Veraspada VIII

Imagen de Capitán Canalla

Octavo capítulo de esta novela de fantasía épica de Capitán Canalla

 

Veraspada despertaba como una perezosa bestia en un lodazal. Se descolgaban los cuerpos de las horcas y eran lanzados en carretas y se preparaban para las instalaciones para las ejecuciones del día, incluidas las jaulas colgantes donde acabarían muchos escombreros. Los siervos de las fábricas salían de las mismas tras pasar doce horas en ellas y se encontraban con sus iguales que iniciaban la jornada, mientras por las puertas traseras salían los productos que alimentaban los mercados de medio continente. Los comerciantes empezaban a colocar las mercancías, en los talleres los maestros golpeaban a sus aprendices con sus contratos para que despertasen. En el palacio de los magos balbuceantes iniciados con el rosto quemado y pintado limpiaban en un lago artificial los útiles que empleaban ellos y sus superiores.

 

Los tres ¿fugitivos? ¿esclavos fugados? (no tenían muy claro lo que eran en aquel momento) se adentraron en un barrio de trabajadores, los cuales apenas les dirigían la mirada, ya que estaban cansados y agotados. Algunos iban directos a sus hogares, pero la mayoría prefería pasar un rato en alguna de las posadas en compañía de algo de vino. Sgrunt agradeció aquel desinterés pero no dejaba de pedir a Ur’el que le calase bien la capucha.

Lo cierto es que la chica le caía bien pese a que seguía mostrándose algo hostil. No la culpaba. Sabía muy bien que por todo el mundo existían brujos que utilizaban sus dones antinaturales para dominar las zonas donde las colonias de Xur Vadal no habían podido establecerse, y que por tanto estaban indefensas ante las destructivas capacidades de aquellos bastardos. Un brujo nunca estaba a la altura de un mago, salvo si ese mago era Sgrunt; donde ambos grupos existían los primeros siempre actuaban de forma discreta.

Habían aprendido la lección tras perder las dos guerras mágicas.

“¿Acaso en tu casa hubo o hay un brujo? Eso explicaría tu odio”.

Helar se removió en los brazos del fornido mago.

—¿Falta mucho?

—No, casi estamos. —Empezaba a sentirse cansado y el calor de sus aros se estaba apagando. Esperaba que su amigo tuviese un sitio donde acomodarlos.

Pronto llegaron a una amplia plaza en medio de la cual se alzaba una antigua fortaleza de cinco alturas. Las ventanas, que solo aparecían a partir del tercer piso, estaban bloqueadas por gruesos barrotes y una gruesa puerta de metal, roca y madera impedía el paso al interior a los indeseados. Había algo extraño en el diseño del edificio, en el que se combinaban elementos antiguos (la fortaleza en si) con otros modernos o extravagantes (aquella puerta). Sabía que lo más extraño estaba en el interior.

Los transeúntes no se acercaban a la construcción.

—Es aquí.

 

Alguien golpeó varias veces la puerta de Den Lour. Eel delgado hombre se levantó de su silla con un quejido, pues pese a los años trascurridos y los suaves paños que los envolvían sus pies seguían doliéndole. Salió al amplio patio de su hogar, una vieja fortaleza que había renovado con sus propios diseños al llegar a Veraspada, escogió un pequeño escupeplomo de los que tenía en el armario de la entrada, introdujo el artefacto en un orificio que estaba a la altura de los órganos vitales de la mayoría de la gente y, finalmente, miró por la pequeña rendija quien era.

Sonrió debajo de su espeso mostacho, pero aún tenía que asegurarse.

—¿Traes pescado fresco?

—El mejor de Veraspada.

Abrió la puerta con esfuerzo y dejó pasar a su amigo, que traía desconocidos. Y una era muy atractiva. El otro era un joven, de los valles a juzgar por los tatuajes en espiral de sus brazos, y se encontraba en muy mal estado; qué cabrón era Sgrunt: solamente venía de visita cuando necesitaba algo de él.

—Llévalo al laboratorio y calienta agua.

—Gracias, Lour.

El pesado mago se movió con rapidez. El erudito y la mujer le siguieron tras cerrar de nuevo la puerta.

Den Lour estaba encantado con su laboratorio. Era todo de bronce y piedra pulida, siempre estaba limpio y tenía un suministro constante de agua fresca sacada de un manantial subterráneo. El trabajo de fontanería era suyo, por eso era tan genial.

Sgrunt dejó al muchacho encima de la mesa de mármol pulido y marchó a calentar agua. Den Lour quitó la ropa del joven y vio que aquello tenía mal aspecto; por las rozaduras que presentaba había llevado una armadura, y a juzgar por el mejunje asqueroso amarillento, tuvo que cerciorarse gustativamente de que no era pus, que tenía en entorno a la fea herida de su costado, Sgrunt había intentado alguno de los trucos de mago que no precisaban magia.

