Sólo fue un mal vuelo (F)

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jmnaniana
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SÓLO FUE UN MAL VUELO
 
 
               —¡Bravo! Ya veo que conoces mi vida con todo detalle; has conseguido asombrarme, lo reconozco. Y ahora dime: qué quieres, ¿hacerme chantaje?, ¿es dinero lo que buscas? —preguntó Ricardo al joven sentado enfrente suya.
            Había aterrizado apenas media hora antes. Desde que prohibieran fumar en los aeropuertos, Ricardo no entraba en la cafetería, pero el vuelo había sido agitado y para colmo tenía otra crisis de migraña; necesitabaun café y un analgésico. Como siempre, estaba abarrotada y tuvo que compartir mesa con un joven que desayunaba mientras leía el periódico. Sorbió el café y, en un gesto simbólico, dejó sobre la mesa el paquete de tabaco y un mechero. Siempre le gustó hablar con desconocidos, y antesde darse cuenta ya estaban los dos en faena. Al principio, mantuvieron la típica charla de ascensor pero al poco, el joven dio un giro y entró en intimidades más que indiscretas, revelando incluso algunos detalles de la vida de Ricardo que él mismo había preferido olvidar en su momento. El dolor de cabeza le atosigaba y empezaba a perder la calma.
               —No, no... No quiero dinero ni nada por el estilo —respondió el joven con un gesto de asombro que se notaba fingido—. Y no me interesa tu historia; sólo pretendo que creas que conozco tu futuro tan bien como tu pasado, y tu futuro, Ricardo, se acabó hace dos horas. Nos queda poco tiempo y tienes que venir conmigo.
            —¿Pero estás loco, tío? No pienso ir contigo a ninguna parte, ¡y deja de hurgar en mi vida, ¿vale?! —exclamó Ricardo mientras golpeaba con el mechero sobre la mesa—. Mira, te he dejado hablar un rato, pero con las tonterías que me estás contando me estalla la cabeza, así que, por favor, déjame en paz —se giró en su silla dándole la espalda y simuló que miraba la agenda del teléfono móvil. Bebió de un trago lo que quedaba del café, que ya estaba frío.  
            —Me temo que no depende de nosotros —el joven recogió con indiferencia la artimaña de Ricardo—. Verás, la cuestión es que yo debía encargarme de que tu avión sufriera un lamentable accidente durante el vuelo; no habría supervivientes, por supuesto. Luego os hubiera guiado hacia vuestro destino y ahora estaríais camino de… bueno, cada uno a donde le correspondiera, pero en fin, por circunstancias que no vienen al caso, me retrasé. Por eso ahora tengo…
            —¿Que mi avión, qué…? ¿De qué accidente me hablas? —le atajó Ricardo elevando la voz—, ¿Me insinúas que eres una especie de terrorista? Pero, pero… ¿qué tonterías dices? —inquirió con el ceño fruncido, removiéndose en el asiento mientras guardaba el móvil en el bolsillo como en un acto reflejo.
            —Si es que no me dejas explicarte, Ricardo —continuó el joven sin alterar el tono de voz. Su  habla pausada y la entonación inexpresiva hacían parecer sus frases interminables, lo que estaba exasperando a Ricardo aún más que la propia situación. —Como te decía, ahora tengo que subsanar el error y he de recuperar uno por uno a los noventa y dos ocupantes del vuelo para que el mundo pueda seguir su curso. ¿Te suena el nombre de Ricardo Artiga? Es el primero de mi lista.
            —Mira tío: la broma ya ha llegado muy lejos. ¡Aquí te quedas ahora mismo con tus gilipolleces! No, mejor espera, que voy a buscar a la policía. —dijo Ricardo poniéndose de pie y oteando el recinto con movimientos exagerados. Volvió a sentarse y sacó un cigarro. Recordó que estaba prohibido fumar y lo guardó en el paquete. Sacó de nuevo el móvil con ademán de marcar y dijo de forma tajante: —Haz el favor de marcharte de una vez o en serio que llamo a seguridad.
            —¿Qué me vaya? Si fuiste tú quién vino a sentarse conmigo. Además, es inútil que busques ayuda; nadie puede socorrerte, lo intuyes —el joven seguía hablando inalterable, sus ojos fijos en los de Ricardo—. Admítelo de una vez: desde aquella turbulencia durante el vuelo sientes un extraño desasosiego. A todos os pasó igual: pasajeros y tripulación: enmudecisteis al instante y las azafatas ni siquiera os despidieron al salir. En ese momento algo cambió y no dejas de barruntarlo, ¿no es verdad?
            —¿Y qué sabrás tú lo que yo pienso? —gritó Ricardo amenazando con tirarle el paquete de tabaco— Mira tío, si eres un actor eres muy bueno, me estás asustando; pero no se trata de eso ¿no? Entonces contesta, ¿quién coño eres en realidad? Sabes todo sobre mí y no me has dicho ni tu nombre. —Mientras hablaba encendía y apagaba el mechero una y otra vez, luego sostuvo la cabeza entre las manos, masajeándose las sienes. —¡Maldita prohibición antitabaco…! —se lamentó en voz alta.
            —Ricardo, Ricardo… No me digas a estas alturas que no me conoces —sonrió el joven, abriendo los ojos y ladeando la cabeza—. Aunque mi nombre no importa: he tenido muchos a lo largo del tiempo. Quizá si llevara una túnica negra y la guadaña te parecería más real pero es mejor pasar desapercibidos ¿no es así?; te puedes imaginar la que se montaría aquí con tanta parafernalia.
            —Claro, hombre, ja, ja… hay que adaptarse a los tiempos ¿no? —contestó Ricardo con una risa forzada— Ahora me dirás que los cuatro jinetes del apocalipsis van en scooter y que en vez de la guadaña preferís un rebanacuellos laser ¿no? —la atmósfera del aeropuerto se le hacía más espesa por momentos y se frotó la garganta para tragar— ¡Tiene tela el chalao éste con las supercherías de vieja! Y si todo el rollo este es verdad, ¿para qué tanta historia? ¿Por qué no me llevas sin más en la barcaza esa o donde coño sea que montes ahora a tus amiguitos? ¿Eh?
