Los confines de la creación (T)

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Rayco González
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Puntos: 15

 

Hora a hora, semana a semana, 

el retrato sobre el lienzo se iría 

haciendo viejo. Podría escapar 

a los horrores del pecado, pero le 

estaban reservados los horrores de la edad. 

OSCAR WILDE, El retrato de Dorian Gray 

 

Ya no hay nada que pueda hacer. Toda esperanza está perdida. Creo llevar algunos días en esta habitación oscura, de contornos inaprensibles, aunque nada me resulta ya seguro… Todo comenzó hace unas dos semanas, aunque el paso del tiempo ha tomado los mismos tenues rasgos del espacio que me rodea… Pero no; debería decir que todo comenzó en un tiempo más remoto, en el origen mismo del arte, en los albores de las invenciones técnicas… 

Sea como fuere, si esto ha de convertirse en el testimonio de mi desventurada historia, comenzaré por una breve descripción de quien escribe. Soy Alfred Berenburg, historiador de las técnicas artísticas. Quizás muchos me recuerden por mi fundamental obra Las razones del Arte, pero todos los datos biográficos que mi narración pudiere despertar poco o nada pueden o podrán contar para explicar mi actual estado de excitación. Lo único que interesa respecto a quien escribe es que hace ahora algunos lustros publiqué un artículo sobre la imposibilidad de innovación en el arte pictural hoy en día, después de que las vanguardias hayan explotado y explorado el último confín del cuadro: la tela. 

Durante muchos años desarrollé esta idea hasta que finalmente germinó en un fructuoso trabajo que titulé La tela o el confín fatal del Arte. Nunca pude imaginar las consecuencias que tal idea podría acarrearme… 

Falta el otro personaje principal de esta horrible historia, quien también les traerá imágenes compartidas. Se llama Richard Kentbright. Sí, de él mismo se trata. Conocido por sus famosos cuadros que él denomina abstracción-figural, Richard ha permanecido siempre fiel, hasta la obsesión, a la novedad, sumido continuamente en un esnobismo que ha infectado toda su creación artística. 

Nuestro Richard ha sido uno de los contertulios más asiduos de nuestro círculo de artistas y fue, junto a otro joven artista de origen francés, quien con mayor atención seguía mis sugerencias teóricas. Ese otro artista parisino de quien hablo es Gaëtan Champfleury, quien, aunque menos conocido que Richard, es recordado por sus telas monocromáticas. 

Gaëtan no estuvo presente el día en que Richard perdió los estribos, pese a que no solía perderse ninguna de nuestras reuniones. Richard había leído mi reciente obra sobre la tela y la innovación artística. No sé aún describir qué fue exactamente lo que le ocurrió. Sólo puedo confesar mi estupefacción ante la reacción que mi trabajo había producido en él. Mientras me defendía de algunas de las críticas que me dirigían los contertulios, pude observar cómo su taciturno rostro se turbaba paulatinamente, sus ojos miraban hacia todas partes como si deseara disipar un incierto pensamiento. Fue entonces cuando afirmé:

—El arte está tan enfermo que sería un crimen continuar haciendo cuadros sin darse cuenta de que la tela es un medio acabado. Cada época piensa que lo anterior es insuperable dentro de cada arte, pero lo que yo estoy diciendo es que el arte de la pintura está acabado, amigos míos… La pintura es la enfermedad de la historia, pero una enfermedad perecedera: estamos ante su final… 

—¿Qué pretendes afirmar? —me respondió excitado Richard— ¿Que la pintura no puede seguir inventando nuevas técnicas porque ha explotado todas las reflexiones posibles sobre cada uno de los medios que la hacen posible? 

—Exactamente… lo has entendido muy bien Richard… 

—¡Eso es una gilipollez! La reflexión es siempre inagotable… La mente de un hombre poco puede hacer, pero la conjunción de miles de hombres que se han dedicado y se dedican a la pintura la hará avanzar por largo tiempo… 

Hubo un silencio estremecedor. Todos percibimos que el exabrupto de Richard no encajaba en absoluto con su habitualmente dócil carácter, al menos en público. Es un hombre parco en palabras y muy reservado. Apenas expresa sus emociones y pensamientos, por lo que tal expresión de contrariedad no pudo sino terminar en aquel tenso silencio. 

Richard se levantó pocos segundos más tarde. El sonido de la puerta al cerrarse fue la única despedida que nos brindó. Nadie se levantó. El camarero, en el momento de máxima tensión, recogió su vaso de cerveza medio lleno. 

