 201 ter, letra b) del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. La pregunta es quien preside el Consejo en los Asuntos Exteriores, y art. 9Eapartado 3º El Alto Representante presidirá el Consejo de Asuntos Exteriores

 

Por lo que respecta al funcionamiento y organización del Consejo, los trabajos se desarrollan de un lado por el Consejo y de otro por el denominado COREPER o Comité de representantes permanentes. El Consejo tiene una presidencia rotatoria cada 6 meses que es la clave de la elaboración de los trabajos y de la agenda que durante ese semestre se van a desarrollar. Hasta 1995, la rotación de los Estados seguía un orden alfabético, sin embargo, a partir de 1996 se acordó que el orden del turno de rotación no sería rígido y se abandono el principio de orden alfabético y además, al acuerdo al que se llegara se estableció que por circunstancias especiales podría modificarse el orden, por lo que se se trató de flexibilizar ya que se llegó a la conclusión a través de observar la práctica que los mayores avances se obtenían con las presidencias de los países más grandes, por lo que según la ampliación y el gran número de estado podría provocar que durante muchos años se sucedieran países pequeños en la Presidencia por lo que esta perdiera calidad y eficacia, así, se decidió un orden en el que se irían alternando tres países, uno grande, entre dos pequeños, para conseguirlo era necesario romper con el principio de orden alfabético. (Manual, nota al pie pág.159, se tienen acordadas todas las presidencias hasta 2020).

 

            Por lo que respecta a la organización de las actuaciones, ya teniendo en cuenta este diseño en grupos de tres presidencias, sigue siendo la presidencia de turno la que organiza los temas a tratar, lo primero que hace es emitir el Informe de la presidencia en el que detalla cuales son los temas que cree que se deben tratar con más detenimiento durante ese semestre. (informe inicial de la Presidencia). Se prevén reuniones formales del Consejo en cada una de sus formas en Bruselas y Luxemburgo, además de reuniones informales que se realicen en el país que ostenta la Presidencia. La labor del Consejo conlleva una negociación constante y prolongada en el tiempo que se realiza en el COREPER

           

El COREPER, viene regulado en el art. 207 del Tratado de la CEE. Está dividido en dos COREPER 1 (formado por los representantes permanentes adjuntos de los Estados y que se dedica a la preparación de los asuntos de comercio, medio ambiente, empleo, política social, energía, agricultura, investigación, cultura, consumidores…) y COREPER 2 (formado por los jefes permanentes de las distintas representaciones de los Estados, se dedican a cuestiones institucionales y a los asuntos que se tratarán en el Consejo de Asuntos Generales, relaciones exteriores, ECOFIN…). Se negocian los asuntos para que se adopten de forma definitiva en el Consejo, cuando se ha negociado sin acuerdo, se pueden elevar al Consejo sin acuerdo, y es allí donde se trata de llegar al consenso, aunque resulta complicado porque entra en juego el sistema de mayorías, minorías de bloqueo…

           

Poderes del Consejo, en primer lugar: poderes de decisión, poderes de coordinación y supervisión, relaciones exteriores, poderes relativos al segundo y tercer pilar.

           

Por lo que se refiere a los poderes de decisión, el art. 2 de la CEE, en su segundo guión dice que el Consejo tendrá poder de decisión. De decisión política, que significa un poder normativo general, de naturaleza legislativo, pero como veremos paulatinamente, este poder de decisión normativo general, no lo ejerce en solitario, sino que lo ejerce junto al Parlamento Europeo y la Comisión, junto a la Comisión, porque tiene ésta el poder de iniciativa legislativa, de extraordinaria importancia y junto con el Parlamento Europeo, porque este tiene el poder de codecisión. Poder ejecutivo, compartido con la Comisión.

           

El Tercer guión dice que el Consejo atribuirá a la Comisión las competencias de ejecución de las normas que esta establezca, así vemos como el poder ejecutivo primario está en manos del Consejo, pero el Tratado CEE prevé la cesión de esta competencia a favor de la Comisión, y sólo en casos específicos, podrá el consejo reservarse los poderes directos de ejecución. 

           

Competencias de coordinación y ejecución, primer guión del art. 202 que dice que el Consejo asegurará la coordinación de las políticas económicas de los Estados miembros. El problema es que la política económica no está cedida a la Unión, sí la monetaria, pero no la económica, lo que genera una serie de problemas económicos de fondo si no se está coordinado, como por ejemplo, elevados déficits presupuestarios y exteriores. Así, existe una flexibilidad para que cada uno ejerza las competencias económicas, sin sobrepasar esos márgenes que podrían perjudicar a los demás, para evitar que esto ocurra, el Consejo ejerce esta función de coordinación, orientado por los informes de la Comisión.

           

Relaciones exteriores, en este ámbito, el Consejo autoriza la apertura de negociaciones de Tratados en materias que bien total o parcialmente están comunitarizadas. Negociaciones que lleva a cabo la Comisión y, finalmente el que toma la decisión de vincularse o no, depende finalmente del Congreso.

           

En el segundo y tercer pilares, las competencias del Consejo son muchísimo mayores y sin necesidad de compartirlas con la Comisión, el Parlamento o ambos, esto se debe a que el tercer y segundo pilar son estatales, no comunitarios, porque no han cedido competencias y son los estados los que ejercen esta competencias, y si se considera necesario tratar temas de este ámbito en el seno de la Unión, se realiza en el consejo que es el que representa esta estructura en el ámbito comunitario.

           

Toma de decisiones: En el Consejo se adoptan decisiones de tres formas distintas en función del tema que se trate, algunas se adoptan por mayoría simple, lo que implica que todos los Estado miembros votan y cada uno tiene un voto y todos los votos son iguales. Este es un mecanismo muy excepcional de toma de decisiones en el seno del Consejo, decisiones que suelen todas tener que ver con el funcionamiento institucional e interno del propio Consejo.

           

El segundo sistema de adopción de decisiones es el de mayoría cualificada que es el de funcionamiento general. Implica que el voto de los Estados miembros en el Consejo se convierte en ponderado, lo que significa que no todos los votos son iguales. Es el sistema generalizado y ha sido modificado por el Tratado de Niza, hasta entonces había una horquilla de ponderación de voto, de 1 a 10, el voto español valía 8 y fue uno de los grandes logros de la negociación de Adhesión de España a la UE. Se nos quería atribuir 7 porque entonces sería necesario contar con otro Estado para llegar a la minoría de bloqueo, y con 8, con el voto de España era suficiente, por lo que España consiguió que se le tratara como un grande, con la perspectiva de la ampliación Escandinava y Austria no presentaba demasiados problemas, al ser Estados pequeños en nivel poblacional, pero viéndose en el horizonte la ampliación a los PECOS, el problema se planteaba por arriba y por debajo, por que había Estados muy pequeños y Polonia que era un país grande, por lo que los grandes empezaron la negociación del sistema de votos dejando a España en una posición mucho peor de la que tenía, ya que no se permitieron dos excepciones, se trataba de un problema de fondo era realizar una correspondencia justa entre tamaño demográfico y ponderación de voto.

 

El sistema de 10 votos perjudicaría a los países grandes, por lo que se debe ampliar la horquilla para que los países grandes tengan más representación en proporción a los pequeños, horquilla que se ampliaría hasta 29, así, en esta nueva configuración los 4 grandes tienen 29 votos, pese a que Alemania tenga 20 millones de habitantes más que el siguiente, este peaje se compensa en Niza obteniendo Alemania una mayor representación en el Parlamento Europeo, desde aquí se va descendiendo progresivamente.

 

Como criterios que entran en juego son el poblacional, y otra la superficie, el tamaño del país. Lo importante es con cuanto se alcanza la mayoría cualificada (255 de 345) y con cuantos votos se alcanza la mayoría de bloqueo. Con el cambio, los criterios son tres, ya no solo es alcanzar el umbral que antes se situaba en los 8 votos y ahora se sitúa en los 91 votos, se añaden además el criterio de la población (que los estados que voten a favor representen a un mínimo del 62% de la población europea para la mayoría cualificada) y el de número de Estados (al menos 14 Estados y si la decisión adoptada es a propuesta de la Comisión y 18 Estados si la decisión es a propuesta ), cualquiera de los Estados puede solicitar que se alcance el criterio de población, que no es obligatorio, y que en un principio no entra en juego, pero que puede ser solicitado por cualquiera de los Estados, así, para alcanzar la minoría de bloqueo se necesitan al menos 91 votos, o 14 Estados en contra, o reunir el 39% de la población.

 

Este sistema es impredecible, porque uno de los criterios utilizados es variable por naturaleza, que es el de la población, uno de los aspectos interesantes es que los inmigrantes cuentan a niveles de población para calcular la población actualizada, aunque a nivel nacional no se les reconoce el derecho a votar, ni al Parlamento europeo ni en las elecciones nacionales, pero cuentan a nivel de relevancia para el sistema de votación del Consejo. El criterio de población beneficia a los países grandes, porque para alcanzar el 39% de bloqueo, con tres grandes es suficiente, mientras que con el sistema de votos no es suficiente con tres grandes. La posición de España y Polonia es muy favorable, pese a que ahora no le alcanza con ella sola para obtener una minoría de bloqueo, pero necesitará las mismas alianzas que los 4 grandes para alcanzar la minoría de bloqueo.

 

Hasta el 1 de noviembre de 2014 este es el sistema que estará en vigor, a partir de esa fecha está prevista la reforma de la siguiente manera, se olvida el tema de los votos y se sustituye por los siguientes criterios, que se deberán dar todos para que la propuesta salga adelante: 55% de los Estados miembros (17 Estados), que reúnan al menos el 65% de la población, y además, la minoría de bloqueo mínima debe reunir a 4 Estados, lo que evita que 3 grandes lleguen rápidamente al 35% de los votos, y les obliga a obtener una alianza mayor, los polacos no estaban de acuerdo con esto y los negociadores polacos alcanzaron una solución de compromiso aceptada por todos que consistía en poder retrasar esta nueva forma de voto hasta el 31 de marzo de 2017. En el art.3 sobre el protocolo de disposiciones transitorias se establece esto, permitiendo la prórroga del sistema de votación de Niza hasta la fecha citada, algo que podrá ser solicitado por cualquiera de los miembros, lo que parece que hará que la entrada en vigor práctica del nuevo sistema se retrasará hasta el 31 de marzo del 2017.

           

El tercer sistema es el de la unanimidad, que también es excepcional, pero se sigue adoptando para un gran número de materias, y es aquí dónde se ve una mayor necesidad de reformar el derecho originario, para cambiar este sistema de adopción de decisiones, ya que a 27 países es difícil mantener este sistema de decisión de votos, por lo que se requiere reducir a la mínima expresión las materias para cuya decisión es necesaria la unanimidad. Esto supone que con competencias cedidas a la unión, cada Estado se reserva el derecho de veto real. No obstante, se gana mucho al estar cedidas estas competencias porque entran en juego el Consejo, la Comisión y el tribunal Europeo, y aunque se adopten por unanimidad, y cada Estado pueda decir que no, en el fondo son muy escasas las veces en las que un Estado se queda solo votando en negativo y bloqueando, porque el coste político de quedarse solo ejerciendo el bloqueo es altísimo y sólo le sale a cuentas el quedarse solo si se tratase de una materia de Estado clave en su política.

TEMA 5. La Comisión:

 

A partir del 1 de noviembre de 2004, la Comisión está formada por tantos miembros como Estados miembros, anteriormente, los 4 países grandes y España tenían la posibilidad de proponer dos miembros. Esta era una revisión que estaba prevista, se treta de una órgano colegiado. El problema reside en que con las sucesivas ampliaciones el aumento del número de Estados suponía también el incremento del número de miembros lo que hace que ese órgano colegiado deje de tener eficacia, porque con 15 países era posible (20 comisarios), pero con la gran ampliación a los países del Este, no se podía mantener este sistema, y, finalmente los Estados grandes cedieron a la pretensión de que cada Estado contara sólo con un miembro.

           

Estos comisarios son elegidos por los Estados miembros en razón de su competencia general, porque reúnen las garantías suficientes de independencia, y son elegidos por un mandato renovable de 5 años. El artículo 213 del Tratado CEE es el que establece esta cuestión. El artículo. 313.1 sigue en vigor tal y como quedó redactado tras el Tratado de Niza, pese a que el artículo 2.4 del Protocolo de ampliación de la Unión Europea preveía su modificación. El efecto práctico de que contemos en la actualidad con 27 miembros en al Comisión, es que no hay temas de relevancia significativa para asignar a cada comisario. Una Comisión a 27 no tiene sentido y el problema sigue sin resolverse.

 

El Tratado de Lisboa regula la Comisión el artículo 9.D, y en su párrafo 4 y 5 dice lo siguiente: “La Comisión nombrada entre la fecha de entrada en vigor del Tratado de Lisboa y el 31 de octubre de 2014 estará compuesta por un nacional de cada Estado miembro, incluidos su Presidente y el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, que será uno de sus Vicepresidentes.

5. A partir del 1 de noviembre de 2014, la Comisión estará compuesta por un número de miembros correspondiente a los dos tercios del número de Estados miembros, que incluirá a su Presidente y al Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, a menos que el Consejo Europeo decida por unanimidad modificar dicho número”. Por fin, se adopta la decisión de reducir el número de comisarios, lo que hace posible asignar a cada comisario una cartera. Tras el Tratado de Lisboa, el Alto Representante de la Unión para la PESC, va a estar enganchado a la Comisión y se desenganchará parcialmente del Consejo, asumiendo las funciones que tenía la comisaria de ese ámbito.

           

La reducción de los Comisarios frente a los estados implica que es necesario establecer un sistema de rotación, que será, según el Tratado de Lisboa exactamente igual entre los estados miembros y que permitirá tener en cuenta los criterios demográficos y geográficos de cada Estado (esto implica tener en cuenta tanto a los países grandes como pequeños). El sistema de rotación se establecerá por unanimidad por el Consejo Europeo, es decir, los Jefes de Estado y de Gobierno acordarán por unanimidad las reglas de la rotación, esta exigencia de la unanimidad muestra la capital importancia que tiene para estos países el establecer un adecuado y justo sistema de rotación.

           

El Presidente de la Comisión

 

Desde la declaración Solemne del Consejo Europeo de Stuttgart de 1983, el proceso de nombramiento del Presidente de la Comisión es igual a la que se da en la investidura de un Presidente estatal, esta declaración se formalizó en Amsterdam y se reformó en Niza, y se regula en el artículo. 214 del Tratado CEE, así, el Consejo en su formación de Jefes de Estado y de Gobierno por mayoría cualificada designará a una persona, a un europeo, que propone como Presidente de la Comisión, propuesta que se traslada al Parlamento Europeo y que se realiza en el primer semestre tras la conformación del PE. El pleno del PE recién elegido, decide en Pleno si aprueba o no y con carácter vinculante la propuesta del Consejo.

 

El Presidente de la Comisión así elegido, inicia consultas con los Gobiernos de las distintos Estados para ir identificando a las personas que serán sus Comisarios, quien presenta a esta persona es el gobierno de cada país, pero tiene que existir una comunión de intereses entre el recién elegido Presidente de la Comisión y las personalidades que serán comisarios por cada país, y, finalmente, por mayoría cualificada, el Consejo ordinario presentará a los que son miembros de la Comisión, de común acuerdo con el electo Presidente de la Comisión. Esto se consigue, el consenso, a través de la elección de una personalidad afín al partido mayoritario. Sin embargo, el Presidente de la Comisión también debe estar de acuerdo con los nombres que se manejan, y será el Presidente en ejercicio de su competencia exclusiva el que otorgue a cada cual la carta correspondiente. No obstante, todos los elegidos, Presidente y comisarios se someterán a un proceso colegiado de aprobación ante el Parlamento Europeo que se deberá aprobar por mayoría de votos a favor y si el resultado es positivo, se conformará la Comisión, surgida de forma entrelazada a través de la voluntad de los ciudadanos europeos a través de la aprobación por parte del PE y de la voluntad de los estados a través de su proposición. El PE ha creado una práctica consistente en que cada uno de los comisarios pase ante el PE y se someta a las preguntas que el PE considere oportunas.

           

Detrás de todo esto hay un equilibrio muy fino entre los intereses estatales plasmados en el Consejo Europeo y los intereses de darle una legitimidad ante los ciudadanos a través de la intervención del Parlamento Europeo.

           

La duración del mandato es de 5 años, los mismos que el Parlamento, de ahí que la suerte de la Comisión a la del PE. Está prevista la posibilidad de que exista moción de censura del PE a la Comisión, pero la censura no está prevista de forma individual, sino al colegio, al órgano colegiado, es decir, a la Comisión al completo, a su Presidente y a los comisarios. Esto ha tenido diversos problemas para superarse. Los miembros de la comisión deben ser independientes y tener capacidad suficiente para llevar a cargo su puesto en el cargo. Los miembros de la Comisión actúan de forma independiente al PE, pero también al Consejo y al Consejo Europeo, y peses a ser nacionales de alguno de los Estados actúan con independencia de sus Estados y políticamente responden ante la propia Comisión y el PE y jurídicamente, únicamente el Tribunal de Justicia Europeo podrá cesar a un comisario, de conformidad con el artículo 216 del TCE, esto acaba de asegurar la independencia de la Comisión y de sus miembros, y de manera colegiada, sólo el PE a través de la moción de censura podrá cesar a la Comisión en su conjunto.

 

            El artículo. 217 del TCE regula la figura del Presidente que adquiere su legitimidad por la elección en el Parlamento y que posteriormente con la aprobación de la Comisión obtiene una segunda legitimación. El Presidente tiene libertad para llevar a cabo la organización interna, asignando a cada Comisario la cartera que considera más adecuada a su figura y nombrara a los Vicepresidentes que considere, aunque esto se realiza sobre la base previa de una negociación con los Estados miembros. En segundo lugar, es el Presidente el que marca la agenda y los ritmos de los trabajos de la Comisión y los comisarios ejercen su función en un órgano colegiado, pero bajo la autoridad de su Presidente, autoridad que se vio reforzada tras el Tratado de Niza que añade un 4º párrafo al artículo. 217 del TCE en el que positiviza el llamado compromiso Prodi, que consiste en que todo miembro de la Comisión presentará su dimisión si el Presidente previa aprobación del colegio así se lo pidiera, esto, en la época de duración de la Presidencia de Romano Prodi se estableció como un compromiso no escrito de todos los Comisarios para con su Presidente.

 

Esto se produce porque durante la Comisión de Santer estaba prevista formalmente la moción de censura, ya que se descubrió que la comisaria francesa había cometido irregularidades graves relacionadas con corrupción, y las sospechas eran tan claras y graves que el PE presentó una moción de censura para todo el órgano, aunque su intención era censurar la actuación únicamente de uno de sus comisarios, Santer le pidió que dimitiera, pero ella se negó tajantemente a dimitir, pero quedaba la vía de que bien el Consejo, bien el Parlamento acudieran al Tribunal para que la cesaran en su función. La moción de censura se llevó a cabo y estuvo al borde de triunfar pese a que con las mayorías agravadas que se exigen es muy difícil que triunfe, pero cuando se presentaron las conclusiones de la investigación, lo descubierto fue tan grave, que la Comisión en bloque dimitió. De ahí que se aprobara este compromiso Prodi como forma de acabar con uno de sus Comisarios si este pierde la confianza política, sin necesidad de dar al Presidente la capacidad de ceder a un miembro de la Comisión, que no ha sido elegido por él. Este compromiso que trae causa de la Comisión Santer, finalmente en Niza se incorpora formalmente al texto del Tratado CE, esto salva también el problema de que el PE no puede censurar únicamente a un miembro.

 

En el Tratado de Lisboa, en el artículo 9.D se regula la figura del Presidente de la Comisión, estableciendo en su párrafo 6º lo siguiente: “El Presidente de la Comisión:

a) definirá las orientaciones con arreglo a las cuales la Comisión desempeñará sus funciones;

b) determinará la organización interna de la Comisión velando por la coherencia, eficacia y colegialidad de su actuación;

c) nombrará Vicepresidentes, distintos del Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, de entre los miembros de la Comisión.

Un miembro de la Comisión presentará su dimisión si se lo pide el Presidente. El Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad presentará su dimisión, con arreglo al procedimiento establecido en el apartado 1 del artículo 9 E, si se lo pide el Presidente.”

           

En realción al compromiso Prodi se produce un reforzamiento de la autoridad del Presidente, ya que ya no necesitará contar con el consenso previo del colegio, además, el Representante de la Unión para la PESC presentará su dimisión si el Presidente se lo pide pero de acuerdo con el procedimiento establecido en el apartado 1 del artículo 9 E, lo que supone que para hacerle dimitir hay que acabar con más legitimidades, ya que será necesario que el Consejo por mayoría cualificada lo acepte. Este alto Representante obtiene una doble legitimación, por un lado del Presidente de la Comisión, y por otro, de los Estados, ya que trata de asuntos de capital importancia dentro del ámbito estatal.

           

La Comisión funciona de forma colegiada, por lo que las decisiones en la comisión deben adoptarse por mayoría absoluta, por ello, es importante no solo la cartera que gestiones, sino también estar sentado en la Comisión puesto que cada Comisario tiene un solo voto igual de válido. También se ve esta colegialidad en la forma de nombrar y de cesar a la Comisión por parte del PE, ya que solo puede nombrar y cesar a la Comisión en bloque, aunque esta colegialidad cada vez se ve más matizada por las funciones que se le atribuyen al Presidente, aunque luego ante el Parlamento repsonden todos a la vez y de la misma forma.

           

            Poderes de la Comisión, se pueden dividir en 5 apartados:

           

1.- Derecho de iniciativa normativa:

 

El fundamento jurídico se encuentra en el tercer guión del artículo 211 y 250 del TCE: COPIAR AMBOS ARTÍCULOS. IMPORTANTES. El derecho de iniciativa normativa lo tiene prácticamente de forma exclusiva la Comisión, ya que es la única que puede proponer porque la Comisión es la encargada de ejercer como motor y de velar por los intereses de la Unión. Esta propuesta no puede ser aceptada por la Comisión, ya que la toma de decisión la tienen de forma conjunta el Parlamento y el Consejo. El Consejo sólo tiene una posibilidad de escape que se plasma en el artículo. 250.1 y es que sólo se puede modificar una propuesta de la Comisión por parte del Consejo es que el Consejo la adopte por unanimidad. Mientras el Consejo no se haya pronunciado, la Comisión es libre de modificar su propuesta las veces que quiera, con esto, se abre un juego de negociación casi permanente entre Consejo, Parlamento y Comisión. Se convierte en garantía del interés general y sobretodo, en garantía del interés de los medianos y pequeños estados frente a los grandes.

           

Se dan excepciones en el ámbito de los pilares que no son el comunitario, porque el poder de iniciativa es monopolio exclusivo de la Comisión, mientras que en los dos otros pilares se establece que estará plenamente asociada, pero en la realidad, significa que carece de importancia práctica, ya que al no haber cedido competencias soberanas, se trata de materias que quedan reservadas al ámbito de los acuerdos estatales.

           

2.- Poderes de decisión y gestión:

 

Hay que hablar de un poder de decisión propio y de un poder de decisión atribuido (poder de gestión de aquello que tiene poder de decisión). El poder de decisión propio es muy reducido, pero en algunos ámbitos muy concretos, muy delimitados, el Tratado les otorga poder de decisión, pero el Tratado no otorga un poder de decisión general, sino un poder de decisión muy restringido, limitado y acotado.

           

Además, el Consejo tiene atribuido en el Tratado el poder de ejecución de las decisiones, pero a la vez que el Tratado le atribuye ese poder, le obliga a cederlo a la Comisión (artículo 202, guión 3º TCE). La ejecución de las medidas adoptadas por el Consejo que surgen a iniciativa de la Comisión, se trata de una cesión que se realiza estableciendo unas condiciones a través del establecimiento de diversas modalidades de seguimiento y control de ese poder de ejecución cedido. Estas modalidades se aprobaron por una decisión del Consejo de 28 de junio de 1999, conocida como decisión sobre Comitología, y el Consejo crea tres Comités, que tienen como misión controlar u hacer seguimiento de la competencia de ejecución que el Consejo ha cedido a la Comisión. Existen Comités consultivos, de Gestión (PAC, de pesca), de Reglamentación para Asuntos de interés General.

           

3.- Poderes de control del cumplimiento del derecho comunitario:

 

El art 211 TCE primer guión dice que la Comisión velará porque se aplique el Derecho comunitario originario y derivado.

 

No ejerce el poder de control en solitario la comisión sino también el Tribunal de Justicia, el Parlamento y el Tribunal de Cuentas, cada uno en su ámbito. La Comisión tiene como ámbito tanto los Es miembros como los particulares.

 

En cuanto a los Es miembros, la Comisión tiene un derecho de acceso a la información para el control, y los Es tienen la obligación de informar a la Comisión, que puede exigir determinada información en relación a los asuntos que considere para poder ejercer su competencia de control, para determinar si en ese asunto, o los asuntos que sean el Es que se controla está cumpliendo el derecho originario o derivado, además la comisión tiene sus propios mecanismos de obtener información, y por último la Comisión puede recibir quejas o denuncias de particulares. Como consecuencia de este flujo de información la Comisión puede ver si un Es incumple el Derecho, y dispone de una serie de mecanismos para corregir las posibles desviaciones.

 

1º En primer lugar tiene la capacidad de reunirse y desarrollar contactos oficiales u oficiosos con las administraciones afectadas, con objetivo de desarrollar medidas preventivas o advertencias de posibles irregularidades.

 

2º Podrá dirigirse formalmente a los Es y plantearles recomendaciones o dictámenes sobre cualquier materia. Art. 211, segundo guión TCE

 

3º En algunas materias, la Comisión puede adoptar decisiones o directivas, de obligado cumplimiento, pero de manera excepcional y ámbitos concretos, pe en materias de ayudas públicas que afectan la libre competencia y la libertad común.

 

4º Procedimiento por incumplimiento. Es el más importante. Tiene dos fases, una primera administrativa (vamos a ver en este tema) y una segunda fase judicial (que veremos en los recursos ante en Tribunal de justicia).

 

La fase administrativa del procedimiento por incumplimiento la dirige la Comisión y conlleva el siguiente procedimiento. La Comisión tiene el deber de dirigirse al Eº miembro si tiene el conocimiento de que ese Eº en cualquiera de sus ámbitos (ayuntamiento, CCAA…), o ya sea poderes de la Administración central o no, si tiene el conocimiento de que está incumpliendo sus obligaciones comunitarias. Se dirigirá con una “carta de emplazamiento” en la que denuncia y explica el incumplimiento e incluye un plazo para que el Eº conteste.

 

El Eº puede convencer a la Comisión en dos casos: si el Eº ha corregido su comportamiento o en la respuesta ha dado argumentos suficientes a la Comisión para calificar su comportamiento como acorde al Derecho comunitario y entonces acaba el procedimiento.

             

Si no contesta en plazo y continúa haciendo caso omiso a la carta de emplazamiento o ha respondido pero no convencido a la Comisión, ésta adoptará un dictamen motivado en el que conminará al Eº infractor a poner término a lo que la Comisión considere infracción en un plazo determinado, una vez cumplido el plazo el Eº podrá haberse avenido a lo señalado por la Comisión y finaliza el procedimiento o no avenirse.

 

En caso de no avenirse la Comisión podrá acudir de acuerdo con el art 226 al Tribunal de Justicia de la CE demandando al Es, y aquí empieza la segunda fase judicial y termina la primera administrativa.

 

En relación a los particulares

Principalmente sobre las personas jurídicas la Comisión tiene una importante competencia reconocida de control art 284 TCE, tiene poder de recabar información para poder llevar a cabo su competencia de control, pudiendo incluso en determinados ámbitos tener poder sancionar.

 

4.- Gestión y control de las cláusulas de salvaguardia.

 

Los tratados originarios tienen una cierta flexibilidad para que puedan adaptarse esas normas al cambio de la vida real, dificultades que surgen, de tal manera que el Eº víctima no puede tener la decisión de cuando ponerlas en marcha porque sería falsear el sistema, lo más que puede hacer es pedirle a la Comisión que las ponga en marcha, dado que la situación real ha cambiado en su perjuicio y es lo suficientemente grave como para cambiar. Las más importantes son las de salvaguardia. La Comisión decide discrecionalmente si se dan las circunstancias para activarlas o no, decide su alcance y decide su duración. Esto no deja de ser una anomalía del sistema que solo puede adoptarse en situaciones graves y por eso son tasados los casos en que se permite recurrir a las clausulas de salvaguardia, son cuatro:

 

·        Durante los periodos de transición de cada ampliación y solo en los ámbitos materiales a los que le afecte dicha ampliación.

·        Mantenimiento excepcional de medidas nacionales en ámbito de mercado interior. Art 95 párr. 10 TCE Las medidas de armonización anteriormente mencionadas incluirán, en los casos apropiados, una cláusula de salvaguardia que autorice a los Estados miembros a adoptar, por uno o varios de los motivos no económicos indicados en el artículo 30, medidas provisionales sometidas a un procedimiento comunitario de control.

·        Desviaciones del tráfico comercial. Art 134 TCE Con objeto de asegurar que la aplicación de las medidas de política comercial, adoptadas por cualquier Estado miembro de conformidad con el presente Tratado, no sea impedida por desviaciones del tráfico comercial, o cuando diferencias entre dichas medidas provoquen dificultades económicas en uno o varios Estados, la Comisión recomendará los métodos para la necesaria colaboración de los demás Estados miembros. Fallando esto, la Comisión podrá autorizar a los Estados miembros para que adopten las medidas de protección necesarias, en las condiciones y modalidades que ella determine.

En caso de urgencia, los Estados miembros solicitarán a la Comisión la autorización para adoptar directamente las medidas necesarias y ésta se pronunciará lo antes posible; a continuación, el Estado miembro de que se trate lo notificará a los demás Estados miembros. La Comisión podrá decidir en todo momento la modificación o supresión de dichas medidas por los Estados miembros afectados.

Deberán elegirse con prioridad las medidas que menos perturbaciones causen al funcionamiento del mercado común.

 

·        Medidas nacionales más protectoras del medio ambiente, art 174.2 TCE La política de la Comunidad en el ámbito del medio ambiente tendrá como objetivo alcanzar un nivel de protección elevado, teniendo presente la diversidad de situaciones existentes en las distintas regiones de la Comunidad. Se basará en los principios de cautela y de acción preventiva, en el principio de corrección de los atentados al medio ambiente, preferentemente en la fuente misma, y en el principio de quien contamina paga.

En este contexto, las medidas de armonización necesarias para responder a exigencias de la protección del medio ambiente incluirán, en los casos apropiados, una cláusula de salvaguardia que autorice a los Estados miembros a adoptar, por motivos medioambientales no económicos, medidas provisionales sometidas a un procedimiento comunitario de control.

 

            5.- Poderes en la acción exterior de la Unión.

 

La Comisión comparte con el Consejo la representación exterior de la UE, la Comisión en el actual derecho vigente, va a tener que decir algo básicamente en comercio y cooperación, en estos ámbitos materiales que pertenecen al primer pilar, en esa parte de la acción de la Unión el papel de la Comisión es importante, sobretodo en lo que respecta a la negociación de tratados, sobretodo en materia comercial, quien negocia es siempre el comisario correspondiente. El Consejo autoriza la apertura de negociaciones, negocia el comisario, y la autorización vuelve de nuevo al Consejo.

TEMA 6. El parlamento europeo.

 

Representa a los ciudadanos de la UE en la lógica de la estructura constitucional. Desde 1952 y hasta 1979 los miembros del parlamento eran elegidos de manera indirecta por los miembros de los parlamentos nacionales de los Es miembros, igual que pasaba en la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa. En 1979 tras la decisión del Consejo de 1976 que incorpora la denominada acta electoral europea donde se acordó regular la elección de los miembros del Parlamento europeo por sufragio universal. En 1979 se celebraron las primeras elecciones al Parlamento europeo por sufragio universal.

 

Como hemos visto en la Comisión (cuya suerte va ligada a la del Parlamento) éste se elige cada cinco años y es muy significativo el nivel de participación en las elecciones desde el 79 (63% de los votantes), en el 84 (61%), en el 89 el (58,5%), en el 94 (56,8%), en el 99 (49,4%) y en el 2004 (45,6%). Coincide con una tendencia contraria a que el Parlamento europeo cada vez tiene más poder de decisión real y la participación es cada vez menor, es el ejemplo más claro del llamado déficit democrático de la Unión, existe un desapego entre cómo se elaboran las normas de Derecho comunitario y las personas, teniendo en cuenta además que desde Maastricht, más de las ¾ partes de las normas que se nos aplican a diario provienen de Bruselas, lo que es peor, los propios gobiernos de los Es se excusan en esto a veces dentro de su país.

 

Aunque el art 190 párr. 4º del TCE establece que habrá un procedimiento uniforme de elección en todos los países miembros dificultó enormemente esa uniformidad porque el RU tiene un sistema mayoritario a una vuelta y la mayoría de los países de Europa continental proporcionalmente, finalmente la aceptación del sistema proporcional por RU en 1999 permitió adoptar un esquema que no llega a régimen electoral completo, con los siguientes principios para las elecciones de 2004.

 

1.      Elección por sufragio universal

2.      Con escrutinio proporcional

3.      La determinación de la circunscripción electoral se deja libre a cada Eº, si único, múltiple

4.      También se deja a la libre decisión de cada Eº el asunto de las listas, bloqueadas o no

5.      Así como establecer un umbral de apoyo mínimo de hasta el 5% de los votos, también a la libertad de cada Eº.

La opción de España es en lo común sufragio universal, escrutinio proporcional y en la elección circunscripción única, a diferencia de las elecciones generales y listas bloqueadas.

 

Incompatibilidades

 

No se puede ser diputado y miembro de otra institución europea, y desde 2004 no se puede ser diputado nacional y también del parlamento europeo. Otro ejemplo de lo mal valorado que está este sistema, los que van en los puestos de la UE son los que quieren quitar de en medio.

 

Organización y funcionamiento.

 

El Parlamento Europeo elabora su propio reglamento interno y elige por mayoría absoluta al presidente, 14 vicepresidentes y 5 cuestores todos conforme a lo que se llama la mesa del Parlamento Europeo, se eligen por un periodo de 2 años y medio, dos mesas por legislatura, la práctica es que se turnen en la presidencia, dos años y medio cada uno de los grandes grupos. Se reúne en sesiones ordinarias y extraordinarias.

 

Grupos políticos. Los diputados tienen prohibido agruparse por Es, así que lo hacen por ideologías, en las últimas elecciones cada grupo político tiene que tener un número mínimo de 20 diputados (número cambiante con frecuencia, como consecuencia de las ampliaciones, paso de 16 a 19 y de 19 a 20) y de al menos 5 Es diferentes, cada diputado solo puede ser de un grupo, si no se alcanzan esos requisitos, los que sobran van al grupo de los no inscritos. En definitiva con ello lo que se persigue es que los ciudadanos voten ideológicamente y no por nacionalidad, pero en definitiva todavía la campaña electoral se hace a nivel nacional y la gente busca a ver “quien saca más a Europa y no quien da más a Europa” sigue siendo un sistema de Es y no de un ente superior. El país que más diputados tiene es Alemania 99, España tiene 54, quien menos tiene es Malta 5…

 

            Competencias del parlamento europeo

 

            Básicamente se dividen en dos grupos: los poderes de control político del PE y en el segundo grupo veremos los poderes en el proceso de creación normativo, en ambos casos recogidos en el derecho originario.

 

            Poderes de control político.

 

1        Interpelaciones y preguntas de los miembros a la Comisión, a los comisarios, a la presidencia del consejo, que deben responder normalmente (por escrito, interpelaciones; preguntas orales…)

 

2        Con importancia formal superior, los informes que se deben presentar al PE, instrumento importante sobre el cual ejerce el PE su poder de control político. En primer lugar están los informes anuales y en segundo los sectoriales. Entre los anuales el más importante es el que debe presentar la Comisión de acuerdo al art. 200 TCE, y que se denomina informe general, sobre todas las actividades comunitarias y sobre el desarrollo de las distintas actividades políticas, algunos del resto de órganos también deben presentar informes anuales, pe: tribunal de cuentas, tribunal de las regiones...

 

3        Las comisiones temporales de investigación. A diferencia del resto de poderes que son permanentes, estas comisiones temporales son ad hoc, no están previamente previstas, sino que se crean en un momento determinado por el propio PE, cuando surge la decisión política de crearlas. Art 193 TCE, se constituyen a petición de ¼ de los diputados y sirven para examinar las alegaciones de infracción o de mala administración en la aplicación del derecho comunitario. Una de las más recientes y cuyos resultados han sido más conocidos, fue la comisión temporal de investigación encargada de investigar todo lo relativo a los llamados eufemísticamente vuelos secretos por parte de EEUU sobrevolando y en algunos casos aterrizando en Es miembros de la Unión, y el informe fue realmente aplastante para todos los países en que eso ocurrió que fueron prácticamente todos.

 

4        La moción de censura (primero la votación de confianza en relación a como se elige al presidente de la comisión y los comisarios) del PE a la comisión como órgano colegiado, se ha planteado ya hasta en 7 ocasiones. Se puede plantear por 1/10 de los diputados, se puede plantear a la comisión en bloque, no a determinados diputados, de ahí todo lo que se dijo en relación a la comisión y a la posibilidad que el presidente exija a alguno de los comisarios que dimita. El procedimiento de votación una vez presentada de manera motivad, por escrito y con el apoyo necesario se ve en el PE y para su aprobación necesita una doble mayoría especialmente rigurosa (por eso nunca ha prosperado ninguna n de las 7 presentadas), en primer lugar 2/3 a favor que supongan la mayoría absoluta del PE (2/3 de los que votan que supongan la mitad más uno del PE); además el procedimiento de votación es nominal y público.

 

La primera moción de censura se presentó en 1976 y desde entonces se han presentado 7 la última el 11-enero-1999, el PE tenía un problema con una comisaria concreta, pero como solo puede censurar al órgano colegiado y las apariencias de fraude eran graves, por otra parte el presidente de la comisión no tenía ninguna capacidad reconocida en los tratados para hacer dimitir entonces a esa comisaria, la moción prácticamente triunfa pero no lo hizo porque los diputados franceses se movieron para evitarlo, pero en marzo la comisión entera dimitió, porque el informe presentado por una comisión temporal fue tan brutal que la comisión entera se vio obligada a dimitir y el resultado fue el mismo que con una moción, se tuvo que elegir una nueva comisión para el periodo restante…

 

Optar por la vía judicial es posible, planteado por el PE o el Consejo, pero es más lenta, porque hay más garantías, y es posible que el tribunal de justicia emitiese su sentencia una vez que se hubiese cumplido el plazo, y sin embargo la presión mediática es real, y presente de hoy a mañana, no con tanto tiempo. El único que puede censurar a la comisión en su conjunto es el PE, lo que puede realizar el presidente de la comisión es pedirle a un comisario que dimita y partir del informe Prodi en 1999 si tiene el presidente el respaldo de la comisión tiene la obligación de dimitir el comisario requerido, en realidad es un cese encubierto.

 

5        El nombramiento de otras instituciones. Además de participar en la designación del Presidente de la Comisión y autorizar más tarde la investidura de toda la comisión, el PE interviene e n los siguientes nombramiento.

 

Nombra al defensor del pueblo europeo por mayoría de votos emitidos, con un quórum de al menos la mitad del parlamento europeo. Debe ser consultado por el consejo para la elección de los miembros del tribunal de cuentas y del presidente y del comité ejecutivo del BCE, los nombra el consejo pero previa consulta preceptiva pero no vinculante.

 

6.      En el segundo y tercer pilar, que no son comunitarizados, el papel del PE queda muy restringido a poder emitir sus informes cuando quiera y a que se le solicite cuando así lo determina el tratado, determinados informes o dar su opinión, pero nada más.

 

Por último el PE tiene capacidad de plantear recursos ante el tribunal de justicia de la CE, en el art 230 del TCE, en Niza por fin se le reconoce al PE la legitimación activa para recurrir actos de otras instituciones en pie de igualdad al consejo y a la comisión, se le considera desde Niza demandante privilegiado que básicamente quiere decir que no hace falta que pruebe que tiene un interés especial en el asunto, sino que por el 230 va de suyo que lo tiene. Puede solicitar además dictámenes al tribunal sobre la compatibilidad de tratados con terceros estados que esta realizando la comisión. Y por último puede demandar a comisarios y también puede demandar a la comisión por inacción.

 

Poderes normativos del PE.

 

            En primer lugar están los poderes consultivos y deliberativos.

            Después veremos los poderes de cooperación

            Y en tercer lugar los poderes de codecisión.

 

            En primer lugar, dentro de los poderes consultivos y deliberativos nos encontramos con:

·        La consulta ordinaria que se concreta en el dictamen consultivo de lectura única. Hasta el Acta Única Europea de 1986 era el único poder en el ámbito normativo del PE. Se trata de un dictamen consultivo preceptivo, aunque no vinculante, lo cual quiere decir que el consejo y la comisión debían solicitar obligatoriamente el informe preceptivo al PE, si no lo hacían así se aprobaba la norma sin tener el informe del PE, éste podría recurrir al tribunal de justicia para que declarase nula la norma aprobada sin su consentimiento por violación de normas sustanciales de acuerdo con el art 230 del TCE, era preceptivo pero no vinculante.

 

·        Existen también los denominados dictámenes facultativos, aquí el PE no tiene que dar explicaciones de ningún tipo. La naturaleza jurídica de este tipo de resoluciones, el contenido obligatorio es ninguno porque son meras recomendaciones, pero el alcance político depende, en algunos casos muy poderoso, en otros pasa prácticamente desapercibido.

 

·        Poderes de deliberación sobre cualquier materia que ya toman forma de dictámenes sino de recomendación

 

Los poderes de cooperación regulados en el art 252 y que son introducidos como la gran novedad por el Acta Única Europea en 1986 pero tras la entrada en vigor del tratado de Ámsterdam ya apenas se utiliza que para cuatro temas de la unión económica y monetaria y además en el tratado de Lisboa, simplemente desaparecen, así pues no los aplicaremos por ser un sistema condenado a desaparecer.

 

Los poderes de codecisión, regulados en el art 251 TCE, el poder de codecisión implica que se coloca a un mismo nivel al PE que el consejo. De facto es el sistema de general de adopción de normas. En el tratado constitucional se reconocía por primera vez esa situación de hecho del sistema normal, general de adopción de decisiones normativas, comunitarias que es la codecisión, pero no ha entrado en vigor. Y en Lisboa el art 251 se ve reformado ligeramente, no en el procedimiento, pero si el apartado primero dice procedimiento legislativo ordinario y no (procedimiento siguiente como dice el TCE), esto supone un triunfo contra el déficit democrático que ya hemos hablado.

 

El procedimiento es un procedimiento de tres lecturas.

 

En la primera lectura la comisión, que es quien tiene siempre el poder de iniciativa, envía a la vez al consejo y al parlamento europeo su propuesta, aquí empieza la primera lectura. El Consejo, por mayoría cualificada, previo dictamen del Parlamento Europeo, puede hacer tres cosas básicamente.

 

Si el dictamen del PE, es acorde con la propuesta de la comisión (cosa que no ocurre nunca) se aprueba.

Si el PE introduce modificaciones en el dictamen, la propuesta de la comisión solo podrá aprobarse por unanimidad por el consejo.

Ahora bien lo que siempre puede ocurrir es que la comisión sea ella la que modifique su propuesta conforme al dictamen del PE, se abre una negociación a tres bandas entre comisión, PE y consejo, la comisión puede negociar con el PE y el consejo y ella misma cambiar su propuesta, tantas veces y siempre que ella quiera que es la dueña de la propuesta, de tal manera que si la comisión hace suyas las reformas que pretende introducir y la propuesta llega al consejo, el consejo la puede aprobar por mayoría cualificada.

Sí se aprueba la propuesta ya sea por mayoría cualificada o unanimidad según el caso, se acaba aquí el procedimiento, pero eso no ocurre nunca.

 

Segunda lectura. Si no hay acuerdo, el consejo transmite al PE una determinada posición común sobre la propuesta normativa de la comisión. Se envían al PE dos informes, una con la posición común del consejo y otra un informe de la comisión en el que plasma su posición en relación al dictamen en primera lectura del PE.

 

El parlamento tiene tres meses para pronunciarse en los que puede: aprobar por mayoría de votos la posición común del consejo o, en silencio después de tres meses implica la aprobación de la norma.

La segunda posibilidad es que el PE puede rechazar en bloque la posición común del consejo por mayoría absoluta y se vuelve el principio.

Tercera posición que es la común es que ni la acepta, ni la rechaza en bloque pero presenta enmiendas, ahora se continúa con esta vía.

 

Si el PE presenta enmiendas,  la comisión tiene que emitir un dictamen diciendo si esta de acuerdo o no con las enmiendas, que presenta al PE con la posición común del consejo, ahora vuelve a  la segunda lectura.

 

El consejo en el plazo de tres meses puede aprobar por mayoría cualificada las enmiendas del PE, en segunda lectura, que obtuvieron la conformidad de la Comisión y por unanimidad las restantes (que no obtuvieron la conformidad de la Comisión).

 

La tercera fase se da ante un comité de conciliación, en caso de no alcanzar el Consejo la mayoría o la unanimidad. El comité de conciliación esta formado por los mismos miembros del Consejo y del parlamento (27, uno por país); si en seis semanas hay acuerdo, el Consejo ratificara por mayoría cualificada y el PE por mayoría absoluta, la norma se acuerda. Si no hay acuerdo, el rechazo de PE supone el veto a la decisión,  importante, porque implica que el PE está en la misma posición que el Consejo. La comisión desaparece en la tercera fase y no hace falta la unanimidad.

 

Art 251 TCE

 

1. Cuando en el presente Tratado, para la adopción de un acto, se haga referencia al presente artículo, se aplicará el procedimiento siguiente.

2. La Comisión presentará una propuesta al Parlamento Europeo y al Consejo.

El Consejo, por mayoría cualificada, previo dictamen del Parlamento Europeo,

  • Si aprobara todas las enmiendas contenidas en el dictamen del Parlamento Europeo, podrá adoptar el acto propuesto así modificado;
  • Si el Parlamento Europeo no propusiera enmienda alguna, podrá adoptar el acto propuesto;
  • En los demás casos, adoptará una posición común y la transmitirá al Parlamento Europeo. El Consejo informará plenamente al Parlamento Europeo de los motivos que le hubieran conducido a adoptar su posición común. La Comisión informará plenamente sobre su posición al Parlamento Europeo.

Si, transcurrido un plazo de tres meses desde esa comunicación, el Parlamento Europeo

  1. Aprobara la posición común o no tomara decisión alguna, el acto de que se trate se considerará adoptado con arreglo a esa posición común;
  2. Rechazara, por mayoría absoluta de sus miembros, la posición común, el acto propuesto se considerará no adoptado;
  3. Propusiera enmiendas de la posición común por mayoría absoluta de sus miembros, el texto modificado será transmitido al Consejo y a la Comisión, que emitirá un dictamen sobre estas enmiendas.

3. Si en un plazo de tres meses desde la recepción de las enmiendas del Parlamento Europeo, el Consejo aprobara por mayoría cualificada todas ellas, se considerará que el acto de que se trate ha sido adoptado en la forma de la posición común así modificada; no obstante, el Consejo deberá pronunciarse por unanimidad sobre aquellas enmiendas que hayan sido objeto de un dictamen negativo de la Comisión. Si el Consejo no aprobara todas las enmiendas, el presidente del Consejo, de acuerdo con el presidente del Parlamento Europeo, convocará en el plazo de seis semanas una reunión del Comité de Conciliación.

4. El Comité de Conciliación, que estará compuesto por los miembros del Consejo o sus representantes y por un número igual de representantes del Parlamento Europeo, procurará alcanzar un acuerdo sobre un texto conjunto, por mayoría cualificada de los miembros del Consejo o sus representantes y por mayoría simple de los representantes del Parlamento Europeo. La Comisión participará en los trabajos del Comité de Conciliación y adoptará todas las iniciativas necesarias para favorecer un acercamiento de las posiciones del Parlamento Europeo y del Consejo. Al realizar esta misión, el Comité de Conciliación examinará la posición común sobre la base de las enmiendas propuestas por el Parlamento Europeo.

5. Si en el plazo de seis semanas después de haber sido convocado, el Comité de Conciliación aprobara un texto conjunto, el Parlamento Europeo y el Consejo dispondrán cada uno de seis semanas a partir de dicha aprobación para adoptar el acto en cuestión conforme al texto conjunto, pronunciándose respectivamente por mayoría absoluta de los votos emitidos y por mayoría cualificada. Si cualquiera de ambas instituciones no aprobara el acto propuesto dentro de dicho plazo, éste se considerará no adoptado.

6. Si el Comité de Conciliación no aprobara un texto conjunto, el acto propuesto se considerará no adoptado.

7. Los períodos de tres meses y de seis semanas a que se refiere el presente artículo podrán ampliarse, como máximo, en un mes y dos semanas respectivamente, a iniciativa del Parlamento Europeo o del Consejo.

 

TEMA 7. Sistema jurisdiccional de la UE

 

Hasta 1988 el tribunal de justicia de las comunidades europeas constituía una instancia única de jurisdicción, en ese año se crea el llamado tribunal de primera instancia, mientras que el tratado de Niza incorpora las llamadas salas jurisdiccionales, por consiguiente hoy lo que tenemos vigente en el sistema jurisdiccional a nivel comunitario son: el tribunal de justicia, el tribunal de primera instancia y las salas jurisdiccionales. Estas tres instancias comparten el ejercicio de la función jurisdiccional comunitaria no solo entre ellas sino con los órganos jurisdiccionales de los estados. Los jueces ordinarios de los estados son sistema jurisdiccional de la UE, son por decirlo de alguna manera los jueces ordinarios del Derecho comunitario, y luego viene el nivel comunitario formado por estos tres órganos.

 

Composición y estatuto.

 

El tribunal de justicia está formado por jueces, por abogados generales (no tenemos en nuestro sistema judicial) y por secretarios. El art 221, párr. 1º TCE determina que habrá un juez por cada estado miembro.

 

 El art. 223 determina la forma de designar a los jueces: por común acuerdo de los gobiernos de los estados miembros, la práctica lo que se hace es que cada estado propone un juez de su nacionalidad. Ahora bien el tratado de Lisboa 224 bis viene modificar esto y dice que se constituirá un comité para que analicen la idoneidad de los candidatos para ser jueces o abogados generales, es decir, hasta ahora y aún hoy los estados tenían libertad a la hora de decidir dentro de una serie de requisitos, ahora la novedad es que antes de que ellos nombren, un comité analizará la idoneidad. Compondrán el comité 7 antiguos miembros del tribunal de justicia y tribunal de primera instancia o miembros de órganos jurisdiccionales superiores o juristas de reconocida competencia y uno de ellos será propuesto por el PE. Son elegidos por un periodo de 6 años, renovables ilimitadamente.

 

Los abogados generales son una figura ajena a nuestro sistema jurisdiccional español, no ejercen jurisdicción, no son jueces, su función es presentar conclusiones en determinados asuntos que son importantes porque plantean cuestiones de derecho novedosas, sobre las que no hay jurisprudencia ya asentado, sobre las que el tribunal va a tener que establecer nueva jurisprudencia. De ahí la importancia de los abogados generales, porque esas conclusiones van a marcar la jurisprudencia del tribunal, no producen efectos en el litigio ni tampoco en relación a terceros, pero ayudan a elaborar la jurisprudencia del tribunal en esos asuntos novedosos.

 

El estatuto del tribunal y de los jueces y tribunales que lo conforman, contiene los derechos y obligaciones, encaminado a preservar la independencia e imparcialidad. Se regulan los derechos y obligaciones en el protocolo sobre el estatuto del tribunal de justicia y en el reglamento del tribunal de justicia que data de junio-1991. Obligaciones: ser imparciales, guardar secreto sobre las deliberaciones, no asumir función política o administrativa, ni ejercer funciones…. Derechos: inmunidad de jurisdicción absoluta durante su mandato y que solo podrá ser levantada por el pleno del tribunal de justicia, y aún así solo podrá juzgarse por el Tribunal Supremo del que es miembro el juez, otro derecho es la inamovilidad de su mandato durante seis años (renovables), que solo podrá ser acordada por decisión unánime del resto del tribunal cuando considerasen que ha dejado de reunir las condiciones requeridas o incumplido sus obligaciones.

 

Organización y funcionamiento,

 

Lo que se refiere a la organización el tribunal puede actuar en sala, gran sala o en pleno. Las salas están formadas por 3 o 5 jueces; la gran sala esta formada por 13 con un quórum de 9; y el pleno lo forman los 27 jueces con un quórum mínimo de 15.

 

Normalmente los asuntos se ven en sala, a no ser que un estado o una institución digan, siendo por supuesto parte en el asunto, que quieren que se haga cargo la gran sala en el asunto. Es absolutamente excepcional que un asunto llegue al pleno, solo está previsto para la destitución de un comisario o del defensor del pueblo.

 

El régimen lingüístico, es un asunto de interés, la lengua de trabajo interna del tribunal es el francés (cuando se reúnen a deliberar entre ellos), la lengua del procedimiento varía y se elige siguiendo unas reglas, básicamente se reduce a un par de ellas: en los recursos directos el demandante en principio elige la lengua del procedimiento, pero cuando el demandado es un estado o una persona física o jurídica de un estado miembro la lengua del procedimiento es la lengua oficial del estado al que se ha demandado o del que es nacional la persona demandada. Y en los asuntos prejudiciales que son aquellos que plantean los tribunales ordinarios de un estado al tribunal de justicia, la lengua del procedimiento es la del órgano jurisdiccional que plantea la cuestión prejudicial. En los recursos de casación se mantiene la lengua del procedimiento. El problema es que como todas las lenguas son oficiales, los documentos deben estar traducidos en todas las lenguas.

 

Procedimiento. Es mixto, parte oral y escrita. Es inquisitivo en el sentido que una vez admitida la cuestión a trámite, el tribunal actúa activamente. Es contradictorio, puede defender su posición. Es público, tanto la vista como la sentencia.

 

Algunas de sus competencias, (tema 23para los recursos)

 

Art 220 TCE dice que es su función garantizar el respeto del derecho comunitario en la aplicación e interpretación. No tiene la misma competencia el tribunal en los tres pilares, absolutamente competente en el primer pilar (comunitarizado), en el segundo no lo es y en el tercero en determinados asuntos. Lo cual prueba una vez más que el primer pilar es de integración y los otros de cooperación intergubernamental.

 

Competencias concretas. Interpretación del derecho comunitario de un lado, ya veremos los tipos de recurso, y luego la aplicación del derecho comunitario, pero sin olvidar que los que lo aplican son los jueces y tribunales ordinarios de los estados.

 

Todo lo dicho es aplicable al tribunal de justicia, de primera instancia y de las salas jurisdiccionales.

 

El tribunal de primera instancia se crea en 1988 por decisión del Consejo, finalmente por el tratado de Niza se incluye en el derecho originario. El tratado de Lisboa le cambia el nombre y a partir de su entrada en vigor pasará a llamarse tribunal general, lo cual muestra bien lo que se pretende, descargar de trabajo al tribunal de justicia, así queda el tribunal de justicia para cuestiones más importantes, de un lado la casación (segunda instancia) y de otro para temas importantes que los demandantes sean los privilegiados: consejo, parlamento, comisión y los estados.

 

Conoce de los recursos interpuestos por personas físicas y jurídicas (privilegiados al tribunal de justicia). Y para todos los temas relacionados con los títulos comunitarios de propiedad intelectual.

 

Esta primera instancia implica necesariamente tener que regular el recurso de casación para evitar varias interpretaciones dispares de derecho comunitario, se prevé en el 225 párr. º TCE, cabe contra las resoluciones que ponen fin al proceso en primera instancia, las que resuelven parcialmente el fondo del asunto, aquellos actos que ponen fin a un incidente procesal, incompetencia o inadmisibilidad y las sentencias relativas a mediadas provisionales, suspensión de ejecución de actos o suspensión de ejecución forzosa. Puede plantearlo cualquiera de las partes cuyas pretensiones hayan sido parcial o totalmente desestimadas.

 

Los motivos, solo pueden ser cuestiones de derecho y que por otra parte están específicamente tasados en el art 57 del estatuto del TJCE: incompetencia del TPI, irregularidades del procedimiento ante el TPI que lesionen los intereses de la parte recurrente y por ultimo violación del Derecho comunitario. La interposición no tiene efectos suspensivos, si se desestima el recurso, la resolución en primera instancia se hace firme, si lo desestima se anula la sentencia y puede o devolver el procedimiento al TPI para que revise o puede resolver el TJCE en casación.

 

La organización también en sala, gran sala y pleno; y un juez de cada estado miembro.

 

Las salas jurisdiccionales fueron introducidas por el tratado de Niza, pueden ser creadas por el consejo por unanimidad a propuesta de la comisión y previa consulta al PE y al TJCE; o bien a propuesta del TJCE, previa consulta al parlamento y la comisión (de los pocos que la comisión no tiene el monopolio). Se regula esto en el art 225a. El primero se ha creado es el tribunal de función pública de la UE, el 2-noviembre-2004, especializado en la resolución de los litigios del contencioso de la función pública.

 

A estas salas jurisdiccionales, Lisboa les cambia el nombre y pasarán a llamarse tribunales especializados. A partir de Lisboa estará el TJCE, el Tribunal General y las Salas jurisdiccionales.

 

El tribunal de cuentas Europeo

 

Se creó por el tratado relativo a financiación presupuestos de 22 julio de 1975, en este tratado. Se establecía por primera vez un régimen de financiación autónomo a partir de recursos propios, se crea este tribunal para fiscalizar esta financiación. Desde el 75 hasta el TUE de 1992 tenía la consideración de un órgano auxiliar de las instituciones con competencia en el ámbito presupuestario: Consejo y PE. En el TUE se eleva a rango de institución de Tribunal de Cuentas, aunque no es posible compararlo a los otros vistos, queda algo ajeno a esta estructura institucional tan equilibrado, está al mismo nivel formal que Consejo, PE, Tribunal, pero con competencias restringidas.

 

Tiene naturaleza administrativa, no judicial, que ejerce funciones de control externo de las Cuentas de la Unión, de presupuesto comunitario. El art. 9 TUE mantiene al tribunal de cuentas como institución, añade al Consejo Europeo y al BCE.

 

Composición del Tribunal de Cuentas. Art. 247 TCE, estará compuesto por 27 miembros (uno por estado) nombrados para un periodo de seis años, periodo largo para garantizar la independencia del nombrado; por el Consejo por unanimidad previa consulta (preceptiva pero no vinculante) al PE.

 

Competencias. Art 248 TCE, básicamente se refieren a la fiscalización de las cuentas de la totalidad de gastos e ingresos de la Comunidad, todo el presupuesto. Se trata de una fiscalización externo (no por el órgano que gasta) y a posteriori.

 

Criterios para desarrollar función básica. Regularidad, legalidad y buena gestión financiera, este tercer criterio no responde al principio de legalidad sino al de oportunidad. Para el cumplimiento de esta función el Tribunal de Cuentas tiene derecho a pedir a los estados miembros todo tipo de información que le sea necesario para cumplir este cometido, y los estados y órganos tienen la obligación de remitir todos los documentos e información que el tribunal solicite.

 

El resultado será un informe anual que debe realizar al cierre del ejercicio presupuestario realizado, además el Tribunal de Cuentas puede emitir dictámenes normalmente a solicitud de la institución que sea.

TEMA 9. El Banco Central Europeo. El Sistema Europeo de Bancos Centrales.

 

 

La Cig de Maastricht se establece también para otras cosas además de la Unión Económica y monetaria, que es lo primero para lo que se aborda. Así lo establece el art. 2 del TUE “la unión tendrá los siguientes objetivos: establecimiento de una Unión Económica y monetaria…” la consecuencia institucional es la necesidad de crear un Banco Central Europeo así como de establecer un Sistema Europeo de Bancos Centrales.

 

El art. 8 del TCE Con arreglo a los procedimientos previstos en el presente Tratado, se crean un Sistema Europeo de Bancos Centrales (denominado en lo sucesivo SEBC) y un Banco Central Europeo (denominado en lo sucesivo BCE), que actuarán dentro de los límites de las atribuciones que les confieren el presente Tratado y los Estatutos del SEBC y del BCE anejos (denominados en lo sucesivo Estatutos del SEBC).

 

La tercera fase de la unión económica y monetaria conllevaba la creación del BCE, cuya función básica es la de establecer, elaborar la política monetaria dentro de esa unión monetaria, política que debía de ser única para todos los países del ámbito euro. Algunos países no lo son aún por razones económicas y otros por no haber querido.

 

El BCE es creado el 1-junio-1998, tiene su sede en Frankfurt (Alemania, probablemente los que más tenían que perder, porque el marco era una moneda fuerte, por eso exigieron la sede del BCE). Está regulado en los art 105-113 TCE y en el Protocolo adicional 18 anexo al TCE que lleva por título “los estatutos del SEBC y del BCEK” tiene personalidad jurídica propia, y aunque no es considerado una institución (no está en el art 7.1 sino en el 8), pero pasará a serlo en el tratado de Lisboa.

 

Junto al BCE nos encontramos con el SEBC, ya que es la cúspide el BCE de un sistema formado por todos los BC. Con la creación del BCE no desaparecen los BC sino que se aprovecha su existencia para crear un sistema con una cabeza (BCE) y el resto de cuerpo formado por los BC; no solo siguen existiendo sino que mantienen su personalidad jurídica, lo que se crea es un órgano superior jerárquicamente.

 

Principios de funcionamiento del SEBC

 

1º Jerarquía y 2ª descentralización.

 

El principio jerárquico implica que el BCE es la cúspide del sistema, es el órgano que toma las decisiones más relevantes, de tal manera que la actuación de los BC nacionales debe ajustarse a las orientaciones establecidas por el BCE (art 14.3 del estatuto). Para asegurar el principio de jerarquía al BCE se le reconoce legitimidad para llevar ante el TJCE a aquel BC que incumpla con las obligaciones establecidas en el estatuto, de acuerdo al art 35.6 del estatuto.

 

El principio de descentralización implica que el BCE recurrirá a los BC nacionales para ejecutar las operaciones que corresponden al SEBC, los BC nacionales son los ejecutores de la política monetaria fijada por el BCE. Descentralización que tiene un único límite, la unidad de la política monetaria, para lo cual es necesaria la relación jerárquica

Estructura orgánica.

 

El SEBC está formado por 28 BC, por los 27 de los estados miembros más el BCE. La estructura orgánica se divide en tres órganos del sistema: el Consejo de Gobierno, el Comité Ejecutivo y el Consejo General.

 

El Consejo de Gobierno.

 

De acuerdo con el art 10.1 de los estatutos del SEBC está compuesto por los miembros del comité ejecutivo más los gobernadores de cada Banco nacional no acogidos a una excepción (están en la tercera fase).

 

Las funciones del Consejo de Gobierno son:

-         Adoptar las orientaciones y decisiones necesarias para garantizar el cumplimiento de las funciones del SEBC.

-         Formular la política monetaria de la Unión, formulación genérica

-         Cuestiones como adoptar el reglamento interno…

-         Emprender acciones ante el TJCE en nombre del BCE.

 

El proceso de votación es complejo y varía en función de la cuestión a tratar. La regla general es la mayoría simple en la que el voto es igual, pero hay cuestiones financieras en la que el voto es ponderado a la cantidad de capital que el estado tiene suscrito del BCE.

 

El Comité Ejecutivo.

 

Está compuesto por un presidente, el presidente del BCE, un vicepresidente y cuatro miembros más, todos con dedicación exclusiva, elegidos por un periodo de 8 años, por acuerdo de los jefes de estado y de gobierno de los estados miembros, por consenso; sobre la base de una propuesta realizada por el Consejo ECOFIN (consejo de ministros de economía y de finanzas) y previa consulta al PE y al Consejo de Gobierno del banco (preceptiva pero no vinculante).

 

Los seis forman parte del Consejo de Gobierno. Las funciones son:

 

-         Puesta en marcha de la política monetaria acordada en el consejo

-         Preparación de las reuniones del Consejo de Gobierno.

-         Las funciones propias de la gestión ordinaria del BC.

 

La forma de toma de decisiones es por mayoría, cada miembro tiene un voto y como son seis el presidente tiene voto de calidad.

 

El Consejo General.

 

Está formado por el presidente y vicepresidente del BCE y los gobernadores de todos los bancos centrales de la unión.

 

Y su función básica es establecer un foro de cooperación entre los que están dentro y los que están fuera del sistema, de tal manera que permita estar ligados a los que no están dentro del euro, pero obviamente, no va mas allá su poder, quien marca la política general y la concreta no son ellos.

 

Objetivos y funciones el SEBC

 

1.                      Mantener la estabilidad del precio, para ello la independencia del BCE es esencial, son ya muchas las voces de los gobiernos a un nivel mayor o menor que han declarado la necesidad de bajar los tipos de interés.

2.                      Apoyo a las políticas económicas generales en la Comunidad Europea.

3.                      Facilitar o favorecer una eficiente asignación de recursos conforme al art 4 del TCE. Estos recursos: economía de mercado, precios estables, finanzas publica y condiciones monetarias solidas, balanza de pagaos estables.

 

Funciones del BCE y SEBC

 

1.     Definir y ejecutar la política monetaria de la unión

2.     Realizar las operaciones de cambio (política cambiaria).

3.     Capacidad para gestionar las reservas de divisas de los estados miembros.

4.     Promover un buen funcionamiento del sistema de pagos de la Unión

5.     Control de la emisión de billetes y monedas en circulación

6.     Recopilación de información

7.     Función consultiva importante, como al Tribunal de Cuentas.

LECCIÓN 10. Otros órganos

 

Comité económico y social y Comité de las regiones (solo esto)

 

El comité económica y social es el órgano auxiliar de representación de los intereses económicos de la Unión. Representa a la sociedad civil organizado. Art 257 a 262 del TCE.

 

Está formado por consejeros de todas las nacionalidades. El número de miembros del Comité Económico y Social no excederá de trescientos cincuenta, cada estado miembro propone al Consejo una lista de candidatos, esta lista debe atenerse al criterio de representación adecuada de los diferentes sectores económicos y sociales del país. Antes de decidir si acepta o no la lista que representa a cada estado, el Consejo debe consultar a la Comisión. El consejo nombra por mayoría cualificada a los candidatos propuestos en las listas sin variarlas, por cuatro años renovables.

 

Las categorías representadas vienen reguladas en el art 257 El Comité estará constituido por representantes de los diferentes componentes de carácter económico y social de la sociedad civil organizada, en particular de los productores, agricultores, transportistas, trabajadores, comerciantes y artesanos, así como de las profesiones liberales, de los consumidores y del interés general. Es una lista abierta que tiene que cumplir con el criterio general de representar con la medida otorgada a cada país. Los grandes tienen 24 nacionales, España y Polonia 21, se va descendiendo hasta Malta que tiene 21… Los miembros del Comité no estarán vinculados por ningún mandato imperativo. Ejercerán sus funciones con plena independencia, en interés general de la Comunidad.

 

Se organizan en tres grupos, G1 empresarios, G2 trabajadores y G3 de los intereses varios.

 

Competencias.

 

El CES puede emitir dictámenes, algunos de los cuales son preceptivos, por consiguiente deberán solicitar al CES cuando así lo exija el TCE, aunque entiendo que son dictámenes y por tanto no vinculantes. También puede emitir dictámenes motu proprio, no de oficio, también las instituciones podrán solicitarlo de forma facultativa y no preceptiva.

 

Todos preceptivos, facultativos o de oficio, todos los dictámenes se adoptan por mayoría del pleno, ninguno es vinculantes. Se adoptan en temas como educación, industria, protección de los consumidores….

 

Comité de las Regiones

 

El TUE, en 1992 lo introdujo como novedad. Viene regulado en los art 263 a 275 del TCE.

 

Está compuesto para ser representación de las regiones y de los entes locales europeos, no de los estados. Tiene el mismo numero de nacionales, mismo reparto que el CES. Sus miembros, estos elegidos deben ser titulares de un mandato electoral local o regional, es decir, deben ostentar un cargo elegido bien a nivel local (ayuntamiento) bien a nivel regional (en nuestro caso diputados autonómicos). Son los gobiernos los que proponen a los candidatos, igual que en el CES. En el caso español el Senado, que es según la Constitución la cámara territorial, acordó que 17 fueran uno por CCAA y los otros cuatros deben formar parte de la Federación Española de municipios y provincias. Igual que ocurría con el CES esas propuestas son formalmente aprobadas por el Consejo. El mandato igual que el CES es de cuatro años renovables. Es un órgano auxiliar tanto de la Comisión, PE y Consejo.

 

Tiene la capacidad de elaboración de dictámenes que en algunos casos serán preceptivos, porque lo exige el TCE, en otros facultativo y en otros de oficio, cuyos ámbitos son: transporte, empleo, educación, medio ambiente, decisiones de aplicación relativas al FEDER…

 

Referencia al Banco Europeo de Inversiones (BEI)

 

Tiene personalidad jurídica propia y separada de la comunidad europea, aunque viene citado el TCE a partir de Maastricht, enlazada entonces.

 

Funciones y objetivos

 

Contribuir a la integración de las economías de los estados miembros y a su cohesión económica y social mediante una política coherente de estimulo a las inversiones. En definitiva el BEI actúa como una empresa financiera, ofrece capitales para colocarlos en préstamos y garantías que estimulen la comunidad. Pero también fuera de la comunidad, así quienes mas se han aprovechado de los préstamos del BEI has sido los PECOS y los países ACP (África, Caribe y Pacífico), las antiguas colonias británicas y francesas; con los que las Comunidades Europeas mantienen relaciones económicas privilegiadas para ellas (España al entrar lo intentó también para América Latina, pero no salió).

 

    Los miembros del BEI son los estados miembros, los cuales suscriben el capital.  Sus órganos son el consejo de gobernadores, consejo de administración y el comité de dirección.

TEMA 11.  La distribución de competencias entre la Comunidad Europea y los estados miembros.

           

Las organizaciones internacionales son sujetos secundarios. Son creadas por los sujetos primarios que son los estados, a través del correspondiente tratado en el que se especifican los fines de la misma. Estos fines y objetivos son importantes porque van a limitar la personalidad la personalidad jurídica de la organización. A diferencia de los estados (sujetos primarios, competencias generales, subjetividad completa), las organizaciones internacionales no sólo tendrán determinadas competencias y sólo tendrán subjetividad respecto a esas funciones que los estados han encargado en el tratado constitutivo.

 

Para el cumplimiento de sus funciones, las OOII poseerán unas determinadas competencias (poderes-deberes). Si la OOII va más allá de sus competencias, realiza un acto “ultra vires” (nulos de pleno derecho, siempre).

 

Pero la vida real de la sociedad internacional evoluciona, lo cual plantea un problema, mientras que las competencias quedan fijas en un tiempo pasado (hay algunas, la inmensa mayoría de ellas, CECA como excepción, tienen vocación de continuidad en el tiempo), si uno se apega estrictamente a lo que es una OOII, su personalidad jurídica, sus competencias establecidas en el tratado, correríamos el riesgo de que la OOII dejase de estar acorde con el presente. Obviamente hay una manera de solucionarlo reformar, cada vez que se produzca un cambio de envergadura, el tratado. Pero eso es inviable, por eso muy pronto, después de la 2GM surgió la doctrina de las competencias implícitas, de acuerdo con la cual se defiende, primero por la doctrina, y luego aceptada por la Corte Internacional y Justicia y por todos: que a las OOII, sus tratados constitutivos les marcan las funciones para las que han sido creadas, y que para el cumplimiento de esas funciones se les otorgan competencias expresamente  en su tratado constitutivos  (competencias expresas), junto a ello y para permitir la flexibilidad y adaptación se contempla la existencia de otras competencias no expresamente incluidas en el tratado pero si implícitamente, todas aquellas que sin estar expresamente en el tratado constitutivo pueden conducir a cumplir las funciones que los estados han encomendado en su tratado constitutivo a la OOII. Esas funciones generales son las que en realidad determinan la personalidad jurídica de la OOII, qué es lo que pueden hacer y lo que no. Esta doctrina la asumió pronto la Corte Internacional y Justicia, en relación a la organización de Naciones Unidas, pero que mutatis mutandi se aplica a todas las OOII.

 

Los principios que rigen el tema competencial de la Comunidad Europea.

 

-                        Principio de atribución de competencia.

 

La Unión Europea tiene derecho y obligación de actuar dentro de los limites competenciales establecidos en sus tratados constitutivos o derecho originario, esto es, competencias que el derecho originario les atribuye y dentro de los objetivos asignados, art. 5 TCE La Comunidad actuará dentro de los límites de las competencias que le atribuye el presente Tratado y de los objetivos que éste le asigna.

 

Art. 7.1 después de enunciar las instituciones comunitarias señala: Cada institución actuará dentro de los límites de las competencias atribuidas por el presente Tratado. De tal manera que las instituciones no podrán adoptar acuerdos jurídicos en materias en las que no tienen competencia, y si lo hacen serán nulos, de ahí que cuando se toma una decisión, se aprueba reglamento o directiva, siempre se establece la base competencial de acuerdo a la cual la institución o instituciones (codecisión) adoptan esa decisión (art. concreto TCE que les atribuye esa competencia). Las competencias son en principio limitadas, determinadas y expresas.

 

-                        Distribución de las competencias.

 

Siguiendo la práctica del propio TJCE podemos dividir las competencias comunitarias en tres grandes grupos: exclusivas, compartidas y complementarias.

 

En las competencias exclusivas la CE posee plena capacidad legislativa, lo que implica una exclusión de competencia paralela de los estados. El que las competencias sean exclusivas no implica que lo sean en todo el desarrollo, es posible que la legislación de desarrollo y la ejecución corresponda a los estados; pero en el nivel legislativo básico la materia es exclusiva de la CE, luego habrá que ver. Después del nivel de ejecución (legislación básica desarrollo y ejecución viene regulado por el derecho comunitario), entra en juego el derecho constitucional de cada estado, en nuestro caso entra en juego primero el gobierno central y después los gobiernos de las CCAA.

 

Cuáles son en concreto, pequeño listado de competencias exclusivas: materia de unión aduanera, política comercial común en materia de mercancías, gestión y conservación de los recursos pesqueros, política monetaria, emisión de moneda, tipo de interés…

 

Competencias compartidas. Ambos, la UE y los estados miembros comparten las competencias. En principio la regla general es que la regulación comunitaria desplaza a la regulación interna que cada estado miembro tenía sobre esa materia, pero siempre respetando dos principios: proporcionalidad y subsidiariedad (clave). El principio de subsidiariedad implica que en este ámbito que la UE deberá justificar que es necesario actuar en el nivel comunitario, que es más eficaz y que el problema, asunto, materia es supranacional. Si puede argumentar estos tres requisitos. En cuanto lo regula la UE, la regulación estatal cede y deja de estar en vigor. El principio de subsidiariedad sirve de corrección a la vis atractiva de la UE. Política agraria, visados, medio ambiente y transportes, asilo e inmigración, política agrícola, política social, protección de consumidores, investigación y desarrollo…

 

     Competencias complementarias. Las competencias complementarias se producen cuando expresamente en el tratado se define la acción comunitaria como complementaria de la de los estados y de fomento de la cooperación entre estados. En este ámbito está expresamente excluida la posibilidad de se utilice por parte comunitaria la armonización legislativo, porque ya no estaríamos ante competencias complementarias. Educación, turismo, formación profesional, deporte y juventud cultura, protección civil… los estados no han cedido la competencia a la comunidad pero es razonable que ésta tenga algo que decir porque se fomenta la cooperación entre estados.

 

     El sistema se cierra, como es un sistema complejo, en la competencia residual, en la que no se dice nada siempre reside en los estados.

 

-         Principios de efectivas e irreversibilidad.

 

El principio de irreversibilidad implica que una vez atribuida la competencia no cabe la vuelta (salvo lo que hemos dicho de la subsidiariedad, que solo tiene sentido en las competencias compartidas).

 

El principio de efectividad se refiere al ejercicio efectivo de las competencias por las instituciones comunitarias, lo cuál es lógico una vez suyo. La aplicación lógica del principio de competencia.

 

-         Principios de subsidiariedad y suficiencia de medios y proporcionalidad.

 

Principio de subsidiariedad. Art 5.2 TCE En los ámbitos que no sean de su competencia exclusiva, la Comunidad intervendrá, conforme al principio de subsidiariedad, sólo en la medida en que los objetivos de la acción pretendida no puedan ser alcanzados de manera suficiente por los Estados miembros, y, por consiguiente, puedan lograrse mejor, debido a la dimensión o a los efectos de la acción contemplada, a nivel comunitario. Esto es, las competencias compartidas la comunidad debe probar que la decisión a nivel comunitario es preferible al nivel estatal, y es preferible porque es más eficaz ya que es un asunto supranacional, sino puede probar eso se prefiere la regulación más cercana al ciudadano.

 

Principio de suficiencia de medios. Art. 6 párr. 4º TUE La Unión se dotará de los medios necesarios para alcanzar sus objetivos y para llevar a cabo sus políticas

 

Principio de proporcionalidad art. 5 párr. 3º TCE Ninguna acción de la Comunidad excederá de lo necesario para alcanzar los objetivos del presente Tratado.

 

-         Gestión o regulación el derecho originario en cuanto a la regulación competencial.

 

Competencias implícitas.

 

Se regulan en el art 308 TCE Cuando una acción de la Comunidad resulte necesaria para lograr, en el funcionamiento del mercado común, uno de los objetivos de la Comunidad, sin que el presente Tratado haya previsto los poderes de acción necesarios al respecto, el Consejo, por unanimidad, a propuesta de la Comisión y previa consulta al Parlamento Europeo, adoptará las disposiciones pertinentes.

 

Requisitos:

La debe adoptar el Consejo por unanimidad.

A propuesta de la comisión.

Previa consulta preceptiva del PE.

 

Lisboa viene a modificar el art. 308 TCE ligeramente: 1ºexige la aprobación del PE, lo cual supone otorgar un poder de codecisión al PE importante.

 

2º se añade, como novedad del Tratado Constitucional, la Comisión deberá informar a los parlamentos nacionales de los estados, que hasta lo visto estaban como muy ausentes de la actividad comunitaria, lo cual incide en el déficit democrático comunitario, lo cual resulta lógica, esto no es una competencia expresamente atribuida a la comunidad, por consiguiente en principio es un ámbito que pertenece a los estados, y si por las razones de la lógica real se estima necesario la regulación comunitaria sin haber atribución expresa, que menos que informar.

 

3º no conllevará, no puede conllevar, armonización de legislaciones nacionales si en esa materia la armonización está expresamente excluida.

 

4º no cabe en el ámbito PESC, lo cual también es lógico porque se trata del segundo pilar no comunitarizado.

 

5º no se aplica la posibilidad que ofrece el nuevo art 48.7 TUE que cuando entre en vigor el tratado de Lisboa ofrece la posibilidad al Consejo Europeo de permitir al Consejo adoptar decisiones por mayoría cualificada cuando en el tratado está prevista la unanimidad.

 

Aclaración: comunidades europeas hasta Maastricht que se crea la Comunidad Europea con personalidad jurídica, pero también se crea en Maastricht con personalidad política, como comunidad política la UE.

A partir de Lisboa se acabará la CE y pasara a ser UE, y el TCE pasará a llamase tratado de funcionamiento de la UE.

TEMA 13. (12 está explicado según él)

 

En 2005 y ahora habrán aumentado sensiblemente, eran 34000 desglosados entre las diferentes instituciones. Además el Consejo no tiene solo funcionarios comunitarios, cada estado cuando ejerce la presidencia pone a su disposición a todos los funcionarios del gobierno del país.

 

Estatuto de los funcionarios comunitarios.

Los derechos y obligaciones son muy parecidas a las de cualquier funcionario.

 

Derechos.

-         Ser asistidos por la comunidad,

-         ofrecer facilidades, derecho a conservar sus relaciones personales,

-         presentar solicitudes a la Administración Comunitaria,

-         en caso de que sean objeto de una decisión tienen derecho a que ésta sea motivada,

-         a consultar y se les notificado su expediente individual,

-         a obtener reparaciones por perjuicios sufridos por negligencia,

-         derechos de carácter colectivo, cabe destacar participación en la gestión interna, asociación, sindicación y huelga.

 

Obligaciones. Las propias de su actividad laboral y comunitaria.

-         Actuar con independencia,

-         neutralidad,

-         honestidad y discreción,

-         deber de lealtad y dignidad de la función,

-         guardar secreto profesional y residir en el lugar de destino.

 

En el ejercicio de su función gozan de privilegios e inmunidades con una razón funcional, en el caso comunitario están reguladas en el Protocolo sobre privilegios e inmunidades de 1965 y como ya vimos en el caso de jueces para el TJCE (así como otros trabajadores comunitarios específicos, tienen su propio estatuto y régimen de privilegios e inmunidades.

 

La inmunidad de jurisdicción en relación a actos de carácter oficial es permanente, una vez que cesa su trabajo continúa, por el contrario estos privilegios e inmunidades no alcanzan a los actos de su vida privada.

 

Las sedes de las instituciones y órganos comunitarios. Algunas:

 

PE en Estrasburgo donde celebra sesiones plenarias ordinarias, pero extraordinarias y adicionales las celebra en Bruselas.

 

Secretaría general del PE y sus servicios están en Luxemburgo.

 

El Consejo se reúne en Luxemburgo 3 meses al año: abril, junio y octubre, y los restantes en Bruselas donde tienen su sede los órganos permanentes, además el país que preside el Consejo realiza reuniones ad hoc del Consejo o del Consejo Europeo en el propio estado, en las sedes que decida.

 

La Comisión tiene su sede en Bruselas, pero alguno de sus servicios los mantiene en Luxemburgo, como por ejemplo los servicios de traducción.

 

TJCE en Luxemburgo, al igual que el Banco Europeo de Inversión, al igual que el Tribunal de Cuentas y el TPI (tribunal de primera instancia).

 

El BCE tiene su sede en Frankfurt y el Comité Económico y social en Bruselas

 

La Europol y todo lo que tiene que ver con seguridad policial en la Haya.

 

Dentro de España: Europea de Seguridad en el Trabajo en Bilbao, Oficina de Armonización del mercado interior (oficina de marcas) en Alicante, y la Agencia Comunitaria de Control de Pesca en Vigo.

Tema 14.

 

El segundo medio de la CE para ejercer sus competencias y alcanzar los objetivos es el presupuestario.

 

Los caracteres del sistema presupuestario son los siguientes:

 

          I.     Es un sistema evolutivo porque antes se basaba en las contribuciones que aportaban los estados miembros, sistema que cambió en 1970 cuando se convirtió en un sistema nutrido por recursos propios de la Comunidad, esto nos lleva a la segunda característica.

 

       II.     Es un sistema autónomo porque tiene la Unión su propio sistema presupuestario distinto de los estados miembros.

 

     III.     Complejidad, tanto en relación a los recursos como a su aprobación.

 

  Los principios presupuestarios:

 

1)   Unidad, en un solo acto normativo se incluyen todos los ingresos y todos los gastos

2)   Universalidad que implica que el conjunto de ingresos cubre el conjunto de gastos, no afectación de un determinado ingreso a un determinado gasto. Esta se la razón por la cual la denominada objeción de conciencia presupuestaria no es posible. Salvo algunas excepciones como por ejemplo en nuestro sistema la casilla en la que cada contribuyente marca la casilla de ONG o Iglesia católica…

3)   Principio de anualidad. Los ejercicios presupuestarios son anuales, si bien se pueden utilizar previsiones financieras plurianuales, y de hecho así funciona la CE

4)   Principio de especialidad o especificación. Implica que los créditos se acuerdan de forma de detallada, esto permite obviamente controlar mejor el gasto, se detalla de forma precisa la forma de cada gasto y cada ingreso.

5)   Principio de publicidad. El presupuesto se publica en el DOUE (como el BOE en España) que antes de Maastricht se llamaba DOCE.

6)   Principio de equilibrio entre ingresos y gastos, art. 268 y 272 TCE

7)   Principio de enunciación en euros, las cuentas europeas se enuncian en euros.

8)   Principio de buena gestión. La ejecución del presupuesto se encomienda a la Comisión y es controlado por el PE y por el Tribunal de Cuentas.

 

Ingresos y gastos.

 

Ingresos. A partir del 70 sustituye el sistema de aportación de los estados por un sistema de recursos propios de la Unión que derivan de cuatro fuentes distintas: dos recursos de fuentes tradicionales y dos de naturaleza fiscal o de equilibrio.

 

Los recursos tradicionales son las exacciones reguladoras agrícolas o recursos agrarios y el segundo el arancel exterior común. En ambos casos se trata del dinero que paga el tercero que quiere introducir productos en el interior del mercado común, si son productos agrícolas y existe un derecho de terceros estados a participar, tiene que pagar la exacción y pasa a formar parte de los ingresos, pero no supone más que el 1,5% del total de los ingresos.

 

Toda política comercial común se caracteriza por tener un arancel común que se paga por la introducción en el territorio de la Unión de productos de terceros países, de esta fuente se obtiene el 10,1% de los ingresos.

 

El resto proviene del resto de las fuentes de naturaleza fiscal o de equilibrio que son dos, de un lado el IVA y del otro un ingreso complementario que los estados deben realizar en función de su PNB.

 

Un porcentaje del IVA que pagamos todos los ciudadanos europeos va directamente a las arcas comunitarias, ese porcentaje es en principio fijo, pero claro el IVA es un impuesto directo y como tal afecta más a los países pobres que a los ricos, por esa razón existe cierta flexibilidad, el porcentaje fijo es el 0,5% y no superar el 50% del PNB. El ingreso por IVA de la comunidad alcanza el 14,4% del presupuesto.

 

El resto hasta llegar al 100% de los ingresos lo pagan los estados a través de la última fuente que tiene carácter complementario a las anteriores. Lo cubren los estados y cada uno contribuye según su riqueza. Se establece un porcentaje del total que queda hasta llegar al equilibrio y cada uno aporta en función de su PNB.

 

Gastos. Se pueden distinguir dos maneras de dividirlos, se pueden catalogar de dos formas distintas. En primer lugar atendiendo al funcionamiento o podíamos denominarlos gastos operacionales y de otro distinguiendo entre gastos obligatorios y no obligatorios.

 

1) Atendiendo a la primera división, unos gastos son de funcionamiento, esto es, los sueldos de los funcionarios, papel, luz… lo que representa el 5,4% del total del presupuesto.

 

Y de otro lado las acciones operacionales. Los gastos operacionales, los que se dedican a cada política comunitaria, esto ha ido disminuyendo pero el gasto agrícola se sitúa en torno al 43,7% y eso que se ha reducido enormemente, se llevan la mayor parte, Francia es la mayor beneficiada, una de ellas, mientras que Reino Unido intenta reducirlo.

 

En segundo lugar las acciones estructurales. Se llevan 36,3%, y aquí durante años y años la gran beneficiada ha sido España hasta el año pasado y sucesivamente se irán reduciendo los porcentajes.

 

En políticas internas el 7,7 y en acción exterior 4,4%

 

2) interesa más la distinción entre gastos obligatorios y no obligatorios.

 

Son gastos obligatorios los que derivan directamente y obligatoriamente derivan de los tratados y en ellos el Consejo a la hora de aprobarlos tiene más poder que el PE, mientras que en los no obligatorios, el PE tendrá la última palabra.

 

El problema es determinar cuáles son los gastos obligatorios y cuales los  no obligatorios, de momento lo que rige en esta materia es el acuerdo interinstitucional de 6 mayo de 1999 donde se determina por un acuerdo entre las instituciones (Comisión, Consejo y PE) acuerdan los criterios para distinguir entre obligatorio y no obligatorio.

 

El ejercicio presupuestario corresponde al año natural, lo que implica que cada institución comunitaria debe elaborar antes del 1 de julio un estado de sus gastos previstos que será remitido a la Comisión, k es la encargada de elaborar la propuesta del presupuesto. El art 272 TCE es el que regula la elaboración del anteproyecto de presupuesto por la Comisión, anteproyecto que deberá ser presentada por la Comisión al Consejo a más tardar antes del 1 de septiembre de cada año, este anteproyecto contiene dos grandes cuestiones, de un lado las previsiones, de otro el denominado tipo máximo de aumento. En las previsiones del anteproyecto de la Comisión se contienen las previsiones de las instituciones, en segundo lugar un dictamen de la Comisión en el que da la opinión sobre las previsiones enviadas por las instituciones y en tercer lugar contiene una previsión global propia de la Comisión de ingresos y de gastos.

 

El anteproyecto de la Comisión debe contener el denominado tipo máximo de aumento que se refiere a los gastos no obligatorios, y ese tipo deberá comunicarse a las instituciones antes del 1 de mayo para que puedan contando con el tipo máximo de aumento elaborar sus previsiones y enviarlas a la Comisión antes del 1 de julio. Este tipo máximo de aumento se calcula teniendo lugar la evolución del PNB de la UE, la variación media de los presupuestos de los estados miembros y la inflación.

 

En el Consejo comienza el verdadero proceso de aprobación del anteproyecto el 1 de septiembre propiamente dicho. La fase de aprobación propiamente dicha es parecida a lo que vimos en cuanto a la codecisión, un juego de dos lecturas entre PE y Consejo. Desde el 1 de septiembre hasta el 5 de octubre es el plazo para examinar el anteproyecto, si se aparta de lo previsto en él por la Comisión o las instituciones, lo deberá comunicar a la Comisión o a la institución o instituciones afectadas, esta consulta es preceptiva pero no vinculante. Con todo ello y teniendo en cuenta lo comunicado el Consejo votará este anteproyecto por mayoría cualificada, en ese momento el anteproyecto de la Comisión se convierte en proyecto de presupuesto del Consejo que presenta al PE.

 

El PE tendrá 45 días para realizar su primera lectura del proyecto aprobado por el Consejo. Puede hacer tres cosas:

1.     rechazar el proyecto de manera global, para lo que necesita una doble mayoría, mayoría absoluta de miembros que suponga al menos 2/3 de los votos emitidos, si se produjese no habría presupuesto para el año siguiente y habría simplemente que prorrogar el presupuesto del año anterior.

2.     Aprobar el presupuesto, bien por silencio al pasar los 45 días sin pronunciarse o por votación, mayoría simple, pero ni lo uno ni lo otro ocurre en la practica.

3.     Lo que sucede en la práctica. El PE presenta enmiendas a los gastos no obligatorios y propone modificaciones de los gastos obligatorios. Se aprueba por mayoría absoluta del PE y en relación a las enmiendas presentadas a los gastos no obligatorios deberán atenerse al principio de equilibrio entre ingresos y gastos (si pretende que se aumente la ayuda al desarrollo deberá reducir en la misma cuantía otro gasto).

La segunda lectura, si hay propuestas de modificación a los gastos obligatorios o enmiendas a los no obligatorios, el proyecto de presupuesto vuelve al Consejo para su segunda lectura; en ese momento el Consejo tendrá 15 días para deliberar con la Comisión. En esta segunda lectura el Consejo solo va a poder valorar aquellas partidas que no hayan sido aceptadas, que en realidad son prácticamente todas. Las posibilidades que se le abren al Consejo son que puede aceptar por mayoría cualificada las enmiendas al PE y se aprueba, puede modificar por mayoría cualificada también algunas o todas las enmiendas o propuestas de modificación del PE, lo cual hace que el proyecto de presupuesto vuelva al PE para su segunda lectura, y aquí también el PE contará con 15 días para pronunciarse, si no lo hace y hay silencio el presupuesto se dará por aprobado y de nuevo al PE se le establece esta limitación de que solo podrá tratar sobre las modificaciones o enmiendas que él realizo en primera lectura y que no han sido modificadas por el Consejo.

 

Hay que distinguir entre gastos obligatorios y no obligatorios. En los gastos obligatorios el PE en segunda lectura, lo único que podrá hacer es darse por enterado de las modificaciones realizadas por el Consejo. Sin embargo en relación a los gastos no obligatorios, que no fueron aceptadas por el Consejo, el pleno del PE decidirá por una mayoría doble, absoluta de los miembros que representen las 3/5 partes de los votos favorables para aprobar su enmienda, si no los alcanza, el presupuesto se elaborará de acuerdo a la propuesta del Consejo también en relaciona los gastos no obligatorios.

 

Concluido de esta manera la aprobación del presupuesto se publicará en el diario oficial de la UE.

TEMA 15.

 

1.      La acción exterior de la UE.

 

Como ya hemos hablado, cuando hablábamos de las funciones del Consejo y de la Comisión, ya las Comunidades Europeas y ya a partir de Maastricht la CE, no solo actúa ad intra de la CE, sino también fuera relacionándose con estados y sujetos internacionales, esa actuación más allá sus fronteras exteriores la denominamos la acción exterior de la UE. Acción exterior que existía a través de cada uno de los tres pilares, teniendo en cuenta que el primer pilar es el pilar comunitarizado que responde a una filosofía de integración que no existe en los otros dos.

 

En relación al primer pilar la acción exterior de la UE se circunscribe a aquellas materias que se han comunitarizado y que son básicamente dos ámbitos: en primer lugar el comercio exterior de la UE y en segundo lugar la cooperación internacional que es una competencia compartida entre los estados miembros y la UE. Todo esto pertenece al primer pilar junto con todas las proyecciones exteriores de las materias que están comunitarizadas, por ejemplo la pesca.

 

En el ámbito del tercer pilar, de la cooperación en justicia interior también se producen acuerdos con terceros estados pero ahí los poderes de la Comisión son muy pequeños porque el asunto no está comunitarizado.

 

Por último tenemos el segundo pilar, no comunitarizado que engloba la mayoría de la acción exterior de la UE. Este es un tema vivo, como todo lo relativo a la comunidad, y en determinados temas se producen dificultades para ver si estamos en un tema comunitarizado o no (por ejemplo el tema relativo a los visados o a la exigencia o no de visados con respecto a EEUU que prefiere negociar de manera bilateral con los nuevos estados miembros de la Unión los requisitos de la entrada de sus ciudadanos para así extraerlo del acuerdo general, alguno de estos estados iniciaron esas negociaciones bilaterales, erróneamente desde el punto de vista político, a lo que llamó la atención la Comisión porque era un asunto comunitarizado, afecta a la libre circulación de personas, lo que está en el primer pilar, además de que nosotros elegimos reciprocidad y es un tema que debe negociarse globalmente por la Comisión).

 

          La acción exterior de la UE es compleja, dependerá de si la materia esta comunitarizada o no quien debe realizar las negociaciones, en que pilar concreto nos encontramos.

 

2.      La PESC (política exterior y de seguridad común.

 

          Los estados miembros de la UE vieron en Maastricht la necesidad real de adaptar las instituciones comunitarias a los cambios que se estaban produciendo con el fin de la guerra fría, la respuesta en lo político a la desaparición paulatina del mundo tal como se conocía hasta entonces, mundo bipolar, fue la incorporación de una política exterior y de seguridad común. No estaba previsto en la CIG de Maastricht, pero por las circunstancias se incorporó. No quiere esto decir que hasta 1992 las comunidades europeas no hubieran realizado en estos ámbitos, el proyecto de Comunidad Europea de Defensa se desarrolló en los primeros años 50 falló, pero ahí estuvo; tuvieron que pasar casi dos décadas para que en la Conferencia de la Haya de 1969 y en el informe de Luxemburgo de 1970 se pusiesen las bases de lo que luego se conocería como Cooperación Política Europea (CPE) que es el antecedente inmediato de la PESC. Durante esos 20 años lo que hubo fue una cooperación no formalizada, no tipificada en los tratados originarios entre los estados miembros de las Comunidades Europas en materia política (no es una de las materias comunitarizadas). Se iban aprobando informes, el primero fue el informe de Luxemburgo de 1970 que incluía que se garantizase información y consultas periódicas, armonización y adopción de posiciones comunes donde fuese posible (limitado). El valor de estos informes de naturaleza política que conforman la CPE es precisamente el de una práctica de cooperación política que va a ayudar luego a la puesta en marcha de la PESC.

 

          En 1986 en el Acta Única Europea por fin se formaliza la cooperación política europea, la CPE, pero siempre dejando bien establecido que no forma parte de las materias comunitarizadas y que hay que distinguirla bien de la acción exterior comunitaria (primer punto del tema) que sí está comunitarizado.

 

          De esta manera llegamos a Maastricht donde en el TUE se introduce una estructura novedosa en la que en el segundo pilar se introduce la llamada PESC, por las razones ya mencionadas. En el bien entendido que la PESC nace en el título V del TUE como uno de los pilares de la Unión pero que no se comunitariza, sino que sigue respondiendo a una filosofía básicamente de cooperación intergubernamental. Lo que sí es importante es que como se ve en la estructura, el frontispicio sí es común (lo de arriba del dibujito) y es que las instituciones sí son las mismas para los tres pilares (a partir de Maastricht) pero no quiere decir que tengan las mismas competencias en todos los pilares.

 

          Entendida así la PESC tiene un lastre de origen que va a dificultar la toma de decisiones, entre otras cosas, que sigue siendo intergubernamental y lo único que han permitido hacer ha sido cooperar. La PESC ha dado de todos modos frutos en la S de seguridad muy claros y tangibles aunque siempre insuficientes; en la E de política exterior ha permitido liderar a la UE buena parte o la práctica totalidad de los avances en Derecho Internacional que se han producido en los últimos años (Corte Penal Internacional, Protocolo de Kioto…). No es verdad que en PESC la UE esté siempre dividida, pero tampoco que se haya conseguido un nivel de integración óptimo.

 

Estructura general de la PESC.

 

          El art. 1º del TUE ya señala a la PESC como una de las formas de cooperación de la UE, en el art 2 en su segundo guión se señala la identidad de la UE mediante la realización de una PESC, previsión que se desarrollará ampliamente en el título V, art 11 a 28.

 

           En el art 11 se establece 1. La Unión definirá y realizará una política exterior y de seguridad común, que abarcará todos los ámbitos de la política exterior y de seguridad y cuyos objetivos serán los siguientes:

·    La defensa de los valores comunes, de los intereses fundamentales y de la independencia e integridad de la Unión, de conformidad con los principios de la Carta de las Naciones Unidas;

·    El fortalecimiento de la seguridad de la Unión en todas sus formas;

·    El mantenimiento de la paz y el fortalecimiento de la seguridad internacional, de conformidad con los principios de la Carta de las Naciones Unidas, con los principios del Acta Final de Helsinki y con los objetivos de la Carta de París, incluidos los relativos a las fronteras exteriores;

·    El fomento de la cooperación internacional;

·    El desarrollo y la consolidación de la democracia y del Estado de Derecho, así como el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales.

 

Estos son los cinco objetivos a los que debe responder la PESC, que son muy generales, pero sí marcan vías de actuación.

 

Obligaciones generales. Art 11. 2 Los Estados miembros apoyarán activamente y sin reservas la política exterior y de seguridad de la Unión, con espíritu de lealtad y solidaridad mutua.

Los Estados miembros trabajarán conjuntamente para intensificar y desarrollar su solidaridad política mutua. Se abstendrán de toda acción contraria a los intereses de la Unión o que pueda perjudicar su eficacia como fuerza de cohesión en las relaciones internacionales.

El Consejo velará por que se respeten estos principios

 

En definitivamente al ser intergubernamental sigue siendo de cooperación entre estados, y donde haya acuerdo se avanzará y donde no, cada uno avanzará a su ritmo.

 

Obligaciones concretas.

 

·        Obligación de información y consultas mutuas art. 16

·        Coordinación de su acción en conferencias internacionales y organizaciones internacionales, esto ya sí es más práctico. Art. 19.1Los Estados miembros coordinarán su acción en las organizaciones internacionales y con ocasión de las conferencias internacionales. Los Estados miembros defenderán en esos foros las posiciones comunes.

 

19.2.II Los Estados miembros que también son miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se concertarán entre sí y tendrán cabalmente informados a los demás Estados miembros. Los Estados miembros que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad asegurarán, en el desempeño de sus funciones, la defensa de las posiciones e intereses de la Unión, sin perjuicio de las responsabilidades que les incumban en virtud de las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas.

Cuando la UE actúa en conjunto su poder es inmenso, su presencia en la ONU. El Consejo de Seguridad necesita ser reformado porque no es democrático.

 

Marco jurídico.

 

Quien tiene la mayoría de la competencia en esta materia son el Consejo de Seguridad y el Consejo Europeo.

 

El Consejo Europeo tiene la competencia de definir los principios y orientaciones generales de la PESC 31; adopta las estrategias comunes de oficio o  recomendación del consejo 13.2; y en relación a la defensa común también tiene funciones 17.

 

El Consejo es la pieza clave en torno a la que pivota todo el sistema de PESC. Funciones que tiene son poderes decisorios, de iniciativa control ejecución y representativas.

 

Poderes decisorios e iniciativa: establece las decisiones para definir y ejecutar la PESC, decide cuales son las acciones comunes y las posiciones comunes que deben respetar las estrategias comunes que ha establecido el Consejo Europeo.

 

Entre los poderes de control, vela por la coherencia del sistema y porque se respeten los principios.

 

          Entres los de ejecución y representación, con carácter general la ejecución de la PESC, y a través del Secretario General del Consejo “Alto Representante” de la PESC, formula, prepara y pone en práctica las decisiones de PESC y mantiene el diálogo con terceros.

 

          Art 3 del TUE la Comisión vela por la coherencia del conjunto de la acción, mientras que el art 22 en sus párr. 1 y 2 le otorga una cierta iniciativa y de solicitud de reuniones de urgencia del Consejo.

 

El PE deberá ser consultado, preceptivo pero no vinculante, sobre aspectos principales y acciones básicas de la PESC. Art 21.

 

 

El rasgo de la intergubernamentalidad que preside la PESC también se refleja en el sistema de adopción de decisiones puesto que prevalece el sistema de la unanimidad aunque tiene una cierta cabida la adopción por mayoría.

 

La regla general en materia de adopción de decisiones exige la existencia previa de una “orientación general” y, en su caso, de una “estrategia común” del Consejo Europeo que se adoptan por consenso (Art. 13.1 y 2 TUE). Junto a ello, la regla general del Consejo para adoptar decisiones en PESC es la unanimidad (art 23.1 TUE).

 

Reglas especiales, algunos asuntos, los establecidos en el 23.2, acciones comunes, posiciones comunes y decisiones de aplicación de esas acciones comunes o posiciones comunes se podrán adoptar por mayoría cualificada del Consejo así como (23.3) las decisiones procedimentales. Ahora bien, se excluye y se vuelve a la unanimidad en dos casos: asuntos que afecten al ámbito militar y a la defensa (23.2) y en el segundo inciso del 23.2 la introducción de una clausula de opting out implica que Si un miembro del Consejo declarase que, por motivos importantes y explícitos de política nacional, tiene la intención de oponerse a la adopción de una decisión que se deba adoptar por mayoría cualificada, no se procederá a la votación. El Consejo, por mayoría cualificada, podrá pedir que el asunto se remita al Consejo Europeo para que decida al respecto por unanimidad. Es decir de un lado cualquier estado podrá obligar a que una posición común acabe tomándose por unanimidad (yo soy el único que está en contra, pero es un asunto tan importante para la seguridad, el art. Visto me permite activar esta clausula, este asunto se votará en el Consejo Europeo y no en el Consejo). Ahora bien, en la realidad el coste político de quedarte solo bloqueando un asunto es tan grave que tiene que ser un asunto verdaderamente grave para tus intereses, porque sino no lo vas a forzar.

 

Establecimiento de la PESD

 

Forma parte de la PESC, en concreto de la S, y significa política europea de seguridad y defensa, a partir del TUE de 1992, por primera vez en la UE los estados miembros asumen en Derecho originario competencias en materia de seguridad y defensa, lo que había antes era la UEO (unión europea occidental) y la OTAN con países no europeas EEUU, Canadá. La OTAN mucho más desarrollada, las Comunidades Europeas a penas hacían nada.

 

El coste que ha pedido EEUU por sufragar en gran medida el coste de la seguridad europea contra el ejército rojo (guerra fría), pidió a cambio del manto defensivo que ofreció que Europa careciera de independencia en el ámbito exterior, esto se empezó a resquebrajar al hacerlo la guerra fía. Después dirigentes europeos empezaron a reclamar más autonomía exterior, lo cual solo se puede conseguir a costa de uniones, pero no se puede conseguir porque los atlantistas están a favor de la OTAM.

 

Las bases de eso se pusieron en el TUE, en el pilar dos, la E se desarrolló antes que la S porque para eso ya estaba la OTAM, Francia defendió el desarrollo de la S, RU la E, en 1999 se pusieron de acuerdo, y en 2002 se alcanzaron los primeros acuerdos porque tenemos un ejército común con unidades militares capaces de desplegarse en apenas una semana y mantenerse hasta 3 meses en conflicto; las llamadas misión “Peterbere” misiones para mantenimiento de la paz UE, y ya se ha desplegado más de una docena tanto dentro como fuera como dentro de Europa (Congo, Macedonia, República Centro africana).

 

Con todo ello la PESD es el desarrollo de la S y ya ha alcanzado importante desarrollo, sin embargo los estados siguen dependiendo de EEUU en buena parte de su política de seguridad porque carecen de infraestructura, información telecomunicaciones… y de eso se depende de la OTAN, solo RU y Francia tienen presupuestos militares acordes para establecer políticas independientes de EEUU.

 

Fiesta del árbol

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TEMAS 16, 17 y 18. LAS FUENTES DEL DERECHO DE LA UNIÓN.

 

Hace tiempo que la teoría general abandonó la pretensión de entender el Derecho como un conjunto de normas individualizadas y exigió su comprensión desde la noción de “ordenamiento jurídico”. Hace tiempo que el TJCE, en una de las más importantes sentencias de su historia, la sentencia Van Gend en Loos de 5 de febrero de 1963, afirmó esta cualidad del sistema comunitario cuando advirtió que en los Tratados constitutivos de las CCEE había algo más que un mero agregado de normas: de esta situación hay que concluir que la Comunidad constituye un nuevo ordenamiento jurídico de Derecho Internacional y más tarde el TJCE califica el Derecho Comunitario como un ordenamiento jurídico propio.

 

DERECHO ORIGINARIO.

 

La naturaleza jurídica del D Originario es internacional, y como tal se le aplica el D internacional general en materia de tratados y la Convención de Viena de 1969. De esta naturaleza jurídico internacional se desprende la necesidad de consentimiento de los estados para el D Originario y también incide en el procedimiento de modificación del D Originario.

 

Podemos distinguir de un lado los tratados originarios constitutivos (CECA, CEE, EURATOM) y de otro los tratados que vienen a modificar el D Originario, dos tipos: tratados de 1970 y 1975 sobre unificación de instituciones y sobre presupuestos, y luego un tratado también de 1975 por el que se modifican determinadas disposiciones del BEI y el Acta Única Europea, el tratado de Maastricht 1992 (TUE), tratado de Ámsterdam del 97 y el de Niza del 2001, luego viene el tratado Constitucional y Lisboa, que cuando entre en vigor será el último aquí.

 

Por otro lado tenemos los tratados modificativos pero que lo son como consecuencia de procesos de adhesión: Dinamarca, Irlanda y RU en 1972; Grecia en 1979; España y Portugal en 1985; Austria, Finlandia y Suecia en 1994; Malta, Chipre, Eslovenia, Hungría, Rep. Checa, Eslovaquia, Polonia, Estonia, Letonia y Lituania en 2003; y Bulgaria y Rumanía en 2007.

 

Características de las normas de derecho originario.

 

1.      Pluralidad y autonomía de acuerdo con lo que se establece en el art. 305 TCE.

2.      Supremacía de las normas de derecho originario, de los tratados constitutivos y sucesivas modificaciones, reconocida en el art. 5 del TUE e implícitamente extraíble del propio procedimiento de modificación de los tratados constitutivos que es infinitamente mas gravoso que cualquiera de las vías de derecho derivado, art 48 TUE

3.      Eficacia directa. Más importante. Las normas de derecho originario poseen eficacia directa tal y como reconoció el TJCE en la sentencia Van Gend en Loos de 1963 “según el espíritu, la economía  y el texto del Tratado, el art 12 (hoy derogado) debe ser interpretado en el sentido de que produce efectos inmediatos y engendra derechos individuales que los órganos jurisdiccionales internos deben salvaguardar” en definitiva, sin necesidad de transposición, en el interior de los ordenamientos internos si se cumplen los requisitos por sí misma produce efectos jurídicos, derechos y obligaciones y no hará falta para que sea directamente aplicable ninguna norma de desarrollo y por consiguiente jueces y tribunales podrán aplicarla de manera directa.

4.      El procedimiento de reforma o modificación, el derecho originario viene establecido en el art. 48 TUE, de la lectura del artículo podemos distinguir tres fases: (i) una primera de iniciativa para poner en marcha el procedimiento que ostentan los estados miembros y la comisión. Una vez realizada compete al Consejo decidir si abre o no el proceso, previa consulta preceptiva pero no vinculante del PE y en su caso a la Comisión y al BCE cuando afecte la reforma a la unión económica y monetaria, es necesaria mayoría absoluta del Consejo.

(ii)Segunda fase se abre con una conferencia intergubernamental, una CIG se inicia la fase propiamente internacional del proceso. Aunque en la fase de iniciativa participen las instituciones, en la segunda fase ya todo se convierte en puramente internacional.

(iii) tercera fase, una vez adoptado el texto queda la fase de otorgamiento del consentimiento de obligarse por cada uno de los estados, a través de la ratificación.

Artículo 48. El Gobierno de cualquier Estado miembro, o la Comisión, podrá presentar al Consejo proyectos de revisión de los Tratados sobre los que se funda la Unión.

Si el Consejo, previa consulta al Parlamento Europeo y, en su caso, a la Comisión, emite un dictamen favorable a la reunión de una conferencia de los representantes de los Gobiernos de los Estados miembros, ésta será convocada por el presidente del Consejo, con el fin de que se aprueben de común acuerdo las modificaciones que deban introducirse en dichos Tratados. En el caso de modificaciones institucionales en el ámbito monetario, se consultará también al Consejo del Banco Central Europeo.

Las enmiendas entrarán en vigor después de haber sido ratificadas por todos los Estados miembros, de conformidad con sus respectivas normas constitucionales.

 

 

DERECHO DERIVADO.

 

Primera diferencia si se trata institucional o no insituticonal.

 

Dentro del institucional tenemos que hacer referencia a un par de cuestiones previas, el derecho derivado típico es el que viene en derecho originario previsto, y el atípico el que se usa en la práctica.

 

Derecho derivado típico. Publicación, notificación y licencia.

 

Por lo que se refiere a la publicación, hasta Niza se publicaba en el DOCE, a partir de Niza DOUE, se trata de un requisito formal pero sustancial de forma que afecta a su eficacia pero no a su validez, si no se publicara, la norma seria válida pero no eficaz. De acuerdo con el art 254 TCE necesariamente necesitan ser publicados 1. Los reglamentos, las directivas y las decisiones adoptados con arreglo al procedimiento previsto en el artículo 251 serán firmados por el presidente del Parlamento Europeo y por el presidente del Consejo y se publicarán en el Diario Oficial de la Unión Europea. Entrarán en vigor en la fecha que ellos mismos fijen o, a falta de ella, a los veinte días de su publicación.

2. Los reglamentos del Consejo y de la Comisión, así como las directivas de estas instituciones que tengan como destinatarios a todos los Estados miembros, se publicarán en el Diario Oficial de la Unión Europea. Entrarán en vigor en la fecha que ellos mismos fijen o, a falta de ella, a los veinte días de su publicación.

3. Las demás directivas, así como las decisiones, se notificarán a sus destinatarios y surtirán efecto a partir de tal notificación.

 

Notificación. Se exigirá notificación en lugar de publicación, para el resto de directivas y deberán ser notificadas las decisiones porque son dirigidas a sujetos concretos. También en el 254.3

 

Vigencia. Regla general es que el derecho derivado entrará en vigor en el momento en el que lo determine el propio acto, y sino dice nada a los 20 días de su publicación. 254.1 in fine.

 

Motivación de los actos.

 

Art. 253 Los reglamentos, las directivas y las decisiones adoptadas conjuntamente por el Parlamento Europeo y el Consejo, así como los reglamentos, las directivas y las decisiones adoptados por el Consejo o la Comisión deberán ser motivados y se referirán a las propuestas o dictámenes preceptivamente recabados en aplicación del presente Tratado. Deberá motivarse porque se adopta el acto, se trata también de un requisito formal sustancial, que ahora afecta no solo a la eficacia, sino también a la validez. Si el acto se aprueba sin motivación, podrá ser declarado nulo por el TJCE. El 253 habla solo de reglamentos, directivas y decisiones, pero en la práctica se ha extendido la necesidad de motivación a todos los demás actos.

 

La motivación se refiere a tres cuestiones: 1. Mención expresa del fundamento jurídico de su competencia 2. Mención expresa de los dictámenes y propuestas recabados, si no existe se puede recurrir al TJCE por nulidad porque se ha violado un requisito sustancial de forma 3. Las razones de la adopción del acto. Aquí cabe discrecionalidad, no como en los dos primeros, pero aún así debe motivarse la razón.

 

Normas de derecho derivado institucional típicas. Actos unos vinculantes y otros no vinculantes.

 

Son vinculantes los reglamentos, las directivas y las decisiones.

Son no vinculantes las recomendaciones y los dictámenes.

Estos 5 son los actos de derecho derivado institucional típico.

 

Se encuentran todos citados, unos más profundamente que otros, en el art 249 TCE. Primer párrafo. Para el cumplimiento de su misión, el Parlamento Europeo y el Consejo conjuntamente (codecisión), el Consejo y la Comisión (otros casos) adoptarán reglamentos y directivas, tomarán decisiones y formularán recomendaciones o emitirán dictámenes, en las condiciones previstas en el presente Tratado.

 

 Segundo párrafo se refiere a los reglamentos El reglamento tendrá un alcance general. Será obligatorio en todos sus elementos y directamente aplicable en cada Estado miembro. Característica del reglamento, (A) carácter general, que es el rasgo que le diferencia de las decisiones que van dirigidas a sujetos específicos. Este alcance general no se refiere tanto al número de destinatarios sino a situaciones objetivamente determinadas con efectos jurídicos respecto a una categoría de sujetos contemplada de manera general abstracta. (B) En segundo lugar será obligatorio en todos sus elementos, por tanto obligatoriedad en todos sus elementos, y esto es lo que le diferencia por supuesto de un lado de las recomendaciones y dictámenes (no vinculantes) y segundo de la directiva. (C) Tercer rasgo del reglamento directamente aplicable en cada estado miembro. Eficacia directa con doble efecto en positivo porque genera derechos y obligaciones para los estados, pero también en un sentido negativo porque implica que prohíbe cualquier actividad por parte de un estado miembro que pueda poner en peligro la inmediatez de la efectividad del reglamento. Implica además que no cabe norma de transposición de derecho interno, el reglamento una vez en vigor es directamente aplicable y los estados ya no tienen nada que decir.

 

De acuerdo con su contenido los reglamentos pueden ser de dos tipos: (i) reglamentos de base cuyo fundamento jurídico está en el D Originario y que requieren de normas de desarrollo posteriores porque su regulación es de bases, genérica.(ii) reglamentos de ejecución que son los que desarrollan los anteriores, su fundamento inmediato es el reglamento de base del que trae causa.

 

 

Directivas. 249 párrafo tercero La directiva obligará al Estado miembro destinatario en cuanto al resultado que deba conseguirse, dejando, sin embargo, a las autoridades nacionales la elección de la forma y de los medios.

 

La directiva es la norma europea por excelencia. Invento comunitario extraordinariamente útil para unificar regulaciones. Se utiliza cuando se pretende homogeneizar entre todos o algunos de los estados miembros una determinada regulación, pero se considera que es más útil que sean los propios Es miembros los que adapten su propio ordenamiento interno que utilizar un reglamento que imponga.

 

Rasgos: 1. Obligación de resultado que deberá cumplirse en el plazo establecido en la propia directiva. Su obligación es parcial, porque se refiere únicamente al resultado, no como el reglamento que dice el 249 que será obligatorio en todos sus elementos (la decisión también).

 

2. Obligación de resultado que consiste en adoptar medidas internas necesarias para alcanzar el resultado pretendido con la directiva, en el plazo previsto, dejando libertad de formas y medios para hacerlo. Esta en principio libertad de elección de forma y medios es menor de lo que puede hacer; porque la propia regulación contenida en la directiva viene a limitar el ámbito de discrecionalidad del que goza el estado.

 

            3. Este método de la directiva implica la vinculación de los efectos jurídicos a la norma nacional de trasposición. O dicho de otra manera, en principio, la directiva carece de aplicabilidad y efecto directo. Aquí empiezan los problemas, primero que ocurre si dictada una directiva que incluye un periodo de tiempo y cumplido el plazo que otorga la directiva los estados miembros no han cumplido su obligación de trasponerla a su derecho interna, o que ocurre cuando si se ha traspuesto, pero no ha sido adecuada y no se ha alcanzado el resultado requerido en la directiva. Lo primero que ocurre es obvio. En primer lugar el estado ha incumplido, aquí se plantea la cuestión de la posible eficacia de las directivas que una vez cumplido el plazo no han sido traspuestas correctamente, o no han sido traspuestas. Aquí entra en juego la jurisprudencia del TJCE, en primer lugar la Sentencia Ratti de 5 de abril de 1979, y en segundo lugar la Sentencia Becker (19.1.1982). Sentencia Ratti afirma:

- que si, en virtud de las disposiciones del art 189 (hoy, 249), los reglamentos son directamente aplicables y, por consiguiente, susceptibles por su naturaleza de producir efectos directos, no se deriva de ello que otras categorías de actos no puedan, en ningún caso producir efectos análogos;

- que sería incompatible con el efecto obligatorio que el articulo 189 (hoy, 249) reconoce a la directiva excluir, en principio, que la obligación que impone pueda ser invocada por personas afectadas;

- que, particularmente, en los casos en que las autoridades comunitarias, hubieran obligado por vía de directiva, a los Estados miembros a adoptar un comportamiento determinado, el efecto útil de tal acto se encontraría debilitado si los administrados se vieran impedidos de alegarla en vía judicial y los órganos jurisdiccionales impedidos de tomarla en consideración en cuanto elemento de Derecho Comunitario.  

 

            En la sentencia Becker, de 19 de enero de 1982, el tribunal va un poco más allá. En todos los casos en que las disposiciones de una directiva parecen ser, desde el punto de vista de su contenido, incondicionales y suficientemente precisas, dichas disposiciones si no se han adoptado dentro del plazo prescrito medidas de aplicación, pueden ser invocadas contra cualquier disposición nacional no conforme a la Directiva o, en la medida en que definen derechos que os particulares pueden alegar, frente al Estado.

 

            Este es el efecto directo de la directiva, pero con tres requisitos: que el estado no haya traspuesto en tiempo la directiva o lo haya hecho mal; que el contenido de la directiva sea incondicional y que el contenido de la directiva sea suficientemente preciso para ser aplicado directamente. Con las tres condiciones, cualquier persona física o jurídica que por incumplimiento del estado ve afectado negativamente sus derechos reconocidos en la directiva podrá acudirá a los tribunales de su estado para que se aplique la misma.

 

El corolario de todo esto se encuentra en la sentencia Becker en otro párrafo. El Estado miembro que no hubiese adoptado dentro del plazo prescrito las medidas de ejecución impuestas por una directiva, no puede invocar, frente a los particulares su propio incumplimiento de las obligaciones que ésta implica. El estado no puede beneficiarse de su propio incumplimiento.

 

Una última cuestión atinente al posible efecto directo de la directiva es que el efecto es siempre vertical, no horizontal, esto quiere decir que debe haber una relación de los particulares frente al estado, no entre particulares. Y desde luego no del estado hacia los particulares, oiga si la directiva le otorga derechos al estado frente a los ciudadanos, transpóngala en tiempo, sino, se siente; es el particular al que se le da la posibilidad de que solicite la aplicación directa de la directiva, tiene que ser de abajo hacia arriba. Cuestión más compleja cuando una directiva no transpuesta en tiempo otorgue derechos a unos ciudadanos y obligaciones a otros, no lo vamos a abordar.

 

Dice el 249.4 La decisión será obligatoria en todos sus elementos para todos sus destinatarios. Se distinguen del reglamento en que tienen destinatarios concretos no como el reglamento.

 

En cuanto a los no vinculantes, el último párrafo del 249 dice Las recomendaciones y los dictámenes no serán vinculantes.

 

Los actos atípicos simplemente son aquellos que no se encuentran recogidos en los tratados originarios, más concretamente no son ninguno de los cinco que hemos visto, por ejemplo, las conclusiones de las presidencias de los Consejos Europeos.

 

Tema 18.7 Fuentes no escritas.

 

Son fuentes no escritas de derecho comunitario los principios y la costumbre.

 

Por lo que se refiere a los principios pueden ser de dos tipos: los denominados principios constitucionales del sistema que son los recogidos en los tratados originarios y desde informan todo el sistema, ya hemos visto varios: subsidiariedad, atribución competencial….Y en segundo lugar tenemos los principios generales de derecho comunitario, se diferencian de los anteriores en que no están positivados en los tratados constitutivos pero sí han sido reconocidos y utilizados por la jurisprudencia del TJCE, provienen bien del D Internacional o bien de los derechos internos de los estados miembros, por ejemplo principio procesales como no retroactividad de la norma penal, seguridad  jurídica… Los principios de derecho, igual que la costumbre sirven para rellenar lagunas porque el ordenamiento jurídico como sistema debe ser completa, para ello están después de estas fuentes, otros mecanismos como la analogía.

 

La costumbre en derecho comunitario podría hipotéticamente existir, nada implica lo contrario, su fundamento sería rellenar lagunas para completar, pero de hecho y hasta hoy el TJCE no ha reconocido ninguna.

 

Derecho derivado no institucional.

 

Implica que no es creado en su totalidad por las instituciones, sino que en todo o en parte aparece sin que participen o haciéndolo solo a medias las instituciones.

 

En primer lugar nos encontramos con el Derecho Internacional y en segundo lugar el Derecho Internacional Convencional, los tratados. Por lo que respecta al DI, el Derecho Comunitario está sometido al DI, el art 307 TCE así lo establece. Debe respetar las obligaciones internacionalmente asumidas por un Estado o Estados miembros y los derechos de terceros Estados ha presentado algunos perfiles problemáticos e relación con su alcance en Derecho Comunitario.

 

Lo que respecta a la actividad comunitaria se pueden distinguir dos tipos de normas convencionales a los efectos de la UE, de un lado los tratados de los que forma parte la CE y de otro los tratados que por no referirse a las materias competencia de la CE no forma parte de la CE pero sí de los Es miembros. A lo primero lo denominamos actividad convencional comunitaria; frente a tratados que adoptan los estados en ocasiones en el marco o utilizando las reuniones del Consejo o incluso del Consejo Europeo, a esto segundo lo denominamos decisiones de naturaleza convencional adoptadas por el Consejo.

 

En primer lugar. Los tratados en los que una de las partes es la CE. Actividad convencional comunitaria.

La primera cuestión es si vincula, el art. 300.7 TCE dice que sí Los acuerdos celebrados en las condiciones mencionadas en el presente artículo serán vinculantes para las instituciones de la Comunidad, así como para los Estados miembros. El que vinculen implica la obligatoriedad de cumplir con las disposiciones de esos tratados tanto a las instituciones comunitarias como a los Es miembros.

 

Ahora bien, nada se dice de sí se integran o no en la compleja estructura del D Comunitario, jerarquía, efecto directo… en relación a la integración, aunque no dice nada el 300.7, implícitamente el 300.6 donde se establece una especie de control previo de adecuación al D Comunitario del TJCE El Parlamento Europeo, el Consejo, la Comisión o un Estado miembro podrán solicitar el dictamen del Tribunal de Justicia sobre la compatibilidad de cualquier acuerdo previsto con las disposiciones del presente Tratado. Cuando el dictamen del Tribunal de Justicia sea negativo, el acuerdo sólo podrá entrar en vigor en las condiciones establecidas en el artículo 48 del Tratado de la Unión Europea. El que exista este control previo implícitamente implica (y lo reconocerá el TJCE lo reconocerá en sus sentencias) que los tratados celebrados por la CE con terceros si se integran al D Comunitario, por eso podemos incluirlo dentro del D Comunitario derivado, pero no institucional. Los tratados de la comunidad con terceros son superiores al derecho derivado, pero inferiores al derecho originario, en cuanto a jerarquía se refiere; esta no es la solución de Derecho Internacional, donde los tratados son superiores a todo.

En cuanto al posible efecto directo de estos tratados, el TJCE dice que tendrán efecto directo siempre que cumplan con los requisitos propios del efecto directo (tema 19 más ampliamente): claridad y no condicionalidad.

 

Las decisiones convencionales adoptadas por el Consejo, en realidad este tipo de decisiones son adoptadas por los miembros del Consejo de manera colectiva en su calidad de representantes de los Es miembros. En ocasiones aprovechando que están todos reunidos en su formación de Consejo pueden entrar a negociar determinadas materias y adoptar fuera del derecho derivado típico (reglamentos, decisiones, directivas...) pueden entrar a tomar determinadas decisiones entre todos; en este caso serán tratados internacionales adoptados por representantes de los estados. Pero por adoptarse en el seno del Consejo no son solo eso, sino una categoría mixta entre lo internacional y lo comunitario. De un lado obligan a los Es por el D Internacional, pero además tienen un cierto carácter comunitario porque se han adoptado en el seno del Consejo; por su objeto, fin y el marco institucional en que son adoptados, no solo por ser hechos en el Consejo sino porque a veces se cuenta con la intervención de otras instituciones comunitarias.

 

Las normas, fuentes que se manejan en los pilares 2º y 3º.

 

En el PESC hablamos de: 1. estrategias comunes que son las que adopta el Consejo Europeo, 2. posiciones comunes y acciones comunes que son las que adopta el Consejo, y 3. de tratados con terceros estados en el marco de la PESC.

 

En el ámbito del 3º pilar, cooperación policial y judicial tenemos de nuevo posiciones comunes, decisiones marco y decisiones que son las que derivan de esas decisiones marco; se habla de convenios complementarios que serían tratados entres los Es miembros, y por último cabe la posibilidad de adoptar tratados con terceros estados.

BLOQUE II. CARACTERES DEL DERECHO DE LA UNIÓN EUROPEA EN SUS RELACIONES CON EL DERECHO INTERNO DE LOS ESTADOS MIEMBROS.

 

LECCIÓN 19

1.      Cuestiones generales.

2.      La aplicabilidad inmediata.

3.      El efecto directo. (misma cuestión que aplicabilidad directa que no veremos)

           

            LECCIÓN 20.

4.      La primacía.

5.      Otras cuestiones.

 

            Son importantes porque en realidad en el sistema conviven dos ordenamientos jurídicos distintos, de un lado el ordenamiento jurídico interno de cada Es miembro con el ordenamiento jurídico comunitario que posee un sistema normativo, un sistema de fuentes propias y distintas de los ordenamientos jurídicos internos. Pero a pesar de ser dos ordenamientos jurídicos internos, las relaciones entre ellos son muy intensas, de un lado porque los destinatarios son los mismos (personas físicas, jurídicas, incluso públicas de cada uno de los Es), pero es que además en el caso de las Directivas como fuente de D Comunitario Derivado, existe una relación todavía más estrecha, porque se dirige a los Es y se exige que trasponga una norma comunitaria. Por otra parte también es relevante que los tribunales ordinarios encargados de aplicar el derecho comunitario sean los tribunales internos de los Es, por todas estas razones es decisivo entender bien los principios que rigen la relación entre ambos ordenamientos jurídicos: autonomía, efecto directo y primacía.

 

            Principio de autonomía del D Comunitario.  

 

            Se predica tanto del D Internacional como los derechos de los Es miembros. En relación con el D Internacional porque aunque son tratados el TJCE ha subrayado en diversas ocasiones que el D Comunitario tanto originario como derivado va más allá del D Internacional, así en la Directiva 1/91; de otro lado autonomía frente a los derechos internos y es que aunque el D Comunitario se aplica de forma directa, no se fusiona con el D Interno de cada estado, porque ni sus fuentes de creación son las mismas, ni tampoco los efectos, así lo estableció el TJCE en su sentencia Van Gen en Loos.

 

            Pero más importante que el principio de autonomía son los otros dos principios.

 

            Principio de eficacia directa.

 

            Eficacia directa quiere decir que la norma de que se predica, despliega por sí misma plenitud de efectos jurídicos de manera uniforme en todos los Es miembros, y a partir de su entrada en vigor y durante toda la validez de la misma. El que despliegue plenitud de efectos implica que los derechos y obligaciones serán aplicables desde ese momento y podrán ser invocados por aquellos a los que afecten directamente antes las autoridades (judiciales o administrativas) para que se le reconozcan esos derechos que contienen.

 

            El TJCE se refiere pronto a ello en la sentencia Van Gen en Loos de 1963; la sentencia se refiere a una empresa holandesa de productos químicos que compraba productos químicos en Alemania y debía pagar una tasa arancelaria (no estaba aún el mercado común); en un momento determinado Holanda decide aumentar los derechos de arancel por su cuenta, y enarbola el antiguo art. 12 del tratado de Roma que congelaba en un primer paso para crear el mercado común los derechos de aduana tal y como estaban en ese momento. Se trata de una norma de derecho originario, dirigida a los estados. El TJCE dijo que dado que el TCE era constituir un mercado común, no solo impone obligaciones a los estados, pero eso implica reconocimientos de derechos a las personas, más adelante exigirá el efecto directo.

 

            El efecto directo de acuerdo a esta sentencia implica que las normas de los tratados pueden producir efectos jurídicos inmediatos sin que sean necesarios normas nacionales en desarrollo de las mismas, y además significa que los particulares pueden hacer valer antes su administración o ante los tribunales tales derechos contenidos en la normativa comunitaria y por consiguiente los tribunales deberán aplicar de manera directa dicha norma.

 

            Ahora bien, deben darse unos requisitos que determinan la eficacia directa de una norma comunitaria. Básicamente dos.

1.      Que la norma sea clara y precisa, que sea suficientemente precisa (ambas expresiones son usadas por sentencias del TJCE) que funda una obligación concreta en términos inequívocas y desprovista de ambigüedades.

2.      Que sea incondicional, su mandato. Esto es, que no deje márgenes para la apreciación discrecional. En una sentencia de 1997 el TJCE dirá “una disposición comunitaria es condicional cuando enuncia un obligación que no está sujeta a ningún requisito ni supeditada, en su ejecución o en sus efectos, a que se adopte ningún acto de las Instituciones de la Comunidad o de los Estados miembros” que en sí misma imponga obligaciones y conceda derechos.

