Vikingo: El hombre del rey
Reseña de la novela de Tim Severin publicada por La Factoría
El hombre del rey es la tercera parte de la saga Vikingo, aunque al mismo tiempo es una novela que se puede disfrutar a la perfección si se lee de manera independiente —como ha sido mi caso—. Es cierto que se adivinan ecos del pasado del protagonista – narrador, pero lejos de lastrar la lectura o dejarnos con la sensación de falta de información, dan mayor empaque al personaje. Y también, todo hay que decirlo, suscitan curiosidad por los tomos precedentes.
El punto anterior es importante porque toda la narración reposa en Thorgils, un aventurero escandinavo que sirve como guardia en Constantinopla. Conocemos el mundo a través de sus ojos y mediatizado por sus experiencias y convicciones, por lo que resultaba vital que fuera un personaje con trasfondo y solidez, puntos que cumple largamente.
El hombre del rey está escrito en primera persona, en pasado, como si fuera un diario novelizado —hay diálogos y se recurre a un tono que facilita la lectura sacrificando que sea estrictamente realista—, y la prosa se ajusta al concepto. Las descripciones son breves y precisas, como anotaciones, y el ritmo es sostenido, tal y como si Thorgils solo consignase las cosas que ve de especial relevancia. El equilibrio es bueno: se consigue que la narración tenga la fluidez propia de una novela y, al mismo tiempo, los hechos nos resultan más cercanos y palpables.
De este modo, los escenarios que se nos van presentando, que comprenden desde los entresijos de la corte bizantina a campañas y aventuras en territorios bien alejados, desde Tierra Santa a Kiev pasando por el sur de Italia, resultan vívidos y coherentes. Tim Severin no comete el error de enumerar elementos que para su protagonista serían banales solo para demostrar que los conoce pero, al mismo tiempo, sabe engarzar en la trama las suficientes anécdotas y particularidades para fascinar al lector. Detalles como la visita al depósito de mármol en el que se hacinan estatuas de la Antigüedad son de lo más sugerente.
La prosa marca un ritmo ligero. La parquedad que caracteriza a Thorgils genera elipsis y saltos temporales importantes. De este modo, la trama avanza rápido —se cubren años en el libro— y se concentra en los hechos que tienen más enjundia. Esto tiene sus pros y sus contras. Más que una novela de inmersión, El hombre del rey resulta una novela panorámica, un rosario de momentos sugerentes concatenados. Evita estancarse pero tampoco profundiza demasiado en ninguno.
El resultado es una novela muy sólida y fiel a su propio planteamiento que acerca con acierto un momento histórico y unos entornos y coyunturas —los vividos por las distintas ramas de los escandinavos, desde varengos a rus pasando por vikingos y con un guiño, incluso, a los normandos— que resultan sencillamente fascinantes. Muy recomendable para los que quieran escarbar en los estereotipos que tenemos de los hombres del norte.
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