La Roca

Imagen de Jack Culebra

El cine de acción definitivo con Nicolas Cage, Ed Harris y Sean Connery

 

A pesar de sus dejes noventeros, particularmente presentes en la trepidancia —ese concepto errado heredado de Speed que no es más que una degeneración del cierre en el último minuto—, La Roca es una clara muestra del cine de acción definitivo. Incluso el título se puede escribir todo con mayúsculas sin incurrir en ningún irritante anglicismo.

La historia pilla el fascinante escenario de las prisiones de alta seguridad, cuyas fugas han captado la atención de miles de espectadores a lo largo del tiempo, y le da la vuelta. Literalmente. Ahora se trata de entrar. Por lo demás, el planteamiento mantiene unos cuantos pilares de estas historias: un protagonista lleno de ingenio y determinación —encarnado por el impresionante Sean Connery—, tensión hasta el último milímetro, escenarios dignos del laberinto del Minotauro y un buen reparto de tipos rudos puestos para complicar la existencia a quienes ya la tenían bastante complicada.

Sobre esos pilares, una maraña que pilla clásicos del cine bélico y del policíaco, de las películas de acción por antonomasia: patriotismo, sacrificio, intrigas, agentes de inteligencia, giros de novela negra, todo muy teatral y mezclado a conciencia con vaciladas, chistes tontos y mucha munición. También algo de sexo. No mucho. Gratuito. Y paranoias poblacionales, que por aquella época tenían cara de armas químicas y misiles apuntados hacia donde no deben.

Luego, Michael Bay se marca un desarrollo implacable. Aunque se puedan ver guiños al Conde de Montecristo o a El golpe, es mero decorado: esto va de concatenar acción sin freno. Coches que explotan, aviones que explotan, tranvías que descarrilan —y casi explotan— y peleas, tiros, más tiros y hasta carricoches en vías muertas a lo Templo Maldito de Indiana Jones. Nicolas Cage, que se encarga de hacer de hilo conductor, sirve de protagonista propiciatorio para todo: no es un tipo duro al uso, sino todo lo contrario. De hecho, a los tipos duros se los ventilan rápido para dejar que el que-no-podría-conseguirlo lo consiga y la emoción sea mayor. Aquí, cuela. Es tan inesperado que todo se resuelva tan mal, que encajan las piezas.

Ed Harris, el contrapunto, asume el papel trágico: es el héroe épico al que se le ha robado el protagonismo pero que todavía puede pulsar unas cuantas cuerdas en el espectador, sea dejando una rosa a su difunta esposa o mirando al rostro del soldado desconocido colateral. Se inmola literalmente por el drama y funciona porque, en el fondo, las películas de acción con sentimiento triunfan más, los tiros adquieren sentido cuando hay una carcasa humana recibiéndolos.

La Roca se convierte así en cimiento de un género. Bien asentada, es un juego de espejos en todas direcciones: el preso espía traidor es el bueno; el patriota condecorado, el malo. Al menos, por un rato. Y la violencia está mal —y perturba a los pobres turistas en tranvía y pone en riesgo a las embarazadas—, pero mola, como mola visitar hórridas prisiones hasta que te pillan los terroristas dentro. Fuegos artificiales con ideas danzando que no entorpecen el espectáculo ni van a ninguna parte. Todo muy acelerado, con mucha trepidancia.

Otras llegaron luego, más profundas, más banales, más rápidas, con todavía más explosiones gratuitas, pero los clásicos quedan. Y, por suerte, el cartucho de Alcatraz no lo quemaron en vano.

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