La invasión de los carretes de alambre fulgurante

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Bombilla
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La invasión de los carretes de alambre fulgurante

 

 

Estoy poseído, no soy dueño de mis actos, dijo una voz diminuta.

Gustavo se dio la vuelta y miró detrás de sí. Pero el camino se veía desierto. Estaba solo.

Entonces, justo a sus pies, volvió a oír el pequeño susurro.

Estoy poseído, no soy dueño de mis actos.

Ahora lo veía, la voz procedía de una margarita.

Gustavo la tocó con el bastón.

—Primero —dijo—, tú no puedes hablar; segundo, de poder hacerlo, tendría que ser en femenino, pues no eres un flor sino una flor, y tercero, tú no eres capaz de hacer nada, ni el menor movimiento. ¿Acaso puedes levantarte?, ¿puedes bostezar o fumar?

Mientras así decía, Gustavo se había agachado, había arrancado la florecilla y, como sospechara que en su interior se ocultaba un micrófono o algo, la había aplastado entre los dedos.

Estoy poseído, no...

Gustavo se incorporó y se chupó el pulgar, en cuya yema había brotado un punto de sangre.

La margarita tenía espinas.

De pescado.

Nada era como tenía que ser. Todo cambiado.

—Ya está bien de que os burléis de mí —exclamó al tiempo que apuntaba el bastón hacia el cielo—. Soy yo el que está poseído y ya no es dueño de sus actos.

El cielo ladró con fauces tiernas y húmedas, y Gustavo se quitó de la barbilla una gota de saliva.

A su izquierda el bosque escupió un hueso. No de aceituna, un hueso de niño o perrillo.

Gustavo, harto, la emprendió a bastonazos.

—¡Acabad de una vez, malditos!

 

Gustavo dio media vuelta y se dirigió hacia su casa, pero cuando se quiso dar cuenta se había metido en el bosque y había rodeado con sus brazos un árbol.

—Tranquila, Lucía —decía en un oído de musgo—, te sacaré de aquí.

El ojo de su mujer, que se veía grande y vacuno a través de un agujero de la corteza, se humedeció. Una lágrima del tamaño de una picota resbaló por el tronco.

Gustavo puso un dedo y la interceptó.

—Tranquila.

Se lamió la yema.

Y torció la boca.

—¡Puaj! —gimió—, sabes a carroña. ¡Tú no eres Lucía!

Entre la maraña de raíces, los dedos de los pies de la mujer se alargaron, diez afanosas culebrillas, las cabecitas pintadas de rojo.

Estoy poseído...

Gustavo las despanzurró a taconazos.

De todos modos, pensó después de haberse repuesto, yo no puedo volver a mi casa, ya no.

Incluso de haber conseguido llegar, Gustavo no habría podido entrar en ella, tal vez ni trasponer el umbral hubiera podido, tan abarrotada de cosas extrañas estaba; era de suponer que en mayor medida aún que antes, cuando la dejó.

 

El primer objeto que de la noche a la mañana, al menos según la apreciación de Gustavo, había aparecido en su casa había sido un carrete de alambre de un metro de diámetro, brillante, pesado; de hecho, como se comprobó después, inamovible. En realidad, no era un carrete de alambre pero se parecía mucho, pero mucho a un carrete de alambre, y como desconocía lo que era y no se le ocurrió otro nombre mejor, Gustavo lo llamó carrete de alambre fulgurante. Aquella misma tarde, mientras escuchaba a Andreas Scholl con las persianas echadas y amortiguado ruido de obra, había visto brillar en la oscuridad el rollo plateado, y luego, o eso le pareció, algo había saltado hasta él desde el carrete; algo, una lagartija de luz, un pulpo de mercurio había tocado su frente y la había traspasado. Y con él había entrado en su cabeza un caudal de imágenes extrañas, como una hilera de cuadros abstractos.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Gustavo había preguntado a su mujer si sabía quién se había puesto a hacer obras en la casa a las ocho de la tarde.

Lucía había comentado:

—¿Qué te pasa? Hablas raro.

—¿Que yo hablo raro? —había repuesto él, a punto de señalarle a ella lo mismo.

—Sí. Esas palabras... No son tuyas.

—¿Qué palabras?

—Has dicho teseracto.

—¿Que yo he dicho teseracto? Pues no sé lo que significa.

—Y arista, y poliedro, y plano inclinado.

Impaciente, Gustavo había apurado el café y apagado, apenas encendido, un cigarrillo.

En el suelo, con el zapato.

—¿Qué haces? —había exclamado su mujer—. ¿Es que no te da pena?

—Pena, ninguna. Es uno menos que me fumo.

—Pobrecita, tenía todo el derecho a estar aquí—. A sus ojos las hebras de tabaco debieron retorcerse en un espasmo de muerte—. Pobre, pobre, pobre araña.

