OZ entrevista a Josep Asensi

Imagen de Maltenoth

Hoy tenemos con nosotros a este autor de novela histórica, del cual reseñamos recientemente su obra Layos, la historia de un mito griego

 

Josep Asensi (Benetússer, 1967) es licenciado en Medicina. Se formó como cirujano en el Hospital General Universitario de Valencia. Debido a una lesión se centró en sus otras grandes pasiones: la historia y la mitología. Se decidió a escribir sobre la Edad de Bronce y el resultado fue “Layos, historia de un mito griego”.

 

Actualmente ha vuelto al ejercicio de la Medicina en el servicio de Radiodiagnóstico en el Consorcio Hospital General Universitario de Valencia. Trata de hacer compatible la escritura con la práctica de la medicina.

 

Hoy nos brinda amablemente esta entrevista con la que esperamos acercároslo un poco más.

 

¿Cómo es la experiencia de escribir una novela?

 

Escribir es algo que vengo haciendo desde la infancia, es una de mis aficiones. No sé si es la favorita, pero sí es a la que dedico más tiempo. Empiezas con cuentos cortos y te vas creciendo, volviendo cada vez más ambicioso. Escribir una novela es, supongo, la conclusión natural del proceso. Como experiencia, es algo realmente apasionante. Durante la fase de investigación, un documento te lleva a otro, y este a otro, como las fichas de un dominó. Los libros caen, los devoras de tapa a tapa, y también devoras cuanta letra impresa cae en tus manos en cualquier formato: revistas, apuntes, descargas de Internet. Llega un momento en que tienes que autodisciplinarte y decir “basta, tengo que escribir ya”. Entonces vienen las noches en vela, los paseos arriba y abajo como alma en pena, hablando solo, interpretando los diálogos hasta que suenan a tu gusto. Más de una vez saltas como Arquímedes cuando una idea te golpea, y corres en busca de bolígrafo y papel para plasmarla antes de que se desvanezca. La pasión es el secreto de escribir una novela, aunque creo que es, como todos, un secreto a voces.

 

¿Cuesta más escribirla o conseguir que se publique?

 

¡Que te la publiquen, por supuesto! A mí me gusta mi novela, pero estoy convencido de que hay grandes manuscritos esperando su oportunidad y que algunos de ellos jamás la tendrán. Mi primera novela (de ciencia ficción) pasó sin pena ni gloria por despachos y concursos, y fue muy doloroso para mí cuando comprendí que nunca se publicaría. Con esta he sido más afortunado: he tenido la suerte de conocer a las personas adecuadas en el momento adecuado, sobre todo Antonio Penadés, un escritor tan brillante como generoso, y mi editor, Javier Baonza, un hombre que persigue la calidad como un prerrequisito imprescindible, que exige y se exige. Sin ellos, esta novela jamás hubiera visto la luz.

 

Algunos escritores pierden la inspiración y se bloquean en algunos puntos de sus obras. ¿Te ha pasado eso alguna vez?

 

¡Continuamente! En un mal momento te atascas, escribes un párrafo, lo rompes, paseas como un león enjaulado... A veces no puedes escribir ni una línea decente en semanas. De repente (otra vez como Arquímedes) la solución te llega sola, y suele consistir en un cambio radical de planteamiento. Es algo frustrante cuando te sucede, con un gran y liberador alivio cuando se resuelve.

 

Layos transcurre en una época bastante remota. ¿Qué cantidad de los datos de la novela son hechos y cuáles son suposiciones?

 

Hay un principio en el que creo firmemente: si no es historia, no es novela histórica. Nadie puede saberlo todo y seguro que habré cometido algún error, pero me he esforzado al máximo por evitarlos. Tratándose de una época tan lejana, ha sido inevitable rellenar lagunas, pero en modo alguno me he permitido falsear lo conocido.

 

La ambientación, la arquitectura, el mobiliario, la estructura de una galera, ese tipo de cosas, son históricas. He cuidado particularmente los pequeños detalles de la vida cotidiana, como la cocina, por ejemplo. Un personaje de la Edad del Bronce no puede comer huevos de gallina, porque fueron introducidas en Grecia por los persas; si la arqueología nos habla de hueveras de bronce, y el tamaño es el de un huevo de oca, entonces puedes representar a tus personajes comiendo huevos de oca pasados por agua, pero no huevos fritos de gallina.

 

La mayoría de personajes (Layos, Crísipos, Menoikes, Damasístratos, etc) son mitológicos, aunque posiblemente existieron realmente, pero otros son ficticios (como Periandros o Eudoros). La relación entre ellos, aunque basada en modos de conducta propios de la época, tiene mucho de ficción, como en cualquier novela. Algunas partes del texto son reconstrucciones plausibles de lo que pudo haber sucedido, pero que no pueden demostrarse, como la interpretación del mito de los Spartoi, la historia de los pueblos prehelénicos o el trayecto de la fuga de Layos.

