El aquelarre
Armina llevaba toda la vida oyendo historias sobre el aquelarre. Cuando era una cría, como todas las niñas ocupadas en juegos infantiles, no prestaba atención a aquel tipo de noticias. Pero la joven acababa de entrar en esa edad en la que los juguetes se abandonan y la curiosidad comienza a interesarse por asuntos más de adultos. Por eso, ignoró los consejos que le decían que esos temas no eran buenos, que la vida les había ido bien sin mezclarse con gente de aquella calaña, y desoyó los sermones contra las ideas a las que la juventud prestaba oídos.
Ella quería verlo con sus propios ojos, saber qué se cocía en aquella reunión tan prohibida en su entorno. Palpar el ambiente. Poner cara a todas las brujas que formaban parte del consejo.
Armina hurgó entre las sombras de los escombros que llenaban los extrarradios de su ciudad natal. Preguntó en cada rincón de los suburbios hasta que el ansiado nombre del lugar de encuentro le fue revelado bajo un pacto de silencio que selló con su propia sangre.
Y así, después de un agotador viaje atravesando fronteras que ya no existían, intentó acallar el martilleo salvaje de sus latidos, esperó agazapada, silenciosa y escondida en el rincón más oscuro de la sala donde se celebraría el aquelarre.
El edificio escogido para la ocasión era grande, moderno y elegante. Algo que podría ser normal y corriente en un país extranjero pero que distaba mucho de las construcciones que Armina estaba acostumbrada a ver en su tierra.
La sala era un semicírculo perfecto, lleno de gradas escalonadas repletas de butacas que ofrecían promesas de comodidad. El techo, de cristal transparente, se abría a un cielo tranquilo y limpio que pronto se oscurecería por la temprana llegada de la noche en aquella época del año. Y arriba, suspendida bajo la cúpula del cielo, flotando con absoluto protagonismo, la bandera. El símbolo que hermanaba a todas las brujas que pronto acudirían al encuentro.
Sobre un fondo azul intenso que recordaba ese punto de luz entre el día y la noche, un desfile de estrellas colocadas en círculo para homenajear las ancestrales reuniones alrededor de la hoguera. Todo un símbolo transformado en tela ondeante que presidiría cada aquelarre y uniría a las brujas en su cometido.
Las puertas se abrieron y alejaron a Armina de la observación minuciosa de la sala. Se encogió en su escondite y conjuró una oración que la ayudase a no ser descubierta.
El grupo recién llegado era bullicioso. Jóvenes mujeres que reían en alto y pronunciaban sus nombres al hacerse objeto de sus bromas. Mellita, Onoguz, Latgale, Lietuva y Polska. Cinco miembros del aquelarre que dejaron asombrada a la pequeña Armina. La muchacha esperaba encontrar un corrillo de viejas feas y arrugadas, caminando dificultosamente con la ayuda de bastones nudosos y una mirada que inspirara pavor. Sin embargo, aquellas chicas apenas le llevarían diez años y vestían trajes de chaqueta como cualquier ejecutiva moderna. Sin duda, el sonido de los tacones despertando ecos sobre su escondrijo, era el último ruido que esperaba oír en aquel lugar.
Tomaron asiento y continuaron con su cháchara desenfadada hasta que una nueva incorporación hizo acto de presencia.
Galia. Ella sí era más como Armina la esperaba. Una mujer entrada en la madurez, de porte elegante y gestos sofisticados. Con una sola mirada, acalló a las jovencitas y recompuso sus comportamientos. Elevó la mirada hacia la bandera y, como si fuese el gesto que hubieran estado esperando, Alamanniz, Ítaloi y Lucilem hicieron su aparición.
Había brujas de muchos países pero todas demostraban el mismo respeto cuando algún miembro de aquel cuarteto intervenía. Eran el grupo con más autoridad y la observadora pudo comprobarlo en cuanto la sala estuvo al completo.
Tras las palabras oficiales que daban la bienvenida a todas las hermanas allí reunidas, Alamanniz, con voz rotunda, dijo algo en un idioma que Armina no conocía y terminó diciendo: ¡Que comience la iniciación!
Solo dos brujas se levantaron de sus asientos, el resto permaneció sentado y en completo silencio.
—Yo, Angland, como hermana mayor, presento y apoyo a Wealas para que se inicie en nuestros rituales y acate y respete nuestras leyes.
—Yo, Eire, como hermana mediana, presento y apoyo a Wealas para que se inicie en nuestros rituales y acate y respete nuestras leyes.
Ambas, separadas por una butaca, volvieron a tomar asiento y Alemanniz llenó de nuevo la sala con su voz.
—Wealas, muéstrate ante tus nuevas hermanas.
La joven que había permanecido sentada entre Angland y Eire se puso en pie con aire tímido y expresión asustada.
—Yo, Wealas, me muestro ante mis hermanas y os ofrezco el juramento de proteger y respetar a todos y cada uno de los miembros de este aquelarre.