Pero él ya había salido.

Gustavo había salido, se había acercado hasta un puente sobre el río, y luego no había podido recordar a qué había venido. Había orinado contra el pretil, espantado con palmadas a las gaviotas, robado un periódico, cosas que nunca había hecho. Había salido al campo y aplastado una colonia de hormigueros.

Por la tarde Gustavo había invitado a un niño del arrabal a merendar a casa. Cuando, harto de bollos, al chico le venció el sueño, en la boca aún ribeteada de chocolate le había metido un cortauñas y le había arrancado los dientes paletos.

 

***

 

Las casas, consideraba Gustavo, tenían la inteligencia de un niño pequeño, no eran las criaturas más listas del mundo pero tampoco eran como las mesas, por ejemplo, que eran tontas de remate. Las casas eran bondadosas y amables las más de las veces, aunque no siempre, y tenían casi sin excepción una veta burlona, traviesa y, en ocasiones, desleal y mala. La de Gustavo demostró ser de estas últimas. Cuando por la acumulación de objetos, pues después del primero habían aparecido más carretes de alambre, aparte de otras cosas, sobre todo las llamadas por él almohadas de acero, empezaron a estar apretados, la casa se puso sin disimulo del lado de éstos, bajo cuya influencia había caído sin oponer resistencia, y comenzó a suprimir piezas del mobiliario. Gustavo llegó a ver cómo su escritorio se elevaba para empotrarse en la pared frontal de su despacho y desaparecía absorbido al parecer por una mancha de humedad que allí había, y con el escritorio un bibelot, un cuarzo rosa y una caja de lápices, mientras la casa, alborotada, chillaba de excitación.

—¡Fuera, fuera! —gritaba la casa boba con voz de flauta.

Esto siguió así, y un día Gustavo, puestos los pies sobre una pila de almohadas de acero, descubrió que podía ver el fuego falso de la chimenea del salón desde el cuarto de baño. La casa había eliminado todas las puertas y paredes interiores.

La noche anterior, una de tantas de insomnio (las obras, en alguna parte, continuaban), la voz de Leonard Cohen había muerto en medio de una estrofa cuando desapareció con un suspiro el reproductor de discos.

 

No mucho antes, Gustavo había pensado en escribir una suerte de carta. Y lo hizo, y aun puso en un sobre las señas de su madre, pero no llegó a mandarla. El contenido decía:

 

“Nuestra casa se ha convertido en un trastero. Mejor dicho, nuestra casa se ha convertido en el trastero de ellos. Ellos, los que aprovechan cuando no estamos para entrar en nuestra casa y llenarla de trastos. Las puertas cerradas con llave y el hecho de que la casa esté habitada no parecen suponerles mayor problema. Día tras día, desde hace ya un tiempo, vienen y descargan aquí sus bultos, que no son lo que se dice pequeños. Hemos tenido que sacrificar una habitación, otra va por el mismo camino y ya estamos obligados a comer en la cocina entre objetos extraños. Por ahora solo han respetado el dormitorio, pero supongo que esto puede cambiar. Hay algo que puedo decir de ellos: no son de por aquí, y cuando digo que no son de por aquí, quiero decir que no son como nosotros. Es sencillo, sus cosas no se parecen a las nuestras. De hecho no hay modo de reconocer lo que son. Hay un objeto, que se repite varias veces, que recuerda remotamente a una silla, tal vez lo sea pero a condición de que el que se siente en ella mida por lo menos cuatro metros. Otro objeto podría pasar por una mesa (de dos metros de alto). Recién acabo de apilar en el descansillo unas “ruedas” voluminosas que nos impedían acceder al cuarto de baño. Yo me pregunto: ¿es que en el sitio de donde vienen tienen problemas de espacio? ¿Y por qué traen las cosas aquí, por qué nuestra casa y no la del vecino? Una idea ha venido a preocuparme: ¿y si a los objetos les siguen pronto los dueños? ¿Y si todo esto no es más que una mudanza, y un buen día nos encontramos a unos tipos raros instalados en nuestra casa?”

 

Gustavo no había tardado en sospechar la verdad. Los “tipos raros” ya estaban allí; eran, por supuesto, los carretes de alambre, y tal vez también las almohadas de acero. Y de nuevo se agachó frente a uno de ellos y volvió examinarlo a conciencia como hiciera la primera vez, tocó aquí y allá sin ningún resultado, presionó, golpeó, en vano. En cambio, a través de los huesos de su cabeza, vueltos de pronto permeables, esponjosos, sintió pulsar con nitidez los pulgares al rojo blanco de una voluntad extraña. Cuando estos se replegaron, su cerebro se había apagado, o eso pensó mientras se incorporaba, pero en su centro titilaba ahora un punto de luz como un piloto. Si esto era así, en su aspecto solo se tradujo en un cierto agarrotamiento de los músculos del cuello y de la cara que, en cualquier caso, pronto pasó.