 

Algunas cosas sorprendentes, como la existencia de un acueducto subterráneo en Tebas o la red de ingeniería hidráulica del lago Copais, son rigurosamente ciertas.

 

¿Cómo te documentaste para conseguir la información necesaria para escribir el libro?

 

Con mucho trabajo, la verdad. Esta época es menos popular y no hay tanto a disposición del público. Muchas referencias bibliográficas son inaccesibles, bien por tratarse de textos descatalogados, bien por tratarse de publicaciones sólo para suscriptores o para miembros de ciertas sociedades. Pero bueno, con tiempo (y tirando mucha basura a la papelera) se puede conseguir lo necesario.

 

Hay algunos libros clásicos, como “Grecia en la Edad del Bronce” de Emilly Vermeulle o “El mundo micénico” de Chadwick, que son la base sobre la que empezar el estudio, al ser a la vez completos y sencillos; no obstante, están limitados por su temprana edición, faltando algunos datos de descubrimiento más reciente. Hay libros recientes, sobre todo españoles, que incluyen las últimas novedades; “Los orígenes del pueblo griego”, de Luis García Iglesias, es un buen ejemplo, aunque no el único.

 

También podemos recurrir a la historia de pueblos contemporáneos a los griegos, como con “El reino de los Hititas” de Trevor Bryce, o “Troya y Homero” de Joachim Latacz; este último es, además, un buen tratado de lingüística. Estos libros tienen dos misiones: un panorama general sobre la época en sociedades mejor conocidas, y una visión de los griegos desde el punto de vista “del otro”.

 

Las revistas de Historia también son una ayuda muy valiosa, pero es difícil buscar datos concretos una vez ha pasado el tiempo, por lo que obligan a estar tomando notas o bien a fotocopiar y archivar por separado los artículos de interés: desde los estudios de hidrodinámica de una galera hasta la noticia del hallazgo de un pecio. Con el tiempo puedes llenar varios archivadores.

 

La mitología es de gran ayuda, y sobre ello hay mucha más información. Es curioso lo mucho que los mitos pueden enseñarnos sobre un pueblo.

 

Homero es imprescindible. El “catálogo de las naves” contiene más información geográfica y toponímica que muchos tratados modernos. Para el medio físico, Pausanias es de gran ayuda.

 

Luego hay que estudiar temas concretos, como los diferentes estratos sociales y sus relaciones (“Historia Social de Grecia”, de Fritz Gschnitzer), la gastronomía (“El arte de comer en la Antigua Grecia”, de Mª José García Soler, o “La cocina más antigua del mundo”, de Jean Bottéro), y así un largo etcétera. Como anécdota curiosa, durante la gestación de la escena del jabalí, mi mujer se extrañó con mi aparente y repentina pasión por revistas de caza.

 

Al final acabas con varias estanterías llenas, aunque hace falta muchos años para recopilar todo el material.

 

En la novela se mezclan de manera original mitología e historia. ¿Crees que todas las leyendas mitológicas tienen parte histórica?

 

¡Por supuesto! Los mitos son historias reales que se han embellecido con el tiempo y la transmisión oral. Los poetas añaden cada vez más detalles fantásticos, o cruzan entre sí distintas historias, hasta que el suceso original es difícilmente reconstruible.

 

¿Qué te atrae más, la mitología o la historia?

 

No son excluyentes. La Mitología nos habla de héroes magníficos, de dioses, nos ofrece un mundo fantástico y hermoso. La Historia trata de hombres mortales, que vivían y sufrían como nosotros. Ambas me atraen desde pequeño: la Mitología, desde que cayeron en mis manos los libritos de Editorial Católica que pretendían demostrarme lo falsos que eran los dioses del paganismo; la Historia, desde que vi las primeras películas ambientadas en la antigüedad y leí los tebeos que adaptaban a Walter Scott o Emilio Salgari.

 

La Mitología es una fuente inagotable de belleza. La Historia, literaria o científica, es una magnífica novela de aventuras.

 

Mitológicamente se ha maltratado bastante el personaje de Layos. ¿Qué te hizo decidirte a dar una versión tan alternativa del mismo?

