El mejor cine no recomendable

Imagen de Kaplan

Se habla mucho y mal de Anticristo y se corre el riesgo de banalizar una de las películas más repletas de CINE de la temporada

Mucho se ha hablado de Anticristo desde su estreno en Cannes. Desde que era una tontería llena de sadismo gratuito hasta que lo de Lars von Trier es “para darle una hostia” (como escribió Carlos Boyero, crítico de El País, en su crónica del día). Lo cierto es que una visión reposada hace que uno se pregunte el porqué de tanta inquina hacia la película. No negaremos a estas alturas el carácter provocador del que el director danés ha hecho gala a lo largo de toda su carrera, sería una necedad. Von Trier es un tipo histriónico y depresivo, con un ego inconmensurable, amante de las boutades y tendente, en general, a una misantropía y, en particular, una misandria patológicas. Todas estas características se combinan de una forma explosiva que puede llevar a pensar en él, en un primer momento, como un machista recalcitrante o un simple chalado. Pero, aparte de todo esto, Von Trier es un director con una pericia y una audacia asombrosas. Sus películas constan de diferentes capas que, hasta que no llega el clímax, te impiden dar con el sentido verdadero de la película1. O, mejor dicho, sentidos verdaderos, de los que habla sin ambages ni sutilidad alguna, de una forma agresiva. Lejos de hastiar como muchos de sus imitadores o coetáneos, Von Trier se agarra a tus entrañas y no te suelta hasta días después de haber visto una de sus películas. Conoce las miserias humanas y sabe cómo reflejarlas con una ferocidad difícil de explicar si aún no se conoce su obra. Por todo ello, quizás sea el suyo el mejor cine que no recomendarías ver a nadie.

 

Dicho esto, entremos en Anticristo. Más que una película de terror, es una película acerca del dolor -primera idea del filme-. Concebida por su director mientras intentaba recuperarse de una profunda depresión, nos habla, en primer lugar, de la insondable aflicción que sienten unos padres ante la muerte de su hijo, que cayó por una ventana accidentalmente mientras ellos hacían el amor. Aunque, como se percibirá más adelante, ninguno de los padres parecía estar muy apegado al hijo, ambos le llorarán con amargura, en especial la madre, que se sumirá en una tremenda depresión2, ya que entiende que ha fallado en aquello para lo que ha nacido. Segunda idea: mientras que el hombre es la mitad gris, desposeída de sentimientos y pasión, la mujer es la mitad apegada a la naturaleza, la que pare y da luz, oscuridad y, en definitiva, sentido al mundo. El marido, arrogante y desapasionado además de psicólogo, toma a la esposa y se la lleva al sitio que más miedo le provoca para así terminar con sus males de forma catártica: una cabaña que tienen en un bosque llamado significativamente Edén. Tercera idea: la naturaleza puede no ser símbolo del bien y fruto de la obra de un dios bueno, sino todo lo contrario. Así, el tenebroso Edén3 servirá de catalizador de los peores instintos y temores de Eva, que se enfrentará a la desnaturalizada y altiva figura de Adán. Y, por último, la cuarta idea: la naturaleza siempre vence, a pesar del daño que se le inflija.

 

Para narrar esta historia, Lars Von Trier ha optado por renovar su estilo, alejándose de la suciedad de obras pretéritas y acercándose a una fotografía que lo emparenta con los pintores prerrafaelistas, usando una música casi cacofónica y realizando un montaje más reposado de lo normal. A pesar de no ser una película de terror al uso -excepto, en todo caso, su último cuarto-, la atmósfera a lo largo de todo el metraje sí que es propia de este género, y en ella encontramos que Von Trier es un buen conocedor de este tipo de cine. Es fácil rastrear al Kubrick de El resplandor, a Takashi Miike o incluso a David Lynch. Pero, por encima de todo, Von Trier es un director heredero del gran cine europeo, el hijo espiritual de Bergman y Dreyer. Y, más allá de las provocaciones que no puede evitar incluir en sus películas, todo el dolor y los simbolismos, toda la inteligencia, la audacia y la intensidad que logra sacar de sus intérpretes en Anticristo, lo podemos encontrar en Gritos y susurros, en La hora del lobo o en Ordet. Y eso no lo logra alguien que es sólo un amante de las boutades. Quedarse, pues, en si hay sexo explícito o no, desnudos frontales o laterales y escenas, en general, duras de ver resulta más superficial que nunca, aunque sí es cierto que conviene ir preparado a la hora de enfrentarse a lo que tiene preparado este danés. Puede discutirse si es necesario llegar hasta ese punto, pero no la profundidad de su discurso.

 

Notas:

1.- La estética es una más de ellas, quizás la más llamativa: impulsó una forma de entender el cine seca y transparente con el Manifiesto Dogma, combinó diferentes tipos de grabación en Bailar en la Oscuridad para diferenciar realidad e imaginación, trasvasó los modos teatrales de Bretch en Dogville y Manderlay y utilizó un programa informático para elegir aleatoriamente los planos en El jefe de todo esto. ¿Artificio o reinvención, insultante onanista o inquieto visionario?

2.- Subrayada por una asfixiante fotografía que realza los negros.

3.- Que, literalmente, se retuerce y envuelve a los protagonistas, sumiéndoles en la oscuridad, y cuya inquietante fauna actúa de mensajeros del caos que se cierne sobre la pareja.

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