            En definitiva se exige que el derecho que se reconoce en esa norma estén bien definidos y que se dirija a aplicarse directamente sin necesidad de ulteriores normas de ejecución, ya sea a nivel comunitario, ya sea a nivel comunitario o ya sea a nivel interno. Si hiciesen falta tales normas de ejecución, entonces sería condicional y no se predicaría de ella efecto directo.

 

Las normas de derecho comunitario, originario y derivado poseen efecto directo. En relación al derecho originario, lo tiene todo él siempre que cumpla con los requisitos señalados. Puede tener efecto directo ya sea vertical (de los particulares frente al poder público, caso Van Gen and Loos) u horizontal (de particular a particular); en el caso de efecto directo vertical otorga derechos a los particulares e impone obligaciones a los Es, y en el segundo caso derechos a unos particulares y obligaciones a otras (ejemplo el asunto Defren vs Sabena de 1996, se basa en el principio de no discriminación, el TJCE aplica de manera directa el Derecho originario pero de manera primera frente a otra persona jurídica y no frente a un Estado).

 

En relación al derecho derivado tenemos reglamentos y decisiones en primer lugar, el art. 249 TCE reconoce directamente el efecto directo a reglamentos y decisiones. La cuestión se complica en el caso de las directivas, y se complica en relación al derecho originario pero más en el caso de las directivas porque el 249 dice que no tendrá efecto directo, sino que obliga a los Es a que en el plazo de tiempo de la directiva ellos traspongan el contenido de la directiva a su Derecho interno.

 

Ahora bien, el TJCE les irá reconociendo a partir de sucesivas sentencias efecto directo, en concreto las sentencias Ratti y Becker. Ratti se plantea en el caso de una directiva sobre clasificación, embalaje y etiquetado de disolventes, cuyo plazo de ejecución había vencido sin que el gobierno italiano hubiese traspuesto el contenido de esa directiva (implicaba una reforma del Código Penal), Ratti aplicó la directiva ya habiendo cumplido el paso de trasposición y aplicó el contenido de la Directiva a sus productos disolventes y se le proceso por violar la normativa interna, finalmente el TJCE determinó que si se cumplen una serie de requisitos las Directivas pueden tener efecto directo incluso frente al derecho penal de cualquier estado miembro. Requisitos que se exigen a las Directivas para tener efecto directo:

1.      Expiración del plazo de la directiva.

2.      Ausencia o insuficiencia de adaptación del D Interno del Es que sea al contenido de la Directiva.

3.      Los dos requisitos generales del efecto directo, que sea clara e incondicional.

           

            El efecto directo se funda en el carácter directo, el principio de cooperación o lealtad con los compromisos asumidos y por último el principio de aplicación uniforme y de no discriminación del D Comunitario.

 

            Principio de primacía.

 

             En general como sabemos por D Internacional, los estados deben respetar el D Internacional principio pacta sunt servanda lo pactado hay que cumplirlos. Dado que el derecho originario son tratados parte de este principio, se puede argumentar que el derecho derivado de estos tratados se tienen que cumplir.

 

            Además el carácter tan particular del proceso de integración europeo hace que el D Comunitario goce de autonomía y que además se base en el principio de atribución de competencias entres los estados miembros y la CE, y esto es importante. El fundamento en el que se basa el principio de primacía de el D Comunitario frente a los Derechos internos no es el principio jerárquico (hasta nuestro TC ha metido la pata en esto). El D comunitario no es que sea superior, funciona igual que en el caso de nuestras autonomías. Se aplicará una u otra de acuerdo con el principio de atribución de competencias que es lo que fundamenta la primacía del D Comunitario es que el ejercicio de determinadas competencias se le ha concedido a la CE.

 

             El principio de primacía se proclamó por el TJCE en 1964 por el asunto Costa- Enel. Enel es la empresa nacional de la energía en Italia, y Costa era un pequeño operador que chocaba con el monopolio de la empresa estatal. El juez italiano no vio claro el asunto y preguntó al TJCE y el Tribunal fundamenta la primacía del D Comunitario en las siguientes características:

1.      La naturaleza y las características propias de las CE dentro de ello el principio de atribución de competencias

2.      El carácter obligatorio de las normas comunitarias de derecho derivado, expresamente prevista en el art. 249

3.      El compromiso de cooperación leal que los Es miembros adquieren al pasar a ser miembros de la CE de acuerdo al art 10 TCE

4.      El principio de aplicación sin discriminación del derecho comunitario, art. 12 TCE.

Si el D Comunitario tuviese que ceder frente a los D Internos, no existiría, dejaría de existir, si no hubiese primacía del D Comunitario no existiría.

 

Alcance del principio de primacía. En la sentencia Simmenthal de 1978 el TJCE determina los efectos y el alcance del principio de primacía que sistematizados son los cuatro siguientes.

1.      Si la norma incompatible es anterior a la norma comunitaria el principio de primacía hace inaplicable la norma interna. No es que la anule, no puede hacerlo.

2.      Si la norma interna incompatible es posterior a la comunitaria, la vigencia del derecho comunitario hace, impide que la norma interna se formule válidamente y por consiguiente que se aplique.

3.      El juez o el tribunal de D Interno que está viendo esta cuestión no debe esperar a que se derogue la norma interna simplemente lo que debe hacer es aplicar el derecho comunitario

4.      El juez o tribunal deberá siempre aplicar la norma comunitaria y dejar de aplicar la norma interna incompatible.

 

            Lo que se consigue con esto es que se establece un verdadero control difuso de la primacía del derecho comunitario sobre los derechos internos, porque no es el TJCE el encargado de determinar caso por caso si hay que aplicar una u otra o si son incompatible (le llegarán en caso difícil) son los tribunales internos de los Es miembros los encargados de controlar la compatibilidad, y en caso de no hacerlo aplicar el D Comunitario.      

 

           

No, te he dicho que no, pues porque no me da la gana, mira no tengo explicarte las cosas, y punto, cuando seas taza comeras dos perros

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 Me cago en las cuatro lámparas que alumbran la tumba de tu madre.

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Yo no digo ná,

Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir.

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Se puede establecer un índice de obesidad, definido como la relación entre peso real e ideal (o referencia).

Según el origen de la obesidad, ésta se clasifica en los siguientes tipos:

  1. Obesidad exógena: La obesidad debida a una alimentación excesiva.
  2. Obesidad endógena: La que tiene por causa alteraciones metabólicas.

Dentro de las causas endógenas, se habla de obesidad endocrina cuando está provocada por disfunción de alguna glándula endocrina, como la tiroides.

  • Obesidad hipotiroidea
  • Obesidad gonadal

No obstante, los adipocitos están aumentados de tamaño por acción de los ácidos grasos libres que penetran a éstos y, por medio de un proceso de esterificación, se convierten de nuevo en triglicéridos. Éstos antes han sido el resultado de la activación de VLDL circulantes en la absorción de ácidos grasos.

Es una enfermedad en cuya génesis están implicados diferentes factores, muchos de los cuales todavía no se conocen muy bien. Los genes, el ambiente, el sedentarismo, son condicionantes básicos que están implicados en la génesis de la obesidad así como los producidos por medicamentos o por distintas enfermedades.

En forma práctica, la obesidad puede ser evaluada típicamente en términos de salud midiendo el índice de masa corporal (IMC) (BMI body mass index por sus siglas en inglés), pero también en términos de su distribución a través de la circunferencia de la cintura o la medida del índice cintura cadera. Además, la presencia de obesidad necesita ser considerada en el contexto de otros factores de riesgo y comorbilidades asociadas (otras condiciones médicas que podrían influir en el riesgo de complicaciones).[1]

IMC
Artículo principal: Índice de masa corporal

El índice de masa corporal es un método simple y ampliamente usado para estimar la proporción de grasa corporal.[3] El IMC fue desarrollado por el estadístico y antropometrista belga Adolphe Quetelet.[4] Este es calculado dividiendo el peso del sujeto (en kilogramos) por el cuadrado de su altura (en metros), por lo tanto es expresado en kg / .

La actual definición comúnmente en uso establece los siguientes valores, acordados en 1997 y publicados en 2000:[5] IMC menos de 18,5 es por debajo del peso normal.

Gráfico con el índice de masa corporal

  • IMC de 18,5-24,9 es peso normal.
  • IMC de 25,0-29,9 es sobrepeso.
  • IMC de 30,0-39,9 es obesidad.
  • IMC de 40,0 o mayor y es obesidad severa (o mórbida).
  • IMC de 35,0 o mayor en la presencia de al menos una otra morbilidad significativa es también clasificada por algunas personas como obesidad mórbida.[6] [7]

En un marco clínico, los médicos toman en cuenta la raza, la etnia, la masa magra (muscularidad), edad, sexo y otros factores los cuales pueden infectar la interpretación del índice de masa corporal. El IMC sobreestima la grasa corporal en personas muy musculosas y la grasa corporal puede ser subestimada en personas que han perdido masa corporal (muchos ancianos).[1] La obesidad leve como es definida según el IMC, no es un factor de riesgo cardiovascular y por lo tanto el IMC no puede ser usado como un único predictor clínico y epidemiológico de la salud cardiovascular.[8]

Circunferencia de cintura

El IMC no tiene en cuenta las diferencias entre los tejido adiposo y tejido magro; tampoco distingue entre las diferentes formas de adiposidad, algunas de las cuales pueden estar asociadas de forma más estrecha con el riesgo cardiovascular.

El mejor conocimiento de la biología del tejido adiposo ha mostrado que la grasa visceral u obesidad central (obesidad tipo masculina o tipo manzana) tiene una vinculación con la enfermedad cardiovascular, que sólo con el IMC.[9]

La circunferencia de cintura absoluta (>102 cm en hombres y >88 cm en mujeres) o el índice cintura-cadera (>0,9 para hombres y >0,85 para mujeres)[9] son usados como medidas de obesidad central.

En una cohorte de casi 15.000 sujetos del estudio National Health and Nutrition Examination Survey (NHANES) III, la circunferencias cintura explicó significativamente mejor que el IMC los factores de riesgo para la salud relacionados con la obesidad cuando el síndrome metabólico fue tomado como medida.[10]

Grasa corporal

Una vía alternativa para determinar la obesidad es medir el porcentaje de grasa corporal. Médicos y científicos generalmente están de acuerdo en que un hombre con más del 25% de grasa corporal y una mujer con más de 30% de grasa corporal son obesos.

Sin embargo, es difícil medir la grasa corporal de forma precisa. El método más aceptado ha sido el de pesar a las personas bajo el agua, pero la pesada bajo el agua es un procedimiento limitado a laboratorios con equipo especial. Los métodos más simples para medir la grasa corporal son el método de los pliegues cutáneos, en el cual un pellizco de piel es medido exactamente para determinar el grosor de la capa de grasa subcutánea; o el análisis de impedancia bioeléctrica, usualmente llevado a cabo por especialistas clínicos. Su uso rutinario es desaconsejado.[11] Otras medidas de grasa corporal incluyen la tomografía computarizada, la resonancia magnética y la absorciometría de rayos X de energía dual.[11]

Factores de riesgo y morbilidades asociadas

La presencia de factores de riesgo y enfermedad asociados con la obesidad también son usados para establecer un diagnóstico clínico. La coronariopatía, la diabetes tipo 2 y la apnea del sueño son factores de riesgo que constituyen un peligro para la vida que podría indicar un taratamiento clínico para la obesidad.[1] Hábito tabáquico, hipertensión, edad e historia familiar son otros factores de riesgo que podrían indicar tratamiento.[1]

Efecto sobre la salud

Un gran número de condiciones médicas han sido asociadas con la obesidad. Las consecuencias sobre la salud están categorizadas como el resultado de un incremento de la masa grasa (artrosis, apnea del sueño, estigma social) o un incremento en el número de células grasas (diabetes, cáncer, enfermedades cardiovasculares, hígado graso no alcohólico).[12] La mortalidad está incrementada en la obesidad, con un IMC mayor de 32 están asociado con un doble riesgo de muerte.[13] existen alteraciones en la respuesta del organismo la insulina (resistencia a la insulina), un estado pro inflamatorio y una tendencia incrementada a la trombosis (estado pro trombótico).[12]

La asociación de otras enfermedades puede ser dependiente o independiente de la distribución del tejido adiposo. La obesidad central (tipo masculino u obesidad de cintura predominantemente, caracterizada por un radio cintura cadera alto), es un factor de riesgo importante para el síndrome metabólico, el cúmulo de un número de enfermedades y factores de riesgo que predisponen fuertemente para la enfermedad cardiovascular. Éstos son diabetes mellitus tipo dos, hipertensión arterial, niveles altos de colesterol y triglicéridos en la sangre (hiperlipidemia combinada).[14]

Además del síndrome metabólico, la obesidad es también correlacionada con una variedad de otras complicaciones. Para algunas de estas dolencias, nos ha sido establecido claramente hasta qué punto son causadas directamente por la obesidad como tal o si tienen otra causa (tal como sedentarismo) que también causa obesidad.

Mientras que ser severamente obeso tiene muchas complicaciones de salud, aquellos quienes tienen sobrepeso enfrentan un pequeño incremento en la mortalidad o morbilidad. Se sabe que la osteoporosis ocurre menos en personas ligeramente obesas.

Causa y mecanismos

Las causas de la obesidad son múltiples, e incluyen factores tales como la herencia genética; el comportamiento del sistema nervioso, endocrino y metabólico; y el tipo o estilo de vida que se lleve.

  • Mayor ingesta de calorías de las que el cuerpo necesita.
  • Menor actividad física de la que el cuerpo precisa.

Si se ingiere mayor cantidad de energía de la necesaria ésta se acumula en forma de grasa. Si se consume más energía de la necesaria se utiliza la grasa como energía. Por lo que la obesidad se produce por exceso de energía, como resultado de las alteraciones en el equilibrio de entrada/salida de energía. Como consecuencia se pueden producir diversas complicaciones, como son la hipertensión arterial, la diabetes mellitus y las enfermedades coronarias.

La herencia tiene un papel importante, tanto que de padres obesos el riesgo de sufrir obesidad para un niño es 10 veces superior a lo normal. En parte es debido a tendencias metabólicas de acumulación de grasa, pero en parte se debe a que los hábitos culturales alimentarios y sedentarios contribuyen a repetir los patrones de obesidad de padres a hijos.

Otra parte de los obesos lo son por enfermedades hormonales o endocrinas, y pueden ser solucionados mediante un correcto diagnóstico y tratamiento especializado.

Estilo de vida

La mayoría de los investigadores han concluido que la combinación de un consumo excesivo de nutrientes y el estilo de vida sedentaria son la principal causa de la rápida aceleración de la obesidad en la sociedad occidental en el último cuarto del siglo XX.[19]

A pesar de la amplia disponibilidad información nutricional en escuelas, consultorios, Internet y tiendas de comestibles,[20] es evidente que el exceso en el consumo continúa siendo un problema sustancial. Por ejemplo, la confianza en la comida rápida densa en energía, se ha triplicado entre 1977 y 1995, y el consumo de calorías se ha cuadruplicado en el mismo periodo.[21]

Sin embargo, el consumo de alimento por sí mismo es insuficiente para explicar el incremento fenomenal en los niveles de obesidad en el mundo industrializado durante los años recientes. Un incremento en el estilo de vida sedentaria también tiene un rol significativo que jugar. Más y más investigación en obesidad infantil, por ejemplo, leía tales cosas como correr en el colegio, con los niveles actuales elevados de esta enfermedad.[22]

Cuestiones sobre el estilo de vida, menos bien establecido, que pueden influir sobre la obesidad incluyen el estrés mental y el sueño insuficiente.

Genética

Como con muchas condiciones médicas, el desbalance calórico que resulta en obesidad frecuentemente se desarrolla a partir de la combinación de factores genéticos y ambientales. El polimorfismo en varios genes que controlan el apetito, el metabolismo y la integración de adipoquina, predisponen a la obesidad, pero la condición requiere la disponibilidad de suficientes calorías y posiblemente otros factores para desarrollarse completamente. Varias condiciones genéticas que tienen como rasgo la obesidad, han sido identificadas (tales como el síndrome de Prader-Willi, el síndrome de Bardet-Biedl, síndrome de MOMO, mutaciones en los receptores de leptina y melanocortina), pero mutaciones sencillas en locus sólo han sido encontradas en el 5% de los individuos obesos. SI bien se piensa que una larga proporción los genes causantes están todavía sin identificar, para la mayoría que la obesidad es probablemente el resultado de interacciones entre múltiples genes donde factores no genéticos también son probablemente importantes.

Un estudio de 2007 identificó bastantes mutaciones comunes en el gen FTO; los heterocigotos tuvieron un riesgo de obesidad 30% mayor, mientras que los homocigotos tuvieron un incremento en el riesgo de un 70%.[23]

A nivel poblacional, la hipótesis del gen ahorrador, que postula que ciertos grupos étnicos pueden ser más propensos a la obesidad que otros y la habilidad de tomar ventaja de raros períodos de abundancia y y usar esta abundancia para almacenar energía eficientemente, pueden haber sido una ventaja evolutiva, en tiempos cuando la comida era escasa. Individuos con reservas adiposas mayores, tenían más posibilidades de sobrevivir la hambruna. Esta tendencia a almacenar grasas es probablemente una inadaptación en una sociedad con un abastecimiento estable de alimentos.[24]

Enfermedades médicas

Ciertas enfermedades físicas y mentales y en particular sustancias farmaceuticas pueden predisponer a la obesidad.

Aparte del hecho de que corrigiendo estas situaciones se puede mejorar la obesidad, la presencia de un incremento en el peso corporal puede complicar el manejo de otros.

Las enfermedades médicas que incrementan el riesgo de obesidad incluyen varios síndromes congénitos raros, hipotiroidismo, síndrome de Cushing, deficiencia de la hormona de crecimiento.[25]

Dejar de fumar es una causa conocida de ganancia de peso moderada, pues la nicotina suprime el apetito. Ciertos tratamientos médicos (esteroides, antipsicóticos atípicos, algunas drogas para la fertilidad) pueden causar ganancia de peso.

La enfermedad mental también puede incrementar el riesgo de obesidad, especialmente algunos trastornos alimentarios tales como bulimia nerviosa y consumo compulsivo (también conocido como adicción a los alimentos).

Mecanismos neurobiológicos

Flier[26] resume los muchos posibles mecanismos fisiopatológicos involucrados en el desarrollo y mantenimiento de la obesidad.

Este campo de investigación ha sido casi inalcanzable hasta que las leptinas fueron descubiertas en 1994.

Desde este descubrimiento, muchos otros mecanismos hormonales que participan en la regulación del apetito y el consumo de alimentos, en patrones de almacenamiento en el tejido adiposo y en el desarrollo de resistencia a la insulina, han sido dilucidados.

Desde el descubrimiento de las leptinas, las grelinas, orexinas, PYY 3-36, colecistoquinina, adiponectina y muchos otros mediadores han sido estudiados. Las adipoquinas son mediadores producidos por el tejido adiposo; se piensa que su acción y modificar muchas enfermedades relacionadas con la obesidad.

Las leptinas y grelinas son consideradas complementarias en su influencia sobre el apetito, las grelinas producidas por el estómago, modulan el control del apetito a corto plazo (para comer cuando el estómago está vacío y para parar con el estómago esta lleno). La leptina es producida por el tejido adiposo para señalizar las reservas de grasa almacenadas en el organismo y mediar el control del apetito a largo plazo (para comer más cuando las reservas de grasa están bajas y menos al de las reservas de grasa son altas). Aunque la administración de leptinas puede ser efectiva en un pequeño grupo de sujetos obesos quienes son deficientes de leptina, muchos más individuos obesos parecen ser resistentes a la leptina. Esta resistencia explica en parte porqué la administración de leptinas no ha mostrado ser eficiente en suprimir el apetito en la mayoría de los sujetos obesos.

Mientras que la leptina y la grelina son producidas periféricamente, estas controlan el apetito a través de sus acciones sobre sistema nervioso central. En particular, estas y otras hormonas relacionadas con el apetito actúan sobre el hipotálamo, una región del cerebro, central en la regulación del consumo de alimentos y el gasto de energía. Hay varios círculos dentro del hipotálamo, que contribuyen con este rol de integración del apetito, siendo la vía de la melanocortina la mejor comprendida.[26] El circuito comienza como un área del hipotálamo, el núcleo arcuato, que tiene salidas al hipotálamo lateral (HL) y ventromedial (HVM), los centros de la alimentación y la saciedad en el cerebro respectivamente.[27]

El núcleo arcuato contiene dos grupos distintos de neuronas.[26] El primer grupo coexpresa neuropéptido Y (NPY) y el péptido relacionado agouti (AgRP) y recibe señales estimulatorias del hipotálamo lateral y señales inhibitorias del hipotálamo ventromedial. El segundo grupo coexpresa proopiomelanocortina (POMC) y transcritos regulados por cocaína y anfetamina (CART) y recibe señales estimulatorias del hipotálamo ventromedial y señales inhibitorias del hipotálamo lateral.

Consecuentemente, las neuronas NPY/ AgRP estimulan la alimentación e inhiben la saciedad, mientras que las neuronasPOMC/CART, estimula la saciedad e inhiben la alimentación. Ambos grupos de neuronas del núcleo arcuato son reguladas en parte por la leptina. La leptina inhibe el grupo NPY/ AgRP, mientras que estimula el grupo POMC/CART. Por lo tanto una deficiencia en la señalización por leptina, vía deficiencia de leptina o resistencia a la leptina, conduce a una sobrealimentación y puede dar cuenta por algunas formas de obesidad genética y adquirida

Aspectos microbiológicos

El rol de las bacterias que colonizan el tracto digestivo en el desarrollo de la obesidad ha comenzado a ser recientemente objeto de investigación. Las bacterias participan en la digestión (especialmente de ácidos grasos y polisacáridos) y alteraciones en la proporción 10 cintas particulares en la y días puede explicar por qué ciertas personas son más propensas a ganar peso que otras.

En el tracto digestivo humano, las bacterias generalmente son miembros del filo de los bacteroides o de los firmicutes. En la gente obesa, existe una abundancia relativa de firmicutes (los cuales causan una absorción de energía relativamente alta), lo cual es restaurado por la pérdida de peso. A partir de estos resultados no se puede concluir aun si este desbalance es la causa de la obesidad o es un efecto.[28]

Determinantes sociales

Algunos cofactores de la obesidad, son resistentes a la teoría de que la epidemia es un nuevo fenómeno. En particular, un cofactor de clase que de forma consistente aparece a través de muchos estudios. Comparando el patrimonio neto, con el índice de masa corporal, un estudio de 2004[29] encontró que sujetos americanos obesos son la mitad de ricos que los delgados.

Cuando diferenciales en el ingreso fueron comparados, la inequidad persistió, los sujetos delgados fueron por herencia más ricos que los obesos. Una tasa mayor de un bajo nivel de educación y tendencias a depender de comidas rápidas baratas es visto como una razón por la cual estos resultados son tan diferentes. Otro estudio encontró que mujeres quienes se casaban dentro de un estatus más alto son de forma predecible más delgadas que las mujeres quienes se casan dentro de un estatus más bajo.

Un estudio de 2007, de 32.500 niños de la cohorte original del estudio Framingham, seguidos por 32 años indicaron que el IMC cambia en amigos, hermanos o esposos sin importar la distancia geográfica. La asociación fue más fuerte entre amigos mutuos y menor entre hermanos y esposos (aunque estas diferencias no fueron estadísticamente significativas). Los autores concluyeron a partir de estos resultados que la aceptación de la masa corporal juega un papel importante en los cambios de la talla corporal.[30]

Buscando el equilibrio

Se sabe que cada 250 gramos de grasa equivalen a 2.250 calorías. Si cada gramo de grasa equivale a 9 kcal. Si existe un exceso de grasa corporal, se debe calcular la energía (medida en calorías) que representan y disminuirla en la ingesta alimentaria durante un periodo de tiempo adecuado.

Una método se basa en estimar el aporte de energía de la dieta (energía de metabolización) a partir de su contenido en macronutrientes (y de etanol, en el caso de incluir bebidas alcohólicas). Esta energía de metabolización se calcula a partir de los factores de Atwater,[31] que sólo son validos para la dieta y no para alimentos particulares. Estos factores se recogen en la tabla siguiente:

Nutriente / compuesto
Energía (kcal/g)

Grasa
9,0

Alcohol
7,0

Proteína
4,0

Carbohidrato
4,0

Así, una dieta diaria que aporte un total de 100,6 g de proteínas, 93,0 g de grasa y 215,5 g de carbohidratos, proporcionará una energía de, aproximadamente, 2.101 kcal.

En cuanto a alimentos, en la tabla siguiente se recogen algunos factores de Atwater que permiten estimar la energía que aportarían tras su metabolización:[32]

Factores de Atwater para alimentos seleccionados

alimento
Proteína (kcal/g)
Grasa (kcal/g)
Carbohidrato (kcal/g)

huevo
4,36
9,02
3,68

carne / pescado
4,27
9,02
*

leche / lácteos
4,27
8,79
3,87

fruta
3,36
8,37
3,60

arroz
3,82
8,37
4,12

soja
3,47
8,37
4,07

También se puede conocer la energía que aportarían los alimentos a través de un dispositivo denominado "bomba calorimétrica". Con este sistema se calculan los valores de energía que habitualmente se recogen en la mayoría de las tablas de composición de alimentos. En la tabla siguiente se reflejan algunos ejemplos:

Producto
Energía (kcal)

Leche entera (un vaso)
156

Yogur entero (125 g)
69

Manzana (una pieza mediana)
77

Taza de té con dos cucharaditas de azúcar
67

Tratamiento

Es necesario tratar adecuadamente las enfermedades subyacentes, si existen. A partir de aquí depende de buscar el equilibrio, mediante ajustes en la dieta. La dieta debe ser adecuada a la actividad necesaria, por ello una dieta muy intensiva en personas muy activas es contraproducente. Debe de tenderse a realizar dietas más suaves y mantenidas. Una vez alcanzado el peso ideal, lo ideal es mantenerlo con un adecuado programa de ejercicios y alimentación que sobre todo permitan no volver a recuperar la grasa y el peso perdido.

El principal tratamiento para la obesidad, es reducir la grasa corporal comiendo menos calorías y ejercitándose más. En efecto colateral beneficioso del ejercicio es que incrementa la fuerza de los músculos, los tendones y los ligamentos, lo cual ayuda a prevenir injurias provenientes de accidentes y actividad vigorosa. Los programas de dieta y ejercicios producen una pérdida de peso promedio de aproximadamente 8% del total de la masa corporal (excluyendo los sujetos que abandonaron el programa). No todos los que hacen dieta están satisfechos con estos resultados, pero una pérdida de masa corporal tan pequeña como 5% puede representar grandes beneficios en la salud.

Mucho más difícil que reducir la grasa corporal es tratar de mantenerla fuera acontecida 80 a 90% de aquellos que tienen 10% o más que su masa corporal a través de la dieta vuelven a ganar todo el peso entre dos y cinco años. El organismo tiene sistemas que mantienen su homeostasis a cierto nivel, incluyendo el peso corporal. Por lo tanto, mantener el peso perdido generalmente requiere que hacer ejercicio y comer adecuadamente sea una parte permanente del estilo de vida de las personas. Ciertos nutrientes, tales como la fenilalanina, son supresores naturales del apetito lo cual permite resetear el nivel establecido del peso corporal

Protocolos clínicos

En una guía de práctica clínica por el colegio americano de médicos, son hechas las siguientes cinco recomendaciones:[33]

  1. Las personas con un índice de masa corporal mayor de 30 deberían recibir consejo sobre dieta, ejercicio y otros factores del comportamiento relevante que ser intervenidos y establecer una meta realista para la pérdida de peso.
  2. Si esta meta no es conseguida, la fármacoterapia debe ser ofrecida. Los pacientes necesitan ser informados de la posibilidad de efectos secundarios y de la ausencia de información acerca de la seguridad y eficacia a largo plazo.
  3. La terapia con drogas puede consistir de sibutramina, orlistat, fentermina, dietilpropiona, fluoxetina, y bupropiona. Para los casos más severos de obesidad, drogas más fuertes tales como anfetaminas y metanfetaminas puede ser usadas de forma selectiva. La herencia no es suficiente para recomendar sertralina, topiramato o zonisamida.
  4. En pacientes con IMC mayor de 40 que fallen en alcanzar su meta en pérdida de peso (con o sin medicación) y quienes desarrollan complicaciones relacionadas con obesidad, puede estar indicada la referencia a cirugía bariátrica. Los pacientes deben ser advertidos de las complicaciones potenciales.
  5. Aquellas que requieran cirugía bariátrica deberán ser referidos a centros de referencia de alto volumen, pues como sugiere la evidencia no cirujanos quienes realizan frecuentemente estos procedimientos tienen menos complicaciones.

Una guía para la práctica clínica por la US Preventive Services Task Force (USPSTF), concluyó que la evidencia es insuficiente para hacer una recomendar a favor o en contra del consejo rutinario sobre conducta para promover una dieta saludable en pacientes no seleccionados en establecimientos de atención primaria, sin embargo este consejo intensivo acerca de la conducta dietaria está recomendado en aquellos pacientes con hiperlipidemia y otros factores de riesgo conocidos para enfermedades cardiovasculares y enfermedades crónicas relacionadas. El consejo puede ser llevado a cabo por clínicos de atención primaria o por referencia a otros especialistas tales como nutricionistas o dietistas.[34] [35]

Ejercicio

El ejercicio requiere energía (calorías). Las calorías son almacenadas en la grasa corporal. El organismo de llegada sus reservas de grasa a fin de proveer energía durante el ejercicio aeróbico prolongado. Los músculos más grandes en el organismo son los músculos de las piernas y naturalmente estos queman la mayoría de las calorías, lo cual hace que el caminar, correr y montar en bicicleta estén entre las formas más efectivas de ejercicio para reducir la grasa corporal.

Un metaanálisis de ensayos aleatorios controlados realizado por la International Cochrane Collaboration, encontró que "el ejercicio combinado con dieta resulta en una mayor reducción de peso que la dieta sola".[36]

Dieta

En general, el tratamiento dietético de la obesidad se basa en reducir la ingesta de alimentos. Varios abordajes dietéticos se han propuesto, algunos de los cuales se han comparado mediante ensayos aleatorios controlados:

Un estudio en el que se compararon durante 6 meses las dietas Atkins, Zone diet, Weight Watchers y la dieta Ornish encontró los siguientes resultados:[37]

  • Las cuatro dietas generaron una pérdida de peso modesta, pero estadísticamente significativa, en el transcurso de 6 meses.
  • Aunque la dieta Atkins genera las mayores pérdidas de peso en las 4 primeras semanas, las pérdida de peso al finalizar el estudio fueron independientes del tipo de dieta seguida".
  • La mayor tasa de abandono de los grupos que realizando las dietas Atkins y Ornish, sugiere que muchos individuos encuentran que estas dietas son demasiado difíciles de seguir.

Un meta-análisis estudios al azar controlados concluyó que "comparando con el tratamiento usual,el asesoramiento dietético produce una modesta pérdida de peso que disminuye con el tiempo".[38]

Bajo carbohidrato vs baja grasa

Muchos estudios se han enfocado en dietas que reducen las calorías vía dietas bajas en carbohidratos (la dieta Atkins, Zone diet) vs. dieta baja en grasas (dieta LEARN, dieta Ornish). El Nurses' Health Study, un estudio observacional por cohortes, encontró que las dietas baja en carbohidratos basadas en fuentes vegetales de grácil proteína está asociadas con menos coronariopatía.[39]

Un meta-análisis de estudios aleatorios controlados por el International Cochrane Collaboration realizado en el 2002 concluyó que[40] las dietas en las que se restringen las grasas no son mejores que las dietas en las que se restringen las calorías, en alcanzar una pérdida de peso a largo plazo en personas con sobrepeso u obesidad.

Un metaanálisis más reciente que incluyó estudios controlados publicados después de la revisión de Cochrane,[41] [42] [43] encontró que "las dietas bajas en carbohidratos, en las que no se restringe la energía parecen ser al menos tan efectiva como en las dietas bajas en grasa con restricción de la energía en indios y una pérdida de peso hasta por un año. Sin embargo, cambios potencialmente favorables en los niveles de triglicéridos y HDL colesterol deben ser pesados contra cambios potencialmente desfavorables en el nivel de LDL colesterol, cuando se usen dietas bajas en carbohidrato para inducir una pérdida de peso".[44]

El Women's Health Initiative Randomized Controlled Dietary Modification Trial encontró[45] que una dieta con un total de 20% de la energía proveniente de la energía y un incremento en el consumo de vegetales y frutas hasta de al menos 5 raciones diarias y granos de hasta al menos 6 raciones diarias resultó en: no hubo reducción en la enfermedad cardiovascular,[46] hubo una reducción no significativa del cancer de mama invasivo[47] y no hubo reducción en en el cancer colorectal.[48]

Recientes estudios aleatorios controlados adicionales han encontrado que: una comparación de las dietas Atkins, Zone diet, dieta Ornish y dieta LEARN en mujeres premenopausicas, encontró los mayores beneficios a partir de la dieta Atkins.[47]

La elección de la dieta para una persona específica puede ser influenciado midiendo la secreción individual de insulina: En adultos jóvenes "Reduciendo la carga glicémica (carbohidratos), puede nser especialmente importante para alcanzar la pérdida de peso entre individuos con una alta secreción de insulina".[49] Esto es consistente con estudios previos de pacientes diabéticos en los cuales dietas bajas en carbohidratos fueron mas beneficiosas.[50] [51]

Índice glicémico bajo

"El factor Índice glicémico es una clasificación de los alimentos ricos en carbohidratos basada en su efecto total sobre los niveles plasmáticos de glucos. Alimentos con un índice glucémico bajo, tales como las lentejas proveen una fuente de glucosa más constante y lenta al torrente sanguíneo, por lo tanto estimulando la liberación de menos insulina que los alimentos con índice glicémico alto, tales como el pan blanco".[52] [53]

La carga glucémica es "el producto matemáticodel índice glicémico y de la cantidad de carbohidratos".[52] [53]

En un estudio aleatorio controlado, que comparó cuatro dietas que variaban en la cantidad de carbohidratos y el índice glicémico, encontró resultados complicados:[54]

  • Dieta 1 y 2 fueron altas en carbohidratos (55% del total del consumo de energía)
    • Dieta 1 fue de alto Índice glicémico
    • Dieta 2 fue de bajo Índice glicémico
  • Dieta 3 y 4 fueron altas en proteínas (25% del total del consumo en energía)
    • Dieta 3 fue de alto Índice glicémico
    • Dieta 4 fue de bajo Índice glicémico

En las dietas 2 y 3 perdieron la mayor cantidad de peso y masa grasa; sin embargo, las lipoproteínas de baja densidad cayeron en la dieta dos y aumentaron en la dieta tres. Por lo tanto los autores concluyeron que las dietas altas en carbohidratos de bajo índice glicémico fueron las más favorables.

Un meta-análisis realizado por Cochrane Collaboration concluyó que las dietas de bajo índice glicémico o bajas cargas y se indica conducen a más pérdida de peso y mejor perfil lipídico. Sin embargo, las dietas de índice glicémico bajo y carga y cínica baja fueron agrupadas juntas y no se trató de separar el efecto de la carga versus el índice.[52]

Drogas

La medicación más comúnmente prescrita para la obesidad de resistente al ejercicio/dieta es el orlistat (Xenical, el cual reduce la sesión intestinal de grasas inhibiendo la lipasa pancreática) y sibutramina (reductil, Meridia, un anorexígeno). La pérdida de peso con estas drogas es modesta y a largo plazo la pérdida promedio de peso con el orlistat es de 2,9 kg, con la sibutramina 4,2 kg y con el rimonabant 4,7 kg. El orlistat y el rimonabant llevan a una reducción en la incidencia de diabetes, y todas las drogas tienen algún efecto sobre las lipoproteínas (diferentes formas de colesterol).

Sin embargo, existe poca información sobre las complicaciones a largo plazo de la obesidad, tales como los infartos. Todas las drogas tienen efectos secundarios y contraindicaciones potenciales.[55] Comúnmente las drogas para pérdida de peso se usan por un período de tiempo (por ejemplo tres meses) y se descontinuan o se cambian por otra gente si el beneficio no ha sido obtenido, tal como una pérdida de peso menor de 5% del total del peso corporal.[11]

Un meta-análisis de estudios controlados al azar realizado por International Cochrane Collaboration, concluyó que en pacientes diabéticos la fluoxetina, el orlistat y la sibutramina, podrían conseguir una significativa aunque modesta pérdida de peso entre 12-57 semanas, con beneficios a largo plazo sobre la salud no muy claros.[56]

La obesidad también puede influir sobre la elección de las drogas para el tratamiento de la diabetes. La metformina puede conducir a una leve reducción de peso (en oposición a las sulfonilureas e insulina) y ha sido demostrado que reduce el riesgo de enfermedad cardiovascular en los diabéticos tipo dos obesos.[57] Las tiazolidinodionas, pueden causar una ligera ganancia de peso, pero disminuyen la "patológica" grasa abdominal y pueden por lo tanto ser usadas en diabéticos con obesidad central.[58]

Cirugía bariátrica
Artículo principal: Cirugía bariátrica

La cirugía bariátrica (o "cirugía para pérdida de peso") es la intervención quirúrgica usada en el tratamiento de la obesidad. Como toda intervención quirúrgica puede conducir a complicaciones, por lo que debe ser considerada como el último recurso cuando la modificación dietética y el tratamiento farmacológico no han sido exitosos. La cirugía bariátrica depende de varios principios, la propuesta más común es la reducción de volumen del estómago, produciendo una sensación de saciedad temprana (con una cinta gástrica ajustable) mientras otros también reducen la longitud del intestino con la que la comida en contacto, reduciendo directamente la absorción (bypass gástrico). La cirugía en la que se emplea la cinta o banda es reversible mientras que las operaciones en las que se acorta el intestino no lo son. Algunos procedimientos pueden ser realizados laparoscópicamente. Las complicaciones de la cirugía bariátrica son frecuentes.[59]

Dos grandes estudios han demostrado una relación mortalidad/beneficio a partir de la cirugía bariátrica. Una marcada disminución en el riesgo de sufrir diabetes mellitus, enfermedad a cardiovascular y cáncer.[60] [61] La pérdida de peso fue en más marcada en los primeros meses después de la cirugía, pero el beneficio se mantuvo a largo plazo. En uno de los estudios hubo un incremento inexplicable en las muertes por accidentes y suicidios que no pesó más que el beneficio en términos de prevención de enfermedad. La cirugía bypass gástrico fue aproximadamente dos veces más efectiva del procedimiento de la banda gástrica.[61]

Significado cultural y social
Etimología

Obesidad es la forma nominal de un viso la cual proviene del latín obēsus, lo que significa "corpulento, gordo o regordete". Ēsus el participio pasado de edere (comer), con ob agregado a este. El latín clásico, este verbo se encuentra solamente en la forma de participio pasado.[62]

Historia


La obesidad fue un símbolo de estatus en la cultura europea: "General toscano" de Alessandro del Borro, siglo XVII.

En varias culturas humanas, la obesidad estuvo asociada con atractivo físico, fuerza y fertilidad. Algunos de los primeros artefactos culturales conocidos, conocidos como las figuritas de Venus, son estatuas tamaño bolsillo representando una figura femenina obesa.

Aún que su significado cultural no está registrado, su amplio uso por todas las culturas prehistóricas mediterráneas y europeas sugiere un rol central para la forma femenina o visa en rituales mágicos y sugiere la aprobación cultural de (y quizás la reverencia por) esta forma corporal. Esto es más probablemente debido a su habilidad para lidiar fácilmente con niños y sobrevivía las hambrunas.

La obesidad fue considerada un símbolo de riqueza y estrato social en culturas pronas a la escasez de comida o hambrunas. Esto fue visto también de la misma manera en el período moderno temprano en las culturas europeas, pero cuando la seguridad alimentaria fue realizada, sirvió mas como una muestra visible de "lujuria por la vida", apetito e inmersión en el reino del erótico.

Este fue especialmente el caso en las artes visuales, tales como las pinturas de Rubens (1577-1640), cuya representación regular de mujeres coordenadas nos dio la descripción de Rubenesca. La obesidad también puede ser vista como un símbolo dentro de un sistema de prestigio.

"El tipo de comida, la cantidad y la manera en la cual está servida están entre los criterios importantes de clase social. En la mayoría de las sociedades tribales, inclusive aquellas con un sistema social altamente estratificado, todo el mundo-la realeza y los plebeyos-, comían la misma clase de alimentos y si hubo una hambruna todo el mundo estuvo hambriento. Con la siempre creciente diversidad de elementos, la comida se ha convertido no solamente en un asunto de estatus social, sino también una marca de la personalidad y el gusto individual".[63]

Cultura contemporánea

En las culturas occidentales modernas, la forma del cuerpo obeso es ampliamente considerado no atractivo y muchos estereotipos negativos están comúnmente asociados con la gente obesa. Los niños, adolescentes y adultos obesos también pueden enfrentar un pesado estigma social. Los niños obesos son frecuentemente el blanco de amenazas y son con frecuencia rechazados por sus pares. Aunque las tasas de obesidad se están incrementando entre todas clases sociales en el mundo occidental, la obesidad es frecuente vista como un signo de estatus socioeconómico bajo.[64] La mayoría de la gente de esa ha experimentado pensamientos negativos acerca de su imagen corporal, y algunos de ellos toman medidas drásticas para tratar de cambiar su forma incluyendo la dieta, el uso de medicamentos inclusive la cirugía. No todas las culturas contemporáneas desaprueban la obesidad. Existen muchas culturas las cuales tradicionalmente aprueban más (en diversos grados) la obesidad, incluyendo algunas culturas africanas, árabes hindúes y en las islas del pacífico. Especialmente en décadas recientes, la obesidad ha comenzado a ser vista más como una condición médica en la cultura occidental moderna inclusive tiene referida como una epidemia.[65]

Recientemente ha emergido un pequeño pero ruidoso movimiento de aceptación a la gordura que busca cuestionar la discriminación basada en el peso. Los grupos de apoyo y aceptación de la obesidad, han iniciado un litigio para defender los derechos de las personas obesas y para prevenir su exclusión social. Algunas figuras notables dentro de este movimiento, tales como Paul Campos, argumentan que el estigma social alrededor de la obesidad está fundado en la ansiedad cultural y que la preocupación pública sobre los riesgos de salud asociados con la obesidad son inapropiadamente usados como una racionalización de este estigma.[66]

Las agencias del gobierno y la medicina privada han advertido los americanos durante años acerca de los efectos adversos para la salud asociados con el sobrepeso y la obesidad. A pesar de las advertencias, el problema se está haciendo cada vez peor . En 2004, el CDC reportó que el 66,3% de los adultos en los Estados Unidos tenía sobrepeso u obesidad. La causa en la mayoría de los casos es el estilo de vida sedentaria; aproximadamente el 40% de los adultos en Estados Unidos no participan en ninguna actividad física durante su tiempo de ocio y menos de un tercio de los adultos se ocupan de la cantidad de actividad física recomendada.[67] El sobrepeso y la obesidad son fácilmente determinados usando el índice de masa corporal (IMC), este índice utiliza el peso y altura para determinar la grasa corporal. Un IMC entre 25 y 29,9 es considerado sobrepeso y cualquier valor sobre 30 es obesidad. Individuos con un IMC por encima de 30 incrementan el riesgo varios peligros para la salud.[68]

Cultura popular

Varios estereotipos de personas obesas ha encontrado su vía dentro de expresión de la cultura popular. Un estereotipo común es el carácter de la persona obesa, quien tiene una personalidad cálida y fiable, sin embargo es igualmente común el estereotipo del matón vicioso y obeso (tal como Dudley Dursley de la serie de libros de Harry Potter, Nelson Muntz de Los Simpsons). La glotonería y la obesidad son comúnmente representadas juntas en trabajos de ficción. En los dibujos animados, la obesidad es frecuentemente usada como efecto cómico, con personajes de dibujos animados gordos (tales como Piggy, Porky Pig, Tummi Gummi y Podgy Pig) teniendo que escurrirse a través de espacios angostos quedando frecuentemente atascados o inclusive explotando.

Un ejemplo más inusual de humor relacionado con la obesidad es Bustopher Jones, del poema de T. S. Eliot. Bustopher Jones: The Cat About Town que figura en su libro Old Possum's Book of Practical Cats, así como en el musical Cats, quien se hizo famoso por ser un visitante regular de muchos clubes de caballeros. Debido a sus constantes almuerzos en el club, él es extraordinariamente gordo, siendo descrito por los otros como "un 25 libras... y él está ganando peso cada día". Otro personaje popular es Garfield, un gato de dibujos animados, es también obesidad para humor. Cuando su dueño, John, lo puso a dieta, en vez de perder peso, Garfield disminuyó la velocidad de ganancia de peso.

Puede ser discutida que esta representación en la cultura popular suma y mantiene los estereotipos comúnmente percibidos, dañando la autoestima de las personas obesas. Por otro lado, la obesidad es frecuentemente asociada con características positivas tales como el del humor (el estereotipo del gordo alegre como Santa Claus) y algunas personas son más atraídas sexualmente por personas obesas que por personas delgadas.

Políticas y salud pública
Prevalencia


Gráfica comparando los porcentajes de obesidad del total de población en países miembros de la OCDE. Para edades superiores a 15 años y un IMC mayor a 30.

En el Reino Unido, la encuesta de salud para Inglaterra predice que más de 12 millones de adultos y un millón de niños serán obesos al 2010 si no se toman acciones.[69] [70]

En los Estados unidos, la prevalencia de sobrepeso y obesidad hace de la obesidad un importante problema de salud pública. Los Estados Unidos tiene en la tasa más alta de obesidad en el mundo desarrollado. Desde 1980 al 2002 la obesidad se ha duplicado en adultos y la prevalencia de sobrepeso se ha criticado en niños y adolescentes.[71] De 2003 a 2004, "en los niños y adolescentes en edades comprendidas entre 2 y 19 años, 17,1% tuvieron sobrepeso... y el 32,2% de los adultos de 20 años y mayores fueron obesos".[72] La prevalencia en los Estados Unidos continúa en aumento.[73]

En China, el ingreso promedio se incrementó debido al boom económico, la población de China ha iniciado recientemente un estilo de vida más sedentario y al mismo tiempo empezó a consumir alimentos más ricos en calorías. Desde 1991 al 2004 el porcentaje de adultos con sobrepeso u obesidad se incrementó desde el 12,9% al 27,3%.[74]

La obesidad es un problema de salud pública y política de vida su prevalencia, costos y carga.[75] La prevalencia decida ha ido aumentando continuamente por dos décadas.[76] Este repentino aumento en la prevalencia de obesidad es atribuido a factores del medio ambiente y de la población más que aun comportamiento individual y biológico debido al aumento rápido y continuo en el número de individuos con sobrepeso y obesidad.[77]

El medio ambiente actual produce produce factores de riesgo por disminución de la actividad física y por un incremento en el consumo de calorías. Éstos factores ambientales operan sobre la población para disminuir su actividad física e incrementar el consumo de calorías.

Factores del medio ambiente

Mientras frecuentemente podría parecer obvio por qué un cierto individuo engorda, es más difícil entender por qué el peso promedio de cierta sociedad ha estado recientemente aumentando. Mientras que las causas genéticas son centrales para comprender la obesidad, éstas no pueden explicar completamente por qué una cultura en gorda más que otra.

Esto es más notable de Estados Unidos. En los años justo después de la Segunda Guerra Mundial hasta 1960 el peso promedio por persona se incrementó, pero pocos fueron obesos. En las dos y media décadas desde 1980, el crecimiento en la tasa de obesidad se aceleró marcadamente y esta cada vez más convirtiéndose en un problema de salud pública.

Existe un número de teorías para explicar la causa de este cambio desde 1980. La más creíble es la combinación de varios factores.

  • Pérdida de actividad: la gente obesa está menos activa en general que la gente delgada y no precisamente por su obesidad. Un incremento controlado en el consumo de calorías de la gente delgada no los hace menos activos, correspondientemente cuando la gente obesa pierde peso no comienzan a ser más activos. El cambio de peso no afecta los niveles de actividad.[78]
  • Costo relativo más bajo de los alimentos: cambios masivos en las políticas agrícolas en los Estados Unidos y América ha conducido a una disminución en los precios de los alimentos a nivel de los consumidores, como en ningún momento en la historia. En el debate actual acerca de las políticas comerciales se destacan desacuerdos sobre los efectos de los subsidios. En los Estados Unidos, la producción de maíz, soya, trigo y arroz está subsidiado a través del proyecto de ley U.S. farm. El maíz y la soya, los cuales son la principal fuente de azúcar y grasas en los alimentos procesados, son por lo tanto más baratos comparados con las frutas y los vegetales.[79]
  • Marketing incrementado: este también el jugado un papel. Al inicio de 1980 la administración Reagan en los estado unidos levantó la mayoría de las regulaciones referentes a las propagandas dirigidas a niños sobre dulces y comida rápida. Como resultado de esto, el número de propagandas vistas por el promedio de los niños se incrementó grandemente y una larga proporción de estos consumieron comidas rápidas y dulces.[80]
  • El cambio en la fuerza de trabajo: cada año un mayor porcentaje de la población pasa su día completo de trabajo detrás de un escritorio o una computadora, sin hacer virtualmente ningún ejercicio. Se ha incrementado el consumo de alimentos congelados densos en calorías que se cocinan en el horno de microondas (muy cómodos) y se ha fomentado la producción de "snacks" cada vez más elaborados.
  • Una causa social que muchos creen que juega un rol es el incremento en el número familias con dos ingresos, en las cuales ninguno de los padres permanece en el hogar para cuidar la casa. Esto incrementa el número de restaurantes y comidas para llevar.
  • La expansión incontrolada de las ciudades puede ser un factor: la tasa de obesidad se incrementa en la medida la expansión de las ciudades aumenta, posiblemente debido a que existe menos tiempo para caminar y para cocinar.[81]
  • Desde 1980 los restaurantes de comida rápida han visto un crecimiento dramático en términos del número de ventas y consumidores atendidos. Comidas a bajo costo y una intensa competencia por una porción del mercado, ha conducido a un incremento en el tamaño de las porciones, como por ejemplo, las porciones de las papas fritas de McDonald's, aumentaron desde las 200 calorías en 1960 hasta más de 600 calorías hoy en día.

Respuesta a las políticas y salud pública


Las sillas extra anchas, están disponibles actualmente en algunos centros para la atención de pacientes obesos.

Las respuestas en salud pública y política a la obesidad buscan entender y corregir los factores ambientales responsable por cambios en la prevalencia de sobrepeso y obesidad en una población. La vecindad y el sobrepeso son actualmente ante todo problemas políticos en los Estados Unidos. Las soluciones políticas y de salud pública buscan cambiar los actores del medio ambiente que promueven las calorías densas, el consumo de alimentos bajos en nutrientes y que inhibe la actividad física.

En los Estados Unidos, la política se ha enfocado ante todo en el control de la obesidad en la niñez la cual tiene las implicaciones más serias en salud pública a largo plazo. Los esfuerzos han sido dirigidos a escuelas clave. Existen esfuerzos en proceso para reformar el programa Federal de reembolso de comidas, limitar el marketing de alimentos a los niños y prohibir o limitar el acceso a bebidas endulzadas con azúcar. En Europa, la política se ha enfocado en limitar el marketing a los niños. Ha habido un enfoque en nivel internacional sobre la política relacionada con el azúcar y el rol de las políticas agrícolas en la producción de alimentos que producen sobrepeso y obesidad en la población. Para confrontar la actividad física, los esfuerzos se han dirigido a examinar la zonificación y el acceso parques y rutas seguras en las ciudades.

En el Reino Unido, un reporte del 2004 por el Real Colegio de Médicos, la Facultad de Salud Pública y el Real Colegio de Pediatría Salud Infantil titulado "Almacenando problemas",[82] seguido por un reporte del Comité de Salud de la Cámara de los Comunes, sobre el acto de la obesidad sobre la salud y la sociedad en el Reino Unido y posibles acercamientos al problema.[83] En el 2006, el Instituto nacional para la salud y la excelencia clínica (National Institute for Health and Clinical Excellence), publicó una guía sobre el diagnóstico y manejo de la obesidad así como las implicaciones políticas para las organizaciones no asistenciales tales como los Ayuntamientos.[11] Un reporte del año 2007 producido por Sir Derek Wanless para la Fundación del Rey, advirtió que a menos que acciones adicionales sean tomadas, la obesidad tienen la capacidad para paralizar el Servicio Nacional de Salud desde el punto de vista financiero.[84

 

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Lo de bete sí es una grosería, jajajajaja. Esto cada vez se parece más a 4chan, ja.

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Historia de la ciencia y la tecnología en España (o las distintas denominaciones con las que la bibliografía suele referirse a ella: Historia de la ciencia en España, Historia de la ciencia española, Historia de la ciencia y la tecnología española o Historia de la ciencia y de la técnica en España)[1] es la historia de la ciencia y la historia de la tecnología en España.

El mismo deslindamiento de qué llamar ciencia, qué técnica y qué tecnología es un asunto delicado, del que se ocupan los estudios de ciencia, tecnología y sociedad, de reciente definición. Mientras que las actividades científicas y técnicas son tan antiguas como el ser humano, el establecimiento de una verdadera tecnología (entendida como la integración de conocimientos sistemáticos, recursos materiales, habilidades y procedimientos técnicos aplicados a la trasformación de un proceso productivo con una metodología consciente —que supere el nivel de lo artesanal—), ha de esperar a la Edad Contemporánea, momento que para el caso de España llegó trágicamente atrasado, en comparación con la precocidad y empuje con que entró en la modernidad. Muy pocos científicos españoles (salvo excepciones como Servet o Cajal) fueron protagonistas de alguno de los cambios de paradigma que caracterizaron las sucesivas revoluciones científicas; es por eso que buena parte de los estudios de historia de la ciencia consisten en el rastreo de su recepción en España, y lo mismo sucede con las transferencias tecnológicas. Hasta tal punto la ciencia y la tecnología han sido en España una «realidad marginal en su organización y contexto social»,[2] que se ha llegado a convertir en una especie de estereotipo nacional español, unas veces rechazado por impropio o humillante y otras veces asumido con orgullo y desdén, como en la lapidaria expresión de Miguel de Unamuno cuyo repetido uso y abuso ha producido un tópico o cliché que se utiliza con sentidos opuestos:

¡Que inventen ellos!
Miguel de Unamuno, varias versiones, 1906–1912

El uso del masculino ellos, tampoco es casual (hay quien plantea su contrario: «Que inventen ellas»).[3] El predominio de varones en ciencia y tecnología ha sido casi absoluto históricamente, y únicamente ha sido desafiado en términos cuantitativos desde las últimas décadas del siglo XX. No obstante, los denominados gender studies (traducidos habitualmente como estudios de género) y la historia de las mujeres aplicada a la historia de la ciencia y la tecnología, se han ocupado de visibilizar a las personalidades femeninas significativas en estos campos.


Astrolabio de al-Sahlî, fabricado en Toledo en 1067. Museo Arqueológico Nacional.


De izquierda a derecha, el Telescopio William Herschel, el Dutch Open, el Carlsberg Meridian el telescopio solar sueco, el Telescopio Isaac Newton (segundo por la derecha) y el Telescopio Jacobus Kapteyn (el más lejano por la derecha), en el Observatorio del Roque de los Muchachos, Isla de la Palma, Instituto de Astrofísica de Canarias.


Útiles de esparto procedentes de las explotaciones mineras romanas de Carthago Nova (Cartagena). Museo Arqueológico Municipal de Cartagena.

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A pesar de su dificultad metodológica (ausencia de fuentes escritas), la reconstrucción de aspectos del pensamiento pre-científico y pre-tecnológico (interpretación y transformación de la naturaleza) en épocas prehistóricas se ha intentado con el análisis e interpretación del arte paleolítico, que en la Península Ibérica tiene muestras de extraordinario valor; así como con las técnicas líticas e incluso con las reconstrucciones anatómicas.[4]

La teoría de la revolución neolítica implica para esta zona una interpretación difusionista para innovaciones como la agricultura o la cerámica,[5] mientras que, desde posturas poligenistas, se argumenta que la metalurgia del cobre en el calcolítico (Los Millares, principios del III milenio a. C.) podría haber surgido de una innovación endógena, simultánea a un incremento de los rendimientos agrícolas por el regadío (acequia del poblado del Cerro de la Virgen de Orce), al amurallamiento y a la estratificación social.[6]

Ya en época plenamente histórica para el Próximo Oriente (pero protohistórica para EuropaEdad de los Metales—), el papel de las tierras del Extremo Occidente en el comercio de metales a larga distancia con las primeras civilizaciones fue fundamental para la incorporación de las técnicas metalúrgicas de la edad del bronce; mientras que las de la edad del hierro fueron introducidas a finales del II milenio a. C. y comienzos del I milenio a. C. simultánea e independientemente por los pueblos colonizadores mediterráneos (griegos y fenicios, en la costa oriental y meridional) y los celtas centroeuropeos (en el centro, oeste y norte). La llegada de otras manifestaciones técnicas como la rueda, el arado o la vela son aún más difíciles de constatar.

La romanización fue muy profunda en Hispania, y dan muestra de ello las técnicas constructivas que permitieron resultados tan acabados como el Puente de Alcántara o el Acueducto de Segovia, un complejo trazado de calzadas, las primeras presas hidráulicas (cuya entidad está siendo debatida)[7] o explotaciones mineras de todo tipo, desde la aurífera a tan gran escala como las Médulas hasta la del lapis specularis (véase también Economía en la Hispania Romana). Autores como el gaditano Columela están entre los primeros tratadistas de cuestiones agronómicas, que incluso en este caso, representa claramente cómo el carácter especulativo de la actividad científica en el mundo grecorromano está desconectado de las técnicas y el trabajo manual; como corresponde a la radical separación entre el otium propio de los filósofos y el mundo del negotium y los esclavos.

Y no puedo acabarme de admirar, cuando considero que escogiendo los que desean hablar buen un orador cuya elocuencia imiten; buscando los que quieren aprender las reglas del cálculo y de las medidas un maestro de esta enseñanza que tanto les agrada; procurando los aficionados a la danza y a la música con el mayor cuidado maestros de estas artes; llamando los que quieren hacer un edificio operarios y arquitectos; los que quieren confiar al mar una embarcación hombres que sepan manejarla; los que emprender guerras personas inteligentes en la táctica; y para decirlo todo de una vez, haciendo cada cual diligencia, para el estudio a que quiere aplicarse, del mejor director que pueda encontrar; y finalmente, eligiendo cada uno de entre el número de los sabios una persona que forme su espíritu y sea su maestro en la virtud: solamente la agricultura, que sin duda está muy cerca de la sabiduría, y tiene cierta especie de parentesco con ella, carece de discípulos que la aprendan y de maestros que la enseñen.
Lucio Junio Moderato Columela

Los doce libros de la Agricultura, De las cosas del campo (De Re Rustica), mediados del siglo I.[8]


Esfera armilar de la Biblioteca de El Escorial.


La fragua de Vulcano, Diego Velázquez, 1630. El trabajo manual, relegado en la mitología grecorromana al dios más feo y deforme (Hefaistos-Vulcano, deshonrado por su bella esposa, Afrodita-Venus, y por el gallardo dios de la guerra, Ares-Marte), era también despreciado socialmente en la España del Barroco, que también ponía la honra muy por encima de todo lo material. Este mismo genial pintor tuvo que demostrar documentalmente, contra toda evidencia, que jamás en su vida (como no fuera por servicio al rey o por «amor al arte») había incurrido en tal incompatibilidad con la condición de nobleza a la que aspiraba.

La ciencia medieval, dentro de sus limitaciones inherentes, tuvo algunos de sus máximos desarrollos en la Península Ibérica, compartida por reinos cristianos y musulmanes, y con una influyente presencia intelectual hebrea. Antes incluso, la Edad Oscura de la Alta Edad Media tuvo en el reino visigodo de Toledo y en el monacato hispánico alguna de sus aisladas lumbreras (destacadamente, San Isidoro y sus Etimologías). Las transiciones entre distintos modos de producción implicaron transformaciones tecnológicas impulsadas o frenadas por las diferentes configuraciones económico-sociales, que en el caso español se sustanciaron en diferentes formas de renovar las técnicas agrícolas, ganaderas y de la industria alimentaria y otras ramas de la artesanía; a veces por iniciativa institucional (monástica o gremial) o por la dinámica propia de las actividades productivas, más o menos sometidas a secretos de oficio y desprestigiados socialmente en la sociedad estamental (incompatibilidad entre trabajo y nobleza, calificación de oficios viles y mecánicos).[9] Los ejemplos más aparatosos son las norias del sureste español y otras técnicas de regadío introducidas o perfeccionadas por la civilización árabe-hispana.

La inclusión de los reinos bajomedievales españoles en las rutas comerciales europeas, entre el Atlántico y el Mediterráneo, estimuló no sólo la tecnología naval y la investigación cartográfica y astronómica aplicable, sino también la experimentación de técnicas comerciales y financieras innovadoras, tanto en la Corona de Aragón (Lonja de la Seda, Taula de canvi, Consulado del mar) como en la de Castilla (con ferias como las de Medina del Campo, Medina de Rioseco y Villalón),[10] en las que se firmaron las primeras letras de cambio, y se inició la reflexión que, tras el impacto decisivo que supuso la conquista y colonización de América y sus efectos negativos en España (revolución de los precios, desincentivación de las inversiones productivas y fomento del conservadurismo social e ideológico) terminó dando origen a la ciencia económica (no en vano uno de sus textos fundacionales, el de Tomás de Mercado se tituló, parafraseando a la Suma Teológica de su tocayo Santo Tomás de Aquino, Suma de Tratos y Contratos, 1571).[11] En algunos casos, estas prácticas estaban ligadas a la minorías judía y conversa (el préstamo a interés era considerado pecado de usura tanto para la moral cristiana como para la islámica), lo que estuvo en el origen de cuestiones tan decisivas para la historia cultural e intelectual como la dialéctica cristiano nuevo-cristiano viejo y la propia conformación de la hacienda y la burocracia de la naciente monarquía autoritaria que peculiarizó a la Monarquía Hispánica unificada desde la época de los Reyes Católicos, para quien la política de máximo religioso justificó también toda una serie de decisiones que determinaron graves consecuencias para el tejido productivo, la ciencias y las técnicas en España, como la expulsión de los judíos (1492) y la expulsión de los moriscos (1609), la persecución de toda clase de disidentes religiosos o intelectuales (alumbrados, protestantes, erasmistas) así como la sujección de las conciencias al sistema inquisitorial que universalizaba la sospecha, la delación y la autocensura.

Quedaron todos los circunstantes admirados, y algunos de ellos, más simples que curiosos, en altas voces comenzaron a decir:

—¡Milagro, milagro!

Pero Basilio replicó:

—¡No «milagro, milagro», sino industria, industria!

Miguel de Cervantes

Don Quijote de la Mancha (Segunda Parte, capítulo XXI), año 1615.

La importancia económica de la Carrera de Indias y la explotación minera del Nuevo Mundo hizo que la demanda científica y tecnológica impulsada desde el inmenso poder de la Monarquía Hispánica fuera de altísimo nivel, sobre todo en los ámbitos naval y metalúrgico. La prioridad indiscutible en cualquier programa científico que hubiera podido diseñarse era claramente la que marcaban las necesidades del inmenso Imperio ultramarino.


Cronómetro marino J. R. Losada, 1850–1860.

Una de sus más punteras manifestaciones tuvo lugar en 1598, cuando Felipe III convocó un concurso abierto a cualquiera que determinara la longitud geográfica en el mar. El propio Galileo Galilei optó al atractivo premio en 1616 (con un método inviable en un barco en movimiento, basado en la observación de los movimientos de las lunas de Júpiter).[12] La magnitud de la ambición del concurso quedó evidenciada con el hecho de que tal cosa no fuera posible hasta los relojes del siglo XVIII, cuando la primacía naval estaba pasando a Inglaterra (desde 1731 disponía de relojes, como el de John Harrison que, sin péndulos ni pesas, sino resortes, se alojaban en una caja con suspensión cardan para absorber los movimientos del barco), mientras que la tecnología relojera española había quedado retrasada (las colecciones regias de Carlos III y Carlos IV, a pesar de la existencia de la Real Fábrica de Relojes —en funcionamiento de 1788 a 1793— y la Real Escuela de Relojería —1770— recurrían a John Ellicott o a relojeros franceses) hasta las notables creaciones de José Rodríguez Losada, ya a mediados del XIX.[13] En otra dimensión, pero con no menor proyección en el futuro, se situó el certamen convocado en su corte por Felipe II y que puede considerarse como primer campeonato del mundo de ajedrez (1575). En aquella ocasión, el español Ruy López de Segura (considerado hasta entonces el mejor ajedrecista práctico y teórico —Libro de la invención liberal y arte del juego del Axedrez, 1561—), fue destronado por el italiano Leonardo da Cutri.

La universidad medieval se renovó con el humanismo; mientras que la contrarreforma supuso un cierre a las influencias exteriores y un anquilosamiento generalizado de la institución, que pasa a cumplir la que de hecho siempre había sido su principal función: la reproducción de las élites (véase Colegio Mayor). No obstante, algunos extremos de este cierre al exterior no han de ser magnificados, como el famoso decreto de Felipe II de 1559 que impedía a los estudiantes castellanos salir a universidades de fuera del reino (ampliado en 1568 a la Corona de Aragón) cuya aplicación fue en la práctica poco rigurosa.[14]


Cartografía de la Isla de San Carlos (Isla de Pascua) levantada durante la expedición de Felipe González Ahedo (1772). Museo Naval de Madrid.

Que es lastimosa y aun vergonzosa cosa que, como si fuéramos indios, hayamos de ser los últimos en recibir las noticias y luces públicas que ya están esparcidas por Europa. Y asimismo, que hombres a quienes tocaba saber esto se ofendan con la advertencia y se enconen con el desengaño. ¡Oh, y qué cierto es que el intentar apartar el dictamen de una opinión anticuada es de lo más difícil que se pretende en los hombres!
Juan de Cabriada

Carta filosófico-médico-chymica, 1687.[15]

La conciencia del mal estado de las ciencias y las técnicas en España surge a partir de la introspección negativa de los arbitristas del siglo XVII, y sobre todo desde el siglo XVIII, que a las luces de la razón buscaba el progreso en las ciencias útiles. Tras el debate generado por la provocativa pregunta ¿Qué se debe a España? de Masson de Morvilliers (véase Pan y Toros) pasó a ser un tópico que la ciencia española mostraba un atraso considerable frente a la de los demás países europeos, al contrario que la literatura española (entendida como literatura artística) o el arte español. De hecho, el tópico pasó a ser de tan extendido uso que provocó la queja por la queja en autores como Cadalso o Larra (Cartas Marruecas, En este país —véase Ser de España—).

En realidad, los conceptos de ciencias y letras o humanidades no estuvieron deslindados hasta la Ilustración (e incluso hasta mucho más adelante no se tomó conciencia de lo hondo de la brecha entre ambos campos del conocimiento con el debate de las dos culturas de mediados de siglo XX). En ese contexto se debe entender el famoso discurso de Don Quijote sobre las armas y las letras: frente al ejercicio militar propio del caballero (y que en la Edad Media era el único que le era propio), desde el Renacimiento quedó evidenciado que la alta alcurnia no estaba reñida con la formación intelectual.[16] Letras en esa época eran tanto las letras divinas (teología) como las letras humanas,[17] recientemente emancipadas de ellas como saberes autónomos: gramática, derecho y cualquiera de las denominadas artes liberales, incluidas la medicina (habitualmente denominada física, y físicos los médicos), las distintas ramas de las matemáticas (entre las que la astronomía no se había deslindado de la astrología) y la filosofía (indistinguible de lo que hoy llamaríamos ciencia, sobre todo cuando se adjetivaba como filosofía natural o historia natural).[18]

Independientemente de la coyuntura adversa que presidió el tránsito del siglo XVIII al siglo XIX (denominada crisis del Antiguo Régimen por la historiografía), la clave de lo que cada vez más se percibía como el atraso español era la pervivencia de unas estructuras socioeconómicas preindustriales, justo en el decisivo momento en que Inglaterra inicia su Revolución Industrial y Francia su Revolución Francesa; que es también el contexto crucial en que se inició en los países más avanzados la coordinación entre ciencia y técnica (mundos hasta entonces sustancialmente ajenos) que llevará con el tiempo a la formación de una verdadera tecnología y a los procesos de retroalimentación, originados por la demanda social de innovaciones, que han dado en denominarse ciencia-tecnología-sociedad o CTS (STS en inglés).

La expresión intelectual de la resistencia a la modernización en España fue la fortísima oposición entre afrancesados y casticistas, que se radicalizó con la atribución de todo tipo de heterodoxias religiosas a los ilustrados (jansenismo, masonería, panteísmo, librepensamiento, volterianismo, agnosticismo, ateísmo —ejemplificado en el proceso inquisitorial a Pablo de Olavide—). Paradójicamente, en el lado del clero, también las víctimas que cayeron fueron los más preparados científicamente: los jesuitas,[19] expulsados en 1767 al ser culpados del Motín de Esquilache. Sus colegios y bibliotecas fueron confiscados y sus miembros dispersados (muchos de ellos, desde Roma, continuaron su producción científica y literaria en español). Los escolapios[20] pasaron a ser la orden más dedicada a la enseñanza en entornos extrauniversitarios, aunque en niveles mucho más elementales (los jesuitas se centraban en la élite social e intelectual). La Compañía de Jesús se reintrodujo en España en el siglo XIX, volvió a ser suprimida durante la Segunda República y se restauró con el franquismo. En cualquier caso, los recelos anticientíficos no fueron monopolio español: en la Inglaterra y la Holanda de finales del XVII y comienzos del XVIII hubo fortísima oposición médica al uso de la quina (polvo de los jesuitas[21] ).

La Guerra de Independencia Española (1808–1814) supuso un verdadero desastre para la ciencia y la técnica en España, que en algunos sectores habían llegado a ser punteras (significativamente, de los veintiún elementos descubiertos en el siglo XVIII,[22] dos —platino y wolframio— lo fueron con intervención española; de los cincuenta y uno descubiertos en el siglo XIX, sólo el vanadio, pero justamente en 1801). Más decisiva incluso que los destrozos sistemáticos de infraestructuras clave (telares de Béjar,[23] porcelana del Buen Retiro — por los ejércitos francés e inglés)[24] fue la fuga de cerebros causada por los exilios sucesivos de afrancesados y liberales. Es significativo que el cierre de las universidades (cuya reforma, pretendida por los ilustrados, había demostrado ser tan imposible como cualquier otra reforma que amenazase con alterar las bases estructurales del Antiguo Régimen) fuera compensado con la apertura de la Escuela de Tauromaquia de Pedro Romero (Sevilla, 1830–1834).[25] Al menos, la recopilación de los fondos dispersos tras los saqueos permitió la apertura del Museo del Prado en lo que iba a ser Gabinete de Ciencias, la Biblioteca Nacional y otras instituciones propias del academicismo. Lentamente, la universidad fue reconstruyéndose sobre una nueva planta (traslado de la vetusta universidad de Alcalá de Henares a Madrid como Universidad Central). Las enseñanzas media y primaria se vieron establecidas como base de un ambicioso plan educativo (Ley Moyano) que, no obstante, no tuvo implantación eficiente y generalizada hasta la Segunda República (1931–1936).[26]


Maquinaria de excavación en Minas de Riotinto.

La vida económica de la revolución liberal estuvo lastrada por las guerras carlistas y la desamortización, que impusieron un grave retraso a una precaria industrialización que se había iniciado muy precozmente (indianas catalanas, siderurgia malagueña). Los programas liberales, especialmente los progresistas del bienio (1854–1856) y el sexenio democrático (1868–1874), aunque también los moderados, supusieron un impulso a la construcción de los ferrocarriles y a la explotación minera, que abrió a España a la inversión extranjera (francesa, belga e inglesa). Posteriormente, el final de siglo significó un cierre proteccionista. La ciencia económica de cada época iba respondiendo a las demandas suscitadas por los intereses opuestos de los grupos agrario (oligarquía terrateniente castellano-andaluza) o industrial (burguesía textil catalana).[27]

Hoy las ciencias adelantan / que es una barbaridad / ¡Una bestialidad! / ¡Una brutalidad!
Ricardo de la Vega, 1894.

La verbena de la Paloma, zarzuela.

Diálogo entre el boticario don Hilarión y su amigo don Sebastián.

La conciencia del atraso era cada vez más evidente, especialmente entre las élites liberales, entre las que se reproducían tópicos extremados provenientes de la denominada leyenda negra, denunciada a su vez como propaganda antiespañola a partir del estudio de Julián Juderías (1914), que recoge una amplia reivindicación de personalidades científicas españolas de los Siglos de Oro.[28]

Si, prescindiendo de aquellos siglos en que la civilización arábiga hizo de España el primer país del mundo en cuanto a la ciencia se refiere, sólo nos fijamos en la época moderna, y comenzamos a contar desde el siglo XV, bien comprenderéis que no es ésta, ni puede ser ésta en verdad, la historia de la ciencia en España, porque mal puede tener historia científica pueblo que no ha tenido ciencia. La imperfecta relación que habéis oído, es resumen histórico de la ciencia matemática, si; pero en Italia, en Francia, en Inglaterra, en Holanda, en Alemania, en Suiza...; no es la historia de la ciencia aquí donde no hubo más que látigo, hierro, sangre, rezos, braseros y humo
José de Echegaray.

Discurso de entrada en la Real Academia de Ciencias, 1866.[29]


Células de Purkinje en un cerebelo de paloma. Dibujo de Ramón y Cajal, 1899.


Friso del edificio principal del CSIC, que recuerda la fecha de constitución (1939) y de construcción del edificio (1944), en ambos casos en loa del Victor Franciscus Franco. Por Orden Ministerial de 18 de marzo de 1940 (ministro José Ibáñez Martín), se puso bajo el patronazgo de San Isidoro, que representa en nuestra historia el primer momento imperial de la cultura española. El emblema será, siguiendo y adaptando la tradición luliana, un «arbor scientiae», que represente un granado, en cuyas diversas ramas se aluda en lengua latina a las manifestaciones científicas que el Consejo cultiva.[30]

La polémica de la ciencia española que enfrentó al pensamiento reaccionario (Menéndez y Pelayo) con los krausistas marcó la época de la Restauración. El Desastre de 1898 suscitó como reacción el regeneracionismo. El Premio Nobel de Santiago Ramón y Cajal (1906), surgido de un penoso panorama científico, dio paso a la Edad de Plata de las letras y ciencias españolas.

En los tiempos que corremos, en que la investigación científica se ha convertido en un a profesión regular que cobra nómina del Estado... pasaron aquellos tiempos de antaño en que el curioso de la Natrualeza, recogido en el silencio de su gabinete, podía estar seguro de que ningún émulo vendría a turbar sus tranquilas meditaciones. Hogaño, la investigación es fiebre: apenas un nuevo método se esboza, numerosos sabios se aprovechan de él, aplicándolo casi simultáneamente a los mismos temas, y mermando la gloria del iniciador... En España, donde la pereza es, no ya un vicio, sino una religión, se comprenden difícilmente esas monumentales obras de los químicos, naturalistas y médicos alemanes, en las cuales sólo el tiempo necesario para la ejecución de los dibujos y la consulta bibliográfica parece deber contarse por lustros. Y sin embargo, estos libros se han redactado en uno o dos años... Todo el secreto está en el método de estudio... en ahorrar, en fin, el gasto mental que supone esa cháchara ingeniosa de café y de la tertulia, que nos resta fuerzas nerviosas y nos desvía, con nuevas y fútiles preocupaciones de la tarea principal.
Santiago Ramón y Cajal

Discurso de entrada en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid, 1897.[29]

La Guerra Civil Española significó de nuevo una catástrofe trágica para la ciencia en España, incluyendo el exilio de una generación entera de científicos (el siguiente nobel español de medicina, 1959, lo será con nacionalidad estadounidense — Severo Ochoa[31] ), y la mortecina vida intelectual del exilio interior de muchos científicos durante la prolongada y paupérrima posguerra, bien retratada en Tiempo de Silencio de Luis Martín-Santos. Significativamente, uno de los proyectos eruditos con más peso de la época, en pleno nacionalcatolicismo, fue la Biblioteca de Autores Cristianos (1944), aunque a pesar de la censura, con el tiempo la industria editorial se diversificó y demostró una gran capacidad de innovación técnica y de contenidos.

La autarquía y la concentración de capitales en grandes grupos bancarios e industriales produjeron algunas oportunidades de desarrollo técnico-científico en sectores estratégicos, como el naval y el energético (sobre todo petroquímico e hidroeléctrico — la primera central nuclear se construirá más adelante, en 1968). La institucionalización de la actividad científica se produjo en la universidad (privada en las cátedras más punteras de la mayor parte de sus profesores y sometida a la fuga de cerebros jóvenes en sucesivas generaciones) y un Consejo Superior de Investigaciones Científicas que había sustituido y depurado en 1939 a una Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas de tradición krausista.

Queremos una ciencia católica. Liquidamos, por tanto, en esta hora, todas las herejías científicas que secaron y agostaron los cauces de nuestra genialidad nacional y nos sumieron en la atonía y la decadencia. [...] Nuestra ciencia actual, en conexión con la que en los siglos pasados nos definió como nación y como imperio, quiere ser ante todo católica
José Ibáñez Martín

Discurso inaugural del CSIC, octubre de 1940.[32]

Logros individuales o colectivos, como el ferrocarril TALGO o la erradicación de la malaria,[33] eran exhibidos como glorias del régimen franquista, independientemente de su relevancia (como el trasplante de corazón intentado por el Marqués de Villaverde —yerno del propio Franco— el 18 de septiembre 1968, poco después del de Barnard — 3 de diciembre de 1967[34] ).

El desarrollismo desde los años sesenta se aceleró en cuanto a su rendimiento científico técnico en el último cuarto del siglo XX, con la Transición española y la entrada en la Unión Europea.

Ciencia y técnica en la España medieval [editar]
Véase también: Ciencia medieval

El mundo visto desde el Finis Terrae hispano

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Las partes del saber antiguo que se consideraron dignas de integrarse en la nueva concepción del mundo propia de la cultura cristiana pervivieron en la España visigoda gracias a enciclopedistas como San Isidoro. En el periodo posterior, a pesar de la abrumadora superioridad cultural que se reconocía a los textos árabes, esa línea o tradición intelectual se transmitió a los posteriores reinos cristianos través de los clérigos mozárabes, que constituyeron la intelectualidad del naciente reino de Asturias. La posición extremo-occidental de las tierras denominadas Hispania en latín, Al Ándalus en árabe y España en romance (y que se expresaba en términos como Finisterre -fin de la tierra- o Magreb -occidente-) no significó una posición marginal ni periférica en lo socioeconómico, lo cultural, lo técnico o lo científico. De hecho, tanto los reinos cristianos como los musulmanes de la Península Ibérica se incluyeron en las inseguras y escasas rutas comerciales y religiosas medievales (particularmente importante fueron el Camino de Santiago hacia Europa y las rutas mediterráneas y transaharianas controladas sucesivamente por el Califato de Córdoba, los almohades y los almorávides); y recibieron, con lo que para la época puede considerarse agilidad, las escasas novedades artísticas e intelectuales, del mismo modo que difundieron sus propias innovaciones. La Península Ibérica fue uno de los puntos de contacto entre civilizaciones e intercambio cultural en un contexto general de aislamiento, que la historiografía tradicional exageró en extremo, perpetuando una imagen tópica de atraso y oscurantismo medieval que no puede corresponder fielmente a un periodo muy prolongado y diverso, y sujeto a su propia dinámica.

A la izquierda, Mapa T en O de las Etimologías de San Isidoro, en un ejemplar del siglo XII. A la derecha, Mapa Mundi de Beato de Liébana tal como se reproduce en los folios 45 y 46 del denominado Beato de San Severo (siglo XI).

Véase también: Edad Media, De Hispania a España y Historia medieval de España
Ciencia y técnica en la Hispania visigoda [editar]

Si algo hay que merezca el nombre de ciencia visigoda, son los escasos textos que han quedado del Reino visigodo de Toledo (549-711), entre los que destacan las Etimologías de San Isidoro de Sevilla (una verdadera enciclopedia de gran difusión en la época medieval), sin olvidar las propias actas de los Concilios de Toledo, donde se reflejan no sólo asuntos doctrinales o canónicos restringidos al clero, sino todo tipo de cuestiones que permiten reconstruir aspectos de la vida política, económica y social, que a pesar de estar sumida en una edad oscura en cuanto a escasez de fuentes escritas, estaba inmersa en una transformación decisiva (la transición del esclavismo al feudalismo) de larga duración y que se caracterizaba por un fuerte proceso de ruralización y decadencia de la vida urbana. De todos modos, era en el ámbito eclesiástico donde se encontraba de forma totalmente exclusiva todo rastro de vida intelectual, fuera de tradición clásica o cristiana: los obispos (como el propio Isidoro, su hermano San Leandro, San Braulio de Zaragoza o San Ildefonso de Toledo), y el monasterio hispano, que junto con otros ejemplos posteriores de vida monacal (en Irlanda, Inglaterra o Francia -Beda el Venerable, Alcuino de York, Erico de Auxerre-) y con la sede papal de Roma, fueron los únicos transmisores de la cultura de Europa Occidental. En el reino suevo (que se mantuvo durante más de un siglo en el noroeste de la Península Ibérica), un papel similar fue ejercido por San Martín de Braga.


Noria elevadora de agua en el molino de la Albolafia (Córdoba), de origen romano y modificado en época califal. También fue la fábrica de papel más importante de Europa en la Eda Media. La cultura del agua fue fundamental en la España musulmana.[35]

Ciencia y técnica en Al-Ándalus: la España musulmana [editar]
Artículo principal: Ciencia en Al-Ándalus

Al-Ándalus se desarrolló como una civilización urbana, con un alto grado de alfabetización y cultivo de toda clase de ciencias y técnicas, integrada en las redes de comercio a larga distancia, mientras el resto de Europa Occidental permanecía inmersa en un prolongadísimo proceso de ruralización que se remontaba a la crisis del siglo III.

En un principio, la cultura árabe se caracterizó por la adopción sincrética de la cultura clásica grecorromana, la judeocristiana y la persa (que a su vez la puso en contacto con influencias de la china y la india), pero no se limitó a la mera reproducción, sino que realizó trascendentes aportaciones propias, muchas de las cuales tuvieron lugar en la Península Ibérica. Ya en el siglo IX, los hispano-romano-visigodos que continuaron siendo cristianos (mozárabes) dieron testimonio de que el prestigio cultural de sus dominadores musulmanes era tal que los jóvenes dejaban de cultivar las letras latinas en beneficio del árabe.[36] El número y tamaño de las bibliotecas de Córdoba (consideradas como índice de prestigio social) en la época de esplendor del Califato (siglo X) se hizo legendario. A partir del siglo XI, la división en reinos de taifas, que conllevó un declive de poder político y militar, supuso un verdadero esplendor intelectual y científico, multiplicándose los centros de producción de cultura. Posiblemente fue en Al-Ándalus donde se introdujeron los primeros molinos de viento y molinos de marea en Europa.[37]

La nómina de científicos andalusíes es amplísima: Abulcasis (médico), Maslama al-Mayriti (Maslama el madrileño, matemático, como sus discípulos Ibn al-Samh, Ibn al-Saffar y al-Kirmani) Averroes (filósofo y médico) Said al-Andalusi (o Said de Toledo, caíd de esa ciudad y autor de la primera historia de la ciencia), Azarquiel (astrónomo), Ibn Bassal y Ibn al-Luengo (agrónomos) Ibrahim ben Said (constructor de astrolabios y otros instrumentos), Ibn Bassal (botánico), al-Mutaman (rey de la taifa de Zaragoza y autor de una obra de matemáticas), Ibn al-Sayyid y su discípulo Avempace (matemáticos), al-Istichí (astrólogo) Abd al-Karim ben Muttanna y Ibn al-Muad de Jaén el Joven (matemáticos), Ibn Jalaf al-Muradí (autor de un tratado de mecánica), Abu Salt de Denia (lógico, astrónomo, médico y músico),[38] Abu Abdullah al-Bakri (geógrafo, botánico e historiador), Ibn Jaldún (considerado un precursor fundamental de las modernas ciencias sociales), Abenalsid (neopitagórico), Abbás Ibn Firnás (precursor de la aeronáutica), etc. También destacaron los judíos que cultivaron toda clase de ciencias en la España musulmana: Hasdai ben Isaac ibn Shaprut (médico), Abraham ben Meir ibn Ezra, Ibn Gabirol (conocido como Avicebrón), Yehuda Halevi, Maimónides (filósofos y médicos), etc.

Me aflige pensar que las ciencias de la humanidad son dos y que si las aprendo no tengo más que aprender: Una ciencia (la teología) cuya comprobación real es imposible y otra (la filosofía) cuya verdad de nada sirve.
al-Waqqasí, Toledo, siglo XI.[39]

Ciencia y técnica en los reinos cristianos peninsulares medievales [editar]
Alta Edad Media [editar]

La escasez en la producción documental fue similiar a la de la época visigoda, e incomparablemente inferior a la de las fuentes musulmanas. Únicamente un reducido grupo de monasterios del norte peninsular mantuvo scriptorium donde los copistas reprodujeran manuscritos antiguos, y alguna destacable producción propia, como la de Beato de Liébana, reseñable no sólo por su faceta de polemista religioso (denunció y consiguió declarar herejía el adopcionismo, posición cristológica mantenida por los cristianos mozárabes de la sede primada de Toledo -Elipando-, quizá como una reminiscencia del arrianismo visigodo o como consecuencia de la convivencia con el radical monoteísmo islámico; el efecto político fue permitir al reino asturiano cortar cualquier forma de subordinación a autoridades religiosas con sede en territorio musulmán) sino porque sus Comentarios al Apocalipsis (786) incluían nociones cosmológicas y geográficas de tradición clásica (Ptolomeo), visigoda (San Isidoro) y bíblica, plasmadas en el mapa-mundi más divulgado de la época altomedieval (Mapa Mundi de Beato de Liébana).

El monasterio de Ripoll parece ser el único en el que se enseñaban las cuatro ciencias del quadrivium carolingio (aritmética, música, geometría y astronomía). Más decisivo fue para este monasterio el cruce de influencias visigodas, francas y musulmanas: allí se tradujeron del árabe al latín por primera vez algunos textos científicos, entre ellos tratados sobre el astrolabio, por Seniofré Llobet. Fue en Ripoll donde Gilberto de Aurillac, posteriormente elegido papa con el nombre de Silvestre II, entró en contacto con la ciencia hispano-árabe, considerándose el introductor del cero en Roma; lo que situaría España como el eslabón de contacto entre India y Europa a través de la civilización árabe (Al Juarismi).[40]


Tabla astronómica del Almanach Perpetuum de Abraham Zacuto, publicada en Portugal tras la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos (1492) y antes de la expulsión de ese reino (1497).

Baja Edad Media [editar]

Personalidades destacadas de la ciencia medieval en los reinos cristianos fueron: Pedro Hispano, médico y lógico de identidad debatida, usualmente identificado con el papa Juan XXI; Ramon Llull, polígrafo mallorquín con una extensa obra anticipadora de muy diferentes temas (que en sus investigaciones alquímicas en 1275 destiló una mezcla de vitriolo -ácido sulfúrico- con alcohol obteniendo un vitriolo dulce que posteriormente se denominaría éter);[41] Arnau de Vilanova, médico valenciano (Parábolas de la medicación, Regimen sanitatis -1308-); o Abraham Zacuto matemático, astrónomo e historiador sefardí (véase pie de imagen).

No obstante, más incluso que la producción propia, la traducción siguió siendo la aportación decisiva de la España medieval a la historia de la ciencia, incrementada desde que la invasión almorávide (1086) forzó a muchos judíos andalusíes a emigrar a los reinos del norte (véase Historia de los judíos en España). Los musulmanes andalusíes lo llegaron a tratar como un verdadero problema, considerando necesario prohibir la venta de libros de ciencia a judíos o cristianos "porque los traducen y atribuyen la paternidad de estas obras no a los musulmanes sino a sus correligionarios o, como sucede en algunos manuscritos conservados en monasterios del Norte, omiten el nombre de los autores".[42] Mose ben Ezra (1055-1135, superador de las traducciones literales buscando el sentido) pasó por Castilla, Navarra y Aragón, y se estableció definitivamente en Barcelona. A partir de entonces hay numerosos traductores hebreos nacidos ya en reinos cristianos: Abraham ben Ezra, Yehuda ben Tibbon (Granada 1120- Marsella 1190 Padre de los Traductores), su hijo Samuel, uno de sus nietos (profesor de medicina en la universidad de Montpellier), y otro miembro de su familia, que tradujo para Federico II de Alemania varias obras científicas, entre ellas a Averroes y Aristóteles. Mose Sefardí se convirtió al cristianismo como Pedro Alfonso y llegó a médico de Enrique I de Inglaterra, difundiendo por toda Europa la astronomía y matemática hispano-árabe (Disciplina clericalis). Benjamín de Tudela, viajero por todo el Mediterráneo, recoge en su Libro de Viajes (Séfer Masaot) todo tipo de datos obtenidos en los lugares que visita, entre ellos una referencia, muy divulgada posteriormente, a los supuestos espejos telescópicos del faro de Alejandría.[43]

Fue decisivo el papel de las escuelas episcopales, en un momento en el que se estaban transformando en las primeras universidades, que aparecerán en el siglo XIII (Universidad de Palencia -1208-, Universidad de Salamanca -1218, que incluyó estudios de medicina-, Estudios Generales de Lisboa -1290, posteriormente trasladados a Coimbra- Universidad de Alcalá de Henares -1293-). Antes de ello, Miguel Cornel, obispo de Tarazona (1119-1152) fue el primer impulsor de una escuela de traductores, destacando Hugo Sanctallensis. García Gudiel, mientras fue obispo de Burgos (1273-1280), mandó a Juan González y al judío Salomón traducir a Avicena; y se los llevó a Toledo al ser nombrado arzobispo de esa ciudad (1280-1299). En Toledo ya funcionaba la Escuela de traductores de Toledo, vinculada al impulso especial de Alfonso X el Sabio, aunque ya iniciada por el arzobispo Raimundo de Toledo. Fue ella la de mayor trascendencia para el acceso de textos clásicos griegos a Europa a través de sus traducciones árabes (Domingo Gundisalvo, Juan Hispalense, Yehuda ben Moshe, y otros provenientes de toda la cristiandad occidental -Gerardo de Cremona, Hermann el Alemán, Hermann el Dálmata-, sobre todo ingleses -Roberto de Retines, Adelardo de Bath, Miguel Escoto, Miguel de Morlay, Alfredo de Morlay-). Daniel de Morley llega a escribir los motivos de su viaje desde Inglaterra: primero a París, "donde sólo halló maestros fatuos y vacíos", y después a Toledo "para aprender de los mayores sabios del mundo".[44]

El nombre del rey sabio también se dio a las Tablas Alfonsíes. Basadas en cálculos previos del toledano Azarquiel (Al-Zarkali, que se exilió a Sevilla tras la conquista cristiana de su ciudad en 1085), fueron resultado de observaciones llevadas a cabo en Toledo por Yehuda ben Moshe e Isaac ben Sid entre 1262 (fecha de la coronación de Alfonso) y 1272. Su difusión fue amplísima, y no superada hasta las Tablas Rudolfinas de Tycho Brahe y Kepler (1627), en el contexto del cambio de paradigma ptolemaico-copernicano.

Estudio es ayuntamiento de Maestros, e de Escolares, que es fecho en algun lugar, con voluntad, e entendimiento de aprender los saberes. E son dos maneras del. La vna es, a que dicen Estudio general, en que ay Maestros de las Artes, así como de Gramatica, e de la Logica, e de Retorica, e de Arismetica, e de Geometria, e de Astrologia: de otrosi en que ay Maestros de Decretos, e Señores de Leyes. E este Estudio debe ser establecido por mandado del Papa, o de Emperador, o del Rey. La segunda manera es, a que dicen Estudio particular, que quiere tanto decir, como quando algun Maestro muestra en alguna Villa apartadamente a pocos Escolares. E a tal como este pueden mandar fazer, Perlado, o Concejo de algun Lugar.

(...)

Para ser el Estudio general complido, cuantas son las sciencias, tantos deuen ser los Maestros que las muestren, assí que cada vna dellas aya vn maestro a lo menos. Pero si para todas las sciencias non pudiesen aver Maestro, abonda que aya de Gramatica, e de Logica, e de Retorica, e de Leyes, e Decretos.

(...)

Bien e lealmente deben los Maestros mostrar sus saberes a los Escolares, leyendo los libros, e faziendogelo entender lo mejor que ellos pudieren. E de que començaren a leer, deuen continuar el estudio todavia fasta que hayan acabado los libros, que començaran.

Alfonso X el Sabio, Siete Partidas, Partida III, Ley I, Ley III y Ley IV.[45]

El control cristiano del estrecho de Gibraltar a partir de la batalla del Salado (1340) convirtió a la Península Ibérica en un punto clave de las rutas marítimas entre el Mediterráneo y el Atlántico. Las necesidades de la navegación estimularon tres importantes líneas de mejora tecnológica.

En primer lugar, la construcción naval: En la Corona de Aragón ya se había producido una expansión por el Mediterráneo, sostenida en cuanto a la producción de barcos por las Atarazanas Reales de Barcelona. La Corona de Castilla y el Reino de Portugal, empeñados en la continuidad de la expansión por el Océano (Azores, conquista de las Islas Canarias, pesquerías), habían conseguido desarrollar en sus astilleros una tecnología naval puntera, adaptada a las necesidades de navegación por el Atlántico, para el que los barcos de fondo plano, como la galera mediterránea no son idóneos. Estos nuevos diseños recibieron los nombres de carabela y nao.

La cartografía, en la que destacaron los portulanos mallorquines (Abraham Cresques, Jehuda Cresques). Portugal se dotó de una importante institución que centralizó todo tipo de informaciones y tecnologías para la exploración marítima: la Escuela de Sagres, fundada en el extremo suroccidental de la Península por Enrique el Navegante, con participación de los citados diseñadores de portulanos mallorquines.

Por último, el uso de técnicas e instrumentos de orientación y localización: ballestilla, astrolabio, brújula, etc. (véase también Historia de la navegación astronómica).

Ciencia y técnica en la Edad Moderna o Antiguo Régimen español [editar]


Por descubrir el movimiento de la tierra. Dibujo nº 94 del "Cuaderno C", de Francisco de Goya. Habitualmente interpretado como una referencia a Galileo, este dibujo es muestra de la visión crítica ilustrada que el pintor mostró en Los Caprichos, pero que en estos dibujos que mantuvo inéditos se permite llevar a un grado más explícito, haciendo claras referencias sobre la persecución inquisitorial hacia los novatores y su desesperación ante el desprecio que la España castiza hace de la ciencia. Otros dibujos del mismo cuaderno, muy similares, son los titulados: No comas, célebre Torrigiano (DC100), en el que se refiere a un escultor renacentista, Zapata, tu gloria será eterna (DC1909), en el que honra al novator español Diego Mateo Zapata, procesado por la Inquisición en 1721, y un genérico No haber escrito para tontos (DC96).[46]

La Edad Moderna española, que historiográficamente se identifica con el periodo que va del siglo XV al XVIII, asimilable al concepto Antiguo Régimen en España, se periodiza tradicionalmente por dinastías: Reyes Católicos (1469-1516), Austrias (1516-1700) y Borbones (1700 en adelante, conviniendo en pasar a la Edad Contemporánea desde 1808). Las ventajas de este esquema cronológico, sobre todo de la oposición entre Austrias (que comparten con los Católicos el Siglo o Siglos de Oro) y Borbones (identificados con las luces de la Ilustración), se intensifican al considerar la decisiva ruptura que significó el final del siglo XVII, momento de triunfo de la Revolución Científica en los países de Europa Noroccidental que salen reforzados de la crisis del siglo XVII (ejemplificados en la Inglaterra de Newton), y que vista desde una perspectiva más amplia ha sido calificada de crisis de la conciencia europea.[47]

Véase también: Antiguo Régimen, Monarquía autoritaria, Edad Moderna y Instituciones españolas del Antiguo Régimen#La Iglesia, la enseñanza, la Inquisición
Ciencia y técnica en el Siglo de Oro español [editar]

El Siglo de Oro es un término muy apropiado para designar la brillantez de la historia cultural de España en un ámbito cronológico que cubre los siglos XVI y XVII, aunque su exacta dimensión suele situarse entre 1492 y 1681 (o restringirse al periodo de hegemonía española en Europa, entre 1521 y 1648). Un hecho científico-técnico inaugural para el periodo puede encontrarse en la introducción de la Imprenta en España (Juan Párix, Sinodal de Aguilafuente, Segovia, 1472); mientras que el punto final suele establecerse en la Carta filosófico-médico-chymica de Juan de Cabriada (1687), cuando la decadencia española (que hacía más de medio siglo venía denunciándose de forma plenamente autoconsciente entre la élite intelectual) enlaza con la general crisis de la conciencia europea que precedió a la Ilustración del siglo XVIII.

El Renacimiento español y el Barroco español son periodos de una impresionante producción artística, pero también en todos los ámbitos de la producción intelectual. En ciencia y tecnología se abren con la Era de los descubrimientos, que situó a España en el centro del mundo: tras el Descubrimiento de América (Colón, 1492) y la apertura de la ruta de Asia a través del extremo sur de África (Bartolomeu Dias, 1488; Vasco da Gama, 1497), el Tratado de Tordesillas (1494) literalmente repartió (con los criterios geográficos más avanzados de la época a la hora de definir un meridiano) el mundo por descubrir entre los reinos peninsulares de Castilla y Portugal, mundo que por primera vez se circunnavegó por una expedición española (expedición de Magallanes-Elcano, 1519-1522).

Véase también: Expediciones españolas


Artificio de Juanelo para subir el agua del Tajo hasta la ciudad de Toledo.


Ilustración y comentario latino de la Sanguinaria, en el Códice Badiano.

En cambio, no se logró una explotación sistemática de los conocimientos obtenidos; por ejemplo, la expedición científica a Nueva España -México- que dirigió entre 1571 y 1577 Francisco Hernández de Toledo y que produjo 38 volúmenes de notas e ilustraciones, no tuvo adecuada publicación; y sus originales, depositados en la Biblioteca de El Escorial, se perdieron en el incendio de 1671. Esta importantísima institución, organizada inicialmente por Benito Arias Montano, contó incluso con la presencia de alguno de los últimos eruditos hispano-árabes, como el médico y traductor morisco Alonso del Castillo (posteriormente involucrado en el fraude de los Plomos del Sacromonte -1595-[48] ). La sistematización del conocimiento pre-estadístico y cosmográfico de la propia geografía peninsular y sus recursos también quedó sólo iniciada con las Relaciones Topográficas de Felipe II, (Pedro Esquivel, Pedro Juan de Lastanosa, Felipe de Guevara, Juan de Herrera) a un nivel que no se superó hasta el Catastro de Ensenada, ya en el siglo XVIII.

Otras facetas prometedoras de la ciencia y la técnica en España quedaron sin continuidad, como la actividad de Juanelo Turriano, constructor de artefactos mecánicos para Carlos V, a quien acompañó en su retiro a Yuste; o la experimentación con máquinas de vapor de Blasco de Garay (galeón Trinidad, Barcelona, 1543)[49] y de Jerónimo de Ayanz y Beaumont, Administrador General de Minas del Reino desde 1587 (y que no serían muy diferentes a las que más tarde harían Salomon de Caus -1615- Giovanni Branca -1629-, Edward Somerset -1663- o las que se consideran más definitivas, las de Denis Papin y Thomas Savery -ambos de 1698-).[50]

El contacto con las culturas precolombinas [editar]

El contacto con las culturas precolombinas fue ambivalente: por un lado se produjo una verdadera aculturación por imposición de la cultura española dominante, mientras que por otro pervivieron partes muy importantes de la cultura indígena. En ambos procesos fue determinante la actitud de los misioneros españoles: en algunos casos propiciaban la destrucción de todo rastro de civilización anterior (códices mayas, códices prehispánicos de Mesoamérica), en otros se ocuparon de aprender sus idiomas y conservar testimonios de las culturas en trance de desaparición (como el Popol Vuh y otros ejemplos de literatura maya -códices coloniales de México-); así como de producir obras políglotas como el Symbolo Catholico Indiano de Luis Jerónimo de Oré (1598), personalidad que también influyó en la redacción de Primer Nueva coronica y buen gobierno (1615) de Felipe Guamán Poma de Ayala (un noble hispano-inca). En los aspectos científicos y técnicos hubo transferencias por ambas partes: además del espectacular intercambio transatlántico de cultivos que implicó consecuencias extraordinarias en la futura revolución agrícola (caña de azúcar, trigo y vid por el Viejo Mundo, maíz, frijol, patata, pimiento y tomate por el Nuevo); hubo algunos ejemplos de obras científicas mestizas, como el Códice Badiano (Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis o Amate-Cehuatl-Xihuitl-Pitli, 1552), elaborado en náhuatl por Martín de la Cruz, médico indio que estudió en el Colegio de Tlatelolco (una de las primeras instituciones educativas españolas en América, fundada en 1533), y Juan Badiano, que lo tradujo al latín.[51] La creación de centros universitarios en la América española destacó por su precocidad (Santo Domingo -1538-, San Marcos de Lima -1551-, México -1553-, etc.).

Las universidades españolas en el siglo de Oro [editar]

Las universidades españolas (esencialmente las de Salamanca, Alcalá y Valladolid, pero también otras) participaron activamente en el esplendor cultural de los Siglos de Oro, pero, al igual que las demás instituciones universitarias europeas, no fueron el centro del movimiento renovador del pensamiento científico que llevó a la Revolución Científica, papel que correspondió a otras instituciones, como las sociedades científicas y academias y a las propias publicaciones científicas y correspondencia que se intercambiaban los científicos. En lineas generales la universidad permaneció estancada en las formas repetitivas de la escolástica medieval (magister dixit), tendentes a la perpetuación de los paradigmas dominantes (galenismo, geocentrismo) y lo que se ha venido en llamar neoescolástica. No obstante, sus cátedras y colegios acogieron a personalidades de impresionante altura intelectual, y particularmente las españolas se caracterizaron por protagonizar un movimiento cultural de gran influencia que ha venido recibiendo el nombre de humanismo español, dentro del cual puede acotarse un grupo de autores bajo el nombre de escuela de Salamanca.

También hubo un nutrido número de profesores españoles que impartieron docencia en universidades de toda Europa, desde la que la percepción de España y sus intelectuales fue ambivalente, muy elogiosa en unos casos y muy crítica en otros, sobre todo a medida que se iban extendiendo los tópicos de la propaganda antiespañola que han recibido el nombre de leyenda negra.[52] En una citadísima expresión, respuesta a la petición de venir a España, y a la que se han atribuido toda clase de causas, desde recelos antijudíos hasta recelos antiinquisitoriales, la cabeza del humanismo europeo llegó a decir: no me gusta España.

Non placet Hispania.
Erasmo de Rotterdam, en carta a Tomás Moro, julio de 1517.[53]

El erasmismo fue, de hecho, la etiqueta que pasó a ser sinónimo de innovación intelectual y se utilizó como bandera tanto por sus partidarios como por sus detractores; los que acabaron por imponerse, convirtiendo a España en líder de la Contrarreforma.[54]


Planos originales del proyecto de Juan de Herrera para la Catedral de Valladolid (1585). El arquitecto de El Escorial, un hombre del Renacimiento de multidisciplinaria actividad, comparable a los artistas italianos, fue una de las personalidades científicas más importantes del Siglo de Oro, e intervino en varios de los mayores proyectos científicos del reinado de Felipe II, como la Academia Real Matemática o las Relaciones Topográficas.


Compás de artillería firmado por Luis Collado (1584) "con el cual se podían realizar medidas de distancias y de ángulos de inclinación, así como obtener el peso de un proyectil dependiendo del material del que está fabricado y su calibre". Museo Nacional de Ciencia y Tecnología.


Vista del Cerro de Potosí (Herman Moll, 1715). El método de patio exigía una molienda muy fina del mineral, por lo que se utilizaban cientos de molinos llamados de almadenetas, dos por cada ingenio (a la derecha de la imagen, en Tarapaya). A pesar del aspecto que el artista les da, la mayor parte de ellos no parecen haber sido de viento, sino hidráulicos, aprovechando la Ribera de Potosí. De entre todas las del mundo, la ciudad de Potosí (recién creada en 1545) era lo más parecido a una ciudad industrial en los siglos XVI y XVII.[55]


Los jesuitas fundaron instituciones educativas siguiendo el espíritu de la contrarreforma por toda Europa, y fueron especialmente importantes para la recuperación del catolicismo en la Europa Central. Entre sus bases en territorio amigo (la utilización del vocabulario militar es característica de esta Compañía) estaban las de las cortes de los Habsburgo: Viena y Madrid. En la capital española abrieron el Colegio Imperial, también denominado Seminario de Nobles o Reales Estudios de San Isidro (actualmente Instituto San Isidro, convertido en un Instituto de Educación Secundaria (España) -IES-).

Instituciones científicas y técnicas de los Siglos de Oro [editar]

Los autores destacados por su contribución a algún aspecto de la ciencia y la tecnología en la España de los siglos de Oro configuran una nómina extensísima, y de hecho, su propia enumeración constituye un fin en sí misma de alguno de los estudios de historia de la ciencia española. Lógicamente, ese enfoque personalista no suele ser neutral, sino que obedece a propósitos reivindicativos: sean exaltadores de glorias nacionales, o, al contrario, denunciadores de la ausencia de una verdadera ciencia articulada e institucionalizada.[56] No obstante, sí que existieron instituciones científicas de patrocinio público, que con mejor o peor fortuna desarrollaron una tarea científica o técnica, a la que se sumaron numerosísimas publicaciones (muchas de ellas de trascendencia internacional) y la actividad dispersa, y la mayor parte de las veces poco o nada coordinada, de una pléyade de personalidades provenientes de todo tipo de tradiciones intelectuales y formaciones profesionales.

Carrera de Indias. Navegación. Ingeniería [editar]

Muchas de las instituciones vinculadas a la Carrera de Indias fueron ubicadas en Sevilla: Universidad de mareantes, Casa de Contratación (piloto mayor, cosmógrafo mayor, Cátedra de Navegación y Cosmografía desde 1552, y más tarde un arqueador y medidor de naos y una Cátedra de Artillería, fortificaciones y escuadrones).[57]

Muy numerosos fueron las figuras que destacaron por sus contribuciones a la ciencia de la navegación (Enciso, Valero, Medina, Martín Cortés, Juan Escalante de Mendoza, Pedro Núñez, Pedro Menéndez de Avilés, etc), a las técnicas militares (Álava, Barroso, Escrivá, Menéndez Valdés, Diego de Salazar); artillería (Fernando del Castillo, García Céspedes) o a las fortificaciones (Luis Fuentes, Medina Barba). La Real Fábrica de Artillería de La Cavada surtió de piezas artilleras a la marina desde 1616 (Jean Curtius, Jorge de Bande).

Destacaron por su tarea como ingenieros (aplicados o no a la aventura del Nuevo Mundo) el citado Juanelo Turriano, Juan de Arfe (escultor, perito de metales preciosos en la Real Casa de la Moneda de Segovia -véase ceca y Fábrica Nacional de Moneda y Timbre - Real Casa de la Moneda- y tratadista de arte, anatomía, gnomónica -relojes de sol- y orfebrería), Diego Rivero, Felipe Guillén, Martín Cortés, Antonio Boteller, Bernardo Pérez de Vargas, Garci Sánchez, Carlos Corzo, Pedro de Contreras, Lope de Saavedra, fray Blas del Castillo, Álvaro Alonso Barba, etc; como cartógrafos y geógrafos Juan de la Cosa, Pedro Texeira, Alonso de Santa Cruz, Rodrigo Zamorano (cosmógrafo de Felipe II, Cronología y Repertorio de la razón de los tiempos -1585 y 1594- Los seis libros primeros de Euclides traducidos en lengua Española -1576-, Carta de marear -1579-, Compendio de la arte de navegar), Luis Collado (ingeniero que diseñó el compás de artillería),[58] etc. El puesto de Cosmógrafo real, Cosmógrafo del rey o Cosmógrafo mayor estuvo vinculado al cargo de Cronista mayor. (Véase también Categoría:Cartógrafos de España, Cosmógrafo Mayor del Virreinato del Perú).

Metalurgia. La amalgama: plata y mercurio [editar]

La metalurgia, sobre todo la de la plata, fue especialmente desarrollada a partir del perfeccionamiento del método de la amalgama, que implicaba un uso masivo de mercurio (azogue) para la obtención de metales preciosos a partir del mineral bruto. Fue introducido en Pachuca (México) en 1552 por Bartolomé de Medina, quien decía haberlo aprendido de un alemán llamado Maese Lorenzo. Pedro Fernández de Velasco lo aplicó en el virreinato del Perú (la mina principal era el Cerro de Potosí, en la actual Bolivia) desde 1572, con ciertas mejoras (paso del beneficio del patio al beneficio de cajones). Álvaro Alonso Barba en 1640 abarató el proceso con el denominado beneficio de cazo y cocimiento (en el que se utilizaba sal, piritas de cobre y hierro además del mercurio, gran parte del cual podía recuperarse, además de poder utilizarse con minerales de menor grado de metal).[59] La explotación intensiva de las minas de Almadén en España (en funcionamiento desde la Antigüedad hasta su cierre en 2001) y Huancavelica en Perú (1566) fue esencial para este proceso industrial. En 1633, Lope Saavedra Barba desarrolló en Huancavelica unos hornos de aludeles, que trece años más tarde fueron mejorados por Juan Alonso de Bustamante en Almadén (también se llaman bustamantes o busconiles).[60]

Véase también: Camino Real Intercontinental
Matemáticas y astronomía [editar]

En Madrid se fundó, en época de Felipe II la Academia Real Matemática o Academia de Matemáticas de Madrid (1582, con estatutos redactados por Juan de Herrera en 1584. Las matemáticas, como la astronomía, salían así del entorno universitario, poco proclive a las innovaciones, en un proceso que en otras partes de Europa condujo a la Revolución científica (de hecho, un poco más tarde, con academias como la Linceana -Florencia, 1603-, la del Cimento -Roma, 1657- o la Royal Society -Inglaterra, 1660-); pero lo accidentado de la vida de la institución madrileña es muestra de lo poco que pudo arraigar o de lo poco receptivo que el medio social español de la época era para recibirla.[61] Matemáticos y astrónomos notables fueron Pedro Ciruelo, Martínez Siliceo, Fernán Pérez de Oliva, Fernando de Córdoba, Pedro Juan Oliver, Pedro Juan Monzó, Pedro Jaime Esteve, Andrés de Lorenzo, Lorenzo Victorio Molón, Miguel Francés, Gaspar Lux, Álvaro Thomás, Pedro Núñez, Antich Rocha, Francisco Sánchez; Pedro Chacón y Juan Salmo -asesores del calendario gregoriano-, Jeroni Muñoz (Libro del nuevo cometa, 1573, sobre la supernova de 1572),[62] Juan de Rojas (elementos del astrolabio, proyección ortogonal), Hugo de Omerique, etc. Joan Roget y Pere Roget (artesanos barceloneses -denominados "hermanos Rogetes" por Juderías), estuvieron entre los primeros constructores de telescopios del mundo.

Aplicados a la descripción geográfica, Pedro Esquivel -Descripción de España cierta y cumplida, 1556-, Relaciones Topográficas de Felipe II, Juan González de Mendoza -libro sobre China, 1585-, Luis Mármol Carvajal -Descripción general de África, 1573 a 1599-.

Medicina [editar]

El Protomedicato fue instaurado por Carlos V, aunque no como una institución centralizada, pues no pretendía sustituir a los colegios de médicos locales, muy dispersos -como el Colegio de San Cosme y San Damián (Pamplona), que ni siquiera tenía jurisdicción en toda Navarra-. La medicina fue la actividad científica más asentada institucionalmente e implantada por todo el territorio, siguiendo la tradición medieval, anquilosada en una universidad que reproducía los textos de Hipócrates y Galeno sin cuestionarse la teoría de los humores. No obstante, hubo quienes intentaron un cambio de paradigma (Miguel Servet) y quienes recibieron las innovaciones anatómicas de Vesalio, la yatroquímica de Paracelso o la teoría circulatoria de Harvey: Francisco Vallés el Divino, Gómez Pereira, Pere d'Olesa ; Pedro Gimeno y Luis Collado -valencianos discípulos de Andreas Vesalio, que estuvo en España; Dialogus de re medica, 1549-, Juan de Valverde -divulgador de Servet Historia de la composición del cuerpo humano, 1556-, Gómez Pereira, Miguel Sabuco, Juan Huarte de San Juan -doctrina del ingenio Examen de ingenios para las ciencias, 1575-, Luis de Mercado -galenista rígido-, Antonio Ponce de Santa Cruz -paracelsiano-, Benito Daza Valdés o Benito Daza de Vadés -sin formación médica, de profesión notario de la Inquisición, escribió un notable tratado de oftalmología y óptica en 1623, en el que se muestra como receptor de Galileo-,[63] Juan de la Torre y Valcárcel -escolástico, contrario a Harvey-, etc. (Véase también Historia de la medicina, Historia de la medicina en España, Historia de la Medicina General en España).

Colegio Imperial de la Compañía de Jesús [editar]

El Colegio Imperial, fundado por los jesuitas en 1625 (Juan Eusebio Nieremberg, Gemma Cornelli Madriti, Claudio Richardi -Claude Richard o Claudio Ricardo-, Jean-Baptiste Cysat, Jean Charles della Faille, Hugh Sempill -Hugo Sempilius-, Alexius Silvius Polonus, Francisco Antonio Camassa, Jean Francois Petrey, Jacob Kresa, etc.) fue denominado sucesivamente Reales Estudios de San Isidro o Seminario de Nobles. En los siglos sucesivos sufrió las vicisitudes que afectaron a la propia Compañía de Jesús.[64]

Otras ciencias [editar]

Otras ciencias físicas y naturales, de denominaciones y fronteras indefinidas por esa época, fueron cultivadas por autores como Juan de Aguilera, Diego de Zúñiga, Diego Pérez de Mesa, Pedro Simón Abril, Jerónimo Pardo y Juan de Celaya -física nominalista en el Colegio de Montaigne de la Universidad de París-, Domingo de Soto, Benito Perea y Francisco de Toledo -tratados de filosofía natural-, Gonzalo Fernández de Oviedo, Nicolás Bautista Monardes, José de Acosta -Historia natural-, Matías García, Gabriel Alonso de Herrera (agrónomo y naturalista), Bernardo Pérez de Vargas (autor de una De re metallica -1569- influenciada por la obra homónima de Georgius Agricola -1556-), Andrés Laguna (médico, farmacólogo y botánico), Gonzalo Fernández de Oviedo,[65] Francisco Micó, Juan Bautista Monardes, Juan Jaraba, Juan Gil Jiménez.

Miguel Servet.

Andrés Laguna.

El Divino Vallés.

Benito Arias Montano.

Los Novatores [editar]
Artículo principal: Novatores

Se considera su hito fundacional la reunión del grupo de novatores de Valencia: Juan Bautista Corachán y Tomás Vicente Tosca en casa de Baltasar Íñigo (1683), en la que surgió la idea de crear una especie de academia matemática que renovara las ideas y las prácticas científicas anquilosadas de la España de su época. De inquietudes similares son personalidades contemporáneas como el matemático y astrónomo José Zaragoza (Padre Zaragoza),[66] Isaac Cardoso, Juan Caramuel[67] y Juan de Cabriada, cuya Carta filosófico-médico-chymica (1687) suele considerarse como una especie de manifiesto que resume los propósitos del movimiento.

Otros novatores de esta época serían: Diego Mateo Zapata, Martín Martínez,[68] Vicente Mut,[69] Juan Muñoz y Peralta -Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias de Sevilla-,[70] Juan Bautista Juanini -Discurso político y physico, que muestra los movimientos y efectos que produce la fermentación y materias nitrosas, médico de Juan José de Austria-, Crisóstomo Martínez -grabador y microscopista-, Francisco San Juan y Campos -explica por primera vez a Harvey en la universidad de Zaragoza-, Antonio Hugo de Omerique -representante de un grupo de novatores de Cádiz cuyo Analysis geometrica, de 1698 fue elogiada por el propio Newton-,[71] etc.[72]

Otros autores se han considerado como precedentes de los novatores por su temprana cronología, como Pedro Miguel de Heredia ("galenista moderado", médico de Felipe IV, autor de un Operum Medicinalium publicado póstumamente en 1688 -murió en 1655-),[73] Gaspar Bravo de Sobremonte (receptor de Harvey), Sebastián Izquierdo o Luis Rodríguez de Pedrosa.[74]

A pesar de la conciencia del propio atraso, los novatores se preocuparon de reaccionar contra algunas acusaciones despectivas de científicos extranjeros, como la del médico francés Pierre Régis (calvinista exiliado en Holanda).[75]

El movimiento de los novatores se prolongó en la primera mitad del siglo XVIII, en lo que puede considerarse la primera Ilustración, la Preilustración o la Ilustración anterior a la Enciclopedia: Jerónimo de Uztáriz (Teoría y práctica de comercio y de marina, 1724), Martín Martínez (Anatomía completa del hombre, 1728), Andrés Piquer (Lógica Moderna, 1747) o Mateo Aymerich (Prolusiones Philosophicae, 1756). Incluso se vinculan a ellos los dos grandes científicos militares de ese periodo y que enlazan con el grupo de Cádiz: Jorge Juan y Antonio de Ulloa.


Luisa Sigea.


Beatriz Galindo.

Las mujeres en la ciencia y la cultura del Siglo de Oro español [editar]

Se discute si el notable texto Nueva filosofía de la naturaleza del hombre es obra de Miguel Sabuco o de su hija Oliva Sabuco, en cuyo caso estaríamos ante una de las escasas personalidades científicas femeninas de la Edad Moderna.

Otras literatas de fama fueron Beatriz Galindo (la Latina, mujer de confianza de Isabel la Católica que escribía poesía en latín y exhibía conocimientos de teología y medicina -se le atribuyen unos Comentarios a Aristóteles-), y en su misma época, la del humanismo renacentista, Francisca Nebrija (hija del gramático), Florencia Pinar, Isabel Vergara, Lorenza Méndez de Zurita o Luisa Sigea (la Minerva, políglota y experta en los clásicos).[76]

La contrarreforma, en buena medida, reorientó la actividad de las mujeres con ambiciones intelectuales al ámbito religioso (Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz o Sor María de Jesús de Ágreda).

Más allá del mundo literario, el grado de integración de la mujer en los oficios técnicos, ya de por sí poco documentados, está oculto por la invisibilización general de todo lo que se refiere a la historia de las mujeres, limitándose a su reflejo en personajes ficticios de novelas y obras teatrales y a casos reales tan particulares que suscitaron escándalo o asombro: como el de Catalina de Erauso (la monja alférez, integrada en el ejército) o la italiana Sofonisba Anguissola, que llegó a pintora de la corte española y se le atribuye en la actualidad un retrato de Felipe II antes atribuido a Alonso Sánchez Coello.

Ciencia y técnica en la Ilustración española [editar]


Representación botánica de Hydrocotyle bonariensis e Hydrocotyle tribotrys en Flora Peruviana, et Chilensis : sive, descriptiones, et icones plantarum Peruvianarum, et Chilensium, secundum systema Linnaeanum digestae, cum characteribus plurium generum evulgatorum reformatis, de Hipólito Ruiz y José Pavón (1798-1802).

El explícito título del libro de Jean Sarrailh[77] restringía la Ilustración en España a la segunda mitad del siglo XVIII; y aunque se han producido reivindicaciones de autores más o menos importantes de su primera mitad, no deja de ser reconocido ampliamente que hasta los reinados de Carlos III (1759) y Carlos IV (1788) y el impulso de estadistas como Floridablanca, Campomanes o Jovellanos, no arrancan los programas científicos más ambiciosos, aplicación del nuevo y revolucionario concepto enciclopedista de "progreso" a través de las "ciencias útiles".[78]

A pesar de ello, la primera mitad del siglo presenció la actividad meritoria de figuras aisladas muy prestigiosas, como Benito Jerónimo Feijoo, o la fundación de instituciones de gran proyección literaria (Real Academia, Academia de la Historia) y científica, como la Escuela de Guardiamarinas de Cádiz (1717), de la que saldrían dos de los más importantes personajes del siglo: Jorge Juan y Antonio de Ulloa (Misión Geodésica a Perú, expedición de 1734 coordinada con Francia -La Condamine- para la medición de un grado de meridiano);[79] aunque de la mediocridad general da prueba que una figura tan extravagante como Diego de Torres Villarroel llegara a catedrático de matemáticas de la Universidad de Salamanca.

En cambio, a finales de siglo la conexión entre las instituciones científicas españolas y las europeas eran mucho más habituales; y demostraron ser lo suficientemente atractivas para personalidades extranjeras de la talla de Humboldt, cuya extraordinaria expedición a Canarias y América (fragata Pizarro 5 de junio de 1799) se inició con un hecho tan increíble como el descubrimiento de la Meseta Central, al ser el primero en realizar e interpretar correctamente las mediciones altimétricas que le permitieron trazar un perfil topográfico de la Península Ibérica, de Valencia a La Coruña[80] (no deja de ser significativo, sin embargo, que España no fuera su primera elección o propuesta, gestiones fallidas que realizó previamente en Francia, y que en la corte de Carlos IV halló el entusiasta apoyo del ministro Mariano Luis de Urquijo y la comunidad científica española, encantada de acoger al joven prusiano).[81]

Sin duda la botánica y la mineralogía fueron las ciencias más destacables en la aportación española a la producción científica puntera de ese periodo. Momentos brillantes fueron los del descubrimiento del wolframio, debido a las investigaciones de Juan José Delhuyar y Fausto Delhuyar; la purificación del platino por François Chavaneau[82] (ambos hechos de 1783, en las cátedras del Real Seminario Patriótico de Vergara, donde también trabajaba Louis Proust) y el descubrimiento del vanadio en 1801 (que hubiera podido llamarse rionio en honor a Andrés Manuel del Río, catedrático de química y mineralogía del Real Seminario de Minería de la Nueva España -México- dirigido por Fausto Delhuyar).

No fue menos importante, en este caso para la ingeniería, la apertura del Real Gabinete de Máquinas (1791, a iniciativa de Agustín de Bethencourt y cuya Descripción redactó Juan López Peñalver). Ese gabinete, prometedor resultado de una persistente labor de documentación (o, según se mire, espionaje industrial) en Inglaterra y Francia, sustanciado en una impresionante colección de maquetas e instrucciones para su reproducción a escala; es un buen ejemplo de lo que se repitió como constante en las instituciones científicas españolas de ese periodo: Lo que pudo sobrevivir a la destrucción y dispersión humana y material de la Guerra de Independencia y los sucesivos exilios políticos, no se utilizó; o al menos no aprovechó a la ciencia y técnica en España. En cambio, sí lo hizo en el extranjero: en aquel caso, en su exilio ruso, Bethencourt y el mexicano José María Lanz publicaron un Essay sur la composition des machines (1808) muy divulgado en la educación técnica europea.[83]

Benito Jerónimo Feijoo.

Jorge Juan.

Andrés Manuel del Río.

Agustín de Betancourt.

José Celestino Mutis, por Pablo Antonio García, pintor de su expedición.[85]

Antonio Cavanilles, estatua del Real Jardín Botánico de Madrid, que cuenta con una galería de botánicos ilustres.

José Quer, en el Botánico de Madrid.

Félix de Azara, por Goya.

[86]

Instituciones científicas y técnicas de la Ilustración española [editar]


Fuente en la Plaza de la Platería de Martínez, donde en el siglo XVIII se encontraba esa importante institución madrileña, frente al Jardín Botánico y el proyectado Gabinete de Ciencias (hoy Museo del Prado). A pocos metros al sur, en Atocha, se levantaron instituciones médicas y de enseñanza de la medicina (Hospital de San Carlos); y detrás del Botánico, en el Retiro, el Observatorio Astronómico y la Fábrica de Porcelana del Buen Retiro. Una impresionante concentración de instituciones científicas e industriales punteras, que sufrió una devastadora destrucción durante la Guerra de Independencia (1808-1814).

Las Manufacturas reales o Reales Fábricas (una de las aportaciones del mercantilismo borbónico de inspiración colbertista desde la época de Felipe V) producían todo tipo de productos, especialmente de lujo (cristal -La Granja-, porcelana, tapices, relojes -en Madrid-) y estratégicos (armamento, pólvora), pero también de consumo masivo (paños -Guadalajara, Brihuega, San Fernando de Henares-, hilados de algodón -Ávila y Barcelona, que estuvo en el origen del desarrollo textil catalán posterior-), especialmente en el caso de los estancados con criterios monopolísticos (tabaco, aguardiente, naipes). A iniciativa de Juan de Goyeneche se fundaron las fábricas de Nuevo Baztán (funcionaron entre 1710-1778). Otras iniciativas locales se centraron en la cerámica, como la del Marqués de Sargadelos (cerámica de Sargadelos) o la del Conde de Aranda (Alcora). Véase también Industria en España#El siglo XVIII.

Gran trascendencia tuvieron varias instituciones militares: la Escuela de Guardiamarinas de Cádiz (1717, que también acogió el Real Instituto y Observatorio de la Armada, 1797 -publicando Efemérides astronómicas o Almanaque náutico desde 1791-) y la Academia de Artillería de Segovia (1763, que contó con Louis Proust para enseñar química y metalurgia entre 1786 y 1799). Previamente se habían creado en 1722 escuelas de matemáticas para artilleros en Barcelona (que acogía una Academia Militar de Matemáticas desde 1715), Pamplona, Badajoz y Cádiz. Ingenieros militares como el italiano Francesco Sabatini tuvieron una gran presencia en todos los ámbitos de la producción intelectual, incluyendo la cultura y el arte.[87]

No menos trascendencia tuvieron las instituciones mineralógicas, como la Real Academia de Minas de Almadén (1777) y el Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía de Gijón (iniciativa de Gaspar Melchor de Jovellanos, 1794).

Las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País se difundieron por toda España siguiendo el ejemplo de la Vascongada (1765, Conde de Peñaflorida). Gran importancia tuvo el Seminario Patriótico de Vergara (que utilizó la sede del antiguo Colegio de los jesuitas en esa localidad -expulsados en 1767-). Fueron profesores en él Louis Proust, los hermanos Elhúyar, Miguel de Lardizabal y Félix María de Samaniego. Entre sus alumnos estuvo Martín Fernández de Navarrete.[88]

Se intentó paliar la ausencia de ríos navegables (una de las causas principales de las dificultades de comunicación interior que imposibilitaban la formación de un verdadero mercado nacional, a diferencia de Inglaterra o Francia) con canales artificiales como el Canal de Castilla (en estudio desde el siglo XVI, e iniciado en 1753), el Canal Imperial de Aragón (1776-1790, Ramón Pignatelli, al que se agregó el medieval Canal de Tauste) y el Canal del Guadarrama (ambiciosísimo proyecto del ingeniero francés Carlos Lemaur -1785- que habría incluido la presa más alta de Europa -presa del Gasco- y que no se completó).

Madrid, sede de la Corte, acogió un considerable número de instituciones de altísimo nivel: el Real Jardín Botánico (1755), la Casa de la platina (o Laboratorio de la platina, 1757, dirigida posteriormente por François Chavaneau), el Real Gabinete de Ciencias o Gabinete de Historia Natural (1772, dirigido por José Clavijo y Fajardo y luego por Eugenio Izquierdo, precedente del actual Museo Nacional de Ciencias Naturales), la Real Escuela de Mineralogía de Madrid (Laboratorio Real de Madrid o Laboratorio de Química Metalúrgica, Chavaneau, 1787; en él Pedro Gutiérrez Bueno desarrolló su Curso de química, teórico y práctica, para la enseñanza del Real Laboratorio de Química de esta Corte, 1788), la Platería Martínez (Real Escuela de Platería y Máquinas, 1778), el Hospital de San Carlos (1787), el Real Observatorio del Retiro (1790) y el citado Gabinete de Máquinas de Bethancourt, que también fue responsable de la creación de la Escuela de Caminos y Canales (1802). Es también en Madrid donde se comenzaron a publicar los Anales de Historia Natural, que suele considerarse la primera revista científica española (1799, Domingo García Fernández y Antonio José de Cavanilles);[89] aunque Louis Proust había sacado con anterioridad dos Anales del Real Laboratorio de Química de Segovia (1791 y 1795), donde publicó textos científicos trascendentales resultado de sus investigaciones (entre otros, la formulación implícita de la Ley de las proporciones definidas,[90] debatida posteriormente por Berthollet y Berzelius y que estuvo en el origen de la teoría atómica de Dalton).[91]

Expediciones españolas del "Siglo de las Luces" [editar]

Después de la citada expedición de La Condamine, Jorge Juan y Antonio de Ulloa para la medición del meridiano, se abrió un periodo excepcional, en que las expediciones españolas se organizaron con criterios tanto científicos como estratégicos. En el último cuarto del siglo XVIII se hizo evidente que la continuidad (y en su caso el incremento) del Imperio, frente a la competencia de otras potencias y de los nacientes particularismos criollos en América, exigía un programa expedicionario de dimensiones globales, que incluyó estudios científico paralelos a la demostración de la capacidad de presencia naval.

Artículo principal: Expediciones españolas
Véase también: Categoría:Expediciones botánicas

La expedición de Alejandro Malaspina (1789-1794, José Bustamante, cartógrafo Felipe Bauzá, naturalistas Tadeo Haenke, Luis Née y Antonio Pineda, pintores José Guío, José del Pozo, Fernando Brambila, Juan Ravenet y Tomás de Suria) cuyos problemas políticos con Godoy provocaron la incautación y olvido de sus materiales recopilados, que no condujeron a ningún resultado prácticos en España; tuvo un triste destino que, por una circunstancia o por otra, fue compartido por buena parte de los hallazgos de las expediciones de la época, lo que indica la escasa receptividad que la sociedad y el sistema productivo español tenía hacia innovaciones y descubrimientos, hecho mucho más decisivo que la cambiante voluntad de los gobiernos ilustrados que los impulsaban o el entusiasmo de los científicos que los emprendían. Al menos una de estas expediciones sí tuvo un éxito indiscutible: la expedición de la vacuna de Francisco Javier Balmis (1803-1806, José Salvany).