 

***

 

Había atardecido, la luz había menguado, y él, que leía, había encendido la luz eléctrica, y después de un rato se había dado cuenta de que no lo había hecho, había pulsado el interruptor, solo eso: no había luz desde el día anterior. Pero apenas veía, ante sus ojos los renglones se apagaban, así que había corrido su silla, había corrido su silla, se había acercado cada vez más a la ventana, que, para permitir el paso de los objetos, ya no tenía cristal ni tampoco marco. Por último se había subido a ella. Sentado en el alféizar como en un columpio, con el delgado volumen entre las manos que había adquirido el color de una luciérnaga moribunda, se había echado hacia atrás, cada vez más se había inclinado: no terminaba de ver bien, no terminaba de ver bien, no terminaba de…

—¡Fuera con él! ¡Fuera!

Solo la aguda exclamación, que Gustavo reconoció al punto, había impedido que cayera de espaldas desde un sexto piso.

 

Un día, al revisar los bolsillos de la única chaqueta que le quedaba (la casa le había dejado con lo puesto), Gustavo había encontrado en uno de ellos una bolsa para excrementos de perro; en su interior, luego de deshacer el nudo, había hallado, entre otras cosas, un mechón de pelo negro arrancado que todavía olía a mentolín (era de Susana, la farmacéutica), un trozo de dos centímetros de piel oscura y sin vello que procedía, por lo que Gustavo recordaba, de una rodilla de Felipe, el portero de la finca, dos dientes incisivos fracturados, parte de la uña de un dedo gordo, y, en una caja de cerillas con chinchetas y alfileres, aparte de los fósforos, un montoncito de escamas grises y una bolita de sebo.

Después de cerrarla, Gustavo había puesto la bolsa sobre un carrete de alambre (no había ningún otro sitio, como no fuera el suelo). Cuando volvió a mirar, la bolsa ya no estaba. ¿La habían tomado las criaturas de metal por una ofrenda? Si fue así, la juzgaron insuficiente, porque no fueron benévolos con él.

 

En fin, una noche, al ir a acostarse, Gustavo había descubierto que su lado de la cama estaba ocupado por... Gustavo. Pero el hombre que recostaba la espalda en el cabecero junto a Lucía no era más que una mala imitación de Gustavo, el parecido con él era, en el mejor de los casos, muy aproximado. Lo increíble era que su mujer no se diera cuenta del engaño, cuando el impostor estaba además tocado con una ridícula corona de papel. Al parecer se había dedicado a hojear el libro que guardaba en la mesilla, El incongruente, esto es a deshojarlo, pues se veían páginas arrancadas dispersas sobre la colcha, además de envoltorios de chocolatinas y las propias chocolatinas, que no se había comido. En el momento de advertir al dueño de la casa, y al tiempo que cerraba el puño con el brazo encogido en un pobre gesto de triunfo, el rey de pacotilla había exclamado con voz chillona:

—¡Victoria!

Lucía, pegada al falso Gustavo, le había puesto la mano en la cara.

Y arrancado la mejilla.

—¡Bravo! —había gritado el verdadero Gustavo, sin atreverse a franquear el umbral del dormitorio—. ¡Esta es mi Lucía!

—Perdón —había dicho ella sin hacerle el menor caso—, pretendía ser una caricia.

En el lado izquierdo del lecho el patético soberano, con solo media cara, se había carcajeado.

—Esposa, ¡ven a mis brazos!

Luego se había abierto hasta el pecho la vaina de carne.

Después de esto, Gustavo había huido de casa.

 

***

 

Lo mismo que entonces no pudo alejarse de su domicilio, o muy poco, por mucho que lo intentara, contrariada su determinación a cada paso, ahora que se esforzaba en volver de nuevo, lo único que conseguía era distanciarse. De tal manera que por último llegó tan lejos que el paisaje, inhóspito y boscoso, empezó a resultarle por completo desconocido.

Tal vez si se marcara un objetivo más cercano…

Probó a hacer lo siguiente: sin perder de vista una piedra del camino, una referencia tan buena como cualquier otra, que distaba de él una decena de pasos, Gustavo levantó un pie, lo proyectó al frente y lo posó casi un metro por delante del otro, y después arrastró este, lo despegó del suelo y, tras forzarlo a describir un semicírculo, lo colocó bastante más allá del primero, de tal suerte que apenas se podía dudar de que de este modo había avanzado y se había acercado a su meta. Pues bien, después de haber ejecutado por este método diez pasos y haber recorrido un trecho que debería haberle llevado al objetivo, Gustavo no había recortado un ápice la distancia que le separaba de la piedra, que seguía en el mismo sitio, inalcanzable; e incluso, si se miraba bien, hasta se podía decir que había retrocedido y ahora se encontraba a quince pasos, incluso, incluso, a veinte pasos.

