La peculiar historia de Morgana Faith (F)

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La peculiar historia de Morgana Faith.

 

Flotaba a la deriva guiada por la corriente. Tragaba agua e intentaba gritar intentando mantenerse a flote. Le habría gustado nadar, pero sus brazos se habían quedado atrás en algún punto de esa estúpida red que había cortado su cuerpo y la había convertido en una cabeza. Mira que sobrevivir a la amputación y morir en el agua era cuanto menos absurdo. Y tampoco le animaba mucho saber que poseía esas cualidades especiales para ser decapitada y pasar por ese trago. Qué afortunadas eran algunas, que podían ser más normalitas y permanecer completas y secas, no como ella.

 

Escuchó el rugir de la cascada y el de la fogosa multitud. Dio un alarido exigiendo que la sacaran de allí de una vez, que se estaba ahogando e iba a chocarse contra las rocas, que ya les valía con esas malditas tradiciones. ¿No podían arrojar animales al río? Eso sería más compasivo. Debía reconocer que en verdad su retahíla sonaba como un grito desesperado de alguien tragando agua y no a un gran discurso, pero a buen entendedor…

 

Chocó contra un saliente plano, el que por costumbre las cabezas debían alzarse para ser rescatadas por una multitud y luego disfrutar una vida de lujos. Dio unos saltitos ridículos y, por suerte, la corriente la ayudó a asentarse. Intentó girar para encararse a la multitud, pero solo eso ya era imposible. Ahora entendía la tradición de encontrar a las cabezas en aquel saliente, es que era el único salvavidas al que podían auparse para evitar caer cascada abajo.

 

—¡El pueblo de Galloway tiene a su nueva cabeza pensante! —gritó el alcalde y todos lo festejaron cogiendo a Morgana Faith, la nueva descabezada, con una gran red de pescar.

—¡Aprended a pensar por vosotros mismos y dejad a las mujeres con sus cuerpos!

 

Estaba furiosa. Ella quería tener cuerpo y trabajar, ganarse sus lujos. ¿Es qué nadie podía entender que cuando una chica tiene algo en la cabeza, no le gusta ser dependiente? Ya nada podía hacer tras haber sido arrojada al Río Estigia, tan solo convertirse a sus dieciséis años en un cerebro de exposición.

Mientras esperaba a ser rescatada se planteaba varias preguntas. Como qué hacía un río mitológico griego cruzando Escocia. Cómo era posible que el amputar a la gente dentro de éste consiguiera que siguieran vivos… y lo que más le sorprendía, ¿realmente se habían puesto de acuerdo los líderes del mundo para compartirlo? Se peleaban por puñados de tierra, pero ahí estaban usando el Estigia para crear cabezas inteligentes y que nadie tuviera que pensar. Para una vez que el mundo se concilia y tenía que afectarle a ella… vivir para ver.

Ahora que lo razonaba, debería haberse dedicado a saltar de cama en cama como algunas y no a leer los sábados por la noche como insistía su madre. Maldición, ser vencida por buenas novelas y tipos feos e idiotas, ya nada podía ir peor.

 

—¡La red huele a pescado podrido! —se quejó y fue ampliamente ignorada.

 

Cuando la prepararon para marchar, Morgana pidió un vehículo discreto. Le aseguraron que debido a los problemas con las cosechas cumplirían su deseo. Pero al ver un carromato de cristal, oro y cascabeles tirados por cuatro caballos alados supo que su gente y ella no tenían la misma definición.

 

—Le dije algo discreto, ¿qué tiene esto que ver con mi petición? —le espetó al alcalde mientras la colocaba sobre el cojín de terciopelo.

—Es que hija, no sabes cómo era el de tu tía. Ese sí era el carruaje de una cabeza reina.

—¡Que quiero algo sencillo. Además, ¿dónde va a ir mi séquito? ¿O voy a ir sola a ver si alguien me roba el carro y me deja colgada encima de un poste?

—Irá detrás haciendo la fanfarria tradicional, obviamente.