Antonio Carnicero, Ascensión de un globo Montgolfier en Aranjuez, 1784. El 5 de junio de 1784 se produjo este espectáculo en los jardines de Aranjuez, a cargo del francés Bouclé. No obstante, se discute si podría representar una ascensión similar que tuvo lugar el 23 de noviembre de 1783 en El Escorial, por el marqués d'Arle y Pilastre de Rozier.[92]

Inicios de la aeronáutica [editar]

Aunque ya en el siglo IX el andalusí Abbás Ibn Firnás había efectuado pruebas aeronáuticas desde torres en Córdoba (con artefactos no muy distintos a los precedentes del paracaídas y de los planeadores y alas batientes que diseñó Leonardo da Vinci en torno a 1500); no es sino a finales del siglo XVIII que se documentan experiencias significativas en ese ámbito. La aerostación llegó a España por imitación del globo francés Montgolfier de 1783. Tales fueron las experiencias del príncipe Gabriel en Aranjuez y Madrid, de Charles Bouche en Valencia, de Francesc Salvà i Campillo en Barcelona (médico y físico, que experimentó la aplicación de la electricidad a la telegrafía e inició la serie de observaciones meteorológicas más antigua de España), y algunos otros: Vicente Lunardi, José Campello, Antonio Gull y Rogell. Pocos años más tarde Diego Marín Aguilera, un agricultor autodidacta con inquietudes mecánicas, se convirtió en uno los precursores de la aviación por lograr un vuelo de más de 300 metros al lanzarse junto con su artilugio desde el castillo de Coruña del Conde (1793).


Isidra de Guzmán, entre libros, luce sobre su vestido una muceta, símbolo de su condición doctoral.

Las mujeres en la Ilustración española [editar]

Alcalá acogió el primer caso de una mujer universitaria: la doctora de Alcalá María Isidra de Guzmán y de la Cerda, a la que la protección de Carlos III allanó toda posible oposición a que alcanzase (en 1785, con 17 años) los títulos de doctora y maestra en la Facultad de Artes y Letras humanas, catedrática de Filosofía, conciliadora y examinadora; además de ser admitida en la Academia de la Lengua. No obstante, esta excepción no significó ninguna variación en la rígida exclusión de la mujer en el ámbito universitario hasta el siglo XX.

María Andrea Casamayor y de la Coma, educada con los escolapios, escribió dos libros de artimética aplicada y metrología (Tirocinio aritmético, 1738; y El para sí solo, divulgado a su muerte en 1780), lo que la convierte en la primera matemática española, o al menos la primera con obra publicada.[93]

Josefa Amar y Borbón defendió la capacidad de las mujeres para las letras y la necesidad de una educación femenina para el progreso del intelecto y la autonomía moral en términos puramente ilustrados (el logro de la felicidad).[94] A imitación de Francia, los salones dirigidos por mujeres aristocráticas, sobre todo después del impacto revolucionario francés -1789- pasan a ser tertulias donde todos los temas, incluidos los científicos, son escrutados a la luz de la razón y la crítica, y las mujeres salen a la calle, a enterarse, a leer, y se incorporan a las academias y sociedades ilustradas.[95] [96]

Ciencia y técnica en la Edad Contemporánea española: el "fracaso" de la Revolución Industrial [editar]


Acción de Altos Hornos de Vizcaya.

La Revolución industrial es la manifestación tecnológico-productiva de los cambios revolucionarios con que se abre la Edad Contemporánea: en lo político-ideológico la revolución liberal y en lo social la revolución burguesa; mientras que en lo científico (en principio, y hasta finales del siglo XIX, no conectado plenamente en un sistema que imbricara ciencia, tecnología y sociedad -CTS-) se desarrollaban las consecuencias y aplicaciones del paradigma newtoniano (hasta que encontró sus límites que exigieron la revolución einsteniana de comienzos del siglo XX).

Para España, la Revolución Industrial se ha calificado, según la provocativa tesis de Jordi Nadal, de un fracaso.[97] La Edad Contemporánea en España se inicia con la Guerra de Independencia Española, que, en medio de gravísimas consecuencias para el tejido productivo, la ciencia y la tecnología, manifestó de forma violenta en lo económico, social y político la preexistente crisis del Antiguo Régimen; y se continuó con la Guerra de Independencia Hispanoamericana y una serie ininterrumpida de guerras civiles y golpes de estado. Lo trascendental de todo ello para la ciencia y la tecnología españolas fue lo que implicó de atraso relativo frente a los países más avanzados de Europa, y que puede medirse en un siglo. Mientras que en la mayor parte de éstos la crisis del Antiguo Régmien se cerrará con la revolución de 1848 (o para otros con la Primera Guerra Mundial, 1914-1918), en España seguirá teniendo pervivencias hasta el franquismo, superada la mitad del siglo XX.

Artículo principal: Revolución Industrial en España
Véase también: Revolución Industrial, Industria en España#El siglo XIX, Industria en España#El período 1830-1936, Capitalismo español y Nacionalismo español#Nacionalismo económico

Provenientes de las polémicas entre afrancesados y castizos del siglo XVIII, a lo largo de todo el siglo XIX y la primera mitad del XX se sucedieron continuas polémicas entre las élites ilustradas y las élites reaccionarias (que tildaban a sus rivales de representar la Anti-España), y que tuvieron en el pro y anti-darwinismo uno de sus aspectos más significativos: la Circular de Orovio (1875, por el marqués de Orovio, ministro de Fomento del recientemente implantado gobierno de la Restauración borbónica), que impedía la difusión de ideas contrarias al catolicismo, suprimiendo la libertad de cátedra hasta entonces vigente, fue desafiada por Augusto González Linares, que exponía desde su cátedra de Ampliación de Historia Natural en la Universidad de Santiago de Compostela tesis evolucionistas, por lo que fue expulsado, suscitando la denominada segunda cuestión universitaria.[98] La primera, de 1864-1865, que se movió en el ámbito de las ciencias sociales, provenía del enfrentamiento intelectual y político, iniciado décadas antes, entre krausistas (Julián Sanz del Río) y neocatólicos (Jaime Balmes, Donoso Cortés -ambos para entonces ya fallecidos-). En ese momento los neos tenían el apoyo del gobierno de Narváez, que promulgó una circular (27 de octubre de 1864, Circular de Alcalá Galiano, por el ministro Antonio Alcalá Galiano) en la que se prohibía la enseñanza o publicación de, entre otras, cualquier opinión contraria al catolicismo o a la fidelidad a la reina (siendo los elementos en cuestión el Concordato y el Patrimonio Real).[99] Se llegó hasta la destitución del rector Juan Manuel Montalbán y del catedrático Emilio Castelar, lo que produjo la dimisión por solidaridad de Nicolás Salmerón y una rebelión estudiantil brutalmente reprimida (la Noche de San Daniel).

La polémica de la ciencia española desencadenada a partir de un texto del tradicionalista Menéndez y Pelayo (1876), y que fue contestada por los identificados con la etiqueta de krausistas (la mayor parte de ellos, expulsados de sus cátedras universitarias y reunidos en torno a la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos); no tuvo en su aspecto intelectual consecuencias muy positivas o estimulantes para la producción científica. De hecho, más allá de la genérica y desesperada llamada a la modernización del regeneracionismo (el Escuela y Despensa de Joaquín Costa), la actitud ante la técnica y la ciencia entre los intelectuales más lúcidos fue ambivalente: más receptiva entre la denominada generación de 1914 (Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset, Meditación de la técnica), mucho más sombría en la generación de 1898. Unamuno llegó a pronunciar un famoso que inventen ellos, a pesar de defender la inteligencia que los militares sublevados de 1936 explícitamente despreciaban (Viva la muerte, abajo la inteligencia, pronunció en un famoso acto el general Millán Astray -en la Universidad de Salamanca y ante el propio Unamuno, su rector-; y el mismísimo Franco dejó dicho que si por él fuera borraría enteros dos siglos: el siglo XIX por liberal y el XVIII por ilustrado).[100]

No obstante, la denominada Edad de Plata de las letras y ciencias españolas (1906-1936) no pudo ser sólo un luminoso paréntesis, sino un elemento visible de continuidad con una tradición de actividad científica que, a pesar de su debilidad, ni la guerra civil ni el aislamiento exterior del primer franquismo consiguieron erradicar (fuga de cerebros, exilio interior). A pesar de todo ello, lo evidente es que sólo a partir de los cambios sociales y económicos desatados con el desarrollismo tecnocrático franquista de los años sesenta, y con los cambios políticos de la Transición Española de los setenta, que incluyó la decisiva entrada en el Mercado Común Europeo en 1986, puede hablarse de una ciencia moderna en España, aunque débil y con una muy marcada dependencia de las inversiones públicas, frente a lo que ocurre en otros países desarrollados.

Ciencia y técnica en el siglo XIX español [editar]


La Biblioteca Nacional, refundada en 1836 a partir de la Biblioteca Real del Palacio Real de Madrid y de los fondos eclesiásticos procedentes de la desamortización, se convirtió en uno de los más importantes centros de conservación del patrimonio bibliográfico del mundo, además de servir de soporte a investigaciones en todos los ámbitos. Desde 1892 ocupa buena parte del edificio destinado a Biblioteca y Museos Nacionales (de los que sólo el Museo Arqueológico Nacional ha tenido continuidad en el lugar). El programa escultórico de exhibición orgullosa de las glorias de las letras españolas escogido para la escalinata de la fachada es un ejemplo muy significativo de construcción de la historia nacional, y no discrimina la producción literaria científica de la puramente estética. Incluye, en lugar destacado, a dos lumbreras medievales: San Isidoro y Alfonso X el sabio; más atrás, junto a Miguel de Cervantes y Lope de Vega, a los humanistas Antonio de Nebrija y Luis Vives; y medallones con bustos del Padre Mariana, Arias Montano, Diego Hurtado de Mendoza, Nicolás Antonio y Antonio Agustín junto a los de fray Luis de León, Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega, Santa Teresa de Jesús y Tirso de Molina. El programa iconográfico del frontón es igualmente significativo, en este caso de otra clave intelectual de la época: la idea de progreso de España a través de las ciencias y las artes. Se reprensentan el Genio, el Estudio, la Paz, la Guerra, la Elocuencia, la Poesía, la Música, la Arquitectura, la Pintura, la Escultura, la Filología, la Industria, el Comercio, la Agricultura, la Filosofía, la Jurisprudencia, la Historia, La Astronomía, la Etnografía, la Geografía, la Química, la Medicina y las Matemáticas.[101]

A pesar del atraso relativo de España durante el siglo XIX en ciencia y técnica, el esfuerzo por generalizar la formación educativa fue significativo, aunque insuficiente: las cifras del analfabetismo, que hacia 1800 se calculaban en un 94%, para 1860 eran de un 80% (69% entre los varones adultos y 90% entre las mujeres adultas); cifras sólo equiparables a la Europa meridional y oriental, mientras que Bélgica y Austria (zonas también católicas, que no habían experimentado la generalización de la lectura atribuible a la Reforma protestante) lo habían reducido un 50%, y el resto de Europa y Norteamérica a cifras incluso inferiores.[102] Para 1877, la cifras españolas eran de un 75%. Tras el Plan Pidal de 1845, la Ley Moyano de 1857 (Ministerio de Fomento), de mayor trayectoria, preveía una estructura educativa basada en una escolarización primaria confiada a los ayuntamientos (que en la práctica no se generalizó en todo el territorio nacional hasta la Segunda República), una enseñanza secundaria enfocada a los varones de las clases medias, con un instituto de bachillerato por provincia (confiados a las diputaciones provinciales, que para 1868 cursaban sólo 28.698 alumnos), y una enseñanza superior con el doctorado centralizado en la Universidad Central de Madrid (traslado de la antigua Universidad Complutense de Alcalá de Henares). Ya en 1847 Nicomedes Pastor Díaz introdujo las Facultades de Filosofía con cuatro secciones: literatura, filosofía, ciencias naturales y ciencias físico matemáticas; donde se cursaban licenciaturas de cinco años. Entre el curso 1857-58 y el 1867-68 se había duplicado la matrícula universitaria: de 6.104 a 12.023 alumnos. La mayoría eran de leyes (pasaron de 3.742 a 4.120), medicina (de 1.155 a 5.648) y farmacia (de 563 a 983). Es significativo que los matriculados en ciencias pasaran de 127 a 642; mientras que los matriculados en teología se redujeran de 326 a 159 en el mismo periodo. La filosofía se incrementaba de 191 a 471.[103] Se mantuvo de forma autónoma la formación técnico científica de los cuerpos navales, del arma de artillería y de los ingenieros militares, de tradición ilustrada (un militar, el general Carlos Ibáñez de Ibero, fundaría el Instituto Geográfico y Estadístico y llegó a dirigir la Oficina Internacional de Pesas y Medidas entre 1872 y 1891); así como la ingeniería civil, tanto las instituciones preexistentes (minería -desde 1772 en Almadén-, de caminos -creada por Bethancourt en 1802-) como las que se crearán a lo largo del siglo (industrial -Real Instituto Industrial, creado por Real Decreto del Ministerio de Obras Públicas de 4 de Septiembre de 1850, con Escuelas en Madrid, Barcelona, Gijón, Sevilla, Valencia y Vergara-; forestal o de montes -Ordenanzas Generales de Montes, Cuerpo y Escuela de Ingenieros de Montes en la Casa de Oficios de El Escorial, 1833; 1862, título de Ayudante de Montes-). No obstante, la capacidad de generar innovaciones tecnológicas originales fue muy escasa, más allá de casos aislados como el de Ramón Verea, que patentó una máquina de calcular en Estados Unidos en 1878.

Aunque durante mucho tiempo la escasa vida científica, junto con la intelectual se restringió a las Sociedades de Amigos del País abiertas a finales del XVIII y a los recientemente creados Ateneos y Casinos (en cuyas tertulias tenían cabida desde las conspiraciones políticas hasta cualquier otro aspecto de la vida social); el prestigio científico de algunas cátedras universitarias españolas fue ganándose lentamente, sobre todo a medida que conseguía establecerse cierta vinculación internacional a sus correspondientes británicas, alemanas o francesas. Salvo la conexión inglesa de algunas zonas de Andalucía, era evidente el predominio del francés como lengua extranjera más utilizada por las élites intelectuales. Un estudio de bibliotecas privadas de políticos, profesionales y militares entre 1830 y 1870 contabiliza de un 10 a un 20% de libros en francés, sobre todo de temática científica, técnica, derecho, política e historia; a lo que hay que sumar las abundantes traducciones, que en el caso del inglés y el alemán se concretaban en una temática más variada (literatura, pensamiento y ciencia).[104] La industria editorial española (Francisco de Paula Mellado, Gaspar y Roig, Manuel Rivadeneyra -Biblioteca de Autores Españoles-, Sociedad Literaria de Madrid -1842-, Unión Literaria -1843-, La Ilustración, Sociedad Literario-Tipográfica Española)[105] demostró ser una de las de más impulso, lo que determinó su vinculación al nacimiento del movimiento obrero madrileño (varios líderes, como el propio Pablo Iglesias, fueron tipógrafos), por contraste con el caso catalán, vinculado a las factorías textiles.

No obstante, lo más parecido a un texto científico de amplia difusión (sin duda el más divulgado, desde 1840 hasta la actualidad) fue el Calendario Zaragozano de Mariano Castillo y Ocsiero, que además de un calendario con toda clase de efemérides, realiza una predicción meteorológica basada en un método tradicional denominado témporas o cabañuelas).[106]

Instituciones científicas del siglo XIX [editar]

Instituciones científicas de importancia creadas durante el siglo XIX fueron, entre otras: la Institución Libre de Enseñanza (1875), la Real Sociedad Española de Historia Natural (1871); y un buen número de Reales Academias (a las de la Lengua, la Historia y la Jurisprudencia y Legislación, fundadas en el siglo XVIII, en el XIX se les añadieron las de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales -1847, por reorganización de la de Medicina y Ciencias Naturales de 1734-, la de Medicina -1861, también proveniente de la escisión de la anterior-, la de Ciencias Morales y Políticas -1857-; mientras que la de Farmacia es de 1932, por reorganización del Colegio de Farmacéuticos).


Moneda de cinco pesetas (duro) de Alfonso XII (1874-1885). Su valor en plata se expresa en cantidades propias del sistema métrico: 40 PIEZAS EN KILOG., o sea, 25 gramos. Es heredero del peso duro, el real de a ocho que contenía 25,560 gramos de plata; en su momento (la Edad Moderna) el objeto preferente de la tecnología española, que la pérdida de las colonias americanas había convertido en un pasado mitificado.

Los matemáticos José de Echegaray (que obtuvo el primer Premio Nobel otorgado a un español -1904-, pero por su obra literaria), Eduardo Torroja Caballé (1847-1918, padre del ingeniero Eduardo Torroja) y Zoel García de Galdeano (1846-1924) introdujeron las matemáticas contemporáneas en la Universidad y sobre todo en las Escuelas de Ingenieros del último cuarto del siglo XIX.[107] Las cátedras universitarias de matemáticas fueron hasta finales del siglo XIX una institución marginal. En el segundo tercio del siglo (tras la desorganización característica del primero), fue en colegios, academias, sociedades civiles, religiosas o militares donde se crean prestigiosas cátedras para individualidades que demostraban sus conocimientos en la materia (clérigos, marinos y militares principalmente). Las matemáticas que se enseñaron en las facultades de ciencias y en las escuelas de ingenieros hasta finales de siglo se caracterizaron por su insistencia en una erudición cada vez más obsoleta, con lo que que los pocos que pretendían actualizarse o conseguir aplicaciones prácticas recurrían esencialmente a la ciencia importada.[108]

La economía política era ya una disciplina universitaria en Salamanca a finales del XVIII (1788, Ramón de Salas y Cortés), y desde la misma época había estudios comerciales en los consulados de comercio (1798, Mariano Luis de Urquijo), las academias de comercio de Barcelona o Bilbao, y la Escuela Mercantil de Cádiz (1803). La Escuela de Comercio de Madrid se abre en 1823, pero no fue hasta mediados del XIX que se organizaron las escuelas de comercio (Plan General de Estudios de 1836 y Real Decreto de 1857).[109] Más allá de la docencia, los economistas que publicaban textos lo hacían generalmente con el fin de intervenir en el debate público de cuestiones de peso político, y actuaron en buena medida como justificadores de las posiciones económicas de los distintos grupos de interés en torno a los temas clave en cada periodo: especialmente la desamortización y la opción por el librecambismo o el proteccionismo (Eudald Jaumeandreu, Manuel Colmeiro, José Canga Argüelles, Álvaro Flórez Estrada, Laureano Figuerola, Terencio Thos y Codina, Alejandro Mon, Ramón Santillán, etc.).[110] La hacienda pública y la banca fueron las instituciones en que los economistas tenían ocasión de aplicar distintas teorías sobre la moneda, la fiscalidad y las finanzas. El Banco de España se creó en 1856, por fusión de precedentes como el Banco de San Carlos (1782), el Banco de San Fernando (1829), el Banco de Isabel II (1844) y el Banco de Barcelona (1845). Llegó a convertirse en la única banca emisora en 1874 (bajo el ministerio de Echegaray, el matemático). La adhesión a la Unión Monetaria Latina que propiciaba la adopción del sistema métrico decimal dio lugar al nacimiento de la peseta en 1868. El predominio del proteccionismo y de la utilización de autoridades francesas (Jean Baptiste Say, Bastiat) antes que inglesas caracterizó a la denominada Escuela Economista Española. La recepción del pensamiento marxista se produce en España a partir de la divulgación de Paul Lafargue.[111] De 1886 es la primera traducción (incompleta) de El Capital aunque existieron traducciones de otros textos de Marx desde 1869. La primera producción interna de un texto marxista de altura intelectual es el Informe a la Comisión de Reformas Sociales (1884) del médico neurólogo Jaime Vera López (discípulo del doctor Esquerdo).[112]


Ramón y Cajal en su laboratorio de Valencia, 1887.

Las ciencias naturales del siglo XIX español tuvieron personalidades destacadas (Juan Mieg -Paseo por el Gabinete de Historia Natural de Madrid, 1819-,[113] Antonio Aguilar y Vela -astrónomo, estadístico y meteorólogo-, Mariano Lagasca -director del Jardín Botánico cuya ideología liberal le llevó al exilio y la pérdida de su herbario y manuscritos durante la ominosa década, 1823-1833, periodo en el que continuó sus investigaciones en Inglaterra-, Mariano de la Paz Graells -director del Museo de Ciencias cuya energía y longevidad le permitió presidir la vida científica española durante décadas-,[114] etc.); especialmente en el ámbito de la geología, aplicada a la explotación minera (véase en su sección, más adelante). Pero fue en la fisiología y medicina donde los esfuerzos personales de meritorias individualidades iniciaron las bases y constituyeron los equipos (vinculados a departamentos universitarios de las facultades de medicina) de lo que en el siglo siguiente constituirá la parte más brillante de la actividad científica española. Entre ellos pueden citarse Mateo Orfila (toxicología), Ramón Turró (fisiología y psicología),[115] José María Esquerdo (neuropsiquiatría),Jaime Ferrán (bacteriología), Luis Simarro y Nicolás Achúcarro (neurocientíficos). Pese a ello, la penuria de medios caracterizó toda esa época.

¡Ah! ¡Quién tuviera esos magníficos objetivos a que Flemming, Strasburger y Carnoy deben sus descubrimientos! ¡quién pudiera poseer un Seibert 1/16 ó un Zeiss 1/18! Aquí desgraciadamente las facultades no tienen material y, aunque yo me empeñara en pedir uno de esos objetivos, no me lo permitiría el decano por falta de fondos. Mucho envidio más aún esa riqueza de medios técnicos de que ustedes gozan, con la que se hace cuanto se quiere. Yo tengo que resignarme con un objetivo 8 de inmersión Verick y éste gracias a que es de mi propiedad [se lo había comprado en 1877], que por la Facultad no tendría más que un 5 ó 6 Nachet.
Carta de Santiago Ramón y Cajal a Antonio Vicente Dolz, 1 de enero de 1885 (el destinatario estaba en Lovaina).[116]

En el mismo año 1885 Cajal consiguió de la Diputación de Zaragoza un Zeiss, en agradecimiento por su informe sobre la campaña (muy incomprendida) de vacunación contra la epidemia de cólera de Jaime Ferrán en Valencia. Gracias al regalo pudo abordar, sin recelos y con la debida eficiencia, los delicados problemas de la estructura de las células y del mecanismo de su multiplicación.[117]

Graellsia isabellae, cuyo nombre se debe a la reina Isabel II de España y a su descubridor, el naturalista Mariano de la Paz Graells (quien la estuvo buscando entre 1837 y 1848, para confirmar los rumores de la existencia de una espectacular mariposa desconocida).[118] Durante mucho tiempo se consideró endémica de la Sierra de Guadarrama, y en la actualidad se han localizado poblaciones dispersas en algunas otras cordilleras peninsulares, e incluso se la ha introducido artificialmente en Francia.

Rogelio Inchaurrandieta y Páez, ingeniero, geólogo y arqueólogo. Director de la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid, intervino en algunas de las más importantes obras públicas de mediados del siglo XIX, como el Canal de Isabel II.

Submarino de Isaac Peral en 1888. Peral, marino militar, destacó en trabajos de ingeniería (planos del canal de Simanalés -Filipinas-) y misiones de carácter científico, escribió un Tratado teórico práctico sobre huracanes y ocupó e la cátedra de Física-Matemática de la Escuela de Ampliación de Estudios de la Armada (1883). Su submarino, probado con éxito en Cartagena entre 1888 y 1890, no consiguió el apoyo gubernamental, y no se desarrolló. El propio Peral, objeto de una campaña de desprestigio, se licenció y murió al poco tiempo.

Narciso Monturiol, diseñador de otro de los precedentes del sumbarino: el ictíneo, que fue probado en Barcelona en 1859 (propulsión manual a cargo de tres tripulantes). Para construir un segundo modelo, mucho más sofisticado, constituyó una sociedad (La Navegación Submarina, que reunió 300.000 pesetas en suscripciones -pensaba emplearlo en la explotación del coral-). Al no conseguir superar las muchas dificultades del diseño y construcción, el proyecto acabó en fracaso (1868).

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La recepción del evolucionismo [editar]

José de Letamendi habría sido el primero en hablar de las ideas de Darwin, para criticarlas desde una perspectiva tomista, en el Ateneo Catalán (1867). En 1876 se articulan los defensores del evolucionismo en torno a la Revista Contemporánea de José del Perojo. El anatomista Peregrín Casanova Ciurana entró en contacto con Haeckel (correspondencia entre 1876 y 1886). Su discípulo, Ramón Gómez Ferrer, publicó en 1884 un estudio sistemático sobre las ideas vigentes acerca de la herencia. A partir de entonces, la escuela histológica española (Luis Simarro y Santiago Ramón y Cajal y las Sociedades de Anatomía e Histología, fundadas en Madrid durante la revolución de 1868) tendrá al evolucionismo como supuesto, aunque con malinterpretaciones vitalistas y finalistas. Lo mismo ocurría en manuales como el de fisiología general de Balbino Quesada (1880). Otro campo interesado fue la geología (Juan Vilanova y Piera, seguidor de Armand de Quatrefages). También la Sociedad Antropológica Española fue una institución receptiva al evolucionismo, al contrario que otras totalmente opuestas, como las Academias de la Lengua y de la Historia; aunque en general las ciencias sociales fueron las más entusiastas en defender el evolucionismo (Instituto de Sociología de Madrid, fundado por Manuel Sales y Ferré y Pedro Estasen y Cortada-, y personalidades intelectuales de otros ámbitos, como Antonio Cánovas del Castillo, Miguel de Unamuno, Valentín Almirall y Antonio Machado y Núñez -médico, antropólogo, zoólogo y abuelo del poeta homónimo-). La polémica entre darwinistas y antidarwinistas no se limitó a la anteriormente referida expulsión del catedrático de Santiago González Linares y los demás que encontraron refugio en la Institución Libre de Enseñanza, sino que se extendió a todos los rincones de España: por ejemplo, la publicación por fascículos de la Historia Natural de Canarias de Gregorio Chil y Naranjo (Las Palmas, 1876) produjo un considerable escándalo, con intervención del obispo, y que suscitó su defensa por Paul Broca en la Sociedad Antropológica de París. En otras zonas fueron catedráticos de instituto (Rafael García y Álvarez en Granada, Máximo Fuerte Acevedo en Badajoz) los que se enfrentaron a los reaccionarios locales, con consecuencias más o menos penosas.[120]


El diseño de la etiqueta de Anís del Mono (Ramón Casas, 1897) se hizo con claras referencias a Darwin, cuyo rostro se caricaturiza en el de un mono que exhibe este cartel: Es el mejor. La ciencia lo dijo y yo no miento.

El amigo o amiba,

Que del agua nació con alma viva,

Cuando le dio la gana

En pez se transformó, si no fue en rana;

Ensanchando más tarde sus pellejos

Formó... varios bichejos.

De estas transformaciones como fruto

Resultó él Director de un Instituto.

Si éste sigue la norma

Veremos en qué bicho se transforma.

Poema satírico contra Máximo Fuerte Acevedo.

Las represalias antidarwinistas continuaban en fechas tan tardías como 1895, cuando Odón de Buen fue separado de su cátedra de Barcelona; pero la respuesta social fue mucho más viva: las movilizaciones estudiantiles de protesta obligaron a cerrar dos meses la Universidad y terminaron haciendo que el gobierno de Cánovas del Castillo revocase su decisión.[121]

Pocos años más tarde, en 1909, centenario del nacimiento de Darwin, la prensa se hizo eco de la polémica pro y antidarwinista, siendo notable la repercusión del homenaje de los estudiantes de medicina de Valencia (se llegó a decir que había sido mayor que el de Londres); una buena muestra de la normalización del pensamiento darwinista en la enseñanza superior española, la profundidad y amplitud de la popularización del mismo, y la continuidad de la utilización polarización del tema en la España de la Restauración.[122]

Augusto González Linares.

Peregrín Casanova.

Ramón Gómez Ferrer.

Manuel Sales y Ferré.


Comisión científica del Pacífico (1862-1865, formada por Marcos Jiménez de la Espada y otos expedicionarios, entre los que estuvieron el zoólogo Francisco de Paula Martínez y Sáez, el antropólogo cubano Manuel Almagro y el botánico Juan Isern y Battló. El fotógrafo de la expedición (uno de los primeros documentalistas) fue Rafael Castro y Ordóñez.

Expediciones españolas del siglo XIX [editar]

Aunque de dimensiones mucho más modestas que las expediciones de la época del imperialismo europeo, hubo algunas expediciones científicas españolas herederas de las del siglo XVIII: la de la Comisión Científica del Pacífico (Marcos Jiménez de la Espada, 1862-1865); la expedición (esencialmente militar) a Guinea Ecuatorial de Juan José Lerena y Barry (1843), también inventor (telégrafo óptico de uso naval -1829-, que se implantó en líneas terrestres entre Madrid, Aranjuez y La Granja -de 1831 a 1838-); la expedición científica del comandante Julio Cervera, el geólogo Francisco Quiroga y el intérprete Felipe Rizzo al Sáhara Occidental en 1886;[123] La de Francisco Noroña al Océano Índico y Filipinas; las de Manuel Iradier (1868 y 1877); y algunos otros periplos individuales o colectivos con fines más o menos científicos o aventureros (Francisco de Paula Marín -introductor de la piña en Hawai-, José María de Murga -el "Moro Vizcaíno"-, Joaquín Gatell y Foch -"Caid Ismail", Marruecos y el Sahara-, Víctor Abarques de Sostén -Mar Rojo y Abisinia-, Cristóbal Benítez -Tumbuctú y Senegal-, Bonelli, Álvarez Pérez, Bens y Capaz -Río de Oro e Ifni-).

Se fundó en 1876 una Sociedad Geográfica de Madrid (posteriormente denominada Real Sociedad Geográfica), con propósitos similares a otras como la francesa (1821), la prusiana (1828), la Royal Geographical Society (británica, 1830), o la más tardía National Geographic Society (estadounidense, 1888). En 1877 se creó la Asociación Española para la Exploración de África (filial de la Asociación para la Exploración del Congo vinculada a Leopoldo II de Bélgica), y en 1883, a iniciativa de Joaquín Costa una Sociedad Española de Africanistas y Colonistas (sic). Con implantación en Barcelona se creó la Sociedad de Geografía Comercial; y en Granada, con participación de Ángel Ganivet, la Unión Hispano-Mauritana (arabistas y universitarios tanto españoles como norteafricanos, que editaba La Estrella de Occidente -1880- y Al Andalus (revista)).[124]

Inicios de la fotografía y el cine [editar]

El primer daguerrotipo se impresionó en Barcelona en 1839. Desde los años 1840 José de Albiñana se profesionalizó como fotógrafo, llegando a retratista de cámara de Su Majestad,[125] aunque la fotografía española de mediados del del siglo XIX se caracterizó por la presencia de fotógrafos extranjeros, como el inglés Charles Clifford o el francés Jean Laurent (véase Historia de la fotografía en España, Fotografía en España, Periodismo fotográfico#España, Categoría:Fotografía en España).[126] Hay documentación escrita de alguna actividad cinematográfica en España en 1895, aunque su manifestación pública con mayor repercusión tuvo lugar en mayo de 1896, cuando con pocos días de diferencia un Teatrograph (similar a las máquinas Edison) y una máquina Lumière (del equipo de Alexandre Promio) se presentaron en los días previos a las fiestas de San Isidro de Madrid, filmando y exhibiendo sus películas. En octubre del mismo año se filmaron dos escenas de las fiestas del Pilar de Zaragoza por los primeros camarógrafos españoles (Eduardo Jimeno padre e hijo), y poco después se rodó en Barcelona la primera película de ficción (Riña en un café, Fructuoso Gelabert, 1897 -la fecha es sólo probable-). Véase Historia del cine en España, Cine español#Inicios y Cine catalán#Historia.

Los inicios de la electrificación en España [editar]
Artículo principal: Historia de la electricidad en España

En 1875 la Escuela de Ingenieros importó una una máquina Gramme y una luz de arco que utilizó para el alumbrado, en su gabinete de física. Desde entonces se divulgó lentamente la electrificación, gracias a ingenieros como Narcís Xifra Masmitjà, Francisco de Paula Rojas Caballero-Infante, Lluís Muntadas Rovira o Josep Mestre Borrell (véase Ingeniería industrial (España)). En 1881 se fundó la Sociedad Española de Electricidad en Barcelona, primera empresa que producía y distribuía fluido eléctrico a otros consumidores. También construía diversos aparatos eléctricos, y sobre todo promocionó la electrificación de las principales ciudades (Barcelona, Madrid, Valencia y Bilbao). La primera red de alumbrado público urbano se inauguró en Gerona en 1886, y poco después la primera línea de tracción eléctrica en Bilbao.[127]

Los ferrocarriles en España [editar]


Impulsores, accionistas e ingenieros de la línea Barcelona-Mataró. Locomotora número 12. Estación término, actualmente Estación de Francia, 1848.

Artículo principal: Historia de los ferrocarriles en España

El primer ferrocarril español en territorio europeo cubrió la línea Barcelona-Mataró (28 de octubre de 1848), a cargo de una compañía de capital inglés y español (principalmente catalán y cubano), y con tecnología e ingenieros ingleses. Diez años antes, el 19 de noviembre de 1837, se había abierto el primer ferrocarril español, pero en América: la línea La Habana-Bejual, en Cuba. La línea Madrid-Aranjuez (Tren de la Fresa) se inauguró el 9 de febrero de 1851. El diseño del trazado nacional fue esencialmente radial (une Madrid con la periferia), con pocas conexiones transversales (alguna de ellas, como la Santander-Mediterráneo nunca se concluyó); y a pesar de su baja densidad en comparación con otros casos europeos, fue de muy lenta construcción: no completó sus partes esenciales hasta finales de siglo.

La dificultad más importante del trazado ferroviario español era la necesidad de salvar fuertes desniveles que caracterizan el aislamiento orográfico de la Meseta central con las demás unidades geográficas, y de cada una de estas entre sí. La razón esgrimida para optar por un ancho de vía mayor que el europeo (ancho ibérico) por el informe de la Comisión de Ingenieros de caminos de la Dirección general del ramo de 2 de noviembre de 1844 (ingenieros Juan Subercase[128] y Calixto Santacruz[129] ) fue permitir un mayor tamaño de las ruedas y con ellas una mayor velocidad. También un mayor ancho permite un mayor tamaño de las calderas. Otra de las razones que suele esgrimirse (y que se pone en relación con que también Rusia optó por un ancho mayor) es el dificultar por ese medio una hipotética invasión militar, aunque no parece que fuera la que más influyó en la decisión; de hecho, Portugal optó por el ancho español. La Ley General de Caminos de Hierro de 1855 homogeneizó el ancho español que siguieron las lineas principales, a excepción de las líneas del Cantábrico (por razones orográficas: un ancho menor ahorra costes en el trazado de las curvas, allí muy abundantes, lo que determinó que se usase la vía estrecha).[130]

Las principales compañías ferroviarias se formaron con predominio de capital extranjero (francés, inglés y belga) y se beneficiaron de una legislación protectora que les permitía importar prácticamente libre de derechos todo su material: Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España -la propietaria de la Estación del Norte de Madrid-, Compañía del Ferrocarril de Madrid a Zaragoza y Alicante -MZA, la propietaria de la Estación de Atocha de Madrid-, la Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste y la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, fusionadas en 1941 en la RENFE.


Chimenea de la fábrica textil El Vapor Aymerich, Amat i Jover, Tarrasa (arquitecto Lluís Muncunill, 1907 - 1908). El edificio se ha transformado en el actual Museo de la Ciencia y de la Técnica de Cataluña, que exhibe una amplia muestra de maquinaria textil y de otro tipo de industrias, de todas las épocas.

El textil y la ingeniería en Cataluña [editar]

Los inicios de la industria textil catalana fueron muy precoces (las indianas del siglo XVIII) y no carentes de innovaciones, por ejemplo la creación autóctona de la máquina hiladora "bergadana", un caso de transferencia tecnológica por imitación de la "jenny", la famosa hiladora manual inglesa. Desde comienzos del siglo XIX se importaban unidades de la "mula" de Crompton (hiladora con tracción adaptable tanto a rueda hidráulica como a máquina de vapor). La fábrica "El Vapor" (hermanos Bonaplata, 1832) fue incendiada poco tiempo después en una acción similar a la de los luditas ingleses, aunque en el contexto de la quema de conventos de 1835. En la década de 1840 la siguiente generación de maquinaria recibió el curioso nombre de "selfactinas" (adaptación del inglés "self-acting machines"), aun así, con un nivel técnico inferior al británico.[131] A pesar de todo ello, la trayectoria industrial de los textiles catalanes, sufrió a lo largo del siglo XIX graves discontinuidades debidas fundamentalmente a coyunturas bélicas y políticas (Guerra de Independencia Española, Guerras Carlistas, golpes militares en que se basó la alternancia entre moderados y progresistas y -que incluyeron el bombardeo de Barcelona por Espartero o la quema de conventos de 1835-, y la desaparición del mercado colonial por la Independencia Hispanoamericana -a excepción de Cuba hasta 1898-). A la reserva de ese mercado cautivo para los productos textiles catalanes se sumaba la del depauperado mercado interno español, sobre el que se exigían barreras proteccionistas en discusión con los intereses de exportación al exterior de la oligarquía terrateniente castellano-andaluza (formada por los intereses compartidos de la alta nobleza y burguesía tras la desamortización), que conseguían altos precios para las exportaciones agrícolas en un mercado internacional sometido periódicamente a tensiones (Guerra de Crimea, crisis de la filoxera). A finales del siglo XIX, la pérdida de Cuba y la crisis agrícola precipitó un consenso de ambos grupos de interés en sentido proteccionista, lo que convirtió a España en uno de los países más proteccionistas del mundo, al menos hasta 1959.

Las sinergias que la industria textil contribuyó a generar supuso el desarrollo de un significativo número de proyectos industriales metalúrgicos y mecánicos en Cataluña (Valentín Esparó Giralt -Valentín Esparó y Consocios, adquirida a la compañía Bonaplata en 1839-, Sociedad La Barcelonesa -Tous, Ascacíbar y Compañía, Nicolás Tous Mirapeix y Celedonio Ascacíbar, 1838-, La España Industrial -primera gran instalación industrial de Barcelona, 1847-, Maquinista Terrestre y Marítima, 1855), así como de instituciones científicas asociadas Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Barcelona (1851).

La explotación minera en el siglo XIX. La siderurgia malagueña, asturiana y vasca [editar]


En Torre del Mar -por entonces la zona costera del municipio de Vélez-Málaga- la familia Larios desarrolló un núcleo industrial basado en la explotación de la caña de azúcar, extensión de su complejo industrial malagueño (Fuengirola, Marbella, etc.) que incluía siderurgias y otros negocios. A pesar de lo temprano de esta industrialización (primera mitad del siglo XIX), la debilidad del tejido social y productivo local, sumado a las dificultades técnicas y lo inapropiado de la localización (ausencia de carbón mineral, lo que exigía el carboneo de los bosques con sistemas tradicionales), hicieron inviable su continuidad.


Taller de la Rio Tinto Company Limited.


Vagoneta abandonada en una boca de las minas de cobre de Texeo (Riosa, Asturias), utilizadas desde la prehistoria y redescubiertas en 1888 por el ingeniero belga Alejandro Van Straalem (que trabajaba en las minas de mercurio de Soterraña). Fueron explotadas por The Aramo Cooper Minas Ltd, y más adelante por ENSIDESA y HUNOSA.[132]


El puente colgante denominado de Vizcaya, construido entre 1888 y 1893, cruza la ría del Nervión de Portugalete a Las Arenas. En primer plano de esta imagen, el mareómetro.

La primera siderurgia española importante de la época de la Revolución Industrial fue La Constancia (1826 ó 1834), con dos factorías en Marbella, a cargo de trabajadores ingleses y dirigidas por Manuel Agustín de Heredia (Banco de Málaga). Otra siderúrgica malagueña se denominó El Ángel. La diversificación en otros sectores corrió a cargo del mismo grupo de familias de la oligarquía terrateniente, como los Larios y los Heredia, que fundaron conjuntamente en 1846 Industria Malagueña S.A.. También fue importante la actividad del financiero José de Salamanca y Mayol (ennoblecido como Marqués de Salamanca). El problema de este foco industrial era su utilización de carbón vegetal, con ventajas técnicas pero precio muy alto y problemas ecológicos gravísimos (deforestación). El declive de la actividad fue visible desde 1860.

La "localización racional" sería la que se impondría por factores geológicos y de transporte: una gran ventaja era la cercanía a las cuencas de carbón mineral de Asturias (Mieres y Langreo), que tenían las fábricas de Mieres (1848, inglesa, comprada en 1852 por la Compagnie Minière et Métallurgique des Asturies, disuelta en 1868 y readquirida por Numa Guilhou) y La Felguera (Pedro Duro y cía.). La minería y la siderurgia asturiana se habían desarrollado desde que a finales del siglo XVIII la intervención de Jovellanos y del Conde de Toreno (Descripción de varios minerales..., 1781) pusieran de manifiesto sus potencialidades. En 1773 y a existió una Compañía de San Luis con técnicos ingleses, y el primer horno de coque fue instalado por Fernando de Casado y Torres en 1792. En 1794 se creó la Fábrica de municiones gruesas de Trubia (para evitar la cercanía a la frontera de la navarra de Orbaiceta). La Real Compañía Asturiana de Minas fue fundada en 1833 por el Marqués de Casa Riera, la Aguado Muriel y Cía por el financiero Alejandro Aguado en 1836 y la Asturiane Minning Company por John Mauby en 1844. La introducción de técnicas modernas vino con más lentitud (primer lavadero mecánico por el ingeniero Luis Adaro, un verdadero empresario schumpeteriano).[133]

Artículo principal: Minería en España

Los sucesivos cambios en la Ley de Minas de España, terminaron produciendo una verdadera desamortización del subsuelo que desató una carrera internacional por participar en la explotación de las riquezas mineras españolas. En ella destacó la intervención de capitales, tecnología, personal científico y técnico y know how de origen británico, francés y belga principalmente. De 1834 data el primer mapa geológico, del cartógrafo francés Frederic Le Play, centrado en una zona de alto interés: Extremadura y el norte de Andalucía. Poco después se realizó el Mapa Petrográfico del Reino de Galicia, de Guillermo Schulz (1835).[134] El Instituto Geológico y Minero de España se fundó en 1849. Notables geólogos fueron Casiano del Prado, José Macpherson y Hemas, Eduardo Hernández-Pacheco y Estevan, Augusto González de Linares, Lucas Mallada, etc.

La Ley de Minas de 1825 establecía el principio del dominio eminente de la Corona sobre las minas, dejando en situación precaria a los concesionarios privados. Las reformas sucesivas (Ley de minas de 1849 y Ley de minas de 1859) fueron menos regalistas y más favorables a la iniciativa privada, pero no fue hasta la Revolución de 1868 (ley de bases sobre minas de 29 de diciembre de 1868) que se desató una verdadera fiebre minera que se prolongó hasta finales del siglo XIX. Esa Ley de minas de 1868 simplificó la adjudicación de concesiones y proporcionaba suficiente seguridad al concesionario. A ello se sumó, entre otras medidas complementarias y la política general de los gobiernos del Sexenio Revolucionario, la Ley de libertad de creación de sociedades mercantiles e industriales de 19 de octubre de 1869, que incluía a las sociedades mineras.

Entre las razones que se aducen para explicar esa política de concesiones mineras a empresas extranjeras, están las dificultades presupuestarias (la deuda pública, proveniente de la quiebra de la monarquía absoluta y que se intensificó con las guerras carlistas, hizo que el escaso crédito internacional de España convirtiese en una inversión arriesgada cualquiera que se proyectase para ese país), la ideología liberal y librecambista de los revolucionarios de 1868; y más técnicamente los factores de demanda (es decir, no sólo el deseo del gobierno, sino fundamentalmente la creciente demanda internacional de minerales: cobre, azufre, cinc, plomo). Para responder a esa demanda era necesario levantar una industria metalúrgica de implosible creación con los escaasos recursos internos: ni el capital ni la técnica necesaria se podían improvisar; ni era previsible que los fuera a haber en mucho tiempo. La decisión ante la que se enfrentaban las autoridades hacia 1870 era permitir la explotación de las minas con ayuda sustancial del capital extranjero y con vistas a la exportación, o condenarlas a permanecer inactivas.

Para el caso concreto del hierro, la industria siderúrgica inglesa (el taller del mundo durante la era victoriana) fue determinante para el desarrollo minero y metalúrgico español. Las transferencias tecnológicas en el sector del acero supusieron la introducción del convertidor Bessemer, que precisa un lingote libre de fósforo, proveniente de un mineral de hierro cuya presencia en la naturaleza es relativamente escasa. El mejor situado era el de la cuenca minera vizcaíno-santanderina. Los yacimientos malagueños estaban bastante más lejos para los ingleses; mientras que los suecos (Kiruna-Gallivare) se encuentran mucho más apartados de la costa. Desde 1871 se fundaron más de veinte compañías británicas con presencia en la minería española del hierro: la Orconera Iron Ore and Railway Company, la Salvador Spanish Iron Company, y la Marbella Iron Company. También francesas: Schneider, Franco-Belge des Mines de Somorrostro (Valle de Somorrostro). Incluso hubo algunas españolas (Ybarra). A finales del siglo XIX España era el mayor exportador de mineral de hierro en Europa, con una enorme desproporción entre producción y exportación.

El valor acumulado a lo largo del siglo XIX de las exportaciones de plomo superó al del hierro, al exportarse ya beneficiado. Su localización tambien era diferente, al situarse sobre todo al sur peninsular (Sierra de Gádor, Sierra Almagrera y Cartagena). El cobre se concentraba en Huelva (Riotinto y Tharsis). Las piritas para la obtención de sosa cáustica y ácido sulfúrico se explotaron desde 1866 por la Tharsis Sulphur and Copper Company (por subrogación de la Compagnie des Mines de Cuivre d'Huelva, 1855). El mercurio de las Minas de Almadén fue arrendado por los Rothschild. El cinc de Reocín fue explotado por la Real Compañía Asturiana de Minas de capital belga.[135]

Véase también: Categoría:Minería de España, minería andaluza (minería onubense -Rio Tinto Company Limited (1873)- Pozoblanco, Los Pedroches, Aznalcóllar, Linares (Jaén)) minería extremeña (Mina La Jayona, 1900), minería murciana (Historia de Cartagena (España), Portmán, La Unión (España)), minería asturiana (Cuencas Mineras (Asturias)), minería leonesa, minería vasca, minería aragonesa, etc.

La siderurgia vizcaína tenía la ventaja del mineral de hierro, con ferrerías desde la Edad Media, pero subdesarrollada hasta mediados del siglo XIX. En 1841 Santa Ana de Bolueta (Begoña) tuvo la primera sociedad anónima, constituida por un grupo bilbaíno, que levantó un alto horno en 1848 y dos más en 1860. La familia Ybarra comenzó con una ferrería tradicional en 1827 que se convirtió en fábrica en Baracaldo en 1854, convertida en compañía comanditaria (Ybarra y Compañía) en 1860. El gran negocio de la exportación de hierro a Inglaterra permitió el desarrollo de una siderurgia que utilizara el retorno de los barcos, que para no dejar vacías las bodegas, volvían cargados de carbón inglés, lo que convertía a la ría del Nervión en una verdadera bocamina de los dos elementos necesarios (carbón y hierro). Francisco de las Rivas, convertido en conde de Mudela, abrió la Fábrica de San Francisco (el Desierto, Sestao, 1879); mientras que Ybarra se convirtió en sociedad anónima (Altos Hornos y Fábricas de Hierro y Acero, 1882, con capital y dirección combinado entre capitalistas vascos y catalanes). También de 1882 es La Vizcaya, mientras que de 1888 es la Sociedad Anónima Iberia. Las tres empresas se fusionaron en Altos Hornos de Vizcaya (1902). La introducción de tecnología puntera fue muy ágil: la sustitución de los hornos de pudelar (pudelado) y el método del crisol (métodos en los que la proporción de hierro y carbono -para obtener hierro forjado o dulce, acero o hierro colado- se hacía con criterios prácticamente artesanales) se produjo a mediados de los 1880, con el sistema Bessemer, poco después los hornos Martin-Siemens (o Siemens-Martin) y el Thomas-Gilchrist, que permiten la precisión necesaria para fabricar acero en cantidades masivas.[136] En 1897 se creó la Escuela de Ingenieros Industriales de Bilbao, que no se pondría en funcionamiento hasta 1899. Desde 1846, el Colegio General de Vizcaya (fundado a iniciativa del Consulado, Ayuntamiento y Diputación) impartía enseñanzas industriales, normalizadas desde 1850 con el plan estatal, y en 1879 las mismas instituciones impulsaron la creación de la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao tomando como modelo la de Barcelona. Desde 1886, el Colegio de Estudios Superiores de Deusto incluyó entre sus estudios una Preparatoria de Ingenieros y Arquitectos.[137]


Ramón Menéndez Pidal y María Goyri en 1900, haciendo la ruta del Cid en su viaje de bodas.

La incorporación de la mujer a las instituciones culturales españolas del siglo XIX [editar]

La revolución de 1868 permitió el acceso de la mujer a la Universidad, una posibilidad que en la Edad Media y el Renacimiento se había dado esporádicamente (y no tanto para la obtención de títulos como para el seguimiento informal de los estudios) y que la Contrarreforma había cerrado drásticamente (con la excepción señadada de Isidra de Guzmán a finales del XVIII). Una ley de 1880 planteó la necesidad de un permiso especial para la admisión de mujeres, requisito que se suprimió en 1910. Ninguna mujer fue profesora universitaria hasta que Julio Burell creó la Cátedra de Literaturas Románicas de la Universidad de Madrid para Emilia Pardo Bazán (1916).[138] Ella y Concepción Arenal (que había asistido clandestinamente, vestida de hombre, a la facultad de derecho en 1841) fueron las dos personalidades más destacadas que desde mediados del siglo XIX venían impulsando con su ejemplo intelectual y vital la incorporación de la mujer a las instalaciones culturales españolas, como por ejemplo el Ateneo de Madrid.

Una generación más tarde, ya hubo varias mujeres que pudieron incluso plantearse acudir a la universidad, para lo que tuvieron que salvar no pocos obstáculos. Solían ser las ciencias sociales y la literatura los ámbitos a los que por entonces se dirigían las pretensiones femeninas, como por ejemplo las de María Goyri y Carmen Gallardo (1891);[139] pero anteriormente hubo mujeres matriculadas en medicina: María Elena Maseras (Barcelona, 1872) y Manuela Solís Clarás (Valencia, 1882), que llegó a publicar en 1907 un tratado sobre embarazo y lactancia que prologó su antiguo profesor Ramón y Cajal.[140] Otra de las que suelen ser citadas como primera universitaria fue Matilde Padrón (1888), de quien Ortega y Gasset dijo, en una muy poco feminista expresión, que era la mujer más inteligente que había conocido.[141]

¡No quiero doctores con faldas!
De un catedrático de medicina a una de las primeras universitarias.[142]

La mujer ni puede ni debe ejercer las diversas profesiones del hombre (...) jamás cedamos a sus halagadores engaños de sirena (...) pronto vendrían a quedarse con toda la casa
Revista Siglo Médico, 1889.[143]

Ciencia y técnica en el siglo XX español [editar]
Las últimas expediciones coloniales [editar]
Artículo principal: Expediciones españolas

El primer tercio del siglo XX constituye la última oportunidad de expansión colonial para un Imperio español que había sufrido el trauma del desastre de 1898 con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en beneficio de Estados Unidos (lo que también obligó a liquidar por venta a Alemania el resto de islas del Pacífico, que quedaban sin posible gestión). La única posibilidad era aumentar la presencia en África Occidental, zona a la que se orientaron los esfuerzos militares, diplomáticos y científicos.[144] En el aspecto institucional, se creó la Liga Africanista Española en 1913, tras la adjudicación a España del una zona del protectorado de Marruecos.[145]

 

Expediciones al interior: el "redescubrimiento de España" [editar]

Orientadas al interior de las fronteras de la metrópoli, se efectuaron otro tipo de expediciones científicas, como la Comisión Científica a Galicia (1921-1929), la expedición a Canarias de César Labrado (1905-1906), los estudios y exploración florística de la Mancha de José González-Albo (1934)[146] o las Campañas Ictiológicas y Pesqueras de 1939.[147] Responden al redescubrimiento de España, su paisaje y paisanaje,[148] característico del ambiente intelectual krausista y regeneracionista, cuya dimensión literaria fue la generación de 1898, y que se expresó también en el surgimiento de la pedagogía del excursionismo (muy utilizada por la Institución Libre de Enseñanza) y las sociedades excursionistas (Centro Excursionista de Cataluña, Sociedad Castellana de Excursiones -1903-, Grup Excursionista i Esportiu Gironí -1919-).

Consideración especial mereció la zona de Las Hurdes, objeto de un divulgadísimo conjunto de viajes antropológicos y de preocupación social iniciados por Maurice Legendre y que terminaron implicando a Miguel de Unamuno (1914), Gregorio Marañón (Comisión Sanitaria de abril de 1922) y al propio rey Alfonso XIII (junio de 1922); a raíz de los cuales se filmó el polémico documental de Luis Buñuel (Las Hurdes, tierra sin pan, 1933).

También en la provincia de Cáceres, identificada como la zona más afectada por la malaria en España, se estableció en 1925 el Instituto Antipalúdico de Navalmoral de la Mata, centro de investigación y experimentación impulsado por el doctor Gustavo Pittaluga y dirigido por Sadí de Buen.

A principios del siglo XX comienza la extensión de una red de observatorios específicamente meteorológicos, emancipados de los observatorios astronómicos que hasta entonces habían acogido la recogida de datos meteorológicos como un apéndice de su principal función (Real Instituto y Observatorio de la Armada -Cádiz- y Real Observatorio Astronómico -Madrid-, creados en el siglo XVIII). El primero fue el observatorio de Monte Igueldo de San Sebastián (1905, por el párroco de Zarauz Juan Miguel Orcolaga),[149] y poco después el observatorio de Fabra (en el Tibidabo de Barcelona, fundado por Camil Fabra, marqués de Alella en 1901, pero cuya construcción no finalizó hasta 1905),[150] el observatorio del Ebro (vinculado a los jesuitas, que lo fundaron en 1904 -Roquetes, cerca de Tortosa, en el Bajo Ebro- como observatorio astronómico -relaciones Sol-Tierra- y se integró en la red meteorológica en 1920),[151] el observatorio de Toledo (1908, dependiente del Instituto de Bachillerato -profesor Miguel Liso-) y muchos otros.[152] El Instituto Nacional de Meteorología se había fundado a mediados del siglo XIX.[153] Asociado a ambos tipos de observatorios se fue completando una red de observatorio geofísico (sismógrafos, mediciones magnéticas, etc.).

El desarrollo de la electrificación en España [editar]
Artículo principal: Historia de la electricidad en España

El Metro de Madrid se inauguró el 17 de octubre de 1919. Ese mismo año se produjo la primera gran huelga del sector: la huelga de La Canadiense, lo que testimonia que tanto el número de trabajadores como sus condiciones de trabajo se habían equiparado significativamente con los demás sectores industriales. La dictadura de Primo de Rivera impulsó, desde una perspectiva de nacionalismo económico, sectores de vanguardia en telecomunicaciones, como la radiodifusión (véase Radio en España) y la telefonía (Compañía Telefónica Nacional de España, en régimen de monopolio). La autarquía del primer franquismo impulsó la concentración y nacionalización parcial del sistema de generación y distribución eléctrica, lo que produjo un oligopolio de empresas,[154] que se reordenó con las privatizaciones y fusiones propias de la economía española posterior a la incorporación a la Unión Europea (1986).

La ciencia y la tecnología en la "Edad de Plata" [editar]


Residencia de Estudiantes. Enclavada desde 1910 en una zona de lo que entonces eran las afueras del norte de Madrid (los Altos del Hipódromo, donde desde 1887 ya estaba el Museo Nacional de Ciencias Naturales -heredero del Real Gabinete de Ciencias- y que posteriormente acogió también al CSIC), sirvió de centro de intercambio de ideas de la juventud vanguardista española entre sí y con sus maestros, lo que en ese momento (la denominada edad de plata) significaba el contacto de tres generaciones decisivas para la cultura española (las denominadas generación de 1898, generación de 1914 y generación de 1927). También se concebió con una esencial proyección internacional (era resultado de la actividad de la Junta para la Ampliación de Estudios), y acogió visitas de científicos del máximo prestigio, como el propio Albert Einstein[155] en su gira por España de 1923, que incluyó a Barcelona y Zaragoza. Entre las personalidades con que el genial físico tomó contacto se contaron, en el mundo literario: Pío Baroja, José Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, Eugenio d'Ors, Miguel de Unamuno o Bartolomé Cossío; y entre las de formación científica: Julio Rey Pastor, Blas Cabrera, Esteban Terradas, Gregorio Marañón y José Rodríguez Carracido.[156]

La Edad de Plata de las letras y ciencias españolas[157] es el nombre con el que suele designarse al primer tercio del siglo XX, caracterizado por un esperanzador florecimiento de las actividades científicas y literarias, de una calidad y repercusión internacional incomparable desde el Siglo de Oro. Comenzó con un hito espectacular: el premio nobel de Santiago Ramón y Cajal (1906) y terminó trágicamente con el estallido de la Guerra Civil Española (1936).

La mentalidad regeneracionista impregna a los gobiernos de muy distinta orientación política de la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera (impulsora de obras públicas de todo tipo, de la electrificación y de los inicios de la telefonía y la radiodifusión) y la Segunda República Española. Particularmente ésta última (o al menos la élite intelectual que impulsó su instauración -Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Julián Besteiro, Fernando de los Ríos, la Agrupación al Servicio de la República -José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala-) se percibía a sí misma como un régimen político orientado a la transformación social de España en un sentido laico e ilustrado, que veía a la educación, la ciencia y la tecnología como herramientas esenciales de un progreso en todos los ámbitos (económico, social, institucional), imprescindible para la superación del atraso nacional (cuya conciencia se expresaba contemporáneamente en el denominado debate sobre el Ser de España).

La neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) significó unas oportunidades de negocio que aprovechó una clase empresarial recién salida del impacto de la pérdida del mercado colonial (1898), aunque no tuviera consecuencias sociales muy positivas (crisis de 1917). Uno de los momentos más brillantes del periodo previo a la Segunda República fuer el de las exposiciones internacionales que coincidieron en 1929 y que sirvieron de escaparate internacional de España: la Exposición Iberoamericana de Sevilla y la Exposición Internacional de Barcelona.

Instituciones científicas y tecnológicas de la "Edad de Plata" [editar]

Instituciones clave del periodo fueron la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias (1908) y la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (1907), de origen krausista (el mundo intelectual proveniente de la Institución Libre de Enseñanza). Dependientes de ella, se crearon un de instituciones anejas: la Residencia de Estudiantes (1910 -véase pie de imagen), el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales (1910, dirigido por Cajal) del que a su vez dependía el Laboratorio de Investigaciones Físicas (dirigido por Blas Cabrera, y que fue transformado en Instituto Nacional de Física y Química en 1932 -actual Instituto Rocasolano del CSIC-), el Seminario y Laboratorio Matemático (Julio Rey Pastor, 1915), etc. En el mismo ambiente institucionista se fundó el Instituto Escuela (1918 -enseñanza secundaria, hoy convertido en el IES Ramiro de Maeztu-). Las ciencias sociales no fueron ajenas al impulso: Centro de Estudios Históricos y Escuela Española en Roma de Arqueología e Historia (dirigidos por Ramón Menéndez Pidal, 1910).

Otras iniciativas, de muy diverso origen e inspiración, rivalizaron en la fundación de instituciones científicas y tecnológicas de primer nivel: el Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI, 1908, dirigido por los jesuitas -Enrique Jiménez, José Agustín Pérez del Pulgar y Enric de Rafael-, orden que volvió a sufrir, como en 1767, una legislación que la suprimía en España, con la Constitución republicana de 1931; el propio edificio del ICAI fue incendiado en los disturbios anticlericales[158] ), el Laboratorio de Sanidad Municipal, la Academia de Ciencias Exactas, Físico-Químicas y Naturales de Zaragoza (1916), el Laboratorio de Investigaciones Bioquímicas de Zaragoza (Antonio de Gregorio Rocasolano, 1918) o el Instituto Español de Oceanografía. Cataluña se demostró especialmente dinámica: Escuela Industrial de Barcelona (patronato creado en 1904, que en 1916 ya había creado siete escuelas), Instituto Químico de Sarriá (Eduardo Vitoria, 1916), Observatorio Fabra (1904), Institut d'Estudis Catalans (1907).

El Instituto de Radiactividad fue uno de los pioneros en Europa (1910 ó 1911, el de Viena es de 1908 y los de París y Londres de 1910; mientras que el alemán Kaiser Wilhelm Gesellschaft es de 1912[159] ), y es también conocido por el nombre de Laboratorio Amaniel, por la calle de Madrid donde se trasladó en 1914. Su director, José Muñoz del Castillo había comenzado a investigar en su propio laboratorio privado desde 1903 (seis años después del descubrimiento de Henri Becquerel, y el mismo año que éste recibió el Nobel), tras asistir como delegado especial de España al quinto Congreso Internacional de Química Aplicada de Berlín, donde quedó impresionado por el radiotelurio (polonio) de William Markwald. Con gran apoyo académico y político y una singular visión comercial, Muñoz del Castillo realizó el Mapa de la radiactividad en España (1905) y certificaba la radiactividad de aguas termales (con colaboración de los médicos hidrólogos) y de abonos radiactivos (que parecían ser una prometedora aplicación para la radioagricultura). Desde 1909 publicó el Boletín de Radiactividad. La oposición tenaz de Muñoz a admitir la hipótesis de la desintegración radiactiva le fue aislando de los grupos de investigación europeos. Tras su jubilación (1920) el laboratorio se convirió en una institución marginal. Los equipos y el edificio de la calle Amaniel permanecieron inutilizables entre 1940 y 1980 debido a su fuerte contaminación radiológica.[160]

La ingeniería tuvo su principales figuras en Leonardo Torres Quevedo (Centro de Ensayos de Aeronáutica, Laboratorio de Aeronáutica, Asociación de Laboratorios, Laboratorio de Mecánica Aplicada o Automática del Ateneo de Madrid) y en Esteban Terradas; quien además era un científico de gran altura, del que el propio Einstein diría He descubierto un hombre extraordinario[107] . No obstante, protagonizó un escándalo que dividió al mundo científico en bandos políticos: su nombramiento como catedrático de Ecuaciones Diferenciales (durante la Dictadura) fue revocado en 1931 (tras la proclamación de la República) por cuestiones formales, y al presentarse a oposiciones al año siguiente fue suspendido por un tribunal compuesto por José Barinaga,[161] Fernando Lorente de Nó y Roberto Araujo,[162] quienes a su vez serían represaliados tras la Guerra Civil (por el gobierno de Franco).

Un grupo de arquitectos catalanes fundó en 1930 el Grupo de Artistas y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea (GATEPAC) como rama española del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM).


Alfonso XIII inspeccionando un Flecha Hispano-Suiza de la reciente arma de aviación.

El automovilismo español nació con empresas como La Hispano-Suiza e instituciones sociales y deportivas como el Real Automóvil Club de España.

La aeronáutica española o aviación española fue una de las más precoces de Europa (primer bombardeo aéreo planificado del mundo -Marruecos, 1913-); tuvo su innovador más importante en Juan de la Cierva y Codorníu (autogiro) y su héroe mediático en Ramón Franco (Vuelo del Plus Ultra, que cruzó el Atlántico sur en 1926, un año antes que el Spirit of St. Louis cruzara el Atlántico norte). El vuelo del Cuatro Vientos (1933, Barberán y Collar) abrió la ruta aérea del Atlántico central, pero terminó trágicamente en su última escala (La Habana-México). La aviación militar española fue objeto de una cuidada organización (Historia del Ejército del Aire de España, Emilio Herrera Linares, Alfredo Kindelán), y a partir de ella se desarrollaron unas también precoces aviación civil española (Iberia -1927, Horacio Echeberrieta-) e industria aeronáutica española (Construcciones Aeronáuticas S.A. -1923, José Ortiz Echagüe-).

Los viajes de ampliación de estudios al extranjero caracterizaron la renovación de la ciencia económica española en el primer tercio del siglo, ejemplo de la cual fue el Servicio de Estudios del Banco de España (1930-1936). Una primera generación del 98 (Antonio Flores de Lemus, Francisco Bernis Carrasco y José María Zumalacárregui Prat) dio paso a una segunda generación del 14 (Luis Olariaga Pujana, Olegario Fernández Baños, Germán Benácer -o Bernácer-, Ramón Carande, A. Viñuelas, G. Franco y A. Cienfuegos) y a una tercera del 27 (Román Perpiñá Grau y Josep Anton Vandellós -o Valdellós-).[163]

La recepción de la revolución relativista [editar]

A pesar de que Esteban Terradas y Blas Cabrera presentaron las teorías de Albert Einstein en 1908, sólo tres años después de los famosos artículos de 1905 (Primer Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, Zaragoza), y que algunos físicos, como José María Plans se mostraban receptivos, la mayor parte de los científicos españoles acogieron con mucho recelo el debate científico en torno a la Teoría de la Relatividad y posteriormente la Mecánica cuántica, y evitaron cuanto fue posible el cuestionamiento de los modelos clásicos diseñados para la pervivencia del paradigma newtoniano (teoría del éter).

¡Cuántos capítulos de la vieja mecánica habría que modificar profundamente si se aceptase como buena esta última negación! [se refiere a la inexistencia del movimiento absoluto]
José de Echegaray, 1912.[164]

El sistema de Einstein, desde el punto de vista rigurosamente científico, no es válido: es una extraña mezcla de imaginación metafórica, de interpretaciones erróneas, de experiencias e hipótesis injustificadas, cuyas absurdas conclusiones se han procurado disimular durante algún tiempo, pero que ahora se hacen ya evidentes.
Ricardo Royo Villanova, La crisis de la ciencia, 1936.[165]

No obstante, la visita de Albert Einstein a España (1923) se celebró como un acontecimiento científico y social de gran repercusión, y entre el año 1933 y 1935 (cuando se planteaba dejar Alemania) se le ofreció insistentemente una cátedra en España, que acabó postergando en beneficio de los Estados Unidos. Algún colaborador de Einstein, como Jakob Laub, u otros físicos extranjeros de renombre, como Tullio Levi-Civita, Hermann Weyl, Arnold Sommerfeld y Kasimir Fajans, sí desarrollarán algún periodo de su actividad científica en España.[107]

Otros científicos españoles del primer tercio del siglo XX [editar]

La nómina de científicos españoles que comienzan su carrera investigadora en el primer tercio del siglo es impresionante. Una gran mayoría, dada su identificación con los perdedores de la Guerra Civil, se vieron forzados al exilio, enriqueciendo las universidades de países hispanoamericanos (Exilio español en México, Historia de la ciencia en la Argentina) o de los Estados Unidos. Una significativa minoría, de perfil político menos acusado, o directamente afin al régimen franquista, pasó a la tarea de la reconstrucción de la destruida ciencia y tecnología española de la posguerra.

José Rodríguez Carracido.

Autogiro La Cierva, junio de 1928.

Leonardo Torres Quevedo.

Monumento a Severo Ochoa.

 


El campus de Moncloa de la Universidad Complutense de Madrid, en construcción desde los años veinte, fue frente de la batalla de Madrid (noviembre de 1936) y continuó recibiendo un duro castigo durante el resto de la Guerra Civil Española. Reconstruido durante el franquismo, acogió las principales instituciones de educación superior de España, con una clara vocación investigadora que lentamente fue superando el desolador estado físico y humano de la prolongada posguerra (años cuarenta y cincuenta).


Esta pieza del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología se exhibe como el primer microscopio electrónico que llegó a España, donado por la Fundación Juan March, hacia 1960. Según otras fuentes, sería de 1961, y no el primero sino el segundo (véase texto del artículo y su referencia).

La ciencia y la tecnología durante el franquismo [editar]

Se ha llegado a calificar de destrucción de la ciencia en España[169] el resultado conjunto de la guerra civil, el exilio de científicos (una gran mayoría identificados con el bando republicano) y la represión que las autoridades franquistas ejercieron sobre los que permanecieron en España. Esta se expresó en una concienzuda depuración de funcionarios públicos y en particular de la Universidad y la enseñanza media y primaria (véase Depuración del Magisterio español tras la Guerra Civil Española) y de la Junta de Ampliación de Estudios, que se optó por refundar en una nueva planta como Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC, 1939), controlado por políticos de formación intelectual (José Ibáñez Martín, que también era Ministro de Educación y Ciencia) y científicos (José María Albareda Herrera), en ambos casos fuertemente identificados con el nacionalcatolicismo .

La actividad científico-tecnológica durante el franquismo dependió estrechamente de la peculiar posición internacional de España. Durante la Segunda Guerra Mundial osciló entre la fidelidad a a las potencias del Eje y la neutralidad, dando paso a un duro aislamiento internacional acentuado con una opción consciente por una política de autarquía. Los años cincuenta significaron el acercamiento a los Estados Unidos y una cada vez mayor apertura con criterios desarrollistas y tecnocráticos, sobre todo tras el Plan de Estabilización de 1959. La política científica, de muy escaso peso presupuestario, permitió reconstruir un débil tejido investigador, en el que destacaban meritorias individualidades (algunas de ellas recuperadas del exilio) y un selecto grupo de instituciones: El Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA, 1942; el INTASAT, primer satélite español, se lanzó en 1974), la Junta de Energía Nuclear (1951, dirigida de 1958 a 1974 por José María Otero de Navascués; el primer reactor nuclear para obtención de energía eléctrica se abrió en 1968 -Central nuclear José Cabrera-, incluso se especuló con la posibilidad de desarrollar un arma nuclear[170] ), la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica (CAICYT, 1958), o el Fondo Nacional para el Desarrollo de la Investigación Científica (FNDIC, 1964).

Una prestigiosa institución de iniciativa personal, el Instituto Técnico de la Construcción y la Edificación, creado en 1934 por Eduardo Torroja, pasó a integrarse en el CSIC (actualmente es denominado Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja). También en el CSIC se integró el Centro de Investigaciones Biológicas, creado en 1953 a iniciativa de Gregorio Marañón. En cambio, instituciones de gran proyección con anterioridad a la guerra (y que durante esta siguieron funcionando en condiciones heroicas) quedaron desmanteladas por el ostracismo al que se sometió a sus equipos, como el laboratorio de genética del Museo de Ciencias Naturales (Antonio de Zulueta), que no se recuperó hasta los años ochenta.[171]

La vinculación de los científicos e instituciones españoles con sus homólogos internacionales no pasó en la mayor parte de las disciplinas de lo que se puede denominar seguimiento: el Año Geofísico Internacional (1957-1958), momento crucial que significó el cambio de paradigma o revolución wegeneriana contó con un modesta participación española.[172] La alianza militar con los Estados Unidos propició que el programa espacial estadounidense abriera instalaciones en España (MDSCC Madrid Deep Space Communications Complex -Robledo de Chavela y Fresnedillas-), donde realizó su actividad Luis Ruiz de Gopegui.

Científicos de alto nivel de muy distintas especialidades desarrollaron su actividad en la España del franquismo: Pedro Puig Adam y Sixto Ríos (matemáticas), Juan José López Ibor y Juan Antonio Vallejo-Nágera (psiquiatría), Ignacio Barraquer y José Barraquer (oftalmología), Salvador Gil Vernet y Antonio Puigvert (urología),[173] etc.

En 1943 se creó la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Complutense de Madrid (Manuel de Torres, Valentín Andrés Álvarez, José Castañeda Chornet, Heinrich von Stackelberg), y entre 1957 y 1968 la Facultad de Ciencias Económicas de Barcelona (Joan Sardá, Fabián Estapé).[174]

La tecnología automovilística tuvo un lento desarrollo tras la posguerra a través de empresas privadas como la de Eduardo Barreiros (Barreiros (automoción), 1954-1978), y sobre todo mediante la iniciativa estatal del Instituto Nacional de Industria (INI): SEAT (1950, con tecnología italiana de FIAT) y ENASA-Pegaso (automóviles) (Wifredo Ricart, 1946).

La llegada a España del primer microscopio electrónico fue al Instituto de Óptica del CSIC (1948), la fundación Juan March dotó de otro a la Escuela de Ingenieros Industriales de Barcelona (1961) y el Banco de España y otras instituciones financieras públicas al Centro de Investigaciones Biológicas en 1962. Luis Bru había fundado la Sociedad Española de Microscopía Electrónica (1956) y el Centro Nacional de Microscopía Electrónica (1957), que dispuso de otro aparato desde 1965. La Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid obtuvo otro del Ministerio de Educación proporcionado por la Ayuda Americana (programa de compensación por el uso de las bases militares de Estados Unidos en España).[175]

Los inicios de la revolución informática [editar]

Aparte de las Enigma que la Alemania nazi suministró al ejército de Franco en la Guerra Civil,[176] el primer ordenador digno de tal nombre que llegó a España, en 1958, fue un IBM 650 de tarjetas perforadas (medio millón de dólares de precio y 900 kg de peso), existente en el mercado desde 1953, que empleó la RENFE para calcular las rutas de los ferrocarriles mineros.[177] La segunda generación de ordenadores llegó al año siguiente: un UNIVAC UCT para la Junta de Energía Nuclear. En 1961 la Feria de Muestras de Barcelona presentó un IBM 1401. En 1962, la segunda edición del SIMO de Madrid (Luis Alberto Petit) presenta, junto al mismo IBM 1401, el Bull Gama 70, el Univac 1103 y el MTR 39. En el mismo año, las primeras empresas del sector privado en comprar un ordenador fueron Sevillana de Electricidad y Galerías Preciados.[178] Simultáneamente, el Ministerio de Hacienda adquirió su primer ordenador. En 1967 la Universidad Complutense de Madrid obtuvo, como donación del fabricante, un ordenador científico IBM 7094. Los años siguientes presenciaron un aumento significativo del parque de ordenadores, que para 1970 habían desplazado a las tabuladoras utilizadas desde los años veinte. Aparatos informáticos actualizados estaban presentes tanto en Madrid (50% del total) como en Barcelona (34%), y sólo un 16% en el resto de ciudades, sobre todo en las grandes entidades financieras.[179] En 1973 una empresa editorial española desarrollo el Kentelek 8 (Manuel Puigbó Rocafort, para DISTESA-Anaya), que algunas fuentes consideran el primer ordenador personal (el microprocesador existía desde 1971, y en los años setenta hay diversos diseños que precedieron al IBM PC de 1981).[180]

Ferrocarril TALGO

Ignasi Barraquer.

Luis Ruiz de Gopegui.

Central nuclear José Cabrera

La ciencia y la tecnología en la democracia [editar]


Trabajos en los niveles T6 y T10 del sector Gran Dolina del yacimiento de Atapuerca, Burgos.


Buque oceanográfico "Hespérides".


Una de las versiones del Airbus (Airbus A400M), producción de un consorcio europeo con participación española, presentado en Sevilla en 2008.

Los diferentes gobiernos de la democracia, desde la transición (1975-1978) hasta la actualidad, se encontraron con la necesidad de potenciar las instituciones científicas, y sobre todo la coordinación de las instituciones públicas (universidades, centros de investigación, nuevas instituciones creadas por las Comunidades Autónomas) con las empresas privadas, cuya participación en el esfuerzo investigador era muy inferior al de los países desarrollados a los que la economía española estaba convergiendo (OCDE). La planificación científica se pretendía hacer de forma acorde con los nuevos planteamientos de integración I+D o I+D+I (investigación y desarrollo o investigación, desarrollo e innovación), especialmente con el proceso de integración en las Comunidades Europeas (1986, año de la Ley de Fomento y Coordinación de la Investigación Científica y Tecnica o Ley de la Ciencia).[181]

Los poderes públicos promoverán la ciencia y la investigación científica y técnica en beneficio del interés general.
Constitución española de 1978. Artículo 44, sección 2.

La recepción de la actividad científica española, medida en términos de impacto de las publicaciones y de cifras comparativas de las universidades, sitúa a las instituciones y científicos españoles en un estadio intermedio dentro de las naciones más avanzadas, a pesar de los sesgos usuales en ese tipo de estudios: sesgos geográficos y lingüísticos (sobrerrepresentación de los países anglosajones que tienden a minusvalorar la producción de países de la "periferia científica", en los que se puede incluir a España) y temáticos (infrarrepresentación de las ciencias sociales y humanas, lo que perjudica una parte sustancial de la producción científica española).[182] Aunque, en ocasiones, la presencia española en comunicaciones de alto nivel es anormalmente alta en algunos sectores científicos.[183] Para la primera década del siglo XXI, se ha llegado a hablar de la nueva edad de plata de España, sostenida en un incremento de las inversiones cuyo dudosa continuidad a partir de la crisis de 2008 ha generado un debate político con participación de la élite científica.[184]

Las distintas modalidades de los Premios Príncipe de Asturias (gestionado por una fundación nacional) y del Premio Rey Jaime I (gestionado por la Comunidad Valenciana), se han situado entre los más prestigiosos en la órbita científica internacional. Ya en el siglo XXI, desde el año 2001 se viene concediendo el Premio Nacional de Investigación en diez categorías disciplinares.

La explotación del excepcional yacimiento de Atapuerca ha convertido a España en el centro mundial de la paleoantropología, y a sus investigadores (dirigidos desde 1976 por Emiliano Aguirre y desde 1990 por Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell) en autoridades de máximo reconocimiento internacional.

En muchas ramas de las ciencias físico-naturales los investigadores españoles han realizado contribuciones importantes; particularmente en las ciencias médicas, destacando las múltiples derivaciones de la biología molecular: Santiago Grisolía (bioquímica; en el equipo de Severo Ochoa desde 1944, en las últimas décadas del siglo XX ha pasado a dirigir instituciones científicas en España y otros países), Federico Mayor Zaragoza (co-fundador y director del Centro de Biología Molecular "Severo Ochoa" -CBM-, presidente del CSIC, Ministro de Educación -de 1981 a 1982- y director general de la UNESCO -de 1987 a 1999-), Mariano Barbacid y Joan Massagué (oncología), Antonio García-Bellido, Ginés Morata, Xavier Estivill (genética), Eladio Viñuela (virología), Bernat Soria (investigador con células madre, que llegó a Ministro de Sanidad -de 2007 a 2009-), Juan José Badiola (priones y enfermedades emergentes).[185] Otro campo destacado es el de los trasplantes: Josep Maria Caralps (primer transplante de corazón efectivo, 1983, tras el cuestionable intento del tardofranquismo;[186] la Organización Nacional de Trasplantes se formó en 1989), Enrique Moreno González (transplantes abdominales); o el de la fertilidad humana (Antonio Pellicer y Santiago Dexeus -en la Clínica Dexeus se realizó la primera fecundación in vitro de España, 12 de julio de 1984, por el ginecólogo Pedro Barri y la bióloga Anna Veiga-[187] ). En otras disciplinas, pueden citarse a Miguel Delibes de Castro (director de la Estación Biológica de Doñana), Fernando González Bernáldez (ecología), Francisco Anguita (planetología), Federico García Moliner (física del estado sólido), Rolf Tarrach Siegel (física teórica), Juan Ignacio Cirac (teoría cuántica de la información) Miguel de Guzmán (matemáticas), etc.

Se diseñó un modesto programa espacial que consiguió poner en órbita el primer satélite de tecnología íntegramente española en 1997 (MINISAT 1)[181] ; aunque lo característico de la investigación en este campo, así como en el aeronáutico, es la integración en los programas europeos (Agencia Espacial Europea, Airbus). El hasta ahora único astronauta español, Pedro Duque, efectuó su primera misión espacial con la NASA en 1998 (el madrileño Miguel López-Alegría, de nacionalidad estadounidense, lo había hecho en 1995). En astronomía, el Instituto de Astrofísica de Canarias (fundado en 1975 sobre la base del Observatorio del Teide) se convirtió en una institución puntera a nivel mundial, gracias a la participación internacional atraida por las inmejorables condiciones naturales del archipiélago para la observación astronómica.

La Junta de Energía Nuclear se transformó en 1986 en el CIEMAT (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) abierto a otras fuentes de energía, al tiempo que se producía la moratoria nuclear que interrumpió la construcción de nuevas centrales (se llegaron a construir diez). Con el tiempo, España se convirtió en un país líder en el desarrollo de las energías alternativas, sobre todo la eólica y la solar (véase Central termosolar de Sanlúcar la Mayor, Energía eólica en España, Energía solar en España, Energías renovables en España, Energía nuclear en España, Regulación nuclear en España).

Con tecnología francesa y alemana, se creó en 1992 la primera línea ferroviaria de Alta Velocidad (AVE) entre Madrid y Sevilla, que celebraba una Exposición Universal. La ampliación del trazado hubo de esperar a los primeros años del siglo XXI (no llegó a Barcelona hasta 2008), y para el 2010 se prevén 2.230 km, que la convertirán en la mayor del mundo.

Algunos sectores, como el automóvil, que habían dejado de ser punteros, encontraron en la España de los años setenta y ochenta una localización idónea por su cercanía al mercado europeo y la ventaja competitiva de los salarios (Anexo:Fabricantes de automóviles en España).

Ausente de las dos primeras convocatorias del Año Polar Internacional (1882 y 1932), por primera vez España participó en el de 2008-2009, con base en los veinte años de experiencia de los Buques de Investigación Oceanográfica Las Palmas (A-52) y Hespérides (A-33), y las Bases antárticas de España (Base Antártica Juan Carlos I en la Isla Livingston, 1988; Base Antártica Gabriel de Castilla, Isla Decepción, 1989) y tras adherirse al Tratado Antártico en 1982.[188] La primera expedición científica española a la Antártida había respondido a una iniciativa asociativa (España en la Antártida, 1982, que fletó la goleta Idus de Marzo desde Candás, con la colaboración del Instituto Español de Oceanografía y del Centro Regional de Investigaciones Acuáticas de Asturias), a partir de la cual se realizaron los contactos que permitieron colaborar con las campañas australes de Chile (1984-85) y Alemania (buque Polastern, 1986). La expedición científico-pesquera de 1987, que incluía dos arrastreros, permitió a España ingresar como miembro consultivo en la Convención para la Conservación de Recursos Vivos Antárticos.[189] La modernización de la flota pesquera española, una de las mayores del mundo, su reconversión, redimensionamiento y adaptación a las cambiantes condiciones (biológicas, jurídicas y de competencia) de la pesca mundial fue una de las cuestiones tecnológico-económicas más significativas de las últimas décadas del siglo XX.

Véase también: Ciencia y tecnología en España, Historiografía#Historiografía española contemporánea, Premio Rey Juan Carlos I de Economía y Anexo:Premios Fronteras del Conocimiento y Cultura

Federico Mayor Zaragoza.

Juan Luis Arsuaga.

Pedro Duque.

Margarita Salas.

La mujer española accede a la ciencia y la tecnología [editar]

En consonancia con la incorporación de la mujer al trabajo y a todo tipo de actividades, que se venía produciendo desde las primeras décadas del siglo XX, sufrió un brusco parón con la posguerra, y se reinició en los últimos años del franquismo (feminismo, concepto de liberación de la mujer); el número de mujeres científicos experimentó un significativo aumento en los últimos años del siglo XX. Entre las pioneras se cuentan Isabel Torres, Dolores García Pineda, Sara Borrell, Olga García Riquelme, Gertrudis de la Fuente, Josefa Molera Izaba, Concepción Laguna, Laura Iglesias, Griselda Pascual, Carmina Virgili, Gabriela Morreale, Ana María Pascual-Leone, María Cáscales, Josefina Castellví, Carmen Maroto, Margarita Salas, Teresa Mendizábal, Pilar Carbonero, Teresa Riera.[190] Dorotea Barnés, María Antonia Zorraquino, Josefa González Aguado.[191] En 2002 se funda la Asociacion de mujeres investigadoras y tecnólogas (AMIT).[192]

La divulgación científica y la protección de la naturaleza [editar]


Félix Rodríguez de la Fuente (a la derecha) conversa con el también naturalista Hugo van Lawick y con el filósofo Jesús Mosterín en el Serengeti, 1969.

Aunque los primeros parques nacionales de España (véase Espacios naturales de España) provienen de principios de siglo XX (el primero, el Parque Nacional de Covadonga, 1918), el conservacionismo no recibe un impulso decisivo hasta la segunda mitad del siglo XX, ya con el nombre de ecologismo, cuando muchos espacios naturales comienzan a sufrir graves amenazas del desarrollismo turístico, urbano e industrial, y en algunos casos en fuerte polémica con instituciones públicas como el ICONA (repoblación forestal). Un hito decisivo fue la protección del Coto de Doñana y sus sucesivas ampliaciones, conseguidas por la presión de la comunidad científica, entidades como WWF/Adena (en España desde 1968) y una opinión pública concienciada cada vez más numerosa. A esa conciencia contribuyó de forma decisiva la divulgación científica, que en su forma mediática tuvo su principal figura en Félix Rodríguez de la Fuente y sus documentales televisivos (El hombre y la tierra, 1974-1980), de una proyección internacional similar a la de otros documentalistas contemporáneos, como David Attenborough o Jacques Cousteau. Su discípulo Joaquín Araujo y otros naturalistas han continuado hasta el presente esas actividades.

En otros ámbitos científicos, fueron muy importantes las contribuciones de muchos científicos que se propusieron no limitarse a la investigación y la comunicación científica erudita, y escribieron libros de divulgación de sus disciplinas (José Luis Pinillos, La mente humana, 1969); o de los hombres del tiempo, que popularizaron la meteorología y las disciplinas ligadas, como Mariano Medina o Manuel Toharia, que posteriormente desarrolló el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe de Valencia. Este y otros museos científicos, públicos (Museos Científicos Coruñeses -MC2, 1985, Ramón Núñez Centella-) o privados (CosmoCaixa, en Barcelona -dirigido por Jorge Wagensberg- y Alcobendas -iniciado por Toharia-), los planetarios (como los de Madrid -1986- o Pamplona -Javier Armentia-[193] ) y los acuarios (La Coruña, Valencia) se han ido constituyendo en una oferta de ocio cultural, en muchos casos con programas especialmente dirigidos a la infancia. Los zoológicos han pasado del criterio coleccionista propio de la Casa de Fieras del Retiro a gestionarse con modernos principios conservacionistas y de exhibición menos traumática, no exentos de polémica por parte de los grupos de defensa de los animales.

La presencia de temas científicos en los medios de comunicación es cada vez más frecuente, así como la utilización de la ciencia y de los científicos en el debate público.[194]

La

Asociación Española de Periodismo Científico

(AEPC, creada en 1975, por

Manuel Calvo Hernando

) y transformada en la

Asociación Española de Comunicación Científica

(AECC, dirigida actualmente por Toharia) agrupan a un numeroso grupo de

periodistas científicos

, que tanto en revistas especializadas como en las secciones de

ciencia

de los diarios generalistas (

Vladimir de Semir

,

Alicia Rivera Casado

,

Javier Sampedro

, etc.) o, con mucha mayor repercusión, en la televisión (

Luis Miravitlles

-

Visado para el futuro

, 1963-,

Ramón Sánchez Ocaña

-

Más vale prevenir

, 1979-1987-,

Antonio López Campillo

,

Felipe Mellizo

,

Eduard Punset

-

Redes

, desde 1996-,

Luis Miguel Domínguez

-

Fauna callejera

,

Vive la vía

-; que la multiplicación de la oferta audiovisual ha relegado a horarios y cadenas marginales -

documentales de la dos

y la denominada

televisión educativa

-), efectúan una labor de seguimiento de las noticias científicas y de formación científica de la opinión pública, esencial para la toma democrática de decisiones y la retroalimentación entre ciencia, tecnología y sociedad en la actual

época postindustrial

.

[195

He visto a Yoda dar saltos como Son Goku... ¡¡Nada puede sorprendeme ya!!

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Moco de elefante.

Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir.

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Cayo Julio César (Latín: Gaius Iulius Caesar;[1] Roma, Italia, 13 de julio de 100 a. C.[2] - Ibídem, 15 de marzo de 44 a. C.) fue un líder militar y político de la era tardorrepublicana.

Nacido en el seno de la gens Iulia, en una familia patricia de escasa fortuna, estuvo emparentado con algunos de los hombres más influyentes de su época, como su tío Cayo Mario, quien influiría de manera determinante en su carrera política. En 84 a. C., a los 16 años, el popular Cinna lo nombro flamen dialis, cargo religioso del que fue relevado por Sila, con el cual tuvo conflictos a causa de su matrimonio con la hija de Cinna. Tras escapar de morir a manos de los sicarios del dictador, fue perdonado gracias a la intercesión de los parientes de su madre.[3] Trasladado a Asia, combatió en la Tercera Guerra Mitridática como legatus de Marco Minucio Termo. Volvió a Roma a la muerte de Sila en 78 a. C., ejerciendo por un tiempo la abogacía. En 73 a. C. sucedió a su tío Cayo Aurelio Cotta como pontífice, y pronto entró en relación con los cónsules Pompeyo y Craso, cuya amicitia le permitiría lanzar su propia carrera política.[4] En 70 a. C. César sirvió como cuestor en la provincia de Hispania y como edil curul en Roma. Durante el desempeño de esa magistratura ofreció unos espectáculos que fueron recordados durante mucho tiempo por el pueblo.

En 63 a. C. fue elegido praetor urbanus[5] al obtener más votos que el resto de candidatos a la pretura. Ese mismo año murió Quinto Cecilio Metelo Pío, Pontifex Maximus designado durante la dictadura de Sila, y, en las elecciones celebradas con objeto de sustituirle, venció César. Al término de su pretura sirvió como propretor en Hispania, donde lideró una breve campaña contra los lusitanos. En 59 a. C. fue elegido cónsul gracias al apoyo de sus dos aliados políticos, Pompeyo y Craso, los hombres con los que César formó el llamado Primer Triunvirato. Su colega durante el consulado, Bíbulo, se retiró a fin de entorpecer la labor de César que, sin embargo, logró sacar adelante una serie de medidas legales, entre las que destaca una ley agraria que regulaba el reparto de tierras entre los soldados veteranos.

Tras su consulado fue designado procónsul de las provincias de Galia Transalpina, Iliria y Galia Cisalpina; esta última tras la muerte de su gobernador, Céler. Su gobierno estuvo caracterizado por una política muy agresiva en la que sometió a la práctica totalidad de pueblos celtas en varias campañas. Este conflicto, conocido como la Guerra de las Galias, finalizó cuando el general republicano venció en la Batalla de Alesia a los últimos focos de oposición, liderados por un jefe arverno llamado Vercingétorix. Sus conquistas extendieron el dominio romano sobre los territorios que hoy integran Francia, Bélgica, Holanda y parte de Alemania. Fue el primer general romano en penetrar en los inexplorados territorios de Britania y Germania.

Mientras César terminaba de organizar la estructura administrativa de la nueva provincia que había anexionado a la República, sus enemigos políticos trataban en Roma de despojarle de su ejército y cargo utilizando el Senado, en el que eran mayoría. César, a sabiendas de que si entraba en la capital sería juzgado y exiliado, intentó presentarse al consulado in absentia, a lo que la mayoría de los senadores se negaron. Este y otros factores le impulsaron a desafiar las órdenes senatoriales y protagonizar el famoso cruce del Rubicón, donde al parecer pronunció la inmortal frase "Alea iacta est" (la suerte está echada) iniciando así un conflicto conocido como la Segunda Guerra Civil de la República de Roma, en el que se enfrentó a los optimates,[6] que estaban liderados por su viejo aliado, Pompeyo. Su victoria, basada en las derrotas que infligió a los conservadores en Farsalia, Tapso y Munda, le hizo el amo de la República. El hecho de que estuviera en guerra con la mitad del mundo romano no evitó que se enfrentara a Farnaces II en Zela y a los enemigos de Cleopatra VII en Alejandría. A su regreso a Roma se hizo nombrar cónsul y dictator perpetuus —dictador vitalicio— e inició una serie de reformas económicas, urbanísticas y administrativas.

A pesar de que bajo su gobierno la República experimentó un breve periodo de gran prosperidad, algunos senadores vieron a César como un tirano que ambicionaba restaurar la monarquía. Con el objeto de eliminar la amenaza que suponía el dictador, un grupo de senadores formado por algunos de sus hombres de confianza como Bruto y Casio y antiguos lugartenientes como Trebonio y Décimo Bruto, urdieron una conspiración con el fin de eliminarlo. Dicho complot culminó cuando, en las idus de marzo, los conspiradores asesinaron a César en el Senado. Su muerte provocó el estallido de otra guerra civil, en la que los partidarios del régimen de César; Antonio, Octavio y Lépido, derrotaron en la doble Batalla de Filipos a sus asesinos, liderados por Bruto y Casio. Al término del conflicto, Octavio, Antonio y Lépido formaron el Segundo Triunvirato y se repartieron los territorios de la República, aunque, una vez apartado Lépido, finalmente volverían a enfrentarse en Actium, donde Octavio, heredero de César, venció a Marco Antonio.

Al margen de su carrera política y militar, César destacó como orador y escritor. Redactó, al menos, un tratado acerca de astronomía, otro acerca de la religión republicana romana, y un estudio sobre el latín, ninguno de los cuales ha sobrevivido hasta nuestros días. Las únicas obras que se conservan son sus Comentarios de la Guerra de las Galias y sus Comentarios de la Guerra Civil. Se conoce el desarrollo de su carrera como militar y gran parte de su vida a través de sus propias obras y de los escritos de autores como Suetonio, Plutarco, Veleyo Patérculo o Eutropio.

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Biografía [editar]
Primeros años [editar]

César nació en Roma el 12/13 de julio del año 100 a. C.; no obstante, su fecha de nacimiento no ha sido establecida con claridad y pudo haberse situado en algún punto entre los años 102 y 101 a. C.[7] Perteneció a una gens patricia —la Julia— que, según la leyenda, se remontaba hasta Iulo, hijo del príncipe troyano Eneas y nieto de la diosa Venus. Fue el propio César quién estableció la relación entre su familia e Iulo durante el discurso que pronunció en el funeral de su tía Julia, esposa de Cayo Mario.[8] Con los años, en el apogeo de su poder, César iniciaría en Roma la construcción de un templo dedicado a su supuesta antepasada, Venus Genetrix. El patronímico César parece que puede provenir de la palabra latina "caesaries", cuyo significado es "cabellera o barba". Contrariamente a lo sostenido por algunos autores, la palabra cesárea no tiene nada que ver con César, ni éste nació por medio de esa cirugía.[9]


Alumnos con su pedagogo.

Su padre, llamado al igual que él Cayo Julio César, fue un político poco influyente que llegó a la pretura.[10] Su ascenso a través del cursus honorum se vio interrumpido al morir en campaña. Su madre, llamada Aurelia, era una noble plebeya perteneciente a una rama de la gens Aurelii, los Aurelii Cottae; familia integrante de la nobleza plebeya de rango senatorial con gran riqueza e influencia. El historiador Tácito la compara con Cornelia, madre de los Gracos, basándose en su inteligencia, la pureza de sus costumbres y la nobleza de su carácter.[11]

El hecho de que los Julio Césares, pertenecientes al poderoso patriciado republicano, no obtuvieran cargos importantes durante el periodo republicano se explica por su falta de fortuna en comparación a la aristocracia romana de la época; de hecho, César creció en uno de los barrios más pobres de la ciudad, la Subura.

Único hijo varón del matrimonio de sus padres, su infancia transcurrió en un ambiente esencialmente femenino, entre su madre y sus dos hermanas. Al igual que a todos los jóvenes nobles y patricios de la época, se le inculcó el temor a los dioses, el respeto a las leyes, las reglas de la decencia, la modestia y la frugalidad. Tras el estallido de la Guerra Social su tío Sexto fue elegido cónsul, dando así un poco de fama a la familia. Cuando tenía diez años se vio confiado a las enseñanzas de Marco Antonio Grifón, un grammaticus de origen galo y formado en la escuela de retóricos alejandrinos considerado uno de los hombres más versados en literatura griega y romana de su época. Aprendió a leer y a pensar con las obras de Homero, la Ilíada y la Odisea; primero con la traducción al latín de Livio Andrónico y después con el texto original en griego. Algunos autores contemporáneos vinieron a adherirse a esta base literaria, que recibían de una manera más o menos uniforme los jóvenes romanos de su tiempo. Asimismo, aprendió oratoria y a escribir poesía.[12]

La mujer de Mario, su tía paterna Julia, desempeñó también un papel muy destacado en la educación y orientación del joven César. Durante su vida, el general había sido un influyente político reformista, líder de la facción progresista del Senado, los populares, enemigos de los conservadores, los optimates.

Ciertas fuentes clásicas registran que César padecía crisis epilépticas que podían producirse en cualquier momento y hacerle perder el conocimiento. Suetonio menciona dos de estas crisis, y Plutarco una, durante la Batalla de Tapso; constituye la única ocasión de la que se tiene noticia en que un ataque epiléptico interfirió en su capacidad de mando.[13] [14] [15]

Tras la Guerra Social aumentaron los enfrentamientos entre optimates y populares con las disputas entre Mario y Sila por el mando del ejército que debía ir a combatir al rey Mitrídates VI del Ponto, lo que condujo a la marcha de Sila sobre Roma, que dejó al cargo de un cónsul optimate y otro popular, y al golpe de Estado de Mario y Cinna, iniciándose un período de tres años (Cinnanum tempus: 87-84) en el que Cinna dirigió el Estado en calidad de cónsul.


Lucio Cornelio Sila.

En 84 a. C., Cinna nombró al joven César (de 16 años), flamen dialis, el sacerdote de Júpiter, y lo casó con su hija Cornelia (Flaminia) tras haberse divorciado de su matrimonio con Cosutia, perteneciente a una rica familia de rango ecuestre. Ese mismo año y tras el asesinato de Cinna y las derrotas de Carbón y Mario el joven (hijo de Cayo Mario) a manos de Sila, el líder conservador entró en Roma. La situación de César era muy insegura pues estaba unido a través de varios lazos familiares al bando perdedor; no sólo era sobrino de Mario, sino que además estaba casado con la hija de Cinna. Sila trató de atraerlo a su bando como había hecho con varios de los seguidores de su enemigo; para probar su lealtad le ordenó divorciarse de su esposa, a lo que, para sorpresa del dictador, el joven se negó.[16]

Enfurecido, Sila ordenó a una banda de sicarios que lo capturaran y asesinaran, anuló su nombramiento como flamen dialis, y confiscó toda su fortuna. A César no le quedó otra salida que huir de Roma; viéndose obligado a cambiar de refugio cada noche, cayó enfermo al no estar acostumbrado a esta clase de vida. Una noche fue sorprendido por los sicarios de Sila, pero pudo salvarse al sobornarles con el dinero que se ofrecía por su cabeza, dos talentos de oro. Tras escapar de los hombres de Sila, permitió a su familia interceder por él ante el dictador. Su madre, sus tíos Marco, Cayo y Lucio, las vírgenes vestales y el yerno de Sila, Mamerco Emilio Lépido Liviano, lograron convencer al dictador que accedió a regañadientes a perdonarle la vida. Tras ordenar el cese de la persecución dijo que ese joven sería el fin de los optimates, pues «en el veo a muchos Marios».[17]


Corona cívica.

Al percatarse de que el perdón de Sila podía ser revocado en cualquier momento, César juzgó que lo más seguro era alejarse de Roma durante un tiempo y decidió viajar a Oriente para participar en la guerra contra Mitrídates VI del Ponto bajo las órdenes del cónsul Marco Minucio Termo. Durante el sitio de Mitilene se le ordenó ir a Bitinia para solicitar a Nicomedes IV la cesión de una pequeña flota a fin de asaltar la ciudad rebelde. Al parecer, el rey asiático quedó tan deslumbrado con la belleza del joven mensajero romano que lo invitó a descansar en su habitación y a participar en un festín donde sirvió de copero real durante el banquete. La aventura de César en Asia llegó muy pronto a oídos de los ciudadanos de Roma. En la política romana, acusar a alguien de mantener relaciones homosexuales pasivas era una estrategia común,[18] pues la homosexualidad pasiva, a diferencia de la activa, era considerada una práctica vergonzosa. Sus enemigos políticos proclamaron que se había prostituido con un rey bárbaro y le apodaron «la reina de Bitinia», causando un gran daño a su reputación. Sin embargo, César siempre desmintió este hecho. El resto de la campaña le valió una mejor reputación, mostrando gran capacidad de mando y un arrojo y valor personal encomiables, por los que Minucio Termo, tras la toma de Mitilene le concedería la corona cívica, la condecoración al valor más alta que se otorgaba en la República Romana.[19]

Después de la muerte de Sila en el 78 a. C., César regresó a Roma e inició una carrera como abogado en el Foro romano, dándose a conocer por su cuidada oratoria. Su primer caso fue dirigido contra Cneo Cornelio Dolabela, un protegido de Sila que en el año 81 a. C. había sido elegido cónsul y después, al año siguiente, procónsul en Macedonia, y donde al parecer había malversado los fondos del Estado. Dolabela, al enterarse del proceso en su contra contrató para su defensa a uno de los más ilustres abogados de la época, Quinto Hortensio (llamado «El Bailarín» por su manera de moverse en los estrados) y al eminente Lucio Aurelio Cotta —su propio tío, pero esto era normal—. A pesar de estos formidables enemigos, César mostró su calidad de orador que, aunque no le sirvió para ganar la causa, sí le procuró la fama que buscaba.[20]

Al año siguiente unas ciudades griegas que habían sido saqueadas por Cayo Antonio Hybrida durante la campaña de Sila en Grecia, le confiaron la defensa de su causa. César habló ante el pretor Marco Terencio Varrón Lúculo con mucha elocuencia y ganó el juicio, pero Hybrida apeló a los tribunos de la plebe, los cuáles ejercieron su derecho al veto, dejando en suspenso la sentencia dictada en su contra.[21] En el año 73 a.C. la muerte de su tío le abrió las puertas para ser elegido pontifex en su sustitución, entrando de esa manera en el Colegio de Pontífices, un organismo religioso de gran calado en la vida piadosa de Roma.

A pesar de este éxito, César decidió viajar a Rodas para ampliar su formación estudiando filosofía y retórica con el gramático Apolonio Molón, que era considerado el mejor de la época. Sin embargo, durante el viaje, su barco fue asaltado por los piratas a la altura de la isla Farmacusa que lo raptaron. Cuando exigieron un rescate de 20 talentos de oro (un talento equivalía a 26 kilos aproximadamente), César se rió y los desafió a pedir 50. En su cautiverio se dedicó a componer algunos discursos, teniendo por oyentes a los piratas, a los cuales trataba de ignorantes y bárbaros cuando no aplaudían. Treinta y ocho días después, el rescate llegó y César fue liberado después de un cautiverio bastante cómodo, durante el cual a pesar de tratar a sus secuestradores con amabilidad, les avisó en varias ocasiones de su negro futuro. Así, una vez recuperada su libertad, organizó una fuerza naval que partió del puerto de Milesios, capturó a los piratas en su refugio y los llevó a la prisión en Pérgamo. Una vez capturados fue en busca de Junio, gobernante de Asia, porque le competía a este castigar a los apresados. Junio se interesó más en el botín y dejó a los bandidos a juicio de César, quien los mandó crucificar, tal como les había prometido (aunque en un gesto de "compasión" ordenó que primero los degollaran).[22] [23]

En 69 a. C., Cornelia falleció mientras daba a luz a un niño que nació muerto y poco después César perdió a su tía Julia, viuda de Mario, a quien se había sentido muy unido. En contra de las costumbres de la época, César insistió en organizar sendos funerales públicos. Ambos funerales sirvieron también para desafiar las leyes de Sila, pues en el sepelio de Julia se exhibieron las imágenes de Cayo Mario y del hijo que había tenido con ella y que también había luchado contra Sila: su difunto primo, Cayo Mario el Joven; y en el sepelio de Cornelia, la imagen de su padre Lucio Cornelio Cinna. Todos ellos habían sido proscritos, y las leyes del dictador prohibían mostrar sus imágenes en público, pero César no vaciló en quebrar las reglas. Este desafío fue muy apreciado por los plebeyos y los que formaban la facción de los populares, y, en la misma medida, repudiado por los optimates.[24]

Ascenso político [editar]

César fue elegido cuestor por los Comicios en el 69 a. C., con 30 años de edad, como estipulaba el cursus honorum romano. En el sorteo subsiguiente, le correspondió un cargo en la provincia romana de Hispania Ulterior, situada en lo que es hoy día Portugal y el sur de España. Según cuenta una leyenda local, en el Templo de Hércules Gaditano (Herakleión) de la ciudad de Gades, situado en lo que actualmente es el Islote de Sancti Petri, Julio César tuvo un sueño que le predecía el dominio del mundo después de haber llorado ante el busto de Alejandro Magno por haber cumplido su edad sin haber alcanzado un éxito importante.[25] [26] Allí, como cuestor, conoció a Lucio Cornelio Balbo "El Mayor" el cual, posteriormente, se convirtió en consejero y amigo del futuro dictador y propretor de la Hispania Ulterior en el año 61 a. C. Gades proporcionó un gran apoyo a la flota romana en su campaña de Lusitania, donde Balbo ya era praefectus fabrum, esto es, una especie de jefe de ingenieros, perteneciente a la plana mayor de las legiones.


Julio César. Obra de Nicolas Coustou.

A su regreso a Roma, César prosiguió su carrera como abogado hasta ser elegido edil curul en el año 65 a. C., el primer cargo del cursus honorum que se desempeñaba dentro de Roma. Las funciones de un edil pueden ser equiparadas, en cierto modo, a las de un moderno Presidente de una Junta Municipal e incluían la regulación de las construcciones, del tránsito, del comercio y otros aspectos de la vida diaria, entre otras, las funciones de jefe de policía. Pero el cargo, el primer peldaño público para llegar a la magistratura suprema del consulado, podía ser también el último que se desempeñara, pues incluía la organización de los juegos en el Circo Máximo, lo que, debido a lo limitado del presupuesto público, exigía al edil la utilización de fondos personales. Esto fue especialmente verdad en el caso de César, que pretendía realizar unos juegos memorables para impulsar su carrera política. Y, de hecho, empleó todo su ingenio para conseguirlo, llegando a desviar el curso del Tíber e inundar el Circo para ofrecer una naumaquia (es decir, un combate entre barcos). Acabó el año con deudas del orden de varios cientos de talentos de oro.[27]

Sin embargo, su éxito como edil fue una ayuda importante para que, después de la muerte de Quinto Cecilio Metelo Pío en el año 63 a. C., César fuera elegido Pontifex Maximus,[28] dignidad que dotaba al electo de enorme auctoritas y dignitas. El día de su elección había sospechas de un atentado contra él, lo que obligó a Julio César a decir a su madre:

Madre, hoy verás a tu hijo muerto en el Foro o vistiendo la toga del sumo pontífice.
Suetonio[29]

El cargo implicaba una casa nueva en el Foro, la Domus Publica, la presidencia del Colegio de Pontífices y una cierta preeminencia en la vida religiosa de Roma, así como la asunción de los deberes y derechos del paterfamilias sobre las Vírgenes Vestales.[30] Su estreno como Pontifex Maximus fue marcado por un escándalo. Después de la muerte de Cornelia Cinna, César se había casado con Pompeya Sila (hija de Cornelia Sila y Quinto Pompeyo Rufo), nieta de Sila. Como esposa del Pontifex Maximus y una de las mujeres más importantes de Roma, Pompeya era responsable de la organización de los ritos de la Bona Dea en diciembre, una liturgia exclusivamente femenina, donde los hombres no podían participar. Pero durante las celebraciones del año 62 a.C.Publio Clodio Pulcro (un joven líder demagogo, conceptuado peligroso) consiguió entrar en la casa disfrazado de mujer, al parecer, movido por el lascivo propósito de yacer con Pompeya. En respuesta a este sacrilegio, del cual ella probablemente no era culpable, Pompeya recibió una orden de divorcio. César admitió en público que él no la consideraba responsable, pero justificó su acción con la célebre máxima:

La mujer de César no sólo debe ser honrada, además debe parecerlo.
Plutarco[31]

Sin embargo, Clodio fue perdonado.

En el 63 a. C. César fue electo pretor urbano, el puesto de pretor más distinguido ya que era el que se ocupaba de los asuntos entre ciudadanos romanos. En las mismas elecciones, Marco Tulio Cicerón salió elegido cónsul senior. Fue un año particularmente difícil no sólo para César, sino también para Roma. Durante su consulado, Cicerón reveló una conspiración para destituir a los magistrados electos y reducir la funcionalidad del Senado, complot liderado por Lucio Sergio Catilina, un patricio frustrado por su falta de éxito político. Si bien no se celebró juicio contra ellos, en el sentido estricto del término, lo cierto es que casi todos los acusados en la conspiración, y desde luego, Catilina, estuvieron presentes en las sesiones del Senado en las que se les "juzgó"; en la tercera reunión, Cicerón descargó su responsabilidad sobre la curia haciendo que los senadores debatieran la pena a la que habría de condenarse a los conjurados. El resultado fue una sentencia de muerte para cinco prominentes romanos aliados de Catilina y para el propio Catilina.[32] Todos estos extremos quedaron para la posteridad en las famosas Catilinarias escritas por el propio Cicerón.

César se opuso a la pena de muerte usando para esos fines su mejor oratoria, pero fue vencido por la insistencia de Marco Porcio Catón el Joven y los 5 hombres fueron ejecutados ese mismo día. Fue también en esta dramática reunión del Senado en la que el romance de César con Servilia Cepionis, hermana de Marco Porcio Catón, salió a la luz.[33] Los opositores políticos de César lo acusaron de formar parte de la conspiración de Lucio Sergio Catilina, lo que nunca fue probado ni perjudicó su carrera. Después de su complicado año como pretor, César fue nombrado propretor de Hispania Ulterior.[34]

El primer triunvirato [editar]
Artículo principal: Primer Triunvirato

El gobierno de César en la provincia de Hispania no se encuentra bien documentado; sabemos que lideró una pequeña y rápida guerra en el norte de Lusitania que quizá le proporcionara algo de botín para saldar parte de las deudas generadas en su gestión como edil, y ganarse un buen crédito como líder castrense. Sin duda, el éxito militar fue importante, ya que el Senado le concedió un triunfo.[35]

César abandonó su provincia antes incluso de la llegada de su sustituto y marchó a Roma con celeridad. Al llegar al Campo de Marte tuvo que detenerse a la entrada de la ciudad, -pues aún detentaba el imperium- hasta haber celebrado el triunfo.[36] Ante la imposibilidad de entrar en Roma, se instaló en la Villa Pública y se apresuró en presentar su candidatura al consulado por persona interpuesta o bien mediante una misiva al senado, pues no hay constancia de que éste se reuniera extra-pomerium (o sea, "fuera del pomerio"), para escuchar la petición. Tras demorarse un día, parecía que el Senado no tendría problemas en validarla.[37]


«Cedant arma togae "Cedan las armas a la toga"». Marco Tulio Cicerón no dejó que nadie olvidara nunca su afirmación de que en el 63 a. C., con la derrota de la conspiración de Catilina, él había salvado la República.

Catón, portavoz de la facción optimate más conservadora, era reacio a que un político popular obtuviese el consulado y más aún si este político era César (a quien detestaba),[38] y sabiendo que se debía votar antes de la puesta del Sol, siguió hablando hasta bien entrada la noche, por lo que no se pudo aprobar la moción anterior. Ante ello, César decidió prescindir de los laureles de su triunfo y presentarse personalmente como candidato.[39]

Tras no haber podido neutralizar la entrada de César en las elecciones, los optimates se movieron rápidamente para encontrar un candidato que equilibrase la balanza, y que perteneciera a la esfera de las ideas conservadoras, con el fin de contrarrestar las medidas que César pudiese tomar.[40] Pompeyo mientras tanto había empezado a repartir dinero entre su clientela y votantes, gastando cuanto fuese necesario para comprar los dos consulados. Mientras, Craso eligió como candidato a su yerno Marco Calpurnio Bíbulo, quien para los optimates interpretaba el papel de salvador de la República. En las elecciones del año 59 a. C. César fue primero con diferencia y Bíbulo ganó el segundo puesto.[41]

Todo parecía transcurrir con naturalidad para los conservadores, que, tras bloquear políticamente a Pompeyo, y ante la perspectiva para ellos inaceptable de permitir que un hombre como César, tan sediento de gloria y con dotes militares, fuese gobernador de una provincia, iniciaron maniobras para evitarlo. Catón planteó al Senado que una vez acabado el mandato de los cónsules, y estando Italia plagada de forajidos y bandidos tan sólo diez años después de la rebelión de Espartaco, sería en bien de la República encargar a los cónsules que acabaran con ellos en una misión de un año de duración. El Senado acogió favorablemente la idea, que se convirtió en ley. La voluntad de Catón se cumplió perfectamente y parecía que César terminaría su consulado como policía, entre aldeanos y pastores italianos.[42]

Fue una decisión arriesgada, no obstante, pero al tomarla el senado se aseguraba de que si César no la aceptaba tendría que recurrir a la fuerza para revocarla y sería declarado un criminal, un segundo Catilina. La estrategia de Catón consistió siempre en identificarse con la tradición y arrinconar a sus enemigos contra ella hasta obligarles a tomar el papel de revolucionarios. En el senado los aliados de los optimates liderados por Catón mantenían una mayoría sólida, contando con Craso y su poderoso bloque, pues todo el mundo esperaba que éste se opusiese a cualquier medida de Pompeyo.[43]

En la primera reunión del Senado durante el consulado de César, éste trato de ofrecer un generoso acuerdo para recompensar a los veteranos de Pompeyo. Catón no estaba dispuesto a que se aprobara y empezó a utilizar su táctica favorita: habló y habló hasta que César le impidió seguir, indicándoles con un gesto de la cabeza a sus lictores que se lo llevaran. Al verlo, algunos senadores comenzaron a abandonar sus puestos; al ser interrogados por César para conocer porqué se marchaban uno de ellos le contestó que "prefiero estar en la cárcel con Catón, que en el senado contigo".[44]

Ante ello, se vio obligado a rectificar, pero su retirada fue puramente estratégica: llevó la campaña de su ley agraria directamente ante los Comicios. Roma empezó a llenarse de veteranos de Pompeyo, lo que alarmó a los conservadores. Sin embargo, César podía hacer aprobar la propuesta por el pueblo con fuerza de ley, pero ir contra la voluntad del Senado era una táctica poco ortodoxa, que arruinaría su crédito entre sus colegas y su carrera habría terminado. La estrategia de César se desveló en la recta final de la votación: no sorprendió a nadie que la primera persona en hablar en favor de sus veteranos fuese Pompeyo; pero la identidad de la segunda persona que apoyó la moción fue sorpresiva: Marco Licinio Craso. Los optimates, desbordados, vieron como caían todas sus esperanzas. Juntos los tres hombres, podrían repartirse la República como gustasen.[45] Los historiadores designan esta unión como el primer triunvirato, o el gobierno de los tres hombres. Para confirmar la alianza, Pompeyo se casó con Julia Caesaris, la única hija de César, y a pesar de la diferencia de edades y ambiente social, el matrimonio fue un éxito.[46]

Las razones por las que estas tres personalidades de la vida pública romana decidieron unirse, no deben buscarse más que en los intereses de cada uno. Pompeyo necesitaba a César para que se aprobaran las leyes agrarias que dotaran de tierras a sus veteranos; Craso quería un mando proconsular que le proporcionara verdadera gloria, que no había conseguido en su represión de la revuelta de Espartaco y César necesitaba del prestigio de Pompeyo y de los fondos de Craso para poder conseguir la provincia que ansiaba.[47] Desde luego, no debe pensarse que el acercamiento de estos tres grandes personajes de la República fue súbito, por más que constituyera una sorpresa para sus coetáneos, maniobra política de cuya existencia se dieron cuenta más bien gradualmente.[48]

Marco Bíbulo y los conservadores que lo apoyaban iniciaron una estrategia en la retaguardia: empezaron a usar el veto para oponerse a las propuestas de César; pero César no estaba dispuesto a que no le dejaran legislar, y llevó sus proyectos directamente ante los Comicios, donde se aprobaban, entre otras cosas, por el decidido apoyo físico de los veteranos de Pompeyo.[49] Sin embargo, cuando en un altercado algunos elementos del populus arrojaron una cesta de estiércol a la cabeza de Bíbulo, éste optó por retirarse de toda la vida política, aunque sin renunciar a su magistratura, con el pretexto de dedicarse a la observación de los cielos en busca de presagios.[50] [51] Esta decisión, aparentemente de espíritu religioso, estaba destinada a impedir a César aprobar leyes durante su consulado, pero César ignoró sistemáticamente los augurios desfavorables que publicaba diariamente Bíbulo y se apoyó para la toma de decisiones en los tribunos de la plebe y en los Comicios.[52]

Como es sabido, los romanos denominaban a sus años por el nombre de los dos cónsules que regían dicho período. El año 59 a. C., tras la nula participación de Bíbulo, fue llamado por los propios romanos (con sentido del humor) el "año de Julio y César".[53] [54]

La Guerra de las Galias [editar]
Artículo principal: Guerra de las Galias

Tras un año difícil como cónsul, César recibió poderes proconsulares para gobernar las provincias de Galia Transalpina (actualmente el sur de Francia) e Iliria (la costa de Dalmacia) durante cinco años, gracias al apoyo de los otros dos miembros del triunvirato, que cumplieron con la palabra dada. A estas dos Provincias se añadió la Galia Cisalpina tras la muerte inesperada de su gobernador Quinto Cecilio Metelo Céler. Eran unas provincias muy buenas para alguien que, como César, y siguiendo la típica mentalidad del procónsul romano, no tenía intenciones de gobernar pacíficamente, pues estaba necesitado de bienes para pagar las fabulosas sumas que adeudaba.[55]


El Mundo Romano antes de la Guerra de las Galias.

La oportunidad se le presentó mediante una teórica amenaza de los helvecios, que pensaban emigrar al oeste de las Galias. Decidido a impedirlo y con la excusa política de que se acercarían demasiado a la Provincia de la Galia Cisalpina -los helvecios querían instalarse en pago Santón, al norte de la Aquitania- reclutó tropas e inició las operaciones bélicas que, a la postre, darían lugar a lo que más tarde se denominó Guerra de las Galias (58 a. C. - 49 a. C.),[56] en la que conquistó la llamada Galia Comata o Galia melenuda (actualmente Francia, Holanda, Suiza y partes de Bélgica y Alemania), en varias campañas. César hizo una demostración de fuerza construyendo por dos veces un puente sobre el Rin e invadiendo en dos ocasiones Germania sin intención de conquistarla, e hizo otro alarde de fortaleza cruzando el Canal de la Mancha también por dos veces hacia las Islas Británicas, si bien es cierto que estas dos incursiones tenían un sentido más estratégico que colonial.[57]

Entre sus legados (comandantes de legión) se contaban sus primos Lucio Julio César y Marco Antonio, Marco Licinio Craso, hijo de su compañero de triunvirato, así cómo Tito Labieno, cliente de Pompeyo, y Quinto Tulio Cicerón, el hermano más joven de Marco Tulio Cicerón, todos hombres que habrían de ser personajes importantes en los años siguientes.

En materia de tácticas, Julio César usó con gran resultado lo que se conoció como celeritas caesaris, o «rapidez cesariana» (que puede comparase, salvando las distancias, a la denominada guerra relámpago del siglo XX), aparte de su genio militar tanto en batallas campales como en asedio de ciudades. Además, supo conjugar sabiamente la fuerza, la diplomacia y el manejo de las rencillas internas de las tribus galas, para separarlas y vencerlas.[58] [59]


El puente de César sobre el Rin. Cuadro de John Soane, 1814

César derrotó pueblos como los helvecios en 58 a. C., a la confederación belga y a los nervios en 57 a. C. y a los vénetos en 56 a. C. Finalmente, en 52 a. C., César venció a una confederación de tribus galas lideradas por Vercingétorix en la batalla de Alesia. Sus crónicas personales de la campaña están registradas en sus Comentarios a la Guerra de las Galias (De Bello Gallico).

De acuerdo con Plutarco, la guerra se cerró con un balance de 800 ciudades tomadas (como la de Avarico, en la cual de los 40.000 defensores, solo quedaron 800), 300 tribus sometidas, un millón de galos reducidos a la esclavitud y otros tres millones muertos en los campos de batalla. Plinio habla de 1.192.000 muertos y más o menos los mismos prisioneros y Veleyo Patérculo dice que murieron 400.000 galos y muchos más fueron tomados prisioneros, aunque las cifras de los antiguos historiadores deben tomarse con mucha precaución, incluidas las del propio Julio César.[60] [61]

Utilizó en varias ocasiones la táctica de sorprender al enemigo apareciendo ante él como por ensalmo y, a despecho de los días de marcha, hacía que sus soldados se enfrentasen directamente con el adversario, pese a que éste consideraba que el cansancio invalidaría el empuje de sus legiones. Fue igualmente brillante en los asedios de ciudades, llegando al culmen en el sitio de Alesia en donde ordenó construir una doble línea de fortificaciones de varios kilómetros de extensión, para blindarse frente a los casi trescientos mil galos que intentaban ayudar a los ochenta mil asediados soldados de Vercingetórix a los que César tenía acosados dentro de la plaza fuerte. César, con menos de cincuenta mil efectivos correspondientes a diez legiones nunca completas tras ocho años de guerras en las Galias, venció a unos y a otros en la misma batalla en la que se decidió el destino de los galos.[62]

Crisis política [editar]


El Mundo Romano tras las conquistas de César.

Pero a pesar de sus éxitos y de los beneficios que la conquista de Galia llevó a Roma, César continuaba siendo impopular entre sus pares, en particular entre los conservadores que temían su ambición.

En el 56 a. C., el triunvirato se tambaleaba, pues Pompeyo no se fiaba de Craso y creía que era el que mantenía en la sombra a Clodio y sus secuaces, que estaban sembrando la violencia en Roma.[63] Ante esta situación, que amenazaba su proconsulado, César convocó a una reunión a sus dos aliados en la ciudad de Lucca, pues él no podía ir a Roma sin renunciar a su imperium. Al parecer, a dicho encuentro no sólo asistieron ellos sino unos doscientos senadores (las dos terceras partes del Senado); en este concilio se acordó que tanto Pompeyo como Craso se presentaran al consulado al año siguiente y que, una vez cónsules, promulgarían una ley por la que el proconsulado de César se alargaría cinco años más. Este pacto se conoce en la Historia como el «Convenio de Lucca».[64] Al año siguiente, como era de prever, sus aliados Cneo Pompeyo Magno y Marco Licinio Craso fueron elegidos cónsules y honraron el acuerdo establecido con César.

Sin embargo, en 54 a. C., Julia Caesaris murió durante un parto, dejando al padre y al marido muy apenados. Marco Licinio Craso, por su parte, murió en el 53 a. C. en la Batalla de Carrhae, frente a los partos durante la desastrosa campaña de Persia, condenada al fracaso desde el inicio por una pésima planificación. Todavía en la Galia, César trató de asegurarse la alianza con Cneo Pompeyo Magno proponiéndole matrimonio con una de sus sobrinas, pero éste prefirió casarse de nuevo con Cornelia Metela, hija de Quinto Cecilio Metelo Escipión, perteneciente a la facción optimate.

El desastre de la Batalla de Carrhae en el que Craso murió, con sus legiones, al enfrentarse a los partos y la muerte de Julia acabó por romper el triunvirato. Días después, tras la victoria de César en la Alesia, Celio, como tribuno, lanzó una propuesta de ley adicional: César sería dispensado de la obligación de acudir a Roma para presentar su candidatura al consulado. Esta medida suponía que los opositores y enemigos de César que pretendían procesarle por los supuestos crímenes de su primer consulado perderían toda posibilidad de juzgarle, puesto que César en ningún momento dejaría de desempeñar una magistratura. Mientras fuese procónsul, César tendría inmunidad judicial, pero si se veía obligado a entrar en Roma para presentarse al consulado perdería su cargo y, durante un tiempo, podría ser atacado con toda una batería de demandas de sus enemigos.[65]

El poder de César era visto por muchos senadores conservadores como una amenaza. Si César regresaba a Roma como cónsul, no tendría problemas para hacer aprobar leyes que concediesen tierras a sus veteranos, y a él una reserva de tropas que superase o rivalizase con las de Pompeyo. Catón y los enemigos de César se opusieron frontalmente, con lo que el Senado se vio envuelto en largas discusiones sobre el número de legiones que debería de tener bajo su mando y sobre quién debería ser el futuro gobernador de la Galia Cisalpina e Iliria.


Estatua de Pompeyo el Grande.

Pompeyo finalmente se decantó por favorecer a los tradicionalistas y emitió un veredicto claro: César debía de abandonar su mando la primavera siguiente, faltando todavía meses para las elecciones al consulado, tiempo más que suficiente para juzgarle.[66] Sin embargo, en las siguientes elecciones para tribuno de la plebe fue elegido Curio, que se reveló como cesariano, vetando todos los intentos de apartar a César de su mando en las Galias. Jurídicamente, todos los intentos consulares de apartar a César de sus tropas se veían anulados por la tribunicia potestas.

A finales del mismo año César acampó en Rávena con la XIII legión. Pompeyo tomó el mando de dos legiones en Capua y empezó a reclutar levas ilegalmente, un acto que, como era predecible, aprovecharon los cesarianos en su favor. César fue informado de las acciones de Pompeyo personalmente por Curio, que en esos momentos ya había finalizado su mandato. Mientras tanto su puesto de tribuno fue ocupado por Marco Antonio que lo desempeñó hasta diciembre.

Pero cuando el Senado le contestó definitivamente impidiéndole concurrir al consulado y poniéndole en la disyuntiva de licenciar a sus Legiones o ser declarado enemigo público, comprendió que, escogiera la alternativa que escogiera, se entregaba inerme en manos de sus enemigos políticos. El 1 de enero de 49 a. C., Marco Antonio leyó una carta de César en el Senado, en la cual el procónsul se declaraba amigo de la paz. Tras una larga lista de sus muchas gestas, propuso que tanto él como Pompeyo renunciaran al mismo tiempo a sus mandos. El Senado ocultó este mensaje a la opinión pública.[67]

Metelo Escipión dictó una fecha para la cual César debería haber abandonado el mando de sus legiones o considerarse enemigo de la República. La moción se sometió inmediatamente a votación. Sólo dos senadores se opusieron, Curio y Celio. Marco Antonio, como tribuno, vetó la propuesta para impedir que se convirtiera en ley. Tras el veto de Marco Antonio a la moción que obligaba a César a abandonar su cargo de gobernador de las Galias, Pompeyo notificó no poder garantizar la seguridad de los tribunos. Antonio, Celio y Curio se vieron forzados a abandonar Roma disfrazados como esclavos, acosados por las bandas callejeras.

El 7 de enero, el Senado proclamó el estado de emergencia y concedió a Pompeyo poderes excepcionales, nombrándole cónsul sine collega. Catón y Marcelo instaron al Senado a que pronunciara la famosa frase

Caveant consules ne quid detrimenti res publica capiat (Cuiden los cónsules que la república no sufra daño alguno).

que equivalía a dictar la ley marcial, e instaron a Pompeyo a trasladar inmediatamente sus tropas a Roma. La crisis había llegado a su punto más álgido.[68]

Guerra Civil [editar]


Localización del Río Rubicón.

Artículo principal: Segunda Guerra Civil de la República de Roma

En vista del cariz que tomaban los acontecimientos, César arengó a una de sus legiones, la decimotercera, y les explicó la situación preguntándoles si estaban dispuestos a enfrentarse con Roma en una guerra donde serían calificados de traidores en caso de perderla. Los legionarios respondieron a la arenga de su general con la decisión de acompañarlo.[69] [70]

Entre el 7 y el 14 de enero de 49 a. C. —muy probablemente el 10 de enero—,[71] César recibió la noticia de la concesión de los poderes excepcionales a Pompeyo, e inmediatamente ordenó que un pequeño contingente de tropas cruzara la frontera hacia el sur y tomara la ciudad más cercana. Al anochecer, junto con la Legio XIII Gemina, César avanzó hasta el Rubicón, la frontera entre la provincia de la Galia Cisalpina e Italia y, tras un momento de duda, dio a sus legionarios la orden de avanzar. Algunas fuentes han sugerido que fue entonces cuando pronunció el famoso: Alea iacta est.[72]

Cuando los optimates conocieron la noticia, abandonaron la ciudad declarando enemigo de Roma a todo aquel que se quedase en ella. Luego, marcharon hacia el sur, sin saber que César estaba acompañado sólo por su decimotercera legión.[73] César persiguió a Pompeyo hasta el puerto de Brundisium en el sur de Italia, con alguna esperanza de poder rehacer su alianza, pero éste se replegó hacia Grecia con sus seguidores. Entonces, hubo de tomar una decisión: o perseguía a Pompeyo hasta Grecia, dejando sus espaldas desguarnecidas y expuestas a un ataque por parte de las legiones pompeyanas establecidas en Hispania o, dejando organizarse a Pompeyo en Grecia, se dirigía a Hispania para asegurar su retaguardia.[73]

Tras ponderar la situación, César se dirigió a Hispania en una marcha forzada de apenas 27 días, para derrotar a los seguidores de Pompeyo en esa poderosa provincia. Allí había establecidas varias legiones al mando de legados pro-pompeyanos, a lo que había que añadir que la generalidad de las poblaciones autóctonas habían jurado fidelidad al propio Pompeyo (que seguía siendo Procónsul de esa provincia). Tras varias escaramuzas y batallas, César se midió contra sus enemigos en la Batalla de Ilerda, cerca de la actual Lérida, donde los derrotó definitivamente.[74]

Sólo cuando consideró segura la retaguardia, y después de organizar las instituciones políticas en Roma, que había caído en la anarquía, César se dirigió a Grecia. El 10 de julio de 48 a. C., César fue derrotado en la Batalla de Dirraquium. Sin embargo, Pompeyo no supo o no pudo hacer uso de esta victoria para acabar con César, y éste consiguió huir con su ejército casi intacto para luchar en otro momento. El encuentro final se dio poco después, el 9 de agosto, en la Batalla de Farsalia.[75] César obtuvo una victoria aplastante, gracias a un ardid táctico. Sin embargo, sus enemigos políticos consiguieron huir: Cneo Pompeyo Magno partió hacia Rodas y de ahí a Egipto, Quinto Cecilio Metelo Escipión y Marco Porcio Catón marcharon hacia el norte de África.


Legión en orden de marcha.

De regreso a Roma, fue nombrado dictador, con Marco Antonio como Magister equitum, y fue, junto a Publio Servilio Vatia Isaúrico como colega junior, electo cónsul por segunda vez.

