T- TIENE QUE HACERSE

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Alev
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Poblador desde: 09/09/2010
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 - Esto es estúpido.
Las palabras, densas por su significado en ese momento se quedaron flotando dentro del auto, todos las habían escuchado perfectamente, y al mismo tiempo, todos hacían su mejor esfuerzo por fingir que nadie había dicho nada. A pesar de ser consciente de ello, Mauricio arremetió de nuevo, pero con una entonación que parecía rogar por atención, por alguna clase de retroalimentación.
- Esto es estúpido - volvió a decir.
Esta vez Ricardo reaccionó con una especie de gruñido, luego suspiró largamente y finalmente habló.
- Si crees eso, ¿por qué no te bajas del carro? - dicho esto aminoró la velocidad, mirando fijamente a Mauricio - hay mucho espacio para estacionarme, si es lo que quieres te dejo aquí mismo.
Mauricio tuvo que enfrentarse por primera vez, desde que toda la locura, (o la cordura, dependiendo del punto de vista), había comenzado, con la pregunta clave, ¿de verdad no quería hacerlo? Lo cierto era que, aunque no le gustara la idea, no parecía haber más opción. por lo menos alguna opción racional en ese punto. Ahora todos lo miraban fijamente, esperando una respuesta, en cierto modo todos querían que respondiera que si, que quería bajarse del automóvil, eso habría sido un atisbo de esperanza, tal vez - pensaban todos - Mauricio tenía la respuesta, por poco probable que eso pudiera parecer.
El aludido observó atentamente a cada uno, por su parte también esperaba sin esperar, que alguien, además de él mismo, mostrara un poco de renuencia al asunto, pero la solidaridad que esperaba encontrar en alguno de los miembros de su familia que viajaban con él en ese momento nunca llegó, algo que en verdad no le sorprendió.
Sintió el peso de la mirada indiferente de Ricardo, seguro como estaba de que Mauricio no se iba a bajar del Automóvil. Por fin, Mauricio contestó a regañadientes.
- No Ricardo, no me quiero bajar del carro, ni quiero quedarme solo en medio de la nada - bajó la mirada algo avergonzado - pero sigo pensando que esto es estúpido.
- Puedes pensar lo que se te dé la gana - Ricardo hundió su pie en el acelerador una vez más - pero ya déjanos tranquilos, no soportamos más tus constantes gimoteos.
Mauricio continuó con la mirada abajo, el rubor incendiaba sus mejillas, y lo peor es que ya no tenía claro el origen de su vergüenza, tal vez era por su actitud inmadura, aunque en ese momento cualquiera podía darse el lujo de ser inmaduro; o tal vez era sencillamente por no haber encontrado ni la razón ni los cojones para haberse bajado, y enfrentarse solo a lo que fuera que viniera.
                                                                                                                                
Transcurrieron varios kilómetros en silencio, un silencio que a todas luces, era lo más cómodo para todos. Ricardo conduciendo, Mauricio en el puesto del copiloto, el abuelo Carmelo en la mitad de la silla trasera, Sara, la esposa de Ricardo y hermana de Mauricio, a la derecha contra la ventana, con Ángel, su hijo de 5 años sentado en sus piernas y Catalina, una hermosa mujer de 22 años que habían recogido en alguna parte de la carretera, sentada a la izquierda, junto a la otra ventana.
El camino se extendía y se extendía, casi infinito con sus líneas blancas intermitentes.
 
