Algo está a punto de suceder... demasiada gente en la taberna. Hacía mucho tiempo que no dábamos tantas vueltas, a saber de dónde viene este último intruso.
Salgo corriendo escaleras arriba a por mi calendario lunar, pero escucho murmullos y decido detener el paso sigilosamente. Desde el final de la escalera, acuclillada, veo a la joven prostituta; parece que se ha caído al suelo de rodillas justo en la puerta abierta de la habitación del chaval con chaqueta de cuero. Mis oídos, tamaño infante humano, no me permiten pillar nada de lo que están hablando, sin embargo sé que es interesante, la tensión es casi palpable. Cierro los ojos en un último intento de escuchar algo, y lo consigo, escucho.... – Chs! ¡Jugando a las escondidas!–, doy un brinco y me choco contra el estúpido fumador acabado de llegar.
Intento escabullirme y llegar al fin a "mi cuarto", pero me coge de una oreja y tira con fuerza obligándome a mirarle.
–¿Tú no sabras qué sitio es este exactamente verdad niñita? – empieza diciendo. Pero un fuerte estruendo, proviniente del lugar donde se encuentran la prostituta y el chaval hace que ambos giremos la cabeza en esa dirección.
–¿Qué diantres?– añade el bastardo subiendo los dos peldaños que faltan de la escalera.
La brisa nocturna golpea mi cara de forma familiar mientras soy lanzado a la acera desde la puerta de otro casino.
Caigo al suelo sin hacerme daño, suerte que alguien había decidido que su mullido cojín de plumas ya no le era útil y lo había dejado abandonado ahí mismo. Los gorilas del casino, no contentos con mi suave aterrizaje, vienen a por mí, aventuro que a darme una soberana paliza, pero afortunadamente un coche que pasaba pisa un charco y, sin siquiera salpicarme a mí, los cubre de barro de arriba abajo.
Aprovechando que los tres se ponen a gritar y a perseguir al coche, me escabullo, aunque no sin antes recoger el fajo de billetes de cien que se le acaba de caer del bolsillo a uno de ellos.
Ah, la suerte de los irlandeses.
***
Vago por las calles de la ciudad durante unas horas, sin rumbo fijo, pero al tanto de cualquier local donde todavía no me hayan vetado la entrada. Parece que no hay ninguno. Debo llevar demasiado tiempo en este sitio, convendría un cambio de... alto. ¿Qué es eso?
Al fondo de un callejón, una puerta de madera con un viejo cartel indica la entrada de una taberna en la que nunca había estado. Qué extraño, uraría que había pasado cientos de veces por aquí y nunca me había fijado en este local.
No importa, un sitio donde poder dormir, echar un par de tragos y quizá una partida. ¿Qué más podría pedir?
Entro por la puerta y me siento en la barra al tiempo que enciendo un cigarrillo.
-Hola amigo, sírvame un whisky con hielo y algo de sabor de la vieja patria, por favor.
Cuando suelto el humo, la niña me mira con cara de pocos amigos y fuerza una tos.
-Le pondré su bebida, amigo -dice el camarero masticando la última palabra-, pero aquí no se puede fumar.
-Oh, vamos. ¿Por favor?
-Le digo que no.
-Haremos una cosa, ¿vale? -digo sacando mi baraja del bolsillo de mi chaleco- Nos lo jugaremos.
-¿Y porque iba a hacer eso?
-Bueno, así si gano podré fumar todo lo que quiera en su local y si pierdo...
Miré a la niña que pasaba la fregona por un suelo lleno de serrín (proveniente, seguramente, del enorme agujero que, aunque remachado, se notaba que se había abierto en el techo).
-...si pierdo, limpiaré este estropicio y su taberna durante un mes.
A la niña se le iluminaron los ojos y movió la cabeza afirmativa y rápidamente al mirar al camarero.
-De acuerdo -suspiró este.
-Bien, ¿a la carta más alta? Puede barajar usted.
El camarero barajó y la niña cortó y cambió las mitades de orden. Él levantó una carta.
La reina de picas.
Yo levanté otra.
El rei de corazones.
-¡No vale! -gritó la niña-. ¡has hecho trampas!
-Yo jamás hago trampas, preciosa. Sólo tengo suerte.
Sonreí y seguí fumándome el cigarrillo mientras disfrutaba del cálido nectar de mi tierra natal.
Ya está a la venta La Taberna de Bloody Mary en la colección A Sangre de Saco de Huesos.