En 47 a. C., César se dirigió a Egipto en busca de Pompeyo, pero le sorprendió el hecho de que el viejo aliado y enemigo había sido asesinado el año anterior. Al saber de su suerte, César quedó apenado por su asesinato y por haber perdido la oportunidad de ofrecerle su perdón.[76] Tal vez debido a esto y a los intereses de Roma en Egipto, César decidió intervenir en la política egipcia y substituyó al rey Ptolomeo XIII de Egipto, que ya tenía la dignidad de faraón, por su hermana Cleopatra que creía más afín a Roma. Durante su estancia, quemó sus naves para evitar que las usaran en su contra, lo que provocó el incendio de un almacén de libros anexo a la Biblioteca de Alejandría. César tuvo un romance con la reina de Egipto y de la relación parece que nació un niño, el futuro Ptolomeo XIV de Egipto (Cesarión), que sería el último faraón de Egipto, si bien César nunca llegó a reconocerlo oficialmente como hijo suyo.[77]

Después de las campañas de Egipto, César se dirigió al Asia Menor, donde derrotó a Farnaces rey del Ponto en la Batalla de Zela, en la cual pronunció la famosa frase de Veni, vidi, vici («Fui, vi, vencí»), por la facilidad de su victoria;[78] y después se dirigió al norte de África para atacar a los líderes de la facción conservadora allí refugiados. En la Batalla de Tapso en 46 a. C., César obtuvo una victoria más y vio desaparecer a dos de sus más encarnizados enemigos: Quinto Cecilio Metelo Escipión y Marco Porcio Catón. Pero los hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto Pompeyo Fastulos, así como su antiguo legado principal en las Galias, Tito Labieno, consiguieron huir a las provincias de Hispania.[79]

Tras la Victoria [editar]

César regresó a Roma a finales de julio de 46 a. C. La victoria total de su facción dotó a César de un poder enorme y el Senado se apresuró a legitimar su victoria nombrándolo dictador por tercera vez en la primavera del 46 a. C., por un plazo sin precedentes de diez años.

En septiembre, celebró sus triunfos, ofreciendo cuatro desfiles triunfales que se desarrollaron entre el día 21 de septiembre y el día 2 de octubre.[80] Galos, egipcios, asiáticos y africanos desfilaron encadenados ante la multitud, mientras jirafas, carros de guerra britanos y batallas en lagos artificiales dejaban boquiabiertos a sus conciudadanos. La guerra entre romanos fue enmascarada por las victorias contra extranjeros y las celebraciones no tuvieron precedentes en sus dimensiones y duración.


Lictores. Cada cónsul iba precedido por doce y el dictador por veinticuatro.

Durante las celebraciones fue ejecutado ritualmente Vercingetórix, que había permanecido en una cárcel de plata desde su captura tras Alesia; en ese mismo desfile, se rompió el eje de su carroza y estuvo a punto de caer al suelo. El desfile triunfal contra Farnaces II, contó con una carroza que portaba el lema «Veni, vidi, vici» (Llegué, vi, vencí).[81]

César no olvidó recompensar a sus tropas, y así entregó a cada legionario cinco mil denarios (el equivalente a lo que ganarían en los 16 años de servicio obligatorio), a cada centurión, diez mil y a cada tribuno y prefecto, veinte mil denarios. Además les asignó también terrenos, aunque no cercanos a Roma, para no despojar a ciudadanos y establecer así colonias romanas en territorios recientemente conquistados. Distribuyó al pueblo diez modios de trigo por cabeza y otras tantas libras de aceite con 300 sestercios, en cumplimiento de una antigua promesa que le había hecho, a los cuales agregó 100 más por la demora. Rebajó el alquiler de las casas: en Roma hasta la suma de 2.000 sestercios, en el resto de Italia hasta quinientos. A todo ello añadió la distribución de carnes, y después del triunfo sobre Hispania dos festines públicos, y no considerando el primero bastante digno de sus magnificencias, el que ofreció cinco días después fue mucho más abundante.[82] Dio también espectáculos de varios tipos, incluyendo combates de gladiadores y comedias en todos los barrios de la ciudad, desempeñándolas actores de todas las naciones y en todos los idiomas. Juegos en el circo, atletas y una naumaquia completaron el programa.[83]

En el Foro, combatieron entre los gladiadores Furio Leptino, en cuya familia figuraban pretores, y Quinto Calpeno, que había formado parte del Senado y defendido causas delante del pueblo. Los hijos de muchos príncipes de Asia y de Bitinia bailaron la pírrica. El ciudadano romano Décimo Liberio representó en los juegos un mimo de su composición, recibiendo quinientos mil sestercios y un anillo de oro y pasando después desde la escena, por la orquesta, a sentarse entre los equites.[83]


Lucha de gladiadores (Reconstrucción actual).

En el Circo se ensanchó la arena por ambos lados; abrieron alrededor un foso, que llenaron de agua, y jóvenes nobilísimos corrieron en aquel recinto cuadrigas y bigas, o saltaron en caballos adiestrados al efecto. Niños divididos en dos bandos, según la diferencia de edad, ejecutaron los juegos llamados troyanos. Se dieron 5 días de combates de fieras, y finalmente se dio una batalla entre dos ejércitos: cada uno comprendía 500 infantes, 30 jinetes y 20 elefantes. Con objeto de dejar a las tropas mayor espacio, habían quitado las barreras del circo, formando a cada extremo un campamento.[83]

Durante 3 días lucharon atletas en un estadio construido expresamente en las inmediaciones del Campo de Marte. Se hizo un lago en la Codeta menor (un lugar del otro lado del Tíber) y allí trabaron combate naval: birremes, trirremes, cuatrirremes, figurando dos flotas, una tiria y otra egipcia, cargadas de soldados. El anuncio de estos espectáculos había atraído a Roma a una gran cantidad de forasteros, cuya mayor parte durmió en tiendas de campaña, en las calles y las plazas, y muchas personas, entre ellas dos senadores, fueron aplastadas o asfixiadas por la multitud.[83]

En el invierno del año 46 a. C., estalló una nueva rebelión en Hispania, liderada por los hijos de Pompeyo. Usando la antigua influencia de su padre y los recursos de la provincia, los hermanos Pompeyo y Tito Labieno consiguieron reunir un nuevo ejército de trece legiones compuestas por los restos del ejército constituido en África, las dos legiones de veteranos, una legión de ciudadanos romanos de Hispania, y el alistamiento de la población local. A finales del 46 a. C. tomaron el control de casi toda Hispania Ulterior, incluyendo las colonias romanas de Itálica y de Corduba, la capital de la provincia. César, ante el peligro, regresó a Hispania y tras algunas escaramuzas, los derrotó finalmente en la Batalla de Munda.

Mención aparte merece la actividad constructiva de César, que durante su dictadura emprendió numerosos proyectos de reforma de los edificios públicos de Roma y creó otros muchos nuevos, en general en torno al campo de Marte y el nuevo complejo del Foro. Cabe destacar entre ellos, el Foro Julio o Foro de César, construido en 46 a.C. en las pendientes del Capitolio y finalizado por Augusto; en el centro de la plaza se alzaba la estatua ecuestre de César, ante el templo de su divina antepasada, Venus Genetrix, obra destacada igualmente. En dicho templo se encontraba la estatua de la diosa, instalada en el ábside del templo, y que era obra de Arcesilas, cuyos bocetos alcanzaban según Plinio precios astronómicos.[84]

El poder absoluto [editar]

Debe señalarse que no está históricamente demostrado que la intención de César fuera proclamarse rey; y, de haber querido serlo, no puede saberse qué tipo de rey, si un rex a la manera etrusca, como lo habían sido Servio Tulio o Lucio Tarquinio Prisco, uno a semejanza del faraón egipcio o, simplemente, al estilo de los "Basileus" helénicos. Lo cierto es que un análisis ponderado de los hechos, según nos han llegado de las fuentes, parece indicar que pensaba en instaurar un régimen autocrático de algún tipo, o, al menos, lo pensaban en las esferas más cercanas a él.[85]


Denario cesariano del año 44 a. C. En el anverso, el busto de César laureado y la leyenda CAESAR IM P M; en el reverso, la diosa Venus portando un cetro y a Victoria y la leyenda L AEMILIVS BVCA.

César, después de vencer tras el último intento de los pompeyanos (dirigido por Cneo Pompeyo, hijo de Pompeyo Magno) se mostró desconfiado, pensando en la posibilidad de un inminente intento de asesinato. Muestra de ello es que en diciembre del año 45 a. C., en vísperas de las Saturnales, fue a pasar unos días con el suegro de Cayo Octavio (su sobrino nieto) en la residencia que éste poseía cerca de Puteoli (hoy Pozzuoli) e hizo que lo acompañara una escolta de 2.000 hombres.

Cicerón, cuya villa colindaba con la de Lucio Marcio Filipo, había pedido a César que le hiciera el honor de cenar con él. El dictador aceptó. Los sucesos de aquella noche quedaron registrados en una célebre carta de Marco Tulio Cicerón a Tito Pomponio Ático. Según Cicerón, César llegó a la villa acompañado de toda la guardia. Tres salones especiales recibieron al séquito de Cesar. La cena fue un gran éxito. "Como él [César] se había purgado", precisa Marco Tulio Cicerón, "bebió y comió con tanto apetito como energía". César se mostró conversador brillante e ingenioso. "Por otra parte", añade su anfitrión, "ni una palabra de asuntos serios. Conversación enteramente literaria". Al día siguiente, 20 de diciembre, partió a Roma.[86]

El Senado había aprovechado la ausencia de César para votar en bloque los decretos relativos a los honores que le eran conferidos. "Así", explica Dión Casio, "esta labor no debía parecer el resultado de una coacción, sino la expresión de su libre voluntad". Cuando César estaba ya de regreso en Roma, antes de colocar los decretos a los pies de Júpiter Capitolino como era tradicional, los senadores decidieron presentárselos personalmente. De este modo, se subrayaba aún más la importancia del homenaje que el Senado le rendía.[87]

César estaba en el vestíbulo del templo de Venus Genetrix, ocupado en discutir los planos de los trabajos que los arquitectos y artistas habían venido a someterle. Cuando se le anunció que el Senado in corpore había venido a verlo, precedido de los magistrados en ejercicio y de una multitud de ciudadanos de diversos rangos, hizo como que no le daba importancia alguna y continuó, sin interrumpirla, la conversación con sus colaboradores.[88]


La Curia Julia, lugar de reunión del Senado Romano, mandada edificar por César durante su dictadura pero terminada por Octavio Augusto, tras la destrucción de la Curia Hostilia, por los seguidores de Clodio.

Uno de los senadores se adelantó para pronunciar un discurso apropiado a las circunstancias. Entonces César se volvió hacia él y se preparó a escucharlo, sin dignarse siquiera a levantarse de su asiento. Probablemente, se trataba de poner en evidencia su disgusto con la afrenta que le infligió el tribuno Aquila tres meses antes. Asimismo, su respuesta dejó anonadados a los senadores: En vez de alargar la lista de honores a él acordados, insistió más bien en reducirlos... Pero no obstante los aceptó. Esta actitud produjo una tremenda indignación entre los miembros del Senado y en la multitud que asistió a esta solemnidad.[88]

César no se limitó a aceptar las distinciones honoríficas con las que lo había colmado el Senado, sino que, al mismo tiempo supo apoderarse de múltiples prerrogativas de un carácter más realista que le permitieron reunir en sus manos la totalidad del poder gubernamental. Exigió y obtuvo que todos sus actos fuesen ratificados por el Senado, los funcionarios públicos fueron obligados a prestar juramento, desde su entrada en funciones, de no oponerse jamás a medida alguna emanada de él y se hizo atribuir los privilegios de los tribunos de la plebe, con lo que obtuvo la "tribunicia potestas" y la inmunidad sacrosanta que los distinguía.[88]

Como consecuencia, el Senado perdía su poder, permaneciendo como una asamblea consultiva que aprobaba resoluciones, resoluciones que el dictador podía pasar por alto, sin dar siquiera una explicación para hacerlo. En lo sucesivo sería César quien tendría el derecho exclusivo de disponer de las finanzas del estado, y quien prepararía la lista de los candidatos al consulado y demás magistraturas.[89]

Así, de hecho, ya poseía todos los poderes de un monarca. No le faltaba más que el título. A este respecto, empezó una propaganda insinuante emprendida por ciertos agentes para preparar a la opinión pública, que era muy hostil a la idea de volver a la monarquía. Sus enemigos esperaban poder arruinarlo más fácilmente explotando su ambición y se organizaron para actuar. Como resultado, seguiría una guerra solapada pero implacable.

Ésta comenzó cuando la estatua de oro que acababa de ser erigida de César en la rostra, fue coronada con una diadema portando una cintilla blanca, distinción de la realeza. Se trataba de una primera tentativa, todavía muy discreta, de sondear el terreno y simular un deseo popular en favor de la coronación de César como rey. Dos tribunos del pueblo ordenaron arrancar la diadema y lanzarla lejos, hecho esto simularon erigirse en defensores de la reputación cívica de César.[90]

En los últimos días de enero tenían lugar en el Monte Albano, en las cercanías de Roma, las tradicionales fiestas latinas. César estaba llamado a asistir bien como Pontífice Máximo o como dictador. Optó por esta última calidad, lo cual le permitía, usando el privilegio que le había concedido el Senado, figurar en estas ceremonias vistiendo la toga púrpura y calzando las altas botas rojas. Al concluir las fiestas, César hizo su entrada en Roma a caballo. En medio de la multitud que lo esperaba, y desde que se le vio aparecer, resonaron aclamaciones, escuchándose voces que lo saludaban con el título de rey, quizá provenientes de satélites debidamente aleccionados. Inmediatamente el partido opuesto intervino y se escucharon exclamaciones de protesta. César salvó la situación respondiendo: «Mi nombre es César y no Rex», lo cual, en rigor, podría interpretarse como que él sólo veía en los saludos de que era objeto una alusión a su parentesco con la gens Marcci Reges, a la que pertenecía su madre.[91]

Otro acto estaba previsto para el 15 de febrero, día de las fiestas Lupercales. Para asistir a ellas César usó el mismo ropaje que había usado en las fiestas latinas y ocupó un sitial de oro sito en medio de la tribuna de las arengas, delante del cual debía pasar la procesión conducida por Marco Antonio. Junto al dictador se situó el cuerpo de magistrados en ejercicio: su jefe de caballería Marco Emilio Lépido, los pretores, los ediles, etc. Mientras desfilaba delante de la tribuna el colegio de sacerdotes Julianos, uno de ellos, Licinio, apareció a nivel del estrado y depositó a los pies de César una corona de laurel entrelazada con la cintilla de la diadema real, momento en que estallaron los aplausos. Entonces Licinio subió a la tribuna y puso la corona sobre la cabeza de César que hizo un gesto de protesta y se dirigió a Lépido para que lo ayudara, pero éste no hizo nada.[90]

Cayo Casio Longino, se adelantó y, quitando la corona de la cabeza de César, la puso sobre sus rodillas, pero César la rechazó. En el último minuto, Marco Antonio trató de componer las cosas. Escaló la rostra, se apoderó de la corona y la colocó de nuevo sobre la cabeza del dictador, pero César esta vez se quitó él mismo la corona y la arrojó lejos de sí. Esto le valió los aplausos de la multitud, pero algunos espectadores le pidieron que aceptara la ofrenda del pueblo.[90] Marco Antonio aprovechó el momento para recoger el emblema, tratando de ceñírselo de nuevo y se escucharon gritos de ¡Salud, oh rey!, pero con ellos se mezclaban protestas indignadas. César se quitó la corona y ordenó llevarla al templo de Júpiter «donde será mejor colocada», y requirió al redactor de los actos públicos que hiciera constar allí «que habiéndole ofrecido el pueblo la realeza de manos del cónsul, él la había rechazado».[92]

Mientras tanto, se recurrió a los libros sibilinos que, habiendo sido consumidos por las llamas en tiempos de Lucio Cornelio Sila, habían sido reemplazados desde entonces por copias espurias. Los encargados de la custodia de dichos libros anunciaron que ciertos pasajes de los mismos dejaban entender que los ejércitos romanos no obtendrían la victoria sobre los partos en la guerra que iba a comenzar de un momento a otro, hasta que estuviesen mandados por un rey. Pronto circuló en Roma el rumor que en la próxima sesión del Senado, que debía tener lugar el 15 de marzo, el quindecenviro Lucio Aurelio Cotta, tío del dictador, tomaría la palabra para proponer que fuese conferido el título de rey a su sobrino.[93]

Complot y asesinato [editar]


Muerte de César, de Carl Theodor von Piloty.

No es posible saber con certeza qué condiciones fueron las que llevaron a un grupo de senadores a pensar en el asesinato de César. Los intentos de establecer un régimen autocrático sin duda tuvieron mucho que ver, pero no se puede descartar que hubiera otras motivaciones no tan nobles.

El solo hecho de que un número relativamente alto de senadores estuviera dispuesto a participar en el complot y a matar a César en el propio senado (lo que constituía un sacrilegio), da muestra del estado de cosas al que se había llegado.

La conspiración [editar]

Los últimos acontecimientos acaecidos y, en particular, el rumor de lo que se preparaba para el 15 de marzo en el Senado, motivaron que lo que quedaba de la facción optimate y, entre ellos, Cayo Casio Longino, decidiesen pasar a la acción. Cayo Casio se dirigió a algunos hombres en los que creía poder confiar, y que a su juicio compartían su idea de dar muerte al dictador librando así a Roma del destino que él creía que le esperaba: un nuevo imperio cosmopolita, dirigido desde Alejandría.[94]

Sin embargo, Cayo Casio Longino no era probablemente el hombre adecuado para ser la cabeza visible de este tipo de acción, y se acordó tantear a Marco Junio Bruto, considerado como el personaje indicado para este papel.[95]

Se especula que, tras una serie de reuniones, ambos estaban de acuerdo en que la libertad de la República estaba en juego, pero no tenían los mismos puntos de vista de cómo actuar; Marco Junio Bruto no pensaba asistir al Senado el día 15, sino que abogaba por la protesta pasiva (la abstención); pero Cayo Casio Longino le replicó que como ambos eran pretores, podían obligarlos a asistir. Entonces respondió Bruto: «En ese caso, mi deber será, no callarme, sino oponerme al proyecto de ley, y morir antes de ver expirar la libertad». Cayo Casio Longino rechazó de lleno esta solución, pues entendía que no era dándose muerte como se iba a salvar la República, y lo exhortó a la lucha, a pasar a la acción. Su elocuencia terminó por convencer a su interlocutor.[96]

El nombre de Marco Junio Bruto atrajo varias adhesiones valiosas, no en vano se decía descendiente de aquel otro Bruto (Lucio Junio Bruto) que había dirigido la expulsión del último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio en 509 a. C.; entre otras adhesiones a la trama, se produjo la de Décimo Junio Bruto Albino, un familiar del dictador, en quien éste tenía entera confianza. En total, el número de los conjurados parece haber sido de unos sesenta, de los cuales 23 se encargaron de la ejecución material del atentado. Durante las reuniones preliminares se elaboró un plan de acción. Se decidió por unanimidad atentar contra César en pleno Senado. De este modo, se esperaba que su muerte no pareciera una emboscada, sino un acto para la salvación de la patria, y que los senadores, testigos del asesinato, inmediatamente declararían su solidaridad.[97] Los planes de los conjurados no solamente preveían el asesinato de César, sino que además deseaban arrastrar su cadáver al Tíber, adjudicar sus bienes al Estado y anular sus disposiciones.[98]

Hay que tener en cuenta que las motivaciones de los magnicidas eran muy heterogéneas, ya que los había movidos por un auténtico sentido de salvación de la República. A éstos se les habían unido otras personas movidas por el rencor, la envidia, o por la idea de que si César acaparaba las magistraturas, a ellos no les tocaría nunca llegar al poder.[99]

También es de señalar que muchos de los conspiradores eran ex pompeyanos reconocidos, a los que César había perdonado la vida y la hacienda, incluso confiando en ellos para la administración del Estado (Casio y Bruto fueron gobernadores provinciales, nombrados por César).[100]

El magnicidio [editar]


Muerte de César, de Jean-Léon Gérôme, 1867.

En los Idus de Marzo del año 44 a. C., un grupo de senadores, pertenecientes a la conspiración arriba citada, convocó a César al Foro para leerle una petición, escrita por ellos, con el fin de devolver el poder efectivo al Senado. Marco Antonio, que había tenido noticias difusas de la posibilidad del complot a través de Servilio Casca, temiendo lo peor, corrió al Foro e intentó parar a César en las escaleras, antes de que entrara a la reunión del Senado.[101]

Pero el grupo de conspiradores interceptó a César justo al pasar al Teatro de Pompeyo, donde se reunía la curia romana, y lo condujo a una habitación anexa al pórtico este, donde le entregaron la petición. Cuando el dictador la comenzó a leer, Tulio Cimber, que se la había entregado, tiró de su túnica, provocando que César le espetara furiosamente «Ista quidem vis est?» ¿Qué clase de violencia es esta? (no debe olvidarse que César, al contar con la sacrosantidad de la tribunicia potestas, y, por ser Pontifex Maximus, era jurídicamente intocable). En ese momento, el mencionado Casca, sacando una daga, le asestó un corte en el cuello; el agredido se volvió rápidamente y, clavando su punzón de escritura en el brazo de su agresor,[102] le dijo “¿Qué haces, Casca, villano?”, pues era sacrilegio portar armas dentro de las reuniones del Senado.[103] [104]

Casca, asustado, gritó en griego «ἀδελφέ, βοήθει!», («adelphe, boethei!» = ¡Socorro, hermanos!), y, en respuesta a esa petición, todos se lanzaron sobre el dictador, incluido Marco Junio Bruto.[104] [105] César, entonces, intentó salir del edificio para recabar ayuda, pero, cegado por la sangre, tropezó y cayó. Los conspiradores continuaron con su agresión, mientras aquél yacía indefenso en las escaleras bajas del pórtico. De acuerdo con Eutropio y Suetonio, al menos 60 senadores participaron en el magnicidio. César recibió 23 puñaladas, de las que, si creemos a Suetonio, solamente una, la segunda recibida en el tórax, fue la mortal.[104]

Las últimas palabras de César no están establecidas realmente, y hay una polémica en torno a las mismas, siendo las más conocidas:

  • Καὶ σὺ τέκνον. Kai sy, teknon? (Griego, ‘¿tú también, hijo mío?’). Suetonio.[106]
  • Tu quoque, Brute, filii mei! (traducción al latín de la frase anterior: ‘¡Tú también, Bruto, hijo mío!’).
  • Et tu, Brute? (Latín, ‘¿Tú también, Bruto?’, versión inmortalizada en la pieza de Shakespeare).[107]
  • Plutarco nos cuenta que no dijo nada, sino que se cubrió la cabeza con la toga tras ver a Bruto entre sus agresores.[108]

Tras el asesinato, los conspiradores huyeron, dejando el cadáver de César a los pies de una estatua de Pompeyo, donde quedó expuesto por un tiempo. De allí, lo recogieron tres esclavos públicos que lo llevaron a su casa en una litera,[104] de donde Marco Antonio lo recogió y lo mostró al pueblo, que quedó conmocionado por la visión del cadáver. Poco después los soldados de la decimotercera legión, tan unida a César, trajeron antorchas para incinerar el cuerpo de su querido líder. Luego, los habitantes de Roma, con gran tumulto, echaron a esa hoguera todo lo que tenían a mano para avivar más el fuego.[109]

La leyenda cuenta que Calpurnia Pisonis, la mujer de César, después de haber soñado con un presagio terrible, advirtió a César de que tuviera cuidado, pero César ignoró su advertencia diciendo: «Sólo se debe temer al miedo». En otras se cuenta cómo un vidente ciego le había prevenido contra los Idus de Marzo; llegado el día, César le recordó divertido en las escaleras del Senado que aún seguía vivo, a lo que el ciego respondió que los idus no habían acabado aún.[110]

Consecuencias del magnicidio [editar]

Las consecuencias de la muerte de César son numerosas, y no se limitan a la guerra civil posterior. El nombre "César", por ejemplo, se convirtió en común a todos los emperadores posteriores, debido a que Augusto (de nombre, Cayo Octavio), al ser adoptado oficialmente por el dictador cambió su nombre por el de Cayo Julio César Octaviano; dado que todos los emperadores posteriores a Augusto hasta Nerón fueron adoptados, el cognomen César acabó siendo una especie de "título" más que un nombre, y, así, desde Vespasiano en adelante los emperadores lo ostentaron como tal sin haber sido adoptados por la familia César. Tanto prestigio acumuló el cognomen, que de César provienen los apelativos káiser y zar.[111]

Muchas de sus iniciativas quedaron en suspenso a su muerte, entre ellas:

  • La construcción de un templo a Marte, mayor que cualquier otro del mundo, rellenando hasta el nivel del suelo el lago en que ofreció la naumaquia.[113]
  • Reducir a justa proporción todo el derecho civil, y encerrar en poquísimos libros lo mejor y más indispensable del inmenso y difuso número de leyes existentes.[113]
  • Formar bibliotecas públicas griegas y latinas, lo más numerosas posible, y encargó a Marco Terencio Varrón el cuidado de adquirir y clasificar los libros.[113]

En el lugar de la cremación de su cadáver se construyó un altar que serviría de epicentro para un templo a él dedicado, pues en el año 42 a.C. el Senado le deificó con el nombre de Divus Julius,[114] acción que se convertiría en costumbre a partir de ese momento, con lo que todos los emperadores desde Augusto fueron deificados a su muerte. Esta práctica es la que, al parecer, inspiró las últimas palabras de Vespasiano, que al sentirse morir parece ser que dijo "Creo que me estoy convirtiendo en dios".[115]

Después de la muerte de César, estalló una lucha por el poder entre su sobrino-nieto César Augusto, a quien en su testamento había nombrado heredero universal, y Marco Antonio, que culminaría con la caída de la República y el nacimiento de una especie de Monarquía, que se ha dado en denominar Principado, con lo que la conspiración y el magnicidio se revelaron a la postre inútiles, ya que no impidieron el establecimiento de un sistema autocrático.

Relaciones familiares [editar]
Ascendientes [editar]

El padre de Julio César, Cayo Julio César III, nacido hacia 135 a. C. y muerto en 85 a. C., era hijo de Cayo Julio César II. Perteneciente a una familia patricia que había dado varios cónsules (Sexto Julio César II y Sexto Julio César III), ejerció durante su vida las funciones de cuestor (99 a. C. ó 98 a. C.), pretor (92 a. C.) y después gobernador de Asia (91 a. C.). Murió bruscamente por causas naturales en Pisae en 85 a. C.[116]

Su madre, Aurelia Cotta, nacida en 120 a. C. y muerta en 54 a. C. ó 53 a. C.,[117] procedía de una familia patricia y consular (sus tres hermanos fueron cónsules). Para Tácito[118] y Plutarco,[119] encarna el ideal de matrona romana, ejemplar por la educación y la devoción que siente hacia sus hijos y su familia.[120] Habiendo enviudado en 85 a. C., no volvió a casarse y siguió viviendo con su hijo.

Hermanas [editar]

Además de César, Cayo Julio César III y Aurelia Cotta tuvieron otras dos hijas, Julia Caesaris Maior y Julia Caesaris Minor.

La información acerca de Julia Caesaris «Maior» es escasa. Suetonio confirma la existencia porque la menciona en relación con la acusación de Publio Clodio Pulcro, perseguido por sacrilegio y adulterio. Fue llamada a testificar en contra de Publio Clodio, que era a la vez acusado de sacrilegio y convicto de adulterio con Pompeya, su esposa. César afirmó no saber nada, aunque su madre Aurelia y su hermana Julia declararon fielmente a los mismos jueces toda la verdad.[121] Tuvo al menos un hijo, porque distintos autores mencionan la parte reservada a este niño en el testamento de César.[122] [123]

Julia Caesaris «Minor» nació en 101 a. C. y murió en 51 a. C.. Octavio, nacido en 63 a. C., pronunció su elogio fúnebre a los 12 años.[124] Se casó con Marco Atio Balbo, originario de Aricia y era la madre de Atia Balba Caesonia y la abuela de Octavio, que sería adoptado por César y se convertiría más tarde en Augusto.

Esposas [editar]

Según Suetonio, Cossutia fue la primera esposa de César, de la que se divorció para casarse con Cornelia Cinna minor por motivos políticos:

... y aunque le habían prometido, en su niñez, a Cossutia, de una simple familia ecuestre, pero muy rica, la repudió, para casarse con Cornelia, hija de Cinna, quien había sido cuatro veces cónsul (dimissa Cossutia quae familia equestri sed admorum dives praetextato desponsata furat…).[125]

El examen de las raras fuentes y la compilación de estudios sobre el tema llevan a elaborar la siguiente hipótesis: César, que acababa de vestirse con la toga viril, se casó con Cossutia, perteneciente a una familia rica de la orden ecuestre, entre julio de 85 a. C. y julio de 84 a. C. (sin duda por iniciativa de sus padres y por motivos económicos, ya que la familia no era especialmente rica) y se divorció al año siguiente, bajo el consulado de Lucio Cornelio Cinna, del que tomó a su hija Cornelia por esposa (una elección más personal que traduce una orientación política que nunca se desmintió después, ya que César, aunque muy joven se había convertido en el paterfamilias por la muerte de su padre).

Plutarco no aporta una solución satisfactoria ya que el relato que hace de la vida de César conlleva algunas incoherencias:

A la vuelta de su cuestura, se casó en terceras nupcias con Pompeya Sila; tenía de Cornelia, su primera esposa, una hija, que después se casaría con Pompeyo Magno.

La cita lleva una contradicción que Napoleón III ya había encontrado.[126] En 68 a. C., tras haber ejercido las funciones de cuestor en Hispania, César se casa con Pompeya Sila, porque su primera esposa Cornelia había muerto el año anterior.[127]

Cinco años más tarde, en 63 a. C., César fue elegido Pontifex Maximus y decidió divorciarse como consecuencia de las supuestas relaciones entre su esposa y un joven, Publio Clodio Pulcro.

Por fin, en 59 a. C., se casa con Calpurnia Pisonis con la que quedará unido hasta su muerte en 44 a. C..

Descendencia [editar]

Algunos autores griegos han escrito que este hijo se le parecía por la silueta y los andares; Marco Antonio afirmó, en pleno senado, que César lo había reconocido; e invocó el testimonio de C. Matio, de C. Oppio, y de otros amigos del dictador. Pero Gayo Oppio creyó necesario defenderle y justificarle sobre este punto, y publicó un libro para demostrar que el hijo de Cleopatra no era, como ella decía, hijo de César.
Suetonio, Vida de los doce Césares, César, 52

Cesarión fue asesinado muy joven (con 15 o 17 años) por Augusto, el hijo adoptivo de César y primer emperador romano.

  • En 46 a. C., César, sin descendencia legítima, adoptó a su sobrino-nieto Octavio por testamento que, según la costumbre romana en caso de adopción, fue llamado a partir de entonces Cayo Julio César Octaviano. Más tarde se convertirá en Augusto, primer emperador de Roma.
  • Y por último, César fue tal vez padre de Bruto, al que habría tenido con Servilia Cepionis en 85 a. C. En efecto, Plutarco en su obra, Vida de Bruto, cuenta la benevolencia de César hacia aquel[130] y la creencia que había adquirido de ser el padre natural, ya que el niño había nacido durante el período en el que frecuentaba a Servilia Cepionis:[130]
    Quería, dicen, complacer a Servilia, madre de Bruto, que le amaba perdidamente: y como Bruto nació en la época en que esta pasión estaba en toda su fuerza, César se persuadió que él era el padre.

César el seductor [editar]
Las mujeres de la alta sociedad romana [editar]

Según el historiador latino Suetonio, César sedujo a numerosas mujeres a lo largo de su vida y sobre todo a aquellas pertenecientes a la alta sociedad romana.[131]

Según el autor, César habría seducido a Postumia, esposa de Servio Sulpicio Rufo, Lollia, esposa de Aulo Gabinio y Tertulla, esposa de Marco Licinio Craso. También parece haber frecuentado a Mucia, esposa de Pompeyo.[131] Asimismo, César mantuvo relaciones con Servilia Cepionis, madre de Bruto, a la que parecía apreciar especialmente.[131] Así, Suetonio refiere los distintos regalos y beneficios que ofreció a su amada, de los cuales destaca una magnífica perla con un valor de seis millones de sestercios.[131] El amor de Servilia hacia César era conocido públicamente en Roma.[132]


Cleopatra ejerció una profunda fascinación sobre César. Cuadro Cleopatra ensaya venenos en condenados a muerte de Alexandre Cabanel.

La inclinación de César hacia los placeres del amor también ha sido confirmada por los versos cantados por sus soldados con ocasión de su triunfo en Roma por las campañas en la Galia, referidos por Suetonio:

Ciudadanos, vigilad a vuestras mujeres: traemos a un adúltero calvo
Has fornicado en Galia con el oro que tomaste prestado en Roma.[133]
Las reinas [editar]

César mantuvo relaciones amorosas con Eunoë, esposa de Bogud, rey de Mauritania.[134]

Sin embargo, su relación más famosa fue con Cleopatra VII. Suetonio cuenta que César remontó el Nilo con la reina egipcia[134] en una nave provista de cabinas; y habría atravesado así todo Egipto y penetrado hasta Etiopía, si el ejército no se hubiese negado a seguirlos. La hizo ir a Roma colmándola de honores y de presentes.[134] Para él era un buen modo de sujetar Egipto, donde quedaban presentes tres legiones, y cuyo papel en el aprovisionamiento de cereales para Italia empezaba a ser preponderante. Sea como fuere, Cleopatra estuvo presente en Roma en el momento del asesinato de César y volvió rápidamente a su país después del crimen.


Senatvs Popvlvs Qve Romanvs

César como legislador [editar]

La labor de César como legislador fue muy amplia, pese a que el tiempo en que realmente estuvo en el poder fue relativamente corto. Sin embargo, y como bien señala Adrian Goldsworthy,[135] un análisis detallado de cada medida o posible medida que tomó sería excesivamente extenso, pues su obra legal fue ardua; aun así, podemos hacernos una idea de su trabajo en este campo por la lista de disposiciones legales que se encuentra en Suetonio y otros autores:

  • Corrigió el calendario en uso, en el que había tal desorden por culpa de los pontífices y por abuso, antiguo ya, de las intercalaciones, que las fiestas de la recolección no caían ya en estío, ni las vendimias en otoño. Ajustó el año al curso del sol, y lo compuso de 365 días, suprimiendo el mes intercalado y aumentando un día cada cuatro años. Para que este nuevo orden de cosas pudiera comenzar en las calendas de enero del año siguiente, añadió dos meses, entre noviembre y diciembre, teniendo por consiguiente este año quince meses, contando el antiguo intercalario que ocurría en él.[136] Esta trascendental reforma, que conocemos hoy en día como Calendario juliano, consistió en que, partiendo del año 153 a. C. se toma como inicio del año el 1 de enero, en lugar del tradicional 1 de marzo, para poder planear las campañas del año con tiempo. Consta de 365 días divididos en 12 meses, excepto los años bisiestos que tienen 366 días, y añaden un día adicional al mes de febrero. El calendario juliano cuenta como bisiestos uno de cada cuatro años, incluso los seculares. Con este calendario se comete un error de 7,5 días cada 1.000 años.
El orden de los meses y la distribución de los días era así: januarius (31 días); februarius (28, ó 29 los años bisiestos); martius (31); aprilis (30); maius (31); junius (30); julius (31) (anteriormente quintilis y llamado así en honor del propio César); sextilis (30) (renombrado augustus en el reinado de su hijo adoptivo); september (31); october (30); november (31); december (30)
  • Completó el Senado, diezmado por la guerra civil, aumentando el número de senadores a 900 y llenándolo de partidarios suyos, en especial equites, élites provinciales, y algún que otro escriba, centurión e incluso hijo de liberto. Entre los más destacados y poderosos se encontraron los Balbos.[137]
  • Creó nuevos patricios, aumentó el número de pretores, de ediles, de cuestores y de magistrados inferiores, ampliando por ejemplo el vigintivirato a 26 magistrados (vigintisexviratum); rehabilitó a algunos a los que los censores habían despojado de su dignidad o condenado los jueces por cohecho. Compartió con el pueblo el derecho de elección de magistrados; de suerte que, exceptuando sus competidores al consulado, los demás candidatos los designaban por mitades, el pueblo y él. Los suyos los designaba en tablillas que mandaban a todas las tribus conteniendo esta breve inscripción: «César dictador, a tal tribu. Os recomiendo a fulano y a mengano para que obtengan su dignidad por vuestro sufragio.» Admitió a los honores a los hijos de los proscritos.[138]
  • Estableció la contratación a extranjeros en las legiones y creó el cargo de Imperator, que sería el comandante del ejército.[138]
  • Restringió el sistema judicial a dos clases de jueces, a los senadores y a los caballeros, y suprimió los tribunos del Tesoro (tribuno aurearii), que formaban la tercera jurisdicción.[138]
  • Hizo el censo del pueblo, no de la manera acostumbrada, ni en el paraje ordinario, sino por barrios y según padrones de los propietarios de las casas: redujo el número de aquellos a quienes suministraba trigo el Estado, de 320.000 a 150.000; y para que la formación de estas listas no pudiese ser en lo venidero causa de nuevos disturbios, decretó que el pretor pudiese reemplazar a los que fallecieran, por medio del sorteo, con los que no estaban inscritos.[138]
  • Distribuyó a 80.000 ciudadanos en las colonias de ultramar, y para que no quedase exhausta la población en Roma, decretó que ningún ciudadano mayor de 20 años y menor de 60 años, que no estuviese obligado por un cargo público, permaneciese más de 3 años fuera de Italia; que ningún hijo de senador emprendiese viajes lejanos, si no era en compañía o bajo el patronato de algún magistrado; y por último, que los que criaban ganado tuviesen entre sus pastores, por lo menos, la tercera parte de hombres libres en edad de pubertad.[139]
  • Concedió el derecho de ciudadanía a cuantos practicaban medicina en Roma o cultivaban las artes literarias, debiendo este favor fijarlos en la ciudad y atraer a otros.[139]


Restos del Foro de César, quien lo mandó edificar en Roma durante su dictadura.

  • En cuanto a las deudas, en vez de conceder la abolición, con afán esperada y reclamada sin cesar, decretó que los deudores pagarían según la estimación de sus propiedades y conforme al precio de estos bienes antes de la guerra civil, y que se deduciría del capital todo lo que se hubiese pagado en dinero o en promesas escritas a título de usura, con cuya disposición desaparecería cerca de la cuarta parte de las deudas.[139]
  • Disolvió todas las asociaciones, exceptuando aquellas que tenían origen en los primeros tiempos de Roma.[139]
  • Aumentó la penalidad en cuanto a los crímenes, y como los ricos los cometían sin perder nada de su caudal, decretó contra los parricidas la confiscación completa y contra los criminales la de la mitad de sus bienes.[139]
  • Declaró nulo el matrimonio de un antiguo pretor que se había casado con una mujer al segundo día de separada de su marido, aunque no se la sospechara de adulterio.[140]
  • Estableció impuestos sobre las mercancías extranjeras. Mandaba a los mercados guardias que secuestraran los artículos prohibidos y los llevaran a su casa, yendo algunas veces lictores y soldados a recoger en los comedores lo que había escapado a la vigilancia de los guardias.[140]
  • Prohibió el uso de literas, de la púrpura y las perlas, exceptuando a ciertas personas, ciertas edades y en determinados días.[140]
  • En cuanto a la moneda, incrementó a cuatro el número de tresviri auro argento aere flando feriundo (“triunviros responsables de la fundición y acuñación de oro, plata y bronce”), confiando la dirección de la ceca del templo de Juno Moneta (así como las rentas públicas) a algunos de sus propios esclavos.[141] También creó una ceca privada con la que acuñó regularmente, de 48 a 44 a. C., el oro que obtuvo en la Guerra de las Galias y saqueando el erario público (15.000 lingotes).[142] Fijó el peso del aureus en 1/40 de la libra romana (aproximadamente el equivalente a 8 gramos). Tuvieron gran éxito al ser similares en peso y ley a las estáteras macedonias.[143] También fijó el áureo en 25 denarios, de modo que una libra de oro equivaliera a 1.000 denarios, tras el descenso del precio del oro (a 750 denarios la libra) que habían provocado el caudal de botín traído de las Galias.[144] Debe destacarse asímismo que Julio César fue el primer dirigente romano vivo cuyo apareció en una moneda en circulación (44 a. C.), por autorización del Senado.[145] Sin embargo, no hubo ninguna emisión substancial de bronce bajo su gobierno, por lo que continuó la escasez de numerario propia del siglo I a. C.[146] En un intento de restaurar la liquidez, hizo aprobar una ley que prohíbía que nadie acumulara más de 15.000 denarios, pretendiendo poner en circulación las monedas atesoradas. Esta ley, como puede suponerse, debió ser sin duda alguna tan ineficaz como inaplicable.[147]
  • Para evitar problemas, fue el primer legislador romano que instaló a sus veteranos en colonias fuera de Italia.[148]

César como militar [editar]

Indiscutiblemente, uno de los aspectos más reconocidos de la personalidad de Julio César es, sin duda, su genio militar. Este genio fue puesto a prueba muchas veces a lo largo de su accidentada vida castrense, y César respondió a los retos casi siempre con innovaciones tácticas o añagazas que sorprendieron a sus contrarios y que le hicieron ganar ventajas en un terreno u otro.

Según Suetonio, César era un auténtico soldado, que compartía con sus milites las fatigas de la guerra; era experto en las armas y en equitación.[149] También sabemos que era un general valiente,[150] que dirigía sus tropas desde el propio frente de batalla, para que su ejemplo infundiera valor en los soldados, y era proclive a las arengas y mantenedor de una férrea disciplina.[151] Sin embargo, sus soldados lo veneraban y fueron muy raros los casos de deserción, quizá debido al carácter magnánimo de César.[152] También montaba un caballo de nombre Genitor que nació en los establos que el general tenía en su casa. El caballo presentaba atavismo en las patas, por lo que tenía varios dedos largos rematados en pezuña además de casco central,[153] algo causado por la desactivación del gen inhibidor que impide el crecimiento de más dedos en los caballos aparte del tercero durante el desarrollo embrionario.

Para ofrecer una visión lo más amplia posible de la capacidad táctica de César se ha elegido ofrecer breves reseñas de algunas de sus batallas; quizá no las más representativas o fundamentales, pero sí de las que supusieron alguna innovación táctica o una muestra de cómo César dirigía sus tropas: la Batalla de Bibracte como ejemplo de batalla contra fuerzas no romanas, la Batalla de Alesia como ejemplo de asedio, la Batalla de Farsalia como ejemplo de lucha entre romanos, la Batalla de Ruspina por la manera en la que se convirtió de una derrota casi segura en una retirada ordenada, y la Batalla de Tapso en África, que supuso la derrota de las fuerzas Pompeyanas establecidas en esa provincia y, a la larga, la muerte de Catón y otras figuras señeras de la oposición a César.

La Batalla de Bibracte [editar]
Artículo principal: Batalla de Bibracte

En el año 58 a. C., César acababa de tomar posesión de su cargo de procónsul de la Galia, cuándo fue advertido de que una confederación de pueblos germánicos, compuesta por los helvecios, los boios y los tulingios, habían decidido dejar sus tierras ancestrales y emigrar a la Galia Comata.

Ambas fuerzas coincidieron en las cercanías de la localidad de Bibracte, donde César había tomado posiciones en lo alto de una colina. Contaba con cuatro legiones veteranas, las VII, VIII, IX y X, que ordenó en triplex acies al pie de la subida; las legiones XI y XII, de novatos, y los auxiliares fueron desplegados bajo una elevación del terreno en la cima.


Guerreros celtas.

Las fuerzas helvecias, quizá unos 77.000 guerreros si hemos de creer al propio César en sus Comentarii, avanzaron hacia los romanos en una formación que César describe como «una falange», lo que quiere decir que probablemente formaban una masa compacta que se agrupaba tras los escudos, no una formación de tipo macedonio.[154]

Cuando la formación helvecia se encontró al alcance adecuado, o sea unos 15 metros, de las filas romanas salió la primera salva de pila. Esta jabalina pesada estaba diseñada para retorcerse al clavarse en el escudo, dejando así al guerreo atacante la opción de portar un pesado escudo con una jabalina clavada que dificultaba su manejo, o deshacerse del escudo y luchar sin protección.

La lluvia de pila tuvo el efecto de deshacer la formación helvecia, y los romanos aprovecharon para cargar, amparados tras sus escudos, con sus gladius, aprovechando el desnivel y corriendo colina abajo; sin escudos y mal armados, los helvecios fueron obligados a retroceder hasta una colina que se hallaba como a un kilómetro y medio.

Las legiones los siguieron, confiando en una rápida victoria, cuando, de pronto, aparecieron en el campo de batalla los boios y los tulingios, en cantidad de unos 15.000 guerreros, amenazando el flanco derecho del ejército romano.[155] El flanco derecho era el más peligroso, pues era el que no portaba escudo (que se llevaba en el brazo izquierdo).

Cogidos así entre la espada de los helvecios, que al ver aparecer a sus aliados se lanzaron al ataque con ánimo renovado, y a la pared de los boios y tulingios, César ordenó que la tercera línea de la triplex acies rotara hacia la derecha, colocándose en ángulo recto de cara a los nuevos atacantes, mientras que las fuerzas restantes, formadas en duplex acies hacían frente al renovado ataque de los helvecios.

Faltos del factor sorpresa en que habían confiado, peor armados que los romanos y los helvecios ya cansados por la lucha, fueron arrasados por las legiones.

La innovación táctica de César fue la rapidez en que, calculando el problema, había convertido la tradicional disposición legionaria en triplex acies en una formación novedosa, con un frente en duplex acies, que se encargó de frenar a los helvecios, y uno en simplex acies, que contuvo el ataque por el flanco y, eventualmente, le llevó a ganar la batalla.

La Batalla de Alesia[156] [editar]
Artículo principal: Batalla de Alesia


Las fortificaciones construidas por César en Alesia de acuerdo a la hipótesis de localización en Alise-Sainte-Reine.
En el mapa de la esquina la cruz muestra la localización de Alesia en la Galia (hoy Francia). En el esquema, el círculo muestra el punto débil en la circunvalación.

Alesia estaba situada en la cima de una colina rodeada por valles y ríos y contaba con importantes defensas. Dado que un asalto frontal sobre la fortaleza sería suicida, César consideró mejor forzar un asedio de la plaza para rendir a sus enemigos por hambre. Considerando que había cerca de 80.000 hombres fortificados dentro de Alesia junto con la población civil, el hambre y la sed forzarían rápidamente la rendición de los galos. Para garantizar un bloqueo perfecto César ordenó la construcción de un perímetro circular de fortificaciones. Los detalles de los trabajos de ingeniería se encuentran en los Comentarios a la Guerra de las Galias (De Bello Gallico) de Julio César y han podido ser confirmados por las excavaciones arqueológicas en la zona. Se construyeron muros de 18 km de largo y 4 metros de alto con fortificaciones espaciadas regularmente en un tiempo récord de 3 semanas. Esta línea fue seguida hacia el interior por dos diques de cuatro metros y medio de ancho y cerca de medio metro de profundidad. El más cercano a la fortificación se llenó de agua procedente de los ríos cercanos. Asimismo, se crearon concienzudos campos de trampas y hoyos frente a las empalizadas con el fin de que su alcance fuese todavía más difícil, más una serie de torres equipadas con artillería y espaciadas regularmente a lo largo de la fortificación.[157]

La caballería de Vercingetórix a menudo contraatacaba los trabajos romanos para evitar verse completamente encerrados, ataques que eran contestados por la caballería germana que volvió a probar su valía para mantener a los atacantes a raya. Tras dos semanas de trabajo, parte de la caballería gala pudo escapar de la ciudad por una de las secciones no finalizadas. César, previendo la llegada de tropas de refuerzo, mandó construir una segunda línea defensiva exterior protegiendo sus tropas. El nuevo perímetro era de 21 km, incluyendo cuatro campamentos de caballería. Esta serie de fortificaciones les protegería cuando las tropas de liberación galas llegasen: ahora eran sitiadores preparándose para ser sitiados.[158]

Por estos tiempos, las condiciones de vida en Alesia iban empeorando cada vez más. Con los 80.000 soldados y la población local había demasiada gente dentro de la fortaleza para tan escasa comida.[159]

A finales de septiembre las tropas galas, dirigidas por Commio, acudieron en refuerzo de los fortificados en Alesia, y atacaron las murallas exteriores de César. Vercingetórix ordenó un ataque simultáneo desde dentro. Sin embargo, ninguno de estos intentos tuvo éxito y a la puesta del sol la lucha había acabado. Al día siguiente, el ataque galo fue bajo la cobertura de la oscuridad de la noche, y lograron un mayor éxito que el día anterior. César se vio obligado a abandonar algunas secciones de sus líneas fortificadas. Sólo la rápida respuesta de la caballería, dirigida por Marco Antonio y Cayo Trebonio, salvó la situación. La pared interna también fue atacada, pero la presencia de trincheras, los campos plantados de "lirios" y de "ceppos", que los hombres de Vercingetórix tenían que llenar para avanzar, les retrasaron lo suficiente como para evitar la sorpresa. Para entonces, la situación del ejército romano también era difícil.[160]

El día siguiente, el 2 de octubre, Vercasivellauno, un primo de Vercingetórix, lanzó un ataque masivo con 60.000 hombres, enfocado al punto débil de las fortificaciones romanas, que César había tratado de ocultar hasta entonces, pero que había sido descubierto por los galos. El área en cuestión era una zona con obstrucciones naturales en la que no se podía construir una muralla continua. El ataque se produjo combinando las fuerzas del exterior con las de la ciudad: Vercingetórix atacó desde todos los ángulos las fortificaciones interiores. César confió en la disciplina y valor de sus hombres, y ordenó mantener las líneas. Él personalmente recorrió el perímetro animando a sus legionarios.[161]


Reconstrucción actual de las fortificaciones de Alesia.

La caballería de Labieno fue enviada a aguantar la defensa del área en donde se había localizado la brecha de las fortificaciones. César, con la presión incrementándose cada vez más, se vio obligado a contraatacar la ofensiva interna, y logró hacer retroceder a los hombres de Vercingetórix. Sin embargo, para entonces la sección defendida por Labieno se encontraba a punto de ceder. César tomó una medida desesperada, tomando 13 cohortes de caballería (unos 6.000 hombres) para atacar el ejército de reserva enemigo (unos 60.000) por la retaguardia. La acción sorprendió tanto a atacantes como a defensores.[162]

Viendo a su general afrontar tan tremendo riesgo, los hombres de Labieno redoblaron sus esfuerzos. En las filas galas pronto empezó a cundir el pánico, y trataron de retirarse. Sin embargo, como solía ocurrir en la antigüedad, un ejército en retirada desorganizada es una presa fácil para la persecución de los vencedores, y los galos fueron masacrados. César anotó en sus Comentarios que sólo el hecho de que sus hombres estaban completamente exhaustos salvó a los galos de la completa aniquilación.[163]

En Alesia, Vercingetórix fue testigo de la derrota del ejército exterior. Enfrentándose tanto al hambre como a la moral, se vio obligado a rendirse sin una última batalla. Al día siguiente, el líder galo presentó sus armas a Julio César, poniendo fin al asedio de Alesia y a la conquista romana de la Galia.[164]

La Batalla de Farsalia [editar]
Artículo principal: Batalla de Farsalia

Después de haber sido derrotados en la Batalla de Dyrrachium, los cesarianos se enfrentaron definitivamente en batalla campal a Pompeyo y sus aliados en las cercanías de Farsalia.

César tenía con él a las legiones VII, VIII, IX, X, XI, XII y XIII muy reducidas en cuanto a fuerza, pues probablemente no estaban compuestas por más de 2750 legionarios cada una de ellas, y, además las legiones VIII y IX, que habían sostenido el frente de batalla en Dyrrachium y habían quedado seriamente mermadas, a las que se les dio la orden de que actuaran como una sola y se protegieran una a la otra; además, contaba con un pequeño contingente de caballería. En el otro lado, Pompeyo dirigía una fuerza de once legiones, posiblemente de 4.000 hombres cada una, y una caballería de 7.000 jinetes, junto con un fuerte destacamento de arqueros y honderos.[165]


Hondero balear.

Ambos generales formaron sus ejércitos en triplex acies, uno frente a otro, y la caballería apostada en las respectivas alas izquierdas, pues los flancos derechos de las formaciones se apoyaban en el río Enipeus, que protegía de esa manera el ala derecha. César colocó a las legiones IX y VIII en el flanco derecho, apoyadas en el río, y después fue colocando sucesivamente a la XI, XII, XIII, VI, VII y X. Pero tras la línea de caballería, ocultos tras una pequeña elevación del terreno, detrajo y colocó una cuarta fila, compuesta de seis cohortes, en sentido oblicuo a la caballería y que recibió órdenes estrictas de no moverse bajo circunstancia alguna hasta que le fuera señalado por un vexillum.[166]

Pompeyo había formado en una sistema más clásico, con todas sus legiones por igual y la caballería apoyada por una densa formación de arqueros y honderos, colocada tras ella; sin embargo, los había dispuesto en una formación más estática, con la idea táctica de que ofrecieran un muro de contención a la infantería cesariana, pues Pompeyo había depositado sus esperanzas en la superioridad de la caballería.


Caballería legionaria.

La batalla, si creemos a César, se abrió con la carga suicida de un centurión primípalo, esto es, el centurión que mandaba la primera centuria de la primera cohorte, un puesto de gran prestigio. Dicho centurión, de nombre Crastino, arrastró a 120 voluntarios con él a cargar contra la líneas de Pompeyo, en las que, lógicamente, fueron arrasados.[167]

Al ocurrir esto, las líneas primera y segunda de la formación cesariana cargaron, pero a mitad de camino pararon para coger aire al ver que las legiones de Pompeyo no contracargaban (quizá porque Pompeyo tenía la esperanza de que se cansaran previamente). Los cesarianos recompusieron sus líneas y en ése momento, Pompeyo dio orden a su caballería de cargar.

La caballería pompeyana salió al galope, dividida en sus turma individuales, seguida por los arqueros, con el fin de flanquear el ala izquierda de la formación de César, para atacar así desde la retaguardia y formar un martillo (caballería) y un yunque (infantería) para machacar a los cesarianos. La carga tuvo éxito con la caballería cesariana, que salió en desbandada.

Pero en ese momento, César ordenó a su línea escondida de seis cohortes que atacara. La caballería pompeyana se encontró con que, en vez de tomar por sorpresa por la retaguardia a las legiones cesarianas y desbaratarlas, una nueva línea de batalla se dirigía hacia ellos con ferocidad.

Las turmas que lideraban la carga entraron en pánico y huyeron, pero probablemente se toparon en su huida con los escuadrones que les seguían y que no sospechaban nada, sembrando así la consiguiente confusión. Los legionarios de César no arrojaron sus pila, sino que los usaron, por orden de su general, más como picas, enfrentándolos a la cara de los jinetes y sus caballos, aumentando de ésta manera el pánico y la confusión; así, una fuerza de apenas 1.650 legionarios puso en fuga a la caballería pompeyana y pudo dedicarse a destrozar a los ligeramente armados arqueros y honderos.[168]

A continuación, se lanzaron al ataque del ahora desprotegido flanco izquierdo de los pompeyanos, apoyados en ése momento por una ataque furioso de la tercera línea de las legiones cesarianas, que, sustituyendo a las cansadas primera y segunda líneas, presionaron el frente de batalla.

Atacadas por tropas de refresco en el centro, flanqueadas por la izquierda y por la retaguardia, las tropas pompeyanas primero vacilaron y luego emprendieron una huida en toda regla, dejando en el campo a 15.000 muertos, frente a los 200 de los cesarianos.[169] [170]

La genialidad de César fue prever que Pompeyo iba a usar su caballería para atacar, que la suya propia no tenía la fuerza para resistirla, y arbitrar un método completamente novedoso con la línea de 6 cohortes, tendiendo una celada a su enemigo, en la que cayó, y que le sirvió para ganar la batalla y destrozar a las principales fuerzas de los pompeyanos.

La Batalla de Ruspina [editar]
Artículo principal: Batalla de Ruspina

Tras Farsalia, una buena cantidad de tropas pompeyanas y de señaladas figuras de la facción, como Catón el Joven, Quinto Cecilio Metelo Pío Escipión Nasica Corneliano y el antiguo legado principal de César en las Galias, Tito Labieno, se replegaron a la provincia de África , para reorganizarse y plantar cara de nuevo al dictador; corría el año 46 a. C.

Éste les persiguió, y después de desembarcar, fijó sus reales en Ruspina, cerca de la actual Al Munastir. Tras una serie de peripecias, salió en busca de trigo con una fuerza de 30 cohortes armadas «a la ligera»,[171] o sea, unos 13.000 hombres más o menos, dos mil jinetes y ciento cincuenta arqueros.[171]

Súbitamente, a unos cinco kilómetros del campamento, los exploradores de César le avisaron de que se aproximaba una gran fuerza de infantería hacia ellos: eran tropas pompeyanas al mando de Labieno. Consciente de su inferioridad, César ordena a su exigua caballería y a los pocos arqueros que tenía que salieran del campamento y le siguieran a corta distancia.

Mientras César estaba colocando a sus hombres, que dada la exigüidad de esta fuerza "expedicionaria", iban formados en simplex acies con la caballería en alas,[172] Labieno desplegó sus fuerzas, que resultaron estar constituidas en su inmensa mayoría por caballería y no por infantería. Fue una hábil celada tendida por el comandante pompeyano, que había juntado al máximo sus líneas, intercalando una numerosa tropa de infantería ligera númida entre los jinetes para dar ese efecto desde la distancia.[173]


Jinete númida.

Mientras los pompeyanos avanzaron en una línea simple de extrema longitud, César había desplegado sus tropas a fines de no verse flanqueado por las de su enemigo. Pero esto fue precisamente lo que ocurrió: mientras las pocas tropas de caballería luchaban en vano par no ser superadas, el centro de la formación de César se vio golpeado por la masa de la caballería pompeyana y la infantería ligera númida, que atacaban y se retiraban sucesivamente.

La infantería cesariana respondió como pudo, pero empezó a disgregarse. Al verlo, César ordenó que ningún soldado se alejara más de cuatro pasos de su unidad.[174] Pero la superioridad numérica del enemigo, la escasa caballería cesariana, los heridos y caballos perdidos, hicieron que la formación de César empezara a colapsarse. En ése momento, César ordenó a sus tropas que adoptaran una formación defensiva, denominada orbis (literalmente: orbe), básicamente una formación en círculo que tenía como misión la de no ofrecer el flanco al enemigo.

Pero se encontró rodeado por todos lados por las tropas, mucho más numerosas y móviles, de Labieno -en un lejano eco de la desastrosa Batalla de Cannas -, y algunos de sus más recientes reclutas comenzaron a fallar; ante ello César tomó una decisión: ordenó extender la línea de batalla en orden cerrado tan lejos como fuera posible. Esta maniobra fue siempre altamente desaconsejada por los tácticos romanos porque llevaba excesivo tiempo llevarla a cabo;[175] sin embargo, esta vez las fuerzas de César lo hicieron rápidamente y una vez que se hallaron desplegadas en una sola línea, César dio otra orden: que cada cohorte par diera un paso atrás y se enfrentaran de cara a su enemigo, con lo que consiguió transformar la simplex acies en una duplex acies.[176] [177]

En ese momento, la caballería cesariana apareció para romper definitivamente el círculo, forzando a los pompeyanos a formar dos líneas de batalla separadas por las tropas cesarianas. Entonces, los sorprendidos pompeyanos se vieron sometidos a una lluvia de pila por parte ambos lados de la formación contraria, lo que provocó que vacilaran y se echaran atrás una distancia, no lo suficientemente grande como para disgregarse, pero sí para que César ordenara la vuelta al campamento en orden de batalla.


Una tropa de infantería romana formando en testudo.

Mientras volvían a sus reales, los pompeyanos se vieron reforzados por la inesperada llegada de una fuerza de 1.600 jinetes y un gran número de infantes, al mando de Marco Petreyo y Gneo Pisón, que hizo que atacaran de nuevo con renovadas fuerzas, rodeando otra vez a los cesarianos, pero ahora desde más lejos a fines de que César no volviera a repetir la maniobra, y lanzando sobre sus tropas una lluvia de armas arrojadizas. Las tropas de César se pararon y, ante la avalancha, quizá formaron un «testudo» (=tortuga), una formación en la que los legionarios se cubrían con los escudos.[178]

A medida que las tropas pompeyanas se iban quedando sin jabalinas y que su energía combativa disminuía frente a la cerrada formación de César, éste se dio cuenta de que llegaba el momento de romperla y atacar súbitamente, por lo que cursó órdenes de que a una señal suya, se levantara el muro de escudos para dejar pasar a unas cohortes selectas, que adoptando la formación en cuña golpearon a las tropas pompeyanas.[179] Del relato de la Guerra de África no queda claro si éste ataque se produjo en varios puntos determinados o fue un ataque masivo sobre un sólo punto, pero lo cierto es que tuvo el efecto deseado y las tropas pompeyanas se abrieron, dejando expedito el paso a César y a sus hombres que se retiraron en formación hacia su campamento, donde se fortificaron.

Lo verdaderamente genial de ésta batalla no es la derrota en sí de César, sino cómo mediante una serie de decisiones tácticas y variadas formaciones de batalla, logró que lo que podría haber sido una masacre se convirtiera en una retirada organizada, en la que conservó el mayor número posible de efectivos.[180]

La Batalla de Tapso [editar]
Artículo principal: Batalla de Tapso


Elefantes de guerra cargando.

Tras la Batalla de Farsalia, las tropas pompeyanas se habían refugiado en la provincia de África, donde al mando de destacados miembros de la facción conservadora, como Catón el Joven y Quinto Cecilio Metelo Escipión, habían logrado reorganizarse y estaban dispuestos a continuar la lucha. Los conservadores reunieron sus fuerzas a una velocidad impresionante. Su ejército incluía 40.000 hombres (unas 10 legiones), una poderosa caballería dirigida por el que fue anteriormente la mano derecha de César en la Galia, Tito Labieno, y fuerzas aliadas de reyes locales, entre ellos el númida Juba I y 60 elefantes de guerra. César tenía consigo al menos 5 legiones, aunque no podemos saber cómo estaban de completas, y una estimable fuerza de caballería.

Tras el incidente de Ruspina, siguieron una serie de encuentros no decisivos entre las tropas de ambas facciones, pequeñas batallas para medir sus fuerzas, y durante ese tiempo dos legiones de los conservadores desertaron para unirse a César. Mientras tanto, César esperaba refuerzos de Sicilia.[181]

A comienzos de febrero, César llegó a Tapso y puso cerco a la ciudad, bloqueando la entrada sur con tres filas de fortificaciones. Los conservadores, bajo el mando de Metelo Escipión, no podían permitirse perder esa posición, por lo que se vieron obligados a entablar batalla.[182]


Disposición de los ejércitos en la Batalla de Tapso, según un grabado antiguo.

Escipión desplegó sus tropas, formando las legiones en el centro en cuadruplex acies, puso la caballería en las alas, delante de las cuales situó la mitad de sus elefantes de guerra (treinta en el ala derecha y treinta en el ala izquierda); por detrás de las filas legionarias, puso en el ala izquierda una formación de tropas ligeras y otra mixta de caballería e infantería ligera, y en el ala derecha una mixta de caballería e infantería ligera.[183] [184]

César formó con las legiones en el centro, en triplex acies,(las X y VII a la derecha y las VIII y IX a la izquierda), situó la caballería en la alas, y frente a los elefantes desplegó a sus arqueros y honderos. Pero dividió la Legio V Alaudae en dos grupos de cinco cohortes cada uno, y los situó detrás de las formaciones de arqueros y honderos.[183] [184]

Aunque la batalla comenzó antes de lo que César hubiera deseado,[182] debido a la impaciencia de sus soldados del ala derecha, tomó rápidamente el mando de la situación y ordenó el ataque. Los arqueros y honderos del ala derecha dispararon sus proyectiles contra los elefantes del ala izquierda de los pompeyanos, que al recibir la lluvia de flechas y piedras, se asustaron y dieron media vuelta, cargando contra sus propias filas. En ése momento, la caballería ligera númida apostada por Escipión en ese ala, cargó hacia el frente al verse desprotegida el muro de elefantes, pero fueron desbandados por la carga de las legiones, y la Legio X tomó posesión del campamento pompeyano, impidiendo así la huída de los enemigos.[185] [184]

Sin un lugar al que volver, con las tropas en desbandada, rendidas o muertas, los líderes pompeyanos abandonaron el campo de batalla a César, con lo que dieron por perdida la guerra.[186]

La genialidad de César en la batalla fue el movimiento táctico de colocar infantería legionaria protegiendo a los arqueros y honderos de los elefantes, y asumir con prontitud el desarrollo de la misma, usando a su favor la precipitación con la que había comenzado.

César como historiador y escritor [editar]
Véase también: De Bello Gallico y De Bello Civili


De Bello Gallico.

La obra escrita que llega hasta nuestros días coloca a César entre los grandes maestros de la lengua latina. Sus trabajos conocidos incluyen:

No se puede asegurar que la autoría del llamado "Corpus Cesariano" o "Tria Bella", esto es la Guerra de Alejandría, la Guerra de África y la Guerra de Hispania, sea de César y entre sus traductores existe un consenso generalizado acerca de que no fueron escritas por él, aunque sí están posiblemente basadas en sus notas.[187]

Tanto la Guerra de las Galias como la Guerra Civil, son indiscutiblemente obra de César y están escritas en un latín de gran perfección sintáctica. Ambas son prueba de la erudición de su autor y fueron usadas, sobre todo, como propaganda ante el Senado y el pueblo de Roma. En ellas hace importantísimas referencias a múltiples aspectos de la vida cotidiana en el ejército romano de la tardorrepública, de su organización, tácticas, técnicas y armamento.[188] [189]

Asimismo, hizo descripciones etnográficas de pueblos celtas y germanos incluyendo temas como la organización social y militar, la religión o la lengua que aún hoy en día son de obligado estudio para los expertos en las diferentes materias.[190]

Igualmente describió lugares geográficos, como la Selva Hercinia,[191] y describe en sus escritos importantes aspectos que permiten comprender mejor la política de la República romana de los últimos años del siglo I a. C. y a figuras como Pompeyo, Cicerón, Catón y otros.[192]

Además se sabe que sentía curiosidad por muchos temas, desde la filosofía griega hasta la astronomía, pasando por temas sagrados o lingüísticos. Por referencias en otros autores clásicos, se sabe que César compuso un tratado de astronomía, otro de lingüística y otro más sobre augurios, pero se han perdido y no se conoce ni siquiera un párrafo de ellos.

También se sabe por Suetonio que compuso un tratado en defensa suya llamado el Anticatón, dos libros sobre la Analogía y, al menos, un poema llamado El Camino; en su juventud escribió las Alabanzas de Hércules, una tragedia con el título de Edipo y una Colección de frases selectas.[193] Parece ser que se conservaban sus oficios al Senado, sus cartas a Cicerón y su correspondencia privada. Sin embargo, Augusto prohibió a su bibliotecario que todos estos documentos fueran copiados o publicados, por lo que acabaron perdiéndose.[194] Se sabe que era un magnífico orador, pues tanto Plutarco como Suetonio lo mencionan, y parece ser que también Cicerón y Cornelio Nepote avalaban ésta opinión.[195] También se conoce que empleaba un latín de gran perfección.[196]

La obra conocida de César no puede tomarse como la de un historiador moderno, pues su intención no era esa. Las obras que se conservan y cuya autoría no es discutida, esto es, los Comentarios sobre las Guerras Galas y Civil, eran un instrumento de propaganda y un informe de progresos para el Senado, no una obra como las de Tácito o Polibio, por lo que todas sus afirmaciones, en especial las políticas, deben ser analizadas desde un ánimo crítico.[197] El hecho de que la mayor parte de la obra literaria de César se haya perdido es un inconveniente que, no por habitual en la mayoría de los autores clásicos deja de ser lamentable y que ha impedido una crítica razonada de César como autor, ya que los historiadores sólo pueden basarse en unos libros que, pese a ser de los más importantes en la Historia Occidental, no dejaban de ser más un instrumento de propaganda que un alarde de erudición.[198]

Aun así, con todas sus limitaciones, en muchas ocasiones, sus escritos son el único testimonio antiguo que se posee sobre muchos aspectos de los pueblos, usos y costumbres de la época.[199]

César en la literatura y el cine [editar]


James Mason como Bruto en la película Julio César de 1953.


Rex Harrison interpretando a Julio César en Cleopatra.

Julio César ha sido con frecuencia representado en obras literarias y cinematográficas. En la literatura, destacan:

En cuanto al cine, el personaje ha aparecido en numerosos filmes, desde la pantalla grande a la televisión, bien como protagonista, bien como actor secundario.

Uno de los más reputados, tanto por la calidad de la cinta como por la de sus actores, es la película del año 1953, Julio César, dirigida por Joseph L. Mankiewicz y cuyos papeles principales los desempeñaban Marlon Brando (como Marco Antonio), Louis Calhern (como César), Deborah Kerr (como Porcia) y James Mason (como Bruto). Con música de Miklós Rózsa, el guión es una adaptación de la obra de teatro de Shakespeare. Fue nominada a cinco Premios Óscar, de los que ganó uno.[202]

Otro de los filmes más premiados y conocidos, en el que César es protagonista, es la cinta Cleopatra. Dirigida por Joseph L. Mankiewicz, con fotografía de Leon Shamroy y música de Alex North, los papeles principales fueron interpretados por Elizabeth Taylor como Cleopatra, Richard Burton como Marco Antonio y Rex Harrison como César. Fue nominada a ocho premios Óscar de los que ganó cuatro.[203]

En el mundo del cómic, sin duda una de las más célebres representaciones de César es el personaje salido de la pluma y el pincel de Goscinny y Uderzo, antagonista (soberbio, orgulloso, pero al final, casi siempre justo) de su célebre personaje Astérix.

Filmografía [editar]

Año
Película
Director
Actor

1908
Julius Caesar
J. Stuart Blackton/William V. Ranous
Charles Kent

1911
Julius Caesar
Frank R. Benson
Guy Rathbone

1917
Cleopatra
J. Gordon Edwards
Fritz Leiber

1934
Cleopatra
Cecil B. DeMille
Warren William

1945
Caesar and Cleopatra
Gabriel Pascal
Claude Rains

1950
Julius Caesar
David Bradley
Harold Tasker

1953
Julius Caesar
Joseph L. Mankiewicz
Louis Calhern

1960
Spartacus
Stanley Kubrick
John Gavin

1963
Cleopatra
Joseph L. Mankiewicz
Rex Harrison

1970
Julius Caesar
Stuart Burge
John Gielgud

1979
Julius Caesar
Michael Langham
Sonny Jim Gaines

1999
Cleopatra
Franc Roddam
Timothy Dalton

2001
Vercingétorix
Jacques Dorfmann
Klaus Maria Brandauer

2002
Julius Caesar
Uli Edel
Jeremy Sisto

2003
Imperium: Augustus
Roger Young
Peter O'Toole

2005
Rome
Varios
Ciarán Hinds

Cronología [editar]

Bibliografía [editar]
Generales [editar]

  • Cowan, Ross (texto) y Hook, Adam (Ilustraciones) (2007). Roman Battle Tactics. 109 BC-AD 313. Osprey Publishing Ltd. ISBN 978-1-84603-184-7.
  • Frontino, Sexto Julio (2005). Los Cuatro Libros de los Exemplos, Consejos e Avisos de la Guerra (Strategematon). Ministerio de Defensa. Centro de Publicaciones.. ISBN 978-84-9781-169-9.
  • Goldsworthy, Adrian (3ª reimpresión, marzo 2007). Grandes Generales del Ejército Romano.. Ed. Ariel S.A.. ISBN 978-84-344-6770-5.
  • Kovaliov, Serguei Ivanovich (1998). Historia de Roma. Traducción del ruso a cargo de Domingo Plácido Madrid: Akal Ediciones. ISBN 978-84-460-2822-2.
  • Roldán, José Manuel (2008). Césares: Julio César, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón.. La Esfera de los Libros S.L.. ISBN 978-84-9734-721-1.
  • Simkins, Michael (texto) y Embleton, Ron (Ilustraciones) (1984). The Roman Army. From Cesar to Trajan. Osprey Publishing Ltd.. ISBN 978-0-85045-528-6.

Sobre Julio César [editar]

  1. (1994) Volumen I: Historia romana I. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-3550-4.
  2. (1985) Volumen II: Historia romana II: Guerras civiles. Libros I-II. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-3551-1.
  3. (1985) Volumen III: Historia romana III: Guerras civiles. Libros III-V. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-3552-8.
  1. Volumen I: Libros I-III. 1992 [1ª edición, 2ª impresión]. ISBN 978-84-249-1492-9.
  2. Volumen II: Libros IV-VIII. 1992 [1ª edición, 2ª impresión]. ISBN 978-84-249-1494-3.
  • Veleyo Patérculo y otros autores (2000). Historia Romana. Madrid: Editorial Gredos. Col. Biblioteca Clásica. ISBN 978-84-249-2284-9.
  • Walter, Gerard. Cesar. Obra completa. La Habana: Editorial Ciencias Sociales. ISBN 956-06-0465-X.
  • Cabrero Piquero, Javier (2004). Julio César. El hombre y su época. Dastin Export S.L.. ISBN 84-96249-60-3.

Obra propia [editar]

  1. Volumen I: Libros I-II-III. 2.ª ed. revisada. 2ª Reimpresión, 1996. ISBN 978-84-249-3547-4.
  2. Volumen II: Libros IV-V-VI. 2ª edición, 1996. ISBN 978-84-249-1020-4.
  3. Volumen III: Libro VII. 2ª edición, 1989. ISBN 978-84-249-1021-1.
  • –. Guerra de las Galias. Obra completa. Traducción a cargo de Valentín García Yebra, 2 volúmenes anotados Latín. Madrid: Editorial Gredos.
  1. Volumen I: Libros I-II-III-IV. 9ª edición revisada, 1999. ISBN 978-84-249-3388-3.
  2. Volumen II: Libros V-VI-VII. 9ª edición, 1997. ISBN 978-84-249-3389-0.
  • –. Guerra de las Galias. Obra completa. Traducción a cargo de José Joaquín Caerols. Madrid: Alianza editorial, Colección Clásicos de Grecia y Roma. ISBN 978-84-206-4092-1.
  • – & Autores del Corpus Cesariano. Guerra Civil; Guerra de Alejandría; Guerra de África; Guerra de Hispania. 2005. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-2781-3.
  • –. Guerra Civil. Obra completa. Traducción a cargo de J. Calonge, 2 volúmenes bilingüe Latín. Madrid: Editorial Gredos.
  1. Volumen I: Libros I-II. 2ª edición, 1994. ISBN 978-84-249-3530-6.
  2. Volumen II: Libro III. 2ª edición, 1989. ISBN 978-84-249-3531-3.
  • –. Guerra Civil. Traducción a cargo de J. Calonge, un volumen anotado Latín, 6ª edición revisada, 1995. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-3393-7.

Ficción [editar]

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Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber. El placer que nos causa las percepciones de nuestros sentidos es una prueba de esta verdad. Nos agradan por sí mismas, independientemente de su utilidad, sobre todo las de la vista. En efecto, no sólo cuando tenemos intención de obrar, sino hasta cuando ningún objeto práctico nos proponemos, preferimos, por decirlo así, el conocimiento visible a todos los demás conocimientos que nos dan los demás sentidos. Y la razón es que la vista, mejor que los otros sentidos, nos da a conocer los objetos, y nos descubre entre ellos gran número de diferencias.

Los animales reciben de la naturaleza la facultad de conocer por los sentidos. Pero este conocimiento en unos no produce la memoria; al paso que en otros la produce. Y así los primeros son simplemente inteligentes; y los otros son más capaces de aprender que los que no tienen la facultad de acordarse. La inteligencia, sin la capacidad de aprender, es patrimonio de los que no tienen la facultad de percibir los sonidos, por ejemplo, la abeja y los demás animales que puedan hallarse en el mismo caso. La capacidad de aprender se encuentra en todos aquellos que reúnen a la memoria el sentido del oído. Mientras que los demás animales viven reducidos a las impresiones sensibles o a los recuerdos, y apenas se elevan a la experiencia, el género humano tiene, para conducirse, el arte y el razonamiento.

En los hombres la experiencia proviene de la memoria. En efecto, muchos recuerdos de una misma cosa constituyen una experiencia. Pero la experiencia, al parecer, se asimila casi a la ciencia y al arte. Por la experiencia progresan la ciencia y el arte en el hombre. La experiencia, dice Polus, y con razón, ha creado el arte, la inexperiencia marcha a la ventura. El arte comienza, cuando de un gran número de nociones suministradas por la experiencia, se forma una sola concepción general que se aplica a todos los casos semejantes. Saber que tal remedio ha curado a Calias atacado de tal enfermedad, que ha producido el mismo efecto en Sócrates y en muchos otros tomados individualmente, constituye la experiencia; pero saber que tal remedio ha curado toda clase de enfermos atacados de cierta enfermedad, los flemáticos, por ejemplo, los biliosos o los calenturientos, es arte. En la práctica la experiencia no parece diferir del arte, y se observa que hasta los mismos que sólo tienen experiencia consiguen mejor su objeto que los que poseen la teoría sin la experiencia. Esto consiste en que la experiencia es el conocimiento de las cosas particulares, y el arte, por lo contrario, el de lo general. Ahora bien, todos los actos, todos los hechos se dan en lo particular. Porque no es al hombre al que cura el médico, sino accidentalmente, y sí a Calias o Sócrates o a cualquier otro individuo que resulte pertenecer al género humano. Luego si alguno posee la teoría sin la experiencia, y conociendo lo general ignora lo particular en el contenido, errará muchas veces en el tratamiento de la enfermedad. En efecto, lo que se trata de curar es al individuo. Sin embargo, el conocimiento y la inteligencia, según la opinión común, son más bien patrimonio del arte que de la experiencia, y los hombres de arte pasan por ser más sabios que los hombres de experiencia, porque la sabiduría está en todos los hombres en razón de su saber. El motivo de esto es que los unos conocen la causa y los otros la ignoran.

En efecto, los hombres de experiencia saben bien que tal cosa existe, pero no saben porqué existe; los hombres de arte, por lo contrario, conocen el porqué y la causa. Y así afirmamos verdaderamente que los directores de obras, cualquiera que sea el trabajo de que se trate, tienen más derecho a nuestro respeto que los simples operarios; tienen más conocimiento y son más sabios, porque saben las causas de lo que se hace; mientras que los operarios se parecen a esos seres inanimados que obran, pero sin conciencia de su acción, como el fuego, por ejemplo, que quema sin saberlo. En los seres inanimados una naturaleza particular es la que produce cada una de estas acciones; en los operarios es el hábito. La superioridad de los jefes sobre los operarios no se debe a su habilidad práctica, sino al hecho de poseer la teoría y conocer las causas. Añádase a esto que el carácter principal de la ciencia consiste en poder ser transmitida por la enseñanza. Y así, según la opinión común, el arte, más que la experiencia, es ciencia; porque los hombres de arte pueden enseñar, y los hombres de experiencia no. Por otra parte, ninguna de las acciones sensibles constituye a nuestros ojos el verdadero saber, bien que sean el fundamento del conocimiento de las cosas particulares; pero no nos dicen el porqué de nada; por ejemplo, no nos hacen ver por qué el fuego es caliente, sino sólo que es caliente.

No sin razón el primero que inventó un arte cualquiera, por encima de las nociones vulgares de los sentidos, fue admirado por los hombres, no sólo a causa de la utilidad de sus descubrimientos, sino a causa de su ciencia, y porque era superior a los demás. Las artes se multiplicaron, aplicándose las unas a las necesidades, las otras a los placeres de la vida, pero siempre los inventores de que se trata fueron mirados como superiores a los de todas las demás, porque su ciencia no tenía la utilidad por fin. Todas las artes de que hablamos estaban inventadas cuando se descubrieron estas ciencias que no se aplican ni a los placeres ni a las necesidades de la vida. Nacieron primero en aquellos puntos donde los hombres gozaban de reposo. Las matemáticas fueron inventadas en Egipto, porque en este país se dejaba un gran solaz a la casta de los sacerdotes.

Hemos asentado en la Moral la diferencia que hay entre el arte, la ciencia y los demás conocimientos. Todo lo que sobre este punto nos proponemos decir ahora, es que la ciencia que se llama Filosofía es, según la idea que generalmente se tiene de ella, el estudio de las primeras causas y de los principios.

Por consiguiente, como acabamos de decir, el hombre de experiencia parece ser más sabio que el que sólo tiene conocimientos sensibles, cualesquiera que ellos sean: el hombre de arte lo es más que el hombre de experiencia; el operario es sobrepujado por el director del trabajo, y la especulación es superior a la práctica. Es, por tanto, evidente que la Filosofía es una ciencia que se ocupa de ciertas causas y de ciertos principios.

 

[editar] Parte II

Puesto que esta ciencia es el objeto de nuestras indagaciones, examinemos de qué causas y de qué principios se ocupa la filosofía como ciencia; cuestión que se aclarará mucho mejor si se examinan las diversas ideas que nos formamos del filósofo. Por de pronto, concebimos al filósofo principalmente como conocedor del conjunto de las cosas, en cuanto es posible, pero sin tener la ciencia de cada una de ellas en particular. En seguida, el que puede llegar al conocimiento de las cosas arduas, aquellas a las que no se llega sino venciendo graves dificultades, ¿no le llamaremos filósofo? En efecto, conocer por los sentidos es una facultad común a todos, y un conocimiento que se adquiere sin esfuerzos no tiene nada de filosófico. Por último, el que tiene las nociones más rigurosas de las causas, y que mejor enseña estas nociones, es más filósofo que todos los demás en todas las ciencias; aquella que se busca por sí misma, sólo por el ansia de saber, es más filosófica que la que se estudia por sus resultados; así como la que domina a las demás es más filosófica que la que está subordinada a cualquiera otra. No, el filósofo no debe recibir leyes, y sí darlas; ni es preciso que obedezca a otro, sino que debe obedecerle el que sea menos filósofo.

Tales son, en suma, los modos que tenemos de concebir la filosofía y los filósofos. Ahora bien; el filósofo, que posee perfectamente la ciencia de lo general, tiene por necesidad la ciencia de todas las cosas, porque un hombre de tales circunstancias sabe en cierta manera todo lo que se encuentra comprendido bajo lo general. Pero puede decirse también que es muy difícil al hombre llegar a los conocimientos más generales; como que las cosas que son objeto de ellos están mucho más lejos del alcance de los sentidos.

Entre todas las ciencias, son las más rigurosas las que son más ciencias de principios; las que recaen sobre un pequeño número de principios son más rigurosas que aquellas cuyo objeto es múltiple; la aritmética, por ejemplo, es más rigurosa que la geometría. La ciencia que estudia las causas es la que puede enseñar mejor, porque los que explican las causas de cada cosa son los que verdaderamente enseñan. Por último, conocer y saber con el solo objeto de saber y conocer, tal es por excelencia el carácter de la ciencia de lo más científico que existe. El que quiera estudiar una ciencia por sí misma, escogerá entre todas la que sea más ciencia, puesto que esta ciencia es la ciencia de lo que hay de más científico. Lo más científico que existe lo constituyen los principios y las causas. Por su medio conocemos las demás cosas, y no conocemos aquéllos por las demás cosas. Porque la ciencia soberana, la ciencia superior a toda ciencia subordinada, es aquella que conoce el porqué debe hacerse cada cosa. Y este porqué es el bien de cada ser, que tomado en general, es lo mejor en todo el conjunto de los seres.

De todo lo que acabamos de decir sobre la ciencia misma, resulta la definición de la filosofía que buscamos. Es imprescindible que sea la ciencia teórica de los primeros principios y de las primeras causas, porque una de las causas es el bien, la razón final. Y que no es una ciencia práctica lo prueba el ejemplo de los primeros que han filosofado. Lo que en un principio movió a los hombres a hacer las primeras indagaciones filosóficas fue, como lo es hoy, la admiración. Entre los objetos que admiraban y de que no podían darse razón, se aplicaron primero a los que estaban a su alcance; después, avanzando paso a paso, quisieron explicar los más grandes fenómenos; por ejemplo, las diversas fases de la Luna, el curso del Sol y de los astros y, por último, la formación del Universo. Ir en busca de una explicación y admirarse, es reconocer que se ignora. Y así, puede decirse que el amigo de la ciencia lo es en cierta manera de los mitos, porque el asunto de los mitos es lo maravilloso. Por consiguiente, si los primeros filósofos filosofaron para librarse de la ignorancia, es evidente que se consagraron a la ciencia para saber, y no por miras de utilidad. El hecho mismo lo prueba, puesto que casi todas las artes que tienen relación con las necesidades, con el bienestar y con los placeres de la vida, eran ya conocidas cuando se comenzaron las indagaciones y las explicaciones de este género. Es, por tanto, evidente que ningún interés extraño nos mueve a hacer el estudio de la filosofía.

Así como llamamos hombre libre al que se pertenece a sí mismo y no tiene dueño, en igual forma esta ciencia es la única entre todas las ciencias que puede llevar el nombre de libre. Sólo ella efectivamente depende de sí misma. Y así con razón debe mirarse como cosa sobrehumana la posesión de esta ciencia. Porque la naturaleza del hombre es esclava en tantos respectos, que sólo Dios, hablando como Simónides, debería disfrutar de este precioso privilegio. Sin embargo, es indigno del hombre no ir en busca de una ciencia a que puede aspirar. Si los poetas tienen razón diciendo que la divinidad es capaz de envidia, con ocasión de la filosofía podría aparecer principalmente esta envidia, y todos los que se elevan por el pensamiento deberían ser desgraciados. Pero no es posible que la divinidad sea envidiosa, y los poetas, como dice el proverbio, mienten muchas veces.

Por último, no hay ciencia más digna de estimación que ésta, porque debe estimarse más la más divina, y ésta lo es en un doble concepto. En efecto, una ciencia que es principalmente patrimonio de Dios, y que trata de las cosas divinas, es divina entre todas las ciencias. Pues bien, sólo la filosofía tiene este doble carácter. Dios pasa por ser la causa y el principio de todas las cosas, y Dios sólo, o principalmente al menos, puede poseer una ciencia semejante. Todas las demás ciencias tienen, es cierto, más relación con nuestras necesidades que la filosofía, pero ninguna la supera.

El fin que nos proponemos en nuestra empresa debe ser una admiración contraria, si puedo decirlo así, a la que provocan las primeras indagaciones en toda ciencia. En efecto, las ciencias, como ya hemos observado, tienen siempre su origen en la admiración o asombro que inspira el estado de las cosas; como, por ejemplo, por lo que hace a las maravillas que de suyo se presentan a nuestros ojos, el asombro que inspiran las revoluciones del Sol o lo inconmensurable de la relación del diámetro con la circunferencia a los que no han examinado aún la causa. Es cosa que sorprende a todos que una cantidad no pueda ser medida ni aun por una medida pequeñísima. Pues bien, nosotros necesitamos participar de una admiración contraria: lo mejor está al fin, como dice el proverbio. A este mejor, en los objetos de que se trata, se llega por el conocimiento, porque nada causaría más asombro a un geómetra que el ver que la relación del diámetro con la circunferencia se hacía conmensurable.

Ya hemos dicho cuál es la naturaleza de la ciencia que investigamos, el fin de nuestro estudio y de este tratado.

 

[editar] Parte III

Evidentemente es preciso adquirir la ciencia de las causas primeras, puesto que decimos que se sabe, cuando creemos que se conoce la causa primera. Se distinguen cuatro causas. La primera es la esencia, la forma propia de cada cosa, porque lo que hace que una cosa sea, está toda entera en la noción de aquello que ella es; la razón de ser primera es, por tanto, una causa y un principio. La segunda es la materia, el sujeto; la tercera el principio del movimiento; la cuarta, que corresponde a la precedente, es la causa final de las otras, el bien, porque el bien es el fin de toda producción.

Estos principios han sido suficientemente explicados en la Física. Recordemos, sin embargo, aquí las opiniones de aquellos que antes que nosotros se han dedicado al estudio del ser y han filosofado sobre la verdad; y que, por otra parte, han discurrido también sobre ciertos principios y ciertas causas. Esta revista será un preliminar útil a la indagación que nos ocupa. En efecto, o descubriremos alguna otra especie de causas, o tendremos mayor confianza en las causas que acabamos de enumerar.

La mayor parte de los primeros que filosofaron, no consideraron los principios de todas las cosas, sino desde el punto de vista de la materia. Aquello de donde salen todos los seres, de donde proviene todo lo que se produce, y adonde va a parar toda destrucción, persistiendo la sustancia misma bajo sus diversas modificaciones, he aquí el principio de los seres. Y así creen, que nada nace ni perece verdaderamente, puesto que esta naturaleza primera subsiste siempre; a la manera que no decimos que Sócrates nace realmente, cuando se hace hermoso o músico, ni que perece, cuando pierde estos modos de ser, puesto que el sujeto de las modificaciones, Sócrates mismo, persiste en su existencia, sin que podamos servirnos de estas expresiones respecto a ninguno de los demás seres. Porque es indispensable que haya una naturaleza primera, sea única, sea múltiple, la cual subsistiendo siempre, produzca todas las demás cosas. Por lo que hace al número y al carácter propio de los elementos, estos filósofos no están de acuerdo.

Tales, fundador de esta filosofía, considera el agua como primer principio. Por esto llega hasta pretender que la tierra descansa en el agua; y se vio probablemente conducido a esta idea, porque observaba que la humedad alimenta todas las cosas, que lo caliente mismo procede de ella, y que todo animal vive de la humedad; y aquello de donde viene todo, es claro, que es el principio de todas las cosas. Otra observación le condujo también a esta opinión. Las semillas de todas las cosas son húmedas por naturaleza y el agua es el principio de las cosas húmedas.

Algunos creen que los hombres de los más remotos tiempos y con ellos los primeros teólogos muy anteriores a nuestra época, se figuraron la naturaleza de la misma manera que Tales. Han presentado como autores del Universo al Océano y a Tetis, y los dioses, según ellos, juran por el agua, por ese agua que los poetas llaman Estigia. Porque lo más seguro que existe es igualmente lo que hay de más sagrado; y lo más sagrado que hay es el juramento. ¿Hay en esta antigua opinión una explicación de la naturaleza? No es cosa que se vea claramente. Tal fue, por lo que se dice, la doctrina de Tales sobre la primera causa.

No es posible colocar a Hipón entre los primeros filósofos, a causa de lo vago de su pensamiento. Anaxímenes y Diógenes dijeron que el aire es anterior al agua, y que es el primer principio de los cuerpos simples. Hipaso de Metaponte y Heráclito de Éfeso reconocen como primer principio el fuego. Empédocles admite cuatro elementos, añadiendo la tierra a los tres que quedan nombrados. Estos elementos subsisten siempre, y no se hacen o devienen; sólo que siendo, ya más, ya menos, se mezclan y se desunen, se agregan y se separan.

Anaxágoras de Clazómenas, mayor que Empédocles, no logró exponer un sistema tan recomendable. Pretende que el número de los principios es infinito. Casi todas las cosas formadas de partes semejantes, no están sujetas, como se ve en el agua y el fuego, a otra producción ni a otra destrucción que la agregación o la separación; en otros términos, no nacen ni perecen, sino que subsisten eternamente.

Por lo que precede se ve que todos estos filósofos han tomado por punto de partida la materia, considerándola como causa única.

Una vez en este punto, se vieron precisados a caminar adelante y a entrar en nuevas indagaciones. Es indudable que toda destrucción y toda producción proceden de algún principio, ya sea único o múltiple. Pero ¿de dónde proceden estos efectos y cuál es la causa? Porque, en verdad, el sujeto mismo no puede ser autor de sus propios cambios. Ni la madera ni el bronce, por ejemplo, son la causa que les hace mudar de estado al uno y al otro; no es la madera la que hace la cama, ni el bronce el que hace la estatua. Buscar esta otra cosa es buscar otro principio, el principio del movimiento, como nosotros le llamamos.

Desde los comienzos, los filósofos partidarios de la unidad de la sustancia, que tocaron esta cuestión, no se tomaron gran trabajo en resolverla. Sin embargo, algunos de los que admitían la unidad, intentaron hacerlo, pero sucumbieron, por decirlo así, bajo el peso de esta indagación. Pretenden que la unidad es inmóvil, y que no sólo nada nace ni muere en toda la naturaleza (opinión antigua y a la que todos se afiliaron), sino también que en la naturaleza es imposible otro cambio. Este último punto es peculiar de estos filósofos. Ninguno de los que admiten la unidad del todo ha llegado a la concepción de la causa de que hablamos, excepto, quizá, Parménides, en cuanto no se contenta con la unidad, sino que, independientemente de ella, reconoce en cierta manera dos causas.

En cuanto a los que admiten muchos elementos, como lo caliente y lo frío, o el fuego y la tierra, están más a punto de descubrir la causa en cuestión. Porque atribuyen al fuego el poder motriz, y al agua, a la tierra y a los otros elementos la propiedad contraria. No bastando estos principios para producir el Universo, los sucesores de los filósofos que los habían adoptado, estrechados de nuevo, como hemos dicho, por la verdad misma, recurrieron al segundo principio. En efecto, que el orden y la belleza que existen en las cosas o que se producen en ellas, tengan por causa la tierra o cualquier otro elemento de esta clase, no es en modo alguno probable: ni tampoco es creíble que los filósofos antiguos hayan abrigado esta opinión. Por otra parte, atribuir al azar o a la fortuna estos admirables efectos era muy poco racional. Y así, cuando hubo un hombre que proclamó que en la naturaleza, al modo que sucedía con los animales, había una inteligencia, causa del concierto y del orden universal, pareció que este hombre era el único que estaba en el pleno uso de su razón, en desquite de las divagaciones de sus predecesores.

Sabemos, sin que ofrezca duda, que Anaxágoras se consagró al examen de este punto de vista de la ciencia. Puede decirse, sin embargo, que Hermotimo de Clazómenas lo indicó el primero. Estos dos filósofos alcanzaron, pues, la concepción de la Inteligencia, y establecieron que la causa del orden es a un mismo tiempo el principio de los seres y la causa que les imprime el movimiento.

 

[editar] Parte IV

Debería creerse que Hesíodo entrevió mucho antes algo análogo, y con Hesíodo todos los que han admitido como principio en los seres el Amor o el deseo; por ejemplo, Parménides. Éste dice, en su explicación de la formación del Universo:

Él creó el Amor, el más antiguo de todos los dioses

Hesíodo, por su parte, se expresa de esta manera:

Mucho antes de todas las cosas existió el Caos, después
la Tierra espaciosa.
Y el Amor, que es el más hermoso de todos los Inmortales,

con lo que parece que reconocen que es imprescindible que los seres tengan una causa capaz de imprimir el movimiento y de dar enlace a las cosas. Deberíamos examinar aquí a quién pertenece la prioridad de este descubrimiento, pero rogamos se nos permita decidir esta cuestión más tarde.

Como se vio que al lado del bien aparecía lo contrario del bien en la naturaleza; que al lado del orden y de la belleza se encontraban el desorden y la fealdad; que el mal parecía sobrepujar al bien, y lo feo a lo bello, otro filósofo introdujo la Amistad y la Discordia como causas opuestas de estos efectos contrarios. Porque si se sacan todas las consecuencias que se derivan de las opiniones de Empédocles, y nos atenemos al fondo de su pensamiento y no a la manera con que él lo balbucea, se verá que hace de la Amistad el principio del bien, y de la Discordia el principio del mal. De suerte, que si se dijese que Empédocles ha proclamado, y proclamado el primero, el bien y el mal como principios, quizá no se incurriría en equivocación, puesto que, según su sistema, el bien en sí es la causa de todos los bienes, y el mal la de todos los males.

Hasta aquí, en nuestra opinión, los filósofos han reconocido dos de las causas que hemos fijado en la Física: la materia y la causa del movimiento. Es cierto que lo han hecho de una manera oscura e indistinta, como se conducen los soldados bisoños en un combate. Éstos se lanzan sobre el enemigo y descargan muchas veces sendos golpes, pero la ciencia no entra para nada en su conducta. En igual forma estos filósofos no saben en verdad lo que dicen. Porque no se les ve nunca, o casi nunca, hacer uso de sus principios. Anaxágoras se sirve de la Inteligencia como de una máquina, para la formación del mundo; y cuando se ve embarazado para explicar por qué causa es necesario esto o aquello, entonces presenta la inteligencia en escena; pero en todos los demás casos a otra causa más bien que a la inteligencia es a la que atribuye la producción de los fenómenos. Empédocles se sirve de las causas más que Anaxágoras, es cierto, pero de una manera también insuficiente, y al servirse de ellas no sabe ponerse de acuerdo consigo mismo.

Muchas veces en el sistema de este filósofo, la amistad es la que separa, y la discordia la que reúne. En efecto, cuando el todo se divide en sus elementos por la discordia, entonces las partículas del fuego se reúnen en un todo, así como las de cada uno de los otros elementos. Y cuando la amistad lo reduce todo a la unidad, mediante su poder, entonces, por lo contrario, las partículas de cada uno de los elementos se ven forzadas a separarse. Empédocles, según se ve, se distinguió de sus predecesores por la manera de servirse de la causa de que nos ocupamos; fue el primero que la dividió en dos. No hizo un principio único del principio de movimiento, sino dos principios diferentes, y opuestos entre sí. Y luego, desde el punto de vista de la materia, es el primero que reconoció cuatro elementos. Sin embargo, no se sirvió de ellos como si fueran cuatro elementos, sino como si fuesen dos, el fuego de una parte por sí solo, y de otra los tres elementos opuestos: la tierra, el aire y el agua, considerados como una sola naturaleza. Ésta es por lo menos la idea que se puede formar después de leer su poema. Tales son, a nuestro juicio, los caracteres, y tal es el número de los principios de que Empédocles nos ha hablado.

Leucipo y su amigo Demócrito admiten por elementos lo lleno y lo vacío o, usando de sus mismas palabras, el ser y el no ser. Lo lleno, lo sólido, es el ser; lo vacío y lo raro es el no ser. Por esta razón, según ellos, el no ser existe lo mismo que el ser. En efecto, lo vacío existe lo mismo que el cuerpo; y desde el punto de vista de la materia éstas son las causas de los seres. Y así como los que admiten la unidad de la sustancia hacen producir todo lo demás mediante las modificaciones de esta sustancia, dando lo raro y lo denso por principios de estas modificaciones, en igual forma estos dos filósofos pretenden que las diferencias son las causas de todas las cosas. Estas diferencias son en su sistema tres: la forma, el orden, la posición. Las diferencias del ser sólo proceden según su lenguaje, de la configuración, de la coordinación, y de la situación. La configuración es la forma, y la coordinación es el orden, y la situación es la posición. Y así A difiere de N por la forma; A N de N A por el orden; y Z de N por la posición. En cuanto al movimiento, a averiguar de dónde procede y cómo existe en los seres, han despreciado esta cuestión, y la han omitido como han hecho los demás filósofos.

Tal es, a nuestro juicio, el punto a que parecen haber llegado las indagaciones de nuestros predecesores sobre las dos causas en cuestión.

 

[editar] Parte V

En tiempo de estos filósofos y antes que ellos, los llamados pitagóricos se dedicaron por de pronto a las matemáticas, e hicieron progresar esta ciencia. Embebidos en este estudio, creyeron que los principios de las matemáticas eran los principios de todos los seres. Los números son por su naturaleza anteriores a las cosas, y los pitagóricos creían percibir en los números más bien que en el fuego, la tierra y el agua, una multitud de analogías con lo que existe y lo que se produce. Tal combinación de números, por ejemplo, les parecía ser la justicia, tal otra el alma y la inteligencia, tal otra la oportunidad; y así, poco más o menos, hacían con todo lo demás; por último, veían en los números las combinaciones de la música y sus acordes. Pareciéndoles que estaban formadas todas las cosas a semejanza de los números, y siendo por otra parte los números anteriores a todas las cosas, creyeron que los elementos de los números son los elementos de todos los seres, y que el cielo en su conjunto es una armonía y un número. Todas las concordancias que podían descubrir en los números y en la música, junto con los fenómenos del cielo y sus partes y con el orden del Universo, las reunían, y de esta manera formaban un sistema. Y si faltaba algo, empleaban todos los recursos para que aquél presentara un conjunto completo. Por ejemplo, como la década parece ser un número perfecto, y que abraza todos los números, pretendieron que los cuerpos en movimiento en el cielo son diez en número. Pero no siendo visibles más que nueve, han imaginado un décimo, el Antictón. Todo esto lo hemos explicado más al por menor en otra obra. Si ahora tocamos ese punto, es para hacer constar, respecto a ellos como a todos los demás, cuáles son los principios cuya existencia afirman, y cómo estos principios entran en las causas que hemos enumerado.

He aquí en lo que al parecer consiste su doctrina: El número es el principio de los seres bajo el punto de vista de la materia, así como es la causa de sus modificaciones y de sus estados diversos; los elementos del número son el par y el impar; el impar es finito, el par es infinito; la unidad participa a la vez de estos dos elementos, porque a la vez es par e impar; el número viene de la unidad, y por último, el cielo en su conjunto se compone, como ya hemos dicho, de números. Otros pitagóricos admiten diez principios, que colocan de dos en dos, en el orden siguiente:

Finito e infinito.
Par e impar.
Unidad y pluralidad.
Derecha e izquierda.
Macho y hembra.
Reposo y movimiento.
Rectilíneo y curvo.
Luz y tinieblas.
Bien y mal.
Cuadrado y cuadrilátero irregular.

La doctrina de Alcmeón de Crotona, parece aproximarse mucho a estas ideas, sea que las haya tomado de los pitagóricos, sea que éstos las hayan recibido de Alcmeón, porque florecía cuando era anciano Pitágoras, y su doctrina se parece a la que acabamos de exponer. Dice, en efecto, que la mayor parte de las cosas de este mundo son dobles, señalando al efecto las oposiciones entre las cosas. Pero no fija, como los pitagóricos, estas diversas oposiciones. Toma las primeras que se presentan, por ejemplo, lo blanco y lo negro, lo dulce y lo amargo, el bien y el mal, lo grande y lo pequeño, y sobre todo lo demás se explica de una manera igualmente indeterminada, mientras que los pitagóricos han definido el número y la naturaleza de las oposiciones.

Por consiguiente, de estos dos sistemas puede deducirse que los contrarios son los principios de las cosas, y además, que uno de ellos nos da a conocer el número de estos principios y su naturaleza. Pero cómo estos principios pueden resumirse en las causas primeras, es lo que no han articulado claramente estos filósofos. Sin embargo, parece que consideran los elementos desde el punto de vista de la materia, porque, según ellos, estos elementos se encuentran en todas las cosas y constituyen y componen todo el Universo.

Lo que precede basta para dar una idea de las opiniones de los que, entre los antiguos, han admitido la pluralidad en los elementos de la naturaleza. Hay otros que han considerado el todo como un ser único, pero difieren entre sí, ya por el mérito de la exposición, ya por la manera como han concebido la realidad. Con relación a la revista que estamos pasando a las causas, no tenemos necesidad de ocuparnos de ellos. En efecto, no hacen como algunos filósofos, que al establecer la existencia de una sustancia única, sacan sin embargo todas las cosas del seno de la unidad, considerada como materia; su doctrina es muy distinta. Estos físicos añaden el movimiento para producir el Universo, mientras que aquéllos pretenden que el Universo es inmóvil. He aquí todo lo que se encuentra en estos filósofos referente al objeto de nuestra indagación:

La unidad de Parménides parece ser la unidad racional, la de Meliso, por lo contrario, la unidad material, y por esta razón el primero representa la unidad como finita, y el segundo como infinita. Jenófanes, fundador de estas doctrinas (porque según se dice, Parménides fue su discípulo), no aclaró nada, ni al parecer dio explicaciones sobre la naturaleza de ninguna de estas dos unidades; tan sólo al dirigir sus miradas sobre el conjunto del cielo, ha dicho que la unidad es Dios. Repito que, en el examen que nos ocupa, debemos, como ya hemos dicho, prescindir de estos filósofos, por lo menos de los dos últimos, Jenófanes y Meliso, cuyas concepciones son verdaderamente bastante groseras. Con respecto a Parménides, parece que habla con un conocimiento más profundo de las cosas. Persuadido de que fuera del ser, el no ser es nada, admite que el ser es necesariamente uno, y que no hay ninguna otra cosa más que el ser; cuestión que hemos tratado detenidamente en la Física. Pero precisado a explicar las apariencias, a admitir la pluralidad que nos suministra los sentidos, al mismo tiempo que la unidad concebida por la razón, sienta, además del principio de la unidad, otras dos causas, otros dos principios, lo caliente y lo frío, que son el fuego y la tierra. De estos dos principios, atribuye el uno, lo caliente, al ser, y el otro, lo frío, al no ser.

He aquí los resultados de lo que hemos dicho, y lo que se puede inferir de los sistemas de los primeros filósofos con relación a los principios. Los más antiguos admiten un principio corporal, porque el agua y el fuego y las cosas análogas son cuerpos; en los unos, este principio corporal es único, y en los otros es múltiple; pero unos y otros lo consideran desde el punto de vista de la materia. Algunos, además de esta causa, admiten también la que produce el movimiento, causa única para los unos, doble para los otros. Sin embargo, hasta que apareció la escuela Itálica, los filósofos han expuesto muy poco sobre estos principios. Todo lo que puede decirse de ellos, como ya hemos manifestado, es que se sirven de dos causas, y que una de éstas, la del movimiento, se considera como única por los unos, como doble por los otros.

Los pitagóricos, ciertamente, han hablado también de dos principios. Pero han añadido lo siguiente, que exclusivamente les pertenece. El finito, el infinito y la unidad, no son, según ellos, naturalezas aparte, como lo son el fuego o la tierra o cualquier otro elemento análogo, sino que el infinito en sí y la unidad en sí son la sustancia misma de las cosas, a las que se atribuye la unidad y la infinitud; y por consiguiente, el número es la sustancia de todas las cosas. De esta manera se han explicado sobre las causas de que nos ocupamos. También comenzaron a ocuparse de la forma propia de las cosas y a definirla; pero en este punto su doctrina es demasiado imperfecta. Definían superficialmente; y el primer objeto a que convenía la definición dada, le consideraban como la esencia de la cosa definida, como si, por ejemplo, se creyese que lo doble y el número dos son una misma cosa, porque lo doble se encuentra desde luego en el número dos. Y ciertamente, dos y lo doble, no son la misma cosa en su esencia; porque entonces un ser único sería muchos seres, y ésta es la consecuencia del sistema pitagórico.

Tales son las ideas que pueden formarse de las doctrinas de los filósofos más antiguos y de sus sucesores.

 

[editar] Parte VI

A estas diversas filosofías siguió la de Platón de acuerdo las más veces con las doctrinas pitagóricas, pero que tiene también sus ideas propias, en las que se separa de la escuela Itálica. Platón, desde su juventud, se había familiarizado con Cratilo, su primer maestro, y efecto de esta relación era partidario de la opinión de Heráclito, según el que todos los objetos sensibles están en un flujo o cambio perpetuo, y no hay ciencia posible de estos objetos.

Más tarde conservó esta misma opinión. Por otra parte, discípulo de Sócrates, cuyos trabajos no abrazaron ciertamente más que la moral y de ninguna manera el conjunto de la naturaleza, pero que al tratar de la moral, se propuso lo general como objeto de sus indagaciones, siendo el primero que tuvo el pensamiento de dar definiciones, Platón, heredero de su doctrina, habituado a la indagación de lo general, creyó que sus definiciones debían recaer sobre otros seres que los seres sensibles, porque ¿cómo dar una definición común de los objetos sensibles que mudan continuamente? Estos seres los llamó Ideas, añadiendo que los objetos sensibles están fuera de las ideas, y reciben de ellas su nombre, porque en virtud de su participación en las ideas, todos los objetos de un mismo género reciben el mismo nombre que las ideas. La única mudanza que introdujo en la ciencia fue esta palabra, participación. Los pitagóricos dicen, en efecto, que los seres existen a imitación de los números; Platón que existen por participación en ellos. La diferencia es sólo de nombre. En cuanto a indagar en qué consiste esta participación o esta imitación de las ideas, es cosa de que no se ocuparon ni Platón ni los pitagóricos. Además, entre los objetos sensibles y las ideas, Platón admite seres intermedios, los seres matemáticos, distintos de los objetos sensibles, en cuanto son eternos e inmóviles, y distintos de las ideas, en cuanto son muchos de ellos semejantes, mientras que cada idea es la única de su especie.

Siendo las ideas causas de los demás seres, Platón consideró sus elementos como los elementos de todos los seres. Desde el punto de vista de la materia, los principios son lo grande y lo pequeño; desde el punto de vista de la esencia, es la unidad. Porque en tanto que las ideas tienen lo grande y lo pequeño por sustancia, y que por otra parte participan de la unidad, las ideas son los números. Sobre esto de ser la unidad la esencia por excelencia, y que ninguna otra cosa puede aspirar a este título, Platón está de acuerdo con los pitagóricos, así como lo está también en la de ser los números causas de la esencia de los otros seres. Pero reemplazar por una díada el infinito considerado como uno, y constituir el infinito de lo grande y de lo pequeño, he aquí lo que le es peculiar. Además coloca los números fuera de los objetos sensibles, mientras que los pitagóricos pretenden que los números son los objetos mismos, y no admiten los seres matemáticos como intermedios. Si, a diferencia de los pitagóricos, Platón colocó de esta suerte la unidad y los números fuera de las cosas e hizo intervenir las ideas, esto fue debido a sus estudios sobre los caracteres distintos de los seres, porque sus predecesores no conocían la Dialéctica. En cuanto a esta opinión, según la que es una díada el otro principio de las cosas, procede de que todos los números, a excepción de los impares, salen fácilmente de la díada, como de una materia común. Sin embargo, es distinto lo que sucede de como dice Platón, y su opinión no es razonable: porque hace una multitud de cosas con esta díada considerada como materia, mientras que una sola producción es debida a la idea. Pero en realidad, de una materia única sólo puede salir una sola mesa, mientras que el que produce la idea, la idea única, produce muchas mesas. Lo mismo puede decirse del macho con relación a la hembra; ésta puede ser fecundada por una sola unión, mientras que, por lo contrario, el macho fecunda muchas hembras. He aquí una imagen del papel que desempeñan los principios de que se trata.

Tal es la solución dada por Platón a la cuestión que nos ocupa; resultando evidentemente de lo que precede, que sólo se ha servido de dos causas: la esencia y la materia. En efecto, admite por una parte las ideas, causas de la esencia de los demás objetos, y la unidad, causa de las ideas; y por otra, una materia, una sustancia, a la que se aplican las ideas para constituir los seres sensibles, y la unidad para constituir las ideas. ¿Cuál es esta sustancia? Es la díada, lo grande y lo pequeño. Colocó también en uno de estos dos elementos la causa del bien, y en el otro la causa del mal; punto de vista que no ha sido más particularmente objeto de indagaciones de algunos filósofos anteriores, como Empédocles y Anaxágoras.

 

[editar] Parte VII

Acabamos de ver breve y sumariamente qué filósofos han hablado de los principios y de la verdad, y cuáles han sido sus sistemas. Este rápido examen es suficiente, sin embargo, para hacer ver que ninguno de los que han hablado de los principios y de las causas nos ha dicho nada que no pueda reducirse a las causas que hemos consignado nosotros en la Física, pero que todos, aunque oscuramente y cada uno por distinto rumbo, han vislumbrado alguna de ellas.

En efecto, unos hablan del principio material que suponen uno o múltiple, corporal o incorporal. Tales son por ejemplo, lo grande y lo pequeño de Platón, el infinito de la escuela Itálica, el fuego, la tierra, el agua y el aire de Empédocles, la infinidad de las homeomerías de Anaxágoras. Todos estos filósofos se refirieron evidentemente a este principio, y con ellos todos aquellos que admiten como principio el aire, el fuego, o el agua, o cualquiera otra cosa más densa que el fuego, pero más sutil que el aire, porque tal es, según algunos, la naturaleza del primer elemento. Estos filósofos sólo se han fijado en la causa material. Otros han hecho indagaciones sobre la causa del movimiento: aquellos, por ejemplo, que afirman como principios la Amistad y la Discordia, o la Inteligencia o el Amor. En cuanto a la forma, en cuanto a la esencia, ninguno de ellos ha tratado de ella de un modo claro y preciso. Los que mejor lo han hecho son los que han recurrido a las ideas y a los elementos de las ideas; porque no consideran las ideas y sus elementos, ni como la materia de los objetos sensibles, ni como los principios del movimiento. Las ideas, según ellos, son más bien causas de inmovilidad y de inercia. Pero las ideas suministran a cada una de las otras cosas su esencia, así como ellas la reciben de la unidad. En cuanto a la causa final de los actos, de los cambios, de los movimientos, nos hablan de alguna causa de este género, pero no le dan el mismo nombre que nosotros ni dicen en qué consisten. Los que admiten como principios la inteligencia o la amistad, dan a la verdad estos principios como una cosa buena, pero no sostienen que sean la causa final de la existencia o de la producción de ningún ser, y antes dicen, por lo contrario, que son las causas de sus movimientos. De la misma manera, los que dan este mismo carácter de principios a la unidad o al ser, los consideran como causas de la sustancia de los seres, y de ninguna manera como aquello en vista de lo cual existen y se producen las cosas. Y así dicen y no dicen, si puedo expresarme así, que el bien es una causa; mas el bien que mencionan no es el bien hablando en absoluto, sino accidentalmente.

La exactitud de lo que hemos dicho sobre las causas, su número, su naturaleza, está, pues, confirmada, al parecer, por el testimonio de todos estos filósofos y hasta por su impotencia para encontrar algún otro principio. Es evidente, además, que en la indagación de que vamos a ocuparnos, debemos considerar los principios, o bajo todos estos puntos de vista, o bajo alguno de ellos. Pero ¿cómo se ha expresado cada uno de estos filósofos?; y, ¿cómo han resuelto las dificultades que se relacionan con los principios? He aquí los puntos que vamos a examinar.

 

[editar] Parte VIII

Todos los que suponen que el todo es uno, que no admiten más que un solo principio, la materia, que dan a este principio una naturaleza corporal y extensa, incurren evidentemente en una multitud de errores, porque sólo reconocen los elementos de los cuerpos, y no los de los seres incorporales; y sin embargo, hay seres incorporales, y después, aun cuando quieran explicar las causas de la producción y destrucción, y construir un sistema que abrace toda la naturaleza, suprimen la causa del movimiento. Otro defecto consiste en no dar por causa en ningún caso ni la esencia, ni la forma; así como el aceptar, sin suficiente examen, como principio de los seres un cuerpo simple cualquiera, menos la tierra; el no reflexionar sobre esta producción o este cambio, cuyas causas son los elementos; y por último, no determinar cómo se opera la producción mutua de los elementos. Tomemos, por ejemplo, el fuego, el agua, la tierra y el aire. Estos elementos provienen los unos de los otros unos por vía de reunión y otros por vía de separación. Esta distinción importa mucho para la cuestión de la prioridad y de la posterioridad de los elementos. Desde el punto de vista de la reunión, el elemento fundamental de todas las cosas parece ser aquel del cual, considerado como principio, se forma la tierra por vía de agregación, y este elemento deberá ser el más tenue y el más sutil de los cuerpos. Los que admiten el fuego como principio son los que se conforman principalmente con este pensamiento. Todos los demás filósofos reconocen en igual forma, que tal debe ser el elemento de los cuerpos, y así ninguno de los filósofos posteriores que admitieron un elemento único, consideró la tierra como principio, a causa sin duda de la magnitud de sus partes, mientras que cada uno de los demás elementos ha sido adoptado como principio por alguno de aquellos. Unos dicen que es el fuego el principio de las cosas, otros el agua, otros el aire. ¿Y por qué no admiten igualmente, según la común opinión, como principio la tierra? Porque generalmente se dice que la tierra es todo. El mismo Hesíodo dice que la tierra es el más antiguo de todos los cuerpos; ¡tan antigua y popular es esta creencia!

Desde este punto de vista, ni los que admiten un principio distinto del fuego, ni los que suponen el elemento primero más denso que el aire y más sutil que el agua, podían por tanto estar en lo cierto. Pero si lo que es posterior bajo la relación de la generación es anterior por su naturaleza (y todo compuesto, toda mezcla, es posterior por la generación), sucederá todo lo contrario; el agua será anterior al aire, y la tierra al agua.

Limitémonos a las observaciones que quedan consignadas con respecto a los filósofos, que sólo han admitido un solo principio material. Mas son también aplicables a los que admiten un número mayor de principios, como Empédocles, por ejemplo, que reconoce cuatro cuerpos elementales, pudiéndose decir de él todo lo dicho de estos sistemas. He aquí lo que es peculiar de Empédocles.

Nos presenta éste los elementos procediendo los unos de los otros, de tal manera que el fuego y la tierra no permanecen siendo siempre el mismo cuerpo. Este punto lo hemos tratado en la Física, así como la cuestión de saber si deben admitirse una o dos causas del movimiento. En nuestro juicio, la opinión de Empédocles no es, ni del todo exacta, ni del todo irracional. Sin embargo, los que adoptan sus doctrinas, deben desechar necesariamente todo tránsito de un estado a otro, porque lo húmedo no podría proceder de lo caliente, ni lo caliente de lo húmedo, ni el mismo Empédocles no dice cuál sería el objeto que hubiera de experimentar estas modificaciones contrarias, ni cuál seria esa naturaleza única que se haría agua y fuego.

Podemos pensar que Anaxágoras admite dos elementos por razones que ciertamente él no expuso, pero que si se le hubieran manifestado, indudablemente habría aceptado. Porque bien que, en suma, sea absurdo decir que en un principio todo estaba mezclado, puesto que para que se verificara la mezcla, debió haber primero separación, puesto que es natural que un elemento cualquiera se mezcle con otro elemento cualquiera, y en fin, porque supuesta la mezcla primitiva, las modificaciones y los accidentes se separarían de las sustancias, estando las mismas cosas igualmente sujetas a la mezcla y a la separación; sin embargo, si nos fijamos en las consecuencias, y si se precisa lo que Anaxágoras quiere decir, se hallará, no tengo la menor duda, que su pensamiento no carece, ni de sentido, ni de originalidad. En efecto, cuando nada estaba aún separado, es evidente que nada de cierto se podría afirmar de la sustancia primitiva. Quiero decir con esto, que la sustancia primitiva no sería blanca, ni negra, ni parda, ni de ningún otro color; sería necesariamente incolora, porque en otro caso tendría alguno de estos colores. Tampoco tendría sabor por la misma razón, ni ninguna otra propiedad de este género. Tampoco podía tener calidad, ni cantidad, ni nada que fuera determinado, sin lo cual hubiese tenido alguna de las formas particulares del ser; cosa imposible cuando todo está mezclado, y lo cual supone ya una separación. Ahora bien, según Anaxágoras, todo está mezclado, excepto la inteligencia; la inteligencia sólo existe pura y sin mezcla. Resulta de aquí, que Anaxágoras admite como principios: primero, la unidad, por que es lo que aparece puro y sin mezcla; y después otro elemento, lo indeterminado antes de toda determinación, antes que haya recibido forma alguna.

A este sistema le falta verdaderamente claridad y precisión; sin embargo, en el fondo del pensamiento de Anaxágoras hay algo que se aproxima a las doctrinas posteriores, sobre todo a las de los filósofos de nuestros días.

Las únicas especulaciones familiares a los filósofos de que hemos hablado, recaen sobre la producción, la destrucción y el movimiento [; porque los principios y las causas, objeto de sensible]. Pero los que extienden sus especulaciones a todas sus indagaciones, son casi exclusivamente los de la sustancia, los seres, que admiten por una parte seres sensibles y por otra seres no sensibles, estudian evidentemente estas dos especies de seres. Por lo tanto, será conveniente detenerse más en sus doctrinas y examinar lo que dicen de bueno o de malo, que se refiera a nuestro asunto.

Los que se llaman pitagóricos emplean los principios y los elementos de una manera más extraña aún que los físicos, y esto procede de que toman los principios fuera de los seres sensibles: los seres matemáticos están privados de movimientos, a excepción de aquellos de que trata la Astronomía. Ahora bien, todas sus indagaciones, todos sus sistemas, recaen sobre los seres físicos. Explican la producción del cielo, y observan lo que pasa en sus diversas partes, sus revoluciones y sus movimientos, y a esto es a lo que aplican sus principios y sus causas, como si estuvieran de acuerdo con los físicos para reconocer que el ser está reducido a lo que es sensible, a lo que abraza nuestro cielo. Pero sus causas y sus principios bastan, en nuestra opinión, para elevarse a la concepción de los seres que están fuera del alcance de los sentidos; causas y principios que podrían aplicarse mucho mejor a esto que las consideraciones físicas.

¿Pero cómo tendrá lugar el movimiento, si no hay otras sustancias que lo finito y lo infinito, lo par y lo impar? Los pitagóricos nada dicen de esto, ni explican tampoco cómo pueden operarse, sin movimiento y sin cambio, la producción y la destrucción, o las revoluciones de los cuerpos celestes. Supongamos por otra parte, que se les conceda o que resulte demostrado que la extensión sale de sus principios; habrá aún que explicar por qué ciertos cuerpos son ligeros, por qué otros son pesados. Porque ellos declaran, y ésta es su pretensión, que todo lo que dicen de los cuerpos matemáticos lo afirman de los cuerpos sensibles; y por esta razón jamás han hablado del fuego, de la tierra, ni de los otros cuerpos análogos, como si no tuvieran nada de particular que decir de los seres sensibles.

Además, ¿cómo concebir que las modificaciones del número y el número mismo sean causas de lo que existe, de lo que se produce en el cielo en todos tiempos y hoy, y que no haya, sin embargo, ningún otro número fuera de este número que constituye el mundo? En efecto, cuando los pitagóricos han colocado en tal parte del Universo la Opinión y la Oportunidad, y un poco más arriba o más abajo la Injusticia, la Separación o la Mezcla, diciendo para probar que es así, que cada una de estas cosas es un número y que en esta misma parte del Universo se encuentra ya una multitud de magnitudes, puesto que cada punto particular del espacio está ocupado por alguna magnitud, ¿el número que constituye el cielo es entonces lo mismo que cada uno de estos números, o bien se necesita de otro número además de aquél?. Platón dice que se necesita otro. Admite que todos estos seres, lo mismo que sus causas, son igualmente números, pero las causas son números inteligibles, mientras que los otros seres son números sensibles.

 

[editar] Parte IX

Dejemos ya a los pitagóricos, y respecto a ellos mantengámonos a lo dicho. Pasemos ahora a ocuparnos de los que reconocen las ideas como causas. Observemos por lo pronto, que al tratar de comprender las causas de los seres que están sometidos a nuestros sentidos, han introducido otros tantos seres, lo cual es como si uno, queriendo contar y no teniendo más que un pequeño número de objetos, creyese la operación imposible y aumentase el número para poder practicarla. Porque el número de las ideas es casi tan grande o poco menos que el de los seres cuyas causas intentan descubrir y de los cuales han partido para llegar a las ideas. Cada cosa tiene su homónimo; no sólo la tienen las esencias, sino también todo lo que es uno en la multiplicidad de los seres, sea entre las cosas sensibles, sea entre las cosas eternas.

Además, de todos los argumentos con que se intenta demostrar la existencia de las ideas, ninguno prueba esta existencia. La conclusión de algunos no es necesaria; y conforme a otros, debería haber ideas de cosas respecto de las que no se admite que las haya. En efecto, según las consideraciones tomadas de la ciencia, habrá ideas de todos los objetos de que se tienen conocimiento, conforme al argumento de la unidad en la pluralidad, habrá hasta negaciones; y, en tanto que se piensa en lo que ha perecido, habrá también ideas de los objetos que han perecido, porque podemos formarnos de ellos una imagen. Por otra parte, los razonamientos más rigurosos conducen ya a admitir las ideas de lo que es relativo y no se admite que lo relativo sea un género en sí; o ya a la hipótesis del tercer hombre. Por último, la demostración de la existencia de las ideas destruye lo que los partidarios de las ideas tienen más interés en sostener, que la misma existencia de las ideas. Porque resulta de aquí que no es la díada lo primero, sino el número; que lo relativo es anterior al ser en sí; y todas las contradicciones respecto de sus propios principios en que han incurrido los partidarios de la doctrina de las ideas.

Ademas, conforme a la hipótesis de la existencia de las ideas, habrá ideas, no sólo de las esencias, sino de muchas otras cosas; porque hay unidad de pensamiento, no sólo con relación a la esencia, sino también con relación a toda especie de ser; las ciencias no recaen únicamente sobre la esencia, recaen también sobre otras cosas; y pueden sacarse otras mil consecuencias de este género. Mas, por otra parte, es necesario, y así resulta de las opiniones recibidas sobre las ideas; es necesario, repito, que si hay participación de los seres en las ideas, haya ideas sólo de las esencias, porque no se tiene participación en ellas mediante el accidente; no debe haber participación de parte de un ser con las ideas, sino en tanto que este ser es un atributo de un sujeto. Y así, si una cosa participase de lo doble en sí, participaría al mismo tiempo de la eternidad; pero sólo sería por accidente, porque sólo accidentalmente lo doble es eterno. Luego no hay ideas sino de la esencia. Luego idea significa esencia en este mundo y en el mundo de las ideas; ¿de otra manera qué significaría esta proposición: la unidad en la pluralidad es algo que está fuera de los objetos sensibles?. Y si las ideas son del mismo género que las cosas que participan de ellas, habrá entre las ideas y las cosas alguna relación común. ¿Por qué ha de haber entre las díadas perecederas y las díadas también varias, pero eternas, unidad e identidad del carácter constitutivo de la díada, más bien que entre la díada ideal y la díada particular?. Si no hay comunidad de género, no habrá entre ellas más de común que el nombre; y será como si se diese el nombre de hombre a Calias y a un trozo de madera, sin haber relación entre ellos.

Una de las mayores cuestiones de difícil resolución sería demostrar para qué sirven las ideas a los seres sensibles eternos, o a los que nacen y perecen. Porque las ideas no son, respecto de ellos, causas de movimiento, ni de ningún cambio; ni prestan auxilio alguno para el conocimiento de los demás seres, porque no son su esencia, pues en tal caso estarían en ellos. Tampoco son su causa de existencia, puesto que no se encuentran en los objetos que participan de las ideas. Quizá se dirá que son causas de la misma manera que la blancura es causa del objeto blanco, en el cual se da mezclada. Esta opinión, que tiene su origen en las doctrinas de Anaxágoras y que ha sido adoptada por Eudoxio y por algunos otros, carece verdaderamente de todo fundamento, y sería fácil acumular contra ella una multitud de objeciones insolubles. Por otra parte, los demás objetos no pueden provenir de las ideas en ninguno de los sentidos en que les entiende de ordinario esta expresión. Decir que las ideas son ejemplares, y que las demás cosas participan de ellas, es pagarse de palabras vacías de sentido y hacer metáforas poéticas. El que trabaja en su obra, ¿tiene necesidad para ello de tener los ojos puestos en las ideas? Puede suceder que exista o que se produzca un ser semejante a otro, sin haber sido modelado por este otro; y así, que Sócrates exista o no, podría nacer un hombre como Sócrates. Esto no es menos evidente, aun cuando se admitiese un Sócrates eterno. Habría por otra parte muchos modelos del mismo ser y, por consiguiente, muchas ideas; respecto del hombre, por ejemplo, habría a la vez la de animal, la de bípedo y la de hombre en sí.

Además, las ideas no serán sólo modelos de los seres sensibles, sino que serán también modelos de sí mismas; tal será el género en tanto que género de ideas; de suerte que la misma cosa será a la vez modelo y copia. Y puesto que es imposible, al parecer, que la esencia se separe de aquello de que ella es esencia, ¿cómo en este caso las ideas que son la esencia de las cosas podrían estar separadas de ellas? Se dice en el Fedón, que las ideas son las causas del ser y del devenir o llegar a ser, y sin embargo, aun admitiendo las ideas, los seres que de ellas participan no se producen si no hay un motor. Vemos, por el contrario, producirse muchos objetos, de los que no se dice que haya ideas; como una casa, un anillo, y es evidente que las demás cosas pueden ser o hacerse por causas análogas a la de los objetos en cuestión.

Asimismo, si las ideas son números, ¿cómo podrán estos números ser causa? ¿Es porque los seres son otros números, por ejemplo, tal número el hombre, tal otro Sócrates, tal otro Calias? ¿Por qué los unos son causa de los otros? Pues con suponer a los unos eternos y a los otros no, no se adelantará nada. Si se dice que los objetos sensibles no son más que relaciones de números, como lo es, por ejemplo, una armonía, es claro que habrá algo de que serán ellos la relación. Este algo es la materia. De aquí resulta evidentemente que los números mismos no serán más que relaciones de los objetos entre sí. Por ejemplo, supongamos que Calias sea una relación en números de fuego, agua, tierra y aire; entonces el hombre en sí se compondría, además del número, de ciertas sustancias, y en tal caso la idea número, el hombre ideal, sea o no un número determinado, será una relación numérica de ciertos objetos, y no un puro número y, por consiguiente, no es el número el que constituirá el ser particular.

Es claro que de la reunión de muchos números resulta un número; pero ¿cómo muchas ideas pueden formar una sola idea? Si no son las ideas mismas, si son las unidades numéricas comprendidas bajo las ideas las que constituyen la suma, y si esta suma es un número en el género de la miríada, ¿qué papel desempeñan entonces las unidades? Si son semejantes, resultan de aquí numerosos absurdos; si no son semejantes, no serán todas, ni las mismas, ni diferentes entre sí. Porque ¿en qué diferirán no teniendo ningún modo particular? Estas suposiciones ni son razonables, ni están de acuerdo con el concepto mismo de la unidad.

Además, será preciso introducir necesariamente otra especie de número, objeto de la aritmética, y todos esos intermedios de que hablan algunos filósofos. ¿En qué consisten estos intermedios, y de qué principios se derivan? Y, por último, ¿para qué estos intermediarios entre los seres sensibles y las ideas? Además, las unidades que entran en cada díada procederán de una díada anterior, y esto es imposible. Luego ¿por qué el número compuesto es uno? Pero aún hay más: si las unidades son diferentes, será preciso que se expliquen como lo hacen los que admiten dos o cuatro elementos; los cuales dan por elemento, no lo que hay de común en todos los seres, el cuerpo, por ejemplo, sino el fuego o la tierra, sea o no el cuerpo algo de común entre los seres. Aquí sucede lo contrario; se hace de la unidad un ser compuesto de partes homogéneas, como el agua o el fuego. Y si así sucede, los números no serán esencias. Por lo demás, es evidente que si hay una unidad en sí, y si esta unidad es principio, la unidad debe tomarse en muchas acepciones; de otra manera, iríamos a parar a cosas imposibles.

