Quemar después de leer

Imagen de Jack Culebra

Echemos un vistazo a la irreverencia institucionalizada de los hermanos Coen.

 

Hay creadores que tienen tanto camino exitoso por detrás que pueden permitirse ya hacer lo que hacían pero a lo grande. Para mí, los Coen están claramente en esta categoría, indiscutiblemente, diría después de haber visto Quemar después de leer.

 

Además de haber disfrutado como un enano con esta comedia en la que se satiriza el mundo de las agencias de inteligencia, explotando, como en toda buena parodia, con el mismo acierto el lado canónico y el lado cómico del escenario, no he podido evitar pensar en unos cuantos elementos algo curiosos.

 

Los que nos sumergimos en Fargo ya habíamos captado el humor negro con el que disfrutan los Coen (o con el que nos hacen disfrutar). Así, poco sorprende reencontrarlo en Quemar después de leer; después de todo, era el registro ideal para la historia, en la que encontramos espías, burocracia, ambición, cirujía estética... Quizás sorprenda más que no se aprietan las tuercas lo suficiente a la idea de fondo, como sucediera en la mencionada Fargo, o en O, brother!, o en El gran Lebowski. Es posible que, simplemente, el tema no les diera más de sí, pero me extrañaría. Más bien, tengo la impresión de que se ha buscado un lado más amable, más gran público.

 

Tampoco es que al hablar de lado amable, en el caso de los Coen, haya que pensar en algo descafeinado. Que ya se hayan metido a tantos espectadores en el bolsillo que puedan permitirse ir a lo grande no quiere decir que no vayan a transgredir. Lo hicieron en No es país para viejos, en la que el lado humor se suprime totalmente, y, en menor medida, se lo permiten en Quemar después de leer. El artefacto fabricado por el personaje de Clooney es tan chocante como inesperado, y no por lo explícito.

 

Y es esto lo que me llama la atención. Conseguir a actores del caché de George Clooney (quien parece pasárselo en grande en estos circos) y Brad Pitt para sus películas muestra que están bien puestos en el candelero, y meter al mismo tiempo giros narrativos casi surrealistas y elementos tan groseramente deliciosos como la mencionada máquina artesanal, que han conseguido la aceptación.

 

Da gusto, desde luego, ver que se puede llegar a estas cotas. Da gusto ver que es posible homenajear géneros saliendo de sus esquemas clásicos y de las propias pautas tácitas de Hollywood que vemos en tantas películas anodinas. Da gusto, en definitiva, ver que se puede llegar a lo más alto del podio con un estilo propio y políticamente incorrecto.

 

A mí, desde luego, me encanta ver que la irreverencia de los Coen llega a convertirse en una institución, la usen tanto en los registros más oscuros como en los más ligeros y gamberros. Y me alegra que en una industria en la que a veces parece que dé miedo salirse del guión, valga la metáfora, que hace girar los engranajes haya ocasiones para dejar que se labren nuevos caminos. Vaya, que sin haberme enamorado de la película, sí que he tenido la impresión de que muestra que estos hermanos están en buena forma.

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