El retrato de Dorian Gray

Imagen de Anne Bonny

Reseña de la adaptación de Roy Thomas y Sebastian Fiumara publicada por Panini

Aunque es evidente el desafío que supone una adaptación a cómic de una obra como El retrato de Dorian Gray, donde toda la maravilla de la historia no reside en la trama, sino en la agudeza de los pensamientos y en la calidad de la prosa, cuando abordé la lectura de esta versión del Clásicos Ilustrados Marvel lo hice con un buen presentimiento. No en vano, había podido constatar ya el trabajo, muy meritorio, a mi entender, que habían hecho con Moby Dick, una novela cuya traslación al cómic tampoco resulta evidente. El resultado superó, aun así, mis expectativas.

En primer lugar, Roy Thomas consigue un muy buen equilibrio en el guión. Cuando se pone, es capaz de dar el espacio que necesitan a los personajes, inmortalizar un par de frases memorables y crear un ambiente envolvente sin dejar de lado el ritmo, que, a mi parecer, siempre ha sido su punto fuerte. En esta versión de El retrato de Dorian Gray aflora con fuerza todo el lado dickensiano de la historia original. Al ir al meollo de la trama, se perciben con más fuerza los giros folletinescos, los ambientes londinenses, los distintos estratos sociales, el peso moral de la historia...

Al mismo tiempo, Thomas ha sabido no olvidarse de la esencia de la novela. Reencontramos igualmente la poesía de Oscar Wilde, su agudeza y su humor de dandy, pero también el horror existencial, al que supo dar forma estética de un modo irrepetible. De algún modo, el cómic sirve de reflejo de la grandeza del original sin pretender ser realmente un sustituto. Es un acercamiento distinto al que Sebastian Fiumara ha conseguido dar cuerpo de un modo encomiable.

Dentro de un clasicismo muy adecuado para este tipo de adaptaciones de los grandes hitos de la literatura universal, el ilustrador consigue que nos sumerjamos en el auténtico fondo de la historia. No es solo un viaje al siglo XIX en el que Wilde enmarcó su terrible narración, sino un portal para asomarnos a los terrores, aprensiones, sueños y desesperanzas de los personajes, que, en cierta medida, también son nuestros. El tratamiento de la luz, los encuadres, los primeros planos de los rostros... todo está pensado para dotar de intensidad a la narración. Y aunque la tarea no era nada sencilla, ya que, como hemos señalado, El retrato de Dorian Gray es una obra donde lo estético tiene un peso específico, consigue llevarla a cabo con gran estilo y sin convertirse en un mero comparsa.

La acertada edición de Panini, popular pero detallista, con sus tapas duras y las inquietantes portadas originales de Gerald Parel, termina de redondear una adaptación que es casi un homenaje, una revisitación a algunos senderos internos de la historia que a veces quedan sepultados por el conjunto.

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