Cuentos malvados

Imagen de Patapalo

Reseña de la antología de Espido Freire publicada por Páginas de espuma

Cuentos malvados es un recopilatorio de microrrelatos muy breves —apenas un párrafo— que comparten, a priori, dos cosas: la autoría de Espido Freire y un cierto tono siniestro, inquietante, que justifica el título del libro. Divididos en siete esquirlas diferentes, forman un espejo terrible que refleja nuestra realidad con un pie puesto en los cuentos como forma narrativa y otro en el mal como motor o destino de las cosas.

El primer bloque, El agua, presentado por Eduardo Berti, ha sido el que, sin duda, más me ha seducido del conjunto. Su toque lírico, que da una belleza particular a los micros, y el protagonismo que la estructura tiene en estos, la cual les otorga una solidez casi poética, me han resultado fascinantes, tanto o más que el imaginario de ahogados, sirenas y naufragios que puebla sus páginas.

El resto de la antología mantiene la calidad, pero difiere en el modo de presentarla.

Ángeles, que cuenta con prólogo de Clara Obligado, reposa sobre las relaciones entre las personas. Los ángeles de Espido Freire no son tanto seres celestiales como extraños, aberraciones desde la óptica de la vulgaridad cotidiana, que sirven de detonante para desenlaces funestos, salvajes o melancólicos, lo que hace que el hilo conductor no sea tan evidente como en otros apartados.

Las voces, que nos introduce Fernando Iwasaki, trata con acierto un tema que es un clásico ya desde El horla de Maupassant: el de esos susurros, quizás suspiros, que no sabemos muy bien de dónde vienen —quizás de nuestro propio interior— y que nos arrebatan casi siempre un escalofrío. Este podría ser el apartado más anodino si no fuera por cómo la escritora introduce una melodía adicional que termina por cohesionar el conjunto.

Así, cuando entramos en Arañas y mariposas, de la mano de Ana María Shua, ya se percibe que hay algo más que une todos estos textos, una telaraña tramposa donde nos hemos metido siguiendo la belleza de una sirena. Una sección esta donde el terror termina por alejarse de cualquier idea maniquea para convertirse en una suerte de terrible retrato social.

El espejo es la continuación lógica del juego planteado, otro gran clásico que nos introduce José María Merino. Clásico que, con acierto, adopta su propia forma bajo la pluma, algo zascandil, de Espido Freire. En realidad tampoco es que quite hierro a las consabidas historias de desdoblamientos y dimensiones quebradas, sino que con sus guiños nos advierte de que sabe que conocemos el camino, y que no nos vamos a aburrir en él.

Luego llegan Los cuentos, donde, tras un prólogo de Andrés Neuman, abordamos más directamente el segundo pilar de la antología: su forma narrativa. Sí, esto son cuentos. Muy breves, pero cuentos. Y malvados. Y tocaba dar un repaso a los cimientos sobre los que se han construido y que ya habíamos adivinado con ciertas sirenas y damiselas —o príncipes azules— en apuros.

Ya como despedida, Hipólito G. Navarro nos conduce Dentro del laberinto, donde el círculo se cierra, puesto que el monstruo es el protagonista del mal dentro del laberinto que supone el cuento. De este modo, la consistencia delicada y subterránea de la antología termina de revelarse.

Cabe destacar la edición de Páginas de Espuma, muy cuidada no solo en aspectos técnicos como la estructura, sino también en el estético, donde destacan las ilustraciones que acompañan cada uno de los apartados.

Espacio patrocinado por

Nocte - Asociación Española de Escritores de Terror

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