—¿Alguien se opone a que ingrese en nuestra comunidad? —inquirió Alemanniz.
El silencio fue absoluto, ni siquiera un carraspeo o un movimiento inoportuno se dejó oír.
Obedeciendo a un gesto de Alemanniz, Wealas volvió a tomar asiento entre sus dos hermanas de sangre.
Terminado el proceso de integración, el inciso dio paso a lo importante y los temas comenzaron a bullir como en un caldero gigante que todas mantuviesen vigilado.
El presupuesto gastado en ingredientes para las pócimas fue el tema estrella. Acaloradas, pero por turnos rigurosamente ordenados, fueron debatiendo los ajustes que cada una veía necesarios para el ejercicio de su labor.
Armina asistía al espectáculo con expectación. Cada bruja fue exponiendo sus argumentos y dejaba caer las peticiones que su territorio le había encomendado. La muchacha se embelesaba con cada turno de palabra, con la cantidad de rituales que escondía cada intervención y con todo aquel mundo al que los suyos se negaban a acercarse.
Suomi, sentada en un grupo que daba la impresión de querer pasar desapercibido, carraspeó en un intento para impulsar fuerza a su voz y se acercó al micrófono que tenía delante para dejar su queja flotando en el aire:
—Las hermanas del Mediterráneo se han hecho con el monopolio de la mandrágora. La cantidad que nos llega es insuficiente y su precio demasiado elevado.
Dicho esto volvió a sentarse, agachó la cabeza y pareció mimetizarse bajo el gorro de piel de zorro ártico que llevaba puesto.
Armina la observaba sin pestañear, tenía el presentimiento de que aquella mujer desaparecería de un momento a otro. ¡Puff! Se esfumaría de repente.
Pero Armina se equivocaba. Suomi escuchó los reproches de las aludidas, argumentó con sobriedad su acusación y consiguió que se debatiera una pauta a seguir para el reparto equitativo de las materias más necesarias. Sin embargo, como en toda comunidad, los asuntos se complican tanto por defecto como por exceso. Por eso, en representación de las brujas de todos los países más al norte, Sverige tomó la palabra para dar voz al problema del excedente de ámbar. Era un ingrediente que se había quedado anticuado y sus hermanas apenas lo incluían en las pócimas, con lo que eso significaba para la producción de su país.
El revuelo volvió a flotar sobre sus cabezas como si los números enarbolados fuesen cuervos que no supieran donde posarse. El compromiso de elaborar una campaña publicitaria que fomentara el uso de conjuros que necesitaran de la resina fosilizada fue serenando el ambiente.
Armina seguía fascinada por cómo se negociaban y se cerraban acuerdos entre aquel grupo de mujeres. Ella quería hacer lo mismo. Quería ser una bruja y convertirse en miembro de aquella comunidad. Asistir a aquelarres como aquel y tomar decisiones que defendieran a los suyos.
El viaje de regreso a casa lo hizo con ese pensamiento ocupando toda su mente.
Años después, Armina recordaría de manera especial el aquelarre, la imagen de todas las brujas que observó a escondidas y la osadía que, desde ese día, la había impulsado hasta poder rozar su sueño con la punta de los dedos.
Llegó a casa con el orgullo pintado en la mirada. Soltó el maletín sobre el sofá y encendió el televisor para deleitarse con el titular que abría todos los noticieros:
“Europa un paso más cerca: El Acuerdo de Asociación y Participación sirve de marco jurídico para las relaciones bilaterales entre la Unión Europea y Armenia.”
En la pantalla, sobre la bandera de fondo azul, el circulo de estrellas parecía brillar más que nunca ante los ojos de Armina.
Antes de nada: Sí, Jane, el relato se entiende... xD
En cuanto a ortografía y estilo narrativo solo puedo decir que no he encontrado ninguna falta y que las comas están bien puestas :P Me gusta la idea principal del argumento y su relación con la temática del concurso. Sin embargo, me habría gustado que la protagonista formara parte de la historia y no se quedase como una mera espectadora. Eso hace que el relato se reduzca a una escena, una anécdota, y no termine de inquietar. No hay tensión. Por otra parte, la metáfora que he percibido del aquelarre como sentido de reunión, me gusta. Me mola la imagen de las brujas deliberando sobre los temas que conciernen a las relaciones de la U.E. Muy visual y es algo bastante actual. Un aquelarre de brujas que controla todo el cotarro a nuestras espaldas :P Casi todos los relatos que me han gustado están ambientados en la actualidad, no se remontan a la Edad Media (habrá que ponerle remedio a eso ^^).
En fin, que mola, pero el desenlace debería estar más claro para que la imagen final fuera más potente. Creo también que habría quedado mejor si le hubieras metido a la protagonista más presión. No sé, que en algún momento estuvieran a punto de descubrirla espiando o algo así xD
Le doy ★★★★☆
Giny Valrís
LoscuentosdeVaho