Probó por lo tanto lo contrario y, con la vista fija en la piedra, dio diez pasos hacia atrás, y luego dio otros diez pasos hacia atrás. Y dejó de verla, la piedra; el objetivo había desaparecido. ¿Había llegado? ¿Era posible que hubiera llegado? ¿Pues qué era lo que sentía debajo del zapato? ¿Qué era sino una piedra?

Entonces el canto se removió bajo su pie, se arqueó y escapó con un bufido.

 

Tres loros sobrevolaban la fronda azul entre chillidos de ¡Marica, el último!, cuando la espesura vomitó frente a él a un enmascarado que pretendió herirle con una hoja de un palmo de largo. Gustavo vio que el agresor solo empuñaba una hoja de eucalipto, pero de cualquier modo temió por su vida; había aprendido a desconfiar de sus ojos. Según estos, el emboscado era un canijo y se cubría el rostro con una careta de cerdo. Gustavo miraba con recelo la hoja con forma de punta de lanza; cuando esta atacó, saltó hacia atrás para salir despedido hacia adelante y caer sobre el enmascarado, que dio de espaldas en el suelo. Por si las moscas, Gustavo le propinó tres bastonazos; falló los tres golpes pero acertó de pleno a un arbolillo que se encontraba a su espalda. Con cierta dificultad acercó la contera al rostro cubierto y le levantó la careta. Un rostro de trapo le miró estupefacto.

Un pelele, se había batido con un pelele.

El pelele aprovechó para atacarle.

—¡Muere!

Con un quejido Gustavo se llevó la mano al costado, y luego se miró los dedos, blancos de… harina.

El cielo tronó. Parecía una carcajada.

—¿Pero qué diablos…? —Gustavo apuntó con el puño a la cúpula esmeralda, desde la que se veía descender una lluvia de rollos de plata. —¡¡Terminad de una vez, malditos!!

 

Gustavo permanecía acuclillado en el suelo de arena de una mazmorra sembrado de huesos y excrementos de ratones, una fantasmagoría, según repetía para sus adentros mientras negaba con la cabeza. Algo vibraba en el interior de su cráneo. ¿Un rastreador de aversiones y temores ocultos? Porque era indudable que los carretes de alambre convocaban ahora los peores terrores de Gustavo. Una banda de jorobados, ciegos y tullidos le había apresado en el bosque y arrastrado hasta esa prisión de muros viscosos. Después una criatura tosca y servil, cubierta de pelo, le había quitado la ropa y afeitado el pecho con un cuchillo de piedra. ¿Y qué propósito tenía todo eso? ¿Qué les movía a los carretes de alambre a jugar con él de esa manera? Gustavo lo sabía, y eso era lo peor, significaba que el juego no tenía término. Les movía la curiosidad, la curiosidad fría, minuciosa, inagotable de las máquinas.

La bombilla que colgaba de un cable por encima de su cabeza se apagó con un zumbido. En la puerta de metal encajada en la sombra Gustavo pudo ver un ojo aplicado a la mirilla que le observaba con inhumana fijeza.

 

 

 

 

 

 

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Olethros
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Puntos: 352

Cuando terminé de leer este relato por primera vez, me sentí perplejo y con la sensación de que algo se me escapaba.

Después de leerlo por segunda vez, seguí dudando de mí mismo. No podía creer que un trabajo escrito con notable cuidado técnico y estético, más allá de que presente detalles susceptibles de mejora, no encajase en el tema de la convocatoria. Sólo veía una posible enfermedad mental del protagonista que alteraba su percepción.

Así que lo leí por tercera vez, el único caso en lo que va de concurso, y seguí sin verlo. Además del posible problema cognitivo que veía cada vez más claro se me ocurrió que, tal vez, hubiese una abducción o que el cerebro del protagonista estuviese siendo escudriñado de forma torpe, generando visiones, por algún tipo de entidad.

Pero, y cito las bases, "el apoderamiento del espíritu de la persona por parte de un ente externo" no lo veo. Me molesta no verlo, de verdad, y mucho. Ojalá que, en próximos comentarios, alguien señale con claridad y sin el menor género de dudas el punto clave que tal vez se me escape porque, entonces, me sentiré tonto por no haberlo captado pero alegre ya que podré cambiar mi calificación, porque siento que es un relato bastante bueno pero que no está en el certamen correcto.

Mi calificación es 2,5 estrellas.

