La sílfide (F)

3 posts / 0 nuevo(s)
Ir al último post
Imagen de Láudano
Láudano
Desconectado
Poblador desde: 05/06/2009
Puntos: 31

La tenue luz del anochecer entraba suavemente por la ventana, iluminando por última vez el rostro del joven antes de desvanecerse. Se había perdido en el bosque por la mañana, y supuso que se habría desmayado y que alguien lo habría rescatado. Abrió los ojos lentamente, desconcertado, y ante él contempló a la mujer más hermosa que había visto jamás: su cabello era oscuro como la noche, en contraste con su blanca piel, y extremadamente liso; caía como cascadas negras sobre sus hombros descubiertos. Sus labios eran rojos y suaves, cual rubí, semejantes a la rosa roja en primavera. Todo en ella era bello. El joven deseó ver sus ojos, escondidos tímidamente tras sus perfectos párpados. Sin duda serían verdes, pensó, como el musgo que cubre el tronco de los árboles en invierno. Sí, no podían ser de otro color, en una mujer tan hermosa. Abrió los ojos; en efecto, eran verdes y brillantes. Se asustó al ver al joven tan cerca, pero no pudo articular palabra. El espíritu del bosque le había prohibido hablar con extraños; ella era una sílfide, una ninfa de la naturaleza, del aire que lo inunda todo. Podía ser incorpórea, si así lo deseaba, o tomar la apariencia de una bella mujer, pero nunca podría hablar con él. El joven se acercó más a ella, que retrocedió unos pasos, asustada.

-No te asustes- le pidió-. Tan sólo quería verte. Eres preciosa, la mujer más radiante que he visto. Y me has salvado. ¿Quién eres?

Ante el silencio de la misteriosa mujer, el hombre, desconcertado, decidió intentarlo una vez más:

-Por favor, no voy a hacerte daño. Necesito saber tu nombre. Debe de ser tan dulce como tu mirada.

La sílfide escondió su rostro para que él no la viera llorar. Nunca nadie había sido amable con ella, y las tiernas palabras de ese apuesto joven la embelesaban de tal manera que le resultó casi imposible no gritarle su nombre y lanzarse a sus fuertes brazos. De verdad deseaba con todas sus fuerzas hacerlo y quedarse junto a él eternamente. Era un sentimiento que nunca antes había sentido en su solitaria vida; ni siquiera le conocía, pero estaba segura de que le amaba. No obstante, su amor debía ser meramente platónico, pues ella jamás podría mostrarle sus sentimientos, nunca podría hablarle, ni decirle ningún te quiero.

-Te lo suplico, háblame, dime cómo te llamas; lo que sea, pero algo- insistía el hombre. Vio las lágrimas de la preciosa mujer caer por sus rosadas mejillas-. ¿Por qué lloras? No voy a hacerte ningún daño. Tú me has salvado, de no haber sido por ti... ¿quién sabe? Tal vez estaría muerto. Soy hijo de un hombre rico, puedo darte una recompensa si así lo deseas.

Contempló unos instantes el hermoso rostro de la joven: sus cejas, sus ojos, su boca... y entonces se decidió.

-Ven conmigo. ¡Nunca antes había visto un hombre a una mujer tan fascinante! Serás sin duda una fantástica esposa, si es que quieres casarte conmigo... No te preocupes, no tienes que decidirlo ahora. Pero piénsalo, por favor: te rodearé de tantas riquezas y placeres como quieras, todas las mujeres del reino te envidiarán, mis padres te acogerán como si fueras su hija y esos ojos tan hermosos no volverán a verter más lágrimas.

La bella ninfa estaba encantada, sentía que todo aquello era un sueño. Quería decirle que sí cuanto antes y escapar de aquel lugar que tanto odiaba. Llevaba tantos años soñando con escapar y encontrar a alguien de quien enamorarse, con quien pasar el resto de su vida, que había desechado hasta la más mínima esperanza.

-Ahora me iré, pero pienso volver. Dentro de tres días vendré a obtener tu respuesta. Espero que no te parezca poco tiempo, mas para mí será una eternidad cada instante que no esté a tu lado. Y aunque lo creas atrevido, te diré que te quiero. Adiós.

