De piratas, cánones y gallinas con los huevos dorados

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De aquí a un tiempo no se para de hablar del tema de la piratería, las copias privadas y los cánones, y tengo la impresión de que se hace con más pasión que acierto. Sin pretender sentar cátedra, que no soy ni abogado ni jurista, y basándome en el sentido común y lo que he leído al respecto, voy a derribar unos cuantos mitos, o, al menos, a pretenderlo. Jugando a tuerto en el país de los ciegos, vaya.

 

Lo primero sería centrar la discusión, y aquí ya se complican las cosas a pesar de que son de una claridad meridiana porque a unos les gustaría centrar la atención en unos puntos y a otros en otros. Personalmente, voy a intentar buscar un hilo cronológico en mi exposición. Empecemos por el principio: La Constitución española enuncia que el acceso a la cultura es un derecho de los ciudadanos. Obviamente, a esto luego hay que darle forma, porque así, en crudo, es difícil de digerir. Es por ello que surge el canon por copia privada.

 

El ciudadano tiene el derecho a acceder a la cultura, y dentro del lote, nos guste o no, entra el hacer copias privadas. Sí, trine el que quiera, cualquiera de nosotros puede coger una obra original y copiársela para uso personal, y siempre y cuando no lo haga buscando lucrarse. Por mucho que se le quiera buscar tres pies al gato, esto es muy fácil de entender. Si te quieres fotocopiar un trozo de un libro para poder consultarlo a posteriori, puedes hacerlo, y si te quieres grabar una canción de la radio, también. Lo que no puedes hacer es copiar un libro e intentar colárselo a una editorial como si fuera tuyo (porque eso es plagio, y además buscarías lucrarte), y tampoco puedes usar la canción de tal grupo para sacarte unas pelas para tu viaje de estudios.

 

Sobre los límites de estas acciones hay quien busca matizar lo imposible, pero eso ya es tema para los especialistas. Para nosotros, los ciudadanos de a pie, la cosa debería estar clara. A priori.

 

En este punto nos encontramos con que el estado, para garantizar el acceso a la cultura, permite vulnerar el derecho de determinados ciudadanos (los creadores) a disponer de su propiedad (intelectual), y lo hace por un simple tema de organización. Pensad por un momento en el cirio que sería que cada vez que quieres copiar algo para uso privado tuvieras que pedir permiso al autor. Algunos escritores podrían volverse, literalmente, locos. Por otro lado, no sería justo que a estos creadores se les despojara de su derecho a la propiedad intelectual de sus obras. Bastante jodido está el panorama para defenderlo (como bien pude comprobar cuando inventé el libro de plástico) como para que encima el estado te despoje del fruto de tu trabajo sin una contraprestación adecuada. ¿Qué hacer, pues? Sencillo: compensar a los autores por esas copias privadas que se harán de su trabajo. De este modo, se garantiza el derecho a la cultura de los ciudadanos y se respeta el derecho a la propiedad intelectual de los creadores.

 

Creo que a estas alturas es importante hacer un inciso para remarcar algo que debería ser de cajón: es impensable negar el derecho a la propiedad intelectual. No sólo sería un gran retroceso en nuestra civilización y un abuso, sino que además sería una acción que redundaría en perjuicio de la sociedad al obstaculizar las labores creativas.

 

Al mismo tiempo, huelga decir que es imposible juzgar con precisión cuántas copias privadas se van a hacer de cada una de las obras existentes, y que pagarán justos por pecadores, pero eso no hace que la idea sea mala. Por poner un paralelismo que se pueda juzgar con más frialdad por resultar ajeno al debate: yo me he quedado sin esos 2500 euros que dan por bebé en España porque mi hija ha nacido en Francia; y soy español, trabajo para una empresa española y pago mis impuestos en España. Y no me pena, porque la idea sigue siendo buena, aunque no alcance la perfección.

 

El problema está, claro, en que si quieres dar acceso a la cultura a todos los ciudadanos, no puedes cobrarles por él, porque sería una contrasentido. Entonces, ¿quién paga el pato, o, mejor dicho, quién paga esa compensación a los artistas y los creadores? La cosa es más sencilla de lo que parece: lo pagan las empresas que se lucran gracias a la posibilidad legal de copiar. ¿Quiénes son éstas? Pues las fabricantes de dispositivos para copiar, así de simple, y así de complejo.