 

 

Ceterum censeo Carthaginem esse delendam... ;oP

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Patapalo
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Puntos: 208859

Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Molu
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Puntos: 243

El principio parece original. Pero luego, con el primer diálogo, se vuelve... no sé ¿alegórico? ¿Una margarita le habla y lo primero que le dice es una distinción de genero sexual? Hay algunos errores y problemas de puntuación que irás notando a medida que lo releas, como " Soy yo el que está poseído y ya no es dueño de sus actos". Creo que debería ser "y ya no soy dueño de mis actos? No me convence la insistencia de "fauces tiernas húmedas- gota de saliva- bosque escupió". No queda muy clara la primera imagen. Está en un bosque, ve una margarita poseída, se le posee el pulgar, y ve salir un hueso de niño desde el bosque. ¿Esa es la imagen que se busca transmitir? ¿Contra quién o qué la emprende a bastonazos?
En el párrafo que comienza con "El primer objeto...", esa primer oración está mal puntuada y hay una repetición de palabras que podrías evitar.
"...había repuesto", ¿no es complicarla mucho para un "respondió"?
"apagado, apenas encendido", se entiende pero queda raro.
"Pero él ya había salido. Gustavo había salido", es reiterativo a pesar del punto y aparte.
 Si los objetos están vivos, ¿por qué tienen una inteligencia proporcional a la valoración que tenemos los humanos de ellos? ¿No parece un signo más claro de locura que de posesión? Un psicoanalista tomaría esto como una confirmación de delirio. O sea, la alucinación se adapta al delirio. Las casas son bondadosas casi siempre, burlonas, traviesas, desleales, malas. Es decir... !Como las personas!
Supongamos que no se trata de un delirio. ¿Por qué no se van de la casa,o acuden a las autoridades, o a alguien que pudiera creerles? Ya se ha aclarado que están viejos, debería de recalcarse que también están bastante aislados, que lo más cercano queda a...
Me gusta la indeterminación de los objetos. Pero me lleva  a pensar en algo más de origen extraterrestre. En este sentido creo que está muy bien esa indeterminación, que se parezcan a algo pero que no sean algo, ya que no hay patrones de referencia para definiros.
¿Rojo blanco?
"su cerebro se había apagado, o eso pensó mientras se incorporaba", si lo pensó no se le había apagado el cerebro.
Me parece que el párrafo que comienza "Había atardecido..." está un poco mal redactado.
¿Sexto piso? Pensé que estaba en su casa, cerca de un bosque. Por lo menos esa era la imagen que me venía haciendo. No lo entiendo.
Podrías sustituir algún Gustavo con un "suyo", o algo por el estilo.
¿Por qué al principio del relato Lucía aparece como si fuera adentro del tronco de un árbol? Pensé que luego el cuento iba hacia atrás, pero no.
Deberías revisar la puntuación del relato entero. Sobran muchas comas. Hace falta más oraciones cortas.
"Gustavo le propinó tres bastonazos; falló los tres golpes pero". entonces lo le propinó, intentó hacerlo.
¿Máquinas?
Me parece que el relato tiene un encantador tono poético. No me molesta el tono de surrealismo, hasta creo que es obvio que me gusta cuando se experimenta un poco con la prosa y con los argumentos.  Entiendo que se trata de una especie de invasión extraterrestre que agarra a dos personas muy viejas y ya deterioradas, al borde de la locura. Es muy difícil escribir sobre una perspectiva subjetiva de una forma creíble (Saramago se ha hecho famoso por usar en forma particular las palabras y los signos de puntuación para narrar un soliloquio- porque no se piensa como se habla, ni como se escribe). De todas formas encuentro detalles que no se entienden en el argumento. Dentro del delirio que con necesidad es la trama, parece difícil que no queden puntos inconclusos o que algo parezca no fuera de lugar. Pero esos detalles son los que separan la genialidad de lo mundano. No creo que el cuento trate de una posesión. Podría ser que el protagonista esté delirando, o que los haya invadido una especie extraterrestre.
Le doy 2 estrellas.

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Puntos: 88

Gracias, Olethros, por el comentario. ¿Lo has leído tres veces? ¿Y no te han entrado ganas de matarme? no¿Es mucho pedir que me digas cuáles son esos detalles mejorables que has encontrado? Aunque no veas que el texto se ciñe al tema, lo escribí expresamente para este Polidori. Pero por favor, no vuelvas a leerlo, así lo que recuerdes.

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Puntos: 88

Gracias, Molu, por el comentario. Sí, 6 pisos son muchos pisos, lo he dejado en un 2º. Coincido en que "máquinas" no es la palabra apropiada, buscaré otra mejor. A esa frase que se te atragantó le he quitado la espinano. Con al rojo blanco quería decir incandescente. Con repuesto pensaba en reponerse, no en responder. Dentro de unos días, cuando el texto haya reposado, revisaré la puntuación de cabo a cabo. Gracias y saludos.