El estruendoso sonido de la puerta fue prácticamente cierre de la sesión, porque minutos más tardes daríamos por concluida la tertulia. Poco después de salir del bar, recibí la llamada de Richard: 

—Siento mucho lo ocurrido, Alfred… Sólo que... no sabía cómo decirte… —todavía notaba aquella extraña excitación— Bueno, en fin… Tengo una grata sorpresa que darte. Si pudieras pasarte ahora por mi estudio para que comprendas todo… 

Le disculpé de la situación que acababa de tener lugar y acepté (¡ay de mí!) pasarme por su estudio, todavía es temprano para dormir, ¿no crees?, le dije. 

Llegué media hora más tarde. La voz de Richard seguía temblando de aquella extraña forma: 

—Alfred, Alfred… Mi querido Alfred… En realidad tu último libro me ha parecido una excelente obra… Pero tiene un error de fondo: el pensamiento no es un ente físico con límites perceptibles… Alfred, el pensamiento es como el Diablo: sus formas son inescrutables… se le puede reconocer en una bella mujer o en una cabeza monstruosa llena de grises cabellos con cejas hasta las orejas… Mi querido Alfred, hay algo en lo que no has pensado… es normal, eres una mente individual… brillante pero individual… Lo que te voy a enseñar es algo que surgió de la conjunción de nuestros pensamientos, Alfred, de una respuesta a tu razonamiento… porque, ¿podías imaginar con tu carácter académico que el tiempo pudiera estar representado en la tela de forma fiel…?

Mientras hablábamos, la penumbra se hacía mayor a medida que cruzábamos el pasillo hacia su lugar de trabajo. Un nauseabundo olor lo invadía todo, un aroma extraño, una mezcla frangancias de óleos, de acuarelas, de pegamento, de inciensos y un cierto hedor indescriptible, que completaba la fetidez del lugar: 

—¿A qué te refieres con representar el tiempo en la tela…? 

—Muy fácil, Alfred… ¿podemos representar fielmente el tiempo sobre la tela? 

—¡¿Pero qué estás intentando decirme?! —le pregunté exasperado. 

—Será mejor que te lo enseñe… Basta que cuando lo veas hagas un braille mental por su superficie impredecible, variable con el tiempo, tiempo perceptible a poco que consigas tal ejercicio —su voz se serenó repentinamente—. Es todo relieve, un relieve temporal… 

Abrió la puerta de la habitación (de esta terrible habitación en la que escribo estas líneas). La luz de una enorme lámpara caía directamente sobre aquella monstruosidad. El olor se hizo intenso, mientras a través del espeso humo de los numerosos inciensos que se habían consumido alrededor se podía observar un lienzo repleto de miembros humanos, cuya sangre aún fresca corría por su superficie. Dos manos, de tez lívida, estaban a los lados, mientras en el centro se veía un rostro de mirada espeluznante: 

—¡¡Richard!! —grité horrorizado—. ¿¡¡¡Qué has hecho!!!? 

—Él estaba de acuerdo contigo… tenía que convencerlo, Alfred… es la aspiración de todo artista… yo lo he conseguido, Alfred… Las galerías ya no aceptan mis exposiciones, apenas tengo la confianza de algunos de aquellos coleccionistas que seguían mi trabajo con entusiasmo… He perdido el crédito, Alfred, pero este trabajo tiene algo que ninguna obra había tenido… Lo he titulado Torture-Death… mira sus miembros, Alfred —continuaba cada vez más excitado—, el tiempo está en su putrefacción, el tiempo se ha hecho pestilencia y putrefacción, he capturado un proceso que sólo el cine podía capturar… Date cuenta con qué detallismo lo he elaborado: partes son vísceras bañadas en cola de pegar, otras partes, como el rostro, requirieron más tiempo: tuve que desollar su cara con mucha parsimonia, Alfred… 

—¡Dios mío, Richard! ¿Cómo has podido hacer esto, y además a nuestro amigo Gaëtan…? 

—El arte no conoce amistad ni sentimientos. Somos sus enfermos, tú mismo lo dijiste hoy… —dijo con un aplomo estremecedor. 

—¡¡¡Era una metáfora, Richard…!!! 

