Boabdil, un hombre contra el destino

Imagen de Manuel Fernando Estévez Goytre

Reseña de la novela de Antonio Soler publicada por Espasa

La historia nos mira de frente. Concretamente la de Granada. En las trescientas veinte páginas de Boabdil, un hombre contra el destino, el autor retrocede cinco siglos y se introduce de lleno y con especial elegancia en la etapa final del reino nazarí, la más novelada y leída, no hay duda al respecto, de cuantas tuvieron cabida en los ocho siglos de dominación árabe en nuestra tierra. Granada. Castilla. Aragón. La Alhambra. Todas aquellas ciudades de más o menos importancia, poblaciones de menor rango, pequeñas alquerías que pasan desapercibidas en mapas y planos, y lugares de referencia que de algún modo tuvieron relación con la caída del último bastión del islam en la península Ibérica encuentran su sitio en este libro tan completo en cuanto a sucesos y vivencias de aquellos lejanos años. Una orgía de datos, descripciones detalladas, personajes conocidos unos y otros que no lo son tanto, pero todos ellos reales, y unos hechos históricos que enriquecen la obra y no dejan de dar pábulo al conocimiento y la imaginación del lector.

Un cúmulo de despropósitos y sinsentidos da lugar a un triste destino que el último rey de al-Ándalus se ve obligado a soportar bajo el yugo cruel del chantaje y la amenaza. Guerras, secuestros, conspiraciones, venganzas. Batallas y más batallas; batallas entre hermanos, entre parientes, entre amigos, entre vecinos. Decapitaciones, degüellos. Violencia. Ni más ni menos lo que cabía esperar en una novela de tales características, de indudables tintes históricos, cuyos ingredientes se alían entre sí para dar forma a lo que sin duda alguna pretende Antonio Soler: crear una obra que huyendo de la brillantez y las grandes pretensiones mantenga de principio a fin un lenguaje cercano, nada complicado, y un estilo directo y penetrante que galope a caballo entre la exquisitez y la simplicidad y donde la realidad supere ampliamente a la ficción. Una gran obra, podríamos decir, apta para todos los públicos. Sus frases son claras y concisas, fáciles de digerir, y los diálogos amenos y justos, quizá un tanto escasos en algunos de sus capítulos.

La novela, lineal, como cabía esperar, consta de una sola parte y está estructurada en dieciocho capítulos de una extensión muy variable y una coda. La acción se desarrolla principalmente en Granada, si bien el autor hace un exhaustivo repaso por la geografía andaluza: Málaga, Zahara, Santa Fe, Córdoba, Sevilla, Carmona, Almería, Lucena, Antequera, Loja y un largo etcétera. Soler afirma sin complejos que prefiere enfrentarse a este, su primer trabajo de tipo histórico, sin esperar grandes resultados de él. Una postura inteligente por su parte. Aun siendo un escritor como la copa de un pino, capaz de expresarse con determinación y naturalidad, sin rodeos, sin trampa ni cartón, destacaría por encima de todo la puesta en escena de la trama, donde la acción y el movimiento campan a sus anchas, dan vida a cada una de sus páginas, y donde la genialidad y el buen hacer del autor conviven con el realismo y la crudeza que la novela exige en cada uno de sus capítulos.

No sería justo obviar la excelente labor de documentación, tanto en la toma de datos como a la hora de entender la forma de vida de la época –sobre todo en lo relativo a las tres grandes culturas: musulmana, cristiana y judía-, tradiciones, gastronomía, indumentaria o armas utilizadas en aquellos años de constantes cambios políticos, religiosos y militares (bombardas, espingardas, arcabuces, perdigones de hierro, falconetas, culebrinas). Antonio Soler no puede esconder ni su lealtad a la historia ni el constante compromiso con sus lectores, a quienes introduce en la narración de una forma tan sutil que a veces apenas les da opción para darse cuenta del cambio de capítulo o subcapítulo. Detalla elementos que aunque puedan pasar desapercibidos en el texto son realmente importantes y objetivos, como la mención al trozo de paño amarillo que los judíos habían de llevar para su identificación.