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Puntos: 352

Bombilla dijo:

Gracias, Olethros, por el comentario. ¿Lo has leído tres veces? ¿Y no te han entrado ganas de matarme? no¿Es mucho pedir que me digas cuáles son esos detalles mejorables que has encontrado? Aunque no veas que el texto se ciñe al tema, lo escribí expresamente para este Polidori. Pero por favor, no vuelvas a leerlo, así lo que recuerdes.

Sí, tres. Y una cuarta ahora, esta vez en diagonal a la búsqueda de lo que recordaba a grandes rasgos, para responder a tu petición. Y no me entran impulsos homicidas, sólo algo de tristeza porque la nota deba quedarse en el aprobado en este concurso por no encajar en la temática aunque en otro, muy probablemente, tendría una nota mayor.

Me encanta la atmósfera y el estilo, porque encajan a la perfección con esos aires surrealistas incluso mediante la sintaxis rebuscada en ocasiones que funciona muy bien para eso y que en otro tipo de narración, con toda probabilidad, no hubieran funcionado.

En cuanto a los detalles mejorables, cosas como Gustavo se dio la vuelta y miró detrás de sí (si se da la vuelta y mira detrás de sí, estará mirando al mismo lugar que al comienzo del movimiento), tres "había" en el párrafo 8, tres "luz" en el 57, problemas en los incisos explicativos generados mediante comas porque las frases que quedan a ambos lados de las mismas, en ocasiones, no funcionan (por ejemplo, y pongo las frase resultantes para ahorrar tiempo, cosas como En realidad pero mucho a un carrete de alambre, o Esto siguió así puestos los pies sobre una pila de almohadas de acero), tendencia al exceso de subordinación de frases que, por abuso del recurso, terminan sin funcionar tan bien como deberían para mostrar el aluvión del pensamientos del trastornado protagonista, algún olvido en el repaso del texto (así que había corrido su silla, había corrido su silla,) o, según se vea, un recurso de repetición que no funciona bien (el autor sabrá) porque lo vuelve a usar al final del párrafo y ahí con más acierto, más bastantes usos discutibles de la coma y el punto y coma que, por la forma de narrar y la subordinación, podrían revisarse.

Ceterum censeo Carthaginem esse delendam... ;oP

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Bombilla
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Poblador desde: 10/12/2015
Puntos: 88

Gracias, Olethros, eres un hermoso yelmo yes. Y no te apenes, que ya es mucho poder mostrar mi textito a los compis.

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Aparte los fallos ya comentados, relato bien escrito dentro de su contexto surrealista. Yo tampoco veo posesión, sino que esos carretes de alambre, sean lo que sean en realidad, aunque está claro que son entes inteligentes, están jugando con la mente de su pobre prisionero, y parece insinuarse que lo van a hacer hasta que acabe majara perdido XD Dos estrellas y media:

**´

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Sanbes
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Poblador desde: 16/10/2013
Puntos: 1273

Es un relato extraño, bien escrito, pero demasiado largo para mi gusto.

Para mí, que se cual es el tema del certamen, puedo creer que el tipo ya está poseído y su alma vaga por su propio mundo, aún sin saber que ya ha abandonado el cuerpo, y vive todas esas locuras como si fuera un sueño sin fin. Pero también puedo pensar que se debe a que esas visitas quieren echar a los dueños de la casa fuera, que es por donde creo que tira la historia.

Si no supiera cual es el tema del concurso, difícilmente tomaría este relato como un relato de posesiones, a pesar de que el protagonista lo grite a los cuatro vientos.

Me gustan esas locuras que se describen, como un sueño descontrolado que nunca termina.

El problema es ese, que como nunca termina, y todo cuanto sucede es tan increible, se hace demasiado largo. Esperando quizá un poco de cordura entre las lineas.

 

2´5 estrellas.

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Ibrahim Adarga
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Poblador desde: 23/02/2015
Puntos: 135

Muy disfrutable, con su aire alegórico, jugueteo surrealista y humorismo. Todo este mérito es también su limitación, pues es difícil sacarle punta si uno no puede dedicarle ocho horas diarias durante cinco días a interpretarlo. No obstante, como el relato es pulcro técnicamente, y se nota repasado a conciencia para evitar repeticiones y precisar el lenguaje, es fácil entrar en el juego.

Dos pequeñas aportaciones sobre aspectos que me han chocado:

-'un micrófono o algo' -el 'algo' tan al principio sugiere una pobreza de lenguaje que no se aprecia en el resto del texto. Casi mejor solo 'un micrófono'.

-Referencia a Andreas Scholl: es alguien vivo y relativamente joven, que le quita elegancia a la descontextualización del texto. ¿Qué tal Alfred Deller en su lugar?