—¿Qué narices hiciste?

—Le apliqué unos hongos secos que una vez rehidratados y aplicados en la herida evitan las infecciones. Se llaman cabezas de plata.

—¿Dónde aprendiste eso? —Puede que no le gustasen mucho los magos y sus prácticas o creencias, pero tenía que admitir que sus compendios de sabiduría y ciencia eran los mejores.

—Del “Vademécum de Karias Gorr sobre los fungidos y sus múltiples y prácticos usos”. Tengo una primera edición.

Se la pediría un día: la herida del chico estaba completamente limpia. Posiblemente le había salvado la vida.

—Vamos a aplicar agua caliente en la zona afectada, luego coseré la herida. Vete llenando esa bandeja de bronce con agua caliente y luego sumerge en ella las agujas. Por último trae el hilo que hay en la estantería que está al lado de la colección de fetos en formol. —Una vez que acabase con él tendría que descansar—. Te va a quedar una cicatriz muy fea; vas a ligar un montón en las tabernas del puerto, chaval.

Aquello hizo sonreír al chico.

—Pero te va a doler una barbaridad. Sgrunt ya había traído todo lo que le había pedido; él y la mujer, que se había quedado mirando todo desde una esquina; de pronto parecían muy cansados, suponía que era lo que les pasaba—. Vosotros dos id a las habitaciones de invitados, ya conoces el camino.

—Gracias, Den. Eres el mejor. —En la sonrisa del mago casi se podía percibir que rostro hubiese tenido de no ser por el Precio—. Mañana… cuando despertemos te cuento todo lo que ha pasado. —Se acercó al herido, cogió su mano y dijo—: te pondrás bien Helar.

La mujer de piel negra hizo un extraño gesto y siguió al mago.

Lour cayó en la cuenta de algo muy importante.

—¡Habitaciones separadas!

 

—Sgrunt, tengo algo que decirte. —Sintió como el corazón le daba un vuelco: había notado algo de magia, aquello tenía gracia, entre ellos dos las últimas largas horas; los ojos de la mujer estaban llenos de alegría ¿o era humor?Ni en un millón de giros.

Humor, claro.

—Je, no me había hecho ilusiones, tranquila. “Eres un idiota” se dijo con acritud mientras le indicaba con un gesto que habitación podía ocupar; al menos había dejado de estar a la gresca con él, lo que era agradable—. Las letrinas están tras la puerta que hay a la izquierda del cuadro de ese tipo tan feo era un retrato suyo que Lour había pintado hacía unos meses. Siempre están muy limpias.

Helar empezó a gritar.

—Es fuerte “o eso parece, apenas sé nada sobre él”—; se pondrá bien.

—¿Por qué hace esto?

—Es mi amigo y se lo he pedido.

—Comprendo. Suele estar bien tener esa clase de relación.

Sgrunt asintió, pero decidió cambiar de tema.

—Posiblemente tenga trabajo para vosotros. Es algo paranoico y siempre anda necesitado de protección, pero nunca contrata a nadie porque no se fía.

—Hace bien: esta ciudad está llena de hienas.

—Y monstruos. Esta noche lo hemos comprobado ¿no te parece? Sgrunt entró en su cuarto y antes de cerrar la puerta le deseó buenas noches.

Se desvistió antes de meterse en la cama. Una vez cómodo esperó unos cien latidos y luego apagó los aros. El cansancio le golpeó con fuerza; se derrumbó y no soñó. Su sueño era tan profundo que apenas se vio afectado por el dolor, el miedo, el hambre o la decepción.

Sencillamente se hundió en la nada como si esta fuese una montaña de cojines.

 

Cuando despertó era de nuevo de noche. Ur’el estaba confusa y asustada. En menos de dos días había perdido todo lo que le importaba: su hermano era ya solo cenizas en el viento, ella había sido exiliada y vendida por no morir en su lugar. Luego había confiado en dos (no, tres) y se había preocupado por la vida de uno de ellos. Incluso disfrutaba de la compañía de un mago, otra falta más.

¿Qué haría? Volver a casa no era una opción, aunque pudiese costearse el viaje dudaba que su familia, de sangre o no, la aceptase de nuevo. Era una abominación ante el lowai. Quedarse en Veraspada era de momento el camino más seguro y fácil de seguir, gente como ella era lo que muchos en aquella ciudad necesitaban: gente desesperada, armada y sin problemas para matar.