 

Así que tras despedirse de cientos de aldeanos con lágrimas en los ojos y pañuelos en las manos, Morgana se dirigió hacia un destino lleno de lujos en la capital. Detrás le perseguían unas melodías estridentes que le causaban dolor de cabeza y encima acababa de descubrir que el terciopelo le provocaba alergia. Como era sagrada nadie quería tocarla, un honor que solo podían disfrutar los de la capital, por lo que los picores eran insoportables.

 

Tras ser recibida en decenas de pueblos y alimentada con pétalos de rosa y demás cursiladas, llegó a la capital llena de sarpullidos, con dolor de cabeza, enfurecida con el mundo y muerta de hambre. Tanto que rogó cuando le recibieron que, por el amor del cielo, como nueva diosa, líder o lo que fuera, le sacrificaran unos cuantos cerdos y los hicieran a la barbacoa muy churruscados y que alguien se dignara a rascarle lo poco que le quedaba de cuello.

Al fin consiguió que la escucharan. Tras saciarse y tener una suave pomada encima de las ronchas, decidió que tal vez se podría acostumbrar a todo aquello. Hasta que el colocaron en un soporte móvil en medio de una especie de caja de cristal por encima de todos los demás, que se movía cada vez que respiraba a un lado u otro. Qué de vueltas daba, en uno de esos movimientos pudo ver una mujer joven parecida a su madre observándola.

 

—Tranquila, te acostumbrarás. Así que Morgana… mi hermana Cait siempre creyó que mi destino era mejor que el suyo.

—Discrepo, salvo por la comida y que no durara mucho en… donde sea, esta vida es un infierno.

—Tranquila, te acostumbraras. Al final hasta tiene sus ventajas.

—¿Como qué?

—Bueno… aún sigo pensándolo.

 

Esa era la tía, una mujer que rogó a su sobrina que se convirtiese en una cabeza hueca mientras su madre le ponía delante conocimientos difíciles de resistir y así se lo hizo saber. Cait solo sonrió y, en poco tiempo, su maestra le enseñó el oficio de las cabezas familiares. Personas de todas partes del mundo llegaron rogando por un poco de su sabiduría; desde reyes, políticos y grandes cargos de un gobierno cuyo peso descansaba en sus hombros inexistentes, pasando por artistas de todas clases, algún que otro científico y mucha gente humilde. Morgana tuvo que repartir consejos no muy segura de su buen hacer.

Y como del trabajo no solo vive la mujer, le contrataron una porteadora. Una chiquilla que a diferencia de ella, se dedicaba a cuidar su cuerpo olvidando su cabeza en todos los aspectos. Solía llevarla delante de su cara fingiendo que el torso tras Morgana era el que había quedado abandonado en el Río Estigia. Pero lo que llegaba a dejarla completamente asombrada, eran los hombres y mujeres que se dedicaban a flirtear con ella o su cuerpo. Era agotador intentar discernir a quién intentaban camelarse, por lo que Morgana siempre prefería preguntar si querían una velada fogosa en la cama o mental.

 

Salvo por esos escasos roces, su vida era realmente solitaria y con pocas ventajas. Añoraba tener cuerpo, sobre todo una vez al mes, cuando tenía que ser vapuleada por las sectas científicas. Odiaba que se divirtieran a su costa de forma tan irrespetuosa. Todo comenzó cuando llevaba poco menos de cuatro semanas en su cargo, cuando su tía la despertó haciéndole cosquillas con una pluma que su porteador le había colocado en la boca.

 

—¿Te gusta el rugby?

—No mucho. ¿Por qué?

 

Antes de que pudiera responder, entraron unos cuantos fortachones completamente tapados y cubiertos de extrañas siglas, que leyeron un extraño discurso.

 

—Somos los cardiólogos y reclamamos esta cabeza como herejía a la ciencia y exigimos su destrucción inmediata —un sí de troglodita se extendió por sus bocas y Morgana se asustó.

—¡Ni hablar! ¡La cabeza herética exige que no se la destruya por nada del mundo!

—¡Destruyamos lo que va en contra de la ciencia!

—¡Pues acabad con los seres mitológicos, pero dejadme en paz!

