Avatar

Imagen de Jack Culebra

Fantasía envenenada de literalidad hasta límites sonrojantes

 

 

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Desde mi modesto punto de vista, Avatar no es ciencia ficción, sino fantasía. No tengo la impresión de que haya habido ningún trabajo racional a la hora de montar el escenario futurista de planeta exótico: tenemos pseudocaballos trotones en un entorno arbóreo, plantas que funcionan como luces de neón, hamacas vacacionales en mitad de depredadores terribles... Vamos, que se ha degollado cualquier suspensión de la incredulidad para fomentar un sentido de la maravilla que funciona muy bien con los efectos digitales y las nuevas tecnologías. Apuesto a que en 3D más todavía.

La propia narrativa tiene mucho más de leyenda y desarrollo mitológico que de imaginería prospectiva. Por ejemplo, un aspecto que podría haber dado mucho juego, como es el vivir sin sueños reales, en un estado de vigilia doble continuada y autoconsciente, no parece suscitar ni de lejos el mismo interés que, por ejemplo, convivir con una especie de dragones que anidan en piedras flotantes. Nada que cuestionar sobre estas bases, que, por sí mismas, me han parecido muy sugerentes.

EAvatarl problema me ha surgido cuando el meollo de la leyenda —el choque de culturas, la explotación del progreso desbocado frente a la comunión con la naturaleza— se ve descuartizado en pequeños trozos muy digeribles a base de literalidad. La magia de la fantasía, a mi entender, es sugerir, es conectar con el lado atávico de nuestro cerebro y dejar caer ideas, ecos, con los que construir razonamientos y sensaciones de un modo indirecto. Si lo troceas demasiado, queda insípido, intragable.

En Avatar, por el contrario, da la impresión de que había un miedo irracional a que no se entendiera la metáfora. Es comprensible, por ejemplo, que los alienígenas estén caracterizados como híbridos entre africanos y amerindios, tanto en aspectos faciales —que se mezclan con el toque felino— como culturales —el sonido de las voces, el modo organizativo en tribu, etc.—. Es comprensible; quizás burdo, pero comprensible.

Es ya menos comprensible que dentro de cosas tan evidentes nos lo intenten hacer todavía más evidente: los avatares —buf, ya con el propio nombre se tiraron bien a la piscina— no conectan con la naturaleza, se conectan a la naturaleza. Literalmente. Con una especie de rasta que funciona como una dendrita macabra. Incluso los dinoriders parecían menos dominadores. Aquí, la fauna se relega a periféricos. Viva la era digital.

En la línea, los nativos viven encima del yacimiento de metal precioso. Encima, justo encima. No es que consideren suya la tierra donde hay recursos naturales. No: es que tienen su único árbol justo encima. Es como si los cherokees hubieran usado oro para cimentar sus chozas. Y, por supuesto, el general marine malvado quedó marcado al llegar al planeta. Marcado en plan me han cruzado la cara a cicatrices. Cicatrices que no le han quitado con cirugía aunque le van a devolver la movilidad en las piernas al paralítico.

Este, evidentemente, sufre una liberación cuando se encarna en el avatar. Se siente un hombre nuevo, claro, y deja atrás sus problemas. Corriendo, porque ahora puede correr. Estaba anclado por las circunstancias, lo empujaban de un lado a otro. Ahora es un otra persona. Una azul.

Hasta aquí llega la profundidad narrativa de Avatar. No hay nada detrás, ningún giro sorpresa, ninguna osadía. La piloto desertora se pasa al bando marciano porque no se había alistado para masacrar indígenas. El sustituir al hermano gemelo difunto, por ejemplo, no tiene ninguna relevancia en el desarrollo de los hechos. Ninguna. Seguramente porque el protagonista está demasiado deslumbrado con las plantas que brillan.

Ante este panorama, es imposible no preguntarse por qué Avatar no muestra un simple recreación en primer grado de las masacres históricas de indígenas humanos para hacerse con recursos naturales —diamantes, petróleo, oro, cosas de estas—. Por qué toda la literalidad es aceptable en la película salvo esa. ¿Será que todo este exceso de masticación es para resaltar la ironía del conjunto? ¿O por el contrario la gran ausencia sí es una exigencia del guión para poder enseñar las flores luminosas en todas las salas de cine? Sin tener la respuesta, confieso que yo me he quedado algo descorazonado. Para mí, la fantasía iba más allá que todo esto.

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