No lo veo dentro de la temática de la convocatoria, lamentablemente, así que disculpadme si me reservo la nota.

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Angelito
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Poblador desde: 25/12/2013
Puntos: 263

Podría interpretarse que el protagonista, al estar poseído, sufre de esta experiencia surrealista en donde se arrojan puntas  para intentar articular una explicación al fenómeno, a la situación. Si es así, el tema está presente de forma anecdótica, sin lograr el afinamiento. Igual parece (no afirmo que lo sea, me permito el atrevimiento de expresar una sensación) un relato escrito con anterioridad pero adaptado para encajar en el concurso mediante la frase “estoy poseído”  mencionada al principio, reiterada luego hasta un cuarto de relato, y parece además un delirium tremens inducido antes que una opresión al ejercicio de la propia voluntad. A pesar de esto, su lectura promete sorpresas.

La carta me hizo acordar un poco a casa tomada de Cortazar.

**´

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Mzime
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Puntos: 352

Relato este bien muy escrito en general y que me ha dejado un tanto estupefacto por la brillantez y la originalidad de las imágenes creadas por la mente del autor. Así que, muy bien desde el punto de vista de la lengua, pero desde el punto de vista argumental, de trama y de resolución, me ha superado. Y lo ha hecho, en principio, porque estos relatos en los que el autor maneja todo el cosmos, no se sujeta a regla alguna y nada explica, me dejan siempre fuera de la historia. Yo, lo siento, pero necesito alguna lógica a la que agarrarme y por lo tanto no uedo valorar tampoco el argumento más allá de la estética final, que me parece imaginativamente muy buena, ya digo. Desde el punto de vista de la atmósfera creada, pues es evidente que es también muy buena por lo extraña y ajena. No obstante, yo no veo relación con el tema del concurso, ni directa ni indirectamente. No me ha quedado nada claro que los carretes sean autoconscientes ni que, voluntariamente o no, posean a nadie, salvo la casa-depósito, el hábitat vital del protagonista y, si acaso, sus vías de percepción de la realidad. Bueno, la verdad es que me he quedado sin saber nada de cierto, pero por eso mismo, y aun siendo culpa mía quizás, no lo puedo valorar aquí.
 

"Si quieres llegar rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos camina acompañado", (proverbio masái)..

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Bombilla
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Puntos: 88

Gracias a todos por los comentarios, he tomado buena nota. El caso es que entretanto he escrito otro relato, aprovechando partes de este, que he enviado al Calabazas de Casas embrujadas. ¿Así que, Patapalo, qué hacemos con él? ¿Lo dejamos, lo quitamos?

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jane eyre
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Puntos: 10051

Bombilla dijo:

Gracias a todos por los comentarios, he tomado buena nota. El caso es que entretanto he escrito otro relato, aprovechando partes de este, que he enviado al Calabazas de Casas embrujadas. ¿Así que, Patapalo, qué hacemos con él? ¿Lo dejamos, lo quitamos?

Ni en el Polidori ni en los Calabazas se exigen relatos inéditos, así que me temo que la respuesta del pirata va a ser "que hagas lo que quieras, tú decides" (bueno, pero dicho a su manera) jajjajajjajajja 

 

 

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Lo que ha dicho la Jane no

Ni el Calabazas ni el Polidori exigen exclusividad, así que yo lo dejaría en ambos flancos a ver qué tal le va. Los jurados son distintos, así que no puedo decirte tampoco a qué carta quedarte si solo quieres probar suerte en uno.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Bombilla
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Poblador desde: 10/12/2015
Puntos: 88

Pues entonces se queda yes

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Hedrigall
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Poblador desde: 14/01/2011
Puntos: 1132

Lo he leído con una sonrisa en los labios ya desde la espina de pescado de la margarita. Un relato genial, lisérgico y escrito con mano envidiable. La falta de deriva del relato queda compensada, y con creces, por los continuos giros de la trama. Marca de la casa en el autor que se esconde detrás de la máscara. ¿O me estoy colando? 

Intuyo la posesión que relata, pero el autor tiene peor criterio que un servidor al entender el concepto/tema en el que se basa este concurso o, mejor dicho, el que entiende la gran mayoría de jueces populares.

 

2,5 estrellas dadas con mucho pesar.