Con el fin de reducir todos los seres a estos principios, se componen las longitudes de lo largo y de lo corto, de una especie de pequeño y de grande; la superficie de una especie de ancho y de estrecho; y el cuerpo de una especie de profundo y de no profundo. Pero en este caso, ¿cómo el plano contendrá la línea, o cómo el sólido contendrá la línea y el plano? Porque lo ancho y lo estrecho difieren en cuanto género de lo profundo y de su contrario. Y así como el número se encuentra en estas cosas, porque el más y el menos difieren de los principios que acabamos de asentar, es igualmente evidente que de estas diversas especies, las que son anteriores no se encontrarán en las que son posteriores. Y no se diga que lo profundo es una especie de ancho, porque entonces el cuerpo sería una especie de plano. Por otra parte, ¿los puntos de dónde han de proceder? Platón combatió la existencia del punto, suponiendo que es una concepción geométrica. Le daba el nombre de principio de la línea, siendo los puntos estas líneas indivisibles de que hablaba muchas veces. Sin embargo, es preciso que la línea tenga límites, y las mismas razones que prueban la existencia de la línea, prueban igualmente la del punto.

En una palabra, es el fin propio de la filosofía el indagar las causas de los fenómenos, y precisamente es esto mismo lo que se desatiende. Porque nada se dice de la causa que es origen del cambio, y para explicar la esencia de los seres sensibles se recurre a otras esencias; ¿pero son las unas esencias de las otras? A esto sólo se contesta con vanas palabras. Porque participar, como hemos dicho más arriba, no significa nada. En cuanto a esta causa, que en nuestro juicio es el principio de todas las ciencias, principio en cuya virtud obra toda inteligencia, toda naturaleza, esta causa que colocamos entre los primeros principios, las ideas de ninguna manera la alcanzan. Pero las matemáticas se han convertido hoy en filosofía, son toda la filosofía, por más que se diga que su estudio no debe hacerse sino en vista de otras cosas. Además, lo que los matemáticos admiten como sustancia de los seres podría considerarse como una sustancia puramente matemática, como un atributo, una diferencia de la sustancia, o de la materia, más bien que como la materia misma. He aquí a lo que viene a parar lo grande y lo pequeño. A esto viene también a reducirse la opinión de los físicos de que lo raro y lo denso son las primeras diferencias del objeto. Esto no es, en efecto, otra cosa que lo más y lo menos. Y en cuanto al movimiento, si el más y el menos lo constituyen, es claro que las ideas estarán en movimiento; si no es así, ¿de dónde ha venido el movimiento? Suponer la inmovilidad de las ideas equivale a suprimir todo estudio de la naturaleza.

Una cosa que parece más fácil demostrar es que todo es uno; y sin embargo, esta doctrina no lo consigue. Porque resulta de la explicación, no que todo es uno, sino que la unidad en sí es todo, siempre que se conceda que es todo; y esto no se puede conceder, a no ser que se reconozca la existencia del género universal, lo cual es imposible respecto de ciertas cosas.

Tampoco en este sistema se puede explicar lo que viene después del número, como las longitudes, los planos, los sólidos; no se dice cómo estas cosas son y se hacen, ni cuales son sus propiedades. Porque no pueden ser ideas; no son números; no son seres intermedios; este carácter pertenece a los seres matemáticos. Tampoco son seres perecederos. Es preciso admitir que es una cuarta especie de seres.

Finalmente, indagar en conjunto los elementos de los seres sin establecer distinciones, cuando la palabra elemento se toma en tan diversas acepciones, es ponerse en la imposibilidad de encontrarlos, sobre todo, si se plantea de esta manera la cuestión: ¿cuáles son los elementos constitutivos? Porque seguramente no pueden encontrarse así los principios de la acción, de la pasión, de la dirección rectilínea; y sí pueden encontrase los principios sólo respecto de las esencias. De suerte que buscar los elementos de todos los seres o imaginarse que se han encontrado, es una verdadera locura. Además ¿cómo pueden averiguarse los elementos de todas las cosas? Evidentemente, para esto sería preciso no poseer ningún conocimiento anterior. El que aprende la geometría, tiene necesariamente conocimientos previos, pero nada sabe de antemano de los objetos de la geometría y de lo que se trata de aprender. Las demás ciencias se encuentran en el mismo caso. Por consiguiente, si como se pretende, hay una ciencia de todas las cosas, se abordará esta ciencia sin poseer ningún conocimiento previo. Porque toda ciencia se adquiere con el auxilio de conocimientos previos, totales y parciales, ya proceda por vía de demostración, ya por definiciones; porque es preciso conocer antes, y conocer bien, los elementos de la definición. Lo mismo sucede con la ciencia inductiva. De otro lado, si la ciencia de que hablamos fuese innata en nosotros, sería cosa sorprendente que el hombre, sin advertirlo, poseyese la más excelente de las ciencias.

Además ¿cómo conocer cuáles son los elementos de todas las cosas, y llegar sobre este punto a la certidumbre? Porque esta es otra dificultad. Se discutirá sobre los verdaderos elementos, como se discute con motivo de ciertas sílabas. Y así, unos dicen que la sílaba xa se compone de c, de s y de a; otros pretenden que en ella entra otro sonido distinto de todos los que se conocen como elementos. En fin, en las cosas que son percibidas por los sentidos, ¿el que esté privado de la facultad de sentir, las podrá percibir? Debería, sin embargo, conocerlas, si las ideas son los elementos constitutivos de todas las cosas, de la misma manera que los sonidos simples son los elementos de los sonidos compuestos.

 

[editar] Parte X

Resulta evidente de lo que precede, que las indagaciones de todos los filósofos recaen sobre los principios que hemos enumerado en la Física, y que no hay otros fuera de éstos. Pero estos principios han sido indicados de una manera oscura, y podemos decir que, en un sentido, se ha hablado de todos ellos antes que nosotros, y en otro, que no se ha hablado de ninguno. Porque la filosofía de los primeros tiempos, joven aún y en su primer arranque, se limita a hacer tanteos sobre todas las cosas. Empédocles, por ejemplo, dice que lo que constituye los huesos es la proporción. Ahora bien, este es uno de nuestros principios, la forma propia, la esencia de cada objeto. Pero es preciso que la proporción sea igualmente el principio esencial de la carne y de todo lo demás; o si no, no es principio de nada. La proporción es la que constituirá la carne, el hueso y cada uno de los demás objetos; no será la materia, no serán estos elementos de Empédocles, el fuego, la tierra, el agua y el aire. Empédocles se hubiera convencido ante estas razones, si se le hubieran propuesto; pero él por sí no ha puesto en claro su pensamiento.

Hemos expuesto más arriba la insuficiencia de la aplicación de los principios que han hecho nuestros predecesores. Pasemos ahora a examinar las dificultades que pueden ocurrir relativamente a los principios mismos. Éste será un medio de facilitar la solución de las que puedan presentarse.

Puesto que esta ciencia es el objeto de nuestras indagaciones, examinemos de qué causas y de qué principios se ocupa la filosofía como ciencia; cuestión que se aclarará mucho mejor si se examinan las diversas ideas que nos formamos del filósofo. Por de pronto, concebimos al filósofo principalmente como conocedor del conjunto de las cosas, en cuanto es posible, pero sin tener la ciencia de cada una de ellas en particular. En seguida, el que puede llegar al conocimiento de las cosas arduas, aquellas a las que no se llega sino venciendo graves dificultades, ¿no le llamaremos filósofo? En efecto, conocer por los sentidos es una facultad común a todos, y un conocimiento que se adquiere sin esfuerzos no tiene nada de filosófico. Por último, el que tiene las nociones más rigurosas de las causas, y que mejor enseña estas nociones, es más filósofo que todos los demás en todas las ciencias; aquella que se busca por sí misma, sólo por el ansia de saber, es más filosófica que la que se estudia por sus resultados; así como la que domina a las demás es más filosófica que la que está subordinada a cualquiera otra. No, el filósofo no debe recibir leyes, y sí darlas; ni es preciso que obedezca a otro, sino que debe obedecerle el que sea menos filósofo.

Tales son, en suma, los modos que tenemos de concebir la filosofía y los filósofos. Ahora bien; el filósofo, que posee perfectamente la ciencia de lo general, tiene por necesidad la ciencia de todas las cosas, porque un hombre de tales circunstancias sabe en cierta manera todo lo que se encuentra comprendido bajo lo general. Pero puede decirse también que es muy difícil al hombre llegar a los conocimientos más generales; como que las cosas que son objeto de ellos están mucho más lejos del alcance de los sentidos.

Entre todas las ciencias, son las más rigurosas las que son más ciencias de principios; las que recaen sobre un pequeño número de principios son más rigurosas que aquellas cuyo objeto es múltiple; la aritmética, por ejemplo, es más rigurosa que la geometría. La ciencia que estudia las causas es la que puede enseñar mejor, porque los que explican las causas de cada cosa son los que verdaderamente enseñan. Por último, conocer y saber con el solo objeto de saber y conocer, tal es por excelencia el carácter de la ciencia de lo más científico que existe. El que quiera estudiar una ciencia por sí misma, escogerá entre todas la que sea más ciencia, puesto que esta ciencia es la ciencia de lo que hay de más científico. Lo más científico que existe lo constituyen los principios y las causas. Por su medio conocemos las demás cosas, y no conocemos aquéllos por las demás cosas. Porque la ciencia soberana, la ciencia superior a toda ciencia subordinada, es aquella que conoce el porqué debe hacerse cada cosa. Y este porqué es el bien de cada ser, que tomado en general, es lo mejor en todo el conjunto de los seres.

De todo lo que acabamos de decir sobre la ciencia misma, resulta la definición de la filosofía que buscamos. Es imprescindible que sea la ciencia teórica de los primeros principios y de las primeras causas, porque una de las causas es el bien, la razón final. Y que no es una ciencia práctica lo prueba el ejemplo de los primeros que han filosofado. Lo que en un principio movió a los hombres a hacer las primeras indagaciones filosóficas fue, como lo es hoy, la admiración. Entre los objetos que admiraban y de que no podían darse razón, se aplicaron primero a los que estaban a su alcance; después, avanzando paso a paso, quisieron explicar los más grandes fenómenos; por ejemplo, las diversas fases de la Luna, el curso del Sol y de los astros y, por último, la formación del Universo. Ir en busca de una explicación y admirarse, es reconocer que se ignora. Y así, puede decirse que el amigo de la ciencia lo es en cierta manera de los mitos, porque el asunto de los mitos es lo maravilloso. Por consiguiente, si los primeros filósofos filosofaron para librarse de la ignorancia, es evidente que se consagraron a la ciencia para saber, y no por miras de utilidad. El hecho mismo lo prueba, puesto que casi todas las artes que tienen relación con las necesidades, con el bienestar y con los placeres de la vida, eran ya conocidas cuando se comenzaron las indagaciones y las explicaciones de este género. Es, por tanto, evidente que ningún interés extraño nos mueve a hacer el estudio de la filosofía.

Así como llamamos hombre libre al que se pertenece a sí mismo y no tiene dueño, en igual forma esta ciencia es la única entre todas las ciencias que puede llevar el nombre de libre. Sólo ella efectivamente depende de sí misma. Y así con razón debe mirarse como cosa sobrehumana la posesión de esta ciencia. Porque la naturaleza del hombre es esclava en tantos respectos, que sólo Dios, hablando como Simónides, debería disfrutar de este precioso privilegio. Sin embargo, es indigno del hombre no ir en busca de una ciencia a que puede aspirar. Si los poetas tienen razón diciendo que la divinidad es capaz de envidia, con ocasión de la filosofía podría aparecer principalmente esta envidia, y todos los que se elevan por el pensamiento deberían ser desgraciados. Pero no es posible que la divinidad sea envidiosa, y los poetas, como dice el proverbio, mienten muchas veces.

Por último, no hay ciencia más digna de estimación que ésta, porque debe estimarse más la más divina, y ésta lo es en un doble concepto. En efecto, una ciencia que es principalmente patrimonio de Dios, y que trata de las cosas divinas, es divina entre todas las ciencias. Pues bien, sólo la filosofía tiene este doble carácter. Dios pasa por ser la causa y el principio de todas las cosas, y Dios sólo, o principalmente al menos, puede poseer una ciencia semejante. Todas las demás ciencias tienen, es cierto, más relación con nuestras necesidades que la filosofía, pero ninguna la supera.

El fin que nos proponemos en nuestra empresa debe ser una admiración contraria, si puedo decirlo así, a la que provocan las primeras indagaciones en toda ciencia. En efecto, las ciencias, como ya hemos observado, tienen siempre su origen en la admiración o asombro que inspira el estado de las cosas; como, por ejemplo, por lo que hace a las maravillas que de suyo se presentan a nuestros ojos, el asombro que inspiran las revoluciones del Sol o lo inconmensurable de la relación del diámetro con la circunferencia a los que no han examinado aún la causa. Es cosa que sorprende a todos que una cantidad no pueda ser medida ni aun por una medida pequeñísima. Pues bien, nosotros necesitamos participar de una admiración contraria: lo mejor está al fin, como dice el proverbio. A este mejor, en los objetos de que se trata, se llega por el conocimiento, porque nada causaría más asombro a un geómetra que el ver que la relación del diámetro con la circunferencia se hacía conmensurable.

Ya hemos dicho cuál es la naturaleza de la ciencia que investigamos, el fin de nuestro estudio y de este tratado.

 

[editar] Parte III

Evidentemente es preciso adquirir la ciencia de las causas primeras, puesto que decimos que se sabe, cuando creemos que se conoce la causa primera. Se distinguen cuatro causas. La primera es la esencia, la forma propia de cada cosa, porque lo que hace que una cosa sea, está toda entera en la noción de aquello que ella es; la razón de ser primera es, por tanto, una causa y un principio. La segunda es la materia, el sujeto; la tercera el principio del movimiento; la cuarta, que corresponde a la precedente, es la causa final de las otras, el bien, porque el bien es el fin de toda producción.

Estos principios han sido suficientemente explicados en la Física. Recordemos, sin embargo, aquí las opiniones de aquellos que antes que nosotros se han dedicado al estudio del ser y han filosofado sobre la verdad; y que, por otra parte, han discurrido también sobre ciertos principios y ciertas causas. Esta revista será un preliminar útil a la indagación que nos ocupa. En efecto, o descubriremos alguna otra especie de causas, o tendremos mayor confianza en las causas que acabamos de enumerar.

La mayor parte de los primeros que filosofaron, no consideraron los principios de todas las cosas, sino desde el punto de vista de la materia. Aquello de donde salen todos los seres, de donde proviene todo lo que se produce, y adonde va a parar toda destrucción, persistiendo la sustancia misma bajo sus diversas modificaciones, he aquí el principio de los seres. Y así creen, que nada nace ni perece verdaderamente, puesto que esta naturaleza primera subsiste siempre; a la manera que no decimos que Sócrates nace realmente, cuando se hace hermoso o músico, ni que perece, cuando pierde estos modos de ser, puesto que el sujeto de las modificaciones, Sócrates mismo, persiste en su existencia, sin que podamos servirnos de estas expresiones respecto a ninguno de los demás seres. Porque es indispensable que haya una naturaleza primera, sea única, sea múltiple, la cual subsistiendo siempre, produzca todas las demás cosas. Por lo que hace al número y al carácter propio de los elementos, estos filósofos no están de acuerdo.

Tales, fundador de esta filosofía, considera el agua como primer principio. Por esto llega hasta pretender que la tierra descansa en el agua; y se vio probablemente conducido a esta idea, porque observaba que la humedad alimenta todas las cosas, que lo caliente mismo procede de ella, y que todo animal vive de la humedad; y aquello de donde viene todo, es claro, que es el principio de todas las cosas. Otra observación le condujo también a esta opinión. Las semillas de todas las cosas son húmedas por naturaleza y el agua es el principio de las cosas húmedas.

Algunos creen que los hombres de los más remotos tiempos y con ellos los primeros teólogos muy anteriores a nuestra época, se figuraron la naturaleza de la misma manera que Tales. Han presentado como autores del Universo al Océano y a Tetis, y los dioses, según ellos, juran por el agua, por ese agua que los poetas llaman Estigia. Porque lo más seguro que existe es igualmente lo que hay de más sagrado; y lo más sagrado que hay es el juramento. ¿Hay en esta antigua opinión una explicación de la naturaleza? No es cosa que se vea claramente. Tal fue, por lo que se dice, la doctrina de Tales sobre la primera causa.

No es posible colocar a Hipón entre los primeros filósofos, a causa de lo vago de su pensamiento. Anaxímenes y Diógenes dijeron que el aire es anterior al agua, y que es el primer principio de los cuerpos simples. Hipaso de Metaponte y Heráclito de Éfeso reconocen como primer principio el fuego. Empédocles admite cuatro elementos, añadiendo la tierra a los tres que quedan nombrados. Estos elementos subsisten siempre, y no se hacen o devienen; sólo que siendo, ya más, ya menos, se mezclan y se desunen, se agregan y se separan.

Anaxágoras de Clazómenas, mayor que Empédocles, no logró exponer un sistema tan recomendable. Pretende que el número de los principios es infinito. Casi todas las cosas formadas de partes semejantes, no están sujetas, como se ve en el agua y el fuego, a otra producción ni a otra destrucción que la agregación o la separación; en otros términos, no nacen ni perecen, sino que subsisten eternamente.

Por lo que precede se ve que todos estos filósofos han tomado por punto de partida la materia, considerándola como causa única.

Una vez en este punto, se vieron precisados a caminar adelante y a entrar en nuevas indagaciones. Es indudable que toda destrucción y toda producción proceden de algún principio, ya sea único o múltiple. Pero ¿de dónde proceden estos efectos y cuál es la causa? Porque, en verdad, el sujeto mismo no puede ser autor de sus propios cambios. Ni la madera ni el bronce, por ejemplo, son la causa que les hace mudar de estado al uno y al otro; no es la madera la que hace la cama, ni el bronce el que hace la estatua. Buscar esta otra cosa es buscar otro principio, el principio del movimiento, como nosotros le llamamos.

Desde los comienzos, los filósofos partidarios de la unidad de la sustancia, que tocaron esta cuestión, no se tomaron gran trabajo en resolverla. Sin embargo, algunos de los que admitían la unidad, intentaron hacerlo, pero sucumbieron, por decirlo así, bajo el peso de esta indagación. Pretenden que la unidad es inmóvil, y que no sólo nada nace ni muere en toda la naturaleza (opinión antigua y a la que todos se afiliaron), sino también que en la naturaleza es imposible otro cambio. Este último punto es peculiar de estos filósofos. Ninguno de los que admiten la unidad del todo ha llegado a la concepción de la causa de que hablamos, excepto, quizá, Parménides, en cuanto no se contenta con la unidad, sino que, independientemente de ella, reconoce en cierta manera dos causas.

En cuanto a los que admiten muchos elementos, como lo caliente y lo frío, o el fuego y la tierra, están más a punto de descubrir la causa en cuestión. Porque atribuyen al fuego el poder motriz, y al agua, a la tierra y a los otros elementos la propiedad contraria. No bastando estos principios para producir el Universo, los sucesores de los filósofos que los habían adoptado, estrechados de nuevo, como hemos dicho, por la verdad misma, recurrieron al segundo principio. En efecto, que el orden y la belleza que existen en las cosas o que se producen en ellas, tengan por causa la tierra o cualquier otro elemento de esta clase, no es en modo alguno probable: ni tampoco es creíble que los filósofos antiguos hayan abrigado esta opinión. Por otra parte, atribuir al azar o a la fortuna estos admirables efectos era muy poco racional. Y así, cuando hubo un hombre que proclamó que en la naturaleza, al modo que sucedía con los animales, había una inteligencia, causa del concierto y del orden universal, pareció que este hombre era el único que estaba en el pleno uso de su razón, en desquite de las divagaciones de sus predecesores.

Sabemos, sin que ofrezca duda, que Anaxágoras se consagró al examen de este punto de vista de la ciencia. Puede decirse, sin embargo, que Hermotimo de Clazómenas lo indicó el primero. Estos dos filósofos alcanzaron, pues, la concepción de la Inteligencia, y establecieron que la causa del orden es a un mismo tiempo el principio de los seres y la causa que les imprime el movimiento.

 

[editar] Parte IV

Debería creerse que Hesíodo entrevió mucho antes algo análogo, y con Hesíodo todos los que han admitido como principio en los seres el Amor o el deseo; por ejemplo, Parménides. Éste dice, en su explicación de la formación del Universo:

Él creó el Amor, el más antiguo de todos los dioses

Hesíodo, por su parte, se expresa de esta manera:

Mucho antes de todas las cosas existió el Caos, después
la Tierra espaciosa.
Y el Amor, que es el más hermoso de todos los Inmortales,

con lo que parece que reconocen que es imprescindible que los seres tengan una causa capaz de imprimir el movimiento y de dar enlace a las cosas. Deberíamos examinar aquí a quién pertenece la prioridad de este descubrimiento, pero rogamos se nos permita decidir esta cuestión más tarde.

Como se vio que al lado del bien aparecía lo contrario del bien en la naturaleza; que al lado del orden y de la belleza se encontraban el desorden y la fealdad; que el mal parecía sobrepujar al bien, y lo feo a lo bello, otro filósofo introdujo la Amistad y la Discordia como causas opuestas de estos efectos contrarios. Porque si se sacan todas las consecuencias que se derivan de las opiniones de Empédocles, y nos atenemos al fondo de su pensamiento y no a la manera con que él lo balbucea, se verá que hace de la Amistad el principio del bien, y de la Discordia el principio del mal. De suerte, que si se dijese que Empédocles ha proclamado, y proclamado el primero, el bien y el mal como principios, quizá no se incurriría en equivocación, puesto que, según su sistema, el bien en sí es la causa de todos los bienes, y el mal la de todos los males.

Hasta aquí, en nuestra opinión, los filósofos han reconocido dos de las causas que hemos fijado en la Física: la materia y la causa del movimiento. Es cierto que lo han hecho de una manera oscura e indistinta, como se conducen los soldados bisoños en un combate. Éstos se lanzan sobre el enemigo y descargan muchas veces sendos golpes, pero la ciencia no entra para nada en su conducta. En igual forma estos filósofos no saben en verdad lo que dicen. Porque no se les ve nunca, o casi nunca, hacer uso de sus principios. Anaxágoras se sirve de la Inteligencia como de una máquina, para la formación del mundo; y cuando se ve embarazado para explicar por qué causa es necesario esto o aquello, entonces presenta la inteligencia en escena; pero en todos los demás casos a otra causa más bien que a la inteligencia es a la que atribuye la producción de los fenómenos. Empédocles se sirve de las causas más que Anaxágoras, es cierto, pero de una manera también insuficiente, y al servirse de ellas no sabe ponerse de acuerdo consigo mismo.

Muchas veces en el sistema de este filósofo, la amistad es la que separa, y la discordia la que reúne. En efecto, cuando el todo se divide en sus elementos por la discordia, entonces las partículas del fuego se reúnen en un todo, así como las de cada uno de los otros elementos. Y cuando la amistad lo reduce todo a la unidad, mediante su poder, entonces, por lo contrario, las partículas de cada uno de los elementos se ven forzadas a separarse. Empédocles, según se ve, se distinguió de sus predecesores por la manera de servirse de la causa de que nos ocupamos; fue el primero que la dividió en dos. No hizo un principio único del principio de movimiento, sino dos principios diferentes, y opuestos entre sí. Y luego, desde el punto de vista de la materia, es el primero que reconoció cuatro elementos. Sin embargo, no se sirvió de ellos como si fueran cuatro elementos, sino como si fuesen dos, el fuego de una parte por sí solo, y de otra los tres elementos opuestos: la tierra, el aire y el agua, considerados como una sola naturaleza. Ésta es por lo menos la idea que se puede formar después de leer su poema. Tales son, a nuestro juicio, los caracteres, y tal es el número de los principios de que Empédocles nos ha hablado.

Leucipo y su amigo Demócrito admiten por elementos lo lleno y lo vacío o, usando de sus mismas palabras, el ser y el no ser. Lo lleno, lo sólido, es el ser; lo vacío y lo raro es el no ser. Por esta razón, según ellos, el no ser existe lo mismo que el ser. En efecto, lo vacío existe lo mismo que el cuerpo; y desde el punto de vista de la materia éstas son las causas de los seres. Y así como los que admiten la unidad de la sustancia hacen producir todo lo demás mediante las modificaciones de esta sustancia, dando lo raro y lo denso por principios de estas modificaciones, en igual forma estos dos filósofos pretenden que las diferencias son las causas de todas las cosas. Estas diferencias son en su sistema tres: la forma, el orden, la posición. Las diferencias del ser sólo proceden según su lenguaje, de la configuración, de la coordinación, y de la situación. La configuración es la forma, y la coordinación es el orden, y la situación es la posición. Y así A difiere de N por la forma; A N de N A por el orden; y Z de N por la posición. En cuanto al movimiento, a averiguar de dónde procede y cómo existe en los seres, han despreciado esta cuestión, y la han omitido como han hecho los demás filósofos.

Tal es, a nuestro juicio, el punto a que parecen haber llegado las indagaciones de nuestros predecesores sobre las dos causas en cuestión.

 

[editar] Parte V

En tiempo de estos filósofos y antes que ellos, los llamados pitagóricos se dedicaron por de pronto a las matemáticas, e hicieron progresar esta ciencia. Embebidos en este estudio, creyeron que los principios de las matemáticas eran los principios de todos los seres. Los números son por su naturaleza anteriores a las cosas, y los pitagóricos creían percibir en los números más bien que en el fuego, la tierra y el agua, una multitud de analogías con lo que existe y lo que se produce. Tal combinación de números, por ejemplo, les parecía ser la justicia, tal otra el alma y la inteligencia, tal otra la oportunidad; y así, poco más o menos, hacían con todo lo demás; por último, veían en los números las combinaciones de la música y sus acordes. Pareciéndoles que estaban formadas todas las cosas a semejanza de los números, y siendo por otra parte los números anteriores a todas las cosas, creyeron que los elementos de los números son los elementos de todos los seres, y que el cielo en su conjunto es una armonía y un número. Todas las concordancias que podían descubrir en los números y en la música, junto con los fenómenos del cielo y sus partes y con el orden del Universo, las reunían, y de esta manera formaban un sistema. Y si faltaba algo, empleaban todos los recursos para que aquél presentara un conjunto completo. Por ejemplo, como la década parece ser un número perfecto, y que abraza todos los números, pretendieron que los cuerpos en movimiento en el cielo son diez en número. Pero no siendo visibles más que nueve, han imaginado un décimo, el Antictón. Todo esto lo hemos explicado más al por menor en otra obra. Si ahora tocamos ese punto, es para hacer constar, respecto a ellos como a todos los demás, cuáles son los principios cuya existencia afirman, y cómo estos principios entran en las causas que hemos enumerado.

He aquí en lo que al parecer consiste su doctrina: El número es el principio de los seres bajo el punto de vista de la materia, así como es la causa de sus modificaciones y de sus estados diversos; los elementos del número son el par y el impar; el impar es finito, el par es infinito; la unidad participa a la vez de estos dos elementos, porque a la vez es par e impar; el número viene de la unidad, y por último, el cielo en su conjunto se compone, como ya hemos dicho, de números. Otros pitagóricos admiten diez principios, que colocan de dos en dos, en el orden siguiente:

Finito e infinito.
Par e impar.
Unidad y pluralidad.
Derecha e izquierda.
Macho y hembra.
Reposo y movimiento.
Rectilíneo y curvo.
Luz y tinieblas.
Bien y mal.
Cuadrado y cuadrilátero irregular.

La doctrina de Alcmeón de Crotona, parece aproximarse mucho a estas ideas, sea que las haya tomado de los pitagóricos, sea que éstos las hayan recibido de Alcmeón, porque florecía cuando era anciano Pitágoras, y su doctrina se parece a la que acabamos de exponer. Dice, en efecto, que la mayor parte de las cosas de este mundo son dobles, señalando al efecto las oposiciones entre las cosas. Pero no fija, como los pitagóricos, estas diversas oposiciones. Toma las primeras que se presentan, por ejemplo, lo blanco y lo negro, lo dulce y lo amargo, el bien y el mal, lo grande y lo pequeño, y sobre todo lo demás se explica de una manera igualmente indeterminada, mientras que los pitagóricos han definido el número y la naturaleza de las oposiciones.

Por consiguiente, de estos dos sistemas puede deducirse que los contrarios son los principios de las cosas, y además, que uno de ellos nos da a conocer el número de estos principios y su naturaleza. Pero cómo estos principios pueden resumirse en las causas primeras, es lo que no han articulado claramente estos filósofos. Sin embargo, parece que consideran los elementos desde el punto de vista de la materia, porque, según ellos, estos elementos se encuentran en todas las cosas y constituyen y componen todo el Universo.

Lo que precede basta para dar una idea de las opiniones de los que, entre los antiguos, han admitido la pluralidad en los elementos de la naturaleza. Hay otros que han considerado el todo como un ser único, pero difieren entre sí, ya por el mérito de la exposición, ya por la manera como han concebido la realidad. Con relación a la revista que estamos pasando a las causas, no tenemos necesidad de ocuparnos de ellos. En efecto, no hacen como algunos filósofos, que al establecer la existencia de una sustancia única, sacan sin embargo todas las cosas del seno de la unidad, considerada como materia; su doctrina es muy distinta. Estos físicos añaden el movimiento para producir el Universo, mientras que aquéllos pretenden que el Universo es inmóvil. He aquí todo lo que se encuentra en estos filósofos referente al objeto de nuestra indagación:

La unidad de Parménides parece ser la unidad racional, la de Meliso, por lo contrario, la unidad material, y por esta razón el primero representa la unidad como finita, y el segundo como infinita. Jenófanes, fundador de estas doctrinas (porque según se dice, Parménides fue su discípulo), no aclaró nada, ni al parecer dio explicaciones sobre la naturaleza de ninguna de estas dos unidades; tan sólo al dirigir sus miradas sobre el conjunto del cielo, ha dicho que la unidad es Dios. Repito que, en el examen que nos ocupa, debemos, como ya hemos dicho, prescindir de estos filósofos, por lo menos de los dos últimos, Jenófanes y Meliso, cuyas concepciones son verdaderamente bastante groseras. Con respecto a Parménides, parece que habla con un conocimiento más profundo de las cosas. Persuadido de que fuera del ser, el no ser es nada, admite que el ser es necesariamente uno, y que no hay ninguna otra cosa más que el ser; cuestión que hemos tratado detenidamente en la Física. Pero precisado a explicar las apariencias, a admitir la pluralidad que nos suministra los sentidos, al mismo tiempo que la unidad concebida por la razón, sienta, además del principio de la unidad, otras dos causas, otros dos principios, lo caliente y lo frío, que son el fuego y la tierra. De estos dos principios, atribuye el uno, lo caliente, al ser, y el otro, lo frío, al no ser.

He aquí los resultados de lo que hemos dicho, y lo que se puede inferir de los sistemas de los primeros filósofos con relación a los principios. Los más antiguos admiten un principio corporal, porque el agua y el fuego y las cosas análogas son cuerpos; en los unos, este principio corporal es único, y en los otros es múltiple; pero unos y otros lo consideran desde el punto de vista de la materia. Algunos, además de esta causa, admiten también la que produce el movimiento, causa única para los unos, doble para los otros. Sin embargo, hasta que apareció la escuela Itálica, los filósofos han expuesto muy poco sobre estos principios. Todo lo que puede decirse de ellos, como ya hemos manifestado, es que se sirven de dos causas, y que una de éstas, la del movimiento, se considera como única por los unos, como doble por los otros.

Los pitagóricos, ciertamente, han hablado también de dos principios. Pero han añadido lo siguiente, que exclusivamente les pertenece. El finito, el infinito y la unidad, no son, según ellos, naturalezas aparte, como lo son el fuego o la tierra o cualquier otro elemento análogo, sino que el infinito en sí y la unidad en sí son la sustancia misma de las cosas, a las que se atribuye la unidad y la infinitud; y por consiguiente, el número es la sustancia de todas las cosas. De esta manera se han explicado sobre las causas de que nos ocupamos. También comenzaron a ocuparse de la forma propia de las cosas y a definirla; pero en este punto su doctrina es demasiado imperfecta. Definían superficialmente; y el primer objeto a que convenía la definición dada, le consideraban como la esencia de la cosa definida, como si, por ejemplo, se creyese que lo doble y el número dos son una misma cosa, porque lo doble se encuentra desde luego en el número dos. Y ciertamente, dos y lo doble, no son la misma cosa en su esencia; porque entonces un ser único sería muchos seres, y ésta es la consecuencia del sistema pitagórico.

Tales son las ideas que pueden formarse de las doctrinas de los filósofos más antiguos y de sus sucesores.

 

[editar] Parte VI

A estas diversas filosofías siguió la de Platón de acuerdo las más veces con las doctrinas pitagóricas, pero que tiene también sus ideas propias, en las que se separa de la escuela Itálica. Platón, desde su juventud, se había familiarizado con Cratilo, su primer maestro, y efecto de esta relación era partidario de la opinión de Heráclito, según el que todos los objetos sensibles están en un flujo o cambio perpetuo, y no hay ciencia posible de estos objetos.

Más tarde conservó esta misma opinión. Por otra parte, discípulo de Sócrates, cuyos trabajos no abrazaron ciertamente más que la moral y de ninguna manera el conjunto de la naturaleza, pero que al tratar de la moral, se propuso lo general como objeto de sus indagaciones, siendo el primero que tuvo el pensamiento de dar definiciones, Platón, heredero de su doctrina, habituado a la indagación de lo general, creyó que sus definiciones debían recaer sobre otros seres que los seres sensibles, porque ¿cómo dar una definición común de los objetos sensibles que mudan continuamente? Estos seres los llamó Ideas, añadiendo que los objetos sensibles están fuera de las ideas, y reciben de ellas su nombre, porque en virtud de su participación en las ideas, todos los objetos de un mismo género reciben el mismo nombre que las ideas. La única mudanza que introdujo en la ciencia fue esta palabra, participación. Los pitagóricos dicen, en efecto, que los seres existen a imitación de los números; Platón que existen por participación en ellos. La diferencia es sólo de nombre. En cuanto a indagar en qué consiste esta participación o esta imitación de las ideas, es cosa de que no se ocuparon ni Platón ni los pitagóricos. Además, entre los objetos sensibles y las ideas, Platón admite seres intermedios, los seres matemáticos, distintos de los objetos sensibles, en cuanto son eternos e inmóviles, y distintos de las ideas, en cuanto son muchos de ellos semejantes, mientras que cada idea es la única de su especie.

Siendo las ideas causas de los demás seres, Platón consideró sus elementos como los elementos de todos los seres. Desde el punto de vista de la materia, los principios son lo grande y lo pequeño; desde el punto de vista de la esencia, es la unidad. Porque en tanto que las ideas tienen lo grande y lo pequeño por sustancia, y que por otra parte participan de la unidad, las ideas son los números. Sobre esto de ser la unidad la esencia por excelencia, y que ninguna otra cosa puede aspirar a este título, Platón está de acuerdo con los pitagóricos, así como lo está también en la de ser los números causas de la esencia de los otros seres. Pero reemplazar por una díada el infinito considerado como uno, y constituir el infinito de lo grande y de lo pequeño, he aquí lo que le es peculiar. Además coloca los números fuera de los objetos sensibles, mientras que los pitagóricos pretenden que los números son los objetos mismos, y no admiten los seres matemáticos como intermedios. Si, a diferencia de los pitagóricos, Platón colocó de esta suerte la unidad y los números fuera de las cosas e hizo intervenir las ideas, esto fue debido a sus estudios sobre los caracteres distintos de los seres, porque sus predecesores no conocían la Dialéctica. En cuanto a esta opinión, según la que es una díada el otro principio de las cosas, procede de que todos los números, a excepción de los impares, salen fácilmente de la díada, como de una materia común. Sin embargo, es distinto lo que sucede de como dice Platón, y su opinión no es razonable: porque hace una multitud de cosas con esta díada considerada como materia, mientras que una sola producción es debida a la idea. Pero en realidad, de una materia única sólo puede salir una sola mesa, mientras que el que produce la idea, la idea única, produce muchas mesas. Lo mismo puede decirse del macho con relación a la hembra; ésta puede ser fecundada por una sola unión, mientras que, por lo contrario, el macho fecunda muchas hembras. He aquí una imagen del papel que desempeñan los principios de que se trata.

Tal es la solución dada por Platón a la cuestión que nos ocupa; resultando evidentemente de lo que precede, que sólo se ha servido de dos causas: la esencia y la materia. En efecto, admite por una parte las ideas, causas de la esencia de los demás objetos, y la unidad, causa de las ideas; y por otra, una materia, una sustancia, a la que se aplican las ideas para constituir los seres sensibles, y la unidad para constituir las ideas. ¿Cuál es esta sustancia? Es la díada, lo grande y lo pequeño. Colocó también en uno de estos dos elementos la causa del bien, y en el otro la causa del mal; punto de vista que no ha sido más particularmente objeto de indagaciones de algunos filósofos anteriores, como Empédocles y Anaxágoras.

 

[editar] Parte VII

Acabamos de ver breve y sumariamente qué filósofos han hablado de los principios y de la verdad, y cuáles han sido sus sistemas. Este rápido examen es suficiente, sin embargo, para hacer ver que ninguno de los que han hablado de los principios y de las causas nos ha dicho nada que no pueda reducirse a las causas que hemos consignado nosotros en la Física, pero que todos, aunque oscuramente y cada uno por distinto rumbo, han vislumbrado alguna de ellas.

En efecto, unos hablan del principio material que suponen uno o múltiple, corporal o incorporal. Tales son por ejemplo, lo grande y lo pequeño de Platón, el infinito de la escuela Itálica, el fuego, la tierra, el agua y el aire de Empédocles, la infinidad de las homeomerías de Anaxágoras. Todos estos filósofos se refirieron evidentemente a este principio, y con ellos todos aquellos que admiten como principio el aire, el fuego, o el agua, o cualquiera otra cosa más densa que el fuego, pero más sutil que el aire, porque tal es, según algunos, la naturaleza del primer elemento. Estos filósofos sólo se han fijado en la causa material. Otros han hecho indagaciones sobre la causa del movimiento: aquellos, por ejemplo, que afirman como principios la Amistad y la Discordia, o la Inteligencia o el Amor. En cuanto a la forma, en cuanto a la esencia, ninguno de ellos ha tratado de ella de un modo claro y preciso. Los que mejor lo han hecho son los que han recurrido a las ideas y a los elementos de las ideas; porque no consideran las ideas y sus elementos, ni como la materia de los objetos sensibles, ni como los principios del movimiento. Las ideas, según ellos, son más bien causas de inmovilidad y de inercia. Pero las ideas suministran a cada una de las otras cosas su esencia, así como ellas la reciben de la unidad. En cuanto a la causa final de los actos, de los cambios, de los movimientos, nos hablan de alguna causa de este género, pero no le dan el mismo nombre que nosotros ni dicen en qué consisten. Los que admiten como principios la inteligencia o la amistad, dan a la verdad estos principios como una cosa buena, pero no sostienen que sean la causa final de la existencia o de la producción de ningún ser, y antes dicen, por lo contrario, que son las causas de sus movimientos. De la misma manera, los que dan este mismo carácter de principios a la unidad o al ser, los consideran como causas de la sustancia de los seres, y de ninguna manera como aquello en vista de lo cual existen y se producen las cosas. Y así dicen y no dicen, si puedo expresarme así, que el bien es una causa; mas el bien que mencionan no es el bien hablando en absoluto, sino accidentalmente.

La exactitud de lo que hemos dicho sobre las causas, su número, su naturaleza, está, pues, confirmada, al parecer, por el testimonio de todos estos filósofos y hasta por su impotencia para encontrar algún otro principio. Es evidente, además, que en la indagación de que vamos a ocuparnos, debemos considerar los principios, o bajo todos estos puntos de vista, o bajo alguno de ellos. Pero ¿cómo se ha expresado cada uno de estos filósofos?; y, ¿cómo han resuelto las dificultades que se relacionan con los principios? He aquí los puntos que vamos a examinar.

 

[editar] Parte VIII

Todos los que suponen que el todo es uno, que no admiten más que un solo principio, la materia, que dan a este principio una naturaleza corporal y extensa, incurren evidentemente en una multitud de errores, porque sólo reconocen los elementos de los cuerpos, y no los de los seres incorporales; y sin embargo, hay seres incorporales, y después, aun cuando quieran explicar las causas de la producción y destrucción, y construir un sistema que abrace toda la naturaleza, suprimen la causa del movimiento. Otro defecto consiste en no dar por causa en ningún caso ni la esencia, ni la forma; así como el aceptar, sin suficiente examen, como principio de los seres un cuerpo simple cualquiera, menos la tierra; el no reflexionar sobre esta producción o este cambio, cuyas causas son los elementos; y por último, no determinar cómo se opera la producción mutua de los elementos. Tomemos, por ejemplo, el fuego, el agua, la tierra y el aire. Estos elementos provienen los unos de los otros unos por vía de reunión y otros por vía de separación. Esta distinción importa mucho para la cuestión de la prioridad y de la posterioridad de los elementos. Desde el punto de vista de la reunión, el elemento fundamental de todas las cosas parece ser aquel del cual, considerado como principio, se forma la tierra por vía de agregación, y este elemento deberá ser el más tenue y el más sutil de los cuerpos. Los que admiten el fuego como principio son los que se conforman principalmente con este pensamiento. Todos los demás filósofos reconocen en igual forma, que tal debe ser el elemento de los cuerpos, y así ninguno de los filósofos posteriores que admitieron un elemento único, consideró la tierra como principio, a causa sin duda de la magnitud de sus partes, mientras que cada uno de los demás elementos ha sido adoptado como principio por alguno de aquellos. Unos dicen que es el fuego el principio de las cosas, otros el agua, otros el aire. ¿Y por qué no admiten igualmente, según la común opinión, como principio la tierra? Porque generalmente se dice que la tierra es todo. El mismo Hesíodo dice que la tierra es el más antiguo de todos los cuerpos; ¡tan antigua y popular es esta creencia!

Desde este punto de vista, ni los que admiten un principio distinto del fuego, ni los que suponen el elemento primero más denso que el aire y más sutil que el agua, podían por tanto estar en lo cierto. Pero si lo que es posterior bajo la relación de la generación es anterior por su naturaleza (y todo compuesto, toda mezcla, es posterior por la generación), sucederá todo lo contrario; el agua será anterior al aire, y la tierra al agua.

Limitémonos a las observaciones que quedan consignadas con respecto a los filósofos, que sólo han admitido un solo principio material. Mas son también aplicables a los que admiten un número mayor de principios, como Empédocles, por ejemplo, que reconoce cuatro cuerpos elementales, pudiéndose decir de él todo lo dicho de estos sistemas. He aquí lo que es peculiar de Empédocles.

Nos presenta éste los elementos procediendo los unos de los otros, de tal manera que el fuego y la tierra no permanecen siendo siempre el mismo cuerpo. Este punto lo hemos tratado en la Física, así como la cuestión de saber si deben admitirse una o dos causas del movimiento. En nuestro juicio, la opinión de Empédocles no es, ni del todo exacta, ni del todo irracional. Sin embargo, los que adoptan sus doctrinas, deben desechar necesariamente todo tránsito de un estado a otro, porque lo húmedo no podría proceder de lo caliente, ni lo caliente de lo húmedo, ni el mismo Empédocles no dice cuál sería el objeto que hubiera de experimentar estas modificaciones contrarias, ni cuál seria esa naturaleza única que se haría agua y fuego.

Podemos pensar que Anaxágoras admite dos elementos por razones que ciertamente él no expuso, pero que si se le hubieran manifestado, indudablemente habría aceptado. Porque bien que, en suma, sea absurdo decir que en un principio todo estaba mezclado, puesto que para que se verificara la mezcla, debió haber primero separación, puesto que es natural que un elemento cualquiera se mezcle con otro elemento cualquiera, y en fin, porque supuesta la mezcla primitiva, las modificaciones y los accidentes se separarían de las sustancias, estando las mismas cosas igualmente sujetas a la mezcla y a la separación; sin embargo, si nos fijamos en las consecuencias, y si se precisa lo que Anaxágoras quiere decir, se hallará, no tengo la menor duda, que su pensamiento no carece, ni de sentido, ni de originalidad. En efecto, cuando nada estaba aún separado, es evidente que nada de cierto se podría afirmar de la sustancia primitiva. Quiero decir con esto, que la sustancia primitiva no sería blanca, ni negra, ni parda, ni de ningún otro color; sería necesariamente incolora, porque en otro caso tendría alguno de estos colores. Tampoco tendría sabor por la misma razón, ni ninguna otra propiedad de este género. Tampoco podía tener calidad, ni cantidad, ni nada que fuera determinado, sin lo cual hubiese tenido alguna de las formas particulares del ser; cosa imposible cuando todo está mezclado, y lo cual supone ya una separación. Ahora bien, según Anaxágoras, todo está mezclado, excepto la inteligencia; la inteligencia sólo existe pura y sin mezcla. Resulta de aquí, que Anaxágoras admite como principios: primero, la unidad, por que es lo que aparece puro y sin mezcla; y después otro elemento, lo indeterminado antes de toda determinación, antes que haya recibido forma alguna.

A este sistema le falta verdaderamente claridad y precisión; sin embargo, en el fondo del pensamiento de Anaxágoras hay algo que se aproxima a las doctrinas posteriores, sobre todo a las de los filósofos de nuestros días.

Las únicas especulaciones familiares a los filósofos de que hemos hablado, recaen sobre la producción, la destrucción y el movimiento [; porque los principios y las causas, objeto de sensible]. Pero los que extienden sus especulaciones a todas sus indagaciones, son casi exclusivamente los de la sustancia, los seres, que admiten por una parte seres sensibles y por otra seres no sensibles, estudian evidentemente estas dos especies de seres. Por lo tanto, será conveniente detenerse más en sus doctrinas y examinar lo que dicen de bueno o de malo, que se refiera a nuestro asunto.

Los que se llaman pitagóricos emplean los principios y los elementos de una manera más extraña aún que los físicos, y esto procede de que toman los principios fuera de los seres sensibles: los seres matemáticos están privados de movimientos, a excepción de aquellos de que trata la Astronomía. Ahora bien, todas sus indagaciones, todos sus sistemas, recaen sobre los seres físicos. Explican la producción del cielo, y observan lo que pasa en sus diversas partes, sus revoluciones y sus movimientos, y a esto es a lo que aplican sus principios y sus causas, como si estuvieran de acuerdo con los físicos para reconocer que el ser está reducido a lo que es sensible, a lo que abraza nuestro cielo. Pero sus causas y sus principios bastan, en nuestra opinión, para elevarse a la concepción de los seres que están fuera del alcance de los sentidos; causas y principios que podrían aplicarse mucho mejor a esto que las consideraciones físicas.

¿Pero cómo tendrá lugar el movimiento, si no hay otras sustancias que lo finito y lo infinito, lo par y lo impar? Los pitagóricos nada dicen de esto, ni explican tampoco cómo pueden operarse, sin movimiento y sin cambio, la producción y la destrucción, o las revoluciones de los cuerpos celestes. Supongamos por otra parte, que se les conceda o que resulte demostrado que la extensión sale de sus principios; habrá aún que explicar por qué ciertos cuerpos son ligeros, por qué otros son pesados. Porque ellos declaran, y ésta es su pretensión, que todo lo que dicen de los cuerpos matemáticos lo afirman de los cuerpos sensibles; y por esta razón jamás han hablado del fuego, de la tierra, ni de los otros cuerpos análogos, como si no tuvieran nada de particular que decir de los seres sensibles.

Además, ¿cómo concebir que las modificaciones del número y el número mismo sean causas de lo que existe, de lo que se produce en el cielo en todos tiempos y hoy, y que no haya, sin embargo, ningún otro número fuera de este número que constituye el mundo? En efecto, cuando los pitagóricos han colocado en tal parte del Universo la Opinión y la Oportunidad, y un poco más arriba o más abajo la Injusticia, la Separación o la Mezcla, diciendo para probar que es así, que cada una de estas cosas es un número y que en esta misma parte del Universo se encuentra ya una multitud de magnitudes, puesto que cada punto particular del espacio está ocupado por alguna magnitud, ¿el número que constituye el cielo es entonces lo mismo que cada uno de estos números, o bien se necesita de otro número además de aquél?. Platón dice que se necesita otro. Admite que todos estos seres, lo mismo que sus causas, son igualmente números, pero las causas son números inteligibles, mientras que los otros seres son números sensibles.

 

[editar] Parte IX

Dejemos ya a los pitagóricos, y respecto a ellos mantengámonos a lo dicho. Pasemos ahora a ocuparnos de los que reconocen las ideas como causas. Observemos por lo pronto, que al tratar de comprender las causas de los seres que están sometidos a nuestros sentidos, han introducido otros tantos seres, lo cual es como si uno, queriendo contar y no teniendo más que un pequeño número de objetos, creyese la operación imposible y aumentase el número para poder practicarla. Porque el número de las ideas es casi tan grande o poco menos que el de los seres cuyas causas intentan descubrir y de los cuales han partido para llegar a las ideas. Cada cosa tiene su homónimo; no sólo la tienen las esencias, sino también todo lo que es uno en la multiplicidad de los seres, sea entre las cosas sensibles, sea entre las cosas eternas.

Además, de todos los argumentos con que se intenta demostrar la existencia de las ideas, ninguno prueba esta existencia. La conclusión de algunos no es necesaria; y conforme a otros, debería haber ideas de cosas respecto de las que no se admite que las haya. En efecto, según las consideraciones tomadas de la ciencia, habrá ideas de todos los objetos de que se tienen conocimiento, conforme al argumento de la unidad en la pluralidad, habrá hasta negaciones; y, en tanto que se piensa en lo que ha perecido, habrá también ideas de los objetos que han perecido, porque podemos formarnos de ellos una imagen. Por otra parte, los razonamientos más rigurosos conducen ya a admitir las ideas de lo que es relativo y no se admite que lo relativo sea un género en sí; o ya a la hipótesis del tercer hombre. Por último, la demostración de la existencia de las ideas destruye lo que los partidarios de las ideas tienen más interés en sostener, que la misma existencia de las ideas. Porque resulta de aquí que no es la díada lo primero, sino el número; que lo relativo es anterior al ser en sí; y todas las contradicciones respecto de sus propios principios en que han incurrido los partidarios de la doctrina de las ideas.

Ademas, conforme a la hipótesis de la existencia de las ideas, habrá ideas, no sólo de las esencias, sino de muchas otras cosas; porque hay unidad de pensamiento, no sólo con relación a la esencia, sino también con relación a toda especie de ser; las ciencias no recaen únicamente sobre la esencia, recaen también sobre otras cosas; y pueden sacarse otras mil consecuencias de este género. Mas, por otra parte, es necesario, y así resulta de las opiniones recibidas sobre las ideas; es necesario, repito, que si hay participación de los seres en las ideas, haya ideas sólo de las esencias, porque no se tiene participación en ellas mediante el accidente; no debe haber participación de parte de un ser con las ideas, sino en tanto que este ser es un atributo de un sujeto. Y así, si una cosa participase de lo doble en sí, participaría al mismo tiempo de la eternidad; pero sólo sería por accidente, porque sólo accidentalmente lo doble es eterno. Luego no hay ideas sino de la esencia. Luego idea significa esencia en este mundo y en el mundo de las ideas; ¿de otra manera qué significaría esta proposición: la unidad en la pluralidad es algo que está fuera de los objetos sensibles?. Y si las ideas son del mismo género que las cosas que participan de ellas, habrá entre las ideas y las cosas alguna relación común. ¿Por qué ha de haber entre las díadas perecederas y las díadas también varias, pero eternas, unidad e identidad del carácter constitutivo de la díada, más bien que entre la díada ideal y la díada particular?. Si no hay comunidad de género, no habrá entre ellas más de común que el nombre; y será como si se diese el nombre de hombre a Calias y a un trozo de madera, sin haber relación entre ellos.

Una de las mayores cuestiones de difícil resolución sería demostrar para qué sirven las ideas a los seres sensibles eternos, o a los que nacen y perecen. Porque las ideas no son, respecto de ellos, causas de movimiento, ni de ningún cambio; ni prestan auxilio alguno para el conocimiento de los demás seres, porque no son su esencia, pues en tal caso estarían en ellos. Tampoco son su causa de existencia, puesto que no se encuentran en los objetos que participan de las ideas. Quizá se dirá que son causas de la misma manera que la blancura es causa del objeto blanco, en el cual se da mezclada. Esta opinión, que tiene su origen en las doctrinas de Anaxágoras y que ha sido adoptada por Eudoxio y por algunos otros, carece verdaderamente de todo fundamento, y sería fácil acumular contra ella una multitud de objeciones insolubles. Por otra parte, los demás objetos no pueden provenir de las ideas en ninguno de los sentidos en que les entiende de ordinario esta expresión. Decir que las ideas son ejemplares, y que las demás cosas participan de ellas, es pagarse de palabras vacías de sentido y hacer metáforas poéticas. El que trabaja en su obra, ¿tiene necesidad para ello de tener los ojos puestos en las ideas? Puede suceder que exista o que se produzca un ser semejante a otro, sin haber sido modelado por este otro; y así, que Sócrates exista o no, podría nacer un hombre como Sócrates. Esto no es menos evidente, aun cuando se admitiese un Sócrates eterno. Habría por otra parte muchos modelos del mismo ser y, por consiguiente, muchas ideas; respecto del hombre, por ejemplo, habría a la vez la de animal, la de bípedo y la de hombre en sí.

Además, las ideas no serán sólo modelos de los seres sensibles, sino que serán también modelos de sí mismas; tal será el género en tanto que género de ideas; de suerte que la misma cosa será a la vez modelo y copia. Y puesto que es imposible, al parecer, que la esencia se separe de aquello de que ella es esencia, ¿cómo en este caso las ideas que son la esencia de las cosas podrían estar separadas de ellas? Se dice en el Fedón, que las ideas son las causas del ser y del devenir o llegar a ser, y sin embargo, aun admitiendo las ideas, los seres que de ellas participan no se producen si no hay un motor. Vemos, por el contrario, producirse muchos objetos, de los que no se dice que haya ideas; como una casa, un anillo, y es evidente que las demás cosas pueden ser o hacerse por causas análogas a la de los objetos en cuestión.

Asimismo, si las ideas son números, ¿cómo podrán estos números ser causa? ¿Es porque los seres son otros números, por ejemplo, tal número el hombre, tal otro Sócrates, tal otro Calias? ¿Por qué los unos son causa de los otros? Pues con suponer a los unos eternos y a los otros no, no se adelantará nada. Si se dice que los objetos sensibles no son más que relaciones de números, como lo es, por ejemplo, una armonía, es claro que habrá algo de que serán ellos la relación. Este algo es la materia. De aquí resulta evidentemente que los números mismos no serán más que relaciones de los objetos entre sí. Por ejemplo, supongamos que Calias sea una relación en números de fuego, agua, tierra y aire; entonces el hombre en sí se compondría, además del número, de ciertas sustancias, y en tal caso la idea número, el hombre ideal, sea o no un número determinado, será una relación numérica de ciertos objetos, y no un puro número y, por consiguiente, no es el número el que constituirá el ser particular.

Es claro que de la reunión de muchos números resulta un número; pero ¿cómo muchas ideas pueden formar una sola idea? Si no son las ideas mismas, si son las unidades numéricas comprendidas bajo las ideas las que constituyen la suma, y si esta suma es un número en el género de la miríada, ¿qué papel desempeñan entonces las unidades? Si son semejantes, resultan de aquí numerosos absurdos; si no son semejantes, no serán todas, ni las mismas, ni diferentes entre sí. Porque ¿en qué diferirán no teniendo ningún modo particular? Estas suposiciones ni son razonables, ni están de acuerdo con el concepto mismo de la unidad.

Además, será preciso introducir necesariamente otra especie de número, objeto de la aritmética, y todos esos intermedios de que hablan algunos filósofos. ¿En qué consisten estos intermedios, y de qué principios se derivan? Y, por último, ¿para qué estos intermediarios entre los seres sensibles y las ideas? Además, las unidades que entran en cada díada procederán de una díada anterior, y esto es imposible. Luego ¿por qué el número compuesto es uno? Pero aún hay más: si las unidades son diferentes, será preciso que se expliquen como lo hacen los que admiten dos o cuatro elementos; los cuales dan por elemento, no lo que hay de común en todos los seres, el cuerpo, por ejemplo, sino el fuego o la tierra, sea o no el cuerpo algo de común entre los seres. Aquí sucede lo contrario; se hace de la unidad un ser compuesto de partes homogéneas, como el agua o el fuego. Y si así sucede, los números no serán esencias. Por lo demás, es evidente que si hay una unidad en sí, y si esta unidad es principio, la unidad debe tomarse en muchas acepciones; de otra manera, iríamos a parar a cosas imposibles.

Con el fin de reducir todos los seres a estos principios, se componen las longitudes de lo largo y de lo corto, de una especie de pequeño y de grande; la superficie de una especie de ancho y de estrecho; y el cuerpo de una especie de profundo y de no profundo. Pero en este caso, ¿cómo el plano contendrá la línea, o cómo el sólido contendrá la línea y el plano? Porque lo ancho y lo estrecho difieren en cuanto género de lo profundo y de su contrario. Y así como el número se encuentra en estas cosas, porque el más y el menos difieren de los principios que acabamos de asentar, es igualmente evidente que de estas diversas especies, las que son anteriores no se encontrarán en las que son posteriores. Y no se diga que lo profundo es una especie de ancho, porque entonces el cuerpo sería una especie de plano. Por otra parte, ¿los puntos de dónde han de proceder? Platón combatió la existencia del punto, suponiendo que es una concepción geométrica. Le daba el nombre de principio de la línea, siendo los puntos estas líneas indivisibles de que hablaba muchas veces. Sin embargo, es preciso que la línea tenga límites, y las mismas razones que prueban la existencia de la línea, prueban igualmente la del punto.

En una palabra, es el fin propio de la filosofía el indagar las causas de los fenómenos, y precisamente es esto mismo lo que se desatiende. Porque nada se dice de la causa que es origen del cambio, y para explicar la esencia de los seres sensibles se recurre a otras esencias; ¿pero son las unas esencias de las otras? A esto sólo se contesta con vanas palabras. Porque participar, como hemos dicho más arriba, no significa nada. En cuanto a esta causa, que en nuestro juicio es el principio de todas las ciencias, principio en cuya virtud obra toda inteligencia, toda naturaleza, esta causa que colocamos entre los primeros principios, las ideas de ninguna manera la alcanzan. Pero las matemáticas se han convertido hoy en filosofía, son toda la filosofía, por más que se diga que su estudio no debe hacerse sino en vista de otras cosas. Además, lo que los matemáticos admiten como sustancia de los seres podría considerarse como una sustancia puramente matemática, como un atributo, una diferencia de la sustancia, o de la materia, más bien que como la materia misma. He aquí a lo que viene a parar lo grande y lo pequeño. A esto viene también a reducirse la opinión de los físicos de que lo raro y lo denso son las primeras diferencias del objeto. Esto no es, en efecto, otra cosa que lo más y lo menos. Y en cuanto al movimiento, si el más y el menos lo constituyen, es claro que las ideas estarán en movimiento; si no es así, ¿de dónde ha venido el movimiento? Suponer la inmovilidad de las ideas equivale a suprimir todo estudio de la naturaleza.

Una cosa que parece más fácil demostrar es que todo es uno; y sin embargo, esta doctrina no lo consigue. Porque resulta de la explicación, no que todo es uno, sino que la unidad en sí es todo, siempre que se conceda que es todo; y esto no se puede conceder, a no ser que se reconozca la existencia del género universal, lo cual es imposible respecto de ciertas cosas.

Tampoco en este sistema se puede explicar lo que viene después del número, como las longitudes, los planos, los sólidos; no se dice cómo estas cosas son y se hacen, ni cuales son sus propiedades. Porque no pueden ser ideas; no son números; no son seres intermedios; este carácter pertenece a los seres matemáticos. Tampoco son seres perecederos. Es preciso admitir que es una cuarta especie de seres.

Finalmente, indagar en conjunto los elementos de los seres sin establecer distinciones, cuando la palabra elemento se toma en tan diversas acepciones, es ponerse en la imposibilidad de encontrarlos, sobre todo, si se plantea de esta manera la cuestión: ¿cuáles son los elementos constitutivos? Porque seguramente no pueden encontrarse así los principios de la acción, de la pasión, de la dirección rectilínea; y sí pueden encontrase los principios sólo respecto de las esencias. De suerte que buscar los elementos de todos los seres o imaginarse que se han encontrado, es una verdadera locura. Además ¿cómo pueden averiguarse los elementos de todas las cosas? Evidentemente, para esto sería preciso no poseer ningún conocimiento anterior. El que aprende la geometría, tiene necesariamente conocimientos previos, pero nada sabe de antemano de los objetos de la geometría y de lo que se trata de aprender. Las demás ciencias se encuentran en el mismo caso. Por consiguiente, si como se pretende, hay una ciencia de todas las cosas, se abordará esta ciencia sin poseer ningún conocimiento previo. Porque toda ciencia se adquiere con el auxilio de conocimientos previos, totales y parciales, ya proceda por vía de demostración, ya por definiciones; porque es preciso conocer antes, y conocer bien, los elementos de la definición. Lo mismo sucede con la ciencia inductiva. De otro lado, si la ciencia de que hablamos fuese innata en nosotros, sería cosa sorprendente que el hombre, sin advertirlo, poseyese la más excelente de las ciencias.

Además ¿cómo conocer cuáles son los elementos de todas las cosas, y llegar sobre este punto a la certidumbre? Porque esta es otra dificultad. Se discutirá sobre los verdaderos elementos, como se discute con motivo de ciertas sílabas. Y así, unos dicen que la sílaba xa se compone de c, de s y de a; otros pretenden que en ella entra otro sonido distinto de todos los que se conocen como elementos. En fin, en las cosas que son percibidas por los sentidos, ¿el que esté privado de la facultad de sentir, las podrá percibir? Debería, sin embargo, conocerlas, si las ideas son los elementos constitutivos de todas las cosas, de la misma manera que los sonidos simples son los elementos de los sonidos compuestos.

 

[editar] Parte X

Resulta evidente de lo que precede, que las indagaciones de todos los filósofos recaen sobre los principios que hemos enumerado en la Física, y que no hay otros fuera de éstos. Pero estos principios han sido indicados de una manera oscura, y podemos decir que, en un sentido, se ha hablado de todos ellos antes que nosotros, y en otro, que no se ha hablado de ninguno. Porque la filosofía de los primeros tiempos, joven aún y en su primer arranque, se limita a hacer tanteos sobre todas las cosas. Empédocles, por ejemplo, dice que lo que constituye los huesos es la proporción. Ahora bien, este es uno de nuestros principios, la forma propia, la esencia de cada objeto. Pero es preciso que la proporción sea igualmente el principio esencial de la carne y de todo lo demás; o si no, no es principio de nada. La proporción es la que constituirá la carne, el hueso y cada uno de los demás objetos; no será la materia, no serán estos elementos de Empédocles, el fuego, la tierra, el agua y el aire. Empédocles se hubiera convencido ante estas razones, si se le hubieran propuesto; pero él por sí no ha puesto en claro su pensamiento.

Hemos expuesto más arriba la insuficiencia de la aplicación de los principios que han hecho nuestros predecesores. Pasemos ahora a examinar las dificultades que pueden ocurrir relativamente a los principios mismos. Éste será un medio de facilitar la solución de las que puedan presentarse.

Parte I

La ciencia, que tiene por objeto la verdad, es difícil desde un punto de vista y fácil desde otro. Lo prueba la imposibilidad que hay de alcanzar la completa verdad y la imposibilidad de que se oculte por entero. Cada filósofo explica algún secreto de la naturaleza. Lo que cada cual en particular añade al conocimiento de la verdad no es nada, sin duda, o es muy poca cosa, pero la reunión de todas las ideas presenta importantes resultados. De suerte que en este caso sucede a nuestro parecer como cuando decimos con el proverbio; ¿quién no clava la flecha en una puerta? Considerada de esta manera, esta ciencia es cosa fácil. Pero la imposibilidad de una posesión completa de la verdad en su conjunto y en sus partes, prueba todo lo difícil que es la indagación de que se trata. Esta dificultad es doble. Sin embargo, quizá la causa de ser así no está en las cosas, sino en nosotros mismos. En efecto, lo mismo que a los ojos de los murciélagos ofusca la luz del día, lo mismo a la inteligencia de nuestra alma ofuscan las cosas que tienen en sí mismas la más brillante evidencia.

Es justo, por tanto, mostrarse reconocidos, no sólo respecto de aquellos cuyas opiniones compartimos, sino también de los que han tratado las cuestiones de una manera un poco superficial, porque también éstos han contribuido por su parte. Estos han preparado con sus trabajos el estado actual de la ciencia. Si Timoteo no hubiera existido, no habríamos disfrutado de estas preciosas melodías, pero si no hubiera habido un Frinis no habría existido Timoteo. Lo mismo sucede con los que han expuesto sus ideas sobre la verdad. Nosotros hemos adoptado algunas de las opiniones de muchos filósofos, pero los anteriores filósofos han sido causa de la existencia de éstos.

En fin, con mucha razón se llama a la filosofía la ciencia teórica de la verdad. En efecto, el fin de la especulación es la verdad, el de la práctica es la mano de obra; y los prácticos, cuando consideran el porqué de las cosas, no examinan la causa en sí misma, sino con relación a un fin particular y para un interés presente. Ahora bien, nosotros no conocemos lo verdadero, si no sabemos la causa. Además, una cosa es verdadera por excelencia cuando las demás cosas toman de ella lo que tienen de verdad, y de esta manera el fuego es caliente por excelencia, porque es la causa del calor de los demás seres. En igual forma, la cosa, que es la causa de la verdad en los seres que se derivan de esta cosa, es igualmente la verdad por excelencia. Por esta razón los principios de los seres eternos son sólo necesariamente la eterna verdad. Porque no son sólo en tal o cual circunstancia estos principios verdaderos, ni hay nada que sea la causa de su verdad; sino que, por lo contrario, son ellos mismos causa de la verdad de las demás cosas. De manera que tal es la dignidad de cada cosa en el orden del ser, tal es su dignidad en el orden de la verdad.

 

[editar] Parte II

Es evidente que existe un primer principio y que no existe ni una serie infinita de causas, ni una infinidad de especies de causas. Y así, desde el punto de vista de la materia, es imposible que haya producción hasta el infinito; que la carne, por ejemplo procede de la tierra, la tierra del aire, el aire del fuego, sin que esta cadena se acabe nunca. Lo mismo debe entenderse del principio del movimiento; no puede decirse que el hombre ha sido puesto en movimiento por el aire, el aire por el Sol, el Sol por la discordia, y así hasta el infinito. En igual forma, respecto a la causa final, no puede irse hasta el infinito y decirse que el paseo existe en vista de la salud, la salud en vista del bienestar, el bienestar en vista de otra cosa, y que toda cosa existe siempre en vista de otra cosa. Y, por último, lo mismo puede decirse respecto a la causa esencial.

Toda cosa intermedia es precedida y seguida de otra, y la que precede es necesariamente causa de la que sigue. Si con respecto a tres cosas, se nos preguntase cuál es la causa, diríamos que la primera. Porque no puede ser la última, puesto que lo que está al fin no es causa de nada. Tampoco puede ser la intermedia, porque sólo puede ser causa de una sola cosa. Poco importa, además, que lo que es intermedio sea uno o muchos, infinito o finito. Porque todas las partes de esta infinitud de causas, y en general todas las partes del infinito, si partís del hecho actual para ascender de causa en causa, no son igualmente más que intermedios. De suerte que si no hay algo que sea primero, no hay absolutamente causa. Pero si, al ascender, es preciso llegar a un principio, no se puede en manera alguna, descendiendo, ir hasta el infinito, y decir, por ejemplo, que el fuego produce el agua, el agua la tierra, y que la cadena de la producción de los seres se continúa así sin cesar y sin fin. En efecto, decir que esto sucede a aquello, significa dos cosas; o bien una sucesión simple, como el que a los juegos Ístmicos siguen los juegos Olímpicos, o bien una relación de otro género, como cuando se dice que el hombre, por efecto de un cambio, viene del niño, y el aire del agua. Y he aquí en qué sentido entendemos que el hombre viene del niño; en el mismo que dijimos, que lo que ha devenido o se ha hecho, ha sido producido por lo que devenía o se hacía; o bien, que lo que es perfecto ha sido producido por el ser que se perfeccionaba, porque lo mismo que entre el ser y el no ser hay siempre el devenir, en igual forma, entre lo que no existía y lo que existe, hay lo que deviene. Y así, el que estudia, deviene o se hace sabio, y esto es lo que se quiere expresar cuando se dice, que de aprendiz que era, deviene o se hace maestro. En cuanto al otro ejemplo: el aire viene del agua, en este caso uno de los dos elementos perece en la producción del otro. Y así, en el caso anterior no hay retroceso de lo que es producido a lo que ha producido; el hombre no deviene o se hace niño, porque lo que es producido no lo es por la producción misma, sino que viene después de la producción. Lo mismo acontece en la sucesión simple; el día viene de la aurora únicamente, porque la sucede; pero por esta misma razón la aurora no viene del día. En la otra especie de producción pasa todo lo contrario; hay retroceso de uno de los elementos al otro. Pero en ambos casos es imposible ir hasta el infinito. En el primero, es preciso que los intermedios tengan un fin; en el último, hay un retroceso perpetuo de un elemento a otro, pues la destrucción del uno es la producción del otro. Es imposible que el elemento primero, si es eterno, perezca, como en tal caso sería preciso que sucediera. Porque si remontando de causa en causa, la cadena de la producción no es infinita, es de toda necesidad que el elemento primero que al parecer ha producido alguna cosa, no sea eterno. Ahora bien, esto es imposible.

Aún hay más: la causa final es un fin. Por causa final se entiende lo que no se hace en vista de otra causa, sino, por lo contrario, aquello en vista de lo que se hace otra cosa. De suerte que si hay una cosa que sea el último término, no habrá producción infinita; si nada de esto se verifica, no hay causa final. Los que admiten la producción hasta el infinito, no ven que suprimen por este medio el bien. Porque ¿hay nadie que quiera emprender nada, sin proponerse llegar a un término?. Esto sólo le ocurría a un insensato. El hombre racional obra siempre en vista de alguna cosa, y esta mira es un fin, porque el objeto que se propone es un fin. Tampoco se puede indefinidamente referir una esencia a otra esencia. Es preciso pararse. La esencia que precede es siempre más esencia que la que sigue, pero si lo que precede no lo es, con más razón aún no lo es la que sigue.

Más aún; un sistema semejante hace imposible todo conocimiento. No se puede saber, y es imposible conocer, antes de llegar a lo que es simple, a lo que es indivisible. Porque ¿cómo pensar en esta infinidad de seres de que se nos habla? Aquí no sucede lo que con la línea, cuyas divisiones no acaban; el pensamiento tiene necesidad de puntos de parada. Y así, si recorréis esta línea que se divide hasta el infinito, no podéis contar todas las divisiones. Añádase a esto, que sólo concebimos la materia como objeto en movimiento. Mas ninguno de estos objetos está señalado con el carácter del infinito. Si estos objetos son realmente infinitos, el carácter propio del infinito no es el infinito.

Y aun cuando sólo se dijese que hay un número infinito de especies y de causas, el conocimiento sería todavía imposible. Nosotros creemos saber cuándo conocemos las causas; y no es posible que en un tiempo finito podamos recorrer una serie infinita.

 

[editar] Parte III

Los que escuchan a otro están sometidos al influjo del hábito. Gustamos que se emplee un lenguaje conforme al que nos es familiar. Sin esto las cosas no nos parecen ya lo que nos parecen; se nos figura que las conocemos menos, y nos son más extrañas. Lo que nos es habitual, nos es, en efecto, mejor conocido. Una cosa que prueba bien cuál es la fuerza del hábito es lo que sucede con las leyes, en las que las fábulas y las puerilidades tienen, por efecto del hábito, más cabida que tendría la verdad misma.

Hay hombres que no admiten más demostraciones que las de las matemáticas; otros no quieren más que ejemplos; otros no encuentran mal que se invoque el testimonio de los poetas. Los hay, por último, que exigen que todo sea rigurosamente demostrado; mientras que otros encuentran este rigor insoportable, ya porque no pueden seguir la serie encadenada de las demostraciones, ya porque piensan que es perderse en futilidades. Hay, en efecto, algo de esto en la afectación del rigorismo en la ciencia. Así es que algunos consideran indigno que el hombre libre lo emplee, no sólo en la conversación, sino también en la discusión filosófica.

Es preciso, por lo tanto, que sepamos ante todo qué suerte de demostración conviene a cada objeto particular; porque sería un absurdo confundir y mezclar la indagación de la ciencia y la del método: dos cosas cuya adquisición presenta grandes dificultades. No debe exigirse rigor matemático en todo, sino tan sólo cuando se trata de objetos inmateriales. Y así, el método matemático no es el de los físicos; porque la materia es probablemente el fondo de toda la naturaleza. Ellos tienen, por lo mismo, que examinar ante todo lo que es la naturaleza. De esta manera verán claramente cuál es el objeto de la física, y si el estudio de las causas y de los principios de la naturaleza es patrimonio de una ciencia única o de muchas ciencias.

Consultado el interés de la ciencia que tratamos de cultivar, es preciso comenzar por exponer las dificultades que tenemos que resolver desde el principio. Estas dificultades son, además de las opiniones contradictorias de los diversos filósofos sobre los mismos objetos, todos los puntos oscuros que hayan podido dejar ellos de aclarar. Si se quiere llegar a una solución verdadera, es útil dejar desde luego allanadas estas dificultades. Porque la solución verdadera a que se llega después, no es otra cosa que la aclaración de estas dificultades, pues es imposible desatar un nudo si no se sabe la manera de hacerlo. Esto es evidente, sobre todo respecto a las dificultades y dudas del pensamiento. Dudar en este caso es hallarse en el estado del hombre encadenado y, como a éste, no es posible a aquél caminar adelante. Necesitamos comenzar examinando todas las dificultades por esta razón, y porque indagar, sin haberlas planteado antes, es parecerse a los que marchan sin saber el punto a que han de dirigirse, es exponerse a no reconocer si se ha descubierto o no lo que se buscaba. En efecto, en tal caso no hay un fin determinado, cuando, por lo contrario, le hay, y muy señalado, para aquel que ha comenzado por fijar las dificultades. Por último, necesariamente se debe estar en mejor situación para juzgar, cuando se ha oído a las partes, que son contrarias en cierto modo, todas las razones opuestas.

La primera dificultad es la que nos hemos propuesto ya en la introducción. ¿El estudio de las causas pertenece a una sola ciencia o a muchas, y la ciencia debe ocuparse sólo de los primeros principios de los seres, o bien debe abrazar también los principios generales de la demostración, como estos: es posible o no afirmar y negar al mismo tiempo una sola y misma cosa, y todos los demás de este género? Y si no se ocupa más que de los principios de los seres, ¿hay una sola ciencia o muchas para el estudio de todos estos principios? Y si hay muchas, ¿hay entre todas ellas alguna afinidad, o deben las unas ser consideradas como filosóficas y las otras no?

También es indispensable indagar, si deben reconocerse sólo sustancias sensibles, o si hay otras además de éstas. ¿Hay una sola especie de sustancias o hay muchas? De esta última opinión son, por ejemplo, los que admiten las ideas, y las sustancias matemáticas intermedias entre las ideas y los objetos sensibles. Éstas, decimos, son las dificultades que es preciso examinar, y además la siguiente: ¿nuestro estudio abraza sólo las esencias o se extiende igualmente a los accidentes esenciales de las sustancias?

Además ¿a qué ciencia corresponde ocuparse de la identidad y de la heterogeneidad, de la semejanza y de la desemejanza, de la identidad y de la contrariedad, de la anterioridad y de la posteridad, y de otros principios de este género de que se sirven los dialécticos, los cuales sólo razonan sobre lo probable? Después ¿cuáles son los accidentes propios de cada una de estas cosas? Y no sólo debe indagarse lo que es cada una de ellas, sino también si son opuestas entre sí. ¿Son los géneros los principios y los elementos? ¿Lo son las partes intrínsecas de cada ser? Y si son los géneros, ¿son los más próximos a los individuos, o los géneros más elevados? ¿Es, por ejemplo, el animal, o más bien el hombre, el que es principio, siéndolo el género más bien que el individuo? Otra cuestión no menos digna de ser estudiada y profundizada, es la siguiente: fuera de la sustancia, ¿hay o no hay alguna cosa que sea causa en sí? ¿Y esta cosa es o no independiente, es una o múltiple? ¿Está o no fuera del conjunto (y por conjunto entiendo aquí la sustancia con sus atributos), fuera de unos individuos y no de otros? ¿Cuáles son en este caso los seres fuera de los cuales existe?

Luego ¿los principios, ya formales, ya sustanciales, son numéricamente distintos, o reducibles a géneros?. ¿Los principios de los seres perecederos y los de los seres imperecederos son los mismos o diferentes, son todos imperecederos, o son los principios perecederos también perecederos? Además, y esta es de los seres per mayor dificultad y la más embarazosa, ¿la unidad y el ser constituyen la sustancia de los seres, como pretendían los pitagóricos y Platón, o acaso hay algo que le sirva de sujeto, de sustancia, como la Amistad de Empédocles, como el fuego, el agua, el aire de éste o aquél filósofo? ¿Los principios son relativos a lo general, o a las cosas particulares? ¿Existen en potencia o en acto? ¿Están en movimiento o de otra manera?. Todas éstas son graves dificultades.

Además, ¿los números, las longitudes, las figuras, los puntos, son o no sustancias, y si son sustancias, son independientes de los objetos sensibles, o existen en estos objetos? Sobre todos estos puntos no sólo es difícil alcanzar la verdad por medio de una buena solución, sino que ni siquiera es fácil presentar con claridad las dificultades.

 

[editar] Parte II

En primer lugar, ya preguntamos al principio: ¿pertenece a una sola ciencia o a muchas examinar todas las especies de causas?. Pero ¿cómo ha de pertenecer a una sola ciencia conocer de principios que no son contrarios los unos a los otros?. Y además, hay numerosos objetos, en los que estos principios no se encuentran todos reunidos. Así, por ejemplo, ¿sería posible indagar la causa del movimiento o el principio del bien en lo que es inmóvil? En efecto, todo lo que es en sí y por su naturaleza bien, es un fin, y por esto mismo es una causa, puesto que, en vista de este bien, se producen y existen las demás cosas. Un fin, sólo por ser fin, es necesariamente objeto de alguna acción, pero no hay acción sin movimiento, de suerte que en las cosas inmóviles no se puede admitir ni la existencia de este principio del movimiento, ni la del bien en sí. De aquí resulta que nada se demuestra en las ciencias matemáticas por medio de la causa del movimiento. Tampoco se ocupan de lo que es mejor y de lo que es peor; ningún matemático se da cuenta de estos principios. Por esta razón algunos sofistas, Aristipo, por ejemplo, rechazaban como ignominiosas las ciencias matemáticas. Todas las artes, hasta las manuales, como la del albañil, del zapatero, se ocupan sin cesar de lo que es mejor y de lo que es peor, mientras que las matemáticas jamás hacen mención del bien y del mal.

Pero si hay varias ciencias de causas, cada una de las cuales se ocupa de principios diferentes, ¿cuál de todas ellas será la que buscamos o, entre los hombres que las posean, cuál conocerá mejor el objeto de nuestras indagaciones? Es posible que un solo objeto reúna todas estas especies de causas. Y así en una casa el principio del movimiento es el arte, y el obrero, la causa final, es la obra; la materia, la tierra y las piedras; y el plan es la forma. Conviene, por tanto, conforme a la definición que hemos hecho precedentemente de la filosofía, dar este nombre a cada una de las ciencias que se ocupan de estas causas. La ciencia por excelencia, la que dominará a todas las demás, y a la que todas se habrán de someter como esclavas, es aquella que se ocupe del fin y del bien, porque todo lo demás no existe sino en vista del bien. Pero la ciencia de las causas primeras, la que hemos definido como la ciencia de lo más científico que existe, será la ciencia de la esencia.

En efecto, una misma cosa puede conocerse de muchas maneras, pero los que conocen un objeto por lo que es, le conocen mejor que los que le conocen por lo que no es. Entre los primeros distinguimos diferentes grados de conocimiento, y decimos que tienen una ciencia más perfecta los que conocen, no sus cualidades, su cantidad, sus modificaciones, sus actos, sino su esencia. Lo mismo sucede con todas las cosas que están sometidas a demostración. Creemos tener conocimiento de las cosas cuando sabemos en qué consisten: ¿qué es, por ejemplo, construir un cuadro, equivalente a un rectángulo dado? Es encontrar la media proporcional entre los dos lados del rectángulo. Lo mismo acontece en todos los demás casos. Por lo contrario, en cuanto a la producción, a la acción, a toda especie de cambio, creemos tener la ciencia cuando conocemos el principio del movimiento, el cual es diferente de la causa final, precisamente es lo opuesto. Parece, pues, en vista de esto, que son ciencias diferentes las que han de examinar cada una de estas causas.

Aún hay más. ¿Los principios de la demostración pertenecen a una sola ciencia o a varias? Esta es otra cuestión. Llamo principios de la demostración a estos axiomas generales, en que se apoya todo el mundo para la demostración, por ejemplo: es necesario afirmar o negar una cosa; una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo, y todas las demás proposiciones de este género. Y bien: ¿la ciencia de estos principios es la misma que la de la esencia o difiere de ella? Si difiere de ella, ¿cuál de las dos reconocemos que es la que buscamos? Que los principios de la demostración no pertenecen a una sola ciencia, es evidente; ¿por qué la geometría habrá de arrogarse, con más razón que cualquiera otra ciencia, el derecho de tratar de estos principios? Si, pues, toda ciencia tiene igualmente este privilegio, y si a pesar de eso no todas pueden gozar de él, el estudio de los principios no dependerá de la ciencia que conoce de las esencias más que de cualquiera otra. ¿Y entonces cómo es posible una ciencia de los principios? Conocemos al primer golpe de vista lo que es cada uno de ellos, y todas las artes se sirven de ellos como de cosas muy conocidas. Mientras que si hubiese una ciencia demostrativa de los principios, sería preciso admitir la existencia de un género común, que fuese objeto de esta ciencia; sería preciso admitir, de una parte, los accidentes de este género, y de otra, axiomas, porque es imposible demostrarlo todo. Toda demostración debe partir de un principio, recaer sobre un objeto y demostrar algo de este objeto. Se sigue de aquí que todo lo que se demuestra podría reducirse a un solo género. Y en efecto, todas las ciencias demostrativas se sirven de axiomas. Y si la ciencia de los axiomas es distinta de la ciencia de la esencia, ¿cuál de las dos será la ciencia soberana, la ciencia primera?. Los axiomas son lo más general que hay, son los principios de todas las cosas, y si no forman parte de la ciencia del filósofo, ¿cuál será la encargada de demostrar su verdad o su falsedad?

Por último, ¿hay una sola ciencia para todas las esencias, o hay varias?. Si hay varias, ¿de qué esencia trata la ciencia que nos ocupa? No es probable que haya una sola ciencia de todas las esencias. En este caso habría una sola ciencia demostrativa de todos los accidentes esenciales de los seres, puesto que toda ciencia demostrativa somete al criterio de los principios comunes todos los accidentes esenciales de un objeto dado. A la misma ciencia pertenece también examinar conforme a principios comunes solamente los accidentes esenciales de un mismo género. En efecto, una ciencia se ocupa de aquello que existe; otra ciencia, ya se confunda con la precedente, ya se distinga de ella, trata de las causas de aquello que existe. De suerte que estas dos ciencias, o esta ciencia única, en el caso de que no formen más que una, se ocuparán de los accidentes del género que es su sujeto.

Mas de otro lado, ¿la ciencia sólo abraza las esencias o bien recae también sobre sus accidentes? Por ejemplo, si consideramos como esencias los sólidos, las líneas, los planos, ¿la ciencia de estas esencias se ocupará al mismo tiempo de los accidentes de cada género, accidentes sobre los que recaen las demostraciones matemáticas, o bien serán éstos objeto de otra ciencia? Si hay una sola ciencia, la ciencia de la esencia será en tal caso una ciencia demostrativa, pero la esencia, a lo que parece, no se demuestra; y si hay dos ciencias diferentes, ¿cuál será la que habrá de tratar de los accidentes de la sustancia? Esta es una de las cuestiones más difíciles de resolver.

Además ¿deberán admitirse sólo las sustancias sensibles, o deberán admitirse también otras? ¿No hay más que una especie de sustancia o hay muchas? De este último dictamen son, por ejemplo, los que admiten las ideas, así como los seres intermedios que son objeto de las ciencias matemáticas. Dicen que las ideas son por sí mismas causas y sustancias, como ya hemos visto al tratar de esta cuestión en el primer libro. A esta doctrina pueden hacerse mil objeciones. Pero el mayor absurdo que contiene es decir que existen seres particulares fuera de los que vemos en el Universo, pero que estos seres son los mismos que los seres sensibles, sin otra diferencia que los unos son eternos y los otros perecederos. En efecto, dicen que hay el hombre en sí, el caballo en sí, la salud en sí, imitando en esto a los que sostienen que hay dioses, pero que son dioses que se parecen a los hombres. Los unos no hacen otra cosa que hombres eternos; mientras que las ideas de los otros no son más que seres sensibles eternos.

Si además de las ideas y de los objetos sensibles se quiere admitir tres intermedios, nacen una multitud de dificultades. Porque evidentemente habrá también líneas intermedias entre la idea de la línea y la línea sensible; y lo mismo sucederá con todas las demás cosas. Tomemos, por ejemplo, la Astronomía. Habrá otro cielo, otro sol, otra luna, además de los que tenemos a la vista, y lo mismo en todo lo demás que aparece en el firmamento. Pero ¿cómo creeremos en su existencia? a este nuevo cielo no se le puede hacer razonablemente inmóvil; y, por otra parte, es de todo punto imposible que esté en movimiento. Lo mismo sucede con los objetos de que trata la Óptica, y con las relaciones matemáticas en los sonidos músicos. Aquí no pueden admitirse por la misma razón seres fuera de los que vemos; porque si admitís seres sensibles intermedios, os será preciso admitir necesariamente sensaciones intermedias para percibirlos, así como animales intermedios entre las ideas de los animales y los animales perecederos. Puede preguntarse sobre qué seres recaerían las ciencias intermedias. Porque si reconocen que la Geodesia no difiere de la Geometría sino en que la una recae sobre objetos sensibles, y la otra sobre objetos que nosotros no percibimos por los sentidos, evidentemente es preciso que hagáis lo mismo con la Medicina y las demás ciencias, y decir que hay una ciencia intermedia entre la Medicina ideal y la Medicina sensible. ¿Y cómo admitir semejante suposición? Sería preciso, en tal caso, decir también que hay una salud intermedia entre la salud de los seres sensibles y la salud en sí.

Pero tampoco es exacto que la Geodesia sea una ciencia de magnitudes sensibles y perecederas, porque en este caso perecería ella cuando pereciesen las magnitudes. La Astronomía misma, la ciencia del cielo, que cae bajo el dominio de nuestros sentidos, no es una ciencia de magnitudes sensibles. Ni las líneas sensibles son las líneas del geómetra, porque los sentidos no nos dan ninguna línea recta, ninguna curva, que satisfaga a la definición; el círculo no encuentra la tangente en un solo punto, sino en muchos, como observa Protágoras en sus ataques contra los geómetras; ni los movimientos reales ni las revoluciones del cielo concuerdan completamente con los movimientos y las revoluciones que dan los cálculos astronómicos; últimamente, las estrellas no son de la misma naturaleza que los puntos.

Otros filósofos admiten igualmente la existencia de estas sustancias intermedias entre las ideas y los objetos sensibles; pero no las separan de los objetos sensibles y dicen que están en estos objetos mismos. Sería obra larga enumerar todas las dificultades de imposible solución a que conduce semejante doctrina. Observemos, sin embargo, que no sólo los seres intermedios, sino también las ideas mismas, estarán también en los objetos sensibles; porque las mismas razones se aplican igualmente en los dos casos. Además, de esta manera se tendrán necesariamente dos sólidos en un mismo lugar, y no serán inmóviles, puesto que se darán en objetos sensibles que están en movimiento. En una palabra, ¿a qué admitir seres intermedios, para colocarlos en los seres sensibles? Los mismos absurdos de antes se producirán sin cesar. Y así habrá un cielo fuera del cielo que está sometido a nuestros sentidos, pero no estará separado de él, y estará en el mismo lugar; lo cual es más inadmisible que el cielo separado.

 

[editar] Parte III

¿Qué debe decidirse, a propósito de todos estos puntos, hasta llegar al descubrimiento de la verdad? Numerosas son las dificultades que se presentan.

Las dificultades relativas a los principios no lo son menos. ¿Habrán de considerarse los géneros como elementos y principios, o bien este carácter pertenece más bien a las partes constitutivas de cada ser?. Por ejemplo, los elementos y principios de la palabra son al parecer las letras que concurren a la formación de todas las palabras, y no la palabra en general. En igual forma llamamos elementos en la demostración de las propiedades de las figuras geométricas, aquellas demostraciones que se encuentran en el fondo de las demás, ya en todas, ya en la mayor parte. Por último, lo mismo sucede respecto de los cuerpos; los que sólo admiten un elemento y los que admiten muchos, consideran como principio aquello de que el cuerpo se compone, aquello cuyo conjunto le constituye. Y así el agua, el fuego y los demás elementos son, para Empédocles, los elementos constitutivos de los seres, y no los géneros que comprenden estos seres. Además, si se quiere estudiar la naturaleza de un objeto cualquiera, de una cama, por ejemplo, se averigua de qué piezas se compone, y cuál es la colocación de estas piezas, y entonces se conoce su naturaleza. Según esto, los géneros no serán los principios de los seres. Pero si se considera que nosotros sólo conocemos mediante las definiciones, y que los géneros son los principios de las definiciones, es preciso reconocer también que los géneros son los principios de los seres definidos. Por otra parte, si es cierto que se adquiere conocimiento de los seres cuando se adquiere de las especies a que los seres pertenecen, en este caso los géneros son también principios de los seres, puesto que son principios de las especies. Hasta algunos de aquellos que consideran como elementos de los seres la unidad o el ser, o lo grande y lo pequeño, al parecer forman con ellas géneros. Sin embargo, los principios de los seres no pueden ser al mismo tiempo los géneros y los elementos constitutivos. La esencia no admite dos definiciones, porque una sería la definición de los principios considerados como géneros, y otra considerados como elementos constitutivos.

Por otra parte, si son los géneros sobre todo los que constituyen los principios, ¿deberán considerarse como tales principios los géneros más elevados, o los inmediatamente superiores a los individuos? También es este otro motivo de embarazo. Si los principios son lo más general que existe, serán evidentemente principios los géneros más elevados, porque abrazan todos los seres. Se admitirán, por consiguiente, como principios de los seres los primeros de entre los géneros, y en este caso, el ser, la unidad, serán principios y sustancia, porque estos géneros son los que abrazan, por encima de todo, todos los seres. De otro lado, no es posible referir todos los seres a un solo género, sea a la unidad, sea al ser.

Es absolutamente necesario que las diferencias de cada género sean, y que cada una de estas diferencias sea una; porque es imposible que lo que designa las especies del género designe igualmente las diferencias propias; es imposible que el género exista sin sus especies. Luego si la unidad o el ser es el género, no habrá diferencia que sea, ni que sea una. La unidad y el ser no son géneros, y por consiguiente, no son principios, puesto que son los géneros los que constituyen los principios. Añádase a esto que los seres intermedios, tomados con sus diferencias, serán géneros hasta llegar al individuo. Ahora bien, unos son ciertamente géneros, pero otros no los son.

Además, las diferencias son más bien principios que los géneros. Pero si las diferencias son principios, hay en cierto modo una infinidad de principios, sobre todo si se toma por punto de partida el género más elevado. Observemos, por otra parte, que aunque la unidad nos parezca que es la que tiene sobre todo el carácter de principio, siendo la unidad indivisible y siendo lo que es indivisible tal, ya bajo la relación de la cantidad, ya bajo la de la especie, y teniendo la anterioridad lo que lo es bajo la relación de la especie; y en fin, dividiéndose los géneros en especies, la unidad debe aparecer más bien como individuo: el hombre, en efecto, no es el género de los hombres particulares.

Por otra parte, no es posible, en las cosas en que hay anterioridad y posterioridad, que haya fuera de ellas ninguna cosa que sea su género. La díada, por ejemplo, es el primero de los números, fuera de las diversas especies de números no hay ningún otro número que sea el género común; como no hay en la geometría otra figura fuera de las diversas especies de figuras. Y si no hay en este caso género fuera de las especies, con más razón no lo habrá en las demás cosas. Porque en los seres matemáticos es en los que, al parecer, se dan principalmente los géneros. Respecto a los individuos no hay prioridad ni posterioridad; además, allí donde hay mejor y peor, lo mejor tiene la prioridad. No hay, pues, géneros que sean principios de los individuos.

Conforme a lo que precede, deben considerarse los individuos como principios de los géneros. Mas de otro lado, ¿cómo concebir que los individuos sean principios? No sería fácil demostrarlo. Es preciso que, en tal caso, la causa, el principio, esté fuera de las cosas de que es principio, que esté separado de ellas. ¿Pero qué razón hay para suponer que haya un principio de este género fuera de lo particular, a no ser que este principio sea una cosa universal que abraza todos los seres? Ahora bien, si prevalece esta consideración, debe considerarse más bien como principio lo más general, y en tal caso los principios serán los géneros más elevados.

 

[editar] Parte IV

Hay una dificultad que se relaciona con las precedentes, dificultad más embarazosa que todas las demás, y de cuyo examen no podemos dispensarnos; vamos a hablar de ella. Si no hay algo fuera de lo particular, y si hay una infinidad de cosas particulares, ¿cómo es posible adquirir la ciencia de la infinidad de las cosas? Conocer un objeto es, según nosotros, conocer su unidad, su identidad y su carácter general. Pues bien, si esto es necesario, y si es preciso que fuera de las cosas particulares haya algo, habrá necesariamente, fuera de las cosas particulares, los géneros, ya sean los géneros más próximos a los individuos, ya los géneros más elevados. Pero hemos visto antes que esto era imposible. Admitamos, por otra parte, que hay verdaderamente algo fuera del conjunto del atributo y de la sustancia, admitamos que hay especies. Pero ¿la especie es algo que exista fuera de todos los objetos o sólo está fuera de algunos, sin estar fuera de otros, o no está fuera de ninguno?

¿Diremos entonces que no hay nada fuera de las cosas particulares? En este caso no habría nada de inteligible, no habría más que objetos sensibles, no habría ciencia de nada, a no llamarse ciencia el conocimiento sensible. Igualmente no habría nada eterno, ni inmóvil; porque todos los objetos sensibles están sujetos a la destrucción y están en movimiento. Y si no hay nada eterno, la producción es imposible. Porque es indispensable que lo que deviene o llega a ser sea algo, así como aquello que hace llegar a ser; y que la última de las causas productoras sea de todos los tiempos, puesto que la cadena de las causas tiene un término y es imposible que cosa alguna sea producida por el no-ser. Por otra parte, allí donde haya nacimiento y movimiento, habrá necesariamente un término, porque ningún movimiento es infinito, y antes bien, todo movimiento tiene un fin. Y, por último, es imposible que lo que no puede devenir o llegar a ser devenga; lo que deviene existe necesariamente antes de devenir o llegar a ser.

Además, si la sustancia existe en todo tiempo, con mucha más razón es preciso admitir que la existencia de la esencia en el momento en que la sustancia deviene. En efecto, si no hay sustancia ni esencia, no existe absolutamente nada. Y como esto es imposible, es preciso que la forma y la esencia sean algo fuera del conjunto de la sustancia y de la forma. Pero si se adopta esta conclusión, una nueva dificultad se presenta. ¿En qué casos se admitirá esta existencia separada, y en qué casos no se la admitirá? Porque es evidente que no en todos los casos se admitirá. En efecto, no podemos decir que hay una casa fuera de las casas particulares.

Pero no para en esto. La sustancia de todos los seres, ¿es una sustancia única? ¿La sustancia de todos los hombres es única, por ejemplo? Pero esto sería un absurdo, porque no siendo todos los seres un ser único, sino un gran número de seres, y de seres diferentes, no es razonable que sólo tengan una misma sustancia. Y además, ¿cómo la sustancia de todos los seres deviene o se hace cada uno de ellos; y cómo la reunión de estas dos cosas, la esencia y la sustancia, constituyen al individuo?

Veamos una nueva dificultad con relación a los principios. Si sólo tienen la unidad genérica, nada será numéricamente uno, ni la unidad misma ni el ser mismo. Y en este caso ¿cómo podrá existir la ciencia, puesto que no habrá unidad que abrace todos los seres? ¿Admitiremos, pues, su unidad numérica? Pero si cada principio sólo existe como unidad, sin que los principios tengan ninguna relación entre sí; si no son como las cosas sensibles, porque cuando tal o cual sílaba son de la misma especie, sus principios son de la misma especie sin reducirse a la unidad numérica; si esto no se verifica, si los principios de los seres son reducidos a la unidad numérica, no quedará existente otra cosa que los elementos. Uno, numéricamente o individual son la misma cosa puesto que llamamos individual a lo que es uno por el número; lo universal, por lo contrario, es lo que se da en todos los individuos. Por tanto, si los elementos de la palabra tuviesen por carácter la unidad numérica, habría necesariamente un número de letras igual al de los elementos de la palabra, no habiendo ninguna identidad ni entre dos de estos elementos, ni entre un mayor número de ellos.

Una dificultad que es tan grave como cualquiera otra, y que han dejado a un lado los filósofos de nuestros días y los que les han precedido, es saber si los principios de las cosas perecederas y los de las cosas imperecederas son los mismos principios, o son diferentes. Si los principios son efectivamente los mismos, ¿en qué consiste que unos seres son perecederos y los otros imperecederos, y por qué razón se verifica esto? Hesíodo y todos los teósofos sólo han buscado lo que podía convencerles a ellos, y no han pensado en nosotros. De los principios han formado los dioses, y los dioses han producido las cosas; y luego añaden que los seres que no han gustado el néctar y la ambrosía están destinados a perecer. Estas explicaciones tenían sin duda un sentido para ellos, pero nosotros no comprendemos siquiera cómo han podido encontrar causas en esto. Porque si los seres se acercan al néctar y ambrosía, en vista del placer que proporcionan el néctar y la ambrosía, de ninguna manera son causas de la existencia; si, por lo contrario, es en vista de la existencia, ¿cómo estos seres podrán ser inmortales, puesto que tendrían necesidad de alimentarse? Pero no tenemos necesidad de someter a un examen profundo invenciones fabulosas.

Dirijámonos, pues, a los que razonan y se sirven de demostraciones, y preguntémosles: ¿en qué consiste que, procediendo de los mismos principios, unos seres tienen una naturaleza eterna mientras que otros están sujetos a la destrucción? Pero como no nos dicen cuál es la causa de que se trata y hay contradicción en este estado de cosas, es claro que ni los principios ni las causas de los seres pueden ser las mismas causas y los mismos principios. Y así, un filósofo al que debería creérsele perfectamente consecuente con su doctrina, Empédocles, ha incurrido en la misma contradicción que los demás. Asienta, en efecto, un principio, la Discordia, como causa de la destrucción, y engendra con este principio todos los seres, menos la unidad, porque todos los seres, excepto Dios, son producidos por la Discordia. Oigamos a Empédocles:

Tales fueron las causas de lo que ha sido, de lo que es, y de lo que será en el provenir;
las que hicieron nacer los árboles, los hombres, las mujeres,
y las bestias salvajes, y los pájaros, y los peces que viven en las aguas.
Y los dioses de larga existencia.

Esta opinión resulta también de otros muchos pasajes. Si no hubiese en las cosas Discordia, todo, según Empédocles, se vería reducido a la unidad. En efecto, cuando las cosas están reunidas, entonces se despierta por último la Discordia. Se sigue de aquí que la Divinidad, el ser dichoso por excelencia, conoce menos que los demás seres porque no conoce todos los elementos. No tiene en sí la Discordia, y es porque sólo lo semejante conoce lo semejante:

Por la tierra vemos la tierra, el agua por el agua;
por el aire el aire divino, y por el fuego el fuego devorador,
la Amistad por la Amistad, la Discordia por la fatal Discordia.

Es claro, volviendo al punto de partida, que la Discordia es, en el sistema de este filósofo, tanto causa de ser como causa de destrucción. Y lo mismo la Amistad es tanto causa de destrucción como de ser. En efecto, cuando la Amistad reúne los seres y los reduce a la unidad, destruye todo lo que no es la unidad. Añádase a esto que Empédocles no asigna al cambio mismo o mudanza ninguna causa, y sólo dice que así sucedió:

En el acto que la poderosa Discordia hubo agrandado,
y que se lanzó para apoderarse de su dignidad en el día señalado por el tiempo,
El tiempo, que se divide alternativamente entre la Discordia y la
Amistad; el tiempo, que ha precedido al majestuoso juramento.

Habla como si el cambio fuese necesario, pero no asigna causa a esta necesidad.

Sin embargo, Empédocles ha estado de acuerdo consigo mismo, en cuanto admite, no que unos seres son perecederos y otros imperecederos, sino que todo es perecedero, menos los elementos.

La dificultad que habíamos expuesto era la siguiente: si todos los seres vienen de los mismos principios, ¿por qué los unos son perecederos y los otros imperecederos? Pero lo que hemos dicho precedentemente basta para demostrar que los principios de todos los seres no pueden ser los mismos.

Pero si los principios son diferentes una dificultad se suscita: ¿serán también imperecederos o perecederos? Porque si son perecederos, es evidente que proceden necesariamente de algo, puesto que todo lo que se destruye vuelve a convertirse en sus elementos. Se seguiría de aquí que habría otros principios anteriores a los principios mismos. Pero esto es imposible, ya tenga la cadena de las causas un límite, ya se prolongue hasta el infinito. Por otra parte, si se anonadan los principios, ¿cómo podrá haber seres perecederos? Y si los principios son imperecederos, ¿por qué entre estos principios imperecederos hay unos que producen seres perecederos y los otros seres imperecederos? Esto no es lógico; es imposible, o por lo menos exigiría grandes explicaciones. Por último, ningún filósofo ha admitido que los seres tengan principios diferentes; todos dicen que los principios de todas las cosas son los mismos. Pero esto equivale a pasar por alto la dificultad que nos hemos propuesto, y que es considerada por ellos como un punto poco importante.

Una cuestión tan difícil de examinar como la que más, y de una importancia capital para el conocimiento de la verdad, es la de saber si el ser y la unidad son sustancias de los seres; si estos dos principios no son otra cosa que la unidad y el ser, tomado cada uno aparte; o bien si debemos preguntarnos qué son el ser y la unidad, suponiendo que tengan por sustancia una naturaleza distinta de ellos mismos. Porque tales son en este punto las diversas opiniones de los filósofos.

Platón y los pitagóricos pretenden, en efecto, que el ser y la unidad no son otra cosa que ellos mismos, y que tal es su carácter. La unidad en sí y el ser en sí; he aquí, según estos filósofos, lo que constituye la sustancia de los seres.

Los físicos son de otra opinión. Empédocles, por ejemplo, intentando cómo reducir su principio a un término más conocido, explica lo que es la unidad; puede deducirse de sus palabras que el ser es la Amistad; la Amistad es, pues, según Empédocles, la causa de la unidad de todas las cosas. Otros pretenden que el fuego o el aire son esta unidad y este ser, de donde salen todos los seres y que los ha producido a todos. Lo mismo sucede con los que han admitido la pluralidad de elementos; porque deben necesariamente reconocer tantos seres y tantas unidades como principios reconocen.

Si no se asienta que la unidad y el ser son una sustancia, se sigue que no hay nada general, puesto que estos principios son lo más general que hay en el mundo, y si la unidad en sí y el ser en sí no son algo, con más fuerte razón no habrá ser alguno fuera de lo que se llama lo particular. Además, si la unidad no fuese una sustancia, es evidente que el número mismo no podría existir como una naturaleza separada de los seres. En efecto, el número se compone de mónadas, y la mónada es lo que es uno. Pero si la unidad en sí, si el ser en sí son alguna cosa, es preciso que sean la sustancia, porque no hay nada fuera de la unidad y del ser que se diga universalmente de todos los seres.

Pero si el ser en sí y la unidad en sí son algo, nos será muy difícil concebir cómo pueda haber ninguna otra cosa fuera de la unidad y del ser, es decir, cómo puede haber más de un ser, puesto que lo que es otra cosa que el ser no es. De donde se sigue necesariamente lo que decía Parménides, que todos los seres se reducían a uno, y que la unidad es el ser. Pero aquí se presenta una doble dificultad; porque ya no sea la unidad una sustancia, ya lo sea, es igualmente imposible que el número sea una sustancia: que es imposible en el primer caso, ya hemos dicho por qué. En el segundo, la misma dificultad ocurre que respecto del ser. ¿De dónde vendría efectivamente otra unidad fuera de la unidad? Porque en el caso de que se trata habría necesariamente dos unidades. Todos los seres son, o un solo ser o una multitud de seres, si cada ser es unidad.

Más aún. Si la unidad fuese indivisible, no habría absolutamente nada, y esto es lo que piensa Zenón. En efecto, lo que no se hace ni más grande cuando se le añade, ni más pequeño cuando se le quita algo, no es, en su opinión, un ser, porque la magnitud es evidentemente la esencia del ser. Y si la magnitud es su esencia, el ser es corporal, porque el cuerpo es magnitud en todos sentidos. Pero ¿cómo la magnitud añadida a los seres hará a los unos más grandes sin producir en los otros este efecto? Por ejemplo, ¿cómo el plano y la línea agrandarán, y jamás el punto y la mónada? Sin embargo, como la conclusión de Zenón es un poco dura, y por otra parte puede haber en ella algo de indivisible, se responde a la objeción, que en el caso de la mónada o el punto la adición no aumenta la extensión y sí el número. Pero entonces, ¿cómo un solo ser, y si se quiere muchos seres de esta naturaleza, formarán una magnitud? Sería lo mismo que pretender que la línea se compone de puntos. Y si se admite que el número, como dicen algunos, es producido por la unidad misma y por otra cosa que no es unidad, no por esto dejará de tenerse que indagar por qué y cómo el producto es tan pronto un número, tan pronto una magnitud; puesto que el no-uno es la desigualdad, es la misma naturaleza en los dos casos. En efecto, no se ve cómo la unidad con la desigualdad, ni cómo un número con ella, pueden producir magnitudes.

 

[editar] Parte V

Hay una dificultad que se relaciona con las precedentes, y es la siguiente: ¿Los números, los cuerpos, las superficies y los puntos son o no sustancias?

Si no son sustancias no conocemos bien ni lo que es el ser, ni cuáles son las sustancias de los seres. En efecto, ni las modificaciones, ni los movimientos, ni las relaciones, ni las disposiciones, ni las proposiciones tienen, al parecer, ninguno de los caracteres de la sustancia. Se refieren todas estas cosas como atributos a un sujeto, y jamás se les da una existencia independiente. En cuanto a las cosas que parecen tener más el carácter de sustancia, como el agua, la tierra, el fuego que constituyen los cuerpos compuestos en estas cosas, lo caliente y lo frío, y las propiedades de esta clase, son modificaciones y no sustancias. El cuerpo, que es el sujeto de estas modificaciones, es el único que persiste como ser y como verdadera sustancia. Y, sin embargo, el cuerpo es menos sustancia que la superficie, ésta lo es menos que la línea, y la línea menos que la mónada y el punto. Por medio de ellos el cuerpo es determinado y, al parecer, es posible que existan independientemente del cuerpo; pero sin ellos la existencia del cuerpo es imposible. Por esta razón, mientras que el vulgo y los filósofos de los primeros tiempos admiten que el ser y la sustancia es el cuerpo, y que las demás cosas son modificaciones del cuerpo, de suerte que los principios de los cuerpos son también los principios de los seres, filósofos más modernos, y que se han mostrado verdaderamente más filósofos que sus predecesores, admiten por principios los números. Y así, como ya hemos visto, si los seres en cuestión no son sustancias, no hay absolutamente ninguna sustancia, ni ningún ser, porque los accidentes de estos seres no merecen ciertamente que se les dé el nombre de seres.

Sin embargo, si por una parte se reconoce que las longitudes y los puntos son más sustancias que los cuerpos, y si por otra no vemos entre qué cuerpos será preciso colocarlos, porque no es posible hacerlos entre los objetos sensibles, en este caso no habrá ninguna sustancia. En efecto, evidentemente estas no son más que divisiones del cuerpo, ya en longitud, ya en latitud, ya en profundidad. Por último, toda figura, cualquiera que ella sea, se encuentra igualmente en el sólido, o no hay ninguna. De suerte que si no puede decirse que el Hermes existe en la piedra con sus contornos determinados, la mitad del cubo tampoco está en el cubo con su forma determinada, y ni hay siquiera en el cubo superficie alguna real. Porque si toda superficie, cualquiera que ella sea, existiese en él realmente, la que determina la mitad del cubo tendrían también en él una existencia real. El mismo razonamiento se aplica igualmente a la línea, al punto y a la mónada. Por consiguiente, si por una parte el cuerpo es la sustancia por excelencia; si por otra las superficies, las líneas y los puntos lo son más que el cuerpo mismo; y si, en otro concepto, ni las superficies, ni las líneas, ni los puntos son sustancia, en tal caso no sabemos ni qué es el ser, ni cuál es la sustancia de los seres.

Añádase a lo que acabamos de decir las consecuencias irracionales que se deducirían relativamente a la producción y a la destrucción. En efecto, en este caso, la sustancia que antes no existía, existe ahora: y la que existía antes cesa de existir. ¿No es esto para la sustancia una producción y una destrucción? Por lo contrario, ni los puntos, ni las líneas, ni las superficies son susceptibles ni de producirse ni de ser destruidas; y, sin embargo, tan pronto existen como no existen. Véase lo que pasa en el caso de la reunión o separación de dos cuerpos; si se juntan, no hay más que una superficie; y si se separan, hay dos. Y así, en el caso de una superficie, las líneas y los puntos no existen ya, han desaparecido; mientras que, después de la separación, existen magnitudes que no existían antes; pero el punto, objeto indivisible, no se ha dividido en dos partes. Finalmente, si las superficies están sujetas a producción y a destrucción, proceden de algo.

Pero con los seres de que tratamos sucede, sobre poco más o menos, lo mismo que con el instante actual en el tiempo. No es posible que devenga y perezca; sin embargo, como no es una sustancia, parece sin cesar diferente. Evidentemente los puntos, las líneas y las superficies se encuentran en un caso semejante, porque se les puede aplicar los mismos razonamientos. Como el instante actual, no son ellos más que límites o divisiones.

 

[editar] Parte VI

Una cuestión que es absolutamente preciso plantear es la de saber por qué, fuera de los seres sensibles y de los seres intermedios es imprescindible ir en busca de otros objetos, por ejemplo, los que se llaman ideas. El motivo es, según se dice, que si los seres matemáticos difieren por cualquier otro concepto de los objetos de este mundo, de ninguna manera difieren en este, pues que un gran número de estos objetos son de especie semejante. De suerte que sus principios no quedarán limitados a la unidad numérica. Sucederá, como con los principios de las palabras de que nos servimos, que se distinguen no numéricamente sino genéricamente; a menos, sin embargo, de que se los cuente en tal sílaba, en tal palabra determinada, porque en este caso tiene también la unidad numérica. Los seres intermedios se encuentran en este caso. En ellos igualmente las semejanzas de especies son infinitas en número. De modo que si fuera de los seres sensibles y de los seres matemáticos no hay otros seres que los que algunos filósofos llaman ideas, en este caso no hay sustancia, una en número y en género; y entonces los principios de los seres no son principios que se cuenten numéricamente, y sólo tienen la unidad genérica. Y si esta consecuencia es necesaria, es preciso que haya ideas. En efecto, aunque los que admiten su existencia no formulan bien su pensamiento, he aquí lo que quieren decir y que es consecuencia necesaria de sus principios. Cada idea es una sustancia; ninguna es accidente. Por otra parte, si se afirma que las ideas existen, y que los principios son numéricos y no genéricos, ya hemos dicho más arriba las dificultades imposibles de resolver que de esto tienen que resultar necesariamente.

Una indagación difícil se relaciona con las cuestiones precedentes. ¿Los elementos existen en potencia o de alguna otra manera? Si de alguna otra manera, ¿cómo habrá cosa anterior a los principios? (Porque la potencia es anterior a tal causa determinada, y no es necesario que la causa que existe en potencia pase a acto.) Pero si los elementos no existen más que en potencia, es posible que ningún ser exista. Poder existir no es existir aún; puesto que lo que deviene o llega a ser es lo que no era o existía, y que nada deviene o llega a ser si no tiene la potencia de ser.

Tales son las dificultades que es preciso proponerse relativamente a los principios. Debe aún preguntarse si los principios son universales o si son elementos particulares. Si son universales no son esencias, porque lo que es común a muchos seres indica que un ser es de tal manera y no que es propiamente tal ser. Porque la esencia es propiamente lo que constituye un ser. Y si lo universal es un ser determinado, si el atributo común a los seres puede ser afirmado como esencia, habrá en el mismo ser muchos animales, Sócrates, el hombre, el animal; puesto que en esta suposición cada uno de los atributos de Sócrates indica la existencia propia y la unidad de un ser. Si los principios son universales, esto es lo que se deduce. Si no son universales, son como elementos particulares que no pueden ser objeto de la ciencia, recayendo como recae toda ciencia sobre lo universal. De suerte que deberá haber aquí otros principios anteriores a ellos, y señalados con el carácter de la universalidad, para que pueda tener lugar la ciencia de los principios.

 

Hay una ciencia que estudia el ser en tanto que ser y los accidentes propios del ser. Esta ciencia es diferente de todas las ciencias particulares, porque ninguna de ellas estudia en general el ser en tanto que ser. Estas ciencias sólo tratan del ser desde cierto punto de vista, y sólo desde este punto de vista estudian sus accidentes; en este caso están las ciencias matemáticas. Pero puesto que indagamos los principios, las causas más elevadas, es evidente que estos principios deben de tener una naturaleza propia. Por tanto, si los que han indagado los elementos de los seres buscaban estos principios, debían necesariamente estudiar en tanto que seres. Por esta razón debemos nosotros también estudiar las causas primeras del ser en tanto que ser.

 

[editar] II

El ser se entiende de muchas maneras, pero estos diferentes sentidos se refieren a una sola cosa, a una misma naturaleza, no habiendo entre ellos sólo comunidad de nombre; mas así como por sano se entiende todo aquello que se refiere a la salud, lo que la conserva, lo que la produce, aquello de que es ella señal y aquello que la recibe; y así como por medicinal puede entenderse todo lo que se relaciona con la medicina, y significar ya aquellos que posee el arte de la medicina, o bien lo que es propio de ella, o finalmente lo que es obra suya, como acontece con la mayor parte de las cosas; en igual forma el ser tiene muchas significaciones, pero todas se refieren a un principio único. Tal cosa se llama ser, porque es una esencia; tal otra porque es una modificación de la esencia, porque es la dirección hacia la esencia, o bien es su destrucción, su privación, su cualidad, porque ella la produce, le da nacimiento, está en relación con ella; o bien, finalmente, porque ella es la negación del ser desde alguno de estos puntos de vista o de la esencia misma. En este sentido decimos que el no ser es, que él es el no ser. Todo lo comprendido bajo la palabra general de sano, es del dominio de una sola ciencia. Lo mismo sucede con todas las demás cosas: una sola ciencia estudia, no ya lo que comprende en sí mismo un objeto único, sino todo lo que se refiere a una sola naturaleza; pues en efecto, estos son, desde un punto de vista, atributos del objeto único de la ciencia.

Es, pues, evidente que una sola ciencia estudiará igualmente los seres en tanto que seres. Ahora bien, la ciencia tiene siempre por objeto propio lo que es primero, aquello de que todo lo demás depende, aquello que es la razón de la existencia de las demás cosas. Si la esencia está en este caso, será preciso que el filósofo posea los principios y las causas de las esencias. Pero no hay más que un conocimiento sensible, una sola ciencia para un solo género; y así una sola ciencia, la gramática, trata de todas las palabras; y de igual modo una sola ciencia general tratará de todas las especies del ser y de las subdivisiones de estas especies.

Si, por otra parte, el ser y la unidad son una misma cosa, si constituyen una sola naturaleza, puesto que se acompañan siempre mutuamente como principio y como causa, sin estar, sin embargo, comprendidos bajo una misma noción, importará poco que nosotros tratemos simultáneamente del ser y de la esencia; y hasta ésta será una ventaja. En efecto, un hombre, ser hombre y hombre, significan la misma cosa; nada se altera la expresión: el hombre es, por esta duplicación: el hombre es hombre o el hombre es un hombre. Es evidente que el ser no se separa de la unidad, ni en la producción ni en la destrucción. Asimismo la unidad nace y perece con el ser. Se ve claramente que la unidad no añade nada al ser por su adjunción y, por último, que la unidad no es cosa alguna fuera del ser.

Además la sustancia de cada cosa es una en sí y no accidentalmente. Y lo mismo sucede con la esencia. De suerte que tantas cuantas especies hay en la unidad, otras tantas especies correspondientes hay en el ser. Una misma ciencia tratará de lo que son en sí mismas estas diversas especies; estudiará, por ejemplo, la identidad y la semejanza, y todas las cosas de este género, así como sus opuestas; en una palabra, los contrarios; porque demostraremos en el examen de los contrarios144 que casi todos se reducen a este principio, la posición de la unidad con su contrario.

La filosofía constará además de tantas partes como esencias hay; y entre estas partes habrá necesariamente una primera, una segunda. La unidad y el ser se subdividen en géneros, unos anteriores y otros posteriores; y habrá tantas partes de la filosofía como subdivisiones hay145.

El filósofo se encuentra, en efecto, en el mismo caso que el matemático. En las matemáticas hay partes; hay una primera, una segunda146 y así sucesivamente.

Una sola ciencia se ocupa de los opuestos, y la pluralidad es lo opuesto a la unidad; una sola y misma ciencia tratará de la negación y de la privación, porque en estos dos casos es tratar de la unidad, como que respecto de ella tiene lugar la negación o privación: privación simple, por ejemplo, cuando no se da la unidad en esto, o privación de la unidad en un género particular. La unidad tiene, por lo tanto, su contrario147, lo mismo en la privación que en la negación: la negación es la ausencia de tal cosa particular: bajo la privación hay igualmente alguna naturaleza particular, de la que se dice que hay privación. Por otra parte, la pluralidad es, como hemos dicho, opuesta a la unidad. La ciencia de que se trata se ocupará de lo que es opuesto a las cosas de que hemos hablado: a saber, de la diferencia, de la desemejanza, de la desigualdad y de los demás modos de este género, considerados, o en sí mismos, o con relación a la unidad y a la pluralidad. Entre estos modos será preciso colocar también la contrariedad, porque la contrariedad es una diferencia, y la diferencia entra en lo desemejante. La unidad se entiende de muchas maneras: y por tanto estos diferentes modos se entenderán lo mismo; mas, sin embargo, pertenecerá a una sola ciencia el conocerlos todos. Porque no se refieren a muchas ciencias sólo porque se tomen en muchas acepciones. Si no fuesen modos de la unidad, si sus nociones no pudiesen referirse a la unidad, entonces pertenecerían a ciencias diferentes. Todo se refiere a algo que es primero; por ejemplo, todo lo que se dice uno, se refiere a la unidad primera. Lo mismo debe de suceder con la identidad y la diferencia, y sus contrarios. Cuando se ha examinado en particular en cuántas acepciones se toma una cosa, es indispensable referir luego estas diversas acepciones a lo que es primero en cada categoría del ser; es preciso ver cómo cada una de ellas se liga con la significación primera. Y así, ciertas cosas reciben el nombre de ser y de unidad, porque los tienen en sí mismas; otras porque los producen, y otras por alguna razón análoga. Es por tanto evidente, como hemos dicho en el planteamiento de las dificultades148, que una sola ciencia debe tratar de la sustancia y sus diferentes modos; ésta era una de las cuestiones que nos habíamos propuesto.

El filósofo debe poder tratar todos estos puntos, porque si no perteneciera y fuera todo esto propio del filósofo, ¿quién ha de examinar, si Sócrates y Sócrates sentado son la misma cosa; si la unidad es opuesta a la unidad; qué es la oposición; de cuántas maneras debe entenderse, y una multitud de cuestiones de este género? Puesto que los modos, de que hemos hablado, son modificaciones propias de la unidad en tanto que unidad, del ser en tanto que ser, y no en tanto que números, líneas o fuego, es evidente que nuestra ciencia deberá estudiarlos en su esencia y en sus accidentes. El error de los que hablan de ellos no consiste en ocuparse de seres extraños a la filosofía, y sí en no decir nada de la esencia, la cual es anterior a estos modos. Así como el número en tanto que número tiene modos propios, por ejemplo, el impar, el par, la conmensurabilidad, la igualdad, el aumento, la disminución, modos todos ya del número en sí, ya de los números en sus recíprocas relaciones y lo mismo que el sólido, al mismo tiempo que puede estar inmóvil o en movimiento, ser pesado o ligero, tiene también sus modos propios, en igual forma el ser en tanto que ser tiene ciertos modos particulares, y estos modos son objeto de las investigaciones del filósofo. La prueba de esto es que las indagaciones de los dialécticos y de los sofistas, que se disfrazan con el traje del filósofo, porque la sofística no es otra cosa que la apariencia de la filosofía, y los dialécticos disputan, sobre todo, tales indagaciones, digo, son todas ellas relativas al ser. Si se ocupan de estos modos de ser, es evidentemente porque son del dominio de la filosofía, como que la dialéctica y la sofística se agitan en el mismo círculo de ideas que la filosofía. Pero la filosofía difiere de la una por los efectos que produce149, y de la otra por el género de vida que impone150. La dialéctica trata de conocer, la filosofía conoce; en cuanto a la sofística, no es más que una ciencia aparente y sin realidad.

Hay en los contrarios dos series opuestas, una de las cuales es la privación, y todos los contrarios pueden reducirse al ser y al no ser, a la unidad y a la pluralidad. El reposo, por ejemplo, pertenece a la unidad, el movimiento a la pluralidad. Por lo demás, casi todos los filósofos están de acuerdo en decir que los seres y la sustancia están formados de contrarios. Todos dicen que los principios son contrarios, adoptando los unos el impar y el par, otros lo caliente y lo frío, otros lo finito y lo infinito, otros la Amistad y la Discordia. Todos sus demás principios se reducen, al parecer, como aquellos a la unidad y la pluralidad. Admitamos que efectivamente se reducen a esto. En tal caso, la unidad y la pluralidad son, en cierto modo, géneros bajo los cuales vienen a colocarse sin excepción alguna los principios reconocidos por los filósofos que nos han precedido151. De aquí resulta evidentemente que una sola ciencia debe ocuparse del ser en tanto que ser, porque todos los seres son o contrarios o compuestos de contrarios; y los principios de los contrarios son la unidad y la pluralidad, las cuales entran en una misma ciencia, sea que se apliquen o, como probablemente debe decirse con más verdad, que no se aplique cada una de ellas a una naturaleza única. Aunque la unidad se tome en diferentes acepciones, todos estos diferentes sentidos se refieren, sin embargo, a la unidad primitiva. Lo mismo sucede respecto a los contrarios; y por esta razón, aun no concediendo que el ser y la unidad son algo de universal que se encuentra igualmente en todos los individuos o que se da fuera de los individuos (y quizá152 no estén separados realmente de ellos), será siempre exacto que ciertas cosas se refieren a la unidad, y otras se derivan de la unidad.

Por consiguiente, no es al geómetra a quien toca153 estudiar lo contrario, lo perfecto, el ser, la unidad, la identidad, lo diferente; él habrá de limitarse a reconocer la existencia de estos principios.

Por lo tanto, es muy claro que pertenece a una ciencia única estudiar el ser en tanto que ser, y los modos del ser en tanto que ser; y esta ciencia es una ciencia teórica, no sólo de las sustancias, sino también de sus modos, de los mismos de que acabamos de hablar, y también de la prioridad y de la posterioridad, del género y de la especie, del todo y de la parte, y de las demás cosas análogas.

 

[editar] III

Ahora tenemos que examinar si el estudio de lo que en las matemáticas se llama axiomas y el de la esencia, dependen de una ciencia única o de ciencias diferentes. Es evidente que este doble examen es objeto de una sola ciencia, y que esta ciencia es la filosofía. En efecto, los axiomas abrazan sin excepción todo lo que existe, y no tal o cual género de seres tomados aparte, con exclusión de los demás. Todas las ciencias se sirven de los axiomas, porque se aplican al ser en tanto que ser, y el objeto de toda ciencia es el ser. Pero no se sirven de ellos sino en la medida que basta a su propósito, es decir, en cuanto lo permiten los objetos sobre que recaen sus demostraciones. Y así, puesto que existen en tanto que seres en todas las cosas, porque este es su carácter común, al que conoce el ser en tanto que ser, es a quien pertenece el examen de los axiomas.

Por esta razón, ninguno de los que se ocupan de las ciencias parciales, ni el geómetra, ni el aritmético intentan demostrar ni la verdad ni la falsedad de los axiomas; y sólo exceptúo algunos de los físicos, por entrar esta indagación en su asunto. Los físicos son, en efecto, los únicos que han pretendido abrazar, en una sola ciencia, la naturaleza toda y el ser. Pero como hay algo superior a los seres físicos, porque los seres físicos no son más que un género particular del ser, al que trate de lo universal y de la sustancia primera es al quien pertenecerá igualmente estudiar este algo. La física es, verdaderamente, una especie de filosofía, pero no es la filosofía primera.

Por otra parte, en todo lo que dicen sobre el modo de reconocer la verdad de los axiomas, se ve que estos filósofos ignoran los principios mismos de la demostración154. Antes de abordar la ciencia, es preciso conocer los axiomas, y no esperar encontrarlos en el curso de la demostración155.

Es evidente que al filósofo, al que estudia lo que en toda esencia constituye su misma naturaleza, es a quien corresponde examinar los principios silogísticos. Conocer perfectamente cada uno de los géneros de los seres es tener todo lo que se necesita para poder afirmar los principios más ciertos de cada cosa. Por consiguiente, el que conoce los seres en tanto que seres es el que posee los principios más ciertos de las cosas. Ahora bien, éste es el filósofo.

Principio cierto por excelencia es aquel respecto del cual todo error es imposible. En efecto, el principio cierto por excelencia debe ser el más conocido de los principios, porque siempre se incurre en error respecto de las cosas que no se conocen, y un principio, cuya posesión es necesaria para comprender las cosas, no es una suposición. Por último, el principio que hay necesidad de conocer para conocer lo que quiera que sea es preciso poseerlo también necesariamente, para abordar toda clase de estudios. Pero ¿cuál es este principio? Es el siguiente: es imposible que el mismo atributo pertenezca y no pertenezca al mismo sujeto, en un tiempo mismo y bajo la misma relación, etc. (no olvidemos aquí, para precavernos de las sutilezas lógicas, ninguna de las condiciones esenciales que hemos determinado en otra parte)156.

Este principio, decimos, es el más cierto de los principios. Basta que se satisfagan las condiciones requeridas, para que un principio sea el principio cierto por excelencia. No es posible, en efecto, que pueda concebir nadie que una cosa exista y no exista al mismo tiempo. Heráclito es de otro dictamen, según algunos; pero de que se diga una cosa no hay que deducir necesariamente que se piensa. Si, por otra parte, es imposible que en el mismo ser se den al mismo tiempo los contrarios (y a esta proposición es preciso añadir todas las circunstancias que la determinan habitualmente), y si, por último, dos pensamientos contrarios no son otra cosa que una afirmación que se niega a sí misma, es evidentemente imposible que el mismo hombre conciba al mismo tiempo que una misma cosa es y no es. Mentiría, por consiguiente, el que afirmase tener esta concepción simultánea, puesto que, para tenerla, sería preciso que tuviese simultáneamente los dos pensamientos contrarios. Al principio que hemos sentado van a parar en definitiva todas las demostraciones, porque es de suyo el principio de todos los demás axiomas.

 

[editar] IV

Ciertos filósofos, como ya hemos dicho, pretenden que una misma cosa puede ser y no ser, y que se pueden concebir simultáneamente los contrarios. Tal es la aserción de la mayor parte de los físicos. Nosotros acabamos de reconocer que es imposible ser y no ser al mismo tiempo, y fundados en esta imposibilidad hemos declarado que nuestro principio es el principio cierto por excelencia.

También hay filósofos que, dando una muestra de ignorancia, quieren demostrar este principio; porque es ignorancia no saber distinguir lo que tiene necesidad de demostración de lo que no la tiene157. Es absolutamente imposible demostrarlo todo, porque sería preciso caminar hasta el infinito; de suerte que no resultaría demostración. Y si hay verdades que no deben demostrarse, dígasenos qué principio, como no sea el expuesto, se encuentra en semejante caso.

Se puede, sin embargo, asentar, por vía de refutación, esta imposibilidad de los contrarios. Basta que el que niega el principio dé un sentido a sus palabras. Si no le da ninguno, sería ridículo intentar responder a un hombre que no puede dar razón de nada, puesto que no tiene razón ninguna. Un hombre semejante, un hombre privado de razón, se parece a una planta. Y combatir por vía de refutación, es en mi opinión una cosa distinta que demostrar. El que demostrase el principio, incurriría, al parecer, en una petición de principio. Pero si se intenta dar otro principio como causa de este de que se trata, entonces habrá refutación, pero no demostración.

Para desembarazarse de todas las argucias, no basta pensar o decir que existe o que no existe alguna cosa, porque podría creerse que esto era una petición de principio, y necesitamos designar un objeto a nosotros mismos y a los demás. Es imprescindible hacerlo así, puesto que de este modo se da un sentido a las palabras, y el hombre para quien no tuviesen sentido, no podría ni entenderse consigo mismo, ni hablar a los demás. Si se concede este punto, entonces habrá demostración, porque habrá algo de determinado y de fijo. Pero el que demuestra no es la causa de la demostración, sino aquel a quien ésta se dirige. Comienza por destruir todo lenguaje, y admite en seguida que se puede hablar. Por último, el que concede que las palabras tienen un sentido, concede igualmente que hay algo de verdadero, independiente de toda demostración. De aquí la imposibilidad de los contrarios.

Ante todo queda, por tanto, fuera de duda esta verdad; que el hombre significa que tal cosa es que o no es. De suerte que nada absolutamente puede ser y no ser de una manera dada. Admitamos, por otra parte, que la palabra hombre designa un objeto; y sea este objeto el animal bípedo. Digo que en este caso, este nombre no tiene otro sentido que el siguiente: si el animal de dos pies es el hombre, y el hombre es una esencia, la esencia del hombre es el ser un animal de dos pies.