 

Para empezar, me llamó la atención que no se ha conservado ninguna obra sobre él. A pesar de que el “ciclo tebano” es muy importante en la mitología y la literatura griegas, Layos, a diferencia de otros personajes de este ciclo, no es el protagonista de ningún escrito; siempre es el eterno secundario. Tenemos tragedias para Edipo, Eteocles, Polínices, Antígona. Hay hermosas leyendas sobre Amfión y Zethos, Níobe, Antíope, Dirce, Licos... ¿Qué pasa con Layos? A mí me parecía un personaje muy interesante: el introductor humano de un"pecado" que estaba reservado a los dioses (Zeus y Ganímedes, Apolo y Jacinto).

 

Un día cayó en mis manos un artículo, "Layos, el padre ausente de Edipo", casualmente, al leer un ejemplar de "Historia y vida" comprado por otro motivo. Lo que hasta entonces había sido interés se convirtió en obsesión. Cuanto más intentaba documentarme sobre el personaje, más versiones contradictorias hallaba y mayores eran las lagunas. Tomé la decisión de escribir una novela que devolviese la dignidad a un personaje injustamente tratado. Ya había pensado con anterioridad en Pilatos, Judas o Caín, pero Layos era mucho más atractivo.

 

Además, a Layos se le maltrataba por no ajustarse a los cánones de la época clásica. La relación homoerótica tenía unas reglas que definían lo que era de buen y de mal gusto, y la pasión extrema era censurable. Layos se apasiona tanto por Crisipos que llega a raptarlo, y eso era imperdonable para la moral del siglo de Pericles. Hoy en día, no creo que nadie deba ser atacado por amar con pasión.

 

Por supuesto, algún día espero escribir sobre Pilatos, Judas y Caín.

 

En el libro se muestra un tratamiento de la homosexualidad de una manera diferente a la que se suele conocer de Grecia. ¿Está idealizada la concepción que tenemos de la sociedad griega en este aspecto, o la diferencia se debe a la de épocas entre la de la novela y la que más conocemos?

 

Idealizada no, idealizadísima. Hemos pasado de la negación de los hechos (¿cómo iban los griegos a hacer eso?) a imaginar un paraíso gay donde se encarnaban los más altos ideales del amor cortés, con efebos en lugar de princesas. Yo recomiendo la lectura de “Homosexualidad Griega”, de Kenneth James Dover, una obra con defensores y detractores pero que no deja a nadie indiferente.

 

En cuanto a la época, no se pueden comparar dos sociedades que están separadas ochocientos años entre sí, como tampoco podemos compararlas con nuestro propio mundo. Pero creo que algunas cosas no cambian: amor, odio, pasión, cambian la letra pero suenan con la misma música.

 

En la página hemos hablado alguna vez de si el escritor nace o se hace. ¿Has sentido desde siempre la tentación de escribir o te surgió ya con una edad?

 

Yo era el niño que escribía poesías y cuentos en el colegio, que ponía letras nuevas a las canciones, que me atrevía con obras cortas de teatro, que escribió su primera”novela” en el instituto. No sé si el escritor nace o se hace, no sé si hay un talento natural o es más importante la formación, pero sí sé que hay pasiones que se forjan desde una edad muy temprana, y que la escritura es una de ellas.

 

¿Qué te decidió a escribir sobre una época tan poco tratada en comparación con otras como la Edad del Bronce?

 

La mayoría de los mitos griegos tienen su origen en este período; para un enamorado de la Historia y de la Mitología, esta es la época en que ambas confluyen. También es la edad de los grandes héroes. Es la era en la que se desarrollan las grandes civilizaciones del Creciente Fértil, cuyos nombres acarician nuestros sueños: Egipto, Mesopotamia, Hatti. Y es el escenario de las primeras obras literarias de nuestra civilización: la Ilíada y la Odisea.

 

¿Qué consideras más importante en una novela histórica, la veracidad histórica de lo narrado o la coherencia del argumento y la capacidad de enganchar al lector?

 

Por supuesto, la novela debe ser buena como texto literario; de lo contrario, nadie la soportará. Pero ya he dicho que si no es Historia, entonces no es novela histórica. El lector tiene tendencia a creer en la veracidad de la letra impresa y, si introducimos errores en nuestro escrito (por ignorancia, negligencia o mercantilismo), estaremos haciendo algo imperdonable: propagar la falsedad. El escritor tiene una responsabilidad con sus lectores y no puede mentirles.

 

Y para cerrar la entrevista, ¿tienes algún otro proyecto literario en mente?

 

Si los Hados lo permiten, pienso volver a la Edad del Bronce para narrar una historia ambientada en el ocaso de ese mundo. A petición popular, además, incluirá algo de mi profesión, la medicina.

 

Buena suerte con ese proyecto y gracias por dedicar tu tiempo a esta entrevista.

 

Gracias a vosotros por prestarme vuestra atención.

 

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