Cuando Angel habló, todos sintieron como si los hubieran arrancado a la fuerza de sus propios pensamientos, y escucharon al niño, en cierto modo agradecidos.
- ¿A dónde vamos Mamá?
- Ya te lo dije cuando salimos Ángel - respondió Sara algo impaciente, no quería verse obligada a repetir lo que todos sabían, lo que todos temían - ¿lo recuerdas?
Angel la miró con el ceño fruncido, tratando de recordar, luego de un par de segundos, abrió los ojos con inteligencia, el recuerdo de las palabras de su madre le llegó de improviso, pero eso sólo le generaba más interrogantes.
- ¿Por qué vamos a hacer eso? - preguntó Ángel, levemente consciente de la fuerza de sus palabras.
Ricardo habló esta vez, tratando de sonar concluyente.
- Por que tiene que hacerse, hijo.
- Si... pero... ¿por qué? - la que habló ahora fue Catalina.
Todos la miraron extrañados, había pronunciado máximo diez palabras desde que se había unido al grupo, y sólo para saludar y asentir cuando le preguntaron estúpidamente para dónde iba; el resto del viaje había guardado silencio, y ahora hacía esa pregunta, precisamente esa pregunta, LA PREGUNTA.
Ricardo habló de nuevo, intentaba ser amable, aunque en su voz se asomaba su creciente molestia.
- Tiene que hacerse Catalina, simplemente, tiene que hacerse.
Nadie dijo nada por unos instantes. Ninguno estaba muy conforme con la respuesta, ni siquiera el mismo Ricardo. Mauricio volvió a hablar pero esta vez sin mucha fuerza.
- Si, Ricardo, pero ¿por qué?
- Porque tenemos que desaparecer, así de simple.
Esa si era una respuesta concluyente. Todos se miraron, excepto por el abuelo Carmelo, que había caído en uno de sus acostumbrados sopores.
- No es justo - murmuró Catalina.
Sara la miró, muy seria, parecía reprocharle sus indagaciones.
- ¿Dijiste algo? - la voz de Sara ahora era francamente desafiante.
- No es justo - repitió Catalina, que tratando de ajustar el volumen de su voz, ahora habló casi gritando.
- ¿No es justo? ¿a qué te refieres?
- A que tengamos que hacer esto - respondió Catalina - obviamente para este señor - tocó con una mano en el hombro al abuelo Carmelo, que seguía dormido, como si no quisiera tener nada que ver con ninguno de los pasajeros - ya nada tiene importancia, pero yo todavía tengo mucho por hacer - hasta ese momento había estado mirando al parabrisas, casi hablándole a todos y a ninguno al mismo tiempo, pero sin querer, desvió su mirada a Sara, el peso de esos ojos empezaba a trastocarse en un odio profundo, Catalina continuó hablando pero ahora intentando congraciarse con el grupo - y estoy segura de que ustedes también tienen mucho que hacer, muchos temas inconclusos en sus vidas, especialmente Ángel.
- A él no lo metas - replicó Ricardo, severo.
Catalina guardó silencio de nuevo. Ricardo continuó.
- Si tienes tanto problema con esto también te puedes bajar, es más, podrías quedarte con Mauricio y tener una linda familia, el espacio no les faltaría - el sarcasmo era más que evidente.
Catalina no dijo nada, ella también era parte de todo, una parte tan pequeña o tan grande como cualquier otra. Era la primera vez que toda la humanidad se ponía de acuerdo en algo, ni siquiera se necesitaron reuniones de grandes dirigentes o cosas por el estilo, fue algo siniestro y hermoso a un tiempo; sin que nadie supiera en qué momento, el pensamiento y la resolución germinaron en las mentes y los corazones de cada uno de los hombres y mujeres, no importaba la edad, la raza, la religión o cualquier otro detalle sin importancia, todo eso quedó rebajado a la categoría de minucia. Incluso un niño como Ángel, que no alcanzaba a vislumbrar el alcance de lo que estaban por hacer, no tenía ningún reparo en hacerlo, aunque, al igual que la mayoría, quería entender por completo los motivos, entendimiento que se le escapaba... como a la mayoría.
Era una fuerza, LA FUERZA, de la que nadie hablaba, pero que todos conocían y percibían en toda su magnitud, era lo mejor para el planeta, y, a pesar de lo que había dicho Catalina, era lo más justo, y todos los sabían. Nunca en la historia, la palabra "TODOS", había tenido tanto significado.
Ante el silencio de Catalina, Ricardo se calmó y trató de ocultar su miedo cuando habló.
- Tranquilos, esto está por terminar.
 