Es hasta indiferente para la cuestión que se atribuya a la misma palabra muchos sentidos, con tal que de antemano se los haya determinado. Es preciso entonces unir a cada empleo de una palabra otra palabra. Supongamos, por ejemplo, que se dice: la palabra hombre significa, no un objeto único, sino muchos objetos, cada uno de cuyos objetos tiene un nombre particular, el animal, el bípedo. Añádase todavía un mayor número de objetos, pero determinad su número, y unid la expresión propia a cada empleo de la palabra. Si no se añadiese esta expresión propia, si se pretendiese que la palabra tiene una infinidad de significaciones, es claro que no sería ya posible entenderse. En efecto, no significar un objeto uno, es no significar nada. Y si las palabras no significan nada, es de toda imposibilidad que los hombres se entiendan entre sí; decimos más, que se entiendan ellos mismos. Si el pensamiento no recae sobre un objeto uno, todo pensamiento es imposible. Para que el pensamiento sea posible, es preciso dar un nombre determinado al objeto del pensamiento.

El hombre, como dijimos antes, designa la esencia, y designa un objeto único; por consiguiente ser hombre no puede significar lo mismo que no ser hombre, si la palabra hombre significa una naturaleza determinada, y no sólo los atributos de un objeto determinado. En efecto, las expresiones: ser determinado y atributos de un ser determinado, no tienen, para nosotros, el mismo sentido. Si no fuera así, las palabras músico, blanco y hombre, significarían una sola y misma cosa. En este caso todos los seres serían un solo ser, porque todas las palabras serían sinónimas. Finalmente, sólo bajo la relación de la semejanza de la palabra, podría una misma cosa ser y no ser; por ejemplo, si lo que nosotros llamamos hombre, otros le llamasen no-hombre. Pero la cuestión no es saber si es posible que la misma cosa sea y no sea al mismo tiempo el hombre nominalmente, sino si puede serlo realmente.

Si hombre y no-hombre no significasen cosas diferentes, no ser hombre no tendría evidentemente un sentido diferente de ser hombre. Y así, ser hombre sería no ser hombre, y habría entre ambas cosas identidad, porque esta doble expresión que representa una noción única, significa un objeto único, lo mismo que vestido y traje. Y si hay identidad, ser hombre y no ser hombre significan un objeto único; pero hemos demostrado antes que estas dos expresiones tienen un sentido diferente.

Por consiguiente, es imprescindible decir, si hay algo que sea verdad, que ser hombre es ser un animal de dos pies, porque este es el sentido que hemos dado a la palabra hombre. Y si esto es imprescindible, no es posible que en el mismo instante este mismo ser no sea un animal de dos pies, lo cual significaría que es necesariamente imposible que este ser sea un hombre. Por lo tanto tampoco es posible que pueda decirse con exactitud al mismo tiempo, que el mismo ser es un hombre y que no es un hombre.

El mismo razonamiento se aplica igualmente en el caso contrario. Ser hombre y no ser hombre significan dos cosas diferentes. Por otra parte, ser blanco y ser hombre no son la misma cosa; pero las otras dos expresiones son más contradictorias, y difieren más por el sentido.

Si llega hasta pretender que ser blanco y ser hombre signifiquen una sola y misma cosa, repetiremos lo que ya dijimos; habrá identidad entre todas las cosas, y no solamente entre las opuestas. Si esto no es admisible, se sigue que nuestra proposición es verdadera. Basta que nuestro adversario responda a la pregunta. En efecto, nada obsta a que el mismo ser sea hombre y blanco y otra infinidad de cosas además. Lo mismo que si se plantea esta cuestión: ¿es o no cierto que tal objeto es un hombre? Es preciso que el sentido de la respuesta esté determinado, y que no se vaya a añadir que el objeto es grande, blanco, porque siendo infinito el número de accidentes, no se pueden enumerar todos; y es necesario o enumerarlos todos o no enumerar ninguno. De igual modo, aunque el mismo ser sea una infinidad de cosas, como hombre, no hombre, etc., a la pregunta: ¿es éste un hombre?, no debe responderse que es al mismo tiempo no hombre, a menos que no se añadan a la respuesta todos los accidentes, todo lo que el objeto es y no es. Pero conducirse de esta manera, no es discutir.

Por otra parte, admitir semejante principio, es destruir completamente toda sustancia y toda esencia. Pues en tal caso resultaría que todo es accidente; y es preciso negar la existencia de lo que constituye la existencia del hombre y la existencia del animal; porque si lo que constituye la existencia del hombre es algo, este algo no es ni la existencia del no-hombre, ni la no-existencia del hombre. Por lo contrario, estas son negaciones de este algo, puesto que lo que significaba era un objeto determinado, y que este objeto era una esencia. Ahora bien, significar la esencia de un ser es significar la identidad de su existencia. Luego si lo que constituye la existencia del hombre es lo que constituye la existencia del no-hombre o lo que constituye la existencia del hombre, no habrá identidad. De suerte que es preciso que esos de que hablamos digan que no hay nada que esté marcado con el sello de la esencia y de la sustancia, sino que todo es accidente. En efecto, he aquí lo que distingue la esencia del accidente: la blancura, en el hombre, es un accidente; y la blancura es un accidente en el hombre, porque es blanco, pero no es la blancura.

Si se dice que todo es accidente, ya no hay género primero158 puesto que siempre el accidente designa el atributo de un sujeto. Es preciso, por lo tanto, que se prolongue hasta el infinito la cadena de accidentes. Pero esto es imposible. Jamás hay más de dos accidentes ligados el uno al otro. El accidente no es nunca un accidente de accidente, sino cuando estos dos accidentes son los accidentes del mismo sujeto. Tomemos por ejemplo blanco y músico. Músico no es blanco, sino porque lo uno y lo otro son accidentes del hombre. Pero Sócrates no es músico porque Sócrates y músico sean los accidentes de otro ser. Hay, pues, que distinguir dos casos. Respecto de todos los accidentes que se dan en el hombre como se da aquí la blancura en Sócrates159 es imposible ir hasta el infinito: por ejemplo, a Sócrates blanco es imposible unir además otro accidente. En efecto, una cosa una no es el producto de la colección de todas las cosas. Lo blanco no puede tener otro accidente, por ejemplo, lo músico. Porque músico no es tampoco el atributo de lo blanco, como lo blanco no lo es de lo músico. Esto se entiende respecto al primer caso. Hemos dicho que había otro caso, en el que lo músico en Sócrates era el ejemplo160. En este último caso, el accidente jamás es accidente de accidente; sólo los accidentes del otro género pueden serlo161.

Por consiguiente, no puede decirse que todo es accidente. Hay, pues, algo determinado, algo que lleva el carácter de la esencia; y si es así, hemos demostrado la imposibilidad de la existencia simultánea de atributos contradictorios.

Aún hay más. Si todas las afirmaciones contradictorias relativas al mismo ser son verdaderas al mismo tiempo, es evidente que todas las cosas serán entonces una cosa única. Una nave, un muro y un hombre deben ser la misma cosa, si todo se puede afirmar o negar de todos los objetos, como se ven obligados a admitir los que adoptan la proposición de Protágoras162. En efecto, si se cree que el hombre no es una nave, evidentemente el hombre no será una nave. Y por consiguiente el hombre es una nave, puesto que la afirmación contraria es verdadera. De esta manera llegamos a la proposición de Anaxágoras. Todas las cosas están confundidas. De suerte que nada existe que sea verdaderamente uno. El objeto de los discursos de estos filósofos es, al parecer, lo indeterminado, y cuando creen hablar del ser, hablan del no ser. Porque lo indeterminado es el ser en potencia y no en acto.

Añádase a esto que los filósofos de que hablamos deben llegar hasta decir que se puede afirmar o negar todo de todas las cosas. Sería absurdo, en efecto, que un ser tuviese en sí su propia negación y no tuviese la negación de otro ser que no está en él. Digo, por ejemplo, que si es cierto que el hombre no es hombre, evidentemente es cierto igualmente que el hombre no es una nave. Si admitimos la afirmación, nos es preciso admitir igualmente la negación. ¿Admitiremos por lo contrario la negación más bien que la afirmación? Pero en este caso la negación de la nave se encuentra en el hombre más bien que la suya propia. Si el hombre tiene en sí esta última, tiene por consiguiente la de la nave, y si tiene la de la nave, tiene igualmente la afirmación opuesta.

Además de esta consecuencia, es preciso también que los que admiten la opinión de Protágoras sostengan que nadie está obligado a admitir ni la afirmación, ni la negación. En efecto, si es cierto que el hombre es igualmente el no-hombre, es evidente que ni el hombre ni el no-hombre podrían existir, porque es preciso admitir al mismo tiempo las dos negaciones de estas dos afirmaciones. Si de la doble afirmación de su existencia se forma una afirmación única, compuesta de estas dos afirmaciones, es preciso admitir la negación única que es opuesta a aquélla.

Pero aún hay más. O se verifica esto con todas las cosas, y lo blanco es igualmente lo no-blanco, el ser el no-ser, y lo mismo respecto de todas las demás afirmaciones y negaciones; o el principio tiene excepciones, y se aplica a ciertas afirmaciones y negaciones, y no se aplica a otras. Admitamos que no se aplica a todas, y en este caso, respecto a las exceptuadas hay certidumbre. Si no hay excepción alguna, entonces es preciso, como se dijo antes, o que todo lo que se afirme se niegue al mismo tiempo, y que todo lo que se niegue al mismo tiempo se afirme; o que todo lo que se afirme al mismo tiempo se niegue por una parte, mientras que por otra, por lo contrario, todo lo que se niegue, se afirmaría al mismo tiempo. Pero en este último caso, habría algo que no existiría realmente. Esta sería una opinión cierta. Ahora bien, si el no-ser es algo cierto y conocido, la afirmación contraria debe ser más cierta aún. Pero si todo lo que se niega, se afirma igualmente, la afirmación entonces es necesaria. Y en este caso, o los dos términos de la proposición pueden ser verdaderos, cada uno de por sí y separadamente; por ejemplo, si digo que esto es blanco, y después digo que esto no es blanco; o no son verdaderos. Si no son verdaderos pronunciados separadamente, el que los pronuncia no los pronuncia, y realmente no resulta nada; y bien, ¿cómo seres no existentes pueden hablar o caminar? Y además todas las cosas serían en este caso una sola cosa, como antes dijimos, y entre un hombre, un dios y una nave, habría identidad. Ahora bien, si lo mismo sucede con todo objeto, un ser no difiere de otro ser. Porque si difiriesen, esta diferencia sería una verdad y un carácter propio. En igual forma, si se puede, al distinguir, decir la verdad, se seguiría lo que acabamos de decir, y además que todo el mundo diría la verdad, y que todo el mundo mentiría, y que reconocería cada uno su propia mentira. Por otra parte, la opinión de estos hombres no merece verdaderamente serio examen. Sus palabras no tienen ningún sentido; porque no dicen que las cosas son así, o que no son así, sino que son y no son así al mismo tiempo. Después viene la negación de estos dos términos; y dicen que no es así ni no así, sino que es así y no así163. Si no fuera así, habría ya algo determinado. Finalmente, si cuando la afirmación es verdadera, la negación es falsa, y si cuando ésta es verdadera, la afirmación es falsa, no es posible que la afirmación y la negación de una misma cosa estén señaladas al mismo tiempo con el carácter de la verdad.

Pero quizá se responderá que es esto mismo lo que se sienta por principio. ¿Quiere decir esto que el que piense que tal cosa es así o que no es así, estará en lo falso, mientras que el que diga lo uno y lo otro estará en lo cierto? Pues bien, si el último dice, en efecto, la verdad, ¿qué otra cosa quiere decir esto sino que tal naturaleza entre los seres dice la verdad? Pero si no dice la verdad, y la dice más bien el que sostiene que la cosa es de tal o cual manera, ¿cómo podrían existir estos seres y esta verdad, al mismo tiempo que no existiesen tales seres y tal verdad? Si todos los hombres dicen igualmente la falsedad y la verdad, tales seres no pueden ni articular un sonido, ni discurrir, porque dicen al mismo tiempo una cosa y no la dicen. Si no tienen concepto de nada, si piensan y no piensan a la vez, ¿en qué se diferencian de las plantas?

Es, pues, de toda evidencia, que nadie piensa de esa manera, ni aun los mismos que sostienen esta doctrina. ¿Por qué, en efecto, toman el camino de Mégara164 en vez de permanecer en reposo en la convicción de que andan? ¿Por qué, si encuentran pozos y precipicios al dar sus paseos en la madrugada, no caminan en línea recta, y antes bien toman sus precauciones, como si creyesen que no es a la vez bueno y malo caer en ellos? Es evidente que ellos mismos creen que esto es mejor y aquello peor. Y si tienen este pensamiento, necesariamente conciben que tal objeto es un hombre, que tal otro no es un hombre, que esto es dulce, que aquello no lo es. En efecto, no van en busca igualmente de todas las cosas, ni dan a todo el mismo valor; si creen que les interesa beber agua o ver a un hombre, en el acto van en busca de estos objetos. Sin embargo, de otro modo deberían conducirse si el hombre y el no-hombre fuesen idénticos entre sí. Pero como hemos dicho, nadie deja de ver que deben evitarse unas cosas y no evitarse otras. De suerte que todos los hombres tienen, al parecer, la idea de la existencia real, si no de todas las cosas, por lo menos de lo mejor y de lo peor165.

Pero aun cuando el hombre no tuviese la ciencia, aun cuando sólo tuviese opiniones, sería preciso que se aplicase mucho más todavía al estudio de la verdad; al modo que el enfermo se ocupa más de la salud que el hombre que está sano. Porque el que sólo tiene opiniones, si se le compara con el que sabe, está, con respecto a la verdad, en estado de enfermedad.

Por otra parte, aun suponiendo que las cosas son y no son de tal manera, el más y el menos existirían todavía en la naturaleza de los seres. Nunca se podrá sostener que dos y tres son de igual modo números pares. Y el que piense que cuatro y cinco son la misma cosa, no tendrá un pensamiento falso de grado igual al del hombre que sostuviese que cuatro y mil son idénticos. Si hay diferencia en la falsedad, es evidente que el primero piensa una cosa menos falsa. Por consiguiente está más en lo verdadero. Luego si lo que es más una cosa, es lo que se aproxima más a ella, debe haber algo verdadero, de lo cual será lo más verdadero más próximo. Y si esto verdadero no existiese, por lo menos hay cosas más ciertas y más próximas a la verdad que otras, y henos aquí desembarazados de esta doctrina horrible, que condena al pensamiento a no tener objeto determinado.

 

[editar] V

La doctrina de Protágoras parte del mismo principio que esta de que hablamos, y si la una tiene o no fundamento, la otra se encuentra necesariamente en el mismo caso. En efecto, si todo lo que pensamos, si todo lo que nos aparece, es la verdad, es preciso que todo sea al mismo tiempo verdadero y falso. La mayor parte de los hombres piensan diferentemente los unos de los otros; y los que no participan de nuestras opiniones los consideramos que están en el error. La misma cosa es por lo tanto y no es. Y si así sucede, es necesario que todo lo que aparece sea la verdad; porque los que están en el error y los que dicen verdad, tienen opiniones contrarías. Si las cosas son como acaba de decirse todas igualmente dirán la verdad. Es por lo tanto evidente que los dos sistemas en cuestión parten del mismo pensamiento.

Sin embargo, no debe combatirse de la misma manera a todos los que profesan estas doctrinas. Con los unos hay que emplear la persuasión, y con los otros la fuerza de razonamiento. Respecto de todos aquellos que han llegado a esta concepción por la duda, es fácil curar su ignorancia; entonces no hay que refutar argumentos, y basta dirigirse a su inteligencia. En cuanto a los que profesan esta opinión por sistema, el remedio que debe aplicarse es la refutación, así por medio de los sonidos que pronuncian, como de las palabras de que se sirven166.

En todos los que dudan, el origen de esta opinión nace del cuadro que presentan las cosas sensibles. En primer lugar, han concebido la opinión de la existencia simultánea en los seres, de los contradictorios y de los contrarios, porque veían la misma cosa producir los contrarios. Y si no es posible que el no-ser devenga o llegue a ser, es preciso que en el objeto preexistan el ser y el no-ser. Todo está mezclado en todo, como dice Anaxágoras, y con él Demócrito, porque, según este último, lo vacío y lo lleno se encuentran, así lo uno como lo otro, en cada porción de los seres; siendo lo lleno el ser y lo vacío el no-ser.

A los que deducen estas consecuencias diremos que, desde un punto de vista, es exacta su aserción; pero que, desde otro, están en un error. El ser se toma en un doble sentido167. Es posible en cierto modo que el no-ser produzca algo, y en otro modo esto es imposible. Puede suceder que el mismo objeto sea al mismo tiempo ser y no-ser, pero no desde el mismo punto de vista del ser. En potencia es posible que la misma cosa represente los contrarios; pero en acto, esto es imposible. Por otra parte nosotros reclamaremos de los mismos de que se trata el concepto de la existencia en el mundo de otra sustancia, que no es susceptible ni de movimiento, ni de destrucción, ni de nacimiento168.

El cuadro de los objetos sensibles es el que ha creado en algunos la opinión de la verdad de lo que aparece. Según ellos, no es a los más, ni tampoco a los menos, a quienes pertenece juzgar de la verdad. Si gustamos una misma cosa, parecerá dulce a los unos, amarga a los otros. De suerte que si todo el mundo estuviese enfermo, o todo el mundo hubiese perdido la razón y sólo dos o tres estuviesen en buen estado de salud y en su sano juicio, estos últimos serían entonces los enfermos y los insensatos, y no los primeros. Por otra parte, las cosas parecen a la mayor parte de los animales lo contrario de lo que nos parecen a nosotros, y cada individuo, a pesar de su identidad, no juzga siempre de la misma manera por los sentidos. ¿Qué sensaciones son verdaderas? ¿Cuáles son falsas? No se podría saber; esto no es más verdadero que aquello, siendo todo igualmente verdadero. Y así Demócrito pretende o que no hay nada verdadero o que no conocemos la verdad. En una palabra, como, según su sistema, la sensación constituye el pensamiento, y como la sensación es una modificación del sujeto, aquello que parece a los sentidos es necesariamente en su opinión la verdad.

Tales son los motivos por los que Empédocles, Demócrito y, puede decirse, todos los demás se han sometido a semejantes opiniones. Empédocles afirma que un cambio en nuestra manera de ser cambia igualmente nuestro pensamiento:

El pensamiento existe en los hombres en razón de la impresión del momento.169

Y en otro pasaje dice:

Siempre se verifica en razón de los cambios que se operan en los hombres,
el cambio en su pensamiento.170

Parménides se expresa de la misma manera:

Como es en cada hombre la organización de sus miembros flexibles,
tal es igualmente la inteligencia de cada hombre; porque es la naturaleza
de los miembros la que constituye el pensamiento de los hombres
en todos y en cada uno: cada grado de la sensación es un grado del pensamiento.171

Se refiere también de Anaxágoras, que dirigía esta sentencia a algunos de sus amigos: «Los seres son para vosotros tales como los concibáis.» También se pretende que Homero, al parecer, tenía una opinión análoga, porque representa a Héctor delirando por efecto de su herida, tendido en tierra, trastornada su razón; como si creyese que los hombres en delirio tienen también razón, pero que esta razón no es ya la misma. Evidentemente, si el delirio y la razón son ambos la razón, los seres a su vez son a la par lo que son y lo que no son.

La consecuencia que sale de semejante principio es realmente desconsoladora. Si son éstas, efectivamente, las opiniones de los hombres que mejor han visto toda la verdad posible, y son estos hombres los que la buscan con ardor y que la aman; si tales son las doctrinas que profesan sobre la verdad, ¿cómo abordar sin desaliento los problemas filosóficos? Buscar la verdad, ¿no sería ir en busca de sombras que desaparecen?

Lo que motiva la opinión de estos filósofos es que, al considerar la verdad en los seres, no han admitido como seres más que las cosas sensibles. Y bien, lo que se encuentra en ellas es principalmente lo indeterminado y aquella especie de ser de que hemos hablado antes172. Además, la opinión que profesan es verosímil, pero no verdadera. Esta apreciación es más equitativa que la crítica que Epicarmo hizo de Jenófanes173. Por último, como ven que toda la naturaleza sensible está en perpetuo movimiento, y que no se puede juzgar de la verdad de lo que muda, pensaron que no se puede determinar nada verdadero sobre lo que muda sin cesar y en todos sentidos. De estas consideraciones nacieron otras doctrinas llevadas más lejos aún. Por ejemplo, la de los filósofos que se dicen de la escuela de Heráclito; la de Cratilo, que llegaba hasta creer que no es preciso decir nada. Se contentaba con mover un dedo y consideraba como reo de un crimen a Heráclito, por haber dicho que no se pasa dos veces un mismo río174; en su opinión no se pasa ni una sola vez175.

Convendremos con los partidarios de este sistema, en que el objeto que muda les da en el acto mismo de cambiar un justo motivo para no creer en su existencia. Aún es posible discutir este punto. La cosa que cesa de ser participa aún de lo que ha dejado de ser, y necesariamente participa ya de aquello que deviene o se hace. En general, si un ser perece, habrá aún en él ser; y si deviene, es indispensable que aquello de donde sale y aquello que le hace devenir tengan una existencia, y que esto no continúe así hasta el infinito.

Pero dejemos aparte estas consideraciones y hagamos notar que mudar bajo la relación de la cantidad y mudar bajo la relación de la cualidad no son una misma cosa. Concedemos que los seres, bajo la relación de la cantidad no persisten; pero es por la forma como conocemos lo que es. Podemos dirigir otro cargo a los defensores de esta doctrina. Viendo estos hechos por ellos observados sólo en el corto número de los objetos sensibles, ¿por qué entonces han aplicado su sistema al mundo entero? Este espacio que nos rodea, el lugar de los objetos sensibles, único que está sometido a las leyes de la destrucción y de la producción, no es más que una porción nula, por decirlo así, del Universo. De suerte que hubiera sido más justo absolver a este bajo mundo en favor del mundo celeste, que no condenar el mundo celeste a causa del primero. Finalmente, como se ve, podemos repetir aquí una observación que ya hemos hecho. Para refutar a estos filósofos no hay más que demostrarles que existe una naturaleza inmóvil, y convencerles de su existencia.

Además, la consecuencia de este sistema es que, pretender que el ser y el no-ser existen simultáneamente, es admitir el eterno reposo más bien que el movimiento eterno. No hay, en efecto, cosa alguna en que puedan transformarse los seres, puesto que todo existe en todo.

Respecto a la verdad, muchas razones nos prueban que no todas las apariencias son verdaderas. Por lo pronto, la sensación misma no nos engaña sobre su objeto propio; pero la idea sensible no es lo mismo que la sensación. Además, con razón debemos extrañar que esos mismos de quienes hablamos permanezcan en la duda frente a preguntas como las siguientes: ¿Las magnitudes, así como los colores, son realmente tales como aparecen a los hombres que están lejos de ellas, o como los ven los que están cerca? ¿Son tales como aparecen a los hombres sanos o como los ven los enfermos? ¿La pesantez es tal como parece por su peso a los de débil complexión o bien lo que parece a los hombres robustos? ¿La verdad es lo que se ve durmiendo o lo que se ve durante la vigilia? Nadie, evidentemente, cree que sobre todos estos puntos quepa la menor incertidumbre. ¿Hay alguno, que soñando que está en Atenas, en el acto de hallarse en África, se vaya a la mañana, dando crédito al sueño, al Odeón?176. Por otra parte, y Platón es quien hace esta observación, la opinión del ignorante no tiene, en verdad, igual autoridad que la del médico, cuando se trata de saber, por ejemplo, si el enfermo recobrará o no la salud177. Por último, el testimonio de un sentido respecto de un objeto que le es extraño, y aunque se aproxime a su objeto propio, no tiene un valor igual a su testimonio respecto de su objeto propio, del objeto que es realmente el suyo. La vista es la que juzga de los colores y no el gusto; el gusto el que juzga de los sabores y no la vista. Ninguno de estos sentidos, cuando se le aplica a un tiempo al mismo objeto, deja nunca de decirnos que este objeto tiene o no a la vez tal propiedad. Voy más lejos aún. No puede negarse el testimonio de un sentido porque en distintos tiempos esté en desacuerdo consigo mismo; el cargo debe dirigirse al ser que experimenta la sensación. El mismo vino, por ejemplo, sea porque él haya mudado, sea porque nuestro cuerpo haya mudado, nos parecerá ciertamente dulce en un instante y lo contrario en otro. Pero no es lo dulce lo que deja de ser lo que es; jamás se despoja de su propiedad esencial; siempre es cierto que un sabor dulce es dulce, y lo que tenga un sabor dulce tendrá necesariamente para nosotros este carácter esencial.

Ahora bien, esta necesidad es la que destruye estos sistemas de que se trata; así como niegan toda esencia, niegan igualmente que haya nada de necesario, puesto que lo que es necesario no puede ser a la vez de una manera y otra. De suerte que si hay algo necesario, los contrarios no podrían existir a la vez en el mismo ser. En general, si sólo existiese lo sensible, no habría nada, porque nada puede haber sin la existencia de los seres animados que puedan percibir lo sensible; y quizá entonces sería cierto decir que no hay objetos sensibles ni sensaciones, porque todo esto es en la hipótesis una modificación del ser que siente. Pero que los objetos que causan la sensación no existen, ni aun independientemente de toda sensación, es una cosa imposible. La sensación no es sensación por sí misma, sino que hay otro objeto fuera de la sensación y cuya existencia es necesariamente anterior a la sensación. Porque el motor es, por su naturaleza, anterior al objeto en movimiento; y aun admitiendo que en el caso de que se trata la existencia de los dos términos es correlativa, nuestra proposición no es por eso menos cierta.

 

[editar] VI

Veamos una dificultad que se proponen los más de estos filósofos, unos de buena fe y otros por el solo gusto de disputar. Preguntan quién juzgará de la salud y, en general, quién es el que juzgará con acierto en todo caso. Ahora bien, hacerse semejante pregunta equivale a preguntarse si en el mismo acto que uno la hace está dormido o despierto. Todas las dificultades de este género tienen un mismo valor. Estos filósofos creen que se puede dar razón de todo porque buscan un principio, y quieren arribar a él por el camino de la demostración. Pero sus mismos actos prueban que no están persuadidos de la verdad de lo que anticipan, incurren en el error de que ya hemos hablado, quieren darse razón de cosas respecto de las que no hay razón. En efecto, el principio de la demostración no es una demostración, y sería fácil convencer de ello a los que dudan de buena fe, porque esto no es difícil de comprender. Pero los que sólo quieren someterse a la fuerza del razonamiento exigen un imposible, piden que se les ponga en contradicción, y comienzan por admitir los contrarios.

Sin embargo, si no es todo relativo, si hay seres en sí, no podrá decirse que todo lo que parece es verdadero, porque lo que parece parece a alguno. De suerte que decir que todo lo que parece es verdadero, equivale a decir que todo es relativo. Los que exigen una demostración lógica deben tener en cuenta lo siguiente: es preciso que admitan, si quieren entrar en una discusión, no que lo que aparece es verdadero, sino que lo que aparece es verdadero para aquel a quien aparece cuándo y cómo le aparece. Si se prestan a entrar en discusión, y no quieren añadir estas restricciones a su principio, caerán bien pronto en la opinión de la existencia de los contrarios. En efecto, puede suceder que la misma cosa parezca a la vista que es miel y no lo parezca al paladar; que las cosas no parezcan las mismas a cada uno de los dos ojos, si son diferentes el uno del toro.

Es fácil responder a los que, por las razones que ya hemos indicado, pretenden que la apariencia es la verdad y, por consiguiente, que todo es verdadero y falso igualmente. Unas mismas cosas no parecen a todo el mundo, ni parecen a un mismo individuo siempre las mismas; parecen muchas veces contrarias al mismo tiempo. El tacto, sobreponiendo los dedos, acusa dos objetos cuando la vista no acusa más que uno. Pero en este caso no es el mismo sentido el que percibe el mismo objeto; la percepción no tiene lugar de la misma manera ni en el mismo tiempo, y sólo bajo estas condiciones sería exacto decir que lo que aparece es verdadero.

Los que sostienen esta opinión, no porque vean en ella una dificultad que resolver y sí tan sólo por discutir, se verán precisados a decir, no «esto es cierto en sí» sino: «esto es cierto para tal individuo» y, como ya hemos dicho precedentemente, les será preciso referir todo a algo, al pensamiento, a la sensación. De suerte que nada ha sido, nada será, si alguno no piensa en ello antes; y si algo ha sido o debe de ser, entonces no son ya todas las cosas relativas al pensamiento. Además, un solo objeto sólo puede ser relativo a una sola cosa o a cosas determinadas. Si, por ejemplo, una cosa es a la vez mitad e igual, lo igual no será por este concepto relativo al doble. Con respecto a lo que es relativo al pensamiento, si el hombre y lo que es pensado son la misma cosa, el hombre no es aquello que piensa sino lo que es pensado. Y si todo es relativo al ser que piensa, este ser se compondrá de una infinidad de especies de seres.

Hemos dicho lo bastante para probar que el más seguro de todos los principios es que las afirmaciones opuestas no pueden ser verdaderas al mismo tiempo, y lo bastante para demostrar las consecuencias y las causas de la opinión contraria.

Y puesto que es imposible que dos aserciones contrarias sobre el mismo objeto sean verdaderas al mismo tiempo, es evidente que tampoco es posible que los contrarios se encuentren al mismo tiempo en el mismo objeto, porque uno de los contrarios no es otra cosa que la privación, la privación de la esencia. Pero la privación es la negación de un género determinado; luego, si es imposible que la afirmación y la negación sean verdaderas al mismo tiempo, es imposible igualmente que los contrarios se encuentren al mismo tiempo, a menos que no esté cada uno de ellos en alguna parte especial del ser, o que se encuentre el uno solamente en una parte, pudiéndose afirmar el otro absolutamente.

 

[editar] VII

No es posible tampoco que haya un término medio entre dos proposiciones contrarias; es de necesidad afirmar o negar una cosa de otra178. Esto se hará evidente si definimos lo verdadero y lo falso. Decir que el ser no existe, o que el no-ser existe, he aquí lo falso; y decir que el ser existe, que el no-ser no existe, he aquí lo verdadero. En la suposición de que se trata, el que dijese que este intermedio existe o no existe, estaría en lo verdadero o en lo falso; y por lo mismo, hablar de esta manera no es decir si el ser y el no-ser existen o no existen.

Además, o el intermedio entre los dos contrarios es como el gris entre el negro y lo blanco, o como entre el hombre y el caballo, lo que no es ni el uno ni el otro. En este último caso no podría tener lugar el tránsito de uno de estos términos al otro; porque cuando hay cambio es, por ejemplo, del bien al no-bien al bien; esto es lo que vemos siempre. En una palabra, el cambio no tiene lugar sino de lo contrario a lo contrario o al intermedio. Ahora bien, decir que hay un intermedio, y que este intermedio nada tiene de común con los términos opuestos equivale a decir que puede tener lugar el tránsito a lo blanco de lo que no era no blanco, cosa que no se ve nunca.

Por otra parte, todo lo que es inteligible o pensado, el pensamiento lo afirma o lo niega; y esto resulta evidentemente conforme a la definición del caso en que se está en lo verdadero y de aquel en que se está en lo falso. Cuando el pensamiento pronuncia tal juicio afirmativo o negativo, está en lo verdadero. Cuando pronuncia tal otro juicio está en lo falso.

Además, deberá decirse que este intermedio existe igualmente entre todas las proposiciones contrarias, a menos que se hable sólo por hablar. En este caso, no se diría ni verdadero ni no verdadero, habría un intermedio entre el ser y el no-ser. Por consiguiente, entonces habría un cambio, término medio entre la producción y la destrucción. Habría también un intermedio hasta en los casos en que la negación lleva consigo un contrario. Y así habría un número que no sería ni impar ni no-impar, cosa imposible, como lo demuestra la definición del número.

Aún hay más. Con los intermedios se llegará al infinito. Se tendrá no sólo tres seres en lugar de dos, sino muchos más. En efecto, además de la afirmación y negación primitivas, podrá haber una negación relativa al intermedio; este intermedio será alguna cosa, tendrá una sustancia propia. Y, por otra parte, cuando alguno, interrogado si un objeto es blanco, responde: No, no hace más que decir que no es blanco; y bien, no ser es la negación.

La opinión que combatimos ha sido adoptada por algunos como tantas otras paradojas. Cuando no se sabe cómo desenredarse de un argumento capcioso, se somete uno a este argumento, se acepta la conclusión. Por este motivo algunos han admitido la existencia de un intermedio; otros, porque buscan la razón de todo. El medio de convencer a los unos y a los otros es partir de una definición, y necesariamente habrá definición si dan un sentido a sus palabras: la noción de que son las palabras la expresión, es la definición de la cosa de que se habla. Por lo demás, el pensamiento de Heráclito, cuando dice que todo es y no es, es al parecer que todo es verdadero; el de Anaxágoras, cuando pretende que entre los contrarios hay un intermedio, es que todo es falso. Puesto que hay mezcla de los contrarios, la mezcla no es ni bien ni no-bien; nada se puede afirmar, por tanto, como verdadero.

 

[editar] VIII

Conforme con lo que dejamos sentado, es evidente que estas aserciones de algunos filósofos no están fundadas ni en particular ni en general. Los unos pretenden que nada es verdadero, porque nada obsta, dicen, a que con toda proposición suceda lo que con ésta: la relación de la diagonal con el lado del cuadrado es inconmensurable. Según otros, todo es verdadero; esta aserción no difiere de la de Heráclito, porque el que dice que todo es verdadero o que todo es falso, expresa a la vez estas dos proposiciones en cada una de ellas. Si la una es imposible, la otra lo será igualmente.

Además hay proposiciones contradictorias que evidentemente no pueden ser verdaderas al mismo tiempo, tampoco al mismo tiempo pueden ser falsas y, sin embargo, esto parecería más bien la posible, conforme a lo que hemos dicho.

A los que sostienen semejantes doctrinas no debe preguntárseles, lo hemos dicho más arriba, si hay o no algo, sino que debe pedírseles que designen algo. Para discutir es preciso empezar por una definición y determinar lo que significa lo verdadero y lo falso. Si afirmar tal cosa es lo verdadero y si negarlo es falso, será imposible que todo sea falso. Porque es necesariamente indispensable que una de las dos proposiciones contradictorias sea verdadera, y luego, si es de toda necesidad afirmar o negar toda cosa, será imposible que las dos proposiciones sean falsas; sólo una de las dos es falsa. Unamos a esto la observación tan debatida de que todas estas aserciones se destruyen mutuamente. El que dice que todo es verdadero, afirma igualmente la verdad de la aserción contraria a la suya, de suerte que la suya no es verdadera porque el que sienta la proposición contraria pretende que no está en lo verdadero. El que dice que todo es falso, afirma igualmente la falsedad de lo que él mismo dice. Si pretenden, el uno que solamente la aserción contraria no es verdadera, y el otro que la suya no es falsa, sientan por lo mismo una infinidad de proposiciones verdaderas y de proposiciones falsas. Porque el que pretende que una proposición verdadera es verdadera, dice verdad; pero esto nos conduce a un procedimiento infinito179.

También es evidente que ni los que pretenden que todo está en reposo ni los que pretenden que todo está en movimiento, están en lo cierto. Porque si todo está en reposo, todo será eternamente verdadero y falso. Ahora bien, en este caso hay cambio; el que dice que todo está en reposo, no ha existido siempre; llegará un momento en que no existirá. Si, por el contrario, todo está en movimiento, nada será verdadero; todo será, por tanto, falso. Pero ya hemos demostrado que esto era imposible. Además, el ser en que se realiza el cambio persiste, él, es el que de tal cosa se convierte en tal otra mediante el cambio.

Sin embargo, tampoco puede decirse que todo está tan pronto en movimiento como en reposo, y que nada está en un reposo eterno. Porque hay un motor eterno de todo lo que está en movimiento, y el primer motor es inmóvil.

Parte I

Principio180 se dice, en primer lugar, del punto de partida de la cosa, como el principio de la línea, del viaje. En uno de los extremos reside este principio, correspondiendo con él otro principio al extremo opuesto. Principio se dice también de aquello mediante lo que puede hacerse mejor una cosa; por ejemplo, el principio de una ciencia. En efecto, no siempre hay precisión de empezar con la noción primera y el comienzo de la ciencia, sino por lo que puede facilitar el estudio181. El principio es también la parte esencial y primera de donde proviene una cosa; y así la carena es el principio del buque, y el cimiento es el principio de la casa; y el principio de los animales es, según unos, el corazón; según otro, el cerebro, según otros, por último, otra parte cualquiera del mismo género182.

Otro principio es la causa exterior que produce un ser, aquello en cuya virtud comienza el movimiento o el cambio. Y así el hijo proviene del padre y de la madre, y la guerra del insulto183. Otro principio es el ser por cuya voluntad se mueve lo que se mueve y muda lo que muda: como, por ejemplo, en los Estados los magistrados, los príncipes, los reyes, los tiranos. Se llaman también principio las artes y, entre ellas, las artes arquitectónicas184. Finalmente, lo que ha dado el primer conocimiento de una cosa se dice también que es el principio de esta cosa: las premisas son los principios de las demostraciones.

Las causas se toman en tantas acepciones como los principios185, porque todas las causas son principios. Lo común a todos los principios es que son el origen de donde se derivan: o la existencia, o el nacimiento, o el conocimiento. Pero entre los principios hay unos que están en las cosas y otros que están fuera de las cosas. He aquí por qué la naturaleza es un principio, lo mismo que lo son el elemento, el pensamiento, la voluntad, la sustancia. La causa final está en el mismo caso, porque lo bueno y lo bello son, respecto de muchos seres, principios de conocimiento y principios de movimiento.

 

 

- II -

Se llama Causa186, ya la materia de que una cosa se hace: el bronce es la causa de la estatua, la plata de la copa y, remontándonos más, lo son los géneros a que pertenecen la plata y el bronce; ya la forma y el modelo, así como sus géneros, es decir, la noción de la esencia: la causa de la octava es la relación de dos a uno y, en general, el número y las partes que entran en la definición de la octava. También se llama causa al primer principio del cambio o del reposo. El que da un consejo es una causa, y el padre es causa del hijo; y en general, aquello que hace es causa de lo hecho, y lo que imprime el cambio lo es de lo que experimenta el cambio. La causa es también el fin, y entiendo por esto aquello en vista de lo que se hace una cosa. La salud es causa del paseo. ¿Por qué se pasea? Para mantenerse uno sano, respondemos nosotros; y al hablar de esta manera, creemos haber dicho la causa. Por último, se llaman causas todos los intermedios entre el motor y el objeto. La maceración, por ejemplo, la purgación, los remedios, los instrumentos del médico, son causas de la salud; porque todos estos medios se emplean en vista del fin. Estas causas difieren, sin embargo, entre sí, en cuanto son las unas instrumentos y otras operaciones. Tales son, sobre poco más o menos, las diversas acepciones de la palabra causa.

De esta diversidad de acepciones resulta que el mismo objeto tiene muchas causas no accidentales, y así: la estatua tiene por causas el arte del estatuario y el bronce, no por su relación con cualquier otro objeto, sino en tanto que es una estatua. Pero estas dos causas difieren entre sí; la una es causa material, la otra causa del movimiento. Las causas pueden igualmente ser recíprocas: el ejercicio, por ejemplo, es causa de la salud, y la buena salud lo es del ejercicio; pero con esta diferencia: que la buena salud lo es como fin y el ejercicio como principio del movimiento. Por último, la misma causa puede a veces producir los contrarios. Lo que ha sido por su presencia causa de alguna cosa, se dice muchas veces que es por su ausencia causa de lo contrario. Decimos: el piloto con su ausencia ha causado el naufragio de la nave; porque la presencia del piloto hubiera sido una causa de salvación. Pero en este caso, las dos causas, la presencia y la privación, son ambas causa del movimiento.

Todas las causas que acabamos de enumerar se reducen a las cuatro clases de causas principales. Los elementos respecto de las sílabas, la materia respecto de los objetos fabricados, el fuego, la tierra y los principios análogos respecto de los cuerpos, las partes respecto del todo, las premisas respecto de la conclusión, son causas, en tanto que son el punto de donde provienen las cosas; y unas de estas causas son sustanciales, las partes, por ejemplo; las otras esenciales, como el todo, la composición y la forma. En cuanto a la semilla, al médico, al consejero, y en general al agente, todas estas causas son principios de cambio o de estabilidad. Las demás causas son el fin y bien de todas las cosas; causa final significa, en efecto, el bien por excelencia, y el fin de los demás seres. Y poco importa que se diga que este fin es el bien real o que es sólo una apariencia del bien.

A estos géneros pueden reducirse las causas. Éstas se presentan bajo una multitud de aspectos, pero pueden reducirse también estos modos a un pequeño número. Entre las causas que se aplican a objetos de la misma especie, se distinguen ya diversas relaciones. Son anteriores o posteriores las unas a las otras; y así el médico es anterior a la salud, el artista a su obra, el doble y el número lo son a la octava; en fin, lo general es siempre anterior a las cosas particulares que en él se contienen. Ciertas causas están marcadas con el sello de lo accidental, y esto en diversos grados. Policleto es causa de la estatua de una manera, y el estatuario de otra; sólo por accidente en el estatuario Policleto. Además hay lo que contiene lo accidental. Así, el hombre, o ascendiendo más aún, el animal, es la causa de la estatua, porque Policleto es un hombre, y el hombre es un animal. Y entre las causas accidentales, las unas son más lejanas, las otras son más próximas. Admitimos que se diga que la causa de la estatua es el blanco, es el músico; y no Policleto o el hombre.

Además de las causas propiamente dichas y de las causas accidentales, se distinguen también las causas en potencia y las causas en acto; como, por ejemplo, el arquitecto constructor de edificios y el arquitecto que está construyendo un edificio dado. Las mismas relaciones que se observan entre las causas, se observan igualmente entre los objetos a que ellas se aplican. Hay la causa de esta estatua en tanto que estatua, y la de la imagen en general; la causa de este bronce es tanto que bronce, y en general la causa de la materia. Lo mismo sucede respecto a los accidentes. Finalmente, las causas accidentales y las causas esenciales pueden encontrarse reunidas en la misma noción; como cuando se dice, por ejemplo, no ya Policleto, ni tampoco estatuario, sino Policleto estatuario.

Los modos de las causas son en suma seis, y estos modos son opuestos dos a dos. La causa propiamente dicha es particular o general, la causa accidental es igualmente particular o general: las unas y las otras pueden ser combinadas o simples. Por ejemplo, todas estas causas existen en acto o en potencia. Pero hay esta diferencia entre ellas; que las causas en acto, lo mismo que las causas particulares, comienzan y concluyen al mismo tiempo que los efectos que ellas producen: este médico, por ejemplo, no cura sino en cuanto trata a este enfermo, y este arquitecto no es constructor sino en cuanto construye esa casa. No siempre sucede así con las causas en potencia; la casa y el arquitecto no perecen al mismo tiempo.

 

 

- III -

Se llama Elemento187 la materia primera que entra en la composición, y que no puede ser dividida en partes heterogéneas188; así los elementos del sonido son lo que constituye el sonido, y las últimas partes en las que se le divide, partes que no se pueden dividir en otros sonidos de una especie diferente de la suya propia. Si se dividiesen, sus partes serían de la misma especie que ellas mismas: una partícula de agua, por ejemplo, es agua; pero una parte de una sílaba no es una sílaba. Los que tratan de los elementos de los cuerpos, dan siempre este nombre a las últimas partes en que se dividen los cuerpos, partes que no se pueden dividir en otros cuerpos de especies diferentes. Esto es lo que llaman ellos elementos, ya admitan sólo un elemento, ya admitan muchos. Lo mismo sucede sobre poco más o menos con los que se llaman elementos en la demostración de las propiedades de las figuras geométricas, y en general en todas las demostraciones; porque las demostraciones primeras, y que se encuentran en el fondo de muchas demostraciones, se les llama elementos de demostraciones: estos son los silogismos primeros compuestos de tres términos, uno de los cuales sirve de medio.

De aquí que, por metáfora, se llama también elemento a lo que, siendo uno y pequeño, sirve para un gran número de cosas. Por esta razón se llama elemento lo que es simple, pequeño, indivisible. Por consiguiente, los atributos más universales son elementos. Cada uno de ellos es uno y simple, y existe un gran número de seres, en todos o en la mayor parte. Por último, la unidad y el punto son, según algunos, elementos.

Los géneros son universales, y además indivisibles, porque su noción es una; y así algunos pretenden que los géneros son elementos más bien que la diferencia, porque el género es más universal. En efecto, allí donde hay diferencia se muestra siempre el género; pero donde hay género no siempre hay diferencia.

Por lo demás, el carácter común a todos los elementos es que el elemento de cada ser es su principio constitutivo.

 

 

- IV -

Naturaleza189 se dice en primer lugar de la generación de todo aquello que crece, por ejemplo, cuando se pronuncia larga la primera sílaba de la palabra griega; luego la materia intrínseca de donde proviene lo que nace; y además el principio del primer movimiento en todo ser físico, principio interno y unido a la esencia. Y se llama crecimiento natural de un ser el aumento que recibe de otro ser, ya por su adjunción, ya por su conexión, ya como los embriones, por su adherencia con este ser. La conexión difiere de la adjunción en que, en este último caso, no hay más que un simple contacto, mientras que en los demás casos hay en los dos seres algo que es uno, y que en lugar de un contacto, produce su conexión, y hace de estos dos seres una unidad bajo la relación de la continuidad y de la cantidad, pero no bajo la relación de la cualidad. Se dice además naturaleza la sustancia bruta inerte y sin acción sobre sí misma de que se compone y se forma un ser físico. Así el bronce es la naturaleza de la estatua y de los objetos de bronce, y la madera lo es de los objetos de madera, y lo mismo de los demás seres; esta materia prima y preexistente constituye cada uno de ellos. Como resultado de esta consideración, se entiende también por naturaleza los elementos de las cosas naturales; y así se explican los que admiten por elemento el fuego, la tierra, el aire, o el agua o cualquiera otro principio análogo, y los que admiten muchos de estos elementos, o todos ellos a la vez. Finalmente, desde otro punto de vista, la naturaleza es la esencia de las cosas naturales. En esta acepción la toman los que dicen que la naturaleza es la composición primitiva, o con Empédocles,

 

que ningún ser tiene realmente una naturaleza,
sino que a la mezcla y a la separación de las cosas mezcladas,
es todo lo que hay y lo que los hombres llaman naturaleza.190

 

 

Por esta razón, según ellos, de todo objeto que es naturalmente, o que ya deviene o se hace, y que posee en sí el principio natural del devenir o del ser, no decimos que tiene una naturaleza, cuando aún no tiene esencia y forma. Por tanto, la reunión de la esencia y de la materia constituye la naturaleza de los seres. Esto sucede con la de los animales y la de sus partes. Pero es preciso decir que la materia primera es una naturaleza, y que puede serlo desde dos puntos de vista; porque puede ser o primera relativamente a un objeto o absolutamente primera. Para los objetos cuya sustancia es el bronce, el bronce es el primero relativamente a estos objetos; pero absolutamente hablando, es el agua quizá, si es cierto que el agua es el principio de todos los cuerpos fusibles. Y es preciso añadir que la forma y la esencia son también una naturaleza, porque son el fin de toda producción. Finalmente, por metáfora, toda esencia toma en general el nombre de la naturaleza, a causa de la misma en que hablamos, porque la naturaleza es también una especie de esencia.

Se sigue de todo lo que precede, que la naturaleza primera, la naturaleza propiamente dicha, es la esencia de los seres, que tienen en sí y por sí mismos el principio de su movimiento191. La materia no se llama en efecto naturaleza, sino porque es capaz de recibir en sí este principio, y la generación, así como el crecimiento, sino porque son movimientos producidos por este principio. Y este principio del movimiento de las cosas naturales reside siempre en ellas, ya sea en potencia, ya en acto.

 

 

- V -

Se llama Necesario192 aquello que es la causa cooperante193 sin la cual es imposible vivir. Así la respiración y el alimento son necesarios al animal. Sin ellos le es imposible existir. Lo constituyen aquellas condiciones sin las cuales el bien no podría ni ser ni llegar a ser, o sin las cuales no se puede ni prevenir un mal ni librarse de él. Es necesario, por ejemplo, tomar el remedio para no estar enfermo, o hacerse a la vela a Egina para recibir dinero.

Constituye también lo necesario la violencia y la fuerza, es decir, lo que nos impide y detiene, a pesar de nuestro deseo y nuestra voluntad. Porque la violencia se llama necesidad, y por consiguiente la necesidad es una cosa que aflige194, como dice Eveno195:

 

Toda necesidad, es una cosa aflictiva.

 

 

Finalmente, la fuerza es una necesidad; escuchemos a Sófocles196:

 

La fuerza es la que me obliga necesariamente a obrar así.

 

 

La necesidad envuelve la idea de algo inevitable, y con razón, porque es lo opuesto al movimiento voluntario y reflexivo. Además, cuando una cosa no puede ser de otra manera de como es, decimos: es necesario que así sea. Y esta necesidad es, en cierta manera, la razón de todo lo que se llama necesario. Efectivamente, cuando el deseo no puede conseguir su objeto a consecuencia de la violencia, se dice que ha habido violencia, hecha o padecida. La necesidad es por consiguiente a nuestros ojos aquello en cuya virtud es imposible que una cosa sea de otra manera. La misma observación cabe respecto de las causas cooperantes de la vida, lo mismo que de las del bien. Porque cuando hay, ya para el bien, ya para la vida y el ser, imposibilidad de existir sin ciertas condiciones, entonces estas condiciones son necesarias, y la causa cooperante es una necesidad. Finalmente, las demostraciones de las verdades necesarias son necesarias, porque es imposible, si la demostración es rigurosa, que la conclusión sea otra que la que es. Las causas de esta imposibilidad son estas proposiciones primeras, que no pueden ser otras que las que son, que componen el silogismo.

Entre las cosas necesarias, hay unas que tienen fuera de sí la causa de su necesidad; otras, por lo contrario, que la tienen en sí mismas, y de ellas es de donde sacan las primeras su necesidad. De suerte que la necesidad primera, la necesidad propiamente dicha, es la necesidad absoluta, porque es imposible que tenga muchos modos de existencia. Por lo tanto ella es la necesidad invariable; de otra manera tendría muchos modos de existencia. Luego si hay seres eternos e inmutables, nada puede ejercer sobre ellos violencia o contrariar su naturaleza.

 

 

- VI -

Hay dos clases de Unidad197; hay lo que es uno por accidente, y lo que es en su esencia. Corisco y músico, y Corisco músico son una sola cosa, porque hay identidad entre las expresiones: Corisco y músico, y Corisco músico, Músico y justo, y Corisco músico justo son igualmente una sola cosa. A esto se llama unidad accidental. En efecto, de una parte justo y músico son los accidentes de una sola y misma sustancia; de la otra músico y Corisco son recíprocamente accidentes el uno del otro. Asimismo el músico Corisco es, desde un punto de vista, la misma cosa que Corisco, porque una de las dos partes de esta expresión es el accidente de la otra parte; músico lo es, si se quiere, de Corisco. Y el músico Corisco y el justo Corisco son igualmente una sola cosa, porque uno de los dos términos de cada una de estas expresiones es el accidente del mismo ser. Importa poco que músico sea accidente de Corisco, o que Corisco lo sea de músico. Y lo mismo acontece cuando el accidente se aplica al género o a cualquiera otra cosa universal. Admitamos que hombre y hombre músico sean idénticos el uno al otro. Esto se verificará, o bien porque el hombre es una sustancia una, que tiene por accidente músico, o bien porque ambos son los accidentes de un ser particular, de Corisco, por ejemplo. Sin embargo, en este último caso, los dos accidentes no son accidentes de la misma manera; el uno representa, por decirlo así, el género, y existe en la esencia; el otro no es más que un estado, una modificación de la sustancia. Todo lo que se llama unidad accidental es unidad tan sólo en el sentido que acabamos de decir.

En cuanto a lo que es uno esencialmente, hay en primer lugar lo que lo es por la continuidad de las partes: por ejemplo, el haz, que debe a la ligadura la continuidad y las piezas de madera que la reciben de la cola que las une. La linea, hasta la línea curva, siempre que sea continua, es una; así como cada una de las partes del cuerpo, las piernas, los brazos. Digamos, sin embargo, que lo que tiene naturalmente la continuidad es más uno que lo que sólo tiene una continuidad artificial. Ahora bien, se llama continuo a aquello cuyo movimiento es uno esencialmente, y no puede ser otro que el que es. Este movimiento uno es el movimiento indivisible, pero indivisible en el tiempo. Las cosas continuas en sí mismas son las que tienen algo más que la unidad que proviene del contacto. Si ponéis en contacto trozos de maderas, no iréis a decir que hay allí unidad; y lo mismo que con la madera, sucede con el cuerpo o cualquiera otra cosa continua. Las cosas esencialmente continuas son unas, aun cuando tengan una flexión. Las que no tienen flexión lo son más: la canilla o el muslo, por ejemplo, lo son más que la pierna, la cual puede no tener un movimiento uno: y la línea recta tiene más que la curva el carácter de unidad. Decimos que la línea curva, así como de la línea angulosa, que es una y que no es una, porque es posible que no estén en sus partes todas en movimiento o que lo estén todas a la vez. Pero en la línea recta el movimiento es siempre simultáneo, y ninguna de las partes que tiene magnitud está en reposo, como en la línea curva, mientras que otra se mueve.

También se toma la unidad en otro sentido; la homogeneidad de las partes del objeto. Hay homogeneidad cuando no se puede señalar en el objeto ninguna división bajo la relación de la cualidad. Y el objeto será, o bien el objeto inmediato, o bien los últimos elementos a que se le pueda referir. Se dice que el vino es uno, y el agua es una, en tanto que son ambos genéricamente indivisibles: y que todos los líquidos juntos, aceite, vino, cuerpos fusibles, no son más que una cosa, porque hay identidad entre los elementos primitivos de la materia líquida, porque lo que constituye todos los líquidos es el agua y el aire.

En igual forma, cuando se pueden señalar diferencias en el género, se atribuye a la unidad a los seres que contiene. Y se dice que todos son una sola cosa, porque el género que se encuentra bajo las diferencias es uno. El caballo, por ejemplo, el hombre, el perro, son una sola cosa, porque son animales. Sucede lo mismo, sobre poco más o menos, que en los casos en que hay unidad de materia. Tan pronto es, como en el ejemplo que acabamos de citar, al género próximo al que se refiere a la unidad como, según acontece en el caso en que los géneros inmediatamente superiores a los objetos idénticos sean las últimas especies del género, es al género más elevado al que se refiere198. Así, el triángulo isósceles y el equilátero son una sola y misma figura, porque son triángulos ambos, pero no son los mismos triángulos. También se atribuye la unidad a las cosas cuya noción esencial no puede dividirse en otras nociones, cada una de las cuales expresa la esencia de estas cosas. En efecto, de suyo toda definición puede dividirse. Hay unidad entre lo que aumenta y lo que disminuye, porque hay unidad en la definición; de la misma manera respecto de las superficies la definición es una. En general, la unidad de todos los seres, cuya idea, entiendo la idea esencial, es indivisible y no puede ser separada ni en el tiempo, ni en el espacio, ni en la definición, es la unidad por excelencia. Las esencias están en este caso. En general, en tanto que no pueden ser divididos, es como se atribuye la unidad a los objetos que no pueden serlo. Por ejemplo, si como hombre no es posible la división, tenéis un solo hombre; si como animal, un solo animal; si como magnitud, una sola magnitud.

La unidad se atribuye por tanto a la mayor parte de las cosas, o porque ellas producen, o porque soportan otra unidad, o porque están en relación con una unidad. Las unidades primitivas son los seres, cuya esencia es una: y la esencia puede ser una, ya por continuidad, ya genéricamente, ya por definición, por lo que nosotros contamos como varios, son o los objetos no continuos, o los que no son del mismo género, o los que no tienen la unidad de definición. Añadamos que a veces decimos que una cosa es una por continuidad, con tal que tenga cantidad y continuidad, pero que otras veces esto no basta. Es preciso también que sea un conjunto, es decir, que tenga unidad de forma. No constituirán para nosotros una unidad las partes que constituyen el calzado colocadas las unas junto a las otras de una manera cualquiera; y sólo cuando hay, no simplemente continuidad, sino partes colocadas de tal manera que constituyen un calzado, y tengan una forma determinada, es cuando decimos que hay verdadera unidad. Por esta razón la línea del círculo es la línea una por excelencia; es perfecta en todas sus partes.

La esencia de la unidad consiste en ser el principio de un número, porque la medida primera de cada género de seres es un principio. La medida primera de un género es el principio por el que conocemos un género de seres. El principio de lo cognoscible en cada género es, pues, la unidad. Sólo que no es la misma unidad para todos los géneros199; aquí es un semitono, allá la vocal o consonante. La pesantez tiene una unidad; el movimiento tiene otra. Pero en todos los casos la unidad es indivisible. Ya bajo la relación de la forma, ya bajo la de la cantidad.

Lo que es indivisible con relación a la cantidad, y en tanto que cantidad, lo que es absolutamente indivisible y no tiene posición, se llama mónada. Lo que lo es en todos sentidos, pero que ocupa una posición, en un punto. Lo que no es divisible, sino en un sentido, es una línea. Lo que puede ser dividido en dos sentidos es una superficie. Lo que puede serlo por todos lados y en tres sentidos, bajo la relación de la cantidad, es un cuerpo. Y si se sigue el orden inverso, lo que puede dividirse en tres sentidos por todos lados es un cuerpo; lo que puede dividirse en dos sentidos es una superficie; lo que no puede serlo más que en uno solo es una línea; lo que no se puede en ningún sentido dividir bajo la relación de la cantidad es un punto y una mónada: sin posición es la mónada; con posición es el punto.

Además, lo que es uno, lo es o relativamente al número, o relativamente a la forma, o relativamente al género, o bien por analogía. Uno en número es aquello cuya materia es una; uno en forma es aquello que tiene unidad de definición; uno genéricamente es lo que tiene los mismos atributos; dondequiera que hay relación hay unidad por analogía. Los modos de la unidad, que acabamos de enumerar los primeros, llevan consigo siempre los siguientes. Y así, el uno en número es igualmente uno en forma; pero lo que es uno en forma, no lo es siempre en número. Todo lo que es uno en forma, lo es siempre numéricamente. La unidad genérica no siempre la unidad de forma; es siempre unidad por analogía. Pero no todo lo que es uno por analogía, es uno genéricamente.

Es también evidente, que la pluralidad debe ser puesta en oposición con la unidad. Hay pluralidad: o por falta de continuidad o porque la materia, ya la materia del género, ya los últimos elementos, pueden dividirse por la forma, o porque hay pluralidad de definiciones que expresen la esencia.

 

 

- VII -

El Ser200 se entiende de lo que es accidentalmente o de lo que es en sí. Hay, por ejemplo, ser accidental, cuando decimos: el justo es músico, el hombre es músico, el músico es hombre. Lo mismo poco más o menos, que cuando decimos que el músico construye, es porque es accidental que el arquitecto sea músico o el músico arquitecto; porque, cuando se dice: una cosa es esto o aquello, significa que esto o aquello es el accidente de esta cosa; lo mismo que, volviendo a nuestro asunto, si se dice: el hombre es músico o el músico es hombre, o bien: el músico es blanco o el blanco es músico, es, en el último caso, porque uno y otro son accidentes del mismo ser. El músico no es hombre, sino porque el hombre es accidentalmente músico. En igual forma no se dice que el no blanco es, sino porque el objeto del cual es accidente, es.

El ser toma el nombre de accidental, bien cuando el sujeto del accidente y el accidente son ambos accidentes de un mismo ser201; o cuando el accidente se da en un ser202; o, por último, cuando el ser, en que se encuentra el accidente, es tomado como atributo del accidente203.

El ser en sí tiene acepciones como categorías hay204, porque tantas cuantas se distingan otras tantas son las significaciones dadas al ser. Ahora bien, entre las cosas que abrazan las categorías, unas son esencias, otras cualidades, otras designan la cantidad, otras la relación, otras la acción o la pasión, otras el lugar, otras el tiempo: el ser se toma en el mismo sentido que cada uno de estos modos. En efecto, no hay ninguna diferencia entre estas expresiones: el hombre es convaleciente y el hombre convalece; o entre estas: el hombre es andante y el hombre anda. Lo mismo sucede en todos los demás casos.

Ser, esto es, significan que una cosa es verdadera; no-ser, que no lo es, que es falsa, y esto se verifica en el caso de la afirmación como en el de la negación. Decimos: Sócrates es músico, porque esto es verdadero; o bien, Sócrates es no-blanco, porque esto también es cierto. Pero decimos que la relación de la diagonal con el lado del cuadrado no es conmensurable, porque es falso que lo sea.

Finalmente, ser y siendo expresan tan pronto la potencia como el acto de estas cosas de que hemos hablado. Saber, es a la vez, poderse servir de la ciencia y servirse de ella; y la inercia se dice de lo que está en reposo y de lo que puede estarlo; y lo mismo pasa con las esencias. Decimos en efecto: el Hermes está en la piedra; la mitad de la línea está en la línea; y lo mismo: he aquí el trigo, cuando aún no está maduro. Pero ¿en qué caso el ser existe en acto, y en qué caso existe en potencia? Esto lo diremos más adelante205.

 

 

- VIII -

Sustancia206 se dice de los cuerpos simples, tales como la tierra, el fuego, el agua y todas las cosas análogas; y en general, de los cuerpos, así como de los animales, de los seres divinos que tienen cuerpo y de las partes de estos cuerpos. A todas estas cosas se llama sustancias, porque no son los atributos de un sujeto, sino que son ellas mismas sujetos de otros seres. Desde otro punto de vista, la sustancia es la causa intrínseca de la existencia de los seres que no se refiere a un sujeto: el alma, por ejemplo, es la sustancia del ser animado. Se da también este nombre a las partes integrantes de los seres de que hablamos, partes que los limitan y determinan su esencia, y cuyo anonadamiento sería el anonadamiento del todo. Así, la existencia del cuerpo, según algunos filósofos, depende de la de la superficie, la existencia de la superficie de la de la línea; y ascendiendo más, el número, según otra doctrina, es una sustancia; porque, anonadado el número, ya no hay nada, siendo él el que determina todas las cosas. Por último, el carácter propio de cada ser207, carácter cuya noción es la definición del ser, es la esencia del objeto, su sustancia misma, de aquí se sigue que la palabra sustancia tiene dos acepciones: o designa el último sujeto, el que no es atributo de ningún ser, o el ser determinado, pero independiente del sujeto, es decir la forma y la figura de cada ser.

 

 

- IX -

Identidad208. Por lo pronto hay identidad accidental; y así lo hay entre lo blanco y lo músico, porque son accidentes del mismo ser; entre el hombre y el músico, porque el uno es el accidente del otro. Porque el músico es el accidente del hombre, y se dice: hombre músico. Esta expresión es idéntica a cada una de las otras dos, y cada una de éstas a aquélla; puesto que, para nosotros, hombre y músico son lo mismo que hombre músico, y recíprocamente. En todas estas identidades no hay ningún carácter universal. No es cierto que todo hombre sea la misma cosa que músico; lo universal existe de suyo mientras que lo accidental no existe por sí mismo, sino simplemente como atributo de un ser particular. Se admite la identidad de Sócrates y de Sócrates músico, y es porque Sócrates no es la esencia de muchos seres; y así no se dice: todo Sócrates, como se dice: todo hombre.

Además de la identidad accidental, hay la identidad esencial. Se aplica, como la unidad en sí, a las cosas cuya materia es una, sea por la forma, sea por el número, sea genéricamente, así como a aquellas cuya esencia es una. Se ve, pues, que la identidad es una especie de unidad de ser209, unidad de muchos objetos, o de uno solo tomado como muchos; ejemplo: cuando se dice: una cosa es idéntica a sí misma, la misma cosa es considerada como dos.

Se llaman heterogéneas210 las cosas que tienen pluralidad de forma, de materia, o de definición; y en general la heterogeneidad es lo opuesto a la identidad.

Diferente211 se dice de las cosas heterogéneas que son idénticas desde algún punto de vista, no cuando lo son bajo el del número, sino cuando lo son bajo el de la fortuna, o del género, o de la analogía. Se dice también de lo que pertenece a géneros diferentes de los contrarios, y de todo lo que tiene en la esencia alguna diversidad.

Las cosas semejantes212 son las sujetas a las mismas modificaciones, entre las que hay más relación que diferencia, y las que tienen la misma cualidad. Y por contrarias que puedan aparecer, si el mayor número de los caracteres o los principales se parecen, sólo por esto hay semejanza.

En cuanto a lo semejante, se toma en todos los sentidos opuestos a lo semejante.

 

 

- X -

Lo Opuesto213 se dice de la contradicción, de los contrarios y de la relación; de la privación y de la posesión; de los principios de los seres y de los elementos en que se resuelven; es decir, de la producción y de la destrucción. En una palabra, en todos los casos en que un sujeto no puede admitir la coexistencia de dos cosas, decimos que éstas son opuestas, opuestas en sí mismas, o bien opuestas en cuanto a sus principios214. Lo pardo y lo blanco no coexisten en el mismo sujeto, y así sus principios son opuestos.

Se llaman Contrarias215 las cosas de géneros diferentes que no pueden coexistir en el mismo sujeto; y las que difieren más dentro del mismo género; las que difieren más en el mismo sujeto; las que difieren más entre las cosas sometidas a la misma potencia; finalmente aquellas, cuya diferencia es considerable, ya absolutamente, ya genéricamente, ya bajo la relación de la especie. Las demás contrarias son llamadas así, las unas porque tienen en sí mismas los caracteres de que hablamos, las otras porque admiten esos caracteres, y otras porque, activas o pasivas, agentes o pacientes, toman o dejan, poseen o no estos caracteres y otros de la misma naturaleza.

Puesto que la unidad y el ser se entienden de muchas maneras, se sigue de aquí necesariamente, que sus modos se encuentran en igual caso; y entonces es preciso que la identidad, la heterogeneidad y lo contrario varíen en las diversas maneras de considerar el ser y la unidad.

Se llaman cosas de especies diferentes, aquellas que, siendo del mismo género, no pueden sustituirse mutuamente; las que siendo del mismo género, tienen una diferencia; y aquellas cuyas esencias son contrarias. Hay también diferencia de especie en los contrarios, ya en todos los contrarios, ya sólo en los contrarios primitivos, e igualmente en los seres que tienen la última forma del género, cuando sus nociones esenciales no son las mismas. Así el hombre y el caballo son ciertamente indivisibles por el género, pero hay diferencia entre sus nociones esenciales. Por último, los seres cuya esencia es la misma, pero con una diferencia, son especies diferentes.

La identidad de especie se entiende de todos los casos opuestos a los que acabamos de enumerar.

 

 

- XI -

Anterioridad y posterioridad216 se dicen en ciertos casos217 de la relación con un objeto considerado en cada género como primero y como principio; es el más o el menos de proximidad a un principio determinado, ya absolutamente y por la naturaleza misma, ya relativamente a alguna cosa, sea en cualquier punto, sea bajo ciertas condiciones. En el espacio, por ejemplo, lo anterior es lo que está más próximo a un lugar determinado por la naturaleza, como el medio o la extremidad, o tomado al azar; y aquello que está más distante de este lugar es posterior. En el tiempo, lo anterior es en primer lugar lo que está más lejano del instante actual. Así sucede respecto a lo pasado. La guerra de Troya es anterior a las guerras médicas, porque está más lejana del instante actual. Después entra lo que está más próximo a este mismo instante actual. El porvenir está en este caso. La celebración de los juegos Nemeos será anterior a la de los juegos Picos, porque está más próxima al instante actual, tomando el instante actual como principio, como cosa primera. Con relación al movimiento, la anterioridad pertenece a lo que está más próximo al principio motor; el niño es anterior al hombre. En este caso, el principio está determinado por su naturaleza. [Con relación a] la potencia, lo que tiene la prioridad es lo que excede en poder, lo que puede más. De este género es todo ser a cuya voluntad se ve precisado a someterse otro ser, que es ser inferior, de tal manera que éste no se ponga en movimiento si el otro no le mueve, y que se mueva imprimiéndole el primero el movimiento. En este caso, la voluntad es el principio. Con respecto al orden, la anterioridad y la posterioridad se entienden en vista de la distancia regulada relativamente a un objeto determinado. El bailarín que sigue al corifeo es anterior al que figura en tercera fila; y la penúltima cuerda de la lira es anterior a la última. En el primer caso el corifeo es el principio; en el segundo es la cuerda del medio218.

Éste es un punto de vista de la anterioridad. Hay otro: la anterioridad de conocimiento; anterioridad que es absoluta. Pero hay dos órdenes de conocimiento: el esencial y el sensible. Para el conocimiento esencial, lo universal es lo anterior, así como lo particular para el conocimiento sensible. En la esencia misma, el accidente es anterior al todo; lo músico es anterior al hombre músico, porque no podría haber todo sin partes. Y sin embargo, la existencia del músico no es posible, si no hay alguien que sea músico. La anterioridad se entiende, por último, de las propiedades de lo que es anterior; la rectitud es anterior a lo terso; porque la una es propiedad esencial de la línea, la otra es una propiedad de la superficie.

Hay, pues, la anterioridad y la posterioridad accidentales, y las de naturaleza y esencia. La anterioridad por naturaleza no tiene por condición la anterioridad accidental; pero ésta no puede nunca existir sin aquélla; distinción que Platón ha establecido. Por otra parte, el ser tiene muchas acepciones: lo que es anterior en el ser es el sujeto; y así la sustancia tiene la prioridad. Desde otro punto de vista, la prioridad y la posterioridad se refieren a la potencia y al acto. Lo que existe en potencia es anterior; lo que existe en acto, posterior. Así, en potencia, la mitad de la línea es anterior a la línea entera, la parte al todo, la materia a la esencia. Pero en acto las partes son posteriores al todo, porque después de la disolución del todo, es cuando existen en acto.

Todo lo que es anterior y posterior entra, bajo cualquier punto de vista, en estos ejemplos. En efecto, bajo la relación de la producción es posible que ciertas cosas existan sin las otras; y así el todo será anterior a las partes; bajo la relación de la destrucción, por lo contrario, la parte será anterior al todo. Lo mismo sucede en todos los demás casos.

 

 

- XII -

Poder o potencia219 se entiende del principio del movimiento o del cambio, colocado en otro ser, o en el mismo ser, pero en tanto que otro. Así el poder de construir no se encuentra en lo que es construido; el poder de curar, por lo contrario, puede encontrarse en el ser que es curado, pero no en tanto que curado. Por poder se entiende, ya el principio del movimiento y del cambio, colocado en otro ser o en el mismo ser en tanto que otro; ya la facultad de ser mudado, puesto en movimiento por otra cosa o por sí mismo en tanto que otro: en este sentido es el poder de ser modificado en el ser que es modificado. Así es que a veces decimos que una cosa tiene el poder de ser modificada, cuando puede experimentar una modificación cualquiera y a veces también cuando no puede experimentar toda especie de modificaciones, y sí sólo las mejores. Poder se dice también de la facultad de hacer bien alguna cosa, o de hacerla en virtud de su voluntad. De los que solamente andan o hablan, pero haciéndolo mal, o de distinto modo de como quisieran, no se dice que tienen el poder de hablar o de andar. Poder se entiende igualmente en el sentido de tener la facultad de ser modificado.

Además, todos los estados en los que no puede experimentar absolutamente ninguna modificación, ningún cambio, o en los que no se experimenta sino difícilmente una modificación para mal, son poderes; porque se ve uno roto, estropeado, maltratado, en una palabra, destruido, no en virtud de un poder, sino por falta de poder, y porque falta algo. Los seres que están al abrigo de estas modificaciones son los que no pueden ser mudados sino difícilmente, ligeramente, porque están dotados de una potencia, de un poder propio, de un estado particular.

Éstas son las diversas acepciones de poder o potencia. Poderoso debe ser por tanto en primer lugar lo que tiene el principio del movimiento o del cambio; porque la facultad de producir el reposo es una potencia que se encuentra en otro ser o en el mismo ser en tanto que otro. Poderoso se dice igualmente de lo que tiene la facultad de ser mudado por otro ser; en otro sentido, es la facultad de mudar otro objeto, o para mejorarlo o para empeorarlo. En efecto, lo que se destruye parece tener la potencia de ser destruido; porque no podría ser destruido si no tuviese esta potencia; es preciso que tenga en sí alguna disposición, causa y principio de una modificación semejante. Así se dice en un sentido que un objeto es poderoso en virtud de sus propiedades; y en otro, que es poderoso a causa de la privación de ciertas propiedades. Pero si la privación misma es una especie de propiedad, será uno poderoso siempre en virtud de una propiedad particular.

Lo mismo sucede con el ser en general; es poderoso, porque tiene ciertas propiedades, ciertos principios; lo es igualmente por la privación de estas propiedades, si la privación misma es una propiedad. Es poderoso en otro sentido, en cuanto el poder de destruirle no se encuentra ni en otro ser, ni en él mismo en tanto que otro. Finalmente, todas estas expresiones significan que una cosa puede hacerse o no hacerse, o que puede hacerse bien. De este último género es el poder de los seres inanimados, de los instrumentos; bajo esta condición del bien se dice de una lira que puede producir sonidos; y se dice de otra que no puede, cuando no tiene sonidos armoniosos.

La impotencia220 es la privación de la potencia, la falta de un principio como el que acabamos de señalar, falta absoluta o falta de un ser que debería naturalmente poseerla, o en la época en que según su naturaleza debería poseerla. No se dice en el mismo concepto que el niño y el eunuco son impotentes para engendrar. Además, a cada potencia se opone una impotencia particular, lo mismo a la potencia simplemente motriz como a la que produce el bien. Impotente se entiende con relación a la impotencia de este género, y también se toma en otro sentido. Se trata de lo Posible y de lo Imposible221. Lo imposible es aquello cuyo contrario es absolutamente verdadero. Y así, es imposible que la relación de la diagonal con el lado del cuadrado sea conmensurable, porque es falso que lo sea: no sólo lo contrario es verdadero, sino que es necesario que esta relación sea inconmensurable, y por consiguiente, no sólo es falso que la relación en cuestión sea conmensurable, sino que esto es necesariamente falso. Lo opuesto de lo imposible es lo posible, que es aquello cuyo contrario no es necesariamente falso. Y así, es posible que el hombre esté sentado, porque no es necesariamente falso que no esté sentado. Posible, en un sentido significa como acabamos de decir, lo que no es necesariamente falso; en otro, es lo que es verdadero o, más bien, lo que puede serlo.

Sólo metafóricamente emplea la Geometría222 la palabra potencia; la potencia en este caso no es un poder real. Pero todas las acepciones de potencia en tanto que poder, se refieren a la primera potencia, es decir, al principio del cambio colocado en otro ser en tanto que otro,

Las demás cosas se dicen posibles o potentes, las unas porque otro ser tiene sobre ellas un poder de este género; las otras, por lo contrario, porque no están sometidas a este poder; y otras porque este poder es de una naturaleza determinada. Lo mismo sucede con las acepciones de impotencia o de imposible; de suerte que la definición de la potencia primera es: Principio del cambio colocado en otro ser en tanto que otro.

 

 

- XIII -

Cantidad223 se dice de lo que es divisible en elementos constitutivos, de los que alguno, o todos, es uno y tienen por naturaleza una existencia propia. La pluralidad es una cantidad cuando puede contarse; una magnitud cuando puede medirse. Se llama pluralidad lo que es en potencia divisible en partes no continuas; magnitud lo que puede dividirse en partes continuas. Una magnitud continua en un solo sentido, se llama longitud; en dos sentidos, latitud, y en tres, profundidad. Una pluralidad finita es el número; una longitud finita es la línea. Lo que tiene latitud determinada es una superficie; lo que tiene profundidad determinada, un cuerpo. Finalmente, ciertas cosas son cantidades por sí mismas, otras accidentalmente. Y así, la línea es por sí misma una cantidad; el músico lo es tan sólo accidentalmente.

Entre las cosas que son cantidades por sí mismas hay unas que lo son por su esencia, la línea, por ejemplo, porque la cantidad entra en la definición de la línea; otras no lo son sino como modos, estados de la cantidad; como lo mucho y lo poco, lo largo y lo corto, lo ancho y lo estrecho, lo profundo y su contrario, lo pesado y lo ligero y las demás cosas de este género. Lo grande y lo pequeño, lo mayor y lo menor, considerados, ya en si mismos, ya en sus relaciones, son igualmente modos esenciales de la cantidad. Estos nombres, sin embargo, se aplican algunas veces metafóricamente a otros objetos. Cantidad, tomada accidentalmente, se entiende, como hemos dicho, de lo músico, de lo blanco, en tanto que se encuentran en seres que tienen cantidad. El movimiento, el tiempo, se los llama cantidades en otro sentido. Se dice que tienen una cantidad, que son continuos, a causa de la divisibilidad, de los seres de que son modificaciones; divisibilidad, no del ser en movimiento, sino del ser a que se ha aplicado el movimiento. Porque este ser tiene cantidad, es por lo que hay también cantidad para el movimiento; y el tiempo no es una cantidad, sino porque el movimiento lo es.

 

 

- XIV -

La Cualidad224 es, en primer lugar, la diferencia que distingue la esencia; y así el hombre es un animal que tiene tal cualidad, porque es bípedo; el caballo, porque es cuadrúpedo. El círculo es una figura que tiene también tal cualidad: no tiene ángulos. En este sentido, por tanto, cualidad significa la diferencia que distingue la esencia. Cualidad puede decirse igualmente de los seres inmóviles y de los seres matemáticos, de los números, por ejemplo. En este caso están los números compuestos, y no los que tienen por factor la unidad; en una palabra, los que son imitaciones de la superficie y del sólido, es decir, los números cuadrados, los números cúbicos; y, en general, la expresión cualidad se aplica a todo lo que es la esencia del número distinto de la cantidad. La esencia del número es el ser producto de la cantidad. La esencia del número es el ser producto de un número multiplicado por la unidad: la esencia de seis no es dos veces, tres veces un número, sino una vez, porque seis es una vez seis. Cualidad se dice también de los atributos de las sustancias en movimiento. Tales son el calor y el frío, la blancura y la negrura, la pesantez y la ligereza, y todos los atributos de este género que pueden revestir alternativamente los cuerpos en sus cambios. Por último, esta expresión se aplica a la virtud y al vicio, y en general, al mal y al bien.

Pueden, pues, reducirse los diferentes sentidos de cualidad a dos principales, uno de los cuales es por excelencia el propio de la palabra. La cualidad primera es la diferencia en la esencia. La cualidad en los números forma parte de los números mismos; es realmente una diferencia entre esencias, pero esencias inmóviles o consideradas en tanto que inmóviles.

En la segunda clase de cualidades, por lo contrario, se colocan los modos de los seres en movimiento, en tanto que están en movimiento, y las diferencias de los movimientos. La virtud, el vicio, pueden considerarse como formando parte de estos modos, porque son la expresión de las diferencias de movimiento o de acción en los seres en movimiento que hacen o experimentan el bien o el mal. Por ejemplo este ser puede ser puesto en movimiento y obrar de tal manera; entonces es bueno: aquel otro de una manera contraria, y entonces es malo. El bien y el mal sobre todo reciben el nombre de cualidades que se dan en los seres animados, y entre éstos principalmente en los que tienen voluntad.

 

 

- XV -

Relación225 se dice, o bien del doble con relación a la mitad, del triple con relación a la tercera parte y, en general, de lo múltiplo con relación a lo submúltiplo, de lo más con relación a lo menos; o bien es la relación de lo que calienta a lo que es calentado, de lo que corta a lo que es cortado y, en general, de lo que es activo a lo que es pasivo. También es la relación de lo conmensurable a la medida, de lo que puede ser sabido a la ciencia, de lo sensible a la sensación. Las primeras relaciones son las numéricas, relaciones indeterminadas o relaciones de números determinados entre sí o relaciones de un número con la unidad. Así, la relación numérica de la pluralidad a la unidad no es determinada: puede ser tal o cual número. La relación de uno y medio con un medio es una relación de números determinados; la relación del número fraccionado en general a la fracción, no es una relación de números determinados: sucede con ella lo que con la de la pluralidad a la unidad. En una palabra, la relación del más o menos es una relación numérica completamente indeterminada. El número inferior es ciertamente conmensurable, pero se le compara a un número inconmensurable. En efecto, lo más relativamente a lo menos, es lo menos y un resto; este resto es indeterminado; puede o no ser igual a lo menos.

Todas estas relaciones son relaciones de números o de propiedades de números, y también relaciones por igualdad, por semejanza, por identidad; pero éstas son de otra especie. En efecto, bajo cada uno de estos modos hay unidad: se llama idéntico aquello cuya esencia es una: semejante lo que tiene la misma cualidad; igual lo que tiene la misma cantidad. Ahora bien, la unidad es el principio, la medida del número. De suerte que puede decirse que todas estas relaciones son relaciones numéricas, pero no de la misma especie que las precedentes. Las relaciones de lo que es activo a lo que es pasivo son relaciones, ya de las potencias activa y pasiva, ya de los actos de estas potencias. Así hay relación de lo que puede calentar a lo que tiene la posibilidad de calentarse, porque hay potencia. Hay igualmente relación de aquello que calienta a lo que es calentado, de lo que corta a lo que es cortado, pero relación de seres en acto. Para las relaciones numéricas, por lo contrario, no hay acto, a menos que se entienda por esto las propiedades de que hemos hablado en otra parte; el acto como movimiento no se encuentra en ellas.

En cuanto a las relaciones de potencia, hay por lo pronto las que son determinadas por el tiempo: éstas son las relaciones del que hace a lo que es hecho, del que debe hacer a lo que debe ser hecho. En este sentido se dice que el padre es padre de su hijo; el uno ha hecho, el otro ha padecido la acción. Hay finalmente cosas que se dicen relativas, como siendo privaciones de potencia; como lo imposible y demás de este género, lo invisible, por ejemplo.

Lo que es relativo numéricamente o en potencia es relativo en el concepto de referirse él a otra cosa, pero no otra cosa a él. Por lo contrario, lo que es conmensurable, científico, inteligible, se llama relativo, porque se refiere a otra cosa. Decir que una cosa es inteligible, es decir que se puede tener inteligencia de esta cosa; porque la inteligencia no es relativa al ser a que pertenece: hablar de esta manera sería repetir dos veces la misma cosa. De igual modo la vista es relativa a algún objeto, no al ser a quien pertenece la vista, bien que sea cierto decirlo. La vista es relativa o al color o a otra cosa semejante. En la otra expresión habría dos veces la misma cosa; la vista es la vista del ser a que pertenece la vista.

Las cosas que en sí mismas son relativas, lo son, o como aquellas de que acabamos de hablar, o bien porque los géneros de que ellas dependen son relativos de esta manera. La medicina, por ejemplo, es una de las cosas relativas, porque la ciencia, de la que es ella una especie, parece una cosa relativa. También se da el nombre de relativos a los atributos en cuya virtud los seres que los poseen se dicen relativos: a la igualdad, porque lo igual es relativo; a la semejanza, porque lo semejante lo es igualmente. Hay, por último, relaciones accidentales: en este concepto el hombre es relativo, porque accidentalmente es doble, y lo doble es una cosa relativa. Lo blanco igualmente puede ser relativo de la misma manera, si el mismo ser es accidentalmente doble y blanco.

 

 

- XVI -

Perfecto226 se dice por de pronto de aquello que contiene en sí todo, y fuera de lo que no hay nada, ni una sola parte227. Así, tal duración determinada es perfecta cuando fuera de esta duración no hay ninguna duración que sea parte de la primera. Se llama también perfecto aquello que, bajo las relaciones del mérito y del bien, no es superado en un género particular. Se dice: un médico perfecto, un perfecto tocador de flauta, cuando no les falta ninguna de las cualidades propias de su arte. Esta calificación se aplica metafóricamente lo mismo a lo que es malo. Se dice: un perfecto sicofanta; un perfecto ladrón; y también se le suele dar el nombre de buenos, un buen ladrón, un buen sicofanta. El mérito de un ser es igualmente una perfección. Una cosa, una esencia es perfecta, cuando en su género propio no le falta ninguna de las partes que constituyen naturalmente su fuerza y su grandeza. Se da también el nombre de perfectas a las cosas que tienden a un buen fin. Son perfectas en tanto que tienen un fin228. Y como la perfección es un punto extremo, se aplica metafóricamente esta palabra a las cosas malas, y se dice: esto está perfectamente perdido, perfectamente destruido, cuando nada falta a la destrucción y al mal, cuando éstos han llegado al último término. Por esto la palabra perfecta se aplica metafóricamente a la muerte: ambos son el último término. Por último, la razón por qué se hace una cosa, es un fin, una perfección.

Perfecto en sí se dice, por tanto, o de aquello a que no falta nada de lo que constituye el bien, de aquello que no es superado en su género propio, o de lo que no tiene fuera de sí absolutamente ninguna parte. Otras cosas, sin ser perfectas por sí mismas, lo son en virtud de aquellas, o porque producen la perfección, o la poseen o están en armonía con ella, o bien porque sostienen alguna otra especie de relación con lo que propiamente se llama perfecto.

 

 

- XVII -

Término229 se dice del extremo de una cosa después del cual ya no hay nada y antes del que está todo. Es también el límite de las magnitudes o de las cosas que tienen magnitud. Por término de una cosa entiendo el punto adonde va a parar el movimiento, la acción, y no el punto de partida. Algunas veces, sin embargo, se da este nombre al punto de partida, al punto de detención, a la causa final, a la sustancia de cada ser y a su esencia; porque estos principios son el término del conocimiento, y como término del conocimiento, son igualmente el término de las cosas. Es evidente que, según esto, la palabra término tiene tantas acepciones como principio, y más aún: el principio es un término, pero el término no es siempre un principio.

 

 

- XVIII -

En qué o Por qué230 se toma en muchas acepciones. En un sentido designa la forma, la esencia de cada cosa; y así aquello en que se es bueno, es el bien en sí. En otro sentido se aplica al sujeto primero en que se ha producido alguna cosa, como a la superficie que ha recibido el color. En qué o por qué en su acepción primera significa, por tanto, en primer lugar la forma; y en segundo la materia, la sustancia primera de cada cosa; en una palabra, tiene todas las acepciones del término causa. En efecto, se dice: ¿por qué ha venido?, como si se dijera: ¿con qué fin ha venido?, ¿por qué se ha hecho un paralogismo o un silogismo?, en el sentido de: ¿cuál ha sido la causa del silogismo o del paralogismo? Por qué y en qué se dice también respecto a la posición: ¿por qué se está en pie?, ¿por qué se anda? En estos dos casos se trata de la posición y del lugar.

Conforme a esto, En sí y Por sí231 se entenderán también necesariamente de muchas maneras. En sí significará la esencia de un ser, como Calias y la esencia propia de Calias. Expresará además todo lo que se encuentra en la noción del ser: Calias es en sí un animal; porque en la noción de Calias se encuentra el animal: Calias es un animal. En sí se entiende igualmente del sujeto primero que ha recibido en sí o en alguna de sus partes alguna cualidad: la superficie en sí es blanca; el hombre en sí es vivo; porque el alma, parte de la ciencia del hombre, es el principio de la vida. Se dice también de aquello que no tiene otra causa que ello mismo. Es cierto que el hombre tiene muchas causas: lo animal, lo bípedo; sin embargo, el hombre es hombre es sí y por sí. Se dice finalmente de lo que se encuentra solo en un ser, en tanto que es solo; y en este sentido lo que está aislado se dice que existe en sí y por sí.

 

 

- XIX -

La Disposición232 es el orden de lo que tiene partes, o con relación al lugar, o con relación a la potencia, o con relación a la forma. Es preciso, en efecto, que haya en este caso cierta posición, como indica el nombre mismo: disposición.

 

 

- XX -

Estado233 en un sentido significa la actividad o la pasividad en acto; por- ejemplo, la acción o el movimiento; porque entre el ser que hace y el que padece, hay siempre acción. Entre el ser que viste un traje y el traje vestido, hay siempre un intermedio: el vestir y el traje. Evidentemente, el vestir el traje no puede ser el estado del traje vestido; porque se iría así hasta el infinito si se dijese que el estado es el estado de un estado. En otro sentido el estado se toma por disposición, situación buena o mala de un ser, ya en sí, ya con relación a otro. Así la salud es un estado, porque es una disposición particular. Estado se aplica también a las diferentes partes, cuyo conjunto constituye la disposición; en este sentido, la fuerza o la debilidad de los miembros en un estado de los miembros.

 

 

- XXI -

Pasión234 se dice de las cualidades que puede alternativamente revestir un ser; como lo blanco y lo negro, lo dulce y lo amargo, la pesantez y la ligereza, y todas las demás de este género. En otro sentido, es el acto mismo de estas cualidades, el tránsito de una a otra. Pasión, en este último caso, se dice más bien de las cualidades malas, y sobre todo se aplica a las tendencias deplorables y perjudiciales. En fin, se da el nombre de pasión a una grande y terrible desgracia.

 

 

- XXII -

Se dice que hay Privación235 ya cuando un ser no tiene alguna cualidad que no debe encontrarse en él, y que por su natural no debe tener, y en este sentido se dice que una planta privada de ojos; ya cuando, debiendo naturalmente encontrarse esta cualidad en él, o en el género a que pertenece, sin embargo, no la posee. Así el hombre ciego está privado de vista, de distinta manera que lo está el topo; en el último caso la privación es un hecho general, en el otro es un hecho individual. Hay también privación cuando, debiendo un ser tener naturalmente una cualidad en una época determinada, llega esta época y no la tiene. La ceguera es una privación, pero no se dice que un ser es ciego a una edad cualquiera, sino sólo si no tiene la vista a la edad que naturalmente debe tenerla. Hay igualmente privación cuando no se tiene tal facultad en la parte que se debe tener, aplicada a los objetos a que debe aplicarse, en las circunstancias y manera convenientes. La supresión violenta también se llama privación.

En fin, todas las negaciones indicadas por la partícula in o cualquiera otra semejante236, expresan otras tantas privaciones. Se dice que un objeto es desigual, cuando no hay igualdad que le sea natural; invisible, cuando está absolutamente sin color, o cuando está débilmente coloreado; se llama sin pies, el que no tiene pies o los tiene malos. Hay igualmente privación de una cosa cuando está en pequeña cantidad: como un fruto sin pepita, por un fruto que tiene sólo una pequeña pepita; o bien cuando esta cosa se hace difícilmente o mal: incortable no significa sólo que no puede ser cortado, sino que se corta difícilmente o se corta mal. En fin, privación significa falta absoluta. No se llama ciego al que sólo ve con un ojo, sino al que no ve con ninguno de los dos. Conforme a esto, no es todo ser bueno o malo, justo o injusto; hay grados intermedios entre éstos.

 

 

- XXIII -

La Posesión237 se expresa de muchas maneras. Por de pronto indica lo que imprime una acción en virtud de su naturaleza o de un efecto propio: y así se dice que la fiebre posee al hombre, que el tirano posee la ciudad, que los que están vestidos poseen su vestido. También se entiende por el objeto que padece la acción: por ejemplo, el bronce tiene o posee la forma de una estatua, el cuerpo posee la enfermedad; además, lo que envuelve con relación a lo envuelto, porque el objeto que envuelve otro, es claro que lo contiene. Decimos: el vaso contiene el líquido, la ciudad contiene los hombres, la nave los marineros; así como el todo contiene las partes. Lo que impide a un ser moverse u obrar conforme a su tendencia, retiene este ser. En este sentido se dice: que las columnas sostienen las masas que tienen encima; que Atlas, como dicen los poetas, sostiene el Cielo. Sin sostén, caería sobre la Tierra, como pretenden algunos sistemas de física. En el mismo sentido se aplica también la palabra tener a lo que retiene los objetos; sin esto, se separarían en virtud de su fuerza propia. En fin, lo contrario de la posesión se explica de tanta maneras como la posesión y en correspondencia con las expresiones que acabamos de enumerar.

 

 

- XXIV -

Ser o Provenir de238, se aplica en un sentido a aquello de que está hecha una cosa, como la materia; en cuyo caso hay un doble punto de vista que considerar, la materia primera o tal especie particular de materia. Ejemplo de lo primero: lo que es fusible proviene del agua. Segundo punto de vista: la estatua proviene del bronce. En otro sentido se dice del principio del movimiento. ¿De dónde proviene el combate, por ejemplo? Del insulto, porque es el principio del combate. Se aplica igualmente al conjunto de la materia y de la forma. Y así se dice, las partes provienen del todo; y en verso, de la Ilíada; las piedras de la casa, porque una forma es un fin, y lo que tiene un fin es perfecto239. Desde otro punto de vista, el todo viene de la parte; y así el hombre viene del bípedo, la sílaba del elemento. Pero no al modo que la estatua proviene del bronce: la sustancia compuesta viene de la materia sensible; la especie viene de la materia de la especie. Además de estos ejemplos, la expresión de que trata se aplica a las cosas que provienen de alguna de estas maneras, pero provienen sólo de una parte determinada. En este sentido se dice que el hijo viene del padre y de la madre, que las pantas provienen de la tierra, porque provienen de alguna de sus partes.

Provenir, en otro sentido, sólo indica la sucesión en el tiempo. Y así la noche proviene del día, la tempestad de la calma, en vez de decir que lo uno sigue al otro. A veces hay retroceso del uno al otro, como en los ejemplos que acabamos de citar; otras veces hay sucesión invariable: ha partido a seguida el equinoccio para el embarque, es decir, después del equinoccio, los targelianos240 a seguida de los dionisianos241, queriendo decir después de los dionisianos242.

 

 

- XXV -

Parte243, en un sentido se dice de aquello en que se puede dividir una cantidad cualquiera. Porque siempre lo que se quita de una cantidad, en tanto que cantidad, se llama parte de esta cantidad. Y así dos pueden considerarse como parte de tres. En otro sentido, se da sólo este nombre a lo que mide exactamente las cantidades; de suerte que, bajo un punto de vista, dos será parte de tres, y bajo otro, no. Aquello en que pueda dividirse un género, el género animal, por ejemplo, de distinta manera que bajo la relación de la cantidad se llama también parte de este género. Parte se dice igualmente de aquello en que puede dividirse un objeto, o de aquello que constituye el todo o la forma, o lo que tiene la forma. El bronce, por ejemplo es una parte de la esfera o del cubo de bronce, es la materia que recibe la forma. El ángulo es también una parte. Por último, los elementos de la definición de cada ser particular son también partes del todo. De suerte que, bajo este punto de vista, puede considerarse el género como parte de la especie; bajo otro, por lo contrario, la especie es parte del género.

 

 

- XXVI -

Todo244 se dice de aquello a que no falta ninguna de las partes que constituyen naturalmente un todo; o bien de aquello que abraza otros seres, si tiene unidad; y de los seres comprendidos, si forman una unidad. Bajo este último punto de vista se presentan dos casos: o bien cada uno de los seres comprendidos es uno, o bien la unidad resulta de su conjunto. Y así, en cuanto al primer caso, lo universal (porque lo universal recibe el nombre de todo, en tanto que designa un conjunto) es universal porque abraza muchos seres, a cada uno de los cuales se aplica, y todo estos seres particulares forman una unidad común, por ejemplo, hombre, caballo, dios, porque son todos seres vivos. En el segundo caso, lo continuo determinado se llama todo o conjunto porque es una unidad resultante en muchas partes integrantes, sobre todo cuando éstas existen en potencia, y a veces también cuando existen en acto.

Los objetos naturales tienen más bien este carácter que los de arte, como hemos hecho observar al tratar de la unidad; porque el todo o conjunto es una especie de unidad.

Añádase a esto que las cantidades que tienen un principio, un medio y un fin, las cosas en las que la posición no produce ningún cambio, se las llama Todo; las que experimentan un cambio por la posición, se las llama Conjunto. Las que pueden reunir los dos caracteres son a la vez conjunto y todo245. En este caso se encuentran aquellas cuya naturaleza permanece la misma en la dislocación de las partes, pero cuya forma varía; como la cera, un traje. Se aplica a estos objetos las expresiones todo y conjunto, porque tienen los dos caracteres. Pero el agua, los cuerpos líquidos, los números, reciben solamente la denominación de todo. La palabra conjunto no se aplica ni a los números ni al agua, sino metafóricamente. La expresión Todos246 se aplica a las cosas que se llamarían todo, considerándolas como unidad; si se las considera como divididas, se les aplica el plural: todo este número, todas mónadas.

 

 

- XXVII -

Mutilado o truncado247 se dice de las cantidades, pero no de todas indistintamente; es preciso no sólo que puedan ser divididas, sino también que formen un conjunto: el número dos no resulta mutilado si se quita una de las dos unidades, porque la parte quitada por mutilación jamás es igual a lo que queda del objeto. Lo mismo sucede con todos los números. Para que haya mutilación, es preciso que la esencia persista; cuando una copa se mutila, es aún una copa. Ahora bien, el número, después de la mutilación, no queda el mismo. No basta, sin embargo, para que haya mutilación, que las partes del objeto sean diferentes. Hay números cuyas partes difieren: estas partes pueden ser dos y tres. En general, no hay mutilación respecto de las cosas en que la colocación de las partes es indiferente, como el fuego y el agua; para que haya mutilación, es preciso que la colocación de las partes afecte a la esencia misma del objeto. Es preciso, además, que haya continuidad; porque hay en una armonía tonos diferentes dispuestos en un orden determinado y, sin embargo, no se dice jamás que se mutila una armonía. Unid a esto que esta expresión no se aplica ni a todo conjunto, cualquiera que él sea, ni a un conjunto privado de una parte cualquiera. No es preciso arrancar las partes consecutivas de la esencia; el punto que ocupaban las partes no es tampoco indiferente. No se dice mutilada una copa por estar rajada; lo está cuando el asa o el borde han sido arrancados. Un hombre no está mutilado por haber perdido parte de la gordura o el bazo248, si no ha perdido alguna extremidad; y esto no respecto a todas las extremidades; es preciso que sea tal que, una vez mutilada, no puede reproducirse jamás. Por esto no se dice de los calvos que están mutilados.

 

 

- XXVIII -

Género o Raza249 se emplea en primer lugar, para expresar la generación continua de los seres que tienen la misma forma250. Y así se dice; mientras subsista el género humano; en lugar de decir: mientras haya generación no interrumpida de hombres. Se dice igualmente con relación a aquello de que se derivan los seres, al principio que los ha hecho pasar a ser: los helenos, los jonios. Estos nombres designan razas, porque son seres que tienen los unos a Helen y los otros a Jon por autores de su existencia. Raza se dice más bien con relación al generador con relación a la materia. Sin embargo, el género viene también de la hembra, y así se dice: la raza de Pirra.

Otro sentido de la palabra género: la superficie es el género de las figuras planas, el sólido de las figuras sólidas; porque cada figura es o tal superficie o tal sólido: la superficie y el sólido en general son los objetos que se diferencian en los casos particulares. En las definiciones se da el hombre de género a la noción fundamental y esencial, cuyas cualidades son las diferencias251.

Tales son las diversas acepciones de la palabra género. Se aplica, pues, o a la generación continua de los seres que tienen la misma forma, o a la producción de una misma especie por un orden motor común, o a la comunidad de materia; porque lo que tiene diferencia, cualidad, es el sujeto común, es lo que llamamos la materia.

Se dice que hay diferencia de género cuando el sujeto primero es diferente, cuando las cosas no pueden resolverse las unas en las otras, ni entrar todas en la misma cosa. Y así la forma y la materia difieren por el género, y lo mismo sucede con todos los objetos que se refieren a categorías del ser diferentes (recuérdese que el ser expresa, ya la forma determinada, ya la cualidad, y todas las demás distinciones que hemos establecido precedentemente): estos modos no pueden efectivamente entrar los unos en los otros ni resolverse en uno solo.

 

 

- XXIX -

Falso252 se entiende en un sentido la falsedad en las cosas253, y entonces hay falsedad, o porque las cosas no son realmente, o porque es imposible que sean; como si se dijese, por ejemplo, que la relación de la diagonal con el lado del cuadrado es conmensurable, o que no está sentado: lo uno es absolutamente falso, lo otro lo es accidentalmente; pero en uno y otro caso el hecho no es cierto.

Falso se dice también de las cosas que existen realmente, pero que aparecen de otra manera de como son lo que no son; por ejemplo, la sombra, los ensueños, que tienen alguna realidad, pero que son los objetos cuya imagen representan. Y así se dice que las cosas son falsas, o porque no existen absolutamente, o porque no son más que apariencias y no realidades.

Una definición falsa es la que expresa cosas que no hay; digo falsa en tanto que falsa. Y así una definición será falsa cuando recaiga sobre otro objeto que aquel con relación al que es verdadero: por ejemplo, lo que es verdadero del círculo es falso del triángulo. La definición de cada ser es una, bajo un punto de vista, porque se define por la esencia; bajo otro punto de vista es múltiple, porque hay el ser en sí, y después el ser con sus modificaciones; hay Sócrates y Sócrates músico. Pero la definición falsa no es propiamente definición de cosa alguna.

Estas consideraciones prueban la necedad de lo que dice Antístenes; que no se puede hacer de un mismo ser más que una sola definición, la definición propia; de donde resultaría que no hay contradicción y, en último resultado, que nada es falso. Pero observemos que se puede definir todo ser, no sólo por su propia definición, sino por la de otro ser; definición falsa en tal caso, o absolutamente falsa254, o verdadera desde cierto punto de vista255: puede decirse que ocho es doble, y tal es la noción misma del número dos. Tales son las significaciones de la palabra falso.

Se dice que un hombre es falso cuando ama y busca la falsedad, sin ningún otro fin, y sólo por la falsedad misma, o bien cuando arrastra a otros a la falsedad. En este último sentido damos el nombre de falsas a cosas que presentan una imagen falsa, y por lo tanto es falsa la proposición de Hipias256, de que el mismo ser es a la vez verídico y mentiroso. Sócrates llama embustero al que puede mentir, y por esto entiende el que es instruido y sagaz. Añade que el que es malo voluntariamente vale más que el que lo es involuntariamente. Y esta falsedad intenta demostrarla por una inducción. El que cojea con intención vale más que el que cojea involuntariamente, y por cojear entiende imitar a un cojo. Pero en realidad, el que cojea con intención será peor seguramente. En éste sucede lo que con la maldad en el carácter.

 

 

- XXX -

Accidente257 se dice de lo que se encuentra en un ser y puede afirmarse con verdad, pero que no es, sin embargo, ni necesario ni ordinario. Supongamos que cavando un hoyo para poner un árbol se encuentra un tesoro. Es accidental que el que cava un hoyo encuentre un tesoro; porque ni es lo uno consecuencia ni resultado necesario del otro, ni es ordinario tampoco que plantando un árbol se encuentre un tesoro. Supongamos también que un músico sea blanco; como no es necesario ni general, a esto llamamos accidente. Por tanto, si sucede una cosa, cualquiera que ella sea, a un ser, aun en ciertas circunstancias de lugar y de tiempo, pero sin que haya causa que determine su esencia, sea actualmente, sea en tal lugar, esta cosa será un accidente. El accidente no tiene, pues, ninguna causa determinada; tiene sólo una cosa fortuita; y por lo fortuito es lo indeterminado258. Por accidente se arriba a Egina, cuando no se hizo ánimo de ir allí, sino que le ha llevado a uno la tempestad o los piratas. El accidente se produce, existe, pero no tiene la causa en sí mismo, y sólo existe en virtud de otra cosa. La tempestad ha sido causa de que hayáis arribado a donde no queríais, y este punto es Egina.

La palabra accidente se entiende también de otra manera; se dice de lo que existe de suyo en un objeto, sin ser uno de los caracteres distintivos de su esencia: tal es la propiedad del triángulo, de que sus tres ángulos valgan dos ángulos rectos259. Estos accidentes pueden ser eternos; los accidentes propiamente dichos no lo son; ya hemos dado la razón de esto en otra parte260.

Parte I

Indagamos los principios y las causas de los seres, pero evidentemente de los seres en tanto que seres. Hay una causa que produce la salud y el bienestar; las matemáticas tienen también principios, elementos, causas; y, en general, toda ciencia intelectual o que participa de la inteligencia en cualquier concepto recae sobre las causas y principios más o menos rigurosos, más o menos simples. Pero todas estas ciencias sólo abrazan un objeto determinado; tratan sólo de este género, de este objeto, sin entrar en ninguna consideración sobre el ser propiamente dicho, ni sobre el ser en tanto que ser, ni sobre la esencia de las cosas. Ellas parten del ser, unas del ser revelado por los sentidos, otras de la esencia admitida como hecho fundamental261; después, estudiando los problemas esenciales del género de ser de que se ocupan, deducen principios, demostraciones más o menos absolutas, más o menos probables; y es claro que de semejante inducción no resulta ni una demostración de la sustancia, ni una demostración de la esencia, porque para llegar a este resultado se necesita otro género de demostración. Por la misma razón estas ciencias nada dicen de la existencia o de la no existencia del género de seres de que tratan; porque el demostrar qué es la esencia y el probar la existencia dependen de la misma operación intelectual.

La Física es la ciencia de un género de seres determinado; se ocupa de la sustancia que posee en sí el principio del movimiento y del reposo. Evidentemente no es una ciencia práctica ni una ciencia creadora. El principio de toda creación es, en el agente, el espíritu, el arte o cierta potencia. La voluntad es en el agente el principio de toda práctica; es lo mismo que el objeto de acción y el de la elección. Por tanto, si toda concepción intelectual tiene a la vista la práctica, la creación o la teoría262, la Física será una ciencia teórica, pero la ciencia teórica de los seres que son susceptibles de movimiento, y la ciencia de una sola esencia, de aquella cuya noción es inseparable de un objeto material.

Pero es preciso ignorar lo que es la forma determinada, la noción esencial de los seres físicos; indagar la verdad sin este conocimiento es hacer vanos esfuerzos. En cuanto a la definición, a la esencia, se distinguen dos casos: tomemos por ejemplo lo chato y lo romo.263 Estas dos cosas difieren, en cuanto lo chato no se concibe sin la materia: lo chato es la nariz roma; mientras que, por lo contrario, el de nariz arremangada se concibe independientemente de toda materia sensible. Ahora bien, si todos los objetos físicos están en el mismo caso que lo chato, como la nariz, ojo, cara, carne, hueso y, en fin, el animal; las hojas, raíces, corteza y, por último, la planta (porque la noción de cada uno de estos objetos va siempre acompañada de movimiento, y tienen siempre una materia), se ve claramente cómo es preciso indagar y definir la forma esencial de los objetos físicos, y por qué el físico debe ocuparse de esta alma, que no existe independientemente de la materia264.

Es evidente, en vista de lo que precede, que la Física es una ciencia teórica. La ciencia matemática es teórica igualmente; ¿pero los objetos de que se ocupa son realmente inmóviles e independientes? Esto es lo que no sabemos aún265, y lo que sabemos, sin embargo, es que hay seres matemáticos que esta ciencia considera en tanto que inmóviles, en tanto que independientes. Si hay algo que sea realmente inmóvil, eterno, independiente, a la ciencia teórica pertenece su conocimiento. Ciertamente este conocimiento no es patrimonio de la Física, porque la Física tiene por objeto seres susceptibles de movimiento; tampoco pertenece a la ciencia matemática; sino que es de la competencia de una ciencia superior a ambas. La Física estudia seres inseparables de la materia, y que pueden ser puestos en movimiento. Algunos de aquellos de que trata la ciencia matemática son inmóviles, es cierto, pero inseparables quizá de la materia, mientras que la ciencia primera tiene por objeto lo independiente y lo inmóvil. Todas las causas son necesariamente eternas, y las causas inmóviles e independientes lo son por excelencia, porque son las causas de los fenómenos celestes266.

Por lo tanto, hay tres ciencias teóricas: Ciencia matemática, Física y Teología. En efecto, si Dios existe en alguna parte, es en la naturaleza inmóvil e independiente donde es preciso reconocerle. De otro lado la ciencia por excelencia debe tener por objeto el ser por excelencia. Las ciencias teóricas están a la cabeza de las demás ciencias, y ésta de que hablamos está a la cabeza de las ciencias teóricas267.

Puede preguntarse si la filosofía primera es una ciencia universal, o bien si se trata de un género único y de una sola naturaleza. Con esta ciencia no sucede lo que con las ciencias matemáticas; la Geometría y la Astronomía tienen por objeto una naturaleza particular, mientras la filosofía primera abraza, sin excepción, el estudio de todas las naturalezas. Si entre las sustancias que tienen una materia, no hubiese alguna sustancia de otra naturaleza, la Física sería entonces la ciencia primera. Pero si hay una sustancia inmóvil, esta sustancia es anterior a las demás, y la ciencia primera es la Filosofía. Esta ciencia, por su condición de ciencia primera, es igualmente la ciencia universal, y a ella pertenecería el estudiar el ser en tanto que ser, la esencia, y las propiedades del ser en tanto que ser.

 

 

- II -

El ser propiamente dicho se entiende en muchos sentidos. Por lo pronto hay el ser accidental, después el ser que designa la verdad, y también el no-ser que designa lo falso; además, cada forma de la atribución es una manera de examinar el ser: se le considera bajo la relación de la esencia, de la cualidad, de la cantidad, del lugar, del tiempo, y bajo otros puntos de vista análogos; hay, por último, el ser en potencia y el ser en acto.

Puesto que se trata de las diversas acepciones que se dan al ser, debemos observar, ante todo, que no hay ninguna especulación que tenga por objeto el ser accidental; y la prueba es que ninguna ciencia, ni práctica, ni creadora, ni teórica, toma en cuenta el accidente. El que hace una casa no hace los diversos accidentes, cuyo sujeto es esta construcción, porque el número de los accidentes es infinito. Nada impide que la casa construida parezca agradable a los unos, desagradable a los otros, útil a éstos, y revista, por decirlo así, toda clase de seres diversos, no siendo ninguno de ellos producto del arte de construir. De igual modo el geómetra no se ocupa ni de los accidentes de este género, cuyo sujeto son las figuras, ni de la diferencia que pueda haber entre el triángulo realizado y el triángulo que tiene la suma de los tres ángulos igual a dos rectos. Y hay motivo para que esto sea así; el accidente no tiene, en cierta manera, más que una existencia nominal. Así, no sin razón, bajo cierto punto de vista, Platón ha colocado en la clase del no-ser el objeto de la Sofistica268. El accidente es el que los sofistas han tomado, prefiriéndolo a todo, si puedo decirlo así, por texto de sus discursos. Se preguntan si hay diferencia o identidad entre músico y gramático, entre Corisco músico y Corisco; si todo lo que existe, pero que no ha existido en todo tiempo, ha devenido o llegado a ser; y, por consiguiente, si el que es músico se ha hecho gramático, o el que es gramático, músico; y plantean otras cuestiones análogas. Ahora bien, el accidente parece que es algo que difiere poco del no-ser269, como se ve en semejantes cuestiones. Todos los demás seres de distinta especie se hacen, no devienen y se destruyen, lo cual no sucede con el ser accidental.

Sin embargo, deberemos decir, en cuanto nos sea posible, cuál es la naturaleza de lo accidental, y cuál es su causa de existencia: quizá se verá por este medio, por qué no hay ciencia de lo accidental.

Entre los seres hay unos que permanecen en el mismo estado siempre y necesariamente, no a consecuencia de esa necesidad que equivale a la violencia, sino de la que se define diciendo que es la imposibilidad de ser de otra manera; mientras que los otros no permanecen necesariamente, ni siempre, ni de ordinario: he aquí el principio, la causa del ser accidental. Lo que no subsiste, ni siempre, ni en la mayoría de los casos, es lo que llamamos accidente. Hace gran frío y viento en la canícula, y decimos que es accidental; y nos servimos de otras expresiones, cuando hace calor y sequedad. Esto último es lo que sucede siempre, o al menos ordinariamente, mientras que lo primero es accidental. Es un accidente que el hombre sea blanco, porque no lo es siempre, ni ordinariamente; pero no es accidental el ser animal. Que el arquitecto produzca la salud no deja de ser un accidente, porque no es propio de la naturaleza del arquitecto producir la salud, sino de la del médico, y es un accidente que el arquitecto sea médico. Aun cuando el cocinero sólo atienda a satisfacer el gusto, puede suceder que sus viandas sean útiles a la salud; pero este resultado no proviene del arte culinario, y así decimos que es un resultado accidental: el cocinero llega a veces a conseguir este resultado, pero no absolutamente.

Hay seres que son producto de ciertas potencias: los accidentes, al contrario, no son productos de un arte, ni de ninguna potencia determinada. Lo que existe o deviene accidentalmente, no puede tener sino una causa accidental. No hay necesidad ni eternidad en todo lo que existe o deviene: las más de las cosas no existen sino frecuentemente; es preciso, pues, que haya un ser accidental. Y así, lo blanco no es músico, ni siempre, ni ordinariamente. Esto se verifica algunas veces, y esto es un accidente, porque de otro modo todo sería necesario. De suerte que la causa de lo accidental es la materia, en tanto que es susceptible de ser otra de lo que es ordinariamente.

Una de las dos cosas: o no hay nada que exista siempre, ni ordinariamente, o esta suposición es imposible. Luego hay otras cosas que son efectos del azar y los accidentes. Pero en los seres, ¿tiene lugar sólo el frecuentemente y de ninguna manera el siempre, o bien hay seres eternos? Este es un punto que discutiremos más adelante.

Se ve claramente que no hay ciencia de lo accidental. Toda ciencia tiene por objeto lo que acontece siempre y de ordinario. ¿Cómo sin esta circunstancia puede uno mismo aprender o enseñar a otros? Para que haya ciencia es precisa la condición del siempre o del frecuentemente. Y así: el agua con la miel es ordinariamente buena para la fiebre. Pero no se podrá fijar la excepción, y decir que no es buen remedio, por ejemplo, en la luna nueva, porque lo mismo en la luna nueva que en todos o la mayor parte de casos lo puede ser. Ahora bien, lo accidental es la excepción.

He aquí lo que teníamos que decir en cuanto a la naturaleza del accidente, a la causa que le produce y a la imposibilidad de una ciencia del ser accidental.

 

 

- III -

Es claro que los principios y causas de los accidentes se producen y destruyen, sin que haya en este caso ni producción ni destrucción. Si no se verificase así, si la producción y destrucción del accidente tuviesen necesariamente una causa no accidental, entonces todo seria necesario.

¿Será o no será esto? Sí, si tal cosa tiene lugar; si no, no. Y esta cosa tendrá lugar, si no tiene otra cosa. Y prosiguiendo de esta manera, y quitando siempre del tiempo un tiempo finito, evidentemente se llegará al instante actual. Tal hombre, ¿morirá de enfermedad o de muerte violenta? De muerte violenta, si sale de la ciudad; saldrá de la ciudad, si tiene sed, y tendrá sed mediante otra condición. De esta manera se llega a un hecho actual, o a algún hecho ya realizado. Por ejemplo, saldrá de la ciudad, si tiene sed; tendrá sed, si come alimentos salados; este último hecho existe o no existe. Es de toda necesidad, por tanto, que este hombre muera o no de muerte violenta. Si nos remontamos a los hechos realizados, también se aplica el mismo razonamiento; porque ya hay en el ser dado la condición de lo que será, a saber, el hecho que se ha realizado. Todo lo que sucederá, por tanto, necesariamente. Así, es necesario que el ser que vive, muera; porque hay ya en él la condición necesaria; por ejemplo, la reunión de los elementos contrarios en un mismo cuerpo. Pero ¿morirá de enfermedad o de muerte violenta? La condición necesaria no está aún cumplida, y no lo estará mientras no tenga lugar tal cosa.

Por lo tanto, es evidente que de esta manera se asciende hasta un principio, el cual no se resuelve en ningún otro. Éste es el principio de lo que sucede de una manera indeterminada; este principio ninguna causa le ha producido. Pero ¿a qué causa y principio conduce semejante reducción? ¿A la materia, a la causa final, a la del movimiento? Esto es lo que examinaremos con el mayor cuidado.

 

 

- IV -

En cuanto al ser accidental, atengámonos a lo que precede, pues que hemos determinado suficientemente cuáles son sus caracteres. Por lo que hace al ser en tanto que verdadero, y al no ser en tanto que falso, sólo consiste en la reunión y la separación del atributo y del sujeto, en una palabra, en la afirmación o la negación. Lo verdadero es la afirmación de la conveniencia del sujeto con el atributo; la negación la afirmación de su disconveniencia. Lo falso es lo opuesto de esta afirmación y de esta negación. Pero ¿en qué consiste que concebimos, ya reunidos, ya separados, el atributo y el sujeto? (Cuando hablo de reunión o de separación, entiendo una reunión que produce, no una sucesión del objeto, sino un ser uno). De esto no se trata al presente270. Lo falso y lo verdadero no están en las cosas, como, por ejemplo, si el bien fuese lo verdadero, y el mal lo falso. Sólo existen en el pensamiento; y las nociones simples, la concepción de las puras esencias, tampoco producen nada semejante en el pensamiento271. Más adelante nos ocuparemos del ser y del no-ser en tanto que verdadero y falso. Bástenos haber observado que la conveniencia o la disconveniencia del sujeto con el atributo existen en el pensamiento y no en las cosas, y que el ser en cuestión no tiene existencia propia; porque lo que el pensamiento reúne o separa del sujeto, puede ser, o la esencia, o la cualidad, o la cantidad, o cualquiera otro modo del ser. Dejemos, pues, aparte el ser en tanto que verdadero, como lo hemos hecho respecto al ser accidental. En efecto, la causa de éste es indeterminada; la del otro no es más que una modificación del pensamiento. Ambos tienen por objeto los diversos géneros del ser, y no manifiestan, ni el uno ni el otro, naturaleza alguna particular del ser. Pasémoslos, pues, ambos en silencio, y ocupémonos del examen de las causas y de los principios del ser mismo en tanto que ser; y recordemos que, al fijar el sentido de los términos de la filosofía, hemos sentado que el ser se toma en muchas acepciones.

Parte I

El ser se entiende de muchas maneras, según lo hemos expuesto más arriba, en el libro de las diferentes acepciones272. Ser significa, ya la esencia, la forma determinada273, ya la cualidad, la cantidad o cada uno de los demás atributos de esta clase. Pero entre estas numerosas acepciones del ser, hay una acepción primera; y el primer ser es sin contradicción la forma distintiva, es decir, la esencia. En efecto, cuando atribuimos a un ser tal o cual cualidad, decimos que es bueno o malo, etc., y no que tiene tres codos o que es un hombre, cuando queremos, por lo contrario, expresar su naturaleza, no decimos que es blanco o caliente ni que tiene tres codos de altura, sino que decimos que es un hombre o un dios. Las demás cosas no se las llama seres, sino en cuanto son: o cantidades del ser primero, o cualidades, o modificaciones de este ser, o cualquier otro atributo de este género. No es posible decidir si andar, estar sano, sentarse son o no seres, y lo mismo sucede con todos los demás estados análogos. Porque ninguno de estos modos tiene por sí mismo una existencia propia; ninguno puede estar separado de la sustancia. Si estos son seres, con más razón lo que anda es un ser, así como lo que está sentado, y lo que está sano. Pero estas cosas no parecen tan grabadas con el carácter del ser, sino en cuanto bajo cada una de ellas se oculta un ser, un sujeto determinado. Este sujeto es la sustancia, es el ser particular, que aparece bajo los diversos atributos. Bueno, sentado, no significan nada sin esta sustancia. Es evidente que la existencia de cada uno de estos modos depende de la existencia misma de la sustancia. En vista de esto, es claro que la sustancia será el ser primero, no tal o cual modo del ser, sino el ser tomado en su sentido absoluto.

Primero se entiende en diferentes sentidos274; sin embargo, la sustancia es absolutamente primera bajo la relación de la noción, del conocimiento, del tiempo y de la naturaleza. Ninguno de los atributos del ser puede darse separado; la sustancia es la única que tiene este privilegio, y en esto consiste su prioridad bajo la relación de la noción. En la noción de cada uno de los atributos es necesariamente preciso que haya la noción de la sustancia misma, y creemos conocer mejor una cosa cuando sabemos cuál es su naturaleza; por ejemplo, qué es el hombre o el fuego, mejor que cuando sabemos cuál es su calidad, su cantidad y el lugar que ocupa. Sólo llegamos a tener un conocimiento perfecto de cada uno de estos mismos modos cuando sabemos en qué consiste, y qué es la cantidad, qué es la cualidad. Así el objeto de todas las indagaciones pasadas y presentes; la pregunta que eternamente se formula: ¿qué es el ser?, viene a reducirse a ésta: ¿qué es la sustancia?

Unos dicen que no hay más que un ser, otros que hay muchos; éstos que hay cierto número de ellos, aquéllos que hay una infinidad. Nuestras indagaciones deben también tener por fin, por primer fin, y en cierta manera único, examinar qué es el ser desde este punto de vista.

 

 

- II -

La existencia de la sustancia parece manifiesta, sobre todo en los cuerpos, y así llamamos sustancias a los animales, a las plantas y a las partes de las plantas y de los animales, así como a los cuerpos físicos, como el fuego, el agua, la tierra, o cualquiera de los seres de este género, sus partes y lo que proviene de una de sus partes o de su conjunto, como el cielo; finalmente, las partes del cielo, los astros, la Luna, el Sol. ¿Son éstas las únicas sustancias? ¿Hay, además, otras, o bien ninguna de éstas es sustancia, y pertenece este carácter a otros seres? Esto es lo que debemos examinar.

Algunos creen que los límites de los cuerpos, como la superficie, la línea, el punto, y también la mónada, son sustancias, más sustancias, si se quiere, que el cuerpo y el sólido. Además, unos creen que no hay nada que sea sustancia fuera de los seres sensibles275; otros admiten varias sustancias, y son sustancias ante todo, según ellos, los seres eternos; y así Platón dice, que las ideas y los seres matemáticos son por lo pronto dos sustancias y que hay una tercera, la sustancia de los cuerpos sensibles. Espeusipo276 admite un número mucho mayor de ellas, siendo la primera, en su opinión, la unidad; después aparece un principio particular para cada sustancia, uno para los números, otro para las magnitudes, otro para el alma, y de esta manera, multiplica el número de las sustancias. Hay, por último, algunos filósofos, que consideran como una misma naturaleza las ideas y los números; derivándose, en su opinión, de ellos todo lo demás, como líneas, superficies, hasta la sustancia del cielo, y los cuerpos sensibles.

¿Quién tiene razón, quién no la tiene? ¿Cuáles son las verdaderas sustancias? ¿Hay o no otras sustancias que las sensibles? Y si hay otras, ¿cuál es su modo de existencia? ¿Hay una sustancia separada de las sustancias sensibles? ¿Por qué y cómo? ¿O bien no hay más que las sustancias sensibles? Tales son las cuestiones que es preciso examinar, después de haber expuesto lo que es la sustancia.

 

 

- III -

Sustancia, según la distinta inteligencia que se le da, tiene si no muchos, por lo menos cuatro sentidos principales277; la sustancia de un ser es, al parecer, o la esencia, o lo universal, o el género, o el sujeto. El sujeto es aquél del que todo lo demás es atributo, no siendo él atributo de nada. Examinemos por de pronto el sujeto: porque la sustancia debe ser, ante todo, el sujeto primero. El sujeto primero es, en un sentido, la materia; en otro, la forma; y en tercer lugar el conjunto de la materia y de la forma278. Por materia entiendo el bronce, por ejemplo: la forma es la figura ideal; el conjunto es la estatua realizada. En virtud de esto, si la forma es anterior a la materia; si tiene, más que ella, el carácter del ser, será igualmente anterior, por la misma razón, al conjunto de la forma y de la materia.

Hemos hecho una definición figurada de la sustancia, diciendo qué es lo que no es atributo de un sujeto, aquello de lo que todo lo demás es atributo. Pero necesitamos algo mejor que esta definición; es insuficiente y oscura y, además, conforme a ésta la materia debería considerarse como sustancia; porque si no es una sustancia, no vemos a qué otra cosa podrá aplicársele este carácter; si se suprimen los atributos, no queda más que la materia. Todas las demás cosas son, o modificaciones, acciones, poderes de los cuerpos, o bien, como la longitud, la latitud y la profundidad, cantidades, pero no sustancias, porque la cantidad no es una sustancia; sustancia es más bien el sujeto primero en el que se da la cantidad. Suprímase la longitud, latitud y profundidad, y no quedará nada, sino lo que estaba determinado por estas propiedades. Bajo este punto de vista, la materia es necesariamente la única sustancia; y llamo materia a lo que no tiene en sí forma, ni cantidad, ni ninguno de los caracteres que determinan el ser; porque hay algo de lo que cada uno de estos caracteres es un atributo, algo que difiere, en su existencia, del ser según todas las categorías. Todo lo demás se refiere a la sustancia: la sustancia se refiere a la materia. La materia primera es, por tanto, aquello que, en sí, no tiene forma, ni cantidad, ni ningún otro atributo. No será, sin embargo, la negación de estos atributos, porque las negaciones no son seres sino por accidente.

Considerada la cuestión bajo este punto de vista, la sustancia será la materia; pero por otra parte, esto es imposible. Porque la sustancia parece tener por carácter esencial el ser separable y el ser cierta cosa determinada. Conforme a esto, la forma y el conjunto de la forma y de la materia parecen ser más bien sustancia que materia. Pero la sustancia realizada (quiero decir, la que resulta de la unión de la materia y de la forma), no hay qué hablar de ella. Evidentemente, es posterior a la forma y a la materia, y por otra parte sus caracteres son manifiestos: la materia cae, hasta cierto punto, bajo los sentidos. Resta, pues, estudiar la tercera, la forma. Esta ha dado lugar a prolongadas discusiones. Se reconoce, generalmente, que hay sustancias de los objetos sensibles, y de estas sustancias vamos a ocuparnos en primer lugar.

 

 

- IV -

Hemos fijado al principio279 las diversas acepciones de la palabra sustancia, y una de estas acepciones es la forma esencial; ocupémonos, pues, ante todo de la esencia; porque es bueno pasar de lo más conocido a lo que lo es menos. Así procede todo el mundo en el estudio280: se va de lo que no es un secreto de la naturaleza, y sí un conocimiento personal, a los secretos de la naturaleza. Y lo mismo que en la práctica de la vida se parte del bien particular para llegar al bien general, el cual es el bien de todos, en igual forma el hombre parte de sus conocimientos propios para hacerse dueño de los secretos de la naturaleza. Estos conocimientos personales y primeros son muchas veces muy débiles, encierran poca o ninguna verdad y, sin embargo, partiendo de estos conocimientos vagos, individuales, es como se hace un esfuerzo para llegar a conocimientos absolutos; y, como acabamos de decir, por medio de los primeros llegamos a adquirir los demás.

Procedamos, ante todo, por vía de definición, y digamos que la esencia de un ser es este ser en sí. Ser tú no es ser músico; tú no eres en ti músico, y tu esencia es lo que eres tú en ti mismo. Hay, sin embargo, restricciones; no es el ser en sí, al modo que una superficie es blanca, porque ser superficie no es ser blanca. La esencia tampoco es la reunión de las dos cosas: superficie, blanco. ¿Por qué? Porque la palabra superficie se encuentra en la definición. Para que haya definición de la esencia de una cosa es preciso que en la proposición que expresa su carácter no se encuentre el nombre de esta cosa. De suerte que si ser superficie blanca fuera ser superficie lisa, ser blanco y ser liso serían una sola y misma cosa.

El sujeto puede igualmente encontrarse unido a los otros modos del ser, porque cada cosa tiene un sujeto, como la cualidad, el tiempo, el lugar, el movimiento. Es preciso por tanto examinar si hay una definición de la forma sustancial de cada uno de estos compuestos y si tienen una forma sustancial. Para un hombre blanco, ¿hay forma sustancial de hombre blanco? Expresemos hombre blanco por la palabra vestido, y entonces, ¿qué es ser vestido? Seguramente no es un ser en sí. Una definición puede no ser definición de un ser en sí, o porque diga más que este ser, o diga menos. Y así puede definirse una cosa uniéndola a otra; por ejemplo, si queriendo definir lo blanco, se diese la definición del hombre blanco. Definiendo se puede omitir alguna cosa; por ejemplo, si admitiendo que vestido significa hombre blanco, se define el vestido por lo blanco. Hombre blanco es blanco ciertamente; pero la definición de la forma sustancial de hombre blanco no es blanco, sino vestido. Pero ¿hay o no una forma sustancial? Sí, la forma sustancial es lo que es propiamente un ser. Pero cuando una cosa es el atributo de otra, no es una esencia. Y así el hombre blanco no es una esencia; sólo las sustancias tienen una esencia.

Conforme a lo que precede, hay forma sustancial para todas las cosas, cuya noción es una definición. Una definición no es simplemente la expresión adecuada a la noción de un objeto, porque en tal caso todo nombre sería una definición, puesto que todo nombre es adecuado a la noción de la cosa que expresa. La palabra Ilíada sería una definición. La definición es una expresión que designa un objeto primero: y por objeto primero entiendo todo aquel que en su noción se refiere a otro. Por lo tanto no habrá forma sustancial respecto de otros seres que de las especies en el género281; ellas tendrán solamente este privilegio, porque la expresión que las designa no indica una relación con otro ser, no muestra que sean modificaciones ni accidentes. En cuanto a todos los demás seres, la expresión que los designa, si tienen un nombre, debe significar que tal se encuentra en otro ser, o bien es una perífrasis en lugar de la expresión simple; pero estos seres no tienen definición ni forma sustancial.

Sin embargo, ¿no podrá la definición entenderse también como el ser de diferentes maneras? Porque el ser significa o la sustancia y la forma esencial, o cada uno de los atributos generales, la cantidad, la cualidad y todos los demás modos de este género. En efecto, así como hay ser en todas estas cosas, pero no bajo el mismo concepto, siendo una un ser primero y consecuencia de ella las demás, en igual forma la definición conviene propiamente a la sustancia y, sin embargo, se aplica desde un punto de vista a las diversas categorías. Podemos preguntar: ¿qué es la cualidad? La cualidad es un ser, pero no absolutamente; con la cualidad sucede lo que con el no-ser, del cual algunos filósofos, para poder hablar de él, dicen que es, no porque propiamente sea, sino que él es el no-ser282.

Las indagaciones acerca de la definición de cada ser no deben traspasar las que se hagan sobre la naturaleza misma del ser. Y así, puesto que sabemos de los que aquí tratamos, sabemos igualmente que hay forma esencial por de pronto y absolutamente para las sustancias; luego que hay forma esencial lo mismo que ser en las demás cosas; no forma esencial en el sentido absoluto, sino forma de la cualidad, forma de la cantidad. Estos diversos modos son seres, o bien en concepto de equivalentes de la sustancia, o bien en tanto que unidos a la sustancia o separados de ella, al modo que se aplica la calificación de inteligible a la no inteligible. Pero evidentemente, estos diferentes seres no son equivalentes a la sustancia, no son seres de la misma manera. En este caso sucede lo que con las diversas acepciones de la palabra medicinal283, que se refiere a una y sola cosa, pero no son ni tienen el mismo sentido. La palabra medicinal, siendo una y sola cosa, puede aplicarse a un cuerpo, a una operación, a un vaso, pero no será bajo el mismo concepto, no expresará en todos los casos una y sola cosa; lo único que sucede es que sus diferentes acepciones se refieren a una misma cosa.