Antes de enfrascarse en la lectura del libro recomendaría al lector dar un repaso a la historia para indagar acerca de la vida de Boabdil, su entorno y su época. En su última etapa, digamos desde que arrebatara el trono a su padre, sucedieron muchos más hechos de los que el autor relata. La novela es un resumen, eso sí, muy acertado y comprimido, de su trayectoria como rey. Lógico, por otra parte, pues las aventuras y desventuras del soberano nazarí darían al menos para una trilogía bien densa. Llama la atención el hecho de que entre tanta violencia real, donde nada resulta aburrido ni repetitivo –habría que quitarse el sombrero ante el autor en ese sentido-, Antonio Soler también acerca al lector las cuestiones de palacio y política cortesana, así como la ternura y el sentimentalismo que sobrevuelan incesantes las líneas del texto, reflejados en Moraima o en los amoríos de Gonzalo Fernández de Córdoba con Rebeca. Recuérdese la nostalgia de Boabdil al salir a batallar a Lucena. Increíble y conmovedor el capítulo en el que intima con el Gran Capitán, el respeto que ambos se profesan y cómo se intuye que en circunstancias más propicias habrían cultivado una envidiable amistad. Es de destacar la introducción del Santo Oficio en España, hacia 1480, y su primer acto, la quema de judíos acusados de herejía en Sevilla. El ejemplo pronto cundiría por toda Castilla y Aragón.

«Es gente de usura, dedicada a labrar joyas pero nunca a romper la tierra ni hacer de albañil. Y en poco tiempo los que son pobres entre ellos se vuelven ricos. Y ahora, además, se dicen cristianos ante la luz del día y en cuanto cierran las puertas de sus casas se entregan a sus ritos, ellos, que mataron al Hijo de Dios Nuestro Señor».

La importancia de los personajes, excepto la de unos pocos, es relativa en la obra. El autor se fija más en el desarrollo de los hechos históricos y sus consecuencias, ya sean positivas o negativas, para los reinos castellano y nazarí. Boabdil, el Zogoibi, el Desventurado, el Malhadado, hijo de Muley Hacén y muy amigo de Abul Casím el Muleh, es un hombre, en contra de lo que cabría esperar de él, débil, sensible incluso, aficionado a los libros y pergaminos, a la ciencia, a la filosofía y a la poesía. Desde pequeño se decía de él que se le torcerían las estrellas, después de que alguien encontrase una calavera en su cuna. Aixa, su madre, es una mujer fría y calculadora, autoritaria en ocasiones, a la que sólo interesan el dinero y el poder. Gonzalo Fernández de Córdoba, también aficionado a los libros, los torneos y las justas, es, por extraño que parezca en un militar de finales del siglo XV, un hombre justo y honrado, honesto consigo mismo. Es alcalde de Santaella y amigo de Jorge Manrique y otras personalidades de la época. El Zagal es un tipo adusto y ambicioso que no duda en apoyar a su hermano, Muley Hacén, cuando Boabdil se revela contra él. Aben Comisa, perteneciente a la familia de los Abencerrajes, es el fiel consejero del soberano, y Aliatar uno de los generales de Muley Hacén, cuya hija, Moraima, contrae matrimonio con Boabdil.

Además, a lo largo de la novela va desfilando un amplio y lujoso elenco de personajes históricos que dan cierta pomposidad y estilo a la obra, como doña Juana la Beltraneja, Enrique IV, Alonso Carrillo (arzobispo de Toledo), Fernando de Zafra (secretario real), Juan Pacheco (maestre de Santiago), Cristóbal Colón, infante Alfonso (hermano menor de Enrique IV), Isabel de Sotomayor (esposa del Gran Capitán), Hernando de Talavera (confesor de Isabel), Íñigo López de Mendoza (marqués de Tendilla), Pedro González de Mendoza (gran Cardenal de España), Hamet el Zegrí (comandante de la fortaleza de Gibralfaro), Torquemada (inquisidor general de Castilla y Aragón y confesor de la reina), Enrique Pérez de Guzmán y Fonseca (duque de Medina Sidonia), María Manrique (nueva esposa del Gran Capitán), marqués de Villena, o Gutierre de Cárdenas (comendador mayor de Léon), entre otros muchos.

En cuanto al argumento, sin seguir un hilo que desvele la trama, me centraré en enumerar una serie de hechos en los que Antonio Soler se apoya para dar vida a su obra. Tras una breve introducción en la que relata una partida de dados (paradójicamente los juegos de azar están prohibidos por el islam) y un evento público en el que una jauría de perros de gran tamaño persigue a un toro, Muley Hacén, padre de Boabdil, se niega a abonar el importe de los tributos acordados con los cristianos, rompe la tregua con ellos y toma Zahara. Es entonces cuando comienza la acción. ¡Y vaya acción! Trepidante en todos los sentidos. Merece la pena resaltar la ayuda que los mercenarios de Baviera, Navarra, Borgoña, Venecia o Suiza aportan al ejército castellano, las veteranas compañías de arqueros ingleses de Ford Scale y artilleros bretones que Isabel contrata a alto precio o la contribución económica del Papa a la guerra de Granada, después de declararla santa. Intentando solidificar la idea de estado moderno con una sola religión que empieza a cuajar en su cabeza, la reina de Castilla exige unos impuestos astronómicos a mudéjares y judíos y se embarca en la expulsión de estos últimos. Boabdil, entre batalla y batalla, y apoyado por Aixa y los Abencerrajes, se rebela contra su padre y se proclama rey de Granada bajo el nombre de Mohammed XII.

