Violent Cases

Imagen de Kaplan

Reseña de la obra de Neil Gaiman y Dave McKean editada por Planeta DeAgostini

 

Neil Gaiman hace tiempo que no se interesa demasiado por el cómic como medio de expresión artística. Sus últimas aportaciones han sido despreocupadas consecuencias de acuerdos empresariales (sus olvidables y, de hecho, olvidadas series de 1602 y Los Eternos nacen a raíz del amparo que Marvel le dio en el asunto Miracleman) mientras ponía sus verdaderos esfuerzos en su carrera como literato. Entre eso y el dogma de fe en que se ha convertido Sandman, se corre el riesgo de que se identificar de forma automática a Gaiman con la colección de Morfeo, dejando de lado pequeñas maravillas como Mr. Punch o este Violent Cases que nos ocupa.

Si en Stardust o en el mentado Sandman el guionista se centraba en el mundo de la magia, en estos otros relatos el tema principal es el dolor ante el fin de la inocencia: cómo duele cuando empieza a resquebrajarse y cómo duele recordarla y saber que nunca volverá. Un lugar común de la melancolía adulta que Gaiman retrata libre de fáciles artificios blandengues. El maldito de él aún recuerda cómo funcionan los mecanismos mentales de un niño, esos razonamientos en los que la realidad -a menudo temible- y la fantasía se mezclan de forma natural e indivisible. Aunque las historias que cuenta resulten ajenas por la época o el lugar en el que transcurren, el trasfondo es universal.

Por ello, cuando en Violent Cases se nos narra las sesiones de rehabilitación entre un chaval y un especialista que también tuvo como cliente a Al Capone nada nos resulta extraño. La solidez onírica del relato se construye en base a tres pilares etéreos: los recuerdos borrosos del narrador (el chaval en la edad adulta), la mezcla de realidad con ficción en el punto de vista del niño (recordemos su miedo irracional a, cómo no, los magos) y las historias -poco creíbles, legendarias- del osteópata. Gaiman retrata este edificio con pinceladas sutiles que convierten una leve anécdota en un argumento completo. El remate a esta composición corre a cargo de su, en adelante, habitual colaborador Dave McKean.

Más artista multidisciplinar que mero dibujante, McKean combinó diferentes técnicas de dibujo, composiciones rompedoras, viñetas pequeñas que se fijan más en la metáfora que en la acción, proporciones aberrantes (la mirada del niño), fotografías (aunque muchas menos que en obras posteriores), trazos inconclusos y mil detalles más para dar verdadero empaque al conjunto de sensaciones ideado por Gaiman. Guión y dibujo se combinan aquí de forma perfecta, creando uno de los mejores y más originales equipos creativos del cómic contemporáneo, a pesar de lo paradójicamente limitado que es su mundo de fantasía (Mr. Punch y sus otras colaboraciones no dejan de ser inspiradas relecturas de lo tratado en esta obra).

Violent Cases dura poco, pero perdura muchísimo en el recuerdo. Los relatos de iniciación tienden a caer en lo sensiblero y lo rutinario, pero no es el caso. Conecta con el pasado del lector y lo lleva, por un momento, a razonar como entonces. No hay mejor halago que se pueda hacer a una obra como esta.

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