            —Ya te he dicho que mi error me obliga a cambiar el método habitual. Deja de atormentarte y considéralo así: has dispuesto de unas horas extra —dijo el joven con tono complaciente—. Es tan solo estadística, los viajes en avión son muy seguros pero a alguien le tiene que tocar de vez en cuando.
            —Todo esto es ridículo…, absurdo. Por un momento casi he llegado a creerte. Mira, tienes mucho palique, tío, pero estás pirao y yo me voy de aquí, ¡me abro!, que como ya habrás adivinado, señor sabelotodo, tengo una cita importante.
            Se levantó con brusquedad y casi volcó la silla, cogió con vehemencia el tabaco y el mechero, cargó su bolsa de viaje sobre el hombro y arrancó hacia la salida del aeropuerto. Sentía como si le apretaran la cabeza en una prensa y necesitaba respirar, tanto como fumarse un cigarro. Mientras se alejaba, escuchó gritar al joven:
            —¡Ve donde quieras, pero sólo cuando lo aceptes dejarán de roerte esos bichos en la cabeza!
            En su camino tropezó con unos cuantos viajeros pero no miró atrás. Le pareció recorrer un kilómetro hasta la salida y encendió el cigarro unos metros antes de alcanzar la puerta y, ya en el exterior, inhaló con avidez una enorme bocanada de humo que recorrió hasta el último rincón de sus pulmones, y sintió ese alivio que sólo conoce el fumador empedernido. Necesitaba gritar y el dolor le producía nauseas. Se sentó en un banco junto a la parada de taxis y aspiró otra gran calada. —Se creen esos políticos gilipollas que es tan fácil aguantar cinco horas sin fumar, ¡pandilla de oligofrénicos! —pensó—. El frío de la calle lo calmaba y se dejó complacer. Encendió otro cigarro con la colilla del anterior mientras, ya más sosegado, meditaba sobre lo ocurrido —¡Bah!, sólo fue un mal vuelo y un imbécil como otro de tantos; parece mentira que me ponga tan nervioso cuando no puedo fumar —se dijo.
            El dolor de cabeza casi había remitido después de meditar durante dos cigarros más. Se levantó y caminó despacio hacia el primero de los taxis aparcados en la parada. El taxista, con aspecto de extranjero le saludó cortés:
            —Buenos días, caballero, ¿me permite su equipaje? —dijo con acento de Europa del este.
            —Gracias —le respondió mientras arrojaba la colilla al suelo antes de entrar en el taxi. La pisó y ocupó el asiento de atrás.
            —¿Dónde va a ser el señor? — le preguntó el taxista sonriendo y arrancando el coche.
            —Hotel Palace, por favor —contestó Ricardo y le devolvió la sonrisa, acomodándose en el respaldo y apoyando la nuca sobre el reposacabezas. Por fin suspiró profundo.
            —¡Vaya! Creo que ha sido mal día el señor ¿no? —dijo el chófer con acento mediocre.
            —¡Ná…! Un chalado que me abordó en al aeropuerto y no se imagina usted la que ha montado.
            —¡Vaya!, si usted supiera las chalados que yo veo en lo taxi… —dijo entre risas.
            —Claro. ¿Le importa si abro un poco la ventanilla? —preguntó a modo de insinuarle que no quería hablar.
            —No, no… Abra, abra —dijo el taxista.
            Ricardo bajó el cristal hasta la mitad y disfrutó unos minutos del choque de la brisa fría en la cara antes de volver a cerrarla, pues al tomar velocidad el ruido del aire le tronaba los oídos. Habían llegado a la autopista y casi se queda dormido escuchando el programa matinal de la radio. La voz impostada del locutor le sonaba a canción de cuna, y mecido por las oscilaciones del automóvil se olvidó del incidente. Ahora debía relajarse pues le esperaba un día duro de trabajo, aunque antes tomaría un baño caliente en el hotel. Se lo había ganado.
            Tras unos pocos kilómetros, un cambio brusco de carril lo desplazó en el asiento y lo espabiló. Se volvió a recostar pensando en lo mal que conducían estos inmigrantes y en cómo obtendrían el carnet de conducir en su país; no obstante le sugirió al taxista:
            —¿Podría ir un poco más despacio, por favor? No tengo prisa.
            —Vaya, señor… Claro sí, señor…
            Ricardo se recostó de nuevo e intentó seguir escuchando la radio, pero los bandazos que daba el coche no se lo permitieron. Se inclinó sobre el taxista, agarrándose al respaldo del asiento delantero para mantener la estabilidad y se estremeció al ver la aguja del cuentakilómetros. Entonces le gritó:
            —¿Pero es que no ves que vamos a más de doscientos veinte? ¿Quieres parar…, coño?
            —¡Vaya! Nos ha salido delicado el señor —respondió con retintín.
            —¡Pero tú eres tonto! ¿No ves que nos vamos a matar?
            En ese momento, el taxista giró despacio la cabeza hacia el asiento trasero, sin dejar de pisar el acelerador, y le dijo:
            —¿De verdad, Ricardo, creíste que podías engañar al destino?
            Ricardo reconoció esa forma de hablar. Tenía otra cara pero era él. Cientos de imágenes cruzaron de forma súbita por su mente: el avión sacudido por las turbulencias y el joven del aeropuerto, su dolor de cabeza y los secretos de juventud. Entonces, se derrumbó sobre el asiento y dejó caer los brazos. A duras penas consiguió murmurar:
            —Al menos me dejarás fumar el último ¿no? y cerró los ojos.
           