La sílfide no quería que se fuera sin ella; quiso hablar, pero no podía, pues entonces no volvería a verlo jamás, desaparecería. Pero no podía dejarlo marchar, no ahora que le había encontrado y que estaba segura de que le amaba. Nerviosa, intentó pensar sobre qué hacer mientras el hombre se levantaba, dispuesto a marcharse. Le agarró del brazo para impedirle que se fuera; no obstante, él no la entendió, y le dijo:

-¡Oh, no te preocupes! La oscuridad de la noche no podrá impedirme llegar a mi hogar sano y salvo; además, ahora me ilumina la llama del amor. Antes de que te des cuenta, estaré llamando a tu puerta con un anillo tan radiante como tú. Pero, antes de irme, me gustaría saber tu nombre, oír tu voz... para soñar contigo esta noche. ¡Qué sueño tan embriagador sería!

Pero ella no podía decírselo. El joven esperó un largo rato, sin darse cuenta de lo mucho que ella sufría al no poder contestarle, y entonces sonrió.

-Que tu nombre sea un misterio te hace aún más encantadora. Tal vez sea mejor así. Me tienes realmente hechizado... Hasta dentro de tres largos días, mi amor.

Y se fue. Y todas las ilusiones de la ninfa se fueron con él. Ya no soñaba con estar a su lado eternamente, ni con demostrarle su amor; eran todo locas fantasías que nunca se llevarían a cabo. ¿Y si no volvía a verle? ¿Y si se enamoraba de otra bella mujer? Observando a los hombres, había contemplado durante generaciones cómo éstos cambiaban rápidamente de parecer; un día amaban apasionadamente a una dama, al siguiente estaban perdidamente enamorados de otra... y cuando se casaban, abandonaban a su desgraciada mujer o la amargaban hasta convertirla en una simple marioneta. ¿Por qué los humanos no creían en el amor eterno? Su destino estaba marcado: estaría sola para siempre y jamás nadie podría amarla.

Además, en el caso de que aquel hombre y ella llegasen a casarse, algún día se daría cuenta de que no puede hablar, ni envejecer, ni cambiar lo más mínimo; y aún en el extremo caso de que le diese igual, él moriría. Algún día, su alma decidiría que ya había vivido suficiente y abandonaría su cuerpo, dejándolo sin vida, ¿y qué haría ella entonces? Se resignaría a vagar por el bosque que tanto odiaba ahora, anhelando volver atrás, deseando olvidar a quien amaba tanto. ¿Cómo iba a aceptar la muerte alguien que no puede morir? Y pasó las horas pensando en estas cosas, tres días enteros.

Mientras la sílfide se entristecía cada vez más, su pretendiente no comía ni dormía, impaciente por la llegada de su boda. Tenía todo preparado para el gran momento: el banquete, una tarta de nata de metro y medio, una estancia de dos semanas en el pueblo vecino, junto al lago, por su luna de miel... Toda la ciudad esperaba con impaciencia conocer a la misteriosa mujer que se había adueñado del corazón del hijo del hombre más rico de los alrededores; las solteras celosas susurraban entre ellas que quizá se tratase de algún tipo de brujería, que la extraña y desconocida joven era en realidad una vieja hechicera que se había transformado en una hermosa mujer para lanzarle alguna especie de conjuro, que sólo lo quería por sus riquezas y que lo había seducido usando sus poderes malignos. Nadie había oído hablar jamás de ninguna persona que viviese en el bosque. Todas estas cosas dieron mucho de qué hablar en la pequeña ciudad, en la que la envidia transformó la curiosidad por conocer a la futura novia en odio, miedo y asco. Nadie la había visto jamás, pero parecían creer conocerla todos muy bien.

Pasaron los tres días, y el ilusionado caballero ya estaba listo para ir a buscar a su dama y casarse de inmediato con ella; en su mente, tenía totalmente claro que la respuesta sería un sí, sin duda alguna. Junto a su padre y su hermano menor, cada uno en su respectivo caballo blanco, que mostraban su noble linaje, se adentró en el bosque para encontrarse con la casita de madera en la que le aguardaba su amada. Pero pasaron horas buscando y la casa no aparecía por ningún lado; por más que el joven deseaba ver a su enamorada, sólo había árboles. Fue entonces cuando el sol comenzó a esconderse entre las lejanas montañas, el día murió, y la noche empezó a llenarlo todo con su oscura luz azul y los rayos plateados de la luna llena eran lo único que iluminaba la tristeza del desilusionado joven y su familia.