A lo lejos se empezó a ver el gentío. Con un orden casi militar, la gente hacía una larga fila, eran pocos los que hablaban, y aún menos los que hacían contacto visual con los demás. En los rostros de todos se notaba el temor, pero también se podía ver algo de resignación. Algunos comían, lo que parecía absurdo e innecesario, tal vez un último intento por aferrarse a la realidad... o un último deseo.
Ricardo estacionó el vehículo en el primer lugar que vio, al lado de una camioneta de la que bajaron doce personas, todas en silencio. Algunas miraron a Ricardo y los demás, sin mucho interés, a Mauricio la pareció que
uno de ellos, una mujer de unos cincuenta años le sonrió, pero no estaba seguro, era difícil pensar en que alguien sonriera en ese momento.
Permanecieron por varios minutos dentro del vehículo, el abuelo Carmelo por fin había despertado, pero no había dicho nada, hacía muchos años se había desconectado de lo que pasaba a su alrededor, su mirada parecía perdida en otro mundo, Sara lo miró y no pudo evitar sentir una mezquina y confusa envidia hacia su padre.
Catalina fue la primera que se decidió, sin pensarlo más se apeó del automóvil, y sin alejarse más de unos pasos se desperezó, estirando sus músculos un poco entumecidos por el largo viaje. Luego esperó a que los demás bajaran, los conocía hacía unas pocas horas, pero eran lo único que tenía, y se sentía muy agradecido con todos ellos, al fin y al cabo la habían recogido muchos kilómetros atrás, sin hacer ninguna pregunta que seguramente no hubiera querido contestar.
La familia seguía en el carro casi sin moverse, podían escuchar sus respiraciones, y por alguna razón, Ángel empezó a llorar. Un llanto que sus padres no le conocían, un llanto lleno de angustia y desesperación, un llanto demasiado adulto para un niño de 5 años. Su madre no supo qué hacer aparte de abrazarlo sin decir nada; el abuelo Carmelo por fin dio señales de vida y miró a su nieto, con algo de dificultad y con movimientos temblorosos, por cuenta del avanzado Parkinson que lo aquejaba, estiró sus brazos, pidiendo sin hablar que lo dejaran cargar a su nieto. Sara miró los brazos extendidos, sorprendida, sin saber cómo proceder. Luego miró a Ricardo, que junto a Mauricio observaba la escena, estupefacto. Los ojos de los esposos se encontraron, y el miedo entre los dos se hizo evidente, hondo, macabro y doloros como nada que hubieran sentido, como una profusa herida que habían luchado por ignorar.
Sara desvió la mirada hacia Mauricio, en los ojos de su hermano no se veía nada, ni miedo, ni alegría, ni valentía, ni tristeza... absolutamente nada, algo que le pareció a Sara aún peor que cualquier cosa que hubiera esperado encontrarse. Era como si su hermano estuviera vacío por dentro, como si la perspectiva de lo inevitable le afectara tanto que se hubiera quedado sin entrañas, sin alma...sin nada. El llanto de su hijo, que no paraba, sino que parecía fortalecerse, contribuía a lo dramático de la escena; casi mecánicamente le entregó a su Padre, el abuelo Carmelo, a su hijo, y con cuidado lo dejó envuelto en sus brazos, sobre su pecho. El niño poco a poco fue calmándose, y el fuerte llanto dejó paso a unos leves sollozos casi inaudibles. Del ojo derecho del abuelo Carmelo, surgió una lánguida y solitaria lágrima, una gota de agua salada que dejaba ver que al abuelo no estaba tan desconectado como imaginaban y que resumía, a fin de cuentas, la situación completa.
- La silla de ruedas - dijo Ricardo, rompiendo el silencio con algo de brusquedad y provocando un pequeño sobresalto en su cuñado y su esposa - hay que sacar la silla de ruedas de la cajuela.
Mauricio asintió sin decir nada y por fin bajó del auto. Catalina le sonrió, y esta vez Mauricio estaba seguro, una sonrisa tan auténtica y en ese momento tan bella que no tuvo más remedio que sonreír también, sintiendo como un peso que llevaba encima hacía mucho tiempo se desvanecía, había pasado mucho tiempo desde la última vez que que había sonreído de verdad.
Unos minutos después todos estaban caminando hacia el final de la fila, Mauricio y Catalina adelante, tomados de la mano sin razón alguna para hacerlo, y sin razón alguna para no hacerlo. Un poco más atrás los esposos, Sara llevaba la silla de ruedas con el abuelo Carmelo sentado en ella, Ricardo llevaba de la mano a su hijo. Inexplicablemente todos se sentían muy tranquilos, cada vez más convencidos de que tenía que hacerse. Después de todo, no era tan aterrador.
Esperaron por unos cuarenta minutos, era una fila de casi un kilómetro de larga, pero avanzaban muy rápido, detrás de ellos había más familias, todos con la expresión resignada que sabían que ellos también tenían.
Luego de tanta espera, de tanto preámbulo, por fin llegó el momento que aguardaban desde hacía varias semanas. Caminaron despacio y pacientemente hasta el inicio de la fila. Sin soltarse, Catalina y Mauricio saltaron al mismo tiempo, el abismo de varios cientos de metros los recibió sin más; no gritaron, sólo se dejaron caer, tranquilos y agradecidos el uno con el otro por el reconfortante contacto de sus manos.
Sara echó un último vistazo a la fila que ahora se extendía interminable tras de ellos y, obedeciendo a un impulso empujó a su padre, al bonachón del abuelo Carmelo con todo y silla. Su esposo, que ahora tenía a Ángel en los brazos, la abrazó por la cintura, ella los observó por última vez, jamás había sentido que los amara tanto, lo irónico era que ni siquiera ese amor era razón suficiente para arrepentirse.
La gente continuaba llegando al final de la fila.
Saltaron.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