Poco importa la opinión que sobre esto se adopte, cualquiera que ella sea. Lo evidente es que la definición primera, la definición propiamente dicha y la forma pertenecen a las sustancias; que, sin embargo, hay definición y forma respecto de los demás objetos, pero no definición primera. Admitidos estos principios, no resulta necesariamente de ellos que toda expresión adecuada a la noción de un objeto sea una definición. Esto sólo es cierto respecto a ciertos objetos. Lo será, por ejemplo, si el objeto es uno, no uno por continuidad, como la Ilíada, ni por un vínculo, sino uno en las verdaderas acepciones de la palabra284. La unidad se entiende de tantas maneras como el ser, y el ser expresa, o tal cosa determinada, o la cantidad, o la cualidad. En virtud de todo esto, habrá igualmente una forma sustancial, una definición de hombre blanco: pero una cosa será definición, otra la definición de lo blanco, y otra la definición de la sustancia.

 

 

- V -

Veamos otra dificultad. Si se dice que la proposición que expresa a la vez el sujeto y el atributo no es una definición, ¿en qué caso un objeto, no un objeto simple, sino un objeto compuesto, podrá tener una definición? Porque necesariamente la definición de un objeto compuesto ha de ser compuesta también. He aquí en qué caso. Tenemos de una parte nariz y romo285, y de otra chato; chato abraza las dos cosas a la vez, porque la una está en la otra, y esto no es accidental. Lo romo, lo chato no son accidentalmente estados de la nariz; sino estados esenciales. No sucede aquí como con lo blanco, que puede aplicarse a Calias, o a hombre, porque Calias es blanco, y Calias resulta que es un hombre; sucede como con lo macho en el animal, lo igual en la cantidad, y con todas las propiedades llamadas atributos esenciales. Por atributos esenciales entiendo aquellos en cuya definición entra necesariamente la idea o el nombre del objeto del cual son ellos estados; que no pueden ser expresados, hecha abstracción de este objeto: lo blanco puede abstraerse de la idea del hombre; lo macho, por lo contrario, es inseparable de la del animal. En vista de esto, o ninguno de los objetos compuestos tendrá esencia ni definición, o no será una definición primera; esto ya lo hicimos observar.

Otra dificultad ocurre también sobre este asunto. Si nariz roma y nariz chata son la misma cosa, romo y chato no difieren tampoco. Si se dice que difieren, porque es imposible decir chato sin expresar la cosa de la que chato es atributo esencial, porque la palabra chato significa nariz roma entonces, o será imposible emplear la expresión: nariz chata, o decir dos veces la misma cosa, nariz nariz roma, pues nariz chata significará nariz nariz roma. Es, pues, absurdo admitir que tengan una esencia objetos de este género; si la hay, se irá hasta el infinito, porque habrá igualmente una esencia para nariz nariz chata.

Es, pues, evidente, que no hay definición más que de la sustancia. En cuanto a las otras categorías, si se quiere que sean susceptibles de definición, serán definiciones redundantes, como las de la cualidad, de lo impar, el cual no puede definirse sin el número; de lo macho que no se define sin el animal. Por definiciones redundantes entiendo aquellas en las que se dicen dos veces las mismas cosas, en cuyo caso se encuentran estas de que tratamos. Si esto es exacto, no habrá tampoco definición que abrace a la vez el atributo y el sujeto; definición del número impar, por ejemplo. Pero se dan definiciones de esta clase de objetos, sin notar que estas definiciones son artificiales. Concedamos, por lo demás, que estos objetos pueden definirse; y entonces, o habrá que definirlos de otra manera o, como ya hemos dicho, será preciso admitir diferentes especies de definiciones, diferentes especies de esencias. Y así, desde un punto de vista, no puede haber ni definición, ni esencia, sino respecto a las sustancias; desde otro, hay definición de los demás modos del ser.

Es evidente, por otra parte, que la definición es la expresión de la esencia, y que la esencia no se encuentra sino en las sustancias, o cuando menos se encuentra en las sustancias sobre todo, ante todo, y absolutamente.

 

 

- VI -

Si la forma sustancial es lo mismo que cada ser o es diferente, es el punto que necesitamos examinar. Esto nos vendrá bien para nuestra indagación sobre la sustancia. Un ser no difiere, al parecer, de su propia esencia, y la forma es la esencia misma de cada ser. En los seres accidentales la forma sustancial parece diferir del ser mismo: hombre blanco difiere de la forma sustancial de hombre blanco. Si hubiese identidad, habría identidad igualmente entre la forma sustancial de hombre y la forma sustancial de hombre blanco, porque hombre y hombre blanco es para nosotros la misma cosa; de donde se seguiría que no hay diferencia entre la forma sustancial de hombre blanco y la forma sustancial de hombre. ¿Admitiremos, por tanto, que respecto de todos los seres accidentales el ser y la forma no son necesariamente la misma cosa? Sin duda alguna. Los términos comparados286 no son, en efecto, idénticos. Quizá se dirá que puede suceder accidentalmente que sean idénticos; por ejemplo, si se trata de la forma sustancial de lo blanco, de la forma sustancial de lo músico. Pero al parecer no es así.

En cuanto a los seres en sí, ¿hay necesariamente identidad entre el ser y la forma sustancial, en el caso, por ejemplo, de las sustancias primeras, si es que las hay, sustancias sobre las que ninguna otra sustancia, ninguna otra naturaleza, tenga la anterioridad, como son las ideas según algunos filósofos? Si se admite la existencia de las ideas, entonces el bien en sí difiere de la forma sustancial del bien, el animal en sí de la forma del animal, el ser en sí de la forma sustancial del ser; y en este caso debe haber sustancias, naturalezas, ideas, fuera de las formas en cuestión, y estas sustancias son anteriores a ellas, puesto que se refiere la forma a la sustancia. Si se separa de esta manera el ser de la forma, no habrá ya ciencia posible del ser, y las formas, por su parte, no serán ya seres; y entiendo por separación que en el ser bueno no se encuentre la forma sustancial del bien, o que en la forma sustancial no se dé el ser bueno. Digo que no hay ciencia, porque la ciencia de un ser es el conocimiento de la forma sustancial de este ser. Esto se aplica al bien y a todos los demás seres; de suerte que si lo bueno no se encuentra unido a la forma sustancial del bien, el ser tampoco estará unido a la forma sustancial del ser, la unidad o la forma sustancial de la unidad. Además, o la forma sustancial es idéntica al ser respecto de todas las ideas, o no lo es respecto de ninguna; de suerte que si la forma sustancial de ser no es el ser, lo mismo sucederá con todo lo demás. Añádase a esto que lo que no tiene la forma sustancial del bien no es bueno. Luego es indispensable que el bien y la forma sustancial del bien sean una sola y misma cosa; que haya identidad entre lo bello y la forma sustancial de lo bello; y que lo mismo suceda con todos los seres que no son atributos de otra cosa, sino que son primeros y en sí. Esta conclusión es legítima, ya haya ideas o no, pero más quizá si las hay.

También es evidente, que si las ideas no son lo que pretenden ciertos filósofos, el sujeto del ser particular no es una sustancia. En efecto, las ideas son necesariamente sustancias y no atributos, de otro modo participarían de su sujeto.

Resulta de lo que precede, que cada ser sólo constituye uno con su forma sustancial, que le es esencialmente idéntica. Resulta igualmente que conocer lo que es un ser es conocer su forma sustancial. Y así resulta de la demostración que estas dos cosas no son realmente más que una sola cosa.

En cuanto al ser accidental, por ejemplo, lo músico, lo blanco, no es exacto que el ser sea idéntico a su forma sustancial. El ser en este caso significa dos cosas: el sujeto del accidente y el accidente mismo; de suerte que bajo un punto de vista hay identidad entre el ser y la forma; bajo otro, no. No hay identidad entre la forma sustancial de hombre y la sustancial de hombre blanco, pero la hay en el sujeto, que experimenta la modificación.

Se advertirá fácilmente lo absurda que es la separación del ser y de la forma sustancial, si se da un nombre a toda forma sustancial. Fuera de este nombre habrá en el caso de la separación, otra forma sustancial, y así habrá una forma sustancial del caballo fuera de la forma sustancial del caballo en general. Y, sin embargo, ¿qué impide decir, desde luego, que algunos seres tienen inmediatamente en sí mismos su forma sustancial, puesto que la forma sustancial es la esencia? No sólo hay identidad entre estas dos cosas, sino que su noción es la misma, como resulta de lo que precede, porque no es accidental que la unidad y la forma sustancial de la unidad sean una misma cosa. Si son dos casos diferentes, se irá así hasta lo infinito. Se tendrá de una parte la forma sustancial de la unidad, y de otra la unidad, y cada uno de estos dos términos estarán a su vez en el mismo caso. Es, por tanto, evidente que por lo que hace a los seres primeros, a los seres en sí, cada ser y la forma sustancial de cada ser son una sola y misma cosa.

En cuanto a todas las objeciones sofísticas que pudieran suscitarse contra esta proposición, evidentemente quedaron ya contestadas al resolver esta cuestión: ¿hay identidad entre Sócrates y la forma sustancial de Sócrates? Las objeciones encierran en sí mismas todos los elementos necesarios para la solución. Y así, bajo qué condición hay identidad entre un ser y su forma sustancial, y mediante qué condición esta identidad no existe, es lo que acabamos de determinar.

 

 

- VII -

Entre las cosas que devienen o llegan a ser, unas son producciones de la naturaleza, otras del arte, y otras del azar287. En toda producción hay una causa, un sujeto, luego un ser producido; y por ser entiendo aquí todos los modos del ser, esencia, cantidad, cualidad, lugar288. Las producciones naturales son las de los seres que provienen de la naturaleza. Aquello de lo que un ser proviene es lo que se llama la materia; y aquello mediante lo que una cosa es producida, es un ser natural. El ser producido es, o un hombre, o una planta, o alguno de los seres de este género, a los cuales damos sobre todo el nombre de sustancias. Todos los seres que provienen de la naturaleza o del arte, tienen una materia, porque todos pueden existir o no existir, y esta posibilidad depende de la materia, que se da en cada uno de ellos. En general la causa productora de los seres y los seres producidos se llama naturaleza289; porque los seres que son producidos, la planta, el animal, por ejemplo, tienen una naturaleza; y la causa productora, bajo la relación de la forma, tiene una naturaleza semejante a la de los seres producidos, sólo que esta naturaleza se encuentra en otro ser: un hombre es el que produce un hombre. Así alcanzan la existencia las producciones de la naturaleza.

Las demás producciones se llaman creaciones290. Todas las creaciones son efecto de un arte, o de un poder, o del pensamiento. Algunas provienen también del azar, de la fortuna; éstas son, por decirlo así, producciones colaterales291. Hay, por ejemplo, en la naturaleza seres que se producen lo mismo por una semilla que sin semilla292. Nos ocuparemos más adelante de las producciones casuales.

Las producciones del arte son aquellas cuya forma está en el espíritu; y por forma entiendo la esencia de cada cosa, su sustancia primera. Los contrarios tienen desde un punto de vista la misma forma sustancial; la sustancia de la privación es la sustancia opuesta a la privación, la salud es la sustancia de la enfermedad, y en prueba de ello la declaración de la enfermedad no es más que la ausencia de la salud. Y la salud es la idea misma que está en el alma, la noción científica; la salud viene de un pensamiento como éste: la salud es tal cosa, luego es preciso, si se quiere producirla, que haya otra tal cosa, por ejemplo, el equilibrio de las diferentes partes; ahora bien, para producir este equilibrio, es preciso el calor. De esta manera se llega sucesivamente por el pensamiento a una cosa última, que puede inmediatamente producirse. El movimiento que realiza esta cosa se llama operación, operación hecha con la mira de la salud. De suerte que, bajo un punto de vista, la salud viene de la salud, la casa de la casa, la casa material de la casa inmaterial; porque la medicina, el arte de construir, son la forma de la salud y de la casa. Por esencia inmaterial entiendo la forma pura.

Entre las producciones y los movimientos, hay unos que se llaman pensamientos, y otros que se dicen operaciones; los que provienen de la causa productora y de la forma son los pensamientos; los que tienen por principio la última idea a que llega el espíritu son operaciones. Lo mismo se aplica a cada uno de los estados intermedios entre el pensamiento y la producción. Y así, para que haya salud, es preciso que haya equilibrio; pero ¿qué es el equilibrio? Es tal cosa: y esta cosa tendrá lugar, si hay calor. ¿Qué es calor? Tal cosa. El calor existe en potencia, y el médico puede realizarla. Por tanto, el principio productor, la causa motriz de la salud, si es fruto del arte, es la idea que está en el espíritu, si es fruto del azar tendrá ciertamente por principio la cosa misma, por medio de la cual la hubiera producido el que la produce por el arte. El principio de la curación es probablemente el calor; y se produce el calor por medio de fricciones. Ahora bien, el calor producido en el cuerpo es un elemento de la salud, o va seguido de otra cosa o de muchas que son elementos de la salud. La última cosa a que se llega, procediendo así, es la causa eficiente; es un elemento de la salud, de la casa, como las piedras; y lo mismo sucede en todo lo demás.

Es, pues, imposible, como hemos dicho, que se produzca cosa alguna, si no hay algo que preexista: evidentemente es de toda necesidad la preexistencia de un elemento. La materia es un elemento, es el sujeto, y sobre ella tiene lugar la producción. En los mismos seres respecto de los que cabe la definición, también se encuentra la materia. En efecto, en la definición de los círculos realizados, entran en general dos elementos: la materia, el bronce, por ejemplo, y luego la forma, tal figura, es decir, el género primero a que el objeto se refiere. En la definición del círculo de bronce entra la materia.

El objeto producido no toma nunca el nombre del sujeto de donde procede; sólo se dice que es de la naturaleza de este sujeto, que es de esto293, pero no esto294. No se dice una estatua piedra, sino una estatua de piedra. El hombre sano no toma el nombre de aquello de donde ha partido para llegar a la salud; la causa de esto es que la salud viene a la vez de la privación de la enfermedad y del sujeto mismo, al cual damos el nombre de materia; y así el hombre sano procede del hombre y del enfermo. Sin embargo, la producción se refiere más bien a la privación: se dice, que de enfermo se hace uno sano, más bien que de hombre se hace sano. Por esta razón el ser sano no recibe la calificación de enfermo, sino de hombre y de hombre sano. En las circunstancias en que la privación es incierta o no tiene nombre, por ejemplo, cuando tal forma es producida sobre el bronce, cuando los ladrillos y maderas de una casa reciben tal forma, lo mismo tiene lugar, al parecer, en esta producción que en la producción de la salud, la cual viene de la enfermedad; y lo mismo que en este último caso el objeto producido no recibe el nombre del objeto de que proviene, en igual forma la estatua no se llama madera, sino que toma su nombre de la madera de que ha sido construida: es de madera y no madera; es de bronce y no bronce, de piedra y no piedra. También se dice: una casa de ladrillos y no una casa ladrillos. En efecto, si fijamos la atención, se verá que no tiene absolutamente la estatua de la madera, ni la casa de los ladrillos. Cuando una cosa proviene de otra, hay transformación de la una en la otra, y el sujeto no persiste en su estado. Éste es el motivo de esta locución.

 

 

- VIII -

Todo ser que deviene o se hace tiene una causa productora, entendiendo por ésta el principio de la producción; hay igualmente un sujeto (el sujeto es, no la privación, sino la materia, en el sentido en que hemos tomado esta palabra, precedentemente); en fin, se hace algo esfera, por ejemplo, círculo, o cualquier otro ejemplo. Por tanto, así como el sujeto no produce el bronce, tampoco produce la esfera, sino accidentalmente, porque la esfera de bronce es accidentalmente una esfera de bronce. Lo que él produce es la esfera de bronce, porque producir un ser particular es hacer de un sujeto absolutamente indeterminado un objeto determinado. Digo, por ejemplo, que hacer redondo el bronce no es producir ni la redondez, ni la esfera, sino que es producir un objeto completamente distinto, es producir esta forma en otra cosa. Si se produjese realmente la esfera, se la sacaría de otra cosa, y entonces sería preciso un sujeto, como en la producción de la esfera de bronce. Producir una esfera de bronce no quiere decir otra cosa sino hacer de tal objeto, que es de bronce, tal otra cosa que es una esfera. Si hay producción de la esfera misma, la producción será de la misma naturaleza; no será una transformación, y la cadena de las producciones se prolongará así hasta el infinito. Es por tanto evidente que la figura295, o cualquiera que sea el nombre que sea preciso dar a la forma realizada en los objetos sensibles, no puede devenir, que no hay respecto de ella producción, y que, sin embargo, la figura no es una esencia296. La figura, en efecto, es lo que se realiza en otro ser, por medio del arte, de la naturaleza, o de una potencia297. Lo que ella produce, al realizarse en un objeto, es por ejemplo, una esfera de bronce; la esfera de bronce es el producto del bronce y de la esfera; tal forma ha sido producida en tal objeto, y el producto es una esfera de bronce. Si se quiere que haya verdaderamente producción de la esfera, la esencia provendrá de alguna cosa, porque será preciso siempre que el objeto producido sea divisible, y que tenga en sí una doble naturaleza: de una parte la materia y de otra la forma. La esfera es una figura cuyos puntos están equidistantes del centro; habrá por tanto de una parte el sujeto sobre que obra la causa eficiente y de otra la forma que se realiza en este sujeto, y habrá, por último, el conjunto de estas dos cosas, de la misma manera que respecto de la esfera de bronce.

De lo que precede resulta, evidentemente, que lo que se llama la forma, la esencia, no se produce; la única cosa que deviene o se hace es la reunión de la forma y de la materia, porque en todo ser que ha devenido hay materia: de una parte la materia, de otra la forma.

¿Hay alguna esfera fuera de las esferas sensibles, alguna casa, independientemente de las casas de ladrillos? Si las hubiese, no habría nunca producción de un ser particular, y sólo se producirían cualidades. Ahora bien, la cualidad no es la esencia, la forma determinada, sino lo que da al ser tal o cual carácter, de tal manera que después de la producción se dice: tal ser tiene tal cualidad. El ser realizado, por lo contrario, Sócrates, Calias, tomados individualmente, están en el mismo caso que una esfera particular de bronce. El hombre y el animal son como la esfera de bronce en general. Es, pues, evidente que las ideas consideradas como causas, y éste es el punto de vista de los partidarios de las ideas, suponiendo que haya seres independientes de los objetos particulares, son inútiles para la producción de las esencias, y que no son las ideas las que constituyen las esencias de los seres298. También es evidente que en ciertos casos lo que produce es de la misma naturaleza que lo que es producido, pero no idéntico en número; sólo hay identidad de forma, como sucede en las producciones naturales. Y así, el hombre produce al hombre. Sin embargo, puede haber una producción contra naturaleza; el caballo engendra al mulo; y aun la ley de la producción es en este caso la misma, porque la producción tiene lugar en virtud de un tipo común al caballo y al asno, de un género que se aproxima a ambos y que no ha recibido nombre. El mulo es probablemente un género intermedio.

Se ve claramente que no hay necesidad de que un ejemplar particular suministre la forma de los seres, porque sería sobre todo en la formación de los seres individuales en la que serían útiles estos ejemplares, puesto que son estos seres los que tienen principalmente el carácter de esencia. El ser que engendra basta para la producción; él es el que da la producción; él es el que da la forma a la materia. Tal forma general realizada en estos huesos y en esta carne, he aquí a Sócrates y a Calias. Hay, sin embargo, entre ellos diferencia de materia, porque la materia difiere, pero su forma es idéntica: la forma es indivisible.

 

 

- IX -

Podría preguntarse por qué ciertas cosas son producidas más bien por el azar que por el arte, como la salud, mientras que con otras no sucede lo mismo, por ejemplo, con una casa. La causa es que la materia, principio de la producción de las cosas que son hechas o producidas por el arte; la materia, que es una parte misma de estas cosas, tiene en ciertos casos un movimiento propio, que no tiene en otros. Tal materia puede tener tal movimiento particular y otra no puede. Una multitud de seres tienen en sí mismos un principio de movimiento, y no les es posible tal movimiento particular; por ejemplo, no podrán bailar a compás. Por tanto, todas las cosas que tienen una materia de este género, las piedras, por ejemplo, no pueden tomar tal movimiento particular, a menos que no reciban un impulso exterior. Ellas tienen, sin embargo, un movimiento que les es propio299; así sucede con el fuego. Por esta razón ciertas cosas no existirán independientemente del artista, y otras, por lo contrario, podrán existir. Estas últimas, en efecto, podrán ser puestas en movimiento por seres extraños al arte, porque pueden recibir el movimiento, o de los seres que no poseen el arte, o de sí mismas.

Resulta [evidente] de lo que hemos dicho, que todas las cosas vienen en cierta manera de cosas que tienen el mismo nombre, como las producciones naturales, o bien de un elemento que tiene el mismo nombre; y así la casa viene de la casa, o si se quiere del espíritu; el arte, en efecto, es la forma, la forma considerada como elemento esencial, o como produciendo ella misma un elemento del objeto; porque la causa de la realización es un elemento esencial y primero. De esta manera el calor producido por la fricción es causa del calor en los cuerpos, el cual es la salud o un elemento de la salud, o bien va seguido de algo que es un elemento de la salud o la salud misma. Por esto se dice que la fricción produce la salud, porque el calor produce la salud, a la que sigue y acompaña. Y así como todos los razonamientos tienen por principio la esencia (todo razonamiento parte en efecto del ser determinado)300, de igual modo la esencia es el principio de toda producción. Con las producciones de la naturaleza sucede lo que con las del arte. El germen desempeña poco más o menos el mismo papel que el artista, porque tiene en potencia la forma del objeto, y aquello de donde procede el germen lleva generalmente el mismo nombre que el objeto producido. Digo generalmente, porque en este punto no hay que exigir un rigor exacto; el hombre procede del hombre ciertamente; pero la mujer procede también del hombre. Por otra parte, es preciso que el animal pueda usar de todos los órganos, y así el mulo no produce el mulo.

Las producciones del azar, en la naturaleza, son aquellas cuya materia puede tomar por sí misma el movimiento que imprime ordinariamente el germen. Todas las cosas que no se encuentran en esta condición no pueden ser producidas de otra manera que por una causa motriz del mismo género de aquellas de que hemos hablado.

No sólo por la forma de la sustancia se prueba que toda producción es imposible; el mismo razonamiento se aplica a todas las categorías, a la cantidad, a la cualidad y a todos los demás modos del ser. Porque así como se produce una esfera de bronce, y no la esfera ni el bronce (y lo mismo se puede decir con aplicación al bronce considerado como una producción, puesto que siempre en las producciones hay una materia y una forma que preexisten), lo propio sucede con la esencia, con la cualidad, con la cantidad y con todas las demás categorías. Lo que se produce no es la cualidad, sino la madera que tiene tal cualidad; tampoco la cantidad, sino la madera, el animal que tiene tal cantidad.

De todo lo que precede resulta que en la producción de un ser es absolutamente preciso que la sustancia productora exista en acto; que haya, por ejemplo, un animal preexistente, si es un animal el producido. Pero no es necesario que haya una cantidad, una cualidad, que preexistan en acto; basta que existan en potencia.

 

 

- X -

Toda definición es una noción, y toda noción tiene partes; por otro lado, hay la misma relación entre las partes de la noción y de las partes del objeto definido, que entre la noción y el objeto. Debemos preguntarnos ahora si la noción de las partes debe o no encontrarse en la noción del todo. Se encuentra en ciertos casos al parecer, y en otro no. Y así la noción del círculo no encierra la noción de sus partes; la noción de sílaba, por el contrario, encierra la de los elementos. Y sin embargo, el círculo puede dividirse en sus partes, como la sílaba en sus elementos.

Además de esto, si las partes son anteriores al todo, siendo el ángulo agudo una parte del ángulo recto, el dedo una parte del animal, el ángulo agudo será anterior al recto, y el dedo anterior al hombre; y sin embargo, el hombre y el ángulo recto parecen anteriores: por su noción es como se definen las otras cosas, y son también anteriores, porque pueden existir sin ellas. Pero la palabra parte, ¿no se entiende de diferentes maneras?301. Según una de las acepciones de esta palabra, significa aquello que mide [en relación] a la cantidad: dejemos aparte este punto de vista; se trata aquí de las partes constitutivas de la esencia. Si de un lado está la materia, de otro la forma y, por último, el conjunto de la materia y de la forma; y si la materia, la forma, el conjunto de las dos cosas son, como hemos dicho, sustancias, se sigue que la materia es, desde un punto de vista, parte del ser, y desde otro punto de vista no lo es. Las partes que entran en la noción de la forma constituyen solas, en este último caso, la noción del ser: y así, la carne no es una parte de lo romo; es la materia sobre que se opera la producción; pero es una parte de lo chato, el bronce es una parte de la estatua realizada, no una parte de la estatua ideal. Es la forma lo que se expresa, y cada cosa se designa por su forma; jamás se debe designar un objeto por la materia. Por esto en la noción de círculo no entra la de sus partes, mientras que en la noción de la sílaba entra la de sus elementos. Consiste en que los elementos del discurso son partes de la forma, y no materia. Los segmentos del círculo, al contrario, son partes del círculo en concepto de materia; en ellos se realiza la forma. Sin embargo, estos segmentos tienen más relación con la forma que el bronce, en el caso de que la forma circular se realice en el bronce.

Los mismos elementos de la sílaba no entrarán siempre en la noción de la sílaba; las letras formadas sobre la cera, la pronunciación que hiere el aire, todas estas cosas son partes de la sílaba en concepto de materia sensible302. Porque la línea no existe, si se la divide en dos partes; porque el hombre si se le divide en huesos, en nervios, en carne, perezca, no es preciso decir por esto que son partes de la esencia, sino que son partes de la materia. Son ciertamente partes del ser realizado, pero no son partes de la forma, en una palabra, de lo que entra en la definición. Las partes, desde este punto de vista, no entran en la noción. En ciertos casos la definición de las partes entrará en la definición del todo, y en otros no entrará, como, por ejemplo, cuando no haya definición del ser realizado. Por esta razón, ciertas cosas tienen por principios los elementos en que se resuelven, y otras no los tienen. Todos los objetos compuestos que tienen forma y materia, lo chato, el círculo de bronce, se resuelven en sus partes, y la materia es una de estas partes. Pero todos aquellos seres, en cuya composición no entra la materia, todos los seres inmateriales, como, por ejemplo, la forma considerada en sí misma, no pueden absolutamente resolverse en sus partes, o se resuelven de otra manera. Ciertos seres tienen en sí mismos sus principios constitutivos, sus partes; pero la forma no tiene principios, ni partes de este género. Por esta razón la estatua de arcilla se resuelve en arcilla, la esfera en bronce, Calias en carne y en huesos, y por lo mismo el círculo se resuelve en diversos segmentos. Porque hay el círculo material, y se aplica igualmente el nombre de círculo a los círculos propiamente dichos y a los círculos particulares, porque no hay nombre propio para designar los círculos particulares. Ésta es la verdad sobre esta cuestión.

Sin embargo, volvamos la vista atrás para aclarar más esta materia. Las partes de la definición, los elementos en que puede ésta descomponerse, son primeros todos o solamente algunos. Pero la definición del ángulo recto no puede dividirse en muchas partes, una de las cuales sea la noción del ángulo agudo; la definición del ángulo agudo, por lo contrario, puede dividirse también con relación al ángulo recto. Porque se define el ángulo agudo con referencia al ángulo recto, diciendo: un ángulo agudo es un ángulo más pequeño que un recto. Lo mismo sucede con el círculo y el semicírculo. Se define el semicírculo por medio del círculo, el dedo por medio del todo: porque el dedo es una parte del cuerpo que tiene tales caracteres. De suerte que todas las cosas que son partes de un ser en tanto que materia, y los elementos materiales en que puede dividirse, son posteriores. Por lo contrario, las cosas que son partes de la definición de la forma sustancial, son todas anteriores, o por lo menos algunas.

Conforme a esto, puesto que el alma de los seres animados es la forma sustancial, la esencia misma del cuerpo animado, porque el alma es la esencia de los seres animados303, la función de cada parte y el conocimiento sensible que es su condición deberán entrar en la definición de las partes del animal, si se las quiere definir bien. De suerte que hay prioridad de las partes del alma, de todas o de algunas relativamente al conjunto del animal. La misma prioridad hay relativamente a las diferentes partes del cuerpo. El cuerpo y sus partes son posteriores al alma, el cuerpo puede dividirse en sus diversas partes, consideradas como materia; no el cuerpo esencia, sino el conjunto que constituye el cuerpo. Desde un punto de vista las partes del cuerpo son anteriores al conjunto; desde otro son posteriores; no pueden, en efecto, existir independientemente del cuerpo; un dedo no es realmente un dedo en todo estado posible, sino tan sólo cuando tiene vida; sin embargo, se da el mismo nombre al dedo muerto. Hay ciertas partes que no sobreviven al conjunto; por ejemplo, aquellas partes que son esenciales, el asiento primero de la forma y de la sustancia; como el corazón o el cerebro si realmente desempeñan este papel, importando poco que sea el uno o el otro304. El hombre, el caballo, todos los universales residen en los individuos; la sustancia no es cierta cosa universal; es un conjunto, un compuesto de tal forma y de tal materia: la materia y la forma son universales; pero el individuo, Sócrates, o cualquier otro, es un conjunto de forma y de materia.

La forma misma, y por forma entiendo la esencia pura, tiene igualmente parte, lo mismo que el conjunto de la forma y de la materia; pero las partes de la forma no son más que partes de la definición, y la definición no es más que la noción general, porque el círculo y la esencia del círculo, el alma y la esencia del alma, son una sola y misma cosa. Pero respecto a lo compuesto, por ejemplo, a tal círculo particular sensible o inteligible (por inteligible entiendo el círculo matemático, y por sensible el círculo de bronce o de madera), no hay definición. No por definiciones, sino por medio del pensamiento y de los sentidos es como se los conoce. Cuando hemos cesado de ver realmente los círculos particulares, no sabemos si existen o no; sin embargo, conservamos la noción general de círculo, no una noción de su materia, porque nosotros no percibimos la materia por sí misma. La materia es sensible o inteligible; la materia sensible es, por ejemplo, el bronce, la madera, y toda materia susceptible de movimiento. La materia inteligible es la que se encuentra ciertamente en los seres sensibles, pero no en tanto que sensibles; por ejemplo, en los seres matemáticos.

Acabamos de determinar todo lo que concierne al todo, a la parte, a la anterioridad y a la posterioridad. Si se pregunta si la línea recta, el círculo, el animal, son anteriores a las partes en que pueden dividirse y que los constituyen, es preciso, para responder, establecer una distinción. Si efectivamente el alma es el animal, o cada ser animado, o la vida de cada ser; si el círculo es idéntico a la forma sustancial del círculo; el ángulo recto a la forma sustancial del ángulo recto; si es la esencia misma del ángulo recto, ¿qué será lo posterior, y qué será lo anterior? ¿Será el ángulo recto en general expresado por la definición, o tal ángulo particular? Porque el ángulo recto material formado de bronce, por ejemplo, es tan ángulo recto como el formado de líneas. El ángulo inmaterial será posterior a las partes que entran en su noción, pero es anterior a las partes del ángulo realizado. Sin embargo, no puede decirse absolutamente que es anterior. Sí el alma, por lo contrario, no es el animal, si difiere de él, habrá anterioridad para las partes. Y así, en ciertos casos es preciso decir que hay anterioridad, y en otros que no la hay.

 

 

- XI -

Es una verdadera dificultad el determinar qué partes pertenecen a la forma y que partes pertenecen, no a la forma, sino al conjunto de la forma y de la materia; y sin embargo, si este punto no resulta aclarado, no es posible definir los individuos. Lo que entra en la definición es lo universal y la forma; si no se ve, por tanto, qué partes son o no son materiales, no se verá tampoco cuál deberá ser la definición del objeto. En los casos en que la forma se aplica a cosas de especies diferentes, por ejemplo, el círculo, el cual puede aparecer en bronce, en madera, en piedra, en todos estos casos la distinción parecerá fácil; ni el bronce ni la piedra forman parte de la esencia del círculo, puesto que el círculo tiene una existencia independiente de la suya. ¿Pero qué obsta a que suceda lo mismo en todos los casos en que esta independencia no salte a la vista? Aunque todos los círculos visibles fueran de bronce, no por esto el bronce sería una parte de la forma. Sin embargo, es difícil al pensamiento verificar esta separación. Y así lo que a nuestros ojos constituye la forma es la carne, los huesos y las partes análogas. ¿Serán éstas, por tanto, partes de la forma, las cuales entren en la definición, o es más bien la materia? Pero la forma no se aplica nunca a otras cosas que a aquellas de que hablamos, de aquí la imposibilidad para nosotros de separarlas.

La separación parece posible, es cierto, pero no se ve claramente en qué circunstancias, y esta dificultad, según algunos, recae igualmente sobre el círculo y el triángulo. Creen que no se les debe definir por la línea y por la continuidad, las cuales se dan en ellos bajo el mismo concepto que se dan la carne y los huesos en el hombre, y la piedra y el bronce en el círculo. Todo lo reducen a los números, y pretenden que la definición de la línea es la noción misma de la dualidad.

Entre los que admiten las ideas, unos dicen que la díada es la línea en sí, otros que es la idea de la línea, porque si algunas veces hay identidad entre la idea y el objeto de la idea, entre la díada, por ejemplo, y la idea de la díada, la línea no está en este caso. De aquí se sigue que una sola idea es la idea de muchas cosas, que parecen heterogéneas, y a esto conducía ya el sistema de los pitagóricos; y por último, la posibilidad de constituir una sola idea en sí de todas las ideas; es decir, el anonadamiento de las demás ideas y la reducción de todas las cosas a la unidad305.

Nosotros hemos consignado la dificultad relativa a las definiciones, y hemos dicho la causa de esta dificultad. Y así no tenemos necesidad de reducir de este modo todas las cosas y de suprimir la materia. Lo probable es que en algunos seres hay reunión de la materia y de la forma, en otros de la sustancia y de la cualidad. Y la comparación de que se servía ordinariamente Sócrates el joven306 con relación al animal, carece de exactitud. Ella nos hace salir de la realidad y da ocasión a pensar que el hombre puede existir independientemente de sus partes, como el círculo existe independientemente del bronce. Pero no hay paridad. El animal es un ser sensible y no se le puede definir sin el movimiento, por consiguiente, sin partes organizadas de cierta y determinada manera. No es la mano absolutamente hablando, la que es una parte del hombre, sino la mano capaz de realizar la obra, la mano animada; inanimada, no es una parte del hombre.

Pero ¿por qué en los seres matemáticos las definiciones no entran como partes en las definiciones? ¿Por qué, por ejemplo, no se define el círculo por los semicírculos? Los semicírculos, se dirá, no son objetos sensibles. Pero ¡qué importa! Puede haber una materia hasta en seres no sensibles; todo lo que no es la esencia pura, la forma propiamente dicha, todo lo que tiene existencia real, tiene materia. El círculo, que es la esencia de todos los círculos, no puede tenerla; pero los círculos particulares deben tener partes materiales, como ya dijimos; porque hay dos clases de materia: la una sensible, la otra inteligible.

Es evidente, por otra parte, que la sustancia primera en el animal es el alma, y que el cuerpo es la materia. El hombre o el animal, en general, es la unión del alma y del cuerpo; pero Sócrates, y lo mismo Corisco es, a causa de la presencia del alma, un animal doble; porque su nombre designa tan pronto un alma como el conjunto de un alma y un cuerpo. Sin embargo, si se dice simplemente: el alma de este hombre, su cuerpo, lo que hemos dicho del hombre en general se aplica entonces al individuo.

¿Existe alguna otra sustancia fuera de la materia de estos seres, y es preciso que averigüemos, si acaso tienen ellos mismos otra sustancia, por ejemplo los números u otra análoga? Este punto lo examinaremos más adelante307, porque en interés de esta indagación nos esforzamos por llegar a la definición de las sustancias sensibles, sustancias cuyo estudio pertenece más bien a la física y a la segunda filosofía308. Lo que efectivamente debe conocer el físico no es sólo la materia, sino también la materia inteligible, y ésta sobre todo. ¿Cómo, pues, las partes son partes en la definición, y por qué hay unidad de noción en la definición de la esencia pura? Ver en qué consiste la unidad de un objeto compuesto de partes, lo examinaremos más adelante309.

Hemos demostrado respecto de todos los seres en general lo que era la esencia pura, cómo existía en sí, y por qué en ciertos casos las partes del definido entraban en la definición de la esencia pura, mientras que no entraban en las demás. Ya hemos dicho también que las partes materiales del definido no entraban en la definición de la sustancia, porque las partes materiales no son partes de la sustancia y sí sólo de la sustancia total. Ésta tiene una definición y no la tiene, según el punto de vista. No se puede abrazar en la materia, la cual es lo indeterminado, pero se puede definir por la sustancia primera: la definición del alma, por ejemplo, es una definición del hombre. Porque la esencia es la forma intrínseca que mediante su concurso310 con la materia, constituye lo que se llama sustancia realizada. Tomemos por ejemplo lo romo. Su unión con la nariz es lo que constituye la nariz chata, y lo chato, porque la noción de nariz es común a estas dos expresiones, Pero en la sustancia realizada, en nariz chata, en Calias, hay a la vez esencia y materia.

Respecto a ciertos seres, respecto de las sustancias primeras, ya lo hemos dicho, hay identidad entre la esencia y la existencia individual. Y así hay identidad entre la curvatura y la forma sustancial de la curvatura, con tal que la curvatura sea primera; y entiendo por primero lo que no es atributo de otro ser, que no tiene sujeto, materia. Pero en todo lo que existe materialmente, o formando un todo con la materia, no puede haber identidad, ni aun identidad accidental, como la identidad de Sócrates y del músico, los cuales son idénticos entre sí accidentalmente.

 

 

- XII -

Discutamos ante todo los puntos relativos a la definición, que hemos pasado en silencio en los Analíticos311. La solución de la dificultad que no hemos hecho más que indicar, nos servirá para nuestras indagaciones concernientes a la sustancia. He aquí esta dificultad. ¿Por qué hay unidad en el ser definido, en el ser cuya noción es una definición? El hombre es un animal de dos pies. Admitamos que sea ésta la noción del hombre. ¿Por qué este ser es un solo ser, y no varios, animal y bípedo? Si se dice hombre y blanco hay pluralidad de objetos, cuando el uno no existe en el otro, pero hay unidad cuando el uno es atributo del otro, cuando el sujeto, el hombre, experimenta cierta modificación. En el último caso, los dos objetos se hacen uno solo, y se tiene el hombre blanco; en el primero, por lo contrario, los objetos no participan el uno del otro, porque el género no participa, al parecer, de las diferencias; de no ser así, la misma cosa participaría a la vez de los contrarios, siendo contrarios la una a la otra las diferencias que marcan las distinciones en el género. Si hubiera participación, el resultado sería el mismo. Hay pluralidad en las diferencias: animal, que anda, con dos pies, sin pluma. ¿Por qué hay en este caso unidad y no pluralidad? No es porque sean éstos los elementos del ser, porque en tal caso la unidad sería la reunión de todas las cosas312. Pero es preciso que todo lo que está en la definición sea realmente uno, porque la definición es una noción una, es la noción de la esencia. La definición debe ser la noción de un objeto uno, puesto que esencia significa, como hemos dicho, un ser determinado.

Por lo pronto tenemos que ocuparnos de las definiciones que se hacen para las divisiones del género. En la definición no hay más que el género primero y las diferencias. Los demás géneros no son más que el género primero y las diferencias reunidas al género primero. Y así el primer género es animal; el siguiente, animal de dos pies; y otro, animal de dos pies sin plumas. Lo mismo sucede si la proposición contiene un número mayor de términos; y en general poco importa que contenga un gran número de ellos o uno pequeño, o dos solamente. Cuando no hay más que dos términos, el uno es la diferencia, el otro el género; en animal de dos pies, animal es el género; la diferencia es el término. Sea, por lo tanto, que el género no exista absolutamente fuera de las especies del género, o bien que exista, pero exista sólo como materia (el sonido es, por ejemplo, género y materia, y de esta materia derivan las diferencias, las especies y los elementos), es evidente que la definición es la noción suministrada por las diferencias.

Aún hay más: es preciso marcar la diferencia en la diferencia; tomemos un ejemplo. Una diferencia en el género animal, es el animal que tiene pies. Es preciso conocer en seguida la diferencia del animal que tiene pies, en tanto que tiene pies. Por consiguiente unos que no se debe decir: entre los animales que tienen pies, hay unos que tienen plumas y otros que no las tienen; aunque esta proposición sea verdadera, no deberá emplearse este método, a no mediar la imposibilidad de dividir la diferencia. Se dirá, pues: unos tienen el pie dividido en dedos, otros no tienen el pie dividido en dedos, Estas son las diferencias del pie: la división del pie en dedos es una manera de ser del pie. Y es preciso proseguir de esta manera hasta que se llegue a objetos entre los que no haya diferencias. En este concepto, habrá tantas especies de pies como diferencias, y las especies de animales que tienen pies, serán iguales en número a las diferencias de pie. Ahora bien, si es así, es evidente que la última diferencia debe ser la esencia del objeto y la definición; porque en las definiciones no es preciso repetir muchas veces la misma cosa; esto sería inútil. Y, sin embargo, se hace cuando se dice: animal con pies, bípedo, ¿qué quiere decir esto, si no animal que tiene pies, que tiene dos pies? Y si se divide este último término en las divisiones que le son propias habrá muchas tautologías, tantas como diferencias.

Si se ha llegado a la diferencia de la diferencia, una sola, la última, es la forma, la esencia del objeto. Pero si es por el accidente por el que se distingue, como por ejemplo, si se dividiesen los animales que tienen pies en blancos y negros, entonces habría tantas esencias como divisiones.

Se ve, por tanto, que la definición es la noción suministrada por las diferencias, y que conviene que sea la de la última diferencia. Esto es lo que se demostraría claramente, si se invirtiesen los términos de las definiciones que contienen muchas diferencias, como si por ejemplo se dijese: el hombre es un animal de dos pies, que tiene pies. Que tiene pies es inútil, cuando se ha dicho: que tiene dos pies. Además, en la esencia no hay precedencia o categorías, porque, ¿cómo se puede concebir en ella la relación de prioridad y de posterioridad?

Tales son las primeras observaciones a hacer sobre las definiciones que se forman por la división del género.

 

 

- XIII -

Lo que nosotros tratamos de estudiar es la sustancia: volvamos, pues, a nuestro asunto. Sustancia se toma por el sujeto, por la esencia pura, por la reunión de ambos, por lo universal313. Dos de estas acepciones han sido examinadas: la esencia pura y el sujeto. Hemos dicho que el sujeto se entiende de dos maneras: hay el ser determinado, como el animal, sujeto de las modificaciones: y hay la materia, sujeto del acto. Al parecer el universal es también, y más que ningún otro, causa de ciertos seres, y el universal es un principio. Ocupémonos, pues, del universal.

Es imposible, en nuestra opinión, que ningún universal, cualquiera que él sea, sea una sustancia. Por lo pronto, la sustancia primera de un individuo es aquella que le es propia, que no es la sustancia de otro. El universal, por lo contrario, es común a muchos seres; porque lo que se llama universal es lo que se encuentra, por la naturaleza, en un gran número de seres. ¿De qué será el universal sustancia? Lo es de todos los individuos, o no lo es de ninguno; y que lo sea de todos no es posible. Pero si el universal fuese la sustancia de un individuo, todos los demás serían este individuo, porque la unidad de sustancia y la unidad de esencia constituyen la unidad del ser. Por otra parte, la sustancia es lo que no es atributo de un sujeto, pero el universal es siempre atributo de algún sujeto.

¿El universal no puede ser, por tanto, sustancia a título de forma determinada, el animal no puede ser la esencia del hombre y del caballo? Pero en este caso habrá una definición de lo universal. Ahora bien, que la definición encierre o no todas las nociones que están en la sustancia, no importa; el universal no por eso dejará de ser la sustancia de algo: hombre será la sustancia del hombre en quien él reside. De suerte que pararemos en la misma consecuencia que antes. En efecto, la sustancia será sustancia de un individuo; el animal lo será del individuo en que reside.

Es imposible, por otra parte, es absurdo que la esencia y la sustancia, si son un producto, no sean ni un producto de sustancia ni un producto de esencia, y que ellas procedan de la cualidad. Entonces lo que no es sustancia, la cualidad, tendría la prioridad sobre la sustancia y sobre la esencia, lo cual es imposible. No es posible que ni en el orden de las nociones, ni en el orden cronológico, ni en el de producción, las modificaciones sean anteriores a la sustancia; de otro modo serían susceptibles de tener una existencia independiente. Por otra parte, en Sócrates, en una sustancia existiría entonces otra sustancia, y Sócrates sería la sustancia de dos sustancias. La consecuencia en general es que si el individuo hombre es una sustancia, y todos los individuos como él, nada de lo que entra en la definición es sustancia de cosa alguna, ni existe separada de los individuos, ni en otra cosa que en los individuos; es decir, que, fuera de los animales particulares, no hay ningún otro, ni nada de lo que entra en la definición.

Es, por tanto, evidente, conforme a lo que precede, que nada de lo que se encuentra universalmente en los seres es una sustancia, y que ninguno de los atributos generales señala la existencia determinada, sino que designan el modo de la existencia. Sin esto, prescindiendo de otras muchas consecuencias, se cae en la del tercer hombre314.

Hay aún otra prueba. Es imposible que la sustancia sea un producto de sustancias contenidas en ella en acto. Dos seres en acto jamás se harán un solo ser en acto. Pero si los dos seres sólo existen en potencia, podrá haber unidad. En potencia, el doble, por ejemplo, se compone de dos mitades. El acto separa los seres. Por consiguiente, si hay unidad en sustancia, la sustancia no puede ser un producto de sustancias contenidas en ella, y de esta manera la expresión de que se sirve Demócrito está fundada en razón: es imposible, dice, que la unidad venga de dos, o dos de la unidad. En efecto, para Demócrito, las magnitudes individuales315 son las sustancias.

La misma consecuencia se aplica también al número, si el número es, como dicen algunos, una colección de mónadas. O la díada no es una unidad, o la mónada no existe en acto en la díada.

Sin embargo, estas consecuencias suscitan una dificultad. Si el universal no puede constituir ninguna sustancia, porque designa la manera de ser, y no la existencia determinada, y si ninguna sustancia puede componerse de sustancias en acto, en este caso toda sustancia debe ser simple. No podrá, por tanto, definirse ninguna sustancia. Sin embargo, todo el mundo cree, y nosotros lo hemos dicho más arriba, que sólo la sustancia, o al menos ella principalmente, tiene una definición. Y ahora resulta que ni ella la tiene. ¿Será que no es posible la definición de absolutamente nada? ¿O bien lo será en un sentido y en otro no? Éste es un punto que se aclarará más adelante.

 

 

- XIV -

Véanse claramente las consecuencias de lo que precede en el sistema de los que admiten las ideas como sustancias, y como si tuviesen una existencia independiente, y que constituyen al mismo tiempo la especie con el género y las diferencias. Si existen las ideas y si en el hombre y en el caballo está el animal, o el animal y sus especies son una sola y misma cosa numéricamente, o difieren. Es evidente que hay unidad de noción: para definir uno y otro término sería preciso enumerar los mismos caracteres. Luego si hay un hombre en sí que tenga una existencia determinada e independiente, necesariamente en este caso lo que le constituye, el animal y lo bípedo, tienen igualmente una existencia determinada, son independientes, son sustancias; y por consiguiente son el animal en sí. Supongamos que el animal en sí reside en el caballo, en el mismo concepto que tú estás en ti mismo316, ¿cómo será uno en seres que existen separadamente y por qué en este caso el animal de que hablamos no ha de estar separado de sí mismo?

Pero más aún: si el animal en sí participa del animal que sólo tiene dos pies y del que tiene un mayor número de ellos, resulta de aquí una cosa imposible. El mismo ser, un ser uno y determinado, reunirá a la vez los contrarios.

Pero sí no hay participación, ¿en qué concepto se dirá que el animal es un bípedo, que es un ser que anda? ¿Podrá quizá admitirse que hay composición, contacto, mezcla? Pero todas estas suposiciones son absurdas317. ¿Será diferente el animal en cada individuo? Habría en este caso una infinidad de seres, si puede decirse así, que tendrían lo animal por sustancia; porque el hombre no es un accidente de lo animal. Añádase que el animal en sí sería múltiple. Por una parte el animal es efectivamente en cada individuo sustancia; no es el atributo de otro ser, porque si no este ser sería el que constituiría el hombre, y sería su género. De otro lado, todas las cosas que constituyen el hombre son ideas. El animal no será, pues, la idea de una cosa, la sustancia de otra; esto es imposible; el animal en sí sería cada una de las cosas contenidas en los animales. Y, por otra parte, ¿qué animal en sí consistiría los animales, y cómo sería el mismo animal en sí? ¿Cómo es posible que el animal, cuya sustancia es el animal en sí, exista fuera del animal en sí?

Las mismas consecuencias aparecen con respecto a los seres sensibles, y más absurdas todavía. Si hay imposibilidad de mantener la suposición, es evidente que no hay idea de los objetos sensibles, en el sentido en que lo entienden algunos filósofos.

 

 

- XV -

El conjunto y la forma definida son sustancias diferentes la una de la otra. Entiendo por conjunto la sustancia que se compone mediante la reunión de la forma definida y de la materia; la otra sustancia es pura y simplemente la forma definida. Todo lo que es sustancia en concepto de conjunción está sujeto a la destrucción, porque hay producción de semejante sustancia318. Por lo que hace a la forma definida, no está sujeta a destrucción, porque no es producida: es producto, no la forma sustancial de la casa, sino tal casa particular. Las sustancias formales existen o no existen, independientemente de toda producción, de toda destrucción. Hemos demostrado que nadie las produce, que nadie las hace. Y por esta razón no cabe definición ni demostración de las sustancias. sensibles particulares. Estas sustancias tienen una materia, y es tal la naturaleza de la materia que puede ser o no ser; de donde se sigue que todas las sustancias sensibles particulares son sustancias perecederas. Ahora bien, la demostración se aplica a lo que es necesario319, y la definición pertenece a la ciencia; y así como es imposible que la ciencia sea tan pronto ciencia como ignorancia, y que lo que en este caso es tan sólo una opinión320, en igual forma no hay tampoco demostración ni definición, sino una opinión relativa a lo que es susceptible de ser de otra manera de como es. Las sustancias sensibles no deben evidentemente tener definición ni demostración. Los seres perecederos no se manifiestan al conocimiento cuando están fuera del alcance de los sentidos y, por lo tanto, aunque las nociones sustanciales se conserven en el alma, no puede haber definición ni demostración de estos seres. Así es que los que sirven de definiciones deben saber que siempre se puede suprimir la definición de un ser particular, no habiendo posibilidad de definir verdaderamente estos seres.

No para en esto: ninguna idea es susceptible de definición. La idea, tal como se entiende, es un ser particular, y es independiente. Ahora bien, la definición se compone necesariamente de palabras, y estas palabras no deben ser obra del que define, porque no tendrían significación conocida. Las expresiones de que se sirva deben ser inteligibles para todos. Sería preciso, además, que las que entrasen en la definición de la idea formaran parte de la definición de los demás seres. Si se tratare de definirte a ti, se diría: animal, flaco o blanco, o cualquiera otra palabra, la cual puede convenir a otro ser que a ti. Se pretenderá, sin duda, que nada obsta a que todas las expresiones convengan separadamente a un gran número de seres, y que al mismo tiempo sólo convengan a tal ser determinado. Pero por lo pronto animal bípedo es común a los dos seres, quiero decir, al animal y al bípedo. Esta observación se aplica necesariamente a los seres eternos. Son anteriores a todo, y son parte de los compuestos. Son, además, independientes; porque o ningún ser lo es o el hombre y el animal lo son ambos. Ahora bien, si ninguno lo fuese, no habría género fuera de las especies; y si el género es independiente, la diferencia lo es igualmente. Por otra parte, ella tiene la anterioridad de ser, y no hay reciprocidad de destrucción entre el género y la diferencia. Diremos, además, que si las ideas se componen de ideas, las más simples son las ideas componentes. Será preciso también que lo que constituye la idea, que el animal y lo bípedo, por ejemplo, se refieran a un gran número de seres. Sin esto, ¿cómo llegar a conocer? Resultaría una idea particular, que sería imposible aplicar a más de un individuo. Pues bien, en el sistema, por lo contrario, toda idea es susceptible de participación en los seres.

Conforme con lo que hemos dicho, no se ve que hay imposibilidad de definir los seres eternos, y sobre todo lo que son únicos, como el Sol y la Luna. Es un error añadir caracteres cuya supresión no impediría que hubiese aún Sol, como por ejemplo, los epítetos: que da vuelta a la Tierra, que se oculta durante la noche. Sin esto, si el Sol se detuviera o apareciera durante la noche, no habría ya Sol, y sería un absurdo que no lo hubiese, porque el Sol es una sustancia321. Además, estos caracteres pueden convertir a otros seres, y si otro ser los posee, este ser será el Sol, y habrá comunidad de definición322. Pero es cosa admitida que el Sol es un ser particular, como Cleón, como Sócrates. En fin, ¿en qué consiste que ninguno de los que admiten las ideas da una definición de ellas? Si intentasen hacerlo se vería claramente la verdad de lo dicho.

 

 

- XVI -

Es evidente que entre las cosas que parecen ser sustancias, la mayor parte de ellas sólo lo son en potencia, como las partes de los animales, ninguna de las cuales tiene una existencia independiente. Si están separadas de su sujeto, en este caso ya sólo existen en el estado de materia, y lo que con ellas, sucede con la tierra, el fuego y el aire; porque no hay unidad en los elementos; son como un montón de cosas antes de la cocción, antes de componer algo que sea uno. Podría creerse que las partes, sobre todo los seres animales, y las partes del alma, reúnen en cierta manera los dos caracteres, y que existen en acto y en potencia. Hay en las articulaciones principios de movimiento, principios producidos ciertamente por otro principio, pero que hacen que ciertos animales continúen viviendo aún después de ser divididos en partes. Sin embargo, no hay sustancia en potencia, sino cuando hay unidad y continuidad natural; cuando la unidad y la continuidad son resultado de la violencia o de una conexión arbitraria, entonces no es más que una multiplicación.

La unidad se toma en el mismo sentido que el ser323, y la sustancia de la unidad es una, y los seres, cuya sustancia es una en número, son numéricamente un solo ser. Se ve, puesto que así es, que ni la unidad ni el ser pueden ser sustancias de las cosas, como tampoco pueden serlo el elemento ni el principio, Cuando preguntamos: ¿cuál es el principio?, lo que queremos es referir el objeto en cuestión a un término más conocido. El ser y la unidad tienen más títulos a ser sustancia de las cosas que el principio, el elemento y la causa; y sin embargo no lo son. Lo que es común a los seres no es sustancia; la sustancia no existe en ningún otro ser que sí misma, y en el ser a que pertenece, del que es sustancia. Por otra parte, tampoco la unidad puede ser al mismo tiempo sustancia en muchos seres; pero lo que es común a todos los seres debe encontrarse al mismo tiempo en cada uno de ellos.

Es, pues, evidente que nada que sea universal tiene una existencia aislada de los seres particulares. Sin embargo, los que admiten las ideas tienen razón en un sentido, al darle una existencia independiente, puesto que son sustancias. Pero en otro no tienen razón al hacer de la idea una unidad en la pluralidad. La causa de su error es la imposibilidad en que están de decir cuál es la naturaleza de estas sustancias imperecederas, que están fuera de las particulares y sensibles. De esta manera hacen estas sustancias a imagen de las sustancias perecederas, de aquellas que nosotros conocemos: el hombre en sí, el caballo en sí; no hacen más que añadir al ser sensible la expresión: en sí324. Y sin embargo, aun cuando no viésemos los astros, no por eso dejaría de haber, creo, sustancias sensibles, eternas, fuera de las sustancias que nosotros conociésemos. Y así, aun cuando ignoráramos qué sustancias son eternas, deberían, sin embargo, existir algunas.

Hemos demostrado que nada de lo que se aplica a todos los seres es sustancia, y que no hay ninguna sustancia compuesta de sustancias.

 

 

- XVII -

¿Qué es la sustancia y en qué consiste? Vamos a decirlo. De esta manera haremos, por decirlo así, otro principio; porque saldrá probablemente de esta indagación alguna luz relativamente a esta sustancia, que existe separada de las sustancias sensibles.

La sustancia es un principio y una causa; de este punto de vista debemos partir. Preguntar el porqué es preguntar siempre por qué una cosa existe en otra. En efecto, si se indaga por qué el hombre músico es un hombre músico, o equivale a indagar lo que se acaba de expresar, es decir, por qué el hombre es músico, o bien se indaga otra cosa. Indagar por qué una cosa es una cosa es no indagar nada. Es preciso que el porqué de la cosa que se busca se manifieste realmente; es preciso por ejemplo, que se haya visto que la Luna está sujeta a eclipses. En los casos en que se pregunta por qué un ser es el mismo, por qué el hombre es hombre, o el músico músico, no cabe más que una respuesta a todas estas preguntas, no hay más que una razón que dar, a menos, sin embargo, de que no se responda: es porque cada uno de estos seres es indivisible en sí mismo, es decir, porque es uno; respuesta que se aplica igualmente a todas las preguntas de este género, y que las resuelve en pocas palabras. Pero se puede preguntar: ¿por qué el hombre es tan animal? En este caso, evidentemente no se trata de indagar por qué el ser que es un hombre es un hombre, y sí de indagar por qué un ser se encuentra en otro ser. Es preciso que se vea claro que se encuentra en él, pues de no ser así la indagación no tendría objeto. ¿Por qué truena?, porque se produce un ruido en las nubes. En este ejemplo lo que se busca es la existencia de una cosa en otra, lo mismo que cuando se pregunta: ¿por qué estas piedras y ladrillos son una casa?

Es, pues, evidente que lo que se busca es la causa. Pero la causa, desde el punto de vista de la definición, es la esencia. En ciertos casos la esencia es la razón de ser; como sucede probablemente respecto a la cama y a la casa; ella es el primer motor en otros porque también es una causa. Pero esta última causa sólo se encuentra en los hechos de producción y destrucción, mientras que la causa formal obra hasta en el hecho de la existencia.

La causa se nos oculta, sobre todo, cuando no se refieren los seres a otros: si no se ve por qué el hombre es hombre, es porque el ser no es referido a otra cosa, porque no se determina que es tales cosas o tal cosa. Pero esto es preciso decirlo, y decirlo claramente, antes de indagar la causa; porque si no sería a la vez buscar algo y no buscar nada. Puesto que es preciso que el ser por cuya causa se pregunta tenga una existencia cierta y que se refiera a otro ser, es evidente que lo que se busca es el porqué de los estados de la materia. Esto es una causa, ¿por qué?, porque se encuentra en ella tal carácter, que es su esencia. Por la misma causa, tal hombre, tal cuerpo es tal o cual cosa. Lo que se busca es la causa de la materia. Y esta causa es la forma que determina el ser, es la esencia. Se ve, que respecto de los seres simples no da lugar a pregunta ni respuesta sobre este punto, y que las preguntas que se refieren a estos seres son de otra naturaleza.

Lo que tiene una causa es compuesto, pero hay unidad en el todo; no es una especie de montón, sino que es uno como la sílaba. Pero la sílaba no es solamente las letras que la componen, no es lo mismo que A y B. La carne tampoco es el fuego y la tierra solamente. En la disolución, la carne, la sílaba, cesan de existir, mientras que las letras, el fuego y la tierra subsisten. La silaba es, por tanto, algo más que las letras; la vocal y la consonante son también otra cosa; y la carne no es sólo el fuego y la tierra, lo caliente y lo frío, sino que es también otra cosa325.

¿Se admitirá como una necesidad que esta otra cosa sea también o un elemento o un compuesto de elementos? Si es un elemento, repetiremos nuestro razonamiento de antes: lo que constituirá la carne será este elemento con el fuego y la tierra, y otra cosa además, y de esta manera se irá hasta el infinito. Si es un compuesto de elementos, evidentemente ya no se compone de uno solo, sino de muchos; de lo contrario, sería el elemento componiéndose a sí mismo. El mismo razonamiento que hacemos respecto de la carne se puede hacer en cuanto a la sílaba.

La causa en cuestión es, al parecer, algo que no es elemento, y que es causa de que aquello sea carne y esto una sílaba, y lo mismo en los demás casos. Ahora bien, esta causa es la sustancia de cada ser, porque ésta es la causa primera de la existencia. Pero entre las cosas las hay que no son sustancias; sólo son sustancias los seres que existen por sí mismos, y cuya naturaleza no está constituida por otra cosa que por ellos mismos. Por consiguiente, esta naturaleza que es en los seres, que es no un elemento sino un principio, es evidentemente una sustancia326. El elemento es aquello en que se divide un ser; es una materia intrínseca327. Los elementos de la sílaba son A y B.

 

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Culo :$

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Culo :$

Jajaja... que tierno, jaja. Pero es mejor que una forma poco creativa de trollear, ja. Gracias, man.

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si olle tiens correo yo si y tu eklmio es web_ofrito@hotmail.com thanx 4 the add grax man ahi te beo

Aquí falleció Markus Vidalfyre

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a perfect circle y tool son unos grupazos de la ostia, y el que diga que no, me come los huevos.

"A mi no me jodas... yo soy de OZ y ahi PODEMOS es primera fuerza politica"

 

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a perfect circle y tool son unos grupazos de la ostia, y el que diga que no, me come los huevos.

Bien dicho.

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Muerde almohada.

El joto al que le retacan culo mientras se encuentra boca abajo.

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   GROSERÍA: Gil.

   SIGNIFICADO: Joven o adulto (varón) que cree tener las cosas claras, pero nada hay más lejano a su realidad que esa apreciación, ya que a cada paso que da comete una equivocación.

   EJEMPLO DE EMPLEO: "Sos un gil."

   PAÍS: Argentina.

 

 

   GROSERÍA 2: Berretín.

   SIGNIFICADO: Joven habitante de una villa o barrio que se las da de "rocho" (chorro) pero poco sabe de la calle y sus peligros, joven que además no ha salido aún del lecho familiar.

   EJEMPLO DE EMPLEO: Corré...!!! Berretín!!!

  PAÍS: Argentina.

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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Mauro Alexis: persona con tendencias sexuales raras inclinadas a la felación de cadáveres, besugos, gandalfs o algunas especies de mamíferos.

Modo de empleo:

 

- La puta que te parió.

- Sos un mauro alexis.

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Por lo tanto:

¿Mauro Alexis = muerde almohada?

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Manifiesto del Partido Comunista

(1848)

Digitalizado para el Marx-Engels Internet Archive por José F. Polanco en 1998. Retranscrito para el Marxists Internet Archive por Juan R. Fajardo en 1999.

 

PRÓLOGOS DE MARX Y ENGELS A VARIAS
EDICIONES DEL MANIFIESTO

 

1
PRÓLOGO DE MARX Y ENGELS A LA
EDICIÓN ALEMANA DE 1872

 
 La Liga Comunista, una organización obrera internacional, que en las circunstancias de la época -huelga decirlo- sólo podía ser secreta, encargó a los abajo firmantes, en el congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, la redacción de un detallado programa teórico y práctico, destinado a la publicidad, que sirviese de programa del partido.  Así nació el Manifiesto, que se reproduce a continuación y cuyo original se remitió a Londres para ser impreso pocas semanas antes de estallar la revolución de febrero.  Publicado primeramente en alemán, ha sido reeditado doce veces por los menos en ese idioma en Alemania, Inglaterra y Norteamérica.  La edición inglesa no vio la luz hasta 1850, y se publicó en el Red Republican de Londres, traducido por miss Elena Macfarlane, y en 1871 se editaron en Norteamérica no menos de tres traducciones distintas. La versión francesa apareció por vez primera en París poco antes de la insurrección de junio de 1848; últimamente ha vuelto a publicarse en Le Socialiste de Nueva York, y se prepara una nueva traducción.  La versión polaca apareció en Londres poco después de la primera edición alemana.  La traducción rusa vio la luz en Ginebra en el año sesenta y tantos. Al danés se tradujo a poco de publicarse.

 Por mucho que durante los últimos veinticinco años hayan cambiado las circunstancias, los principios generales desarrollados en este Manifiesto siguen siendo substancialmente exactos. Sólo tendría que retocarse algún que otro detalle. Ya el propio Manifiesto advierte que la aplicación práctica de estos principios dependerá en todas partes y en todo tiempo de las circunstancias históricas existentes, razón por la que no se hace especial hincapié en las medidas revolucionarias propuestas al final del capítulo II. Si tuviésemos que formularlo hoy, este pasaje presentaría un tenor distinto en muchos respectos. Este programa ha quedado a trozos anticuado por efecto del inmenso desarrollo experimentado por la gran industria en los últimos veinticinco años, con los consiguientes progresos ocurridos en cuanto a la organización política de la clase obrera, y por el efecto de las experiencias prácticas de la revolución de febrero en primer término, y sobre todo de la Comuna de París, donde el proletariado, por vez primera, tuvo el Poder político en sus manos por espacio de dos meses. La comuna ha demostrado, principalmente, que “la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines”. (V. La guerra civil en Francia, alocución del Consejo general de la Asociación Obrera Internacional, edición alemana, pág. 51, donde se desarrolla ampliamente esta idea) . Huelga, asimismo, decir que la crítica de la literatura socialista presenta hoy lagunas, ya que sólo llega hasta 1847, y, finalmente, que las indicaciones que se hacen acerca de la actitud de los comunistas para con los diversos partidos de la oposición (capítulo IV), aunque sigan siendo exactas en sus líneas generales, están también anticuadas en lo que toca al detalle, por la sencilla razón de que la situación política ha cambiado radicalmente y el progreso histórico ha venido a eliminar del mundo a la mayoría de los partidos enumerados.

Sin embargo, el Manifiesto es un documento histórico, que nosotros no nos creemos ya autorizados a modificar.  Tal vez una edición posterior aparezca precedida de una introducción que abarque el período que va desde 1847 hasta los tiempos actuales; la presente reimpresión nos ha sorprendido sin dejarnos tiempo para eso.

Londres, 24 de junio de 1872.

K. MARX.  F. ENGELS.
 

 

2
PROLOGO DE ENGELS A LA EDICION
ALEMANA DE 1883


 

Desgraciadamente, al pie de este prólogo a la nueva edición del Manifiesto ya sólo aparecerá mi firma.  Marx, ese hombre a quien la clase obrera toda de Europa y América debe más que a hombre alguno, descansa en el cementerio de Highgate, y sobre su tumba crece ya la primera hierba.  Muerto él, sería doblemente absurdo pensar en revisar ni en ampliar el Manifiesto.  En cambio, me creo obligado, ahora más que nunca, a consignar aquí, una vez más, para que quede bien patente, la siguiente afirmación:

La idea central que inspira todo el Manifiesto, a saber: que el régimen económico de la producción y la estructuración social que de él se deriva necesariamente en cada época histórica constituye la base sobre la cual se asienta la historia política e intelectual de esa época, y que, por tanto, toda la historia de la sociedad -una vez disuelto el primitivo régimen de comunidad del suelo- es una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase explotada y oprimida -el proletariado- no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime -de la burguesía- sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación y las luchas de clases; esta idea cardinal fue fruto personal y exclusivo de Marx .

Y aunque ya no es la primera vez que lo hago constar, me ha parecido oportuno dejarlo estampado aquí, a la cabeza del Manifiesto.

Londres, 28 junio 1883.

F. ENGELS.
 
 

 
 

3
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN ALEMANA DE 1890


 

Ve la luz una nueva edición alemana del Manifiesto cuando han ocurrido desde la última diversos sucesos relacionados con este documento que merecen ser mencionados aquí.

En 1882 se publicó en Ginebra una segunda traducción rusa, de Vera Sasulich , precedida de un prologo de Marx y mío.  Desgraciadamente, se me ha extraviado el original alemán de este prólogo y no tengo más remedio que volver a traducirlo del ruso, con lo que el lector no saldrá ganando nada.  El prólogo dice así:

“La primera edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista, traducido por Bakunin, vio la luz poco después de 1860 en la imprenta del Kolokol.  En los tiempos que corrían, esta publicación no podía tener para Rusia, a lo sumo, más que un puro valor literario de curiosidad.  Hoy las cosas han cambiado.  El último capítulo del Manifiesto, titulado “Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición”, demuestra mejor que nada lo limitada que era la zona en que, al ver la luz por vez primera este documento (enero de 1848), tenía que actuar el movimiento proletario.  En esa zona faltaban, principalmente, dos países: Rusia y los Estados Unidos.  Era la época en que Rusia constituía la última reserva magna de la reacción europea y en que la emigración a los Estados Unidos absorbía las energías sobrantes del proletariado de Europa.  Ambos países proveían a Europa de primeras materias, a la par que le brindaban mercados para sus productos industriales.  Ambos venían a ser, pues, bajo uno u otro aspecto, pilares del orden social europeo.

Hoy las cosas han cambiado radicalmente.  La emigración europea sirvió precisamente para imprimir ese gigantesco desarrollo a la agricultura norteamericana, cuya concurrencia está minando los cimientos de la grande y la pequeña propiedad inmueble de Europa.  Además, ha permitido a los Estados Unidos entregarse a la explotación de sus copiosas fuentes industriales con tal energía y en proporciones tales, que dentro de poco echará por tierra el monopolio industrial de que hoy disfruta la Europa occidental.  Estas dos circunstancias repercuten a su vez revolucionariamente sobre la propia América.  La pequeña y mediana propiedad del granjero que trabaja su propia tierra sucumbe progresivamente ante la concurrencia de las grandes explotaciones, a la par que en las regiones industriales empieza a formarse un copioso proletariado y una fabulosa concentración de capitales.

Pasemos ahora a Rusia. Durante la sacudida revolucionaria de los años 48 y 49, los monarcas europeos, y no sólo los monarcas, sino también los burgueses, aterrados ante el empuje del proletariado, que empezaba a, cobrar por aquel entonces conciencia de su fuerza, cifraban en la intervención rusa todas sus esperanzas.  El zar fue proclamado cabeza de la reacción europea.  Hoy, este mismo zar se ve apresado en Gatchina como rehén de la revolución y Rusia forma la avanzada del movimiento revolucionario de Europa.

El Manifiesto Comunista se proponía por misión proclamar la desaparición inminente e inevitable de la propiedad burguesa en su estado actual.  Pero en Rusia nos encontramos con que, coincidiendo con el orden capitalista en febril desarrollo y la propiedad burguesa del suelo que empieza a formarse, más de la mitad de la tierra es propiedad común de los campesinos.

Ahora bien -nos preguntamos-, ¿puede este régimen comunal del concejo ruso, que es ya, sin duda, una degeneración del régimen de comunidad primitiva de la tierra, trocarse directamente en una forma más alta de comunismo del suelo, o tendrá que pasar necesariamente por el mismo proceso previo de descomposición que nos revela la historia del occidente de Europa?

La única contestación que, hoy por hoy, cabe dar a esa pregunta, es la siguiente: Si la revolución rusa es la señal para la revolución obrera de Occidente y ambas se completan formando una unidad, podría ocurrir que ese régimen comunal ruso fuese el punto de partida para la implantación de una nueva forma comunista de la tierra.
 

Londres, 21 enero 1882.”
 

Por aquellos mismos días, se publicó en Ginebra una nueva traducción polaca con este título: Manifest Kommunistyczny.

Asimismo, ha aparecido una nueva traducción danesa, en la “Socialdemokratisk Bibliothek, Köjbenhavn 1885”. Es de lamentar que esta traducción sea incompleta; el traductor se saltó, por lo visto, aquellos pasajes, importantes muchos de ellos, que le parecieron difíciles; además, la versión adolece de precipitaciones en una serie de lugares, y es una lástima, pues se ve que, con un poco más de cuidado, su autor habría realizado un trabajo excelente.

 En 1886 apareció en Le Socialiste de París una nueva traducción francesa, la mejor de cuantas han visto la luz hasta ahora .

 Sobre ella se hizo en el mismo año una versión española, publicada primero en El Socialista de Madrid y luego, en tirada aparte, con este título: Manifiesto del Partido Comunista, por Carlos Marx y F. Engels (Madrid, Administración de El Socialista, Hernán Cortés, 8).

 Como detalle curioso contaré que en 1887 fue ofrecido a un editor de Constantinopla el original de una traducción armenia; pero el buen editor no se atrevió a lanzar un folleto con el nombre de Marx a la cabeza y propuso al traductor publicarlo como obra original suya, a lo que éste se negó.

 Después de haberse reimpreso repetidas veces varias traducciones norteamericanas más o menos incorrectas, al fin, en 1888, apareció en Inglaterra la primera versión auténtica, hecha por mi amigo Samuel Moore y revisada por él y por mí antes de darla a las prensas. He aquí el título: Manifesto of the Communist Party, by Karl Marx and Frederick Engels. Authorised English Translation, edited and annotated by Frederíck Engels. 1888. London, William Reeves, 185 Flett St. E. C. Algunas de las notas de esta edición acompañan a la presente.

 El Manifiesto ha tenido sus vicisitudes. Calurosamente acogido a su aparición por la vanguardia, entonces poco numerosa, del socialismo científico -como lo demuestran las diversas traducciones mencionadas en el primer prólogo-, no tardó en pasar a segundo plano, arrinconado por la reacción que se inicia con la derrota de los obreros parisienses en junio de 1848 y anatematizado, por último, con el anatema de la justicia al ser condenados los comunistas por el tribunal de Colonia en noviembre de 1852.  Al abandonar la escena Pública, el movimiento obrero que la revolución de febrero había iniciado, queda también envuelto en la penumbra el Manifiesto.

Cuando la clase obrera europea volvió a sentirse lo bastante fuerte para lanzarse de nuevo al asalto contra las clases gobernantes, nació la Asociación Obrera Internacional.  El fin de esta organización era fundir todas las masas obreras militantes de Europa y América en un gran cuerpo de ejército.  Por eso, este movimiento no podía arrancar de los principios sentados en el Manifiesto.  No había más remedio que darle un programa que no cerrase el paso a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y españoles ni a los partidarios de Lassalle en Alemania . Este programa con las normas directivas para los estatutos de la Internacional, fue redactado por Marx con una maestría que hasta el propio Bakunin y los anarquistas hubieron de reconocer.  En cuanto al triunfo final de las tesis del Manifiesto, Marx ponía toda su confianza en el desarrollo intelectual de la clase obrera, fruto obligado de la acción conjunta y de la discusión.  Los sucesos y vicisitudes de la lucha contra el capital, y más aún las derrotas que las victorias, no podían menos de revelar al proletariado militante, en toda su desnudez, la insuficiencia de los remedios milagreros que venían empleando e infundir a sus cabezas una mayor claridad de visión para penetrar en las verdaderas condiciones que habían de presidir la emancipación obrera.  Marx no se equivocaba.  Cuando en 1874 se disolvió la Internacional, la clase obrera difería radicalmente de aquella con que se encontrara al fundarse en 1864.  En los países latinos, el proudhonianismo agonizaba, como en Alemania lo que había de específico en el partido de Lassalle, y hasta las mismas tradeuniones inglesas, conservadoras hasta la médula, cambiaban de espíritu, permitiendo al presidente de su congreso, celebrado en Swansea en 1887, decir en nombre suyo: “El socialismo continental ya no nos asusta”. Y en 1887 el socialismo continental se cifraba casi en los principios proclamados por el Manifiesto. La historia de este documento refleja, pues, hasta cierto punto, la historia moderna del movimiento obrero desde 1848. En la actualidad es indudablemente el documento más extendido e internacional de toda la literatura socialista del mundo, el programa que une a muchos millones de trabajadores de todos los países, desde Siberia hasta California.

 Y, sin embargo, cuando este Manifiesto vio la luz, no pudimos bautizarlo de Manifiesto socialista. En 1847, el concepto de “socialista” abarcaba dos categorías de personas. Unas eran las que abrazaban diversos sistemas utópicos, y entre ellas se destacaban los owenistas en Inglaterra, y en Francia los fourieristas, que poco a poco habían ido quedando reducidos a dos sectas agonizantes. En la otra formaban los charlatanes sociales de toda laya, los que aspiraban a remediar las injusticias de la sociedad con sus potingues mágicos y con toda serie de remiendos, sin tocar en lo más mínimo, claro está, al capital ni a la ganancia.  Gentes unas y otras ajenas al movimiento obrero, que iban a buscar apoyo para sus teorías a las clases “cultas”.  El sector obrero que, convencido de la insuficiencia y superficialidad de las meras conmociones políticas, reclamaba una radical transformación de la sociedad, se apellidaba comunista.  Era un comunismo toscamente delineado, instintivo, vago, pero lo bastante pujante para engendrar dos sistemas utópicos: el del “ícaro” Cabet en Francia y el de Weitling en Alemania.  En 1847, el “socialismo” designaba un movimiento burgués, el “comunismo” un movimiento obrero.  El socialismo era, a lo menos en el continente, una doctrina presentable en los salones; el comunismo, todo lo contrario.  Y como en nosotros era ya entonces firme la convicción de que “la emancipación de los trabajadores sólo podía ser obra de la propia clase obrera”, no podíamos dudar en la elección de título.  Más tarde no se nos pasó nunca por las mentes tampoco modificarlo.

“¡Proletarios de todos los países, uníos!” Cuando hace cuarenta y dos años lanzamos al mundo estas palabras, en vísperas de la primera revolución de París, en que el proletariado levantó ya sus propias reivindicaciones, fueron muy pocas las voces que contestaron.  Pero el 28 de septiembre de 1864, los representantes proletarios de la mayoría de los países del occidente de Europa se reunían para formar la Asociación Obrera Internacional, de tan glorioso recuerdo.  Y aunque la Internacional sólo tuviese nueve años de vida, el lazo perenne de unión entre los proletarios de todos los países sigue viviendo con más fuerza que nunca; así lo atestigua, con testimonio irrefutable, el día de hoy.  Hoy, primero de Mayo, el proletariado europeo y americano pasa revista por vez primera a sus contingentes puestos en pie de guerra como un ejército único, unido bajo una sola bandera y concentrado en un objetivo: la jornada normal de ocho horas, que ya proclamara la Internacional en el congreso de Ginebra en 1889, y que es menester elevar a ley.  El espectáculo del día de hoy abrirá los ojos a los capitalistas y a los grandes terratenientes de todos los países y les hará ver que la unión de los proletarios del mundo es ya un hecho.

¡Ya Marx no vive, para verlo, a mi lado!

Londres, 1 de mayo de 1890.

F. ENGELS.
 

 

4
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN POLACA DE 1892

La necesidad de reeditar la versión polaca del Manifiesto Comunista, requiere un comentario.

Ante todo, el Manifiesto ha resultado ser, como se proponía, un medio para poner de relieve el desarrollo de la gran industria en Europa. Cuando en un país, cualquiera que él sea, se desarrolla la gran industria brota al mismo tiempo entre los obreros industriales el deseo de explicarse sus relaciones como clase, como la clase de los que viven del trabajo, con la clase de los que viven de la propiedad.  En estas circunstancias, las ideas socialistas se extienden entre los trabajadores y crece la demanda del Manifiesto Comunista.  En este sentido, el número de ejemplares del Manifiesto que circulan en un idioma dado nos permite apreciar bastante aproximadamente no sólo las condiciones del movimiento obrero de clase en ese país, sino también el grado de desarrollo alcanzado en él por la gran industria.

La necesidad de hacer una nueva edición en lengua polaca acusa, por tanto, el continuo proceso de expansión de la industria en Polonia.  No puede caber duda acerca de la importancia de este proceso en el transcurso de los diez años que han mediado desde la aparición de la edición anterior.  Polonia se ha convertido en una región industrial en gran escala bajo la égida del Estado ruso.

Mientras que en la Rusia propiamente dicha la gran industria sólo se ha ido manifestando esporádicamente (en las costas del golfo de Finlandia, en las provincias centrales de Moscú y Vladimiro, a lo largo de las costas del mar Negro y del mar de Azov), la industria polaca se ha concentrado dentro de los confines de un área limitada, experimentando a la par las ventajas y los inconvenientes de su situación.  Estas ventajas no pasan inadvertidas para los fabricantes rusos; por eso alzan el grito pidiendo aranceles protectores contra las mercancías polacas, a despecho de su ardiente anhelo de rusificación de Polonia.  Los inconvenientes (que tocan por igual los industriales polacos y el Gobierno ruso) consisten en la rápida difusión de las ideas socialistas entre los obreros polacos y en una demanda sin precedente del Manifiesto Comunista.

El rápido desarrollo de la industria polaca (que deja atrás con mucho a la de Rusia) es una clara prueba de las energías vitales inextinguibles del pueblo polaco y una nueva garantía de su futuro renacimiento. La creación de una Polonia fuerte e independiente no interesa sólo al pueblo polaco, sino a todos y cada uno de nosotros.  Sólo podrá establecerse una estrecha colaboración entre los obreros todos de Europa si en cada país el pueblo es dueño dentro de su propia casa.  Las revoluciones de 1848 que, aunque reñidas bajo la bandera del proletariado, solamente llevaron a los obreros a la lucha para sacar las castañas del fuego a la burguesía, acabaron por imponer, tomando por instrumento a Napoleón y a Bismarck (a los enemigos de la revolución), la independencia de Italia, Alemania y Hungría.  En cambio, a Polonia, que en 1791 hizo por la causa revolucionaria más que estos tres países juntos, se la dejó sola cuando en 1863 tuvo que enfrentarse con el poder diez veces más fuerte de Rusia.

La nobleza polaca ha sido incapaz para mantener, y lo será también para restaurar, la independencia de Polonia. La burguesía va sintiéndose cada vez menos interesada en este asunto.  La independencia polaca sólo podrá ser conquistada por el proletariado joven, en cuyas manos está la realización de esa esperanza.  He ahí por qué los obreros del occidente de Europa no están menos interesados en la liberación de Polonia que los obreros polacos mismos.

Londres, 10 de febrero 1892.

    F. ENGELS

 

5
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN ITALIANA DE 1893

La publicación del Manifiesto del Partido Comunista coincidió (si puedo expresarme así), con el momento en que estallaban las revoluciones de Milán y de Berlín, dos revoluciones que eran el alzamiento de dos pueblos: uno enclavado en el corazón del continente europeo y el otro tendido en las costas del mar Mediterráneo.  Hasta ese momento, estos dos pueblos, desgarrados por luchas intestinas y guerras civiles, habían sido presa fácil de opresores extranjeros.  Y del mismo modo que Italia estaba sujeta al dominio del emperador de Austria, Alemania vivía, aunque esta sujeción fuese menos patente, bajo el yugo del zar de todas las Rusias.  La revolución del 18 de marzo emancipó a Italia y Alemania al mismo tiempo de este vergonzoso estado de cosas.  Si después, durante el período que va de 1848 a 1871, estas dos grandes naciones permitieron que la vieja situación fuese restaurada, haciendo hasta cierto punto de “traidores de sí mismas”, se debió (como dijo Marx) a que los mismos que habían inspirado la revolución de 1848 se convirtieron, a despecho suyo, en sus verdugos.

La revolución fue en todas partes obra de las clases trabajadoras: fueron los obreros quienes levantaron las barricadas y dieron sus vidas luchando por la causa.  Sin embargo, solamente los obreros de París, después de derribar el Gobierno, tenían la firme y decidida intención de derribar con él a todo el régimen burgués.  Pero, aunque abrigaban una conciencia muy clara del antagonismo irreductible que se alzaba entre su propia clase y la burguesía, el desarrollo económico del país y el desarrollo intelectual de las masas obreras francesas no habían alcanzado todavía el nivel necesario para que pudiese triunfar una revolución socialista.  Por eso, a la postre, los frutos de la revolución cayeron en el regazo de la clase capitalista.  En otros países, como en Italia, Austria y Alemania, los obreros se limitaron desde el primer momento de la revolución a ayudar a la burguesía a tomar el Poder.  En cada uno de estos países el gobierno de la burguesía sólo podía triunfar bajo la condición de la independencia nacional.  Así se explica que las revoluciones del año 1848 condujesen inevitablemente a la unificación de los pueblos dentro de las fronteras nacionales y a su emancipación del yugo extranjero, condiciones que, hasta allí, no habían disfrutado.  Estas condiciones son hoy realidad en Italia, en Alemania y en Hungría.  Y a estos países seguirá Polonia cuando la hora llegue.

Aunque las revoluciones de 1848 no tenían carácter socialista, prepararon, sin embargo, el terreno para el advenimiento de la revolución del socialismo. Gracias al poderoso impulso que estas revoluciones imprimieron a la gran producción en todos los países, la sociedad burguesa ha ido creando durante los últimos cuarenta y cinco años un vasto, unido y potente proletariado, engendrando con él (como dice el Manifiesto Comunista) a sus propios enterradores.  La unificación internacional del proletariado no hubiera sido posible, ni la colaboración sobria y deliberada de estos países en el logro de fines generales, si antes no hubiesen conquistado la unidad y la independencia nacionales, si hubiesen seguido manteniéndose dentro del aislamiento.

Intentemos representarnos, si podemos, el papel que hubieran hecho los obreros italianos, húngaros, alemanes, polacos y rusos luchando por su unión internacional bajo las condiciones políticas que prevalecían hacia el año 1848.

Las batallas reñidas en el 48 no fueron, pues, reñidas en balde. Ni han sido vividos tampoco en balde los cuarenta y cinco años que nos separan de la época revolucionaria.  Los frutos de aquellos días empiezan a madurar, y hago votos porque la publicación de esta traducción italiana del Manifiesto sea heraldo del triunfo del proletariado italiano, como la publicación del texto primitivo lo fue de la revolución internacional.

El Manifiesto rinde el debido homenaje a los servicios revolucionarios prestados en otro tiempo por el capitalismo.  Italia fue la primera nación que se convirtió en país capitalista.  El ocaso de la Edad Media feudal y la aurora de la época capitalista contemporánea vieron aparecer en escena una figura gigantesca. Dante fue al mismo tiempo el último poeta de la Edad Media y el primer poeta de la nueva era.  Hoy, como en 1300, se alza en el horizonte una nueva época. ¿Dará Italia al mundo otro Dante, capaz de cantar el nacimiento de la nueva era, de la era proletaria?

Londres, 1 de febrero de 1893.

     F. ENGELS

 
 


 
 

Manifiesto del Partido Comunista
Por
K. Marx & F. Engels


 

Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de comunismo.

De este hecho se desprenden dos consecuencias:

La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas.

La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido.

Con este fin se han congregado en Londres  los representantes comunistas de diferentes países y redactado el siguiente Manifiesto, que aparecerá en lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.
 
 

 

I
BURGUESES Y PROLETARIOS

Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de clases.

Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.

En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos , dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones.  En la Roma antigua son los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos; en la Edad Media, los señores feudales, los vasallos, los maestros y los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de esas clases todavía nos encontramos con nuevos matices y gradaciones.

La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase.  Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas.

Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase.  Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los “villanos” de las primeras ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los primeros elementos de la burguesía.

El descubrimiento de América, la circunnavegación de Africa abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesía.  El mercado de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición.

El régimen feudal o gremial de producción que seguía imperando no bastaba ya para cubrir las necesidades que abrían los nuevos mercados.  Vino a ocupar su puesto la manufactura.  Los maestros de los gremios se vieron desplazados por la clase media industrial, y la división del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la división del trabajo dentro de cada taller.

Pero los mercados seguían dilatándose, las necesidades seguían creciendo.  Ya no bastaba tampoco la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar el régimen industrial de producción.  La manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna, y la clase media industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria, jefes de grandes ejércitos industriales, a los burgueses modernos.

La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América.  El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra.  A su vez, estos, progresos redundaron considerablemente en provecho de la industria, y en la misma proporción en que se dilataban la industria, el comercio, la navegación, los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, crecían sus capitales, iba desplazando y esfumando a todas las clases heredadas de la Edad Media.

Vemos, pues, que la moderna burguesía es, como lo fueron en su tiempo las otras clases, producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de transformaciones radicales operadas en el régimen de cambio y de producción.

A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa de progreso político.  Clase oprimida bajo el mando de los señores feudales, la burguesía forma en la “comuna”  una asociación autónoma y armada para la defensa de sus intereses; en unos sitios se organiza en repúblicas municipales independientes; en otros forma el tercer estado tributario de las monarquías; en la época de la manufactura es el contrapeso de la nobleza dentro de la monarquía feudal o absoluta y el fundamento de las grandes monarquías en general, hasta que, por último, implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonía política y crea el moderno Estado representativo.  Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.

La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario.

Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas.  Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas.  Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar.  Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación.

La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia.

La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares .

La burguesía vino a demostrar que aquellos alardes de fuerza bruta que la reacción tanto admira en la Edad Media tenían su complemento cumplido en la haraganería más indolente.  Hasta que ella no lo reveló no supimos cuánto podía dar de sí el trabajo del hombre.  La burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho más grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas.

La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social.  Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente.  La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes.  Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces.  Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.

La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones.

La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas; por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo.  Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común.  Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal.

La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas.  Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza.

La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad.  Crea ciudades enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural.  Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete los pueblos bárbaros y semibárbaros a las naciones civilizadas, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

La burguesía va aglutinando cada vez más los medios de producción, la propiedad y los habitantes del país.  Aglomera la población, centraliza los medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad.  Este proceso tenía que conducir, por fuerza lógica, a un régimen de centralización política.  Territorios antes independientes, apenas aliados, con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos autónomos y líneas aduaneras propias, se asocian y refunden en una nación única, bajo un Gobierno, una ley, un interés nacional de clase y una sola línea aduanera.

En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?

Hemos visto que los medios de producción y de transporte sobre los cuales se desarrolló la burguesía brotaron en el seno de la sociedad feudal.  Cuando estos medios de transporte y de producción alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal producía y comerciaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el régimen feudal de la propiedad, no correspondían ya al estado progresivo de las fuerzas productivas.  Obstruían la producción en vez de fomentarla. Se habían convertido en otras tantas trabas para su desenvolvimiento.  Era menester hacerlas saltar, y saltaron.

Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitución política y social a ella adecuada, en la que se revelaba ya la hegemonía económica y política de la clase burguesa.

Pues bien: ante nuestros ojos se desarrolla hoy un espectáculo semejante.  Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró.  Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía.  Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes.  En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué?  Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio.  Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo.  Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía?  De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos.  Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.

Las armas con que la burguesía derribó al feudalismo se vuelven ahora contra ella.

Y la burguesía no sólo forja las armas que han de darle la muerte, sino que, además, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los proletarios.

En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollase también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta a incremento el capital.  El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje. Por eso, los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco más o menos, al mínimo de lo que necesita para vivir y para perpetuar su raza.  Y ya se sabe que el precio de una mercancía, y como una de tantas el trabajo , equivale a su coste de producción.  Cuanto más repelente es el trabajo, tanto más disminuye el salario pagado al obrero. Más aún: cuanto más aumentan la maquinaria y la división del trabajo, tanto más aumenta también éste, bien porque se alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento exigido, se acelere la marcha de las máquinas, etc.

La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del magnate capitalista.  Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares.  Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes.  No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menores son la habilidad y la fuerza que reclama el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo adquirido por la moderna industria, también es mayor la proporción en que el trabajo de la mujer y el niño desplaza al del hombre.  Socialmente, ya no rigen para la clase obrera esas diferencias de edad y de sexo.  Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del coste.

Y cuando ya la explotación del obrero por el fabricante ha dado su fruto y aquél recibe el salario, caen sobre él los otros representantes de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.

Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción.  Todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado.

El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse.  Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de su existencia.

Al principio son obreros aislados; luego, los de una fábrica; luego, los de todas una rama de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el burgués que personalmente los explota.  Sus ataques no van sólo contra el régimen burgués de producción, van también contra los propios instrumentos de la producción; los obreros, sublevados, destruyen las mercancías ajenas que les hacen la competencia, destrozan las máquinas, pegan fuego a las fábricas, pugnan por volver a la situación, ya enterrada, del obrero medieval.

En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavía fruto de su propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en movimiento -cosa que todavía logra- a todo el proletariado. En esta etapa, los proletarios no combaten contra sus enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los grandes señores de la tierra, los burgueses no industriales, los pequeños burgueses. La marcha de la historia está toda concentrada en manos de la burguesía, y cada triunfo así alcanzado es un triunfo de la clase burguesa.

Sin embargo, el desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas.  Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado.  La competencia, cada vez más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carácter, cada vez más señalado, de colisiones entre dos clases.  Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones.

Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera.  Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades.  Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases.  Y toda lucha de clases es una acción política.  Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, necesitaron siglos enteros para unirse con las demás; el proletariado moderno, gracias a los ferrocarriles, ha creado su unión en unos cuantos años.

Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros.  Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme, más pujante.  Y aprovechándose de las discordias que surgen en el seno de la burguesía, impone la sanción legal de sus intereses propios.  Así nace en Inglaterra la ley de la jornada de diez horas.

Las colisiones producidas entre las fuerzas de la antigua sociedad imprimen nuevos impulsos al proletariado. La burguesía lucha incesantemente: primero, contra la aristocracia; luego, contra aquellos sectores de la propia burguesía cuyos intereses chocan con los progresos de la industria, y siempre contra la burguesía de los demás países. Para librar estos combates no tiene más remedio que apelar al proletariado, reclamar su auxilio, arrastrándolo así a la palestra política. Y de este modo, le suministra elementos de fuerza, es decir, armas contra sí misma.

Además, como hemos visto, los progresos de la industria traen a las filas proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante, o a lo menos los colocan en las mismas condiciones de vida. Y estos elementos suministran al proletariado nuevas fuerzas.

Finalmente, en aquellos períodos en que la lucha de clases está a punto de decidirse, es tan violento y tan claro el proceso de desintegración de la clase gobernante latente en el seno de la sociedad antigua, que una pequeña parte de esa clase se desprende de ella y abraza la causa revolucionaria, pasándose a la clase que tiene en sus manos el porvenir.  Y así como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la burguesía se pasa al campo del proletariado; en este tránsito rompen la marcha los intelectuales burgueses, que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado.  Las demás perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar.

Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores.  Más todavía, reaccionarios, pues pretenden volver atrás la rueda de la historia.  Todo lo que tienen de revolucionario es lo que mira a su tránsito inminente al proletariado; con esa actitud no defienden sus intereses actuales, sino los futuros; se despojan de su posición propia para abrazar la del proletariado.

El proletariado andrajoso , esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de la vieja sociedad, se verá arrastrado en parte al movimiento por una revolución proletaria, si bien las condiciones todas de su vida lo hacen más propicio a dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios.

Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de vida del proletariado.  El proletario carece de bienes.  Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya nada de común con las relaciones familiares burguesas; la producción industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Alemania que en Norteamérica, borra en él todo carácter nacional.  Las leyes, la moral, la religión, son para él otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía.  Todas las clases que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su régimen de adquisición.  Los proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción aboliendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad.  Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demás.

Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría.  El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.  El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.

Por su forma, aunque no por su contenido, la campaña del proletariado contra la burguesía empieza siendo nacional.  Es lógico que el proletariado de cada país ajuste ante todo las cuentas con su propia burguesía.

Al esbozar, en líneas muy generales, las diferentes fases de desarrollo del proletariado, hemos seguido las incidencias de la guerra civil más o menos embozada que se plantea en el seno de la sociedad vigente hasta el momento en que esta guerra civil desencadena una revolución abierta y franca, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, echa las bases de su poder.

Hasta hoy, toda sociedad descansó, como hemos visto, en el antagonismo entre las clases oprimidas y las opresoras.  Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguiría, y con ella su esclavizamiento. El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burgués bajo el yugo del absolutismo feudal.  La situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase. El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la población y la riqueza.  He ahí una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a ésta por norma las condiciones de su vida como clase.  Es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella.  La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad.

La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado.  El trabajo asalariado Presupone, inevitablemente, la concurrencia de los obreros entre sí.  Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión revolucionaria por la organización.  Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores.  Su muerte y el triunfo del proletariado sin igualmente inevitables.
 

 

II
PROLETARIOS Y COMUNISTAS


 

¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general?

Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.

No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario.

Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.

Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.

El objetivo inmediato de los comunistas es idéntico al que persiguen los demás partidos proletarios en general: formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen de la burguesía, llevar al proletariado a la conquista del Poder.

Las proposiciones teóricas de los comunistas no descansan ni mucho menos en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la humanidad.  Son todas expresión generalizada de las condiciones materiales de una lucha de clases real y vívida, de un movimiento histórico que se está desarrollando a la vista de todos. La abolición del régimen vigente de la propiedad no es tampoco ninguna característica peculiar del comunismo.

Las condiciones que forman el régimen de la propiedad han estado sujetas siempre a cambios históricos, a alteraciones históricas constantes.

Así, por ejemplo, la Revolución francesa abolió la propiedad feudal para instaurar sobre sus ruinas la propiedad burguesa.

Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por otros.

Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula: abolición de la propiedad privada.

Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia.

¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os referís acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeño labriego, precedente histórico de la propiedad burguesa?  No, ésa no necesitamos destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo está haciendo a todas horas.

¿O queréis referimos a la moderna propiedad privada de la burguesía?

Decidnos: ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo de proletario, le rinde propiedad?  No, ni mucho menos.  Lo que rinde es capital, esa forma de propiedad que se nutre de la explotación del trabajo asalariado, que sólo puede crecer y multiplicarse a condición de engendrar nuevo trabajo asalariado para hacerlo también objeto de su explotación.  La propiedad, en la forma que hoy presenta, no admite salida a este antagonismo del capital y el trabajo asalariado. Detengámonos un momento a contemplar los dos términos de la antítesis.

Ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en el proceso de la producción.  El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aún cabría decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos los individuos de la sociedad.  El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social.

Los que, por tanto, aspiramos a convertir el capital en propiedad colectiva, común a todos los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en colectiva una riqueza personal. A lo único que aspiramos es a transformar el carácter colectivo de la propiedad, a despojarla de su carácter de clase.

Hablemos ahora del trabajo asalariado.

El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de víveres necesaria para sostener al obrero como tal obrero.  Todo lo que el obrero asalariado adquiere con su trabajo es, pues, lo que estrictamente necesita para seguir viviendo y trabajando.  Nosotros no aspiramos en modo alguno a destruir este régimen de apropiación personal de los productos de un trabajo encaminado a crear medios de vida: régimen de apropiación que no deja, como vemos, el menor margen de rendimiento líquido y, con él, la posibilidad de ejercer influencia sobre los demás hombres.  A lo que aspiramos es a destruir el carácter oprobioso de este régimen de apropiación en que el obrero sólo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante aconseja que viva.

En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado.  En la sociedad comunista, el trabajo acumulado será, por el contrario, un simple medio para dilatar, fomentar y enriquecer la vida del obrero.

En la sociedad burguesa es, pues, el pasado el que impera sobre el presente; en la comunista, imperará el presente sobre el pasado.  En la sociedad burguesa se reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece de iniciativa y personalidad.

¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la personalidad y la libertad!  Y, sin embargo, tiene razón.  Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa.

Por libertad se entiende, dentro del régimen burgués de la producción, el librecambio, la libertad de comprar y vender.

Desaparecido el tráfico, desaparecerá también, forzosamente el libre tráfico. La apología del libre tráfico, como en general todos los ditirambos a la libertad que entona nuestra burguesía, sólo tienen sentido y razón de ser en cuanto significan la emancipación de las trabas y la servidumbre de la Edad Media, pero palidecen ante la abolición comunista del tráfico, de las condiciones burguesas de producción y de la propia burguesía.

Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve décimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas nueve décimas partes! ¿Qué es, pues, lo que en rigor nos reprocháis?  Querer destruir un régimen de propiedad que tiene por necesaria condición el despojo de la inmensa mayoría de la sociedad.

Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad.  Pues sí, a eso es a lo que aspiramos.

Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda convertirse ya en capital, en dinero, en renta, en un poder social monopolizable; desde el momento en que la propiedad personal no pueda ya trocarse en propiedad burguesa, la persona no existe.

Con eso confesáis que para vosotros no hay más persona que el burgués, el capitalista. Pues bien, la personalidad así concebida es la que nosotros aspiramos a destruir.

El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno.

Se arguye que, abolida la propiedad privada, cesará toda actividad y reinará la indolencia universal.

Si esto fuese verdad, ya hace mucho tiempo que se habría estrellado contra el escollo de la holganza una sociedad como la burguesa, en que los que trabajan no adquieren y los que adquieren, no trabajan.  Vuestra objeción viene a reducirse, en fin de cuentas, a una verdad que no necesita de demostración, y es que, al desaparecer el capital, desaparecerá también el trabajo asalariado.

Las objeciones formuladas contra el régimen comunista de apropiación y producción material, se hacen extensivas a la producción y apropiación de los productos espirituales.  Y así como el destruir la propiedad de clases equivale, para el burgués, a destruir la producción, el destruir la cultura de clase es para él sinónimo de destruir la cultura en general.

Esa cultura cuya pérdida tanto deplora, es la que convierte en una máquina a la inmensa mayoría de la sociedad.

Al discutir con nosotros y criticar la abolición de la propiedad burguesa partiendo de vuestras ideas burguesas de libertad, cultura, derecho, etc., no os dais cuenta de que esas mismas ideas son otros tantos productos del régimen burgués de propiedad y de producción, del mismo modo que vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase elevada a ley: una voluntad que tiene su contenido y encarnación en las condiciones materiales de vida de vuestra clase.

Compartís con todas las clases dominantes que han existido y perecieron la idea interesada de que vuestro régimen de producción y de propiedad, obra de condiciones históricas que desaparecen en el transcurso de la producción, descansa sobre leyes naturales eternas y sobre los dictados de la razón.  Os explicáis que haya perecido la propiedad antigua, os explicáis que pereciera la propiedad feudal; lo que no os podéis explicar es que perezca la propiedad burguesa, vuestra propiedad.

¡Abolición de la familia!  Al hablar de estas intenciones satánicas de los comunistas, hasta los más radicales gritan escándalo.

Pero veamos: ¿en qué se funda la familia actual, la familia burguesa?  En el capital, en el lucro privado.  Sólo la burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y esta familia encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de los proletarios y en la pública prostitución.

Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base.

¿Nos reprocháis acaso que aspiremos a abolir la explotación de los hijos por sus padres?  Sí, es cierto, a eso aspiramos.

Pero es, decís, que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la educación doméstica por la social.

¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos directa en ella de la sociedad a través de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisión de la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar el carácter que hoy tiene y sustraer la educación a la influencia de la clase dominante.

Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples mercancías y meros instrumentos de trabajo.

¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesía entera, pretendéis colectivizar a las mujeres!

El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer.

No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción.

Nada más ridículo, por otra parte, que esos alardes de indignación, henchida de alta moral de nuestros burgueses, al hablar de la tan cacareada colectivización de las mujeres por el comunismo.  No; los comunistas no tienen que molestarse en implantar lo que ha existido siempre o casi siempre en la sociedad.

Nuestros burgueses, no bastándoles, por lo visto, con tener a su disposición a las mujeres y a los hijos de sus proletarios -¡y no hablemos de la prostitución oficial!-, sienten una grandísima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres.

En realidad, el matrimonio burgués es ya la comunidad de las esposas.  A lo sumo, podría reprocharse a los comunistas el pretender sustituir este hipócrita y recatado régimen colectivo de hoy por una colectivización oficial, franca y abierta, de la mujer.  Por lo demás, fácil es comprender que, al abolirse el régimen actual de producción, desaparecerá con él el sistema de comunidad de la mujer que engendra, y que se refugia en la prostitución, en la oficial y en la encubierta.

A los comunistas se nos reprocha también que queramos abolir la patria, la nacionalidad.

Los trabajadores no tienen patria.  Mal se les puede quitar lo que no tienen.  No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía.

Ya el propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos nacionales.

El triunfo del proletariado acabará de hacerlos desaparecer.  La acción conjunta de los proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de las condiciones primordiales de su emancipación.  En la medida y a la par que vaya desapareciendo la explotación de unos individuos por otros, desaparecerá también la explotación de unas naciones por otras.

Con el antagonismo de las clases en el seno de cada nación, se borrará la hostilidad de las naciones entre sí.

No queremos entrar a analizar las acusaciones que se hacen contra el comunismo desde el punto de vista religioso-filosófico e ideológico en general.

No hace falta ser un lince para ver que, al cambiar las condiciones de vida, las relaciones sociales, la existencia social del hombre, cambian también sus ideas, sus opiniones y sus conceptos, su conciencia, en una palabra.

La historia de las ideas es una prueba palmaria de cómo cambia y se transforma la producción espiritual con la material.  Las ideas imperantes en una época han sido siempre las ideas propias de la clase imperante .

Se habla de ideas que revolucionan a toda una sociedad; con ello, no se hace más que dar expresión a un hecho, y es que en el seno de la sociedad antigua han germinado ya los elementos para la nueva, y a la par que se esfuman o derrumban las antiguas condiciones de vida, se derrumban y esfuman las ideas antiguas.

Cuando el mundo antiguo estaba a punto de desaparecer, las religiones antiguas fueron vencidas y suplantadas por el cristianismo.  En el siglo XVIII, cuando las ideas cristianas sucumbían ante el racionalismo, la sociedad feudal pugnaba desesperadamente, haciendo un último esfuerzo, con la burguesía, entonces revolucionaria.  Las ideas de libertad de conciencia y de libertad religiosa no hicieron más que proclamar el triunfo de la libre concurrencia en el mundo ideológico.

Se nos dirá que las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., aunque sufran alteraciones a lo largo de la historia, llevan siempre un fondo de perennidad, y que por debajo de esos cambios siempre ha habido una religión, una moral, una filosofía, una política, un derecho.

Además, se seguirá arguyendo, existen verdades eternas, como la libertad, la justicia, etc., comunes a todas las sociedades y a todas las etapas de progreso de la sociedad. Pues bien, el comunismo -continúa el argumento- viene a destruir estas verdades eternas, la moral, la religión, y no a sustituirlas por otras nuevas; viene a interrumpir violentamente todo el desarrollo histórico anterior.

Veamos a qué queda reducida esta acusación.

Hasta hoy, toda la historia de la sociedad ha sido una constante sucesión de antagonismos de clases, que revisten diversas modalidades, según las épocas.

Mas, cualquiera que sea la forma que en cada caso adopte, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todas las épocas del pasado.  Nada tiene, pues, de extraño que la conciencia social de todas las épocas se atenga, a despecho de toda la variedad y de todas las divergencias, a ciertas formas comunes, formas de conciencia hasta que el antagonismo de clases que las informa no desaparezca radicalmente.

La revolución comunista viene a romper de la manera más radical con el régimen tradicional de la propiedad; nada tiene, pues, de extraño que se vea obligada a romper, en su desarrollo, de la manera también más radical, con las ideas tradicionales.

Pero no queremos detenernos por más tiempo en los reproches de la burguesía contra el comunismo.

Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia .

El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas.

Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindiese como medio para transformar todo el régimen de producción vigente.

Estas medidas no podrán ser las mismas, naturalmente, en todos los países.

Para los más progresivos mencionaremos unas cuantas, susceptibles, sin duda, de ser aplicadas con carácter más o menos general, según los casos .

1.a Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos.

2.a Fuerte impuesto progresivo.

3.a Abolición del derecho de herencia.

4.a Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes.

5.a Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio.

6.a Nacionalización de los transportes.

7.a Multiplicación de las fábricas nacionales y de los medios de producción, roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo.

8.a Proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo.

9.a Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad.

10.a Educación pública y gratuita de todos los niños. Prohibición del trabajo infantil en las fábricas bajo su forma actual.  Régimen combinado de la educación con la producción material, etc.

Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.

Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.

 

III
LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA


 

1. El socialismo reaccionario
 

a) El socialismo feudal

La aristocracia francesa e inglesa, que no se resignaba a abandonar su puesto histórico, se dedicó, cuando ya no pudo hacer otra cosa, a escribir libelos contra la moderna sociedad burguesa.  En la revolución francesa de julio de 1830, en el movimiento reformista inglés, volvió a sucumbir, arrollada por el odiado intruso.  Y no pudiendo dar ya ninguna batalla política seria, no le quedaba más arma que la pluma.  Mas también en la palestra literaria habían cambiado los tiempos; ya no era posible seguir empleando el lenguaje de la época de la Restauración.  Para ganarse simpatías, la aristocracia hubo de olvidar aparentemente sus intereses y acusar a la burguesía, sin tener presente más interés que el de la clase obrera explotada.  De este modo, se daba el gusto de provocar a su adversario y vencedor con amenazas y de musitarle al oído profecías más o menos catastróficas.

Nació así, el socialismo feudal, una mezcla de lamento, eco del pasado y rumor sordo del porvenir; un socialismo que de vez en cuando asestaba a la burguesía un golpe en medio del corazón con sus juicios sardónicos y acerados, pero que casi siempre movía a risa por su total incapacidad para comprender la marcha de la historia moderna.

Con el fin de atraer hacia sí al pueblo, tremolaba el saco del mendigo proletario por bandera.  Pero cuantas veces lo seguía, el pueblo veía brillar en las espaldas de los caudillos las viejas armas feudales y se dispersaba con una risotada nada contenida y bastante irrespetuosa.

Una parte de los legitimistas franceses y la joven Inglaterra, fueron los más perfectos organizadores de este espectáculo.

Esos señores feudales, que tanto insisten en demostrar que sus modos de explotación no se parecían en nada a los de la burguesía, se olvidan de una cosa, y es de que las circunstancias y condiciones en que ellos llevaban a cabo su explotación han desaparecido. Y, al enorgullecerse de que bajo su régimen no existía el moderno proletariado, no advierten que esta burguesía moderna que tanto abominan, es un producto históricamente necesario de su orden social.

Por lo demás, no se molestan gran cosa en encubrir el sello reaccionario de sus doctrinas, y así se explica que su más rabiosa acusación contra la burguesía sea precisamente el crear y fomentar bajo su régimen una clase que está llamada a derruir todo el orden social heredado.

Lo que más reprochan a la burguesía no es el engendrar un proletariado, sino el engendrar un proletariado revolucionario.

Por eso, en la práctica están siempre dispuestos a tomar parte en todas las violencias y represiones contra la clase obrera, y en la prosaica realidad se resignan, pese a todas las retóricas ampulosas, a recolectar también los huevos de oro y a trocar la nobleza, el amor y el honor caballerescos por el vil tráfico en lana, remolacha y aguardiente.

Como los curas van siempre del brazo de los señores feudales, no es extraño que con este socialismo feudal venga a confluir el socialismo clerical.

Nada más fácil que dar al ascetismo cristiano un barniz socialista. ¿No combatió también el cristianismo contra la propiedad privada, contra el matrimonio, contra el Estado? ¿No predicó frente a las instituciones la caridad y la limosna, el celibato y el castigo de la carne, la vida monástica y la Iglesia?  El socialismo cristiano es el hisopazo con que el clérigo bendice el despecho del aristócrata.

b) El socialismo pequeñoburgués

La aristocracia feudal no es la única clase derrocada por la burguesía, la única clase cuyas condiciones de vida ha venido a oprimir y matar la sociedad burguesa moderna.  Los villanos medievales y los pequeños labriegos fueron los precursores de la moderna burguesía.  Y en los países en que la industria y el comercio no han alcanzado un nivel suficiente de desarrollo, esta clase sigue vegetando al lado de la burguesía ascensional.

En aquellos otros países en que la civilización moderna alcanza un cierto grado de progreso, ha venido a formarse una nueva clase pequeñoburguesa que flota entre la burguesía y el proletariado y que, si bien gira constantemente en torno a la sociedad burguesa como satélite suyo, no hace más que brindar nuevos elementos al proletariado, precipitados a éste por la concurrencia; al desarrollarse la gran industria llega un momento en que esta parte de la sociedad moderna pierde su substantividad y se ve suplantada en el comercio, en la manufactura, en la agricultura por los capataces y los domésticos.

En países como Francia, en que la clase labradora representa mucho más de la mitad de la población, era natural que ciertos escritores, al abrazar la causa del proletariado contra la burguesía, tomasen por norma, para criticar el régimen burgués, los intereses de los pequeños burgueses y los campesinos, simpatizando por la causa obrera con el ideario de la pequeña burguesía.  Así nació el socialismo pequeñoburgués. Su representante más caracterizado, lo mismo en Francia que en Inglaterra, es Sismondi.

Este socialismo ha analizado con una gran agudeza las contradicciones del moderno régimen de producción. Ha desenmascarado las argucias hipócritas con que pretenden justificarlas los economistas. Ha puesto de relieve de modo irrefutable, los efectos aniquiladores del maquinismo y la división del trabajo, la concentración de los capitales y la propiedad inmueble, la superproducción, las crisis, la inevitable desaparición de los pequeños burgueses y labriegos, la miseria del proletariado, la anarquía reinante en la producción, las desigualdades irritantes que claman en la distribución de la riqueza, la aniquiladora guerra industrial de unas naciones contra otras, la disolución de las costumbres antiguas, de la familia tradicional, de las viejas nacionalidades.

Pero en lo que atañe ya a sus fórmulas positivas, este socialismo no tiene más aspiración que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos el régimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando no pretende volver a encajar por la fuerza los modernos medios de producción y de cambio dentro del marco del régimen de propiedad que hicieron y forzosamente tenían que hacer saltar.  En uno y otro caso peca, a la par, de reaccionario y de utópico.

En la manufactura, la restauración de los viejos gremios, y en el campo, la implantación de un régimen patriarcal: he ahí sus dos magnas aspiraciones.

Hoy, esta corriente socialista ha venido a caer en una cobarde modorra.
 

c) El socialismo alemán o "verdadero" socialismo

La literatura socialista y comunista de Francia, nacida bajo la presión de una burguesía gobernante y expresión literaria de la lucha librada contra su avasallamiento, fue importada en Alemania en el mismo instante en que la burguesía empezaba a sacudir el yugo del absolutismo feudal.

Los filósofos, pseudofilósofos y grandes ingenios del país se asimilaron codiciosamente aquella literatura, pero olvidando que con las doctrinas no habían pasado la frontera también las condiciones sociales a que respondían.  Al enfrentarse con la situación alemana, la literatura socialista francesa perdió toda su importancia práctica directa, para asumir una fisonomía puramente literaria y convertirse en una ociosa especulación acerca del espíritu humano y de sus proyecciones sobre la realidad.  Y así, mientras que los postulados de la primera revolución francesa eran, para los filósofos alemanes del siglo XVIII, los postulados de la “razón práctica” en general, las aspiraciones de la burguesía francesa revolucionaria representaban a sus ojos las leyes de la voluntad pura, de la voluntad ideal, de una voluntad verdaderamente humana.

La única preocupación de los literatos alemanes era armonizar las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, por mejor decir, asimilarse desde su punto de vista filosófico aquellas ideas.

Esta asimilación se llevó a cabo por el mismo procedimiento con que se asimila uno una lengua extranjera: traduciéndola.

Todo el mundo sabe que los monjes medievales se dedicaban a recamar los manuscritos que atesoraban las obras clásicas del paganismo con todo género de insubstanciales historias de santos de la Iglesia católica. Los literatos alemanes procedieron con la literatura francesa profana de un modo inverso.  Lo que hicieron fue empalmar sus absurdos filosóficos a los originales franceses. Y así, donde el original desarrollaba la crítica del dinero, ellos pusieron: “expropiación del ser humano”; donde se criticaba el Estado burgués: “abolición del imperio de lo general abstracto”, y así por el estilo.

Esta interpelación de locuciones y galimatías filosóficos en las doctrinas francesas, fue bautizada con los nombres de “filosofía del hecho” , “verdadero socialismo”, “ciencia alemana del socialismo”, “fundamentación filosófica del socialismo”, y otros semejantes.

De este modo, la literatura socialista y comunista francesa perdía toda su virilidad.  Y como, en manos de los alemanes, no expresaba ya la lucha de una clase contra otra clase, el profesor germano se hacía la ilusión de haber superado el “parcialismo francés”; a falta de verdaderas necesidades pregonaba la de la verdad, y a falta de los intereses del proletariado mantenía los intereses del ser humano, del hombre en general, de ese hombre que no reconoce clases, que ha dejado de vivir en la realidad para transportarse al cielo vaporoso de la fantasía filosófica.

Sin embargo, este socialismo alemán, que tomaba tan en serio sus desmayados ejercicios escolares y que tanto y tan solemnemente trompeteaba, fue perdiendo poco a poco su pedantesca inocencia.

En la lucha de la burguesía alemana, y principalmente, de la prusiana, contra el régimen feudal y la monarquía absoluta, el movimiento liberal fue tomando un cariz más serio.

Esto deparaba al “verdadero” socialismo la ocasión apetecida para oponer al movimiento político las reivindicaciones socialistas, para fulminar los consabidos anatemas contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la libre concurrencia burguesa, contra la libertad de Prensa, la libertad, la igualdad y el derecho burgueses, predicando ante la masa del pueblo que con este movimiento burgués no saldría ganando nada y sí perdiendo mucho.  El socialismo alemán se cuidaba de olvidar oportunamente que la crítica francesa, de la que no era más que un eco sin vida, presuponía la existencia de la sociedad burguesa moderna, con sus peculiares condiciones materiales de vida y su organización política adecuada, supuestos previos ambos en torno a los cuales giraba precisamente la lucha en Alemania.

Este “verdadero” socialismo les venía al dedillo a los gobiernos absolutos alemanes, con toda su cohorte de clérigos, maestros de escuela, hidalgüelos raídos y cagatintas, pues les servía de espantapájaros contra la amenazadora burguesía.  Era una especie de melifluo complemento a los feroces latigazos y a las balas de fusil con que esos gobiernos recibían los levantamientos obreros.

Pero el “verdadero” socialismo, además de ser, como vemos, un arma en manos de los gobiernos contra la burguesía alemana, encarnaba de una manera directa un interés reaccionario, el interés de la baja burguesía del país.  La pequeña burguesía, heredada del siglo XVI y que desde entonces no había cesado de aflorar bajo diversas formas y modalidades, constituye en Alemania la verdadera base social del orden vigente.

Conservar esta clase es conservar el orden social imperante. Del predominio industrial y político de la burguesía teme la ruina segura, tanto por la concentración de capitales que ello significa, como porque entraña la formación de un proletariado revolucionario. El “verdadero” socialismo venía a cortar de un tijeretazo -así se lo imaginaba ella- las dos alas de este peligro.  Por eso, se extendió por todo el país como una verdadera epidemia.

El ropaje ampuloso en que los socialistas alemanes envolvían el puñado de huesos de sus “verdades eternas”, un ropaje tejido con hebras especulativas, bordado con las flores retóricas de su ingenio, empapado de nieblas melancólicas y románticas, hacía todavía más gustosa la mercancía para ese público.

Por su parte, el socialismo alemán comprendía más claramente cada vez que su misión era la de ser el alto representante y abanderado de esa baja burguesía.

Proclamó a la nación alemana como nación modelo y al súbdito alemán como el tipo ejemplar de hombre. Dio a todos sus servilismos y vilezas un hondo y oculto sentido socialista, tornándolos en lo contrario de lo que en realidad eran. Y al alzarse curiosamente contra las tendencias “barbaras y destructivas” del comunismo, subrayando como contraste la imparcialidad sublime de sus propias doctrinas, ajenas a toda lucha de clases, no hacía más que sacar la última consecuencia lógica de su sistema.  Toda la pretendida literatura socialista y comunista que circula por Alemania, con poquísimas excepciones, profesa estas doctrinas repugnantes y castradas .
 

2. El socialismo burgués o conservador

Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa.

Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya.

Pero, además, de este socialismo burgués han salido verdaderos sistemas doctrinales.  Sirva de ejemplo la Filosofía de la miseria de Proudhon.

Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran.  Su ideal es la sociedad existente, depurada de los elementos que la corroen y revolucionan: la burguesía sin el proletariado.  Es natural que la burguesía se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles.  El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se forma.

Una segunda modalidad, aunque menos sistemática bastante más práctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida.  Claro está que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las “condiciones materiales de vida” la abolición del régimen burgués de producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo -en el mejor de los casos- para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el presupuesto.

Este socialismo burgués a que nos referimos, sólo encuentra expresión adecuada allí donde se convierte en mera figura retórica.

¡Pedimos el librecambio en interés de la clase obrera! ¡En interés de la clase obrera pedimos aranceles protectores! ¡Pedimos prisiones celulares en interés de la clase trabajadora!  Hemos dado, por fin, con la suprema y única seria aspiración del socialismo burgués.

Todo el socialismo de la burguesía se reduce, en efecto, a una tesis y es que los burgueses lo son y deben seguir siéndolo... en interés de la clase trabajadora.
 

3. El socialismo y el comunismo crítico-utópico

No queremos referirnos aquí a las doctrinas que en todas las grandes revoluciones modernas abrazan las aspiraciones del proletariado (obras de Babeuf, etc.).

Las primeras tentativas del proletariado para ahondar directamente en sus intereses de clase, en momentos de conmoción general, en el período de derrumbamiento de la sociedad feudal, tenían que tropezar necesariamente con la falta de desarrollo del propio proletariado, de una parte, y de otra con la ausencia de las condiciones materiales indispensables para su emancipación, que habían de ser el fruto de la época burguesa.  La literatura revolucionaria que guía estos primeros pasos vacilantes del proletariado es, y necesariamente tenía que serlo, juzgada por su contenido, reaccionaria.  Estas doctrinas profesan un ascetismo universal y un torpe y vago igualitarismo.

Los verdaderos sistemas socialistas y comunistas, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., brotan en la primera fase embrionaria de las luchas entre el proletariado y la burguesía, tal como más arriba la dejamos esbozada. (V. el capítulo “Burgueses y proletarios”).

Cierto es que los autores de estos sistemas penetran ya en el antagonismo de las clases y en la acción de los elementos disolventes que germinan en el seno de la propia sociedad gobernante.  Pero no aciertan todavía a ver en el proletariado una acción histórica independiente, un movimiento político propio y peculiar.

Y como el antagonismo de clase se desarrolla siempre a la par con la industria, se encuentran con que les faltan las condiciones materiales para la emancipación del proletariado, y es en vano que se debatan por crearlas mediante una ciencia social y a fuerza de leyes sociales.  Esos autores pretenden suplantar la acción social por su acción personal especulativa, las condiciones históricas que han de determinar la emancipación proletaria por condiciones fantásticas que ellos mismos se forjan, la gradual organización del proletariado como clase por una organización de la sociedad inventada a su antojo.  Para ellos, el curso universal de la historia que ha de venir se cifra en la propaganda y práctica ejecución de sus planes sociales.

Es cierto que en esos planes tienen la conciencia de defender primordialmente los intereses de la clase trabajadora, pero sólo porque la consideran la clase más sufrida.  Es la única función en que existe para ellos el proletariado.

La forma embrionaria que todavía presenta la lucha de clases y las condiciones en que se desarrolla la vida de estos autores hace que se consideren ajenos a esa lucha de clases y como situados en un plano muy superior.  Aspiran a mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la sociedad, incluso los mejor acomodados.  De aquí que no cesen de apelar a la sociedad entera sin distinción, cuando no se dirigen con preferencia a la propia clase gobernante. Abrigan la seguridad de que basta conocer su sistema para acatarlo como el plan más perfecto para la mejor de las sociedades posibles.

Por eso, rechazan todo lo que sea acción política, y muy principalmente la revolucionaria; quieren realizar sus aspiraciones por la vía pacífica e intentan abrir paso al nuevo evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de pequeños experimentos que, naturalmente, les fallan siempre.

Estas descripciones fantásticas de la sociedad del mañana brotan en una época en que el proletariado no ha alcanzado aún la madurez, en que, por tanto, se forja todavía una serie de ideas fantásticas acerca de su destino y posición, dejándose llevar por los primeros impulsos, puramente intuitivos, de transformar radicalmente la sociedad.

Y, sin embargo, en estas obras socialistas y comunistas hay ya un principio de crítica, puesto que atacan las bases todas de la sociedad existente.  Por eso, han contribuido notablemente a ilustrar la conciencia de la clase trabajadora.  Mas, fuera de esto, sus doctrinas de carácter positivo acerca de la sociedad futura, las que predican, por ejemplo, que en ella se borrarán las diferencias entre la ciudad y el campo o las que proclaman la abolición de la familia, de la propiedad privada, del trabajo asalariado, el triunfo de la armonía social, la transformación del Estado en un simple organismo administrativo de la producción.... giran todas en torno a la desaparición de la lucha de clases, de esa lucha de clases que empieza a dibujarse y que ellos apenas si conocen en su primera e informe vaguedad.  Por eso, todas sus doctrinas y aspiraciones tienen un carácter puramente utópico.

La importancia de este socialismo y comunismo crítico-utópico está en razón inversa al desarrollo histórico de la sociedad.  Al paso que la lucha de clases se define y acentúa, va perdiendo importancia práctica y sentido teórico esa fantástica posición de superioridad respecto a ella, esa fe fantástica en su supresión.  Por eso, aunque algunos de los autores de estos sistemas socialistas fueran en muchos respectos verdaderos revolucionarios, sus discípulos forman hoy día sectas indiscutiblemente reaccionarias, que tremolan y mantienen impertérritas las viejas ideas de sus maestros frente a los nuevos derroteros históricos del proletariado.  Son, pues, consecuentes cuando pugnan por mitigar la lucha de clases y por conciliar lo inconciliable.  Y siguen soñando con la fundación de falansterios, con la colonización interior, con la creación de una pequeña Icaria, edición en miniatura de la nueva Jerusalén... . Y para levantar todos esos castillos en el aire, no tienen más remedio que apelar a la filantrópica generosidad de los corazones y los bolsillos burgueses.  Poco a poco van resbalando a la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores, de los cuales sólo se distinguen por su sistemática pedantería y por el fanatismo supersticioso con que comulgan en las milagrerías de su ciencia social.  He ahí por qué se enfrentan rabiosamente con todos los movimientos políticos a que se entrega el proletariado, lo bastante ciego para no creer en el nuevo evangelio que ellos le predican.

En Inglaterra, los owenistas se alzan contra los cartistas, y en Francia, los reformistas tienen enfrente a los discípulos de Fourier.

 

IV
ACTITUD DE LOS COMUNISTAS ANTE LOS
OTROS PARTIDOS DE LA OPOSICION

Después de lo que dejamos dicho en el capítulo II, fácil es comprender la relación que guardan los comunistas con los demás partidos obreros ya existentes, con los cartistas ingleses y con los reformadores agrarios de Norteamérica.

Los comunistas, aunque luchando siempre por alcanzar los objetivos inmediatos y defender los intereses cotidianos de la clase obrera, representan a la par, dentro del movimiento actual, su porvenir.  En Francia se alían al partido democrático-socialista  contra la burguesía conservadora y radical, mas sin renunciar por esto a su derecho de crítica frente a los tópicos y las ilusiones procedentes de la tradición revolucionaria.

En Suiza apoyan a los radicales, sin ignorar que este partido es una mezcla de elementos contradictorios: de demócratas socialistas, a la manera francesa, y de burgueses radicales.

En Polonia, los comunistas apoyan al partido que sostiene la revolución agraria, como condición previa para la emancipación nacional del país, al partido que provocó la insurrección de Cracovia en 1846.

En Alemania, el partido comunista luchará al lado de la burguesía, mientras ésta actúe revolucionariamente, dando con ella la batalla a la monarquía absoluta, a la gran propiedad feudal y a la pequeña burguesía.

Pero todo esto sin dejar un solo instante de laborar entre los obreros, hasta afirmar en ellos con la mayor claridad posible la conciencia del antagonismo hostil que separa a la burguesía del proletariado, para que, llegado el momento, los obreros alemanes se encuentren preparados para volverse contra la burguesía, como otras tantas armas, esas mismas condiciones políticas y sociales que la burguesía, una vez que triunfe, no tendrá más remedio que implantar; para que en el instante mismo en que sean derrocadas las clases reaccionarias comience, automáticamente, la lucha contra la burguesía.

Las miradas de los comunistas convergen con un especial interés sobre Alemania, pues no desconocen que este país está en vísperas de una revolución burguesa y que esa sacudida revolucionaria se va a desarrollar bajo las propicias condiciones de la civilización europea y con un proletariado mucho más potente que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el XVIII, razones todas para que la revolución alemana burguesa que se avecina no sea más que el preludio inmediato de una revolución proletaria.

Resumiendo: los comunistas apoyan en todas partes, como se ve, cuantos movimientos revolucionarios se planteen contra el régimen social y político imperante.

En todos estos movimientos se ponen de relieve el régimen de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos progresiva que revista, como la cuestión fundamental que se ventila.

Finalmente, los comunistas laboran por llegar a la unión y la inteligencia de los partidos democráticos de todos los países.

Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones.  Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista.  Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas.  Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.

¡Proletarios de todos los Países, uníos!

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Giliath Luin
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Manifiesto del Partido Comunista

 

(1848)

Digitalizado para el Marx-Engels Internet Archive por José F. Polanco en 1998. Retranscrito para el Marxists Internet Archive por Juan R. Fajardo en 1999.

 

 

PRÓLOGOS DE MARX Y ENGELS A VARIAS
EDICIONES DEL MANIFIESTO

 

 

1
PRÓLOGO DE MARX Y ENGELS A LA
EDICIÓN ALEMANA DE 1872

 
 La Liga Comunista, una organización obrera internacional, que en las circunstancias de la época -huelga decirlo- sólo podía ser secreta, encargó a los abajo firmantes, en el congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, la redacción de un detallado programa teórico y práctico, destinado a la publicidad, que sirviese de programa del partido.  Así nació el Manifiesto, que se reproduce a continuación y cuyo original se remitió a Londres para ser impreso pocas semanas antes de estallar la revolución de febrero.  Publicado primeramente en alemán, ha sido reeditado doce veces por los menos en ese idioma en Alemania, Inglaterra y Norteamérica.  La edición inglesa no vio la luz hasta 1850, y se publicó en el Red Republican de Londres, traducido por miss Elena Macfarlane, y en 1871 se editaron en Norteamérica no menos de tres traducciones distintas. La versión francesa apareció por vez primera en París poco antes de la insurrección de junio de 1848; últimamente ha vuelto a publicarse en Le Socialiste de Nueva York, y se prepara una nueva traducción.  La versión polaca apareció en Londres poco después de la primera edición alemana.  La traducción rusa vio la luz en Ginebra en el año sesenta y tantos. Al danés se tradujo a poco de publicarse.