-Hijo, volvamos a casa- susurró su padre dándole unos golpecitos en el hombro.

-¡No!- gritó él, lleno de ira-. Ella está aquí, en algún sitio. ¡Puedo sentirla!

Y así era, sentía su esencia ante él, a su espalda, sobre sí mismo... percibía su perfume por todo el bosque, como si su espíritu, o su fantasma, lo envolviera todo...

La hermosa sílfide los había visto llegar, escondida entre los árboles, con un miedo enorme a perder a su enamorado, y a la vez, por no estar segura de la decisión de dejarlo marchar y no volver a verlo jamás. Le amaba tan locamente que se dejó llevar por su corazón, salió de su escondite y caminó lentamente hacia su amado. Sorprendentemente, éste no pareció verla y, convencido por su padre, dio media vuelta hacia su casa, triste y cabizbajo. Ella no podía ver esa tristeza en los ojos del joven; corrió hacia él, haciéndole señas, pero su presencia no fue percibida. Entonces comprendió: el espíritu divino del bosque, enamorado de la bella ninfa, no quería que ésta se escapara, y le había lanzado un hechizo de invisibilidad para que él no la viese.

Llorando de rabia, siguió persiguiendo a su apuesto joven hasta que éste, en un último intento desesperado de encontrarse con ella, miró una última vez hacia atrás, antes de perderse en la espesura del bosque. En ese momento, sus miradas se encontraron y el hombre creyó por un instante haber visto unos ojos verdes y brillantes. Loca de amor, la ninfa pronunció sus primeras y últimas palabras: te quiero... Y el hombre, donde creía haber visto aquellos ojos, sólamente vio un árbol.

La ninfa sentía como si el tiempo se hubiese detenido. Cerró los ojos, se dejó llevar; notaba cómo la suave brisa acariciaba su cabello, sus manos, sus labios... Era casi como una orden del viento que la impulsaba a elevarse. Escuchaba voces en susurros, sombras desconocidas tocaban su rostro, musas cantaban la melodía de su vida y el bosque la invitaba a quedarse una noche más. Surgían ojos de la más profunda oscuridad, sólo para contemplar su luz, la luz más brillante del universo. Las estrellas bajaron la luna para que pudiera columpiarse en su regazo y dormir tan apaciblemente que sentía que nada ni nadie podría romper esa tranquilidad, esa paz que inundaba todo su ser y que la hacía soñar cada noche con aquel lugar, donde lo único que gritaba era el ardiente deseo de volar. Salían entonces los ángeles de sus tinieblas y la elevaban por encima del cielo, y más allá...

Pasaron los años y la sílfide se convirtió en el árbol más grande y hermoso de todo el bosque. Sus antes oscuros cabellos eran ahora ramas repletas de hojas de diversos tonos de verde; su pálida piel estaba vestida de corteza dura como la roca, y ésta, cubierta por musgo y enredaderas de un sinfín de colores; sus brazos se tornaron en gruesas ramas que sujetaban la copa; sus piernas se dividieron en un centenar de raíces largas y profundas, que aprisionaron a la ninfa al suelo para toda la eternidad. Así, el espíritu del bosque estaría con ella para siempre, intentando cautivarla con su encantadora atracción...

¡Escribir es genial! Puedes decir lo que piensas a través de otros personajes sin que nadie te culpe, puedes ofrecerles las peores torturas a tus enemigos y conseguir cualquier cosa que te propongas.

Imagen de LCS
LCS
Desconectado
Poblador desde: 11/08/2009
Puntos: 6785

La idea no está mal. Me gusta, a pesar de creo que sobra la última frase:  Así, el espíritu del bosque estaría con ella para siempre, intentando cautivarla con su encantadora atracción...

 

Lo que falla me temo que es el lenguaje. Demasiado tópicos (mujer más hermosa, cabello oscuro como la noche, blanca piel, bella mujer, rayos plateados de la luna).

 OcioZero · Condiciones de uso