Comedores de muerte

Imagen de Patapalo

El castillo de Slyngebard permanecía deshabitado después de varios siglos. Sin embargo, a pesar de que se encontraba casi en ruinas, seguía ocultando tras sus muros una gran actividad.

Todas las noches, especialmente las de luna llena, varias sombras siniestras deambulaban por sus habitaciones vacías. A veces, según decían los aldeanos, se veían algunas luces misteriosas. “Fuegos fatuos”, decían los más supersticiosos.

 

Uno de los visitantes de aquella noche, no obstante, no tenía miedo alguno a los fuegos fatuos, ni a ninguna otra criatura nacida de la imaginación de los pueblerinos. Él conocía bien el mundo mágico y todos sus habitantes; no en vano era el profesor de Hogwarts mejor preparado para la lucha contra las Artes Oscuras. De hecho, había quien decía que las conocía demasiado bien.

 

“Severus” pensaba otra figura encapuchada intentando no perderle la pista “sabía que no eras más que un sucio traidor.” Conteniendo la rabia, esforzándose para no hacer ruido, Lilioth Saramus, auror al servicio de Dumbledore, le seguía en silencio. Era una noche para duelos de magia, para ajustes de cuentas en las sombras.

 

Uno detrás de otro, ambos intentando moverse con la máxima discreción, se deslizaron por los abandonados pasillos, siempre descendiendo, hasta llegar a las mazmorras de la fortaleza. En ellas estaba previsto un importante encuentro bajo el velo de las telarañas.

 

Belania Slyngebard aguardaba al borde de un pequeño lago natural. Era bien conocida entre los mortífagos tanto por su crueldad como por sus sospechas paranoicas. Estaba convencida de que al menos la mitad de los siervos del Señor Oscuro eran espías a las órdenes de Dumbledore. Era por ello que había convocado a Snape. Era por ello que le había tendido una trampa. Era por ello que le espiaba en la superficie del lago, la cual reflejaba mágicamente los pasos del hechicero… y de su perseguidor.

 

“Maldito seas, Snape” pensó Belania “o eres demasiado torpe y te dejas seguir… o eres un traidor mentiroso. En cualquiera de los dos casos, tu destino ha de ser el mismo.”

 

Al entrar en un gran salón adornado con viejas armaduras mohosas, Severus Snape notó un olor extraño. “Sangre de Beltenebros” pensó instintivamente. Su agudo olfato y sus grandes conocimientos en pociones le habían permitido reconocer al instante el brebaje. Muy pocos magos conocían su secreto. Después de todo, los Slyngebard lo habían guardado celosamente generación tras generación.

 

Sin dudarlo un instante, antes incluso de que la bruma empezase a formarse a sus pies, murmuró un hechizo y desapareció de la vista. Lilioth, a pocos pasos tras él, creyó que se fundía en el muro. Conteniendo una maldición se lanzó en su persecución... y en su precipitación, cayó directamente en las fauces de la bruma.

 

—Mis antepasados idearon esta poción para librarse de los indeseables que merodeaban nuestro castillo le dijo Belania a Lilioth cuando éste abrió los ojos. El vapor que nace de la Sangre de Beltenebros tiene vida propia… y le gusta tomar la de los demás. Seguro que desearías tener tu varita a mano, auror, pero de poco te serviría. Pocos magos saben defenderse de esta bruma añadió con una sonrisa cruel. Y menos aún bajo tortura. ¡Crucio!

 

Lilioth se retorció de dolor en el suelo, todavía rodeado de la ávida bruma. Era una escena de pesadilla, y la maestra de ceremonias, Belania, parecía un enloquecido demonio. Totalmente absorta en el placer de torturar a su presa, ni siquiera se dio cuenta cuando Severus Snape apareció a su lado surgiendo de entre las sombras. Sólo cuando éste ejecutó un movimiento de su varita, haciendo disiparse la bruma, la mortífaga interrumpió sus ataques.

 

—Basta Belania dijo el mago. ¿Acaso tienes permiso para acabar con este hombre? El Señor Oscuro puede tener otros designios para él.

 

La maga sonrió malévola. Se había olvidado de Snape pero, a su parecer, aparecía muy a tiempo.

 

—¿Tienes escrúpulos, Severus? Alguien podría pensar que tus lealtades no están del todo definidas… Frecuentas demasiado a los débiles seguidores de Dumbledore. Te gusta demasiado estudiar a los que servimos al Señor Oscuro. Cualquiera diría que tus motivos no están demasiado claros…

 

—Mide tus palabras, Belania. Los Slyngebard no sois la gran familia de antaño. No eres quién para emitir determinados juicios. Es el Señor Oscuro quien juzga quién está a su servicio y quién no.

 

—¿Y él sabe de qué lado estás realmente?

 

Durante un instante, todo permaneció en silencio en el castillo. Incluso Lilioth, que agonizaba a causa del mal inflingido por la bruma y del gran dolor que los hechizos de Belania le habían causado, contenía el aliento. La bruja jugaba al ratón y al gato con Snape. Era difícil prever el desenlace. Entonces, rompiendo aquella quietud, Snape habló.

 

—Mi varita le dirá todo lo que necesita saber y, sonriendo con cinismo, la alzó rápidamente exclamando. ¡Avada Kedavra!

 

Un haz de luz verde salió de la varita de Snape y golpeó en el pecho de Belania. La bruja, con los ojos desorbitados, tuvo un momento de enloquecido placer al ver la traición de Snape. Lilioth también sonreía satisfecho a pesar de su gran dolor.

 

—Una maldición imperdonable susurró con esfuerzo. Los de tu calaña nunca cambian. Eres basura, Snape.

 

Severus observó por un instante al auror. Sabía que era demasiado tarde para él, así que dio media vuelta y salió del castillo. Tenía cosas más importantes que hacer que hablar con un necio moribundo.

 

Los fuertes de verdad llevan su carga en silencio, afrontan sus pruebas sin necesidad de dar explicaciones. Arrostran sus sacrificios. Expían sus culpas.

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