Temblaba. Apenas sabía qué decir. Observé durante unos segundos la obra de Richard y comencé a llorar, con las manos tapando mi rostro compungido… Minutos más tarde, Richard me abordó con horripilante indiferencia, esbozando una exigua sonrisa:

—Ahora, mi querido Alfred, podemos hacer algo aún más maravilloso… —se acercó a su mesa de trabajo y cogió una sierra bañada en sangre, mientras sentía cómo mis piernas se doblaban por sí solas ante el atroz futuro que, creía, me esperaba (¡tendría que ser aún más horrible, dios mío…!)— Coge esta sierra —mi cuerpo parecía que se moviese inconscientemente: tomé la sierra, excitado, y palpé la gelatinosa sangre, aún cálida… y entonces una ligera descarga eléctrica entumeció todos mis nervios y músculos—. Tranquilo, Alfred. Sólo tendrás que ayudarme cuando yo ya no pueda —antes de terminar la frase ya tenía en su mano otra sierra que había tomado de la misma mesa—. Yo mismo seré una obra de arte, Alfred. Yo mismo seré obra y creador, creador de mí mismo… pero necesito tu ayuda para cuando no pueda más… cuando pierda mi condición de artista… 

La sierra se fue acercando a su mano, cerré los ojos, un espantoso aullido estalló en el pesado aire del estudio, y al volver a abrirlos vi un sanguinolento dedo meñique rodar por el suelo… 

—Éste apenas lo utilizo —sentenció con una fría sonrisa. 

—¡No, Richard, te lo ruego! —pude afirmar entre llantos…— ¡¡¡Detén esta locura!!! ¡¡No tienes que demostrar tu talento a nadie…!! 

—Somos enfermos, Alfred… soy artista, y todo artista necesita demostrar… He visto la luz, Alfred, me hiciste comprender… 

Con parsimonia fue bañando el dedo en un gran recipiente de pegamento que estaba sobre el suelo y lo lanzó con desprecio sobre el lienzo… 

—¿Ves, Alfred? Cuánto más dejo de ser creador más soy obra, la obra del mismo creador… de aquí saldrán mil reflexiones que apuntarán hacia nuevas invenciones… 

No puedo seguir describiendo la escena. Mi mano tiembla y aún tengo náuseas al pensar todo lo que ha pasado… Mi mente está en un constante estado excitación… No consigo reconstruir qué ocurrió después… Apenas intuyo en esta fúnebre oscuridad, en medio de este pestilente hedor, ese horripilante lienzo con trozos de Richard junto a la luz de la lámpara apuntando al cadáver de Gaëtan, con sus terribles ojos abiertos por el espanto… ¡Dios, parece ser un espejo donde me reflejo! Los restos de Richard deben de estar aquí cerca… Ya no sé si he sido yo su asesino… sólo recuerdo sus gritos de súplica, cuando se había cortado su pierna por encima de la rodilla con aquella sierra… “Mátame ya, Alfred… mátame ya, te lo ruego… ya he dejado de ser mi propio creador”. 

Espero que este trozo de papel escrito sirva de testimonio de lo ocurrido, no sé si de mi inocencia o de mi culpabilidad, porque lo que es yo, ya no tengo salvación… no sé si seré capaz de quitarme la vida, pero ya poco vale tras todo esto… ¡Dios mío! ¿Cómo pueden las ideas llevar a tal extremo a los hombres?

 

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Alev
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Poblador desde: 09/09/2010
Puntos: 94

El cuento me recordó a Lovecraft y a Poe, está muy bien escrito y me gustó el final, me refiero al hecho de que el pintor que enloquece no opte ataque a su amigo, el narrador, sino que prefiera automutiliarse.  Sin embargo, tengo una pequeña crítica, que la hago con todo el respeto por el autor: Creo que la frase final sobra, es sensiblera y evidente, además pretende obligar al lector a sentir una determinada cosa, en vez de dejarlo sacar sus propias conclusiones.

Es mi humilde opinión, por lo demás muy bueno tu relato.

"Los fantasmas son reales, los monstruos también, viven dentro de nosotros, y algunas veces... ellos ganan.." Stephen King

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Rayco González
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Poblador desde: 30/09/2010
Puntos: 15

 Muchas gracias,

 

y creo que tienes razón: me he pasado un poco con la frase final... intenté imitar el estilo XIX pero se me fue la pluma (o tal vez el teclado)...

 

muy acertada tu crítica.

 

 

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Leny
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Poblador desde: 15/09/2010
Puntos: 90

 Hola Rayco,

Tu cuento me ha gustado y realmente has logrado una atmósfera representativa de un determinado período literario.

Coincido totalmente con Alev. Y este cuento, en particular, es de lo mejores que he leído hasta ahora. Original y muy bien escrito y estructurado.

Besos y éxitos!

 

 

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Rayco González
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Poblador desde: 30/09/2010
Puntos: 15

Hola Leny,

gracias, de verdad... Me dan mucha motivación vuestros comentarios... He creído poco en lo que he escrito, y ya son muchos años que llevo escribiendo...

Y la crítica es compartida también... gracias de nuevo y mucha suerte!

un beso

Rayco

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