Un pequeño lapsus

Imagen de Destripacuentos

Breve anécdota sobre cómo un inesperado lapsus mental complicó sobremanera una partida de Piratas!!

La cosa había empezado muy bien. Para cuando empezamos a jugar a Piratas!!, mis jugadores habituales estaban ya muy bregados y creaban personajes con mucho trasfondo. De ese modo, en una sesión de juego ya teníamos un reparto de lo más interesante: una espía francesa haciéndose pasar por “cortesana”, un vividor con tan buena fortuna en los naipes como labia y habilidad bailando, un exótico guerrero venido del país del sol naciente en busca de una venganza casi imposible y, como plato fuerte, los dos personajes que articulaban al grupo: los capitanes de La Picaraza.

 

Este barco, una pinaza contrabandista de poco calado pero buena hechura, contaba con un ingenioso sistema para ir traficando por el Caribe: cuando atracaban en puertos ingleses, uno de sus “capitanes” asumía tal rol mientras el otro pasaba a ser un simple marinero, y en los puertos españoles cambiaban las tornas. Entre los dos dominaban todas las lenguas importantes de la zona -francés, español, inglés y holandés- y tenían documentación para vérselas con cualquier oficial de aduanas. Desde luego, estaba bien pensado el invento.

 

De este modo, cuando se acercaron a un puerto inglés (la antigua Santa Marta, si no recuerdo mal, apenas ocupada por los británicos; jugábamos en 1620) parecía que las complicaciones iban a ser más bien pocas, pero, como en todas las partidas de rol, no contábamos con los deslices habituales. El tema es que en cuanto llegaron al puerto, atracaron amparados por su bandera inglesa y parte del grupo se fue a la ciudad mientras el resto se preparaba para ser abordado por el oficial de aduanas, quien registraría la embarcación para ver cómo tasar sus mercancías. Entonces fue cuando a Javi se le fue la olla.

 

—Saludo al oficial del puerto en español y le explico que queremos ver al gobernador.

 

—¿En español? Querrás decir en inglés...

 

Teníamos todos más ganas de conciliar el asunto que de aprovecharnos del desliz, francamente.

 

—No, no, en español. Como si fuéramos españoles. —Porque, además, no lo eran. Los capitanes del barco, al menos, eran holandeses, por no hablar del japonés y la francesa.

 

—Pero Javi...

 

—Tú hazme caso cortó la discusión.

 

Parecía tan convencido que nadie hubiera dicho que era un lapsus... aunque lo era. En plena guerra entre ingleses y españoles por el control del Caribe, es normal que el oficial llamara a unos cuantos subordinados para no vérselas él solo con una pinaza armada con veinte culebrinas (que no es que sea un superdestructor, pero su poder de fuego tiene) y a partir de allí la cosa se fue complicando. A medida que iba llegando gente cada vez estaban todos más nerviosos, y que si uno empuña un mosquete, y el otro coge disimuladamente un machete, y el de más allá empieza a desenvainar, y en pocos minutos estaba montada una escaramuza de padre y muy señor mío.

 

Fue uno de esos momentos de tensión absoluta: parte del grupo (que estaban ya en la ciudad, concretamente en el palacio del gobernador) descendía corriendo a tumba abierta hacia el puerto mientras la tripulación de la picaraza mantenía a raya con uñas y dientes al destacamento del puerto rezando porque no llegaran a tiempo los demás soldados de la ciudad. En mitad del caos, consiguieron hacer prisionero al oficial de aduanas, que había subido a bordo antes de que empezara todo el jaleo, y con él y los compañeros reunidos, salieron navegando a todo prisa de la isla.

 

Obviamente, se hicieron perseguir por dos naves bien surtidas de cañones, un par de balandras si no me equivoco, y daban bien poco por su pellejo cuando se les ocurrió una idea muy ingeniosa, de ésas que prueban que los juegos de rol estimulan la inteligencia: usando como “barca” un barril vacío con lastre, abandonaron al oficial de aduanas en mitad del mar.

 

Esta táctica, sencilla pero eficaz, les valió para entretener lo suficiente a una de las balandras para poder dejarla atrás (está claro que no iban a abandonar a su suerte al pobre funcionario portuario). Cómo escaparon de la otra valiéndose de una tormenta es otra historia, y una que no tiene nada que ver con esos lapsus traidores que nos dan a veces... y que es mejor no explicar.

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