Ya no se escuchaban gritos; esperaba que aquello fuese una buena señal. Helar, un completo desconocido, era lo más parecido que tenía a un recuerdo de la vida que había dejado atrás hacía tan poco.

Se vistió con acero y cuero y salió en busca del sabio.

La casa de Den Lour era extraña, los elementos habituales de una fortaleza se mezclaban con otros nuevos; por ejemplo, alrededor del patio había instalado talleres donde descansaban artefactos extraños de madera, metal o tela. Aquel era un hombre extraño, pero de una extrañeza distinta a la habitual en Veraspada.

No daba miedo.

Escuchó agua hervir. El sonido le guió hasta una pequeña cocina, donde Lour estaba sentado en una silla muy alta. Estaba metiendo huevos en una cazuela con agua y calentaba una piedra. Llevaba los pies envueltos en vendas.

—Pasa, estoy preparando algo para comer. —Se giró para mirarle—. Espero que no tengas ningún estúpido tabú que te impida disfrutar de unos huevos escalfados y merluza a la plancha. —Ella negó con la cabeza. Bien, este mundo es muy grande y está lleno de ideas tontas. Por cierto, Helar vivirá, pasará unos días malos pero vivirá.

—Gracias, eres muy amable. —Se sintió muy aliviada de pronto—. Por todo.

Den Lour sonrió, un gesto que le hacía parecer joven. Lo cierto es que era difícil calcular que edad tenía: su cuerpo parecía el de un anciano o el de una persona que había sufrido mucho, por otro lado sus ojos grises brillaban y tenía una voz fuerte.

—No hay de que los amigos de Sgrunt son generalmente mis amigos.

—En realidad apenas le conozco.

—Je, eso suena muy típico del mago… Creo que vosotros dos os parecéis a él más de lo que podrías creer.

—No entiendo.

—Ahora te lo explico. ¿Puedes sacar unos platos de ese armario? Gracias.

Ur’el no se dio cuenta del hambre que tenía hasta tener la comida delante de ella.

—Sgrunt al igual que tú ha sido exiliado de entre los suyos. El Gran Maestro de la colonia de Xur Vadal en Veraspada vendió sus servicios a Polep Krin para que muriese; tú has sido vendida por la comuna tras ser exiliada por alguna infracción del lowai: no llevas piezas de marfil que te identifiquen como miembro de tu familia.

—Muy observador. Eres un hombre interesante, maestro Den Lour, pocos hay en este continente que sepan del lowai.

—Oh, sé muchas cosas, por ejemplo y relacionado con tu cumplido y la conversación que estábamos teniendo originalmente: ¿sabes que el cuerpo es como un diario? A lo largo de nuestra vida vamos dejando en él información, cicatrices, marcas de viruela, tatuajes y otras cosas invisibles salvo si sabes qué y dónde mirar. Lour se metió un cacho de pescado en la boca. De pronto puso cara de disgusto y se sacó una espina de gran tamaño. Tenía las encías ensangrentadas—. ¿Ves? Bueno, el caso es el que el relato que cuenta el de Helar es bastante triste; es de los valles, los tatuajes que tiene así lo demuestra. También cuentan que es un bastardo que ha sido vendido al culto de las Prae para ser instruido como praesor.

—¿Me estás diciendo que los tatuajes que tiene cuentan todo eso?

—Por supuesto. En los valles los tatuajes tienen una importancia enorme. En ellos narran sus vidas, entre otras cosas. De ese modo no pueden fingir ser quienes no son, por ejemplo.

—Curioso, entre mi gente hay costumbres similares ella misma tenía en la espalda y en el torso marcas que la identificaban entre los suyos—, pero nada que permita construir un relato tan exacto de la vida de alguien.

—Este mundo es muy grande y está lleno de pueblos muy diferentes, y pese a todo muchas veces rimamos entre nosotros, ¿no te parece?

—Ha sido una forma muy poética de expresarlo.

—Bueno, sigamos. Tiene también muchas cicatrices por todo el cuerpo. Son runas de castigo y vergüenza… Intuyo que la vida sacerdotal no era lo suyo. Y hay marcas señales en su cuerpo de haber estado muy enfermo hace poco y de haber recibido los últimos saludos de las Prae, pero sobrevivió. Creo que eso está relacionado con su llegada a Veraspada. Tendrás que preguntárselo tú.

Terminaron de comer. Después de limpiar los platos Den Lour sacó una botella de vino y la mujer comenzó a relatar lo sucedido el día pasado. Él escuchaba con los ojos abiertos y en silencio. Al poco de terminar la historia llegó Sgrunt hambriento como un lobo.

—¿Preparas huevos escalfados con merluza y no me despiertas?

—Calla y hazte algo tú solito.

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