"Los fantasmas son reales, los monstruos también, viven dentro de nosotros, y algunas veces... ellos ganan.." Stephen King

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jane eyre
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Poblador desde: 02/03/2009
Puntos: 10051

Bienvenido/a, Alev

Participas en la categoría de TERROR.

Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).

En este hilo te pueden dejar comentarios todos los pobladores. Te animamos a que comentes los demás relatos presentados.

Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de FAQ´S y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.

¡Suerte!

 

 

 

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Leny
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Poblador desde: 15/09/2010
Puntos: 90

 Bien...he leido tu cuento...

Una historia que se inicia con una frase contundente que te obliga a comenzar a leer para saber qué es lo estúpido...Una historia que sigue, transmitiendo angustia y desconcierto...Una historia que habla del hombre y su esencia, del hombre y su estupidez...

Porque en definitiva, aunque no expliques el motivo (y porque no explicas el motivo...) eso es lo que subyace y la hace inquietante...En eso radica su FUERZA...

Tanto en EQUILIBRIO como en este relato dejas entrever una preocupación especial por el destino del hombre, por su propia conducta para con la Tierra y todo lo que habita en ella. Decís, sin decir explícitamente, muchas cosas y para mí en eso radica uno de sus encantos (Soy Bióloga, sabés?...y la ecología es mi especialización, con lo cual hay una comunión con estos cuentos no sólo desde la literatura...)

En cuanto a la estructura y lo puramente literario, creo que ocurre algo parecido que con Equilibrio...Falta revisión...corrección...Hay una idea potente y párrafos de una prosa bella y profunda...Hay un estilo que se deja ver de a ratos...Hay una excelente base que falta pulir...

Fijate especialmente en esta frase:

¨Algunas miraron a Ricardo y los demás, sin mucho interés, a Mauricio la pareció que
uno de ellos, una mujer de unos cincuenta años le sonrió, pero no estaba seguro,
era difícil pensar en que alguien sonriera en ese momento.¨

En lo subrayado falta algo...un nexo que aparentemente se te perdió al copiarlo o en la velocidad de la escritura (a veces nuestra cabeza va más rápido que nuestras manos...)Es una pena que no corrijas eso porque traba la lectura y aunque se comprenda lo que querés decir, es importante que no exista...

 

Me gustó y me gusta ese estilo que creo entrever. Y cómo verás...me he vuelto a tomar el atrevimiento

Besos y éxitos!

 

 

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Alev
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Poblador desde: 09/09/2010
Puntos: 94

¡Ay Dios!, ya iban tres semanas y nadie comentaba este cuento.  Por eso, en primera medida, mil gracias Leny.  Al igual que con "Equilibrio", te has tomado el trabajo de analizar con detalle lo que escribo, de nuevo gracias por eso, te repito que tus recomendaciones no quedan en el aire, que serán tomadas en cuenta.

Me encanta que toque una fibra sensible en ti, más allá de lo literario, en ese sentido puedo decir que se cumple mi cometido.

Un abrazo.

"Los fantasmas son reales, los monstruos también, viven dentro de nosotros, y algunas veces... ellos ganan.." Stephen King

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