 

Rápidamente hay quien dice que sí, que en primera instancia son esas empresas las que pagan, pero que a fin de cuentas es el consumidor el que sufre el canon. Esto es inexacto. Primero, los fabricantes de CDs no te los van a cobrar más baratos si dejan de pagar el canon (creo que aquí estamos todos de acuerdo); segundo, los fabricantes de dispositivos para copiar no marcan sus precios únicamente en función de los impuestos, cánones y aranceles varios que pagan, sino, principalmente, de la competencia a la que hacen frente. Además, teniendo en cuenta su peso en los precios finales de los productos, podéis estar seguros de que el canon por copia privada no es el responsable de la subida de precios de películas, libros y discos. Finalmente, en nuestro país se acepta que las empresas tienen que pagar a los inventores por utilizar sus invenciones. ¿Por qué el resto de los creadores no deberían ser compensados por las empresas que se lucran gracias a ellos? ¿Para qué no suban los precios finales? El argumento es totalmente absurdo.

 

Desde mi punto de vista, hay una gran confusión en todo este tema, y se debe, en gran parte, a las voces alarmistas que pretenden que el consumidor salga en estampida en una dirección o en otra. Es por eso que hay quienes se empeñan en decir que la copia privada es piratería (que es falso), y por lo mismo hay otros que dicen que el canon es una multa a priori (lo cual también es falso).

 

Lo importante es no perder el norte. Personalmente, estoy contento de vivir en un país donde es legal hacer copias privadas, porque se garantiza -hasta cierto punto- el acceso a la cultura, y donde, al mismo tiempo, se hace pagar a los que se lucran con ello para que los legítimos dueños de las creaciones, los autores, puedan ver su trabajo recompensado.

 

Desengañémonos: esto no es Estados Unidos, donde las editoriales, por ejemplo, se quedan con la propiedad intelectual de los personajes que crean sus dibujantes y guionistas de cómic. Vivimos en una sociedad que pretende garantizar a unos y a otros sus derechos. Y las demagogias que tildan a la gente de a pie de piratas, o a las sociedades de gestión de ladrones, no ayudan a mantener esta situación privilegiada.

 

Como ciudadano que ha disfrutado de la copia privada sin temor, y como asociado a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, la sociedad que gestiona los derechos de escritores, traductores y editores de nuestro país, y que se encarga, entre otras cosas, de cubrir asistencias médicas a escritores, profesión que no se suele caracterizar, salvo excepciones, por la cuantía de sus ingresos), os animo a pensar en frío un poco sobre el tema, valorando pros y contras, y también a leeros estos dos textos, que aparentemente pertenecerían a dos bandos opuestos, pero que, en el fondo, defienden lo mismo. Uno es de CEDRO (Copia privada) , y el otro del abogado Adrián Bravo (Copia este libro).

 

¿Privamos a los creadores de su derecho a ser compensados? ¿Privamos al ciudadano al acceso a la cultura? ¿O mejor que pague quien realmente se lucra gracias las creaciones de los primeros?

 

 

Nota: en este artículo no he querido tocar un tema que también suele salir en estas discusiones: el uso que hace la SGAE del canon que recauda. Los motivos son varios:

1. No soy socio de la SGAE, por lo que ni me va ni me viene lo que hagan con el canon que recaudan para sus socios.

2. CEDRO, que es la sociedad que gestiona mis derechos de autor, funciona con una transparencia absoluta con sus socios y organiza acciones que sí que me parecen interesantes para los derechos de autor.

3. El artículo pretende reflexionar sobre el canon, no sobre lo bien o mal que se gestiona éste, cosa que escapa a mis capacidades en gran medida.

 

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Félix Royo
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Sí, porque entre tanta cosas que rodean el tema de los derechos de autor, obviamente la más criticada es la del reparto de las recaudaciones, que ni siquiera es entre sus socios sino sólo entre los artístas que más venden (en la mayor parte de los casos, que más vendieron en el pasado) porque su filisofía es: Si vendes más es porque la gente solicita más tu producto y si solicita más tu producto, más posibilidades hay de que se copie y por tanto de que más perjucado salgas.

Pero esa política es lineal y no responde a la realidad porque ni el mercado es tan sencillo ni mucho menos el funcionamiento social, especialmente en la diversidad de ideas y gustos. Como ejemplo, en realidad se roba tanto al banco rico como al banco pobre, porque si es por robar el resultado es el mismo porque en una sucursal sigue habiendo la misma cantidad de dinero independientemente de lo rico o no que sea el banco.

Otro de las grandes discusiones es la extralimitación de competencias (así como la casi nula transparencia) que hace la SGAE, que intenta aún encima que los demás (incluída la legislación y otras asociaciones de autores) se ajusten a su sistema, a pesar de ser de los menos desarrollados y chocar con el sistema de libertades bien explicado arriba, que en la manera de lo posible es justo y equilibrado.

El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación ¦

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