Me atrevería a citar como uno de los capítulos más suculentos de la novela el dedicado a la captura del sultán nazarí y la exigencia de 12.000 doblones de oro –por parte de Fernando- y de dejar a su hijo Ahmed como rehén para garantizar las entregas anuales de dinero. Aunque ya se sabe desde el principio, es en el capítulo IV, el dedicado al Gran Capitán, cuando más se palpa la importancia de la historia en la novela. Eran años crueles en los que se cometían brutalidades, se ahorcaba, se degollaba simplemente por respirar, y no haría falta decirlo, sin testigos ni juicio previo. Ténganse como prueba los asedios, durante los cuales se desviaba el cauce de ríos y acequias (incluso estas últimas se envenenaban) para privar de agua a ciertas poblaciones. Especialmente trágico es el capítulo dedicado al sitio de Málaga, que dura más de cien días, sobre todo la parte que narra las muertes en el túnel.

«-¡Regresad! ¡Salid de aquí ahora que podéis! ¡Regresad donde está vuestra gente y decidles a todos, a los soldados, a los comerciantes, a los muertos y a los que pronto van a estar con ellos, que el día de gracia ya pasó! –Su voz se quedó vibrando en el aire unos segundos, pero antes de que su eco se extinguiera volvió a hablar-: Se han empeñado en una loca defensa hasta que la irremediable necesidad los obliga ahora a capitular. Bien, que sepan entonces que yo no aceptaré sino su rendición incondicional. Y que han de padecer el destino de los vencidos. Aquellos que merezcan la muerte caerán bajo el filo de su guadaña y los que se hayan ganado el cautiverio también lo sufrirán. Que desde hoy tengan la certeza de que nadie saldrá de esa ciudad sin purga ni castigo.»

Más adelante el autor se adentra en la estrategia de la guerra. Mientras Boabdil hostiga al El Zagal en Granada con intención de desviar su atención, Fernando se encarga de llenar de navíos y atacar las costas malagueñas, de forma que al enemigo le resulte imposible recibir ayuda del norte de África. Mención aparte merece el capítulo dedicado a la fundación de Santa Fe, terreno en el cual se asientan los cristianos para construir una ciudad, y especialmente trágica es la parte que relata la tala de la vega, donde se intuye, tristemente, una prisa desmesurada por acabar la novela. Dejando el desenlace de esta historia para un completo disfrute del lector, no quisiera poner fin a mi comentario sin decir que la última parte, en la que los cristianos entran en Granada, está escrita en un tono apagado, decadente, como si al autor le pesaran los términos de la rendición y entrega de las llaves de la ciudad: su soberanía pasa a ser de los reyes de Castilla y Aragón; los granadinos se acogen a una amnistía y al perdón de culpas anteriores, quedando asimismo perdonados los malos tratos infringidos a los cautivos castellanos; ningún cristiano nuevo de origen judío será recaudador de impuestos ni tendrá poder sobre los musulmanes, quienes gozarán de libertad de culto. A Boabdil se le entrega un señorío en las Alpujarras, dejando quinientos rehenes árabes para garantizar que cumplirá lo pactado.

Por último, antes de citar un par de párrafos que me han llamado especialmente la atención, el primero por su sencillez y belleza, por observar una descripción directa el segundo, me gustaría recomendar este libro a todo aquel que guste de leer una buena novela histórica. Una obra escrita en letras mayúsculas. No se sentirán defraudados en ningún momento.

«Rubia, pálida, vestida a la francesa. La reina vio partir orgullosa aquella columna que se dirigía hacia un convulso territorio por el que se extendía la guerra. Era una mañana límpida y la primavera empezaba a latir en la tierra. Una bruma blancuzca se levantaba de los campos y una alegría contagiosa resonaba acompañando aquella marcha de carros, bueyes, estandartes y tambores.»

«Decían de ella que la habían templado en una fragua y que ninguna inclemencia de la tierra, tempestad, rayo o terremoto podía alterar los latidos de su corazón. Hasta allí había llegado la fama de su primer parto. Tal como en su momento se había contado en Castilla, mencionaban algunos musulmanes cómo la reina Isabel durante todo el alumbramiento de su primer hijo se había mantenido en silencio, solo únicamente murmurando oraciones y sin permitirse dar un solo grito.»

 

Granada, abril de 2013

Manuel Fernando Estévez Goytre

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