           

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jane eyre
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Puntos: 10051

Bienvenido/a, jmnaniana

Participas en la categoría de Fantasía

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GergorSamsa
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Poblador desde: 24/09/2010
Puntos: 48

La consabida historia de el mensaje de la muerte. Interesante historia, bien escrita con un lenguje coloquial, pero cuidado. En algún momento se me antoja algo larga, pero no aburre, mas bien al contrario; cuenta con un par de momentos interesantes.

Lo mejor: el final. La resignación del pasajero hacia la muerte que al menos pide un ultimo pitillo como muestra de todo lo terrenal que deja atras.

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Alev
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Poblador desde: 09/09/2010
Puntos: 94

 Está muy bien escrito, eso está claro, y aunque es predecible, eso también hay que decirlo, lo cierto es que es el mejor de los finales posibles.  Lo disfruté de principio a fin.

Felicitaciones y buena suerte.

"Los fantasmas son reales, los monstruos también, viven dentro de nosotros, y algunas veces... ellos ganan.." Stephen King

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jmnaniana
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Poblador desde: 25/09/2010
Puntos: 30

Muchas gracias a los dos por leer mi relato. Gracias también por los comentarios, de los que tomo nota. La opinión de los compañeros siempre es la mejor forma de aprender.

Suerte a ambos

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Pigmalion
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Poblador desde: 15/09/2010
Puntos: 59

Jmananiana:

Interesante, aunque, como opinaron los otros participantes, predecible. Hay algunos detallitos, pero creo que más bien se debe a la forma de hablar en tu país. Yo soy de Argentina y no diría "¿hacerme chantaje?" sino "¿Quieres (o querés) chantajearme?". Por ahí, tampoco diría "preguntó Ricardo al joven sentado enfrente suya", pero son opiniones personales. Encontré algunas palabras pegadas: "necesitabaun café", "y antesde darse cuenta", pero eso no cuenta. Espero no te molesten mis críticas, pues te las cuento con toda la buena onda. Como digo, el relato es interesante, muestra el estado anímico de un condenado a muerte y que, interiormente, sabe que está condenado y se niega a aceptarlo. Al final, claro, termina por hacerlo.

¡Suerte en el concurso!

Pigmalion

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