Morning Glories 2 y 3

Imagen de Kaplan

O los fatales riesgos del funabulismo

 

Cuando conocimos Morning Glories recurrimos, como su guionista, Nick Spencer, a J.J. Abrams y a Urasawa para hablar de ella. Es decir, hablamos de tramas que acechan, pero que nunca llegan a descubrirse por completo, de cliffhangers que ponen todo patas arriba y, finalmente, de riesgo: apostar por este tipo de narración implica caminar por el alambre mes tras mes, revelando una pizca del misterio para mantener la adhesión de los lectores, pero sin pasarse para no echar por tierra el suspense desarrollado desde el principio.

Aparecidos ya los tomos segundo y tercero de Morning Glories observamos que Spencer quiere seguir con este juego. En el segundo tomo, cada número está dedicado a uno de los diferentes protagonistas de la serie, de manera que pueda crearse una mayor empatía con ellos, y el tercer volumen se centra en una competición nocturna, vista también a través de diferentes personajes. Los misterios, sí, continúan aumentando de forma exponencial y la tensión hormonal entre los estudiantes sigue a flor de piel… Pero.

Sí, pero. Hay cosas que empiezan a chirriar. No seremos nosotros quienes vayamos a criticar ahora la utilización de las elipsis. Sin ir más lejos, el uso que hace de ellas Grant Morrison en Batman Inc. nos fascina. Escamotear una acción o una reacción siempre ha sido una de las herramientas creadoras de suspense más básicas. El problema estriba en que no sepan usarse. En Morning Glories parece que la elipsis no es un recurso enfocado al lector, sino que también las sufren los personajes. Si no, no se entiende cómo pueden mantener un comportamiento normal cuando acaban de experimentar sucesos extraños de cualquier tipo (intentos de asesinato, fenómenos paranormales…). La serie es una sucesión de enigmas de los que son testigos sus protagonistas sin que estos hagan demasiado por solucionarlo, más allá del conato de fuga que se vivió en el primer tomo.

Podríamos decir que este dejarse llevar por las circunstancias es una crítica de Spencer a la juventud de hoy en día, anonadada y refractaria a la realidad, que presta igual interés a un genocidio que a una uña rota, pero mucho nos tememos que no. Y así pasamos del asesinato de los padres de una protagonista a una discusión entre compañeros de habitación y, de ahí, a plantear un viaje espaciotemporal para terminar, acto seguido, con un flirteo adolescente. A pesar del intento del segundo tomo, la caracterización de los personajes sigue sin ser lo suficientemente profunda (tampoco ayudan los dibujos excesivamente esquemáticos de Joe Eisma: la más rubia, la menos rubia, la pecosa, el rubio y el moreno) y esto hace necesario releer cada dos por tres los números anteriores para saber quién es quién.

Ya que Spencer no ha ocultado nunca la referencia, volvamos a Perdidos. A diferencia de lo que ocurre en Morning Glories, en la serie de la ABC los personajes sustentaban desde el principio un misterio que crecía a marchas forzadas y ante el cual ellos reaccionaban y se mostraban temerosos o bendecidos hasta que aprendían a convivir con él. En la colección de Spencer y Eisma tenemos a unos personajes construidos en base a meras pinceladas sumidos en un misterio enorme y aún en expansión ante el cual, desde el principio, apenas muestran más empatía que respecto a un mal corte de pelo.

Son los riesgos de este tipo de narración. Hay que ser muy buen funambulista para no caerte del alambre. Y, aunque mantiene ese encanto de la rabia adolescente contra la autoridad (véase The Faculty para mayores explicaciones), es fácil que el lector empiece ya a torcer el morro y a pensar que, demonios, el emperador está desnudo. Por aquí vamos a ser cautos: Spencer ha prometido cien números de Morning Glories, así que tiene tiempo aún para mejorar.

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