—Tranquila cariño, es solo un juego. Es el problema de hacerte mayor y arrugada, ya no quieren jugar contigo al rugby. Creen que mereces respeto, que no te crees superior a los demás y temen que no puedas representar la lucha entre ciencia y creencias.

—¿¡Cómo narices voy a creerme superior si no puedo moverme por mi cuenta!?

 

Tras muchos golpes en el pecho por parte de esos científicos trogloditas acompañados de bailes de apareamiento de algún animal exótico, la cogieron y se la fueron pasando por los aires; también a su tía que, halagada, llamó a los chicos por su nombre como si de viejos amigos se tratasen. Antes de que pudiera rogar por su vida, se vio en medio de un partido con cientos de personas que la arrojaban de un lado a otro soltando frases aprendidas. La situación habría sido divertida de no haberse mareado tanto.

 

Tras cinco años de aburrida rutina, partidos mareantes y consejos, su tía decidió que le había enseñado todo lo que debía y renunció a su cargo. Cait y su marido se retiraron a una ciudad donde vivían las cabezas jubiladas. Morgana no se imaginaba un lugar donde vivieran tantos decapitados.

 

—Pero, ¿qué harás ociosa?

—Escribir… ¿no lo sabes? Si haces bien tus tareas te regalan un cuerpo. Es cierto que por el mantenimiento has de comer de cuando en cuando sangre y carne de personas muertas, pero pides que te las hagan muy hechas y asunto arreglado.

—¿Hay alguna forma de tener un nuevo cuerpo?

—Querida, te devuelven el tuyo si te portas bien.

 

Y tras desearle mucha suerte, la dejó sola con sus consejos, los partidos de rugby y las fiestas donde no sabía a quién deseaban llevarse a la cama. Esforzándose por poder largarse a Decapitalandia.

Al menos en la espera tenía libros para leer, consejos que dar, incluso había contratado a una escriba para dictarle las historias que se le ocurrieran, es decir, sabía mantenerse ocupada. La calma acabó una noche que alguien forzó su jaula de cristal y la secuestró. El pobre no hizo caso a sus consejos y les detuvieron a la salida en pleno atasco de carretas.

Cuando los guardias la sacaron reconoció al bandido: Merlow, uno de los chicos de su pueblo y sectarista de los médicos. Le sonrió, le parecía un encanto de muchacho y muy guapo a su manera.

Alrededor de ellos se había levantado toda la ciudad que observaba la escena sin perderse nada, esperando ansioso algo como un linchamiento o un desmembramiento, nunca se sabe lo que te puedes perder por no estar atento.

 

—¡Dejadla, filibusteros! ¡Vengo a salvarla!

—¿Ahora? ¿Y no podrías haberme ayudado a dejar de ser doncella? Habría sido más fácil —Es que… yo… no quería que dejaras de ser doncella así, sino porque tú quisieras que… ya sabes…

—No, no lo sé.

—¡Que lo diga! ¡Que lo diga! —comenzó a corear una voz y todo el mundo le ánimo con palmas y golpes en lo primero que encontrase, fueran puertas o la cara de alguien.

—Es que me gustabas mucho, pero nunca me pediste salir…

—Lo normal es que se haga al revés —pero todos suspiraron y susurraron sobre lo bonito de la escena—. Además, dudo que te acostumbrases a las neuras de una cabeza sin cuerpo.

—Pruébame y verás que no.

—Que no habrá desdoncelleamientos los sábados por la noche.

—Podemos hacer crucigramas... o sudokus o lo que sea.

—Y me gustan los libros pesados y fantasiosos.

—¿Has leído el último de un tal Poe? Es increíble.

—¡Ooooooh! ¡Que se besen! ¡Que se besen!

 

Al final y con tal de no escuchar al pueblo, Morgana condenó a Merlow a ser su porteador hasta que suplicara clemencia.

 

Diez años después todos se han olvidado de la condena y es que estando tan ocupada, ¿quién se preocupa de un porteador? Además, existen rumores sobre una prima lejana dispuesta a ocupar su lugar como cabeza pensante. Así que probablemente pronto tendrá un cuerpo y muchas noches frías que recuperar.

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www.lauralopal.blogspot.com

 

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jane eyre
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