 Por mucho que durante los últimos veinticinco años hayan cambiado las circunstancias, los principios generales desarrollados en este Manifiesto siguen siendo substancialmente exactos. Sólo tendría que retocarse algún que otro detalle. Ya el propio Manifiesto advierte que la aplicación práctica de estos principios dependerá en todas partes y en todo tiempo de las circunstancias históricas existentes, razón por la que no se hace especial hincapié en las medidas revolucionarias propuestas al final del capítulo II. Si tuviésemos que formularlo hoy, este pasaje presentaría un tenor distinto en muchos respectos. Este programa ha quedado a trozos anticuado por efecto del inmenso desarrollo experimentado por la gran industria en los últimos veinticinco años, con los consiguientes progresos ocurridos en cuanto a la organización política de la clase obrera, y por el efecto de las experiencias prácticas de la revolución de febrero en primer término, y sobre todo de la Comuna de París, donde el proletariado, por vez primera, tuvo el Poder político en sus manos por espacio de dos meses. La comuna ha demostrado, principalmente, que “la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines”. (V. La guerra civil en Francia, alocución del Consejo general de la Asociación Obrera Internacional, edición alemana, pág. 51, donde se desarrolla ampliamente esta idea) . Huelga, asimismo, decir que la crítica de la literatura socialista presenta hoy lagunas, ya que sólo llega hasta 1847, y, finalmente, que las indicaciones que se hacen acerca de la actitud de los comunistas para con los diversos partidos de la oposición (capítulo IV), aunque sigan siendo exactas en sus líneas generales, están también anticuadas en lo que toca al detalle, por la sencilla razón de que la situación política ha cambiado radicalmente y el progreso histórico ha venido a eliminar del mundo a la mayoría de los partidos enumerados.

Sin embargo, el Manifiesto es un documento histórico, que nosotros no nos creemos ya autorizados a modificar.  Tal vez una edición posterior aparezca precedida de una introducción que abarque el período que va desde 1847 hasta los tiempos actuales; la presente reimpresión nos ha sorprendido sin dejarnos tiempo para eso.

Londres, 24 de junio de 1872.

K. MARX.  F. ENGELS.
 

 

2
PROLOGO DE ENGELS A LA EDICION
ALEMANA DE 1883


 

Desgraciadamente, al pie de este prólogo a la nueva edición del Manifiesto ya sólo aparecerá mi firma.  Marx, ese hombre a quien la clase obrera toda de Europa y América debe más que a hombre alguno, descansa en el cementerio de Highgate, y sobre su tumba crece ya la primera hierba.  Muerto él, sería doblemente absurdo pensar en revisar ni en ampliar el Manifiesto.  En cambio, me creo obligado, ahora más que nunca, a consignar aquí, una vez más, para que quede bien patente, la siguiente afirmación:

La idea central que inspira todo el Manifiesto, a saber: que el régimen económico de la producción y la estructuración social que de él se deriva necesariamente en cada época histórica constituye la base sobre la cual se asienta la historia política e intelectual de esa época, y que, por tanto, toda la historia de la sociedad -una vez disuelto el primitivo régimen de comunidad del suelo- es una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase explotada y oprimida -el proletariado- no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime -de la burguesía- sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación y las luchas de clases; esta idea cardinal fue fruto personal y exclusivo de Marx .

Y aunque ya no es la primera vez que lo hago constar, me ha parecido oportuno dejarlo estampado aquí, a la cabeza del Manifiesto.

Londres, 28 junio 1883.

F. ENGELS.
 
 

 
 

3
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN ALEMANA DE 1890


 

Ve la luz una nueva edición alemana del Manifiesto cuando han ocurrido desde la última diversos sucesos relacionados con este documento que merecen ser mencionados aquí.

En 1882 se publicó en Ginebra una segunda traducción rusa, de Vera Sasulich , precedida de un prologo de Marx y mío.  Desgraciadamente, se me ha extraviado el original alemán de este prólogo y no tengo más remedio que volver a traducirlo del ruso, con lo que el lector no saldrá ganando nada.  El prólogo dice así:

“La primera edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista, traducido por Bakunin, vio la luz poco después de 1860 en la imprenta del Kolokol.  En los tiempos que corrían, esta publicación no podía tener para Rusia, a lo sumo, más que un puro valor literario de curiosidad.  Hoy las cosas han cambiado.  El último capítulo del Manifiesto, titulado “Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición”, demuestra mejor que nada lo limitada que era la zona en que, al ver la luz por vez primera este documento (enero de 1848), tenía que actuar el movimiento proletario.  En esa zona faltaban, principalmente, dos países: Rusia y los Estados Unidos.  Era la época en que Rusia constituía la última reserva magna de la reacción europea y en que la emigración a los Estados Unidos absorbía las energías sobrantes del proletariado de Europa.  Ambos países proveían a Europa de primeras materias, a la par que le brindaban mercados para sus productos industriales.  Ambos venían a ser, pues, bajo uno u otro aspecto, pilares del orden social europeo.

Hoy las cosas han cambiado radicalmente.  La emigración europea sirvió precisamente para imprimir ese gigantesco desarrollo a la agricultura norteamericana, cuya concurrencia está minando los cimientos de la grande y la pequeña propiedad inmueble de Europa.  Además, ha permitido a los Estados Unidos entregarse a la explotación de sus copiosas fuentes industriales con tal energía y en proporciones tales, que dentro de poco echará por tierra el monopolio industrial de que hoy disfruta la Europa occidental.  Estas dos circunstancias repercuten a su vez revolucionariamente sobre la propia América.  La pequeña y mediana propiedad del granjero que trabaja su propia tierra sucumbe progresivamente ante la concurrencia de las grandes explotaciones, a la par que en las regiones industriales empieza a formarse un copioso proletariado y una fabulosa concentración de capitales.

Pasemos ahora a Rusia. Durante la sacudida revolucionaria de los años 48 y 49, los monarcas europeos, y no sólo los monarcas, sino también los burgueses, aterrados ante el empuje del proletariado, que empezaba a, cobrar por aquel entonces conciencia de su fuerza, cifraban en la intervención rusa todas sus esperanzas.  El zar fue proclamado cabeza de la reacción europea.  Hoy, este mismo zar se ve apresado en Gatchina como rehén de la revolución y Rusia forma la avanzada del movimiento revolucionario de Europa.

El Manifiesto Comunista se proponía por misión proclamar la desaparición inminente e inevitable de la propiedad burguesa en su estado actual.  Pero en Rusia nos encontramos con que, coincidiendo con el orden capitalista en febril desarrollo y la propiedad burguesa del suelo que empieza a formarse, más de la mitad de la tierra es propiedad común de los campesinos.

Ahora bien -nos preguntamos-, ¿puede este régimen comunal del concejo ruso, que es ya, sin duda, una degeneración del régimen de comunidad primitiva de la tierra, trocarse directamente en una forma más alta de comunismo del suelo, o tendrá que pasar necesariamente por el mismo proceso previo de descomposición que nos revela la historia del occidente de Europa?

La única contestación que, hoy por hoy, cabe dar a esa pregunta, es la siguiente: Si la revolución rusa es la señal para la revolución obrera de Occidente y ambas se completan formando una unidad, podría ocurrir que ese régimen comunal ruso fuese el punto de partida para la implantación de una nueva forma comunista de la tierra.
 

Londres, 21 enero 1882.”
 

Por aquellos mismos días, se publicó en Ginebra una nueva traducción polaca con este título: Manifest Kommunistyczny.

Asimismo, ha aparecido una nueva traducción danesa, en la “Socialdemokratisk Bibliothek, Köjbenhavn 1885”. Es de lamentar que esta traducción sea incompleta; el traductor se saltó, por lo visto, aquellos pasajes, importantes muchos de ellos, que le parecieron difíciles; además, la versión adolece de precipitaciones en una serie de lugares, y es una lástima, pues se ve que, con un poco más de cuidado, su autor habría realizado un trabajo excelente.

 En 1886 apareció en Le Socialiste de París una nueva traducción francesa, la mejor de cuantas han visto la luz hasta ahora .

 Sobre ella se hizo en el mismo año una versión española, publicada primero en El Socialista de Madrid y luego, en tirada aparte, con este título: Manifiesto del Partido Comunista, por Carlos Marx y F. Engels (Madrid, Administración de El Socialista, Hernán Cortés, 8).

 Como detalle curioso contaré que en 1887 fue ofrecido a un editor de Constantinopla el original de una traducción armenia; pero el buen editor no se atrevió a lanzar un folleto con el nombre de Marx a la cabeza y propuso al traductor publicarlo como obra original suya, a lo que éste se negó.

 Después de haberse reimpreso repetidas veces varias traducciones norteamericanas más o menos incorrectas, al fin, en 1888, apareció en Inglaterra la primera versión auténtica, hecha por mi amigo Samuel Moore y revisada por él y por mí antes de darla a las prensas. He aquí el título: Manifesto of the Communist Party, by Karl Marx and Frederick Engels. Authorised English Translation, edited and annotated by Frederíck Engels. 1888. London, William Reeves, 185 Flett St. E. C. Algunas de las notas de esta edición acompañan a la presente.

 El Manifiesto ha tenido sus vicisitudes. Calurosamente acogido a su aparición por la vanguardia, entonces poco numerosa, del socialismo científico -como lo demuestran las diversas traducciones mencionadas en el primer prólogo-, no tardó en pasar a segundo plano, arrinconado por la reacción que se inicia con la derrota de los obreros parisienses en junio de 1848 y anatematizado, por último, con el anatema de la justicia al ser condenados los comunistas por el tribunal de Colonia en noviembre de 1852.  Al abandonar la escena Pública, el movimiento obrero que la revolución de febrero había iniciado, queda también envuelto en la penumbra el Manifiesto.

Cuando la clase obrera europea volvió a sentirse lo bastante fuerte para lanzarse de nuevo al asalto contra las clases gobernantes, nació la Asociación Obrera Internacional.  El fin de esta organización era fundir todas las masas obreras militantes de Europa y América en un gran cuerpo de ejército.  Por eso, este movimiento no podía arrancar de los principios sentados en el Manifiesto.  No había más remedio que darle un programa que no cerrase el paso a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y españoles ni a los partidarios de Lassalle en Alemania . Este programa con las normas directivas para los estatutos de la Internacional, fue redactado por Marx con una maestría que hasta el propio Bakunin y los anarquistas hubieron de reconocer.  En cuanto al triunfo final de las tesis del Manifiesto, Marx ponía toda su confianza en el desarrollo intelectual de la clase obrera, fruto obligado de la acción conjunta y de la discusión.  Los sucesos y vicisitudes de la lucha contra el capital, y más aún las derrotas que las victorias, no podían menos de revelar al proletariado militante, en toda su desnudez, la insuficiencia de los remedios milagreros que venían empleando e infundir a sus cabezas una mayor claridad de visión para penetrar en las verdaderas condiciones que habían de presidir la emancipación obrera.  Marx no se equivocaba.  Cuando en 1874 se disolvió la Internacional, la clase obrera difería radicalmente de aquella con que se encontrara al fundarse en 1864.  En los países latinos, el proudhonianismo agonizaba, como en Alemania lo que había de específico en el partido de Lassalle, y hasta las mismas tradeuniones inglesas, conservadoras hasta la médula, cambiaban de espíritu, permitiendo al presidente de su congreso, celebrado en Swansea en 1887, decir en nombre suyo: “El socialismo continental ya no nos asusta”. Y en 1887 el socialismo continental se cifraba casi en los principios proclamados por el Manifiesto. La historia de este documento refleja, pues, hasta cierto punto, la historia moderna del movimiento obrero desde 1848. En la actualidad es indudablemente el documento más extendido e internacional de toda la literatura socialista del mundo, el programa que une a muchos millones de trabajadores de todos los países, desde Siberia hasta California.

 Y, sin embargo, cuando este Manifiesto vio la luz, no pudimos bautizarlo de Manifiesto socialista. En 1847, el concepto de “socialista” abarcaba dos categorías de personas. Unas eran las que abrazaban diversos sistemas utópicos, y entre ellas se destacaban los owenistas en Inglaterra, y en Francia los fourieristas, que poco a poco habían ido quedando reducidos a dos sectas agonizantes. En la otra formaban los charlatanes sociales de toda laya, los que aspiraban a remediar las injusticias de la sociedad con sus potingues mágicos y con toda serie de remiendos, sin tocar en lo más mínimo, claro está, al capital ni a la ganancia.  Gentes unas y otras ajenas al movimiento obrero, que iban a buscar apoyo para sus teorías a las clases “cultas”.  El sector obrero que, convencido de la insuficiencia y superficialidad de las meras conmociones políticas, reclamaba una radical transformación de la sociedad, se apellidaba comunista.  Era un comunismo toscamente delineado, instintivo, vago, pero lo bastante pujante para engendrar dos sistemas utópicos: el del “ícaro” Cabet en Francia y el de Weitling en Alemania.  En 1847, el “socialismo” designaba un movimiento burgués, el “comunismo” un movimiento obrero.  El socialismo era, a lo menos en el continente, una doctrina presentable en los salones; el comunismo, todo lo contrario.  Y como en nosotros era ya entonces firme la convicción de que “la emancipación de los trabajadores sólo podía ser obra de la propia clase obrera”, no podíamos dudar en la elección de título.  Más tarde no se nos pasó nunca por las mentes tampoco modificarlo.

“¡Proletarios de todos los países, uníos!” Cuando hace cuarenta y dos años lanzamos al mundo estas palabras, en vísperas de la primera revolución de París, en que el proletariado levantó ya sus propias reivindicaciones, fueron muy pocas las voces que contestaron.  Pero el 28 de septiembre de 1864, los representantes proletarios de la mayoría de los países del occidente de Europa se reunían para formar la Asociación Obrera Internacional, de tan glorioso recuerdo.  Y aunque la Internacional sólo tuviese nueve años de vida, el lazo perenne de unión entre los proletarios de todos los países sigue viviendo con más fuerza que nunca; así lo atestigua, con testimonio irrefutable, el día de hoy.  Hoy, primero de Mayo, el proletariado europeo y americano pasa revista por vez primera a sus contingentes puestos en pie de guerra como un ejército único, unido bajo una sola bandera y concentrado en un objetivo: la jornada normal de ocho horas, que ya proclamara la Internacional en el congreso de Ginebra en 1889, y que es menester elevar a ley.  El espectáculo del día de hoy abrirá los ojos a los capitalistas y a los grandes terratenientes de todos los países y les hará ver que la unión de los proletarios del mundo es ya un hecho.

¡Ya Marx no vive, para verlo, a mi lado!

Londres, 1 de mayo de 1890.

F. ENGELS.
 

 

4
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN POLACA DE 1892

La necesidad de reeditar la versión polaca del Manifiesto Comunista, requiere un comentario.

Ante todo, el Manifiesto ha resultado ser, como se proponía, un medio para poner de relieve el desarrollo de la gran industria en Europa. Cuando en un país, cualquiera que él sea, se desarrolla la gran industria brota al mismo tiempo entre los obreros industriales el deseo de explicarse sus relaciones como clase, como la clase de los que viven del trabajo, con la clase de los que viven de la propiedad.  En estas circunstancias, las ideas socialistas se extienden entre los trabajadores y crece la demanda del Manifiesto Comunista.  En este sentido, el número de ejemplares del Manifiesto que circulan en un idioma dado nos permite apreciar bastante aproximadamente no sólo las condiciones del movimiento obrero de clase en ese país, sino también el grado de desarrollo alcanzado en él por la gran industria.

La necesidad de hacer una nueva edición en lengua polaca acusa, por tanto, el continuo proceso de expansión de la industria en Polonia.  No puede caber duda acerca de la importancia de este proceso en el transcurso de los diez años que han mediado desde la aparición de la edición anterior.  Polonia se ha convertido en una región industrial en gran escala bajo la égida del Estado ruso.

Mientras que en la Rusia propiamente dicha la gran industria sólo se ha ido manifestando esporádicamente (en las costas del golfo de Finlandia, en las provincias centrales de Moscú y Vladimiro, a lo largo de las costas del mar Negro y del mar de Azov), la industria polaca se ha concentrado dentro de los confines de un área limitada, experimentando a la par las ventajas y los inconvenientes de su situación.  Estas ventajas no pasan inadvertidas para los fabricantes rusos; por eso alzan el grito pidiendo aranceles protectores contra las mercancías polacas, a despecho de su ardiente anhelo de rusificación de Polonia.  Los inconvenientes (que tocan por igual los industriales polacos y el Gobierno ruso) consisten en la rápida difusión de las ideas socialistas entre los obreros polacos y en una demanda sin precedente del Manifiesto Comunista.

El rápido desarrollo de la industria polaca (que deja atrás con mucho a la de Rusia) es una clara prueba de las energías vitales inextinguibles del pueblo polaco y una nueva garantía de su futuro renacimiento. La creación de una Polonia fuerte e independiente no interesa sólo al pueblo polaco, sino a todos y cada uno de nosotros.  Sólo podrá establecerse una estrecha colaboración entre los obreros todos de Europa si en cada país el pueblo es dueño dentro de su propia casa.  Las revoluciones de 1848 que, aunque reñidas bajo la bandera del proletariado, solamente llevaron a los obreros a la lucha para sacar las castañas del fuego a la burguesía, acabaron por imponer, tomando por instrumento a Napoleón y a Bismarck (a los enemigos de la revolución), la independencia de Italia, Alemania y Hungría.  En cambio, a Polonia, que en 1791 hizo por la causa revolucionaria más que estos tres países juntos, se la dejó sola cuando en 1863 tuvo que enfrentarse con el poder diez veces más fuerte de Rusia.

La nobleza polaca ha sido incapaz para mantener, y lo será también para restaurar, la independencia de Polonia. La burguesía va sintiéndose cada vez menos interesada en este asunto.  La independencia polaca sólo podrá ser conquistada por el proletariado joven, en cuyas manos está la realización de esa esperanza.  He ahí por qué los obreros del occidente de Europa no están menos interesados en la liberación de Polonia que los obreros polacos mismos.

Londres, 10 de febrero 1892.

    F. ENGELS

 

5
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN ITALIANA DE 1893

La publicación del Manifiesto del Partido Comunista coincidió (si puedo expresarme así), con el momento en que estallaban las revoluciones de Milán y de Berlín, dos revoluciones que eran el alzamiento de dos pueblos: uno enclavado en el corazón del continente europeo y el otro tendido en las costas del mar Mediterráneo.  Hasta ese momento, estos dos pueblos, desgarrados por luchas intestinas y guerras civiles, habían sido presa fácil de opresores extranjeros.  Y del mismo modo que Italia estaba sujeta al dominio del emperador de Austria, Alemania vivía, aunque esta sujeción fuese menos patente, bajo el yugo del zar de todas las Rusias.  La revolución del 18 de marzo emancipó a Italia y Alemania al mismo tiempo de este vergonzoso estado de cosas.  Si después, durante el período que va de 1848 a 1871, estas dos grandes naciones permitieron que la vieja situación fuese restaurada, haciendo hasta cierto punto de “traidores de sí mismas”, se debió (como dijo Marx) a que los mismos que habían inspirado la revolución de 1848 se convirtieron, a despecho suyo, en sus verdugos.

La revolución fue en todas partes obra de las clases trabajadoras: fueron los obreros quienes levantaron las barricadas y dieron sus vidas luchando por la causa.  Sin embargo, solamente los obreros de París, después de derribar el Gobierno, tenían la firme y decidida intención de derribar con él a todo el régimen burgués.  Pero, aunque abrigaban una conciencia muy clara del antagonismo irreductible que se alzaba entre su propia clase y la burguesía, el desarrollo económico del país y el desarrollo intelectual de las masas obreras francesas no habían alcanzado todavía el nivel necesario para que pudiese triunfar una revolución socialista.  Por eso, a la postre, los frutos de la revolución cayeron en el regazo de la clase capitalista.  En otros países, como en Italia, Austria y Alemania, los obreros se limitaron desde el primer momento de la revolución a ayudar a la burguesía a tomar el Poder.  En cada uno de estos países el gobierno de la burguesía sólo podía triunfar bajo la condición de la independencia nacional.  Así se explica que las revoluciones del año 1848 condujesen inevitablemente a la unificación de los pueblos dentro de las fronteras nacionales y a su emancipación del yugo extranjero, condiciones que, hasta allí, no habían disfrutado.  Estas condiciones son hoy realidad en Italia, en Alemania y en Hungría.  Y a estos países seguirá Polonia cuando la hora llegue.

Aunque las revoluciones de 1848 no tenían carácter socialista, prepararon, sin embargo, el terreno para el advenimiento de la revolución del socialismo. Gracias al poderoso impulso que estas revoluciones imprimieron a la gran producción en todos los países, la sociedad burguesa ha ido creando durante los últimos cuarenta y cinco años un vasto, unido y potente proletariado, engendrando con él (como dice el Manifiesto Comunista) a sus propios enterradores.  La unificación internacional del proletariado no hubiera sido posible, ni la colaboración sobria y deliberada de estos países en el logro de fines generales, si antes no hubiesen conquistado la unidad y la independencia nacionales, si hubiesen seguido manteniéndose dentro del aislamiento.

Intentemos representarnos, si podemos, el papel que hubieran hecho los obreros italianos, húngaros, alemanes, polacos y rusos luchando por su unión internacional bajo las condiciones políticas que prevalecían hacia el año 1848.

Las batallas reñidas en el 48 no fueron, pues, reñidas en balde. Ni han sido vividos tampoco en balde los cuarenta y cinco años que nos separan de la época revolucionaria.  Los frutos de aquellos días empiezan a madurar, y hago votos porque la publicación de esta traducción italiana del Manifiesto sea heraldo del triunfo del proletariado italiano, como la publicación del texto primitivo lo fue de la revolución internacional.

El Manifiesto rinde el debido homenaje a los servicios revolucionarios prestados en otro tiempo por el capitalismo.  Italia fue la primera nación que se convirtió en país capitalista.  El ocaso de la Edad Media feudal y la aurora de la época capitalista contemporánea vieron aparecer en escena una figura gigantesca. Dante fue al mismo tiempo el último poeta de la Edad Media y el primer poeta de la nueva era.  Hoy, como en 1300, se alza en el horizonte una nueva época. ¿Dará Italia al mundo otro Dante, capaz de cantar el nacimiento de la nueva era, de la era proletaria?

Londres, 1 de febrero de 1893.

     F. ENGELS

 
 


 
 

Manifiesto del Partido Comunista
Por
K. Marx & F. Engels


 

Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de comunismo.

De este hecho se desprenden dos consecuencias:

La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas.

La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido.

Con este fin se han congregado en Londres  los representantes comunistas de diferentes países y redactado el siguiente Manifiesto, que aparecerá en lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.
 
 

 

I
BURGUESES Y PROLETARIOS

Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de clases.

Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.

En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos , dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones.  En la Roma antigua son los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos; en la Edad Media, los señores feudales, los vasallos, los maestros y los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de esas clases todavía nos encontramos con nuevos matices y gradaciones.

La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase.  Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas.

Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase.  Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los “villanos” de las primeras ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los primeros elementos de la burguesía.

El descubrimiento de América, la circunnavegación de Africa abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesía.  El mercado de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición.

El régimen feudal o gremial de producción que seguía imperando no bastaba ya para cubrir las necesidades que abrían los nuevos mercados.  Vino a ocupar su puesto la manufactura.  Los maestros de los gremios se vieron desplazados por la clase media industrial, y la división del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la división del trabajo dentro de cada taller.

Pero los mercados seguían dilatándose, las necesidades seguían creciendo.  Ya no bastaba tampoco la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar el régimen industrial de producción.  La manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna, y la clase media industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria, jefes de grandes ejércitos industriales, a los burgueses modernos.

La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América.  El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra.  A su vez, estos, progresos redundaron considerablemente en provecho de la industria, y en la misma proporción en que se dilataban la industria, el comercio, la navegación, los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, crecían sus capitales, iba desplazando y esfumando a todas las clases heredadas de la Edad Media.

Vemos, pues, que la moderna burguesía es, como lo fueron en su tiempo las otras clases, producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de transformaciones radicales operadas en el régimen de cambio y de producción.

A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa de progreso político.  Clase oprimida bajo el mando de los señores feudales, la burguesía forma en la “comuna”  una asociación autónoma y armada para la defensa de sus intereses; en unos sitios se organiza en repúblicas municipales independientes; en otros forma el tercer estado tributario de las monarquías; en la época de la manufactura es el contrapeso de la nobleza dentro de la monarquía feudal o absoluta y el fundamento de las grandes monarquías en general, hasta que, por último, implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonía política y crea el moderno Estado representativo.  Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.

La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario.

Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas.  Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas.  Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar.  Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación.

La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia.

La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares .

La burguesía vino a demostrar que aquellos alardes de fuerza bruta que la reacción tanto admira en la Edad Media tenían su complemento cumplido en la haraganería más indolente.  Hasta que ella no lo reveló no supimos cuánto podía dar de sí el trabajo del hombre.  La burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho más grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas.

La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social.  Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente.  La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes.  Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces.  Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.

La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones.

La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas; por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo.  Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común.  Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal.

La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas.  Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza.

La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad.  Crea ciudades enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural.  Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete los pueblos bárbaros y semibárbaros a las naciones civilizadas, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

La burguesía va aglutinando cada vez más los medios de producción, la propiedad y los habitantes del país.  Aglomera la población, centraliza los medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad.  Este proceso tenía que conducir, por fuerza lógica, a un régimen de centralización política.  Territorios antes independientes, apenas aliados, con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos autónomos y líneas aduaneras propias, se asocian y refunden en una nación única, bajo un Gobierno, una ley, un interés nacional de clase y una sola línea aduanera.

En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?

Hemos visto que los medios de producción y de transporte sobre los cuales se desarrolló la burguesía brotaron en el seno de la sociedad feudal.  Cuando estos medios de transporte y de producción alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal producía y comerciaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el régimen feudal de la propiedad, no correspondían ya al estado progresivo de las fuerzas productivas.  Obstruían la producción en vez de fomentarla. Se habían convertido en otras tantas trabas para su desenvolvimiento.  Era menester hacerlas saltar, y saltaron.

Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitución política y social a ella adecuada, en la que se revelaba ya la hegemonía económica y política de la clase burguesa.

Pues bien: ante nuestros ojos se desarrolla hoy un espectáculo semejante.  Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró.  Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía.  Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes.  En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué?  Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio.  Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo.  Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía?  De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos.  Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.

Las armas con que la burguesía derribó al feudalismo se vuelven ahora contra ella.

Y la burguesía no sólo forja las armas que han de darle la muerte, sino que, además, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los proletarios.

En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollase también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta a incremento el capital.  El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje. Por eso, los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco más o menos, al mínimo de lo que necesita para vivir y para perpetuar su raza.  Y ya se sabe que el precio de una mercancía, y como una de tantas el trabajo , equivale a su coste de producción.  Cuanto más repelente es el trabajo, tanto más disminuye el salario pagado al obrero. Más aún: cuanto más aumentan la maquinaria y la división del trabajo, tanto más aumenta también éste, bien porque se alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento exigido, se acelere la marcha de las máquinas, etc.

La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del magnate capitalista.  Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares.  Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes.  No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menores son la habilidad y la fuerza que reclama el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo adquirido por la moderna industria, también es mayor la proporción en que el trabajo de la mujer y el niño desplaza al del hombre.  Socialmente, ya no rigen para la clase obrera esas diferencias de edad y de sexo.  Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del coste.

Y cuando ya la explotación del obrero por el fabricante ha dado su fruto y aquél recibe el salario, caen sobre él los otros representantes de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.

Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción.  Todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado.

El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse.  Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de su existencia.

Al principio son obreros aislados; luego, los de una fábrica; luego, los de todas una rama de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el burgués que personalmente los explota.  Sus ataques no van sólo contra el régimen burgués de producción, van también contra los propios instrumentos de la producción; los obreros, sublevados, destruyen las mercancías ajenas que les hacen la competencia, destrozan las máquinas, pegan fuego a las fábricas, pugnan por volver a la situación, ya enterrada, del obrero medieval.

En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavía fruto de su propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en movimiento -cosa que todavía logra- a todo el proletariado. En esta etapa, los proletarios no combaten contra sus enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los grandes señores de la tierra, los burgueses no industriales, los pequeños burgueses. La marcha de la historia está toda concentrada en manos de la burguesía, y cada triunfo así alcanzado es un triunfo de la clase burguesa.

Sin embargo, el desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas.  Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado.  La competencia, cada vez más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carácter, cada vez más señalado, de colisiones entre dos clases.  Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones.

Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera.  Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades.  Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases.  Y toda lucha de clases es una acción política.  Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, necesitaron siglos enteros para unirse con las demás; el proletariado moderno, gracias a los ferrocarriles, ha creado su unión en unos cuantos años.

Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros.  Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme, más pujante.  Y aprovechándose de las discordias que surgen en el seno de la burguesía, impone la sanción legal de sus intereses propios.  Así nace en Inglaterra la ley de la jornada de diez horas.

Las colisiones producidas entre las fuerzas de la antigua sociedad imprimen nuevos impulsos al proletariado. La burguesía lucha incesantemente: primero, contra la aristocracia; luego, contra aquellos sectores de la propia burguesía cuyos intereses chocan con los progresos de la industria, y siempre contra la burguesía de los demás países. Para librar estos combates no tiene más remedio que apelar al proletariado, reclamar su auxilio, arrastrándolo así a la palestra política. Y de este modo, le suministra elementos de fuerza, es decir, armas contra sí misma.

Además, como hemos visto, los progresos de la industria traen a las filas proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante, o a lo menos los colocan en las mismas condiciones de vida. Y estos elementos suministran al proletariado nuevas fuerzas.

Finalmente, en aquellos períodos en que la lucha de clases está a punto de decidirse, es tan violento y tan claro el proceso de desintegración de la clase gobernante latente en el seno de la sociedad antigua, que una pequeña parte de esa clase se desprende de ella y abraza la causa revolucionaria, pasándose a la clase que tiene en sus manos el porvenir.  Y así como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la burguesía se pasa al campo del proletariado; en este tránsito rompen la marcha los intelectuales burgueses, que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado.  Las demás perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar.

Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores.  Más todavía, reaccionarios, pues pretenden volver atrás la rueda de la historia.  Todo lo que tienen de revolucionario es lo que mira a su tránsito inminente al proletariado; con esa actitud no defienden sus intereses actuales, sino los futuros; se despojan de su posición propia para abrazar la del proletariado.

El proletariado andrajoso , esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de la vieja sociedad, se verá arrastrado en parte al movimiento por una revolución proletaria, si bien las condiciones todas de su vida lo hacen más propicio a dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios.

Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de vida del proletariado.  El proletario carece de bienes.  Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya nada de común con las relaciones familiares burguesas; la producción industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Alemania que en Norteamérica, borra en él todo carácter nacional.  Las leyes, la moral, la religión, son para él otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía.  Todas las clases que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su régimen de adquisición.  Los proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción aboliendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad.  Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demás.

Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría.  El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.  El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.

Por su forma, aunque no por su contenido, la campaña del proletariado contra la burguesía empieza siendo nacional.  Es lógico que el proletariado de cada país ajuste ante todo las cuentas con su propia burguesía.

Al esbozar, en líneas muy generales, las diferentes fases de desarrollo del proletariado, hemos seguido las incidencias de la guerra civil más o menos embozada que se plantea en el seno de la sociedad vigente hasta el momento en que esta guerra civil desencadena una revolución abierta y franca, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, echa las bases de su poder.

Hasta hoy, toda sociedad descansó, como hemos visto, en el antagonismo entre las clases oprimidas y las opresoras.  Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguiría, y con ella su esclavizamiento. El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burgués bajo el yugo del absolutismo feudal.  La situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase. El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la población y la riqueza.  He ahí una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a ésta por norma las condiciones de su vida como clase.  Es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella.  La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad.

La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado.  El trabajo asalariado Presupone, inevitablemente, la concurrencia de los obreros entre sí.  Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión revolucionaria por la organización.  Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores.  Su muerte y el triunfo del proletariado sin igualmente inevitables.
 

 

II
PROLETARIOS Y COMUNISTAS


 

¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general?

Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.

No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario.

Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.

Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.

El objetivo inmediato de los comunistas es idéntico al que persiguen los demás partidos proletarios en general: formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen de la burguesía, llevar al proletariado a la conquista del Poder.

Las proposiciones teóricas de los comunistas no descansan ni mucho menos en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la humanidad.  Son todas expresión generalizada de las condiciones materiales de una lucha de clases real y vívida, de un movimiento histórico que se está desarrollando a la vista de todos. La abolición del régimen vigente de la propiedad no es tampoco ninguna característica peculiar del comunismo.

Las condiciones que forman el régimen de la propiedad han estado sujetas siempre a cambios históricos, a alteraciones históricas constantes.

Así, por ejemplo, la Revolución francesa abolió la propiedad feudal para instaurar sobre sus ruinas la propiedad burguesa.

Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por otros.

Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula: abolición de la propiedad privada.

Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia.

¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os referís acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeño labriego, precedente histórico de la propiedad burguesa?  No, ésa no necesitamos destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo está haciendo a todas horas.

¿O queréis referimos a la moderna propiedad privada de la burguesía?

Decidnos: ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo de proletario, le rinde propiedad?  No, ni mucho menos.  Lo que rinde es capital, esa forma de propiedad que se nutre de la explotación del trabajo asalariado, que sólo puede crecer y multiplicarse a condición de engendrar nuevo trabajo asalariado para hacerlo también objeto de su explotación.  La propiedad, en la forma que hoy presenta, no admite salida a este antagonismo del capital y el trabajo asalariado. Detengámonos un momento a contemplar los dos términos de la antítesis.

Ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en el proceso de la producción.  El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aún cabría decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos los individuos de la sociedad.  El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social.

Los que, por tanto, aspiramos a convertir el capital en propiedad colectiva, común a todos los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en colectiva una riqueza personal. A lo único que aspiramos es a transformar el carácter colectivo de la propiedad, a despojarla de su carácter de clase.

Hablemos ahora del trabajo asalariado.

El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de víveres necesaria para sostener al obrero como tal obrero.  Todo lo que el obrero asalariado adquiere con su trabajo es, pues, lo que estrictamente necesita para seguir viviendo y trabajando.  Nosotros no aspiramos en modo alguno a destruir este régimen de apropiación personal de los productos de un trabajo encaminado a crear medios de vida: régimen de apropiación que no deja, como vemos, el menor margen de rendimiento líquido y, con él, la posibilidad de ejercer influencia sobre los demás hombres.  A lo que aspiramos es a destruir el carácter oprobioso de este régimen de apropiación en que el obrero sólo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante aconseja que viva.

En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado.  En la sociedad comunista, el trabajo acumulado será, por el contrario, un simple medio para dilatar, fomentar y enriquecer la vida del obrero.

En la sociedad burguesa es, pues, el pasado el que impera sobre el presente; en la comunista, imperará el presente sobre el pasado.  En la sociedad burguesa se reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece de iniciativa y personalidad.

¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la personalidad y la libertad!  Y, sin embargo, tiene razón.  Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa.

Por libertad se entiende, dentro del régimen burgués de la producción, el librecambio, la libertad de comprar y vender.

Desaparecido el tráfico, desaparecerá también, forzosamente el libre tráfico. La apología del libre tráfico, como en general todos los ditirambos a la libertad que entona nuestra burguesía, sólo tienen sentido y razón de ser en cuanto significan la emancipación de las trabas y la servidumbre de la Edad Media, pero palidecen ante la abolición comunista del tráfico, de las condiciones burguesas de producción y de la propia burguesía.

Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve décimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas nueve décimas partes! ¿Qué es, pues, lo que en rigor nos reprocháis?  Querer destruir un régimen de propiedad que tiene por necesaria condición el despojo de la inmensa mayoría de la sociedad.

Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad.  Pues sí, a eso es a lo que aspiramos.

Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda convertirse ya en capital, en dinero, en renta, en un poder social monopolizable; desde el momento en que la propiedad personal no pueda ya trocarse en propiedad burguesa, la persona no existe.

Con eso confesáis que para vosotros no hay más persona que el burgués, el capitalista. Pues bien, la personalidad así concebida es la que nosotros aspiramos a destruir.

El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno.

Se arguye que, abolida la propiedad privada, cesará toda actividad y reinará la indolencia universal.

Si esto fuese verdad, ya hace mucho tiempo que se habría estrellado contra el escollo de la holganza una sociedad como la burguesa, en que los que trabajan no adquieren y los que adquieren, no trabajan.  Vuestra objeción viene a reducirse, en fin de cuentas, a una verdad que no necesita de demostración, y es que, al desaparecer el capital, desaparecerá también el trabajo asalariado.

Las objeciones formuladas contra el régimen comunista de apropiación y producción material, se hacen extensivas a la producción y apropiación de los productos espirituales.  Y así como el destruir la propiedad de clases equivale, para el burgués, a destruir la producción, el destruir la cultura de clase es para él sinónimo de destruir la cultura en general.

Esa cultura cuya pérdida tanto deplora, es la que convierte en una máquina a la inmensa mayoría de la sociedad.

Al discutir con nosotros y criticar la abolición de la propiedad burguesa partiendo de vuestras ideas burguesas de libertad, cultura, derecho, etc., no os dais cuenta de que esas mismas ideas son otros tantos productos del régimen burgués de propiedad y de producción, del mismo modo que vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase elevada a ley: una voluntad que tiene su contenido y encarnación en las condiciones materiales de vida de vuestra clase.

Compartís con todas las clases dominantes que han existido y perecieron la idea interesada de que vuestro régimen de producción y de propiedad, obra de condiciones históricas que desaparecen en el transcurso de la producción, descansa sobre leyes naturales eternas y sobre los dictados de la razón.  Os explicáis que haya perecido la propiedad antigua, os explicáis que pereciera la propiedad feudal; lo que no os podéis explicar es que perezca la propiedad burguesa, vuestra propiedad.

¡Abolición de la familia!  Al hablar de estas intenciones satánicas de los comunistas, hasta los más radicales gritan escándalo.

Pero veamos: ¿en qué se funda la familia actual, la familia burguesa?  En el capital, en el lucro privado.  Sólo la burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y esta familia encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de los proletarios y en la pública prostitución.

Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base.

¿Nos reprocháis acaso que aspiremos a abolir la explotación de los hijos por sus padres?  Sí, es cierto, a eso aspiramos.

Pero es, decís, que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la educación doméstica por la social.

¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos directa en ella de la sociedad a través de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisión de la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar el carácter que hoy tiene y sustraer la educación a la influencia de la clase dominante.

Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples mercancías y meros instrumentos de trabajo.

¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesía entera, pretendéis colectivizar a las mujeres!

El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer.

No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción.

Nada más ridículo, por otra parte, que esos alardes de indignación, henchida de alta moral de nuestros burgueses, al hablar de la tan cacareada colectivización de las mujeres por el comunismo.  No; los comunistas no tienen que molestarse en implantar lo que ha existido siempre o casi siempre en la sociedad.

Nuestros burgueses, no bastándoles, por lo visto, con tener a su disposición a las mujeres y a los hijos de sus proletarios -¡y no hablemos de la prostitución oficial!-, sienten una grandísima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres.

En realidad, el matrimonio burgués es ya la comunidad de las esposas.  A lo sumo, podría reprocharse a los comunistas el pretender sustituir este hipócrita y recatado régimen colectivo de hoy por una colectivización oficial, franca y abierta, de la mujer.  Por lo demás, fácil es comprender que, al abolirse el régimen actual de producción, desaparecerá con él el sistema de comunidad de la mujer que engendra, y que se refugia en la prostitución, en la oficial y en la encubierta.

A los comunistas se nos reprocha también que queramos abolir la patria, la nacionalidad.

Los trabajadores no tienen patria.  Mal se les puede quitar lo que no tienen.  No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía.

Ya el propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos nacionales.

El triunfo del proletariado acabará de hacerlos desaparecer.  La acción conjunta de los proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de las condiciones primordiales de su emancipación.  En la medida y a la par que vaya desapareciendo la explotación de unos individuos por otros, desaparecerá también la explotación de unas naciones por otras.

Con el antagonismo de las clases en el seno de cada nación, se borrará la hostilidad de las naciones entre sí.

No queremos entrar a analizar las acusaciones que se hacen contra el comunismo desde el punto de vista religioso-filosófico e ideológico en general.

No hace falta ser un lince para ver que, al cambiar las condiciones de vida, las relaciones sociales, la existencia social del hombre, cambian también sus ideas, sus opiniones y sus conceptos, su conciencia, en una palabra.

La historia de las ideas es una prueba palmaria de cómo cambia y se transforma la producción espiritual con la material.  Las ideas imperantes en una época han sido siempre las ideas propias de la clase imperante .

Se habla de ideas que revolucionan a toda una sociedad; con ello, no se hace más que dar expresión a un hecho, y es que en el seno de la sociedad antigua han germinado ya los elementos para la nueva, y a la par que se esfuman o derrumban las antiguas condiciones de vida, se derrumban y esfuman las ideas antiguas.

Cuando el mundo antiguo estaba a punto de desaparecer, las religiones antiguas fueron vencidas y suplantadas por el cristianismo.  En el siglo XVIII, cuando las ideas cristianas sucumbían ante el racionalismo, la sociedad feudal pugnaba desesperadamente, haciendo un último esfuerzo, con la burguesía, entonces revolucionaria.  Las ideas de libertad de conciencia y de libertad religiosa no hicieron más que proclamar el triunfo de la libre concurrencia en el mundo ideológico.

Se nos dirá que las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., aunque sufran alteraciones a lo largo de la historia, llevan siempre un fondo de perennidad, y que por debajo de esos cambios siempre ha habido una religión, una moral, una filosofía, una política, un derecho.

Además, se seguirá arguyendo, existen verdades eternas, como la libertad, la justicia, etc., comunes a todas las sociedades y a todas las etapas de progreso de la sociedad. Pues bien, el comunismo -continúa el argumento- viene a destruir estas verdades eternas, la moral, la religión, y no a sustituirlas por otras nuevas; viene a interrumpir violentamente todo el desarrollo histórico anterior.

Veamos a qué queda reducida esta acusación.

Hasta hoy, toda la historia de la sociedad ha sido una constante sucesión de antagonismos de clases, que revisten diversas modalidades, según las épocas.

Mas, cualquiera que sea la forma que en cada caso adopte, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todas las épocas del pasado.  Nada tiene, pues, de extraño que la conciencia social de todas las épocas se atenga, a despecho de toda la variedad y de todas las divergencias, a ciertas formas comunes, formas de conciencia hasta que el antagonismo de clases que las informa no desaparezca radicalmente.

La revolución comunista viene a romper de la manera más radical con el régimen tradicional de la propiedad; nada tiene, pues, de extraño que se vea obligada a romper, en su desarrollo, de la manera también más radical, con las ideas tradicionales.

Pero no queremos detenernos por más tiempo en los reproches de la burguesía contra el comunismo.

Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia .

El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas.

Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindiese como medio para transformar todo el régimen de producción vigente.

Estas medidas no podrán ser las mismas, naturalmente, en todos los países.

Para los más progresivos mencionaremos unas cuantas, susceptibles, sin duda, de ser aplicadas con carácter más o menos general, según los casos .

1.a Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos.

2.a Fuerte impuesto progresivo.

3.a Abolición del derecho de herencia.

4.a Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes.

5.a Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio.

6.a Nacionalización de los transportes.

7.a Multiplicación de las fábricas nacionales y de los medios de producción, roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo.

8.a Proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo.

9.a Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad.

10.a Educación pública y gratuita de todos los niños. Prohibición del trabajo infantil en las fábricas bajo su forma actual.  Régimen combinado de la educación con la producción material, etc.

Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.

Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.

 

III
LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA


 

1. El socialismo reaccionario
 

a) El socialismo feudal

La aristocracia francesa e inglesa, que no se resignaba a abandonar su puesto histórico, se dedicó, cuando ya no pudo hacer otra cosa, a escribir libelos contra la moderna sociedad burguesa.  En la revolución francesa de julio de 1830, en el movimiento reformista inglés, volvió a sucumbir, arrollada por el odiado intruso.  Y no pudiendo dar ya ninguna batalla política seria, no le quedaba más arma que la pluma.  Mas también en la palestra literaria habían cambiado los tiempos; ya no era posible seguir empleando el lenguaje de la época de la Restauración.  Para ganarse simpatías, la aristocracia hubo de olvidar aparentemente sus intereses y acusar a la burguesía, sin tener presente más interés que el de la clase obrera explotada.  De este modo, se daba el gusto de provocar a su adversario y vencedor con amenazas y de musitarle al oído profecías más o menos catastróficas.

Nació así, el socialismo feudal, una mezcla de lamento, eco del pasado y rumor sordo del porvenir; un socialismo que de vez en cuando asestaba a la burguesía un golpe en medio del corazón con sus juicios sardónicos y acerados, pero que casi siempre movía a risa por su total incapacidad para comprender la marcha de la historia moderna.

Con el fin de atraer hacia sí al pueblo, tremolaba el saco del mendigo proletario por bandera.  Pero cuantas veces lo seguía, el pueblo veía brillar en las espaldas de los caudillos las viejas armas feudales y se dispersaba con una risotada nada contenida y bastante irrespetuosa.

Una parte de los legitimistas franceses y la joven Inglaterra, fueron los más perfectos organizadores de este espectáculo.

Esos señores feudales, que tanto insisten en demostrar que sus modos de explotación no se parecían en nada a los de la burguesía, se olvidan de una cosa, y es de que las circunstancias y condiciones en que ellos llevaban a cabo su explotación han desaparecido. Y, al enorgullecerse de que bajo su régimen no existía el moderno proletariado, no advierten que esta burguesía moderna que tanto abominan, es un producto históricamente necesario de su orden social.

Por lo demás, no se molestan gran cosa en encubrir el sello reaccionario de sus doctrinas, y así se explica que su más rabiosa acusación contra la burguesía sea precisamente el crear y fomentar bajo su régimen una clase que está llamada a derruir todo el orden social heredado.

Lo que más reprochan a la burguesía no es el engendrar un proletariado, sino el engendrar un proletariado revolucionario.

Por eso, en la práctica están siempre dispuestos a tomar parte en todas las violencias y represiones contra la clase obrera, y en la prosaica realidad se resignan, pese a todas las retóricas ampulosas, a recolectar también los huevos de oro y a trocar la nobleza, el amor y el honor caballerescos por el vil tráfico en lana, remolacha y aguardiente.

Como los curas van siempre del brazo de los señores feudales, no es extraño que con este socialismo feudal venga a confluir el socialismo clerical.

Nada más fácil que dar al ascetismo cristiano un barniz socialista. ¿No combatió también el cristianismo contra la propiedad privada, contra el matrimonio, contra el Estado? ¿No predicó frente a las instituciones la caridad y la limosna, el celibato y el castigo de la carne, la vida monástica y la Iglesia?  El socialismo cristiano es el hisopazo con que el clérigo bendice el despecho del aristócrata.

b) El socialismo pequeñoburgués

La aristocracia feudal no es la única clase derrocada por la burguesía, la única clase cuyas condiciones de vida ha venido a oprimir y matar la sociedad burguesa moderna.  Los villanos medievales y los pequeños labriegos fueron los precursores de la moderna burguesía.  Y en los países en que la industria y el comercio no han alcanzado un nivel suficiente de desarrollo, esta clase sigue vegetando al lado de la burguesía ascensional.

En aquellos otros países en que la civilización moderna alcanza un cierto grado de progreso, ha venido a formarse una nueva clase pequeñoburguesa que flota entre la burguesía y el proletariado y que, si bien gira constantemente en torno a la sociedad burguesa como satélite suyo, no hace más que brindar nuevos elementos al proletariado, precipitados a éste por la concurrencia; al desarrollarse la gran industria llega un momento en que esta parte de la sociedad moderna pierde su substantividad y se ve suplantada en el comercio, en la manufactura, en la agricultura por los capataces y los domésticos.

En países como Francia, en que la clase labradora representa mucho más de la mitad de la población, era natural que ciertos escritores, al abrazar la causa del proletariado contra la burguesía, tomasen por norma, para criticar el régimen burgués, los intereses de los pequeños burgueses y los campesinos, simpatizando por la causa obrera con el ideario de la pequeña burguesía.  Así nació el socialismo pequeñoburgués. Su representante más caracterizado, lo mismo en Francia que en Inglaterra, es Sismondi.

Este socialismo ha analizado con una gran agudeza las contradicciones del moderno régimen de producción. Ha desenmascarado las argucias hipócritas con que pretenden justificarlas los economistas. Ha puesto de relieve de modo irrefutable, los efectos aniquiladores del maquinismo y la división del trabajo, la concentración de los capitales y la propiedad inmueble, la superproducción, las crisis, la inevitable desaparición de los pequeños burgueses y labriegos, la miseria del proletariado, la anarquía reinante en la producción, las desigualdades irritantes que claman en la distribución de la riqueza, la aniquiladora guerra industrial de unas naciones contra otras, la disolución de las costumbres antiguas, de la familia tradicional, de las viejas nacionalidades.

Pero en lo que atañe ya a sus fórmulas positivas, este socialismo no tiene más aspiración que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos el régimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando no pretende volver a encajar por la fuerza los modernos medios de producción y de cambio dentro del marco del régimen de propiedad que hicieron y forzosamente tenían que hacer saltar.  En uno y otro caso peca, a la par, de reaccionario y de utópico.

En la manufactura, la restauración de los viejos gremios, y en el campo, la implantación de un régimen patriarcal: he ahí sus dos magnas aspiraciones.

Hoy, esta corriente socialista ha venido a caer en una cobarde modorra.
 

c) El socialismo alemán o "verdadero" socialismo

La literatura socialista y comunista de Francia, nacida bajo la presión de una burguesía gobernante y expresión literaria de la lucha librada contra su avasallamiento, fue importada en Alemania en el mismo instante en que la burguesía empezaba a sacudir el yugo del absolutismo feudal.

Los filósofos, pseudofilósofos y grandes ingenios del país se asimilaron codiciosamente aquella literatura, pero olvidando que con las doctrinas no habían pasado la frontera también las condiciones sociales a que respondían.  Al enfrentarse con la situación alemana, la literatura socialista francesa perdió toda su importancia práctica directa, para asumir una fisonomía puramente literaria y convertirse en una ociosa especulación acerca del espíritu humano y de sus proyecciones sobre la realidad.  Y así, mientras que los postulados de la primera revolución francesa eran, para los filósofos alemanes del siglo XVIII, los postulados de la “razón práctica” en general, las aspiraciones de la burguesía francesa revolucionaria representaban a sus ojos las leyes de la voluntad pura, de la voluntad ideal, de una voluntad verdaderamente humana.

La única preocupación de los literatos alemanes era armonizar las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, por mejor decir, asimilarse desde su punto de vista filosófico aquellas ideas.

Esta asimilación se llevó a cabo por el mismo procedimiento con que se asimila uno una lengua extranjera: traduciéndola.

Todo el mundo sabe que los monjes medievales se dedicaban a recamar los manuscritos que atesoraban las obras clásicas del paganismo con todo género de insubstanciales historias de santos de la Iglesia católica. Los literatos alemanes procedieron con la literatura francesa profana de un modo inverso.  Lo que hicieron fue empalmar sus absurdos filosóficos a los originales franceses. Y así, donde el original desarrollaba la crítica del dinero, ellos pusieron: “expropiación del ser humano”; donde se criticaba el Estado burgués: “abolición del imperio de lo general abstracto”, y así por el estilo.

Esta interpelación de locuciones y galimatías filosóficos en las doctrinas francesas, fue bautizada con los nombres de “filosofía del hecho” , “verdadero socialismo”, “ciencia alemana del socialismo”, “fundamentación filosófica del socialismo”, y otros semejantes.

De este modo, la literatura socialista y comunista francesa perdía toda su virilidad.  Y como, en manos de los alemanes, no expresaba ya la lucha de una clase contra otra clase, el profesor germano se hacía la ilusión de haber superado el “parcialismo francés”; a falta de verdaderas necesidades pregonaba la de la verdad, y a falta de los intereses del proletariado mantenía los intereses del ser humano, del hombre en general, de ese hombre que no reconoce clases, que ha dejado de vivir en la realidad para transportarse al cielo vaporoso de la fantasía filosófica.

Sin embargo, este socialismo alemán, que tomaba tan en serio sus desmayados ejercicios escolares y que tanto y tan solemnemente trompeteaba, fue perdiendo poco a poco su pedantesca inocencia.

En la lucha de la burguesía alemana, y principalmente, de la prusiana, contra el régimen feudal y la monarquía absoluta, el movimiento liberal fue tomando un cariz más serio.

Esto deparaba al “verdadero” socialismo la ocasión apetecida para oponer al movimiento político las reivindicaciones socialistas, para fulminar los consabidos anatemas contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la libre concurrencia burguesa, contra la libertad de Prensa, la libertad, la igualdad y el derecho burgueses, predicando ante la masa del pueblo que con este movimiento burgués no saldría ganando nada y sí perdiendo mucho.  El socialismo alemán se cuidaba de olvidar oportunamente que la crítica francesa, de la que no era más que un eco sin vida, presuponía la existencia de la sociedad burguesa moderna, con sus peculiares condiciones materiales de vida y su organización política adecuada, supuestos previos ambos en torno a los cuales giraba precisamente la lucha en Alemania.

Este “verdadero” socialismo les venía al dedillo a los gobiernos absolutos alemanes, con toda su cohorte de clérigos, maestros de escuela, hidalgüelos raídos y cagatintas, pues les servía de espantapájaros contra la amenazadora burguesía.  Era una especie de melifluo complemento a los feroces latigazos y a las balas de fusil con que esos gobiernos recibían los levantamientos obreros.

Pero el “verdadero” socialismo, además de ser, como vemos, un arma en manos de los gobiernos contra la burguesía alemana, encarnaba de una manera directa un interés reaccionario, el interés de la baja burguesía del país.  La pequeña burguesía, heredada del siglo XVI y que desde entonces no había cesado de aflorar bajo diversas formas y modalidades, constituye en Alemania la verdadera base social del orden vigente.

Conservar esta clase es conservar el orden social imperante. Del predominio industrial y político de la burguesía teme la ruina segura, tanto por la concentración de capitales que ello significa, como porque entraña la formación de un proletariado revolucionario. El “verdadero” socialismo venía a cortar de un tijeretazo -así se lo imaginaba ella- las dos alas de este peligro.  Por eso, se extendió por todo el país como una verdadera epidemia.

El ropaje ampuloso en que los socialistas alemanes envolvían el puñado de huesos de sus “verdades eternas”, un ropaje tejido con hebras especulativas, bordado con las flores retóricas de su ingenio, empapado de nieblas melancólicas y románticas, hacía todavía más gustosa la mercancía para ese público.

Por su parte, el socialismo alemán comprendía más claramente cada vez que su misión era la de ser el alto representante y abanderado de esa baja burguesía.

Proclamó a la nación alemana como nación modelo y al súbdito alemán como el tipo ejemplar de hombre. Dio a todos sus servilismos y vilezas un hondo y oculto sentido socialista, tornándolos en lo contrario de lo que en realidad eran. Y al alzarse curiosamente contra las tendencias “barbaras y destructivas” del comunismo, subrayando como contraste la imparcialidad sublime de sus propias doctrinas, ajenas a toda lucha de clases, no hacía más que sacar la última consecuencia lógica de su sistema.  Toda la pretendida literatura socialista y comunista que circula por Alemania, con poquísimas excepciones, profesa estas doctrinas repugnantes y castradas .
 

2. El socialismo burgués o conservador

Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa.

Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya.

Pero, además, de este socialismo burgués han salido verdaderos sistemas doctrinales.  Sirva de ejemplo la Filosofía de la miseria de Proudhon.

Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran.  Su ideal es la sociedad existente, depurada de los elementos que la corroen y revolucionan: la burguesía sin el proletariado.  Es natural que la burguesía se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles.  El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se forma.

Una segunda modalidad, aunque menos sistemática bastante más práctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida.  Claro está que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las “condiciones materiales de vida” la abolición del régimen burgués de producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo -en el mejor de los casos- para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el presupuesto.

Este socialismo burgués a que nos referimos, sólo encuentra expresión adecuada allí donde se convierte en mera figura retórica.

¡Pedimos el librecambio en interés de la clase obrera! ¡En interés de la clase obrera pedimos aranceles protectores! ¡Pedimos prisiones celulares en interés de la clase trabajadora!  Hemos dado, por fin, con la suprema y única seria aspiración del socialismo burgués.

Todo el socialismo de la burguesía se reduce, en efecto, a una tesis y es que los burgueses lo son y deben seguir siéndolo... en interés de la clase trabajadora.
 

3. El socialismo y el comunismo crítico-utópico

No queremos referirnos aquí a las doctrinas que en todas las grandes revoluciones modernas abrazan las aspiraciones del proletariado (obras de Babeuf, etc.).

Las primeras tentativas del proletariado para ahondar directamente en sus intereses de clase, en momentos de conmoción general, en el período de derrumbamiento de la sociedad feudal, tenían que tropezar necesariamente con la falta de desarrollo del propio proletariado, de una parte, y de otra con la ausencia de las condiciones materiales indispensables para su emancipación, que habían de ser el fruto de la época burguesa.  La literatura revolucionaria que guía estos primeros pasos vacilantes del proletariado es, y necesariamente tenía que serlo, juzgada por su contenido, reaccionaria.  Estas doctrinas profesan un ascetismo universal y un torpe y vago igualitarismo.

Los verdaderos sistemas socialistas y comunistas, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., brotan en la primera fase embrionaria de las luchas entre el proletariado y la burguesía, tal como más arriba la dejamos esbozada. (V. el capítulo “Burgueses y proletarios”).

Cierto es que los autores de estos sistemas penetran ya en el antagonismo de las clases y en la acción de los elementos disolventes que germinan en el seno de la propia sociedad gobernante.  Pero no aciertan todavía a ver en el proletariado una acción histórica independiente, un movimiento político propio y peculiar.

Y como el antagonismo de clase se desarrolla siempre a la par con la industria, se encuentran con que les faltan las condiciones materiales para la emancipación del proletariado, y es en vano que se debatan por crearlas mediante una ciencia social y a fuerza de leyes sociales.  Esos autores pretenden suplantar la acción social por su acción personal especulativa, las condiciones históricas que han de determinar la emancipación proletaria por condiciones fantásticas que ellos mismos se forjan, la gradual organización del proletariado como clase por una organización de la sociedad inventada a su antojo.  Para ellos, el curso universal de la historia que ha de venir se cifra en la propaganda y práctica ejecución de sus planes sociales.

Es cierto que en esos planes tienen la conciencia de defender primordialmente los intereses de la clase trabajadora, pero sólo porque la consideran la clase más sufrida.  Es la única función en que existe para ellos el proletariado.

La forma embrionaria que todavía presenta la lucha de clases y las condiciones en que se desarrolla la vida de estos autores hace que se consideren ajenos a esa lucha de clases y como situados en un plano muy superior.  Aspiran a mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la sociedad, incluso los mejor acomodados.  De aquí que no cesen de apelar a la sociedad entera sin distinción, cuando no se dirigen con preferencia a la propia clase gobernante. Abrigan la seguridad de que basta conocer su sistema para acatarlo como el plan más perfecto para la mejor de las sociedades posibles.

Por eso, rechazan todo lo que sea acción política, y muy principalmente la revolucionaria; quieren realizar sus aspiraciones por la vía pacífica e intentan abrir paso al nuevo evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de pequeños experimentos que, naturalmente, les fallan siempre.

Estas descripciones fantásticas de la sociedad del mañana brotan en una época en que el proletariado no ha alcanzado aún la madurez, en que, por tanto, se forja todavía una serie de ideas fantásticas acerca de su destino y posición, dejándose llevar por los primeros impulsos, puramente intuitivos, de transformar radicalmente la sociedad.

Y, sin embargo, en estas obras socialistas y comunistas hay ya un principio de crítica, puesto que atacan las bases todas de la sociedad existente.  Por eso, han contribuido notablemente a ilustrar la conciencia de la clase trabajadora.  Mas, fuera de esto, sus doctrinas de carácter positivo acerca de la sociedad futura, las que predican, por ejemplo, que en ella se borrarán las diferencias entre la ciudad y el campo o las que proclaman la abolición de la familia, de la propiedad privada, del trabajo asalariado, el triunfo de la armonía social, la transformación del Estado en un simple organismo administrativo de la producción.... giran todas en torno a la desaparición de la lucha de clases, de esa lucha de clases que empieza a dibujarse y que ellos apenas si conocen en su primera e informe vaguedad.  Por eso, todas sus doctrinas y aspiraciones tienen un carácter puramente utópico.

La importancia de este socialismo y comunismo crítico-utópico está en razón inversa al desarrollo histórico de la sociedad.  Al paso que la lucha de clases se define y acentúa, va perdiendo importancia práctica y sentido teórico esa fantástica posición de superioridad respecto a ella, esa fe fantástica en su supresión.  Por eso, aunque algunos de los autores de estos sistemas socialistas fueran en muchos respectos verdaderos revolucionarios, sus discípulos forman hoy día sectas indiscutiblemente reaccionarias, que tremolan y mantienen impertérritas las viejas ideas de sus maestros frente a los nuevos derroteros históricos del proletariado.  Son, pues, consecuentes cuando pugnan por mitigar la lucha de clases y por conciliar lo inconciliable.  Y siguen soñando con la fundación de falansterios, con la colonización interior, con la creación de una pequeña Icaria, edición en miniatura de la nueva Jerusalén... . Y para levantar todos esos castillos en el aire, no tienen más remedio que apelar a la filantrópica generosidad de los corazones y los bolsillos burgueses.  Poco a poco van resbalando a la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores, de los cuales sólo se distinguen por su sistemática pedantería y por el fanatismo supersticioso con que comulgan en las milagrerías de su ciencia social.  He ahí por qué se enfrentan rabiosamente con todos los movimientos políticos a que se entrega el proletariado, lo bastante ciego para no creer en el nuevo evangelio que ellos le predican.

En Inglaterra, los owenistas se alzan contra los cartistas, y en Francia, los reformistas tienen enfrente a los discípulos de Fourier.

 

IV
ACTITUD DE LOS COMUNISTAS ANTE LOS
OTROS PARTIDOS DE LA OPOSICION

Después de lo que dejamos dicho en el capítulo II, fácil es comprender la relación que guardan los comunistas con los demás partidos obreros ya existentes, con los cartistas ingleses y con los reformadores agrarios de Norteamérica.

Los comunistas, aunque luchando siempre por alcanzar los objetivos inmediatos y defender los intereses cotidianos de la clase obrera, representan a la par, dentro del movimiento actual, su porvenir.  En Francia se alían al partido democrático-socialista  contra la burguesía conservadora y radical, mas sin renunciar por esto a su derecho de crítica frente a los tópicos y las ilusiones procedentes de la tradición revolucionaria.

En Suiza apoyan a los radicales, sin ignorar que este partido es una mezcla de elementos contradictorios: de demócratas socialistas, a la manera francesa, y de burgueses radicales.

En Polonia, los comunistas apoyan al partido que sostiene la revolución agraria, como condición previa para la emancipación nacional del país, al partido que provocó la insurrección de Cracovia en 1846.

En Alemania, el partido comunista luchará al lado de la burguesía, mientras ésta actúe revolucionariamente, dando con ella la batalla a la monarquía absoluta, a la gran propiedad feudal y a la pequeña burguesía.

Pero todo esto sin dejar un solo instante de laborar entre los obreros, hasta afirmar en ellos con la mayor claridad posible la conciencia del antagonismo hostil que separa a la burguesía del proletariado, para que, llegado el momento, los obreros alemanes se encuentren preparados para volverse contra la burguesía, como otras tantas armas, esas mismas condiciones políticas y sociales que la burguesía, una vez que triunfe, no tendrá más remedio que implantar; para que en el instante mismo en que sean derrocadas las clases reaccionarias comience, automáticamente, la lucha contra la burguesía.

Las miradas de los comunistas convergen con un especial interés sobre Alemania, pues no desconocen que este país está en vísperas de una revolución burguesa y que esa sacudida revolucionaria se va a desarrollar bajo las propicias condiciones de la civilización europea y con un proletariado mucho más potente que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el XVIII, razones todas para que la revolución alemana burguesa que se avecina no sea más que el preludio inmediato de una revolución proletaria.

Resumiendo: los comunistas apoyan en todas partes, como se ve, cuantos movimientos revolucionarios se planteen contra el régimen social y político imperante.

En todos estos movimientos se ponen de relieve el régimen de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos progresiva que revista, como la cuestión fundamental que se ventila.

Finalmente, los comunistas laboran por llegar a la unión y la inteligencia de los partidos democráticos de todos los países.

Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones.  Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista.  Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas.  Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.

¡Proletarios de todos los Países, uníos!

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Giliath Luin
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Manifiesto del Partido Comunista

 

(1848)

Digitalizado para el Marx-Engels Internet Archive por José F. Polanco en 1998. Retranscrito para el Marxists Internet Archive por Juan R. Fajardo en 1999.

 

 

PRÓLOGOS DE MARX Y ENGELS A VARIAS
EDICIONES DEL MANIFIESTO

 

 

1
PRÓLOGO DE MARX Y ENGELS A LA
EDICIÓN ALEMANA DE 1872

 
 La Liga Comunista, una organización obrera internacional, que en las circunstancias de la época -huelga decirlo- sólo podía ser secreta, encargó a los abajo firmantes, en el congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, la redacción de un detallado programa teórico y práctico, destinado a la publicidad, que sirviese de programa del partido.  Así nació el Manifiesto, que se reproduce a continuación y cuyo original se remitió a Londres para ser impreso pocas semanas antes de estallar la revolución de febrero.  Publicado primeramente en alemán, ha sido reeditado doce veces por los menos en ese idioma en Alemania, Inglaterra y Norteamérica.  La edición inglesa no vio la luz hasta 1850, y se publicó en el Red Republican de Londres, traducido por miss Elena Macfarlane, y en 1871 se editaron en Norteamérica no menos de tres traducciones distintas. La versión francesa apareció por vez primera en París poco antes de la insurrección de junio de 1848; últimamente ha vuelto a publicarse en Le Socialiste de Nueva York, y se prepara una nueva traducción.  La versión polaca apareció en Londres poco después de la primera edición alemana.  La traducción rusa vio la luz en Ginebra en el año sesenta y tantos. Al danés se tradujo a poco de publicarse.

 Por mucho que durante los últimos veinticinco años hayan cambiado las circunstancias, los principios generales desarrollados en este Manifiesto siguen siendo substancialmente exactos. Sólo tendría que retocarse algún que otro detalle. Ya el propio Manifiesto advierte que la aplicación práctica de estos principios dependerá en todas partes y en todo tiempo de las circunstancias históricas existentes, razón por la que no se hace especial hincapié en las medidas revolucionarias propuestas al final del capítulo II. Si tuviésemos que formularlo hoy, este pasaje presentaría un tenor distinto en muchos respectos. Este programa ha quedado a trozos anticuado por efecto del inmenso desarrollo experimentado por la gran industria en los últimos veinticinco años, con los consiguientes progresos ocurridos en cuanto a la organización política de la clase obrera, y por el efecto de las experiencias prácticas de la revolución de febrero en primer término, y sobre todo de la Comuna de París, donde el proletariado, por vez primera, tuvo el Poder político en sus manos por espacio de dos meses. La comuna ha demostrado, principalmente, que “la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines”. (V. La guerra civil en Francia, alocución del Consejo general de la Asociación Obrera Internacional, edición alemana, pág. 51, donde se desarrolla ampliamente esta idea) . Huelga, asimismo, decir que la crítica de la literatura socialista presenta hoy lagunas, ya que sólo llega hasta 1847, y, finalmente, que las indicaciones que se hacen acerca de la actitud de los comunistas para con los diversos partidos de la oposición (capítulo IV), aunque sigan siendo exactas en sus líneas generales, están también anticuadas en lo que toca al detalle, por la sencilla razón de que la situación política ha cambiado radicalmente y el progreso histórico ha venido a eliminar del mundo a la mayoría de los partidos enumerados.

Sin embargo, el Manifiesto es un documento histórico, que nosotros no nos creemos ya autorizados a modificar.  Tal vez una edición posterior aparezca precedida de una introducción que abarque el período que va desde 1847 hasta los tiempos actuales; la presente reimpresión nos ha sorprendido sin dejarnos tiempo para eso.

Londres, 24 de junio de 1872.

K. MARX.  F. ENGELS.
 

 

2
PROLOGO DE ENGELS A LA EDICION
ALEMANA DE 1883


 

Desgraciadamente, al pie de este prólogo a la nueva edición del Manifiesto ya sólo aparecerá mi firma.  Marx, ese hombre a quien la clase obrera toda de Europa y América debe más que a hombre alguno, descansa en el cementerio de Highgate, y sobre su tumba crece ya la primera hierba.  Muerto él, sería doblemente absurdo pensar en revisar ni en ampliar el Manifiesto.  En cambio, me creo obligado, ahora más que nunca, a consignar aquí, una vez más, para que quede bien patente, la siguiente afirmación:

La idea central que inspira todo el Manifiesto, a saber: que el régimen económico de la producción y la estructuración social que de él se deriva necesariamente en cada época histórica constituye la base sobre la cual se asienta la historia política e intelectual de esa época, y que, por tanto, toda la historia de la sociedad -una vez disuelto el primitivo régimen de comunidad del suelo- es una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase explotada y oprimida -el proletariado- no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime -de la burguesía- sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación y las luchas de clases; esta idea cardinal fue fruto personal y exclusivo de Marx .

Y aunque ya no es la primera vez que lo hago constar, me ha parecido oportuno dejarlo estampado aquí, a la cabeza del Manifiesto.

Londres, 28 junio 1883.

F. ENGELS.
 
 

 
 

3
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN ALEMANA DE 1890


 

Ve la luz una nueva edición alemana del Manifiesto cuando han ocurrido desde la última diversos sucesos relacionados con este documento que merecen ser mencionados aquí.

En 1882 se publicó en Ginebra una segunda traducción rusa, de Vera Sasulich , precedida de un prologo de Marx y mío.  Desgraciadamente, se me ha extraviado el original alemán de este prólogo y no tengo más remedio que volver a traducirlo del ruso, con lo que el lector no saldrá ganando nada.  El prólogo dice así:

“La primera edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista, traducido por Bakunin, vio la luz poco después de 1860 en la imprenta del Kolokol.  En los tiempos que corrían, esta publicación no podía tener para Rusia, a lo sumo, más que un puro valor literario de curiosidad.  Hoy las cosas han cambiado.  El último capítulo del Manifiesto, titulado “Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición”, demuestra mejor que nada lo limitada que era la zona en que, al ver la luz por vez primera este documento (enero de 1848), tenía que actuar el movimiento proletario.  En esa zona faltaban, principalmente, dos países: Rusia y los Estados Unidos.  Era la época en que Rusia constituía la última reserva magna de la reacción europea y en que la emigración a los Estados Unidos absorbía las energías sobrantes del proletariado de Europa.  Ambos países proveían a Europa de primeras materias, a la par que le brindaban mercados para sus productos industriales.  Ambos venían a ser, pues, bajo uno u otro aspecto, pilares del orden social europeo.

Hoy las cosas han cambiado radicalmente.  La emigración europea sirvió precisamente para imprimir ese gigantesco desarrollo a la agricultura norteamericana, cuya concurrencia está minando los cimientos de la grande y la pequeña propiedad inmueble de Europa.  Además, ha permitido a los Estados Unidos entregarse a la explotación de sus copiosas fuentes industriales con tal energía y en proporciones tales, que dentro de poco echará por tierra el monopolio industrial de que hoy disfruta la Europa occidental.  Estas dos circunstancias repercuten a su vez revolucionariamente sobre la propia América.  La pequeña y mediana propiedad del granjero que trabaja su propia tierra sucumbe progresivamente ante la concurrencia de las grandes explotaciones, a la par que en las regiones industriales empieza a formarse un copioso proletariado y una fabulosa concentración de capitales.

Pasemos ahora a Rusia. Durante la sacudida revolucionaria de los años 48 y 49, los monarcas europeos, y no sólo los monarcas, sino también los burgueses, aterrados ante el empuje del proletariado, que empezaba a, cobrar por aquel entonces conciencia de su fuerza, cifraban en la intervención rusa todas sus esperanzas.  El zar fue proclamado cabeza de la reacción europea.  Hoy, este mismo zar se ve apresado en Gatchina como rehén de la revolución y Rusia forma la avanzada del movimiento revolucionario de Europa.

El Manifiesto Comunista se proponía por misión proclamar la desaparición inminente e inevitable de la propiedad burguesa en su estado actual.  Pero en Rusia nos encontramos con que, coincidiendo con el orden capitalista en febril desarrollo y la propiedad burguesa del suelo que empieza a formarse, más de la mitad de la tierra es propiedad común de los campesinos.

Ahora bien -nos preguntamos-, ¿puede este régimen comunal del concejo ruso, que es ya, sin duda, una degeneración del régimen de comunidad primitiva de la tierra, trocarse directamente en una forma más alta de comunismo del suelo, o tendrá que pasar necesariamente por el mismo proceso previo de descomposición que nos revela la historia del occidente de Europa?

La única contestación que, hoy por hoy, cabe dar a esa pregunta, es la siguiente: Si la revolución rusa es la señal para la revolución obrera de Occidente y ambas se completan formando una unidad, podría ocurrir que ese régimen comunal ruso fuese el punto de partida para la implantación de una nueva forma comunista de la tierra.
 

Londres, 21 enero 1882.”
 

Por aquellos mismos días, se publicó en Ginebra una nueva traducción polaca con este título: Manifest Kommunistyczny.

Asimismo, ha aparecido una nueva traducción danesa, en la “Socialdemokratisk Bibliothek, Köjbenhavn 1885”. Es de lamentar que esta traducción sea incompleta; el traductor se saltó, por lo visto, aquellos pasajes, importantes muchos de ellos, que le parecieron difíciles; además, la versión adolece de precipitaciones en una serie de lugares, y es una lástima, pues se ve que, con un poco más de cuidado, su autor habría realizado un trabajo excelente.

 En 1886 apareció en Le Socialiste de París una nueva traducción francesa, la mejor de cuantas han visto la luz hasta ahora .

 Sobre ella se hizo en el mismo año una versión española, publicada primero en El Socialista de Madrid y luego, en tirada aparte, con este título: Manifiesto del Partido Comunista, por Carlos Marx y F. Engels (Madrid, Administración de El Socialista, Hernán Cortés, 8).

 Como detalle curioso contaré que en 1887 fue ofrecido a un editor de Constantinopla el original de una traducción armenia; pero el buen editor no se atrevió a lanzar un folleto con el nombre de Marx a la cabeza y propuso al traductor publicarlo como obra original suya, a lo que éste se negó.

 Después de haberse reimpreso repetidas veces varias traducciones norteamericanas más o menos incorrectas, al fin, en 1888, apareció en Inglaterra la primera versión auténtica, hecha por mi amigo Samuel Moore y revisada por él y por mí antes de darla a las prensas. He aquí el título: Manifesto of the Communist Party, by Karl Marx and Frederick Engels. Authorised English Translation, edited and annotated by Frederíck Engels. 1888. London, William Reeves, 185 Flett St. E. C. Algunas de las notas de esta edición acompañan a la presente.

 El Manifiesto ha tenido sus vicisitudes. Calurosamente acogido a su aparición por la vanguardia, entonces poco numerosa, del socialismo científico -como lo demuestran las diversas traducciones mencionadas en el primer prólogo-, no tardó en pasar a segundo plano, arrinconado por la reacción que se inicia con la derrota de los obreros parisienses en junio de 1848 y anatematizado, por último, con el anatema de la justicia al ser condenados los comunistas por el tribunal de Colonia en noviembre de 1852.  Al abandonar la escena Pública, el movimiento obrero que la revolución de febrero había iniciado, queda también envuelto en la penumbra el Manifiesto.

Cuando la clase obrera europea volvió a sentirse lo bastante fuerte para lanzarse de nuevo al asalto contra las clases gobernantes, nació la Asociación Obrera Internacional.  El fin de esta organización era fundir todas las masas obreras militantes de Europa y América en un gran cuerpo de ejército.  Por eso, este movimiento no podía arrancar de los principios sentados en el Manifiesto.  No había más remedio que darle un programa que no cerrase el paso a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y españoles ni a los partidarios de Lassalle en Alemania . Este programa con las normas directivas para los estatutos de la Internacional, fue redactado por Marx con una maestría que hasta el propio Bakunin y los anarquistas hubieron de reconocer.  En cuanto al triunfo final de las tesis del Manifiesto, Marx ponía toda su confianza en el desarrollo intelectual de la clase obrera, fruto obligado de la acción conjunta y de la discusión.  Los sucesos y vicisitudes de la lucha contra el capital, y más aún las derrotas que las victorias, no podían menos de revelar al proletariado militante, en toda su desnudez, la insuficiencia de los remedios milagreros que venían empleando e infundir a sus cabezas una mayor claridad de visión para penetrar en las verdaderas condiciones que habían de presidir la emancipación obrera.  Marx no se equivocaba.  Cuando en 1874 se disolvió la Internacional, la clase obrera difería radicalmente de aquella con que se encontrara al fundarse en 1864.  En los países latinos, el proudhonianismo agonizaba, como en Alemania lo que había de específico en el partido de Lassalle, y hasta las mismas tradeuniones inglesas, conservadoras hasta la médula, cambiaban de espíritu, permitiendo al presidente de su congreso, celebrado en Swansea en 1887, decir en nombre suyo: “El socialismo continental ya no nos asusta”. Y en 1887 el socialismo continental se cifraba casi en los principios proclamados por el Manifiesto. La historia de este documento refleja, pues, hasta cierto punto, la historia moderna del movimiento obrero desde 1848. En la actualidad es indudablemente el documento más extendido e internacional de toda la literatura socialista del mundo, el programa que une a muchos millones de trabajadores de todos los países, desde Siberia hasta California.

 Y, sin embargo, cuando este Manifiesto vio la luz, no pudimos bautizarlo de Manifiesto socialista. En 1847, el concepto de “socialista” abarcaba dos categorías de personas. Unas eran las que abrazaban diversos sistemas utópicos, y entre ellas se destacaban los owenistas en Inglaterra, y en Francia los fourieristas, que poco a poco habían ido quedando reducidos a dos sectas agonizantes. En la otra formaban los charlatanes sociales de toda laya, los que aspiraban a remediar las injusticias de la sociedad con sus potingues mágicos y con toda serie de remiendos, sin tocar en lo más mínimo, claro está, al capital ni a la ganancia.  Gentes unas y otras ajenas al movimiento obrero, que iban a buscar apoyo para sus teorías a las clases “cultas”.  El sector obrero que, convencido de la insuficiencia y superficialidad de las meras conmociones políticas, reclamaba una radical transformación de la sociedad, se apellidaba comunista.  Era un comunismo toscamente delineado, instintivo, vago, pero lo bastante pujante para engendrar dos sistemas utópicos: el del “ícaro” Cabet en Francia y el de Weitling en Alemania.  En 1847, el “socialismo” designaba un movimiento burgués, el “comunismo” un movimiento obrero.  El socialismo era, a lo menos en el continente, una doctrina presentable en los salones; el comunismo, todo lo contrario.  Y como en nosotros era ya entonces firme la convicción de que “la emancipación de los trabajadores sólo podía ser obra de la propia clase obrera”, no podíamos dudar en la elección de título.  Más tarde no se nos pasó nunca por las mentes tampoco modificarlo.

“¡Proletarios de todos los países, uníos!” Cuando hace cuarenta y dos años lanzamos al mundo estas palabras, en vísperas de la primera revolución de París, en que el proletariado levantó ya sus propias reivindicaciones, fueron muy pocas las voces que contestaron.  Pero el 28 de septiembre de 1864, los representantes proletarios de la mayoría de los países del occidente de Europa se reunían para formar la Asociación Obrera Internacional, de tan glorioso recuerdo.  Y aunque la Internacional sólo tuviese nueve años de vida, el lazo perenne de unión entre los proletarios de todos los países sigue viviendo con más fuerza que nunca; así lo atestigua, con testimonio irrefutable, el día de hoy.  Hoy, primero de Mayo, el proletariado europeo y americano pasa revista por vez primera a sus contingentes puestos en pie de guerra como un ejército único, unido bajo una sola bandera y concentrado en un objetivo: la jornada normal de ocho horas, que ya proclamara la Internacional en el congreso de Ginebra en 1889, y que es menester elevar a ley.  El espectáculo del día de hoy abrirá los ojos a los capitalistas y a los grandes terratenientes de todos los países y les hará ver que la unión de los proletarios del mundo es ya un hecho.

¡Ya Marx no vive, para verlo, a mi lado!

Londres, 1 de mayo de 1890.

F. ENGELS.
 

 

4
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN POLACA DE 1892

La necesidad de reeditar la versión polaca del Manifiesto Comunista, requiere un comentario.

Ante todo, el Manifiesto ha resultado ser, como se proponía, un medio para poner de relieve el desarrollo de la gran industria en Europa. Cuando en un país, cualquiera que él sea, se desarrolla la gran industria brota al mismo tiempo entre los obreros industriales el deseo de explicarse sus relaciones como clase, como la clase de los que viven del trabajo, con la clase de los que viven de la propiedad.  En estas circunstancias, las ideas socialistas se extienden entre los trabajadores y crece la demanda del Manifiesto Comunista.  En este sentido, el número de ejemplares del Manifiesto que circulan en un idioma dado nos permite apreciar bastante aproximadamente no sólo las condiciones del movimiento obrero de clase en ese país, sino también el grado de desarrollo alcanzado en él por la gran industria.

La necesidad de hacer una nueva edición en lengua polaca acusa, por tanto, el continuo proceso de expansión de la industria en Polonia.  No puede caber duda acerca de la importancia de este proceso en el transcurso de los diez años que han mediado desde la aparición de la edición anterior.  Polonia se ha convertido en una región industrial en gran escala bajo la égida del Estado ruso.

Mientras que en la Rusia propiamente dicha la gran industria sólo se ha ido manifestando esporádicamente (en las costas del golfo de Finlandia, en las provincias centrales de Moscú y Vladimiro, a lo largo de las costas del mar Negro y del mar de Azov), la industria polaca se ha concentrado dentro de los confines de un área limitada, experimentando a la par las ventajas y los inconvenientes de su situación.  Estas ventajas no pasan inadvertidas para los fabricantes rusos; por eso alzan el grito pidiendo aranceles protectores contra las mercancías polacas, a despecho de su ardiente anhelo de rusificación de Polonia.  Los inconvenientes (que tocan por igual los industriales polacos y el Gobierno ruso) consisten en la rápida difusión de las ideas socialistas entre los obreros polacos y en una demanda sin precedente del Manifiesto Comunista.

El rápido desarrollo de la industria polaca (que deja atrás con mucho a la de Rusia) es una clara prueba de las energías vitales inextinguibles del pueblo polaco y una nueva garantía de su futuro renacimiento. La creación de una Polonia fuerte e independiente no interesa sólo al pueblo polaco, sino a todos y cada uno de nosotros.  Sólo podrá establecerse una estrecha colaboración entre los obreros todos de Europa si en cada país el pueblo es dueño dentro de su propia casa.  Las revoluciones de 1848 que, aunque reñidas bajo la bandera del proletariado, solamente llevaron a los obreros a la lucha para sacar las castañas del fuego a la burguesía, acabaron por imponer, tomando por instrumento a Napoleón y a Bismarck (a los enemigos de la revolución), la independencia de Italia, Alemania y Hungría.  En cambio, a Polonia, que en 1791 hizo por la causa revolucionaria más que estos tres países juntos, se la dejó sola cuando en 1863 tuvo que enfrentarse con el poder diez veces más fuerte de Rusia.

La nobleza polaca ha sido incapaz para mantener, y lo será también para restaurar, la independencia de Polonia. La burguesía va sintiéndose cada vez menos interesada en este asunto.  La independencia polaca sólo podrá ser conquistada por el proletariado joven, en cuyas manos está la realización de esa esperanza.  He ahí por qué los obreros del occidente de Europa no están menos interesados en la liberación de Polonia que los obreros polacos mismos.

Londres, 10 de febrero 1892.

    F. ENGELS

 

5
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN ITALIANA DE 1893

La publicación del Manifiesto del Partido Comunista coincidió (si puedo expresarme así), con el momento en que estallaban las revoluciones de Milán y de Berlín, dos revoluciones que eran el alzamiento de dos pueblos: uno enclavado en el corazón del continente europeo y el otro tendido en las costas del mar Mediterráneo.  Hasta ese momento, estos dos pueblos, desgarrados por luchas intestinas y guerras civiles, habían sido presa fácil de opresores extranjeros.  Y del mismo modo que Italia estaba sujeta al dominio del emperador de Austria, Alemania vivía, aunque esta sujeción fuese menos patente, bajo el yugo del zar de todas las Rusias.  La revolución del 18 de marzo emancipó a Italia y Alemania al mismo tiempo de este vergonzoso estado de cosas.  Si después, durante el período que va de 1848 a 1871, estas dos grandes naciones permitieron que la vieja situación fuese restaurada, haciendo hasta cierto punto de “traidores de sí mismas”, se debió (como dijo Marx) a que los mismos que habían inspirado la revolución de 1848 se convirtieron, a despecho suyo, en sus verdugos.

La revolución fue en todas partes obra de las clases trabajadoras: fueron los obreros quienes levantaron las barricadas y dieron sus vidas luchando por la causa.  Sin embargo, solamente los obreros de París, después de derribar el Gobierno, tenían la firme y decidida intención de derribar con él a todo el régimen burgués.  Pero, aunque abrigaban una conciencia muy clara del antagonismo irreductible que se alzaba entre su propia clase y la burguesía, el desarrollo económico del país y el desarrollo intelectual de las masas obreras francesas no habían alcanzado todavía el nivel necesario para que pudiese triunfar una revolución socialista.  Por eso, a la postre, los frutos de la revolución cayeron en el regazo de la clase capitalista.  En otros países, como en Italia, Austria y Alemania, los obreros se limitaron desde el primer momento de la revolución a ayudar a la burguesía a tomar el Poder.  En cada uno de estos países el gobierno de la burguesía sólo podía triunfar bajo la condición de la independencia nacional.  Así se explica que las revoluciones del año 1848 condujesen inevitablemente a la unificación de los pueblos dentro de las fronteras nacionales y a su emancipación del yugo extranjero, condiciones que, hasta allí, no habían disfrutado.  Estas condiciones son hoy realidad en Italia, en Alemania y en Hungría.  Y a estos países seguirá Polonia cuando la hora llegue.

Aunque las revoluciones de 1848 no tenían carácter socialista, prepararon, sin embargo, el terreno para el advenimiento de la revolución del socialismo. Gracias al poderoso impulso que estas revoluciones imprimieron a la gran producción en todos los países, la sociedad burguesa ha ido creando durante los últimos cuarenta y cinco años un vasto, unido y potente proletariado, engendrando con él (como dice el Manifiesto Comunista) a sus propios enterradores.  La unificación internacional del proletariado no hubiera sido posible, ni la colaboración sobria y deliberada de estos países en el logro de fines generales, si antes no hubiesen conquistado la unidad y la independencia nacionales, si hubiesen seguido manteniéndose dentro del aislamiento.

Intentemos representarnos, si podemos, el papel que hubieran hecho los obreros italianos, húngaros, alemanes, polacos y rusos luchando por su unión internacional bajo las condiciones políticas que prevalecían hacia el año 1848.

Las batallas reñidas en el 48 no fueron, pues, reñidas en balde. Ni han sido vividos tampoco en balde los cuarenta y cinco años que nos separan de la época revolucionaria.  Los frutos de aquellos días empiezan a madurar, y hago votos porque la publicación de esta traducción italiana del Manifiesto sea heraldo del triunfo del proletariado italiano, como la publicación del texto primitivo lo fue de la revolución internacional.

El Manifiesto rinde el debido homenaje a los servicios revolucionarios prestados en otro tiempo por el capitalismo.  Italia fue la primera nación que se convirtió en país capitalista.  El ocaso de la Edad Media feudal y la aurora de la época capitalista contemporánea vieron aparecer en escena una figura gigantesca. Dante fue al mismo tiempo el último poeta de la Edad Media y el primer poeta de la nueva era.  Hoy, como en 1300, se alza en el horizonte una nueva época. ¿Dará Italia al mundo otro Dante, capaz de cantar el nacimiento de la nueva era, de la era proletaria?

Londres, 1 de febrero de 1893.

     F. ENGELS

 
 


 
 

Manifiesto del Partido Comunista
Por
K. Marx & F. Engels


 

Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de comunismo.

De este hecho se desprenden dos consecuencias:

La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas.

La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido.

Con este fin se han congregado en Londres  los representantes comunistas de diferentes países y redactado el siguiente Manifiesto, que aparecerá en lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.
 
 

 

I
BURGUESES Y PROLETARIOS

Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de clases.

Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.

En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos , dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones.  En la Roma antigua son los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos; en la Edad Media, los señores feudales, los vasallos, los maestros y los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de esas clases todavía nos encontramos con nuevos matices y gradaciones.

La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase.  Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas.

Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase.  Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los “villanos” de las primeras ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los primeros elementos de la burguesía.

El descubrimiento de América, la circunnavegación de Africa abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesía.  El mercado de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición.

El régimen feudal o gremial de producción que seguía imperando no bastaba ya para cubrir las necesidades que abrían los nuevos mercados.  Vino a ocupar su puesto la manufactura.  Los maestros de los gremios se vieron desplazados por la clase media industrial, y la división del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la división del trabajo dentro de cada taller.

Pero los mercados seguían dilatándose, las necesidades seguían creciendo.  Ya no bastaba tampoco la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar el régimen industrial de producción.  La manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna, y la clase media industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria, jefes de grandes ejércitos industriales, a los burgueses modernos.

La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América.  El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra.  A su vez, estos, progresos redundaron considerablemente en provecho de la industria, y en la misma proporción en que se dilataban la industria, el comercio, la navegación, los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, crecían sus capitales, iba desplazando y esfumando a todas las clases heredadas de la Edad Media.

Vemos, pues, que la moderna burguesía es, como lo fueron en su tiempo las otras clases, producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de transformaciones radicales operadas en el régimen de cambio y de producción.

A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa de progreso político.  Clase oprimida bajo el mando de los señores feudales, la burguesía forma en la “comuna”  una asociación autónoma y armada para la defensa de sus intereses; en unos sitios se organiza en repúblicas municipales independientes; en otros forma el tercer estado tributario de las monarquías; en la época de la manufactura es el contrapeso de la nobleza dentro de la monarquía feudal o absoluta y el fundamento de las grandes monarquías en general, hasta que, por último, implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonía política y crea el moderno Estado representativo.  Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.

La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario.

Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas.  Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas.  Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar.  Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación.

La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia.

La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares .

La burguesía vino a demostrar que aquellos alardes de fuerza bruta que la reacción tanto admira en la Edad Media tenían su complemento cumplido en la haraganería más indolente.  Hasta que ella no lo reveló no supimos cuánto podía dar de sí el trabajo del hombre.  La burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho más grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas.

La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social.  Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente.  La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes.  Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces.  Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.

La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones.

La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas; por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo.  Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común.  Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal.

La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas.  Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza.

La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad.  Crea ciudades enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural.  Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete los pueblos bárbaros y semibárbaros a las naciones civilizadas, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

La burguesía va aglutinando cada vez más los medios de producción, la propiedad y los habitantes del país.  Aglomera la población, centraliza los medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad.  Este proceso tenía que conducir, por fuerza lógica, a un régimen de centralización política.  Territorios antes independientes, apenas aliados, con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos autónomos y líneas aduaneras propias, se asocian y refunden en una nación única, bajo un Gobierno, una ley, un interés nacional de clase y una sola línea aduanera.

En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?

Hemos visto que los medios de producción y de transporte sobre los cuales se desarrolló la burguesía brotaron en el seno de la sociedad feudal.  Cuando estos medios de transporte y de producción alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal producía y comerciaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el régimen feudal de la propiedad, no correspondían ya al estado progresivo de las fuerzas productivas.  Obstruían la producción en vez de fomentarla. Se habían convertido en otras tantas trabas para su desenvolvimiento.  Era menester hacerlas saltar, y saltaron.

Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitución política y social a ella adecuada, en la que se revelaba ya la hegemonía económica y política de la clase burguesa.

Pues bien: ante nuestros ojos se desarrolla hoy un espectáculo semejante.  Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró.  Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía.  Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes.  En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué?  Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio.  Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo.  Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía?  De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos.  Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.

Las armas con que la burguesía derribó al feudalismo se vuelven ahora contra ella.

Y la burguesía no sólo forja las armas que han de darle la muerte, sino que, además, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los proletarios.

En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollase también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta a incremento el capital.  El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje. Por eso, los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco más o menos, al mínimo de lo que necesita para vivir y para perpetuar su raza.  Y ya se sabe que el precio de una mercancía, y como una de tantas el trabajo , equivale a su coste de producción.  Cuanto más repelente es el trabajo, tanto más disminuye el salario pagado al obrero. Más aún: cuanto más aumentan la maquinaria y la división del trabajo, tanto más aumenta también éste, bien porque se alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento exigido, se acelere la marcha de las máquinas, etc.

La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del magnate capitalista.  Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares.  Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes.  No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menores son la habilidad y la fuerza que reclama el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo adquirido por la moderna industria, también es mayor la proporción en que el trabajo de la mujer y el niño desplaza al del hombre.  Socialmente, ya no rigen para la clase obrera esas diferencias de edad y de sexo.  Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del coste.

Y cuando ya la explotación del obrero por el fabricante ha dado su fruto y aquél recibe el salario, caen sobre él los otros representantes de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.

Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción.  Todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado.

El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse.  Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de su existencia.

Al principio son obreros aislados; luego, los de una fábrica; luego, los de todas una rama de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el burgués que personalmente los explota.  Sus ataques no van sólo contra el régimen burgués de producción, van también contra los propios instrumentos de la producción; los obreros, sublevados, destruyen las mercancías ajenas que les hacen la competencia, destrozan las máquinas, pegan fuego a las fábricas, pugnan por volver a la situación, ya enterrada, del obrero medieval.

En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavía fruto de su propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en movimiento -cosa que todavía logra- a todo el proletariado. En esta etapa, los proletarios no combaten contra sus enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los grandes señores de la tierra, los burgueses no industriales, los pequeños burgueses. La marcha de la historia está toda concentrada en manos de la burguesía, y cada triunfo así alcanzado es un triunfo de la clase burguesa.

Sin embargo, el desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas.  Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado.  La competencia, cada vez más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carácter, cada vez más señalado, de colisiones entre dos clases.  Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones.

Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera.  Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades.  Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases.  Y toda lucha de clases es una acción política.  Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, necesitaron siglos enteros para unirse con las demás; el proletariado moderno, gracias a los ferrocarriles, ha creado su unión en unos cuantos años.

Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros.  Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme, más pujante.  Y aprovechándose de las discordias que surgen en el seno de la burguesía, impone la sanción legal de sus intereses propios.  Así nace en Inglaterra la ley de la jornada de diez horas.

Las colisiones producidas entre las fuerzas de la antigua sociedad imprimen nuevos impulsos al proletariado. La burguesía lucha incesantemente: primero, contra la aristocracia; luego, contra aquellos sectores de la propia burguesía cuyos intereses chocan con los progresos de la industria, y siempre contra la burguesía de los demás países. Para librar estos combates no tiene más remedio que apelar al proletariado, reclamar su auxilio, arrastrándolo así a la palestra política. Y de este modo, le suministra elementos de fuerza, es decir, armas contra sí misma.

Además, como hemos visto, los progresos de la industria traen a las filas proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante, o a lo menos los colocan en las mismas condiciones de vida. Y estos elementos suministran al proletariado nuevas fuerzas.

Finalmente, en aquellos períodos en que la lucha de clases está a punto de decidirse, es tan violento y tan claro el proceso de desintegración de la clase gobernante latente en el seno de la sociedad antigua, que una pequeña parte de esa clase se desprende de ella y abraza la causa revolucionaria, pasándose a la clase que tiene en sus manos el porvenir.  Y así como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la burguesía se pasa al campo del proletariado; en este tránsito rompen la marcha los intelectuales burgueses, que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado.  Las demás perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar.

Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores.  Más todavía, reaccionarios, pues pretenden volver atrás la rueda de la historia.  Todo lo que tienen de revolucionario es lo que mira a su tránsito inminente al proletariado; con esa actitud no defienden sus intereses actuales, sino los futuros; se despojan de su posición propia para abrazar la del proletariado.

El proletariado andrajoso , esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de la vieja sociedad, se verá arrastrado en parte al movimiento por una revolución proletaria, si bien las condiciones todas de su vida lo hacen más propicio a dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios.

Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de vida del proletariado.  El proletario carece de bienes.  Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya nada de común con las relaciones familiares burguesas; la producción industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Alemania que en Norteamérica, borra en él todo carácter nacional.  Las leyes, la moral, la religión, son para él otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía.  Todas las clases que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su régimen de adquisición.  Los proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción aboliendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad.  Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demás.

Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría.  El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.  El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.

Por su forma, aunque no por su contenido, la campaña del proletariado contra la burguesía empieza siendo nacional.  Es lógico que el proletariado de cada país ajuste ante todo las cuentas con su propia burguesía.

Al esbozar, en líneas muy generales, las diferentes fases de desarrollo del proletariado, hemos seguido las incidencias de la guerra civil más o menos embozada que se plantea en el seno de la sociedad vigente hasta el momento en que esta guerra civil desencadena una revolución abierta y franca, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, echa las bases de su poder.

Hasta hoy, toda sociedad descansó, como hemos visto, en el antagonismo entre las clases oprimidas y las opresoras.  Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguiría, y con ella su esclavizamiento. El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burgués bajo el yugo del absolutismo feudal.  La situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase. El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la población y la riqueza.  He ahí una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a ésta por norma las condiciones de su vida como clase.  Es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella.  La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad.

La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado.  El trabajo asalariado Presupone, inevitablemente, la concurrencia de los obreros entre sí.  Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión revolucionaria por la organización.  Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores.  Su muerte y el triunfo del proletariado sin igualmente inevitables.
 

 

II
PROLETARIOS Y COMUNISTAS


 

¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general?

Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.

No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario.

Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.

Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.

El objetivo inmediato de los comunistas es idéntico al que persiguen los demás partidos proletarios en general: formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen de la burguesía, llevar al proletariado a la conquista del Poder.

Las proposiciones teóricas de los comunistas no descansan ni mucho menos en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la humanidad.  Son todas expresión generalizada de las condiciones materiales de una lucha de clases real y vívida, de un movimiento histórico que se está desarrollando a la vista de todos. La abolición del régimen vigente de la propiedad no es tampoco ninguna característica peculiar del comunismo.

Las condiciones que forman el régimen de la propiedad han estado sujetas siempre a cambios históricos, a alteraciones históricas constantes.

Así, por ejemplo, la Revolución francesa abolió la propiedad feudal para instaurar sobre sus ruinas la propiedad burguesa.

Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por otros.

Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula: abolición de la propiedad privada.

Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia.

¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os referís acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeño labriego, precedente histórico de la propiedad burguesa?  No, ésa no necesitamos destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo está haciendo a todas horas.

¿O queréis referimos a la moderna propiedad privada de la burguesía?

Decidnos: ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo de proletario, le rinde propiedad?  No, ni mucho menos.  Lo que rinde es capital, esa forma de propiedad que se nutre de la explotación del trabajo asalariado, que sólo puede crecer y multiplicarse a condición de engendrar nuevo trabajo asalariado para hacerlo también objeto de su explotación.  La propiedad, en la forma que hoy presenta, no admite salida a este antagonismo del capital y el trabajo asalariado. Detengámonos un momento a contemplar los dos términos de la antítesis.

Ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en el proceso de la producción.  El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aún cabría decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos los individuos de la sociedad.  El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social.

Los que, por tanto, aspiramos a convertir el capital en propiedad colectiva, común a todos los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en colectiva una riqueza personal. A lo único que aspiramos es a transformar el carácter colectivo de la propiedad, a despojarla de su carácter de clase.

Hablemos ahora del trabajo asalariado.

El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de víveres necesaria para sostener al obrero como tal obrero.  Todo lo que el obrero asalariado adquiere con su trabajo es, pues, lo que estrictamente necesita para seguir viviendo y trabajando.  Nosotros no aspiramos en modo alguno a destruir este régimen de apropiación personal de los productos de un trabajo encaminado a crear medios de vida: régimen de apropiación que no deja, como vemos, el menor margen de rendimiento líquido y, con él, la posibilidad de ejercer influencia sobre los demás hombres.  A lo que aspiramos es a destruir el carácter oprobioso de este régimen de apropiación en que el obrero sólo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante aconseja que viva.

En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado.  En la sociedad comunista, el trabajo acumulado será, por el contrario, un simple medio para dilatar, fomentar y enriquecer la vida del obrero.

En la sociedad burguesa es, pues, el pasado el que impera sobre el presente; en la comunista, imperará el presente sobre el pasado.  En la sociedad burguesa se reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece de iniciativa y personalidad.

¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la personalidad y la libertad!  Y, sin embargo, tiene razón.  Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa.

Por libertad se entiende, dentro del régimen burgués de la producción, el librecambio, la libertad de comprar y vender.

Desaparecido el tráfico, desaparecerá también, forzosamente el libre tráfico. La apología del libre tráfico, como en general todos los ditirambos a la libertad que entona nuestra burguesía, sólo tienen sentido y razón de ser en cuanto significan la emancipación de las trabas y la servidumbre de la Edad Media, pero palidecen ante la abolición comunista del tráfico, de las condiciones burguesas de producción y de la propia burguesía.

Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve décimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas nueve décimas partes! ¿Qué es, pues, lo que en rigor nos reprocháis?  Querer destruir un régimen de propiedad que tiene por necesaria condición el despojo de la inmensa mayoría de la sociedad.

Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad.  Pues sí, a eso es a lo que aspiramos.

Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda convertirse ya en capital, en dinero, en renta, en un poder social monopolizable; desde el momento en que la propiedad personal no pueda ya trocarse en propiedad burguesa, la persona no existe.

Con eso confesáis que para vosotros no hay más persona que el burgués, el capitalista. Pues bien, la personalidad así concebida es la que nosotros aspiramos a destruir.

El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno.

Se arguye que, abolida la propiedad privada, cesará toda actividad y reinará la indolencia universal.

Si esto fuese verdad, ya hace mucho tiempo que se habría estrellado contra el escollo de la holganza una sociedad como la burguesa, en que los que trabajan no adquieren y los que adquieren, no trabajan.  Vuestra objeción viene a reducirse, en fin de cuentas, a una verdad que no necesita de demostración, y es que, al desaparecer el capital, desaparecerá también el trabajo asalariado.

Las objeciones formuladas contra el régimen comunista de apropiación y producción material, se hacen extensivas a la producción y apropiación de los productos espirituales.  Y así como el destruir la propiedad de clases equivale, para el burgués, a destruir la producción, el destruir la cultura de clase es para él sinónimo de destruir la cultura en general.

Esa cultura cuya pérdida tanto deplora, es la que convierte en una máquina a la inmensa mayoría de la sociedad.

Al discutir con nosotros y criticar la abolición de la propiedad burguesa partiendo de vuestras ideas burguesas de libertad, cultura, derecho, etc., no os dais cuenta de que esas mismas ideas son otros tantos productos del régimen burgués de propiedad y de producción, del mismo modo que vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase elevada a ley: una voluntad que tiene su contenido y encarnación en las condiciones materiales de vida de vuestra clase.

Compartís con todas las clases dominantes que han existido y perecieron la idea interesada de que vuestro régimen de producción y de propiedad, obra de condiciones históricas que desaparecen en el transcurso de la producción, descansa sobre leyes naturales eternas y sobre los dictados de la razón.  Os explicáis que haya perecido la propiedad antigua, os explicáis que pereciera la propiedad feudal; lo que no os podéis explicar es que perezca la propiedad burguesa, vuestra propiedad.

¡Abolición de la familia!  Al hablar de estas intenciones satánicas de los comunistas, hasta los más radicales gritan escándalo.

Pero veamos: ¿en qué se funda la familia actual, la familia burguesa?  En el capital, en el lucro privado.  Sólo la burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y esta familia encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de los proletarios y en la pública prostitución.

Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base.

¿Nos reprocháis acaso que aspiremos a abolir la explotación de los hijos por sus padres?  Sí, es cierto, a eso aspiramos.

Pero es, decís, que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la educación doméstica por la social.

¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos directa en ella de la sociedad a través de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisión de la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar el carácter que hoy tiene y sustraer la educación a la influencia de la clase dominante.

Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples mercancías y meros instrumentos de trabajo.

¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesía entera, pretendéis colectivizar a las mujeres!

El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer.

No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción.

Nada más ridículo, por otra parte, que esos alardes de indignación, henchida de alta moral de nuestros burgueses, al hablar de la tan cacareada colectivización de las mujeres por el comunismo.  No; los comunistas no tienen que molestarse en implantar lo que ha existido siempre o casi siempre en la sociedad.

Nuestros burgueses, no bastándoles, por lo visto, con tener a su disposición a las mujeres y a los hijos de sus proletarios -¡y no hablemos de la prostitución oficial!-, sienten una grandísima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres.

En realidad, el matrimonio burgués es ya la comunidad de las esposas.  A lo sumo, podría reprocharse a los comunistas el pretender sustituir este hipócrita y recatado régimen colectivo de hoy por una colectivización oficial, franca y abierta, de la mujer.  Por lo demás, fácil es comprender que, al abolirse el régimen actual de producción, desaparecerá con él el sistema de comunidad de la mujer que engendra, y que se refugia en la prostitución, en la oficial y en la encubierta.

A los comunistas se nos reprocha también que queramos abolir la patria, la nacionalidad.

Los trabajadores no tienen patria.  Mal se les puede quitar lo que no tienen.  No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía.

Ya el propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos nacionales.

El triunfo del proletariado acabará de hacerlos desaparecer.  La acción conjunta de los proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de las condiciones primordiales de su emancipación.  En la medida y a la par que vaya desapareciendo la explotación de unos individuos por otros, desaparecerá también la explotación de unas naciones por otras.

Con el antagonismo de las clases en el seno de cada nación, se borrará la hostilidad de las naciones entre sí.

No queremos entrar a analizar las acusaciones que se hacen contra el comunismo desde el punto de vista religioso-filosófico e ideológico en general.

No hace falta ser un lince para ver que, al cambiar las condiciones de vida, las relaciones sociales, la existencia social del hombre, cambian también sus ideas, sus opiniones y sus conceptos, su conciencia, en una palabra.

La historia de las ideas es una prueba palmaria de cómo cambia y se transforma la producción espiritual con la material.  Las ideas imperantes en una época han sido siempre las ideas propias de la clase imperante .

Se habla de ideas que revolucionan a toda una sociedad; con ello, no se hace más que dar expresión a un hecho, y es que en el seno de la sociedad antigua han germinado ya los elementos para la nueva, y a la par que se esfuman o derrumban las antiguas condiciones de vida, se derrumban y esfuman las ideas antiguas.

Cuando el mundo antiguo estaba a punto de desaparecer, las religiones antiguas fueron vencidas y suplantadas por el cristianismo.  En el siglo XVIII, cuando las ideas cristianas sucumbían ante el racionalismo, la sociedad feudal pugnaba desesperadamente, haciendo un último esfuerzo, con la burguesía, entonces revolucionaria.  Las ideas de libertad de conciencia y de libertad religiosa no hicieron más que proclamar el triunfo de la libre concurrencia en el mundo ideológico.

Se nos dirá que las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., aunque sufran alteraciones a lo largo de la historia, llevan siempre un fondo de perennidad, y que por debajo de esos cambios siempre ha habido una religión, una moral, una filosofía, una política, un derecho.

Además, se seguirá arguyendo, existen verdades eternas, como la libertad, la justicia, etc., comunes a todas las sociedades y a todas las etapas de progreso de la sociedad. Pues bien, el comunismo -continúa el argumento- viene a destruir estas verdades eternas, la moral, la religión, y no a sustituirlas por otras nuevas; viene a interrumpir violentamente todo el desarrollo histórico anterior.

Veamos a qué queda reducida esta acusación.

Hasta hoy, toda la historia de la sociedad ha sido una constante sucesión de antagonismos de clases, que revisten diversas modalidades, según las épocas.

Mas, cualquiera que sea la forma que en cada caso adopte, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todas las épocas del pasado.  Nada tiene, pues, de extraño que la conciencia social de todas las épocas se atenga, a despecho de toda la variedad y de todas las divergencias, a ciertas formas comunes, formas de conciencia hasta que el antagonismo de clases que las informa no desaparezca radicalmente.

La revolución comunista viene a romper de la manera más radical con el régimen tradicional de la propiedad; nada tiene, pues, de extraño que se vea obligada a romper, en su desarrollo, de la manera también más radical, con las ideas tradicionales.

Pero no queremos detenernos por más tiempo en los reproches de la burguesía contra el comunismo.

Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia .

El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas.

Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindiese como medio para transformar todo el régimen de producción vigente.

Estas medidas no podrán ser las mismas, naturalmente, en todos los países.

Para los más progresivos mencionaremos unas cuantas, susceptibles, sin duda, de ser aplicadas con carácter más o menos general, según los casos .

1.a Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos.

2.a Fuerte impuesto progresivo.

3.a Abolición del derecho de herencia.

4.a Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes.

5.a Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio.

6.a Nacionalización de los transportes.

7.a Multiplicación de las fábricas nacionales y de los medios de producción, roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo.

8.a Proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo.

9.a Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad.

10.a Educación pública y gratuita de todos los niños. Prohibición del trabajo infantil en las fábricas bajo su forma actual.  Régimen combinado de la educación con la producción material, etc.

Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.

Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.

 

III
LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA


 

1. El socialismo reaccionario
 

a) El socialismo feudal

La aristocracia francesa e inglesa, que no se resignaba a abandonar su puesto histórico, se dedicó, cuando ya no pudo hacer otra cosa, a escribir libelos contra la moderna sociedad burguesa.  En la revolución francesa de julio de 1830, en el movimiento reformista inglés, volvió a sucumbir, arrollada por el odiado intruso.  Y no pudiendo dar ya ninguna batalla política seria, no le quedaba más arma que la pluma.  Mas también en la palestra literaria habían cambiado los tiempos; ya no era posible seguir empleando el lenguaje de la época de la Restauración.  Para ganarse simpatías, la aristocracia hubo de olvidar aparentemente sus intereses y acusar a la burguesía, sin tener presente más interés que el de la clase obrera explotada.  De este modo, se daba el gusto de provocar a su adversario y vencedor con amenazas y de musitarle al oído profecías más o menos catastróficas.

Nació así, el socialismo feudal, una mezcla de lamento, eco del pasado y rumor sordo del porvenir; un socialismo que de vez en cuando asestaba a la burguesía un golpe en medio del corazón con sus juicios sardónicos y acerados, pero que casi siempre movía a risa por su total incapacidad para comprender la marcha de la historia moderna.

Con el fin de atraer hacia sí al pueblo, tremolaba el saco del mendigo proletario por bandera.  Pero cuantas veces lo seguía, el pueblo veía brillar en las espaldas de los caudillos las viejas armas feudales y se dispersaba con una risotada nada contenida y bastante irrespetuosa.

Una parte de los legitimistas franceses y la joven Inglaterra, fueron los más perfectos organizadores de este espectáculo.

Esos señores feudales, que tanto insisten en demostrar que sus modos de explotación no se parecían en nada a los de la burguesía, se olvidan de una cosa, y es de que las circunstancias y condiciones en que ellos llevaban a cabo su explotación han desaparecido. Y, al enorgullecerse de que bajo su régimen no existía el moderno proletariado, no advierten que esta burguesía moderna que tanto abominan, es un producto históricamente necesario de su orden social.

Por lo demás, no se molestan gran cosa en encubrir el sello reaccionario de sus doctrinas, y así se explica que su más rabiosa acusación contra la burguesía sea precisamente el crear y fomentar bajo su régimen una clase que está llamada a derruir todo el orden social heredado.

Lo que más reprochan a la burguesía no es el engendrar un proletariado, sino el engendrar un proletariado revolucionario.

Por eso, en la práctica están siempre dispuestos a tomar parte en todas las violencias y represiones contra la clase obrera, y en la prosaica realidad se resignan, pese a todas las retóricas ampulosas, a recolectar también los huevos de oro y a trocar la nobleza, el amor y el honor caballerescos por el vil tráfico en lana, remolacha y aguardiente.

Como los curas van siempre del brazo de los señores feudales, no es extraño que con este socialismo feudal venga a confluir el socialismo clerical.

Nada más fácil que dar al ascetismo cristiano un barniz socialista. ¿No combatió también el cristianismo contra la propiedad privada, contra el matrimonio, contra el Estado? ¿No predicó frente a las instituciones la caridad y la limosna, el celibato y el castigo de la carne, la vida monástica y la Iglesia?  El socialismo cristiano es el hisopazo con que el clérigo bendice el despecho del aristócrata.

b) El socialismo pequeñoburgués

La aristocracia feudal no es la única clase derrocada por la burguesía, la única clase cuyas condiciones de vida ha venido a oprimir y matar la sociedad burguesa moderna.  Los villanos medievales y los pequeños labriegos fueron los precursores de la moderna burguesía.  Y en los países en que la industria y el comercio no han alcanzado un nivel suficiente de desarrollo, esta clase sigue vegetando al lado de la burguesía ascensional.

En aquellos otros países en que la civilización moderna alcanza un cierto grado de progreso, ha venido a formarse una nueva clase pequeñoburguesa que flota entre la burguesía y el proletariado y que, si bien gira constantemente en torno a la sociedad burguesa como satélite suyo, no hace más que brindar nuevos elementos al proletariado, precipitados a éste por la concurrencia; al desarrollarse la gran industria llega un momento en que esta parte de la sociedad moderna pierde su substantividad y se ve suplantada en el comercio, en la manufactura, en la agricultura por los capataces y los domésticos.

En países como Francia, en que la clase labradora representa mucho más de la mitad de la población, era natural que ciertos escritores, al abrazar la causa del proletariado contra la burguesía, tomasen por norma, para criticar el régimen burgués, los intereses de los pequeños burgueses y los campesinos, simpatizando por la causa obrera con el ideario de la pequeña burguesía.  Así nació el socialismo pequeñoburgués. Su representante más caracterizado, lo mismo en Francia que en Inglaterra, es Sismondi.

Este socialismo ha analizado con una gran agudeza las contradicciones del moderno régimen de producción. Ha desenmascarado las argucias hipócritas con que pretenden justificarlas los economistas. Ha puesto de relieve de modo irrefutable, los efectos aniquiladores del maquinismo y la división del trabajo, la concentración de los capitales y la propiedad inmueble, la superproducción, las crisis, la inevitable desaparición de los pequeños burgueses y labriegos, la miseria del proletariado, la anarquía reinante en la producción, las desigualdades irritantes que claman en la distribución de la riqueza, la aniquiladora guerra industrial de unas naciones contra otras, la disolución de las costumbres antiguas, de la familia tradicional, de las viejas nacionalidades.

Pero en lo que atañe ya a sus fórmulas positivas, este socialismo no tiene más aspiración que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos el régimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando no pretende volver a encajar por la fuerza los modernos medios de producción y de cambio dentro del marco del régimen de propiedad que hicieron y forzosamente tenían que hacer saltar.  En uno y otro caso peca, a la par, de reaccionario y de utópico.

En la manufactura, la restauración de los viejos gremios, y en el campo, la implantación de un régimen patriarcal: he ahí sus dos magnas aspiraciones.

Hoy, esta corriente socialista ha venido a caer en una cobarde modorra.
 

c) El socialismo alemán o "verdadero" socialismo

La literatura socialista y comunista de Francia, nacida bajo la presión de una burguesía gobernante y expresión literaria de la lucha librada contra su avasallamiento, fue importada en Alemania en el mismo instante en que la burguesía empezaba a sacudir el yugo del absolutismo feudal.

Los filósofos, pseudofilósofos y grandes ingenios del país se asimilaron codiciosamente aquella literatura, pero olvidando que con las doctrinas no habían pasado la frontera también las condiciones sociales a que respondían.  Al enfrentarse con la situación alemana, la literatura socialista francesa perdió toda su importancia práctica directa, para asumir una fisonomía puramente literaria y convertirse en una ociosa especulación acerca del espíritu humano y de sus proyecciones sobre la realidad.  Y así, mientras que los postulados de la primera revolución francesa eran, para los filósofos alemanes del siglo XVIII, los postulados de la “razón práctica” en general, las aspiraciones de la burguesía francesa revolucionaria representaban a sus ojos las leyes de la voluntad pura, de la voluntad ideal, de una voluntad verdaderamente humana.

La única preocupación de los literatos alemanes era armonizar las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, por mejor decir, asimilarse desde su punto de vista filosófico aquellas ideas.

Esta asimilación se llevó a cabo por el mismo procedimiento con que se asimila uno una lengua extranjera: traduciéndola.

Todo el mundo sabe que los monjes medievales se dedicaban a recamar los manuscritos que atesoraban las obras clásicas del paganismo con todo género de insubstanciales historias de santos de la Iglesia católica. Los literatos alemanes procedieron con la literatura francesa profana de un modo inverso.  Lo que hicieron fue empalmar sus absurdos filosóficos a los originales franceses. Y así, donde el original desarrollaba la crítica del dinero, ellos pusieron: “expropiación del ser humano”; donde se criticaba el Estado burgués: “abolición del imperio de lo general abstracto”, y así por el estilo.

Esta interpelación de locuciones y galimatías filosóficos en las doctrinas francesas, fue bautizada con los nombres de “filosofía del hecho” , “verdadero socialismo”, “ciencia alemana del socialismo”, “fundamentación filosófica del socialismo”, y otros semejantes.

De este modo, la literatura socialista y comunista francesa perdía toda su virilidad.  Y como, en manos de los alemanes, no expresaba ya la lucha de una clase contra otra clase, el profesor germano se hacía la ilusión de haber superado el “parcialismo francés”; a falta de verdaderas necesidades pregonaba la de la verdad, y a falta de los intereses del proletariado mantenía los intereses del ser humano, del hombre en general, de ese hombre que no reconoce clases, que ha dejado de vivir en la realidad para transportarse al cielo vaporoso de la fantasía filosófica.

Sin embargo, este socialismo alemán, que tomaba tan en serio sus desmayados ejercicios escolares y que tanto y tan solemnemente trompeteaba, fue perdiendo poco a poco su pedantesca inocencia.

En la lucha de la burguesía alemana, y principalmente, de la prusiana, contra el régimen feudal y la monarquía absoluta, el movimiento liberal fue tomando un cariz más serio.

Esto deparaba al “verdadero” socialismo la ocasión apetecida para oponer al movimiento político las reivindicaciones socialistas, para fulminar los consabidos anatemas contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la libre concurrencia burguesa, contra la libertad de Prensa, la libertad, la igualdad y el derecho burgueses, predicando ante la masa del pueblo que con este movimiento burgués no saldría ganando nada y sí perdiendo mucho.  El socialismo alemán se cuidaba de olvidar oportunamente que la crítica francesa, de la que no era más que un eco sin vida, presuponía la existencia de la sociedad burguesa moderna, con sus peculiares condiciones materiales de vida y su organización política adecuada, supuestos previos ambos en torno a los cuales giraba precisamente la lucha en Alemania.

Este “verdadero” socialismo les venía al dedillo a los gobiernos absolutos alemanes, con toda su cohorte de clérigos, maestros de escuela, hidalgüelos raídos y cagatintas, pues les servía de espantapájaros contra la amenazadora burguesía.  Era una especie de melifluo complemento a los feroces latigazos y a las balas de fusil con que esos gobiernos recibían los levantamientos obreros.

Pero el “verdadero” socialismo, además de ser, como vemos, un arma en manos de los gobiernos contra la burguesía alemana, encarnaba de una manera directa un interés reaccionario, el interés de la baja burguesía del país.  La pequeña burguesía, heredada del siglo XVI y que desde entonces no había cesado de aflorar bajo diversas formas y modalidades, constituye en Alemania la verdadera base social del orden vigente.

Conservar esta clase es conservar el orden social imperante. Del predominio industrial y político de la burguesía teme la ruina segura, tanto por la concentración de capitales que ello significa, como porque entraña la formación de un proletariado revolucionario. El “verdadero” socialismo venía a cortar de un tijeretazo -así se lo imaginaba ella- las dos alas de este peligro.  Por eso, se extendió por todo el país como una verdadera epidemia.

El ropaje ampuloso en que los socialistas alemanes envolvían el puñado de huesos de sus “verdades eternas”, un ropaje tejido con hebras especulativas, bordado con las flores retóricas de su ingenio, empapado de nieblas melancólicas y románticas, hacía todavía más gustosa la mercancía para ese público.

Por su parte, el socialismo alemán comprendía más claramente cada vez que su misión era la de ser el alto representante y abanderado de esa baja burguesía.

Proclamó a la nación alemana como nación modelo y al súbdito alemán como el tipo ejemplar de hombre. Dio a todos sus servilismos y vilezas un hondo y oculto sentido socialista, tornándolos en lo contrario de lo que en realidad eran. Y al alzarse curiosamente contra las tendencias “barbaras y destructivas” del comunismo, subrayando como contraste la imparcialidad sublime de sus propias doctrinas, ajenas a toda lucha de clases, no hacía más que sacar la última consecuencia lógica de su sistema.  Toda la pretendida literatura socialista y comunista que circula por Alemania, con poquísimas excepciones, profesa estas doctrinas repugnantes y castradas .
 

2. El socialismo burgués o conservador

Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa.

Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya.

Pero, además, de este socialismo burgués han salido verdaderos sistemas doctrinales.  Sirva de ejemplo la Filosofía de la miseria de Proudhon.

Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran.  Su ideal es la sociedad existente, depurada de los elementos que la corroen y revolucionan: la burguesía sin el proletariado.  Es natural que la burguesía se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles.  El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se forma.

Una segunda modalidad, aunque menos sistemática bastante más práctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida.  Claro está que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las “condiciones materiales de vida” la abolición del régimen burgués de producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo -en el mejor de los casos- para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el presupuesto.

Este socialismo burgués a que nos referimos, sólo encuentra expresión adecuada allí donde se convierte en mera figura retórica.

¡Pedimos el librecambio en interés de la clase obrera! ¡En interés de la clase obrera pedimos aranceles protectores! ¡Pedimos prisiones celulares en interés de la clase trabajadora!  Hemos dado, por fin, con la suprema y única seria aspiración del socialismo burgués.

Todo el socialismo de la burguesía se reduce, en efecto, a una tesis y es que los burgueses lo son y deben seguir siéndolo... en interés de la clase trabajadora.
 

3. El socialismo y el comunismo crítico-utópico

No queremos referirnos aquí a las doctrinas que en todas las grandes revoluciones modernas abrazan las aspiraciones del proletariado (obras de Babeuf, etc.).

Las primeras tentativas del proletariado para ahondar directamente en sus intereses de clase, en momentos de conmoción general, en el período de derrumbamiento de la sociedad feudal, tenían que tropezar necesariamente con la falta de desarrollo del propio proletariado, de una parte, y de otra con la ausencia de las condiciones materiales indispensables para su emancipación, que habían de ser el fruto de la época burguesa.  La literatura revolucionaria que guía estos primeros pasos vacilantes del proletariado es, y necesariamente tenía que serlo, juzgada por su contenido, reaccionaria.  Estas doctrinas profesan un ascetismo universal y un torpe y vago igualitarismo.

Los verdaderos sistemas socialistas y comunistas, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., brotan en la primera fase embrionaria de las luchas entre el proletariado y la burguesía, tal como más arriba la dejamos esbozada. (V. el capítulo “Burgueses y proletarios”).

Cierto es que los autores de estos sistemas penetran ya en el antagonismo de las clases y en la acción de los elementos disolventes que germinan en el seno de la propia sociedad gobernante.  Pero no aciertan todavía a ver en el proletariado una acción histórica independiente, un movimiento político propio y peculiar.

Y como el antagonismo de clase se desarrolla siempre a la par con la industria, se encuentran con que les faltan las condiciones materiales para la emancipación del proletariado, y es en vano que se debatan por crearlas mediante una ciencia social y a fuerza de leyes sociales.  Esos autores pretenden suplantar la acción social por su acción personal especulativa, las condiciones históricas que han de determinar la emancipación proletaria por condiciones fantásticas que ellos mismos se forjan, la gradual organización del proletariado como clase por una organización de la sociedad inventada a su antojo.  Para ellos, el curso universal de la historia que ha de venir se cifra en la propaganda y práctica ejecución de sus planes sociales.

Es cierto que en esos planes tienen la conciencia de defender primordialmente los intereses de la clase trabajadora, pero sólo porque la consideran la clase más sufrida.  Es la única función en que existe para ellos el proletariado.

La forma embrionaria que todavía presenta la lucha de clases y las condiciones en que se desarrolla la vida de estos autores hace que se consideren ajenos a esa lucha de clases y como situados en un plano muy superior.  Aspiran a mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la sociedad, incluso los mejor acomodados.  De aquí que no cesen de apelar a la sociedad entera sin distinción, cuando no se dirigen con preferencia a la propia clase gobernante. Abrigan la seguridad de que basta conocer su sistema para acatarlo como el plan más perfecto para la mejor de las sociedades posibles.

Por eso, rechazan todo lo que sea acción política, y muy principalmente la revolucionaria; quieren realizar sus aspiraciones por la vía pacífica e intentan abrir paso al nuevo evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de pequeños experimentos que, naturalmente, les fallan siempre.

Estas descripciones fantásticas de la sociedad del mañana brotan en una época en que el proletariado no ha alcanzado aún la madurez, en que, por tanto, se forja todavía una serie de ideas fantásticas acerca de su destino y posición, dejándose llevar por los primeros impulsos, puramente intuitivos, de transformar radicalmente la sociedad.

Y, sin embargo, en estas obras socialistas y comunistas hay ya un principio de crítica, puesto que atacan las bases todas de la sociedad existente.  Por eso, han contribuido notablemente a ilustrar la conciencia de la clase trabajadora.  Mas, fuera de esto, sus doctrinas de carácter positivo acerca de la sociedad futura, las que predican, por ejemplo, que en ella se borrarán las diferencias entre la ciudad y el campo o las que proclaman la abolición de la familia, de la propiedad privada, del trabajo asalariado, el triunfo de la armonía social, la transformación del Estado en un simple organismo administrativo de la producción.... giran todas en torno a la desaparición de la lucha de clases, de esa lucha de clases que empieza a dibujarse y que ellos apenas si conocen en su primera e informe vaguedad.  Por eso, todas sus doctrinas y aspiraciones tienen un carácter puramente utópico.

La importancia de este socialismo y comunismo crítico-utópico está en razón inversa al desarrollo histórico de la sociedad.  Al paso que la lucha de clases se define y acentúa, va perdiendo importancia práctica y sentido teórico esa fantástica posición de superioridad respecto a ella, esa fe fantástica en su supresión.  Por eso, aunque algunos de los autores de estos sistemas socialistas fueran en muchos respectos verdaderos revolucionarios, sus discípulos forman hoy día sectas indiscutiblemente reaccionarias, que tremolan y mantienen impertérritas las viejas ideas de sus maestros frente a los nuevos derroteros históricos del proletariado.  Son, pues, consecuentes cuando pugnan por mitigar la lucha de clases y por conciliar lo inconciliable.  Y siguen soñando con la fundación de falansterios, con la colonización interior, con la creación de una pequeña Icaria, edición en miniatura de la nueva Jerusalén... . Y para levantar todos esos castillos en el aire, no tienen más remedio que apelar a la filantrópica generosidad de los corazones y los bolsillos burgueses.  Poco a poco van resbalando a la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores, de los cuales sólo se distinguen por su sistemática pedantería y por el fanatismo supersticioso con que comulgan en las milagrerías de su ciencia social.  He ahí por qué se enfrentan rabiosamente con todos los movimientos políticos a que se entrega el proletariado, lo bastante ciego para no creer en el nuevo evangelio que ellos le predican.

En Inglaterra, los owenistas se alzan contra los cartistas, y en Francia, los reformistas tienen enfrente a los discípulos de Fourier.

 

IV
ACTITUD DE LOS COMUNISTAS ANTE LOS
OTROS PARTIDOS DE LA OPOSICION

Después de lo que dejamos dicho en el capítulo II, fácil es comprender la relación que guardan los comunistas con los demás partidos obreros ya existentes, con los cartistas ingleses y con los reformadores agrarios de Norteamérica.

Los comunistas, aunque luchando siempre por alcanzar los objetivos inmediatos y defender los intereses cotidianos de la clase obrera, representan a la par, dentro del movimiento actual, su porvenir.  En Francia se alían al partido democrático-socialista  contra la burguesía conservadora y radical, mas sin renunciar por esto a su derecho de crítica frente a los tópicos y las ilusiones procedentes de la tradición revolucionaria.

En Suiza apoyan a los radicales, sin ignorar que este partido es una mezcla de elementos contradictorios: de demócratas socialistas, a la manera francesa, y de burgueses radicales.

En Polonia, los comunistas apoyan al partido que sostiene la revolución agraria, como condición previa para la emancipación nacional del país, al partido que provocó la insurrección de Cracovia en 1846.

En Alemania, el partido comunista luchará al lado de la burguesía, mientras ésta actúe revolucionariamente, dando con ella la batalla a la monarquía absoluta, a la gran propiedad feudal y a la pequeña burguesía.

Pero todo esto sin dejar un solo instante de laborar entre los obreros, hasta afirmar en ellos con la mayor claridad posible la conciencia del antagonismo hostil que separa a la burguesía del proletariado, para que, llegado el momento, los obreros alemanes se encuentren preparados para volverse contra la burguesía, como otras tantas armas, esas mismas condiciones políticas y sociales que la burguesía, una vez que triunfe, no tendrá más remedio que implantar; para que en el instante mismo en que sean derrocadas las clases reaccionarias comience, automáticamente, la lucha contra la burguesía.

Las miradas de los comunistas convergen con un especial interés sobre Alemania, pues no desconocen que este país está en vísperas de una revolución burguesa y que esa sacudida revolucionaria se va a desarrollar bajo las propicias condiciones de la civilización europea y con un proletariado mucho más potente que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el XVIII, razones todas para que la revolución alemana burguesa que se avecina no sea más que el preludio inmediato de una revolución proletaria.

Resumiendo: los comunistas apoyan en todas partes, como se ve, cuantos movimientos revolucionarios se planteen contra el régimen social y político imperante.

En todos estos movimientos se ponen de relieve el régimen de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos progresiva que revista, como la cuestión fundamental que se ventila.

Finalmente, los comunistas laboran por llegar a la unión y la inteligencia de los partidos democráticos de todos los países.

Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones.  Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista.  Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas.  Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.

¡Proletarios de todos los Países, uníos!

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