Al fin y al cabo... T

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aura
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AL FIN Y AL CABO... T

Se recogió la capa bajo el brazo derecho y continuó caminando con premura. Las nubes se movían pesadas por el cielo, cargadas y lentas; y ya llevaban rato amenazando con descargar su llanto en cualquier momento.

El sonido metálico de la campana tañendo en la torre del reloj, llegó hasta sus oídos; justo en el momento en que llegaba al lugar acordado, a la hora exacta. Golpeó la puerta con energía y aguardó contestación.

Apenas tuvo que esperar, a los pocos segundos entraba en el lugar, precedida por la anfitriona. La siguió por pasillos interminables, desolados, abandonados, vacíos; pero a su vez, repletos del polvo acumulado sobre los vestigios de lo que había sido el esplendor de la casa. Se notaba en el ambiente que la alta alcurnia la había poblado, pero en esos momentos, sus habitantes eran aves y roedores... o al menos, esa era la apariencia exterior.

Por fin, entraron en un pequeño salón, repleto de espejos; el único lugar en el que había mobiliario: una mesa de madera reluciente, alrededor de la cual había únicamente tres sombras encapuchadas... aunque los espejos engañaran a la vista, ya que los cristales reflejaban una docena de ellos... Después de un instante de vacilación, la recién llegada se acercó hasta la mesa y ocupó su sitio junto a la anfitriona. En ese momento, las manchas negras que eran los ropajes se retiraron, dejando ver los rostros pálidos y marfileños de los asistentes. Los cinco se observaron con aire circunspecto.

"Bien, ¿qué es lo qué ocurre?". La luz se filtraba a través de los pesados cortinajes y el sonido del agua que había empezado a caer apaciguaba los nervios de los invitados.

"Hacía mucho tiempo que no ocurría" comenzó un joven. De todos los allí presentes, ninguno parecía superar la veintena; pero sus portes y su saber estar, desmentían la edad que su cuerpo anunciaba. "De nuevo tenemos que luchar contra Ella. Uno de nosotros se está apagando; debemos buscar un nuevo cuerpo".

La anfitriona les miró con seriedad, casi con severidad. Ellos era los Elegidos, los señalados, los descendientes de Caín, y únicamente tenían que luchar contra Ella, la Muerte, porque el resto de las cosas... eran insignificantes para ellos.

"¡¿Quién de vosotros es?!" inquirió.

Uno de ellos sonrió amargamente. Era una mujer, bella y joven. Estiró sus pequeñas manos, finas y de dedos largos. Solo ahí se observaba su ancianidad. Sus palmas estaban llenas de arrugas, manchadas y envejecidas; las venas se transparentaban bajo su piel apergaminada... poseía las manos de una anciana.

Los elegidos observaron sus extremidades, extendidas ante ellos, detenidamente; incluso uno de ellos se acercó y levantó la manga de la túnica negra que vestía la mujer, para observar, entre espeluznado y asqueado, como el marchitamiento continuaba por su brazo. Se miraron entre ellos, y con un signo de aprobación se levantaron de la mesa.

Horas después, una muchacha caminaba por una callejuela perdida de la ciudad. Las luces parpadeaban, atenuadas por la lluvia que continuaba cayendo incesante. La joven oyó ruidos tras ella y se volvió, inquieta... Nadie.

Volvió a caminar, y arrebujándose en su toquilla, apretó el paso. De nuevo, un sonido de pasos tras ella la hizo volverse; pero con el mismo resultado que la vez anterior... Nadie la seguía. Negó con la cabeza intentando tranquilizarse, pero al mirar al frente para continuar caminando, la presencia de un hombre cortándola el paso, la sobresaltó.

Sin más, se vio rodeada por cinco sombras encapuchadas, que se acercaban lentamente hacia ella. La muchacha preguntó, rogó, suplicó... pero no obtuvo ninguna respuesta de las manchas oscuras que la empezaban a rodear. Ni siquiera parecían humanas... hasta que una de ellas mostró su rostro. Era una ancina, pero no era normal; su piel se apergaminaba por momentos, se deshacía ante los ojos espantados de la joven. Quiso retroceder, pero se chocó contra el pecho marmóreo de uno de ellos; que ni siquiera se inmutó, mientras que ella trastabilló hasta volver a su lugar anterior.

Poco a poco, unas líneas anaranjadas empezaron a dibujarse en el suelo... de pronto, ¡estallaron en llamas! Y a pesar de la lluvia, la muchacha oía el fuego crepitar a su alrededor. Observó aterrada el dibujo formado por las llamas: un oráculo, la estrella de cinco puntas, y en cada una de ellas... una de esas sombras.

Las encapuchados se tomaron de las manos y comenzaron a cantar en un idioma que ella no comprendía. Intentó moverse, trató de salir del círculo, pero era inútil; estaba atrapada como una mosca en una tela de araña.

Entonces, la anciana mujer se acercó a ella por la espalda. La joven quiso gritar, pero de pronto notó como un sopor la envolvía, como si estuviera agotada; pero contrariamente a la sensación corporal, su mente se volvió clara, aguda, practicamente brillante y en ese instante, pudo comprender el canto de los que la rodeaban:

En la oscura noche, entre el fuego y la señal,

poseemos el cuerpo y la vida de este mortal.

Que su alma vaya en paz ahora que su viaje ha terminado,

que su cuerpo sea el fruto que nosotros hemos invocado.

La joven miró durante un instante alrededor y después cerró los ojos, mientras una densa niebla blanca envolvía el círculo. Cuando ya la callejuela estaba cegada por la densa humareda, un grito casi animal desgarró la noche; e instantes después... la mujer se materializó de nuevo. Tenía los ojos de un gris brillante, reluciente, como si fuera mercurio diluido. Levantó las manos, echó los hombros hacia atrás y dio un par de pasos, como si estuviera "probando" su nuevo habitáculo; se sentía un tanto extraña, algo... cruel, como si su conciencia existiera realmente y la estuviera susurrando al oído que había obrado mal; pero después de un segundo, una sonrisa de suficiencia iluminó su rostro y sacudió la cabeza, apartando esos pensamientos de la mente. Tomó la capa y se cubrió con ella en un elegante movimiento. Al fin y al cabo... lo importante es sobrevivir.

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jane eyre
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