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L. G. Morgan
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Poblador desde: 02/08/2010
Puntos: 2674

Me recuerda mucho (pero mucho) al estilo de Hannah, guardiana del claro. Caso de haber reclamaciones, dirigirse a Bestia, que nos corrompió antes yes

Relato delirante e hipnótico que se disfruta si uno se deja llevar. Y yo me dejo. Y así interpreto (muy libremente, sí, o sea, que interpreto lo que me da la gana no) que “ellos”, los carretes que ve Gustavo, que a saber lo que son, ya que solo los conocemos por las descripciones de este; se han adueñado de su mente y de su voluntad y lo llevan de aquí para allá, jugando con él. Así, alteran sus percepciones, le enfrentan a pruebas cual rata de laboratorio, se apoderan de su vida y de todas sus referencias…

Y el tono del relato, (para mí un acierto) hace que Gustavo no sienta dolor, miedo ni, en realidad, mucha preocupación, con lo que la historia resulta más divertida que otra cosa. Como única pega le veo que se alarga en exceso en algún tramo. Me da que el autor no pudo resistirse a meter todas las escenas que se le ocurrían y que le parecían graciosas.

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Lis
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Poblador desde: 07/12/2015
Puntos: 209

Este es un concurso y, desgraciadamente, ni todos los relatos pueden ganar ni todos pueden formar parte de la antología porque compiten entre sí.

Si tuviera que elegir trece relatos entre los presentados al certamen para publicar una antología sobre posesiones, éste no entraría en mi lista de preseleccionados tras la lectura de todos ellos.

No se ajusta al tema de la convocatoria y además, por comparación con el resto, le costaría más que a otros contribuir al éxito de la antología mediante una historia llamativa sobre posesiones o con tirón comercial a ese respecto. Aunque ofrece una calidad literaria destacada entre los relatos presentados, no encuentra sitio en la coherencia del conjunto de mi selección final de relatos.

★★☆☆☆

Sin embargo, hago hincapié en que el autor o autora ha ofrecido un trabajo muy bien escrito. Ojalá me permita leer otras de sus obras en próximas ediciones del concurso.

¿En qué puedo ayudarte?

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LCS
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Poblador desde: 11/08/2009
Puntos: 6785

Buen relato, compañero. También muy valiente. Algo mejorable quizá, para intentar hacerlo más comprensible, si bien, después de leerlo tres veces, creo que lo he entendido. Si no me equivoco, la clave está al final:  "Una banda de jorobados, ciegos y tullidos le había apresado en el bosque y arrastrado hasta esa prisión de muros viscosos" y le están torturando o experimentando con él y por eso tiene esas pesadillas o visiones surrealistas.

El problema es que no acabo de ver la posesión, tal y como se recoge en las bases del certamen.  

Por ello, me temo que mi puntuación va a ser: una estrella y media. Aunque reconozco que fuera de este certamen le daría alguna estrella más. 

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

A pesar de que se mencionan las posesiones al comienzo del relato, no creo que este encaje en la temática del certamen. No veo que tengan ningún peso en el desarrollo de la narración ni en su estética ni en su trasfondo. Veo surrealismo y veo locura, pero no posesión de ningún tipo. Fuera de estas consideraciones, el relato funciona bien dentro de su carácter. Errático, fuerte en las imágenes, con buena prosa y con buen ritmo, cumple con lo suyo pero, me temo, no con las bases del certamen. Al menos, desde mi punto de vista. Si se hubiera querido ajustar en este sentido, creo que hubieran hecho falta símbolos, referencias o articular de otro modo la relación del protagonista con otros personajes.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Eddy Sega
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Poblador desde: 16/12/2011
Puntos: 2382

Un relato que he disfrutado bastante, incluso he soltado alguna que otra carcajada. Por desgracia no soy capaz de ver la posesión por mucho que me esfuerce.​ Mi valoración es:

1 estrella (que serían muchas más si se adaptase el tema del certamen)

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

Pues lo siento mucho, pero después de haberlo leído dos veces, no encuentro posesión por ninguna parte, además de que el relato se me ha hecho largo y difícil de asimilar por lo delirante de algunos trozos.

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Bombilla
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Poblador desde: 10/12/2015
Puntos: 88

Ach, wie gut, dass niemand, weiB dass ich Rumpelstilzchen heiB!

Pues no, más de uno me ha descubierto. Tampoco traté de esconderme, hice lo que más me gusta, desvariar con seriedad. Por cierto, al pasarlo aquí se perdió, pero al principio me permití jugar también con el tamaño de la fuente y la forma, disposición de alguna frase.

La posesión prácticamente nadie la ha visto, salvo Morgan, que acierta en su libre interpretación. Incluso Olethros, cuando se le ocurre que tal vez el cerebro del protagonista estuviese siendo escudriñado de forma torpe, generando visiones, por algún tipo de entidad. Pero se ve que no lo dejé lo claro que debería. Por otro lado, muy fosco no me salió el relato, no.

En fin, pese a las malas notas, que en ningún caso pasan del aprobado, estoy contento, el texto ha sorprendido, desconcertado, confundido y es posible que hasta molestado a alguno que otro que se ha negado a comentarlo, a nadie, espero, ha dejado indiferente. 

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