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Félix Royo
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José Ramón Giménez Corbatón (ojo, no confundir con el otro escritor más famoso: Jiménez)
http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Gim%C3%A9nez_Corbat%C3%B3n

Es un escritor de Zaragoza, centrado sobre todo en relatos. Tal vez Juan o Fernando sí que hayan tenido la oportunidad de leer algo de él.

El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación ¦

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Patapalo
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Pues me temo que no, pero me lo apunto, que siempre me gusta descubrir autores de Zaragoza.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Félix Royo
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Como es complicado conseguir sus libros (aunque en algunas bibliotecas públicas aragonesas los tienen) voy a transcribir (espero que no le importe a mi exprofesor) a continuación un relato (he buscado al azar uno que fuese corto) para que podáis juzgar.

___Un largo invierno___(El Hongo de Durero, 2001)
__Entregó las riendas de su montura con desgana, súbitamente alertado por el aire lúgubre del gañán que le tendía las manos. El joven Samuel de Rozas, impregnado aún en los aromas de una campiña tan nueva para él como la lengua que hablaban sus pobladores, contempló la alta escalinata al tiempo que un escalofrío le recorría la espalda. En el último descansillo, frente a la puerta cuyo remate ojival acertaba a distinguir desde donde se encontraba, lo aguardaba la mujer que había hecho propagar una llamada de auxilio viva y perentoria: su inminente esposa.
__Lomas abultadas de flores, sendas salpicadas por un sol matutino, arrullos de agua, voces de pastores que rebotaban entre los altivos roquedos, un sinfín de sensaciones que mantenían viva la esperanza en una decisión irreflexiva. Segunda de Chesnay, viuda y dueña del mayorazgo de Hert, en su más espléndida lozanía, solicitaba un administrador avezado a quien ofrecer ganancias y lecho con el probable designio de resolver desvelos y soledad. Samuel, hastiado de una vida de pasante sin sobresaltos, no tardó en decidirse; se hizo acompañar tan sólo por un traductor que le facilitara el complejo ejercicio de sus funciones.
__Pero aquel rostro lívido, su gesto entre cansino y huraño y, por encima de todo, el sombrío capirote que cubría al caballerizo, le hicieron titubear unos instantes. Salvó los escalones de piedra con aprensión, volviéndose cada poco a comprobar si Tadeo, su acompañante, le seguía con pasos más serenos que los suyos.
__Las facciones de Segunda de Chesnay no defraudaron, en cambio, sus ilusiones: las líneas regulares, el destello verdoso de los ojos, la curva delicada de los labios turgentes, el pecho firme que la tela de seda dejaba presentir; y, aún más, el aplomo del porte, adelantado, acogedor, difuminaron por el momento cualquier atisbo de duda. Ayudado por Tadeo se cruzaron los saludos de rigor y, de inmediato, otro sirviente caperuzado condujo a ambos a los dormitorios que les tenían dispuestos.
__El caserón era inmenso, una de esas villorías de pasado más próspero y glorioso que el que sus ruinas actuales aciertan a dibujar. Muebles vetustos, estancias casi vacías, alacenas mohosas, pasillos tenebrosos que nadie cruzaba desde hacía años y, en la parte trasera, un jardín confiado a los caprichos del tiempo, devorado por la maleza. La viuda y sus criados apenas ocupaban el primer piso, dejando los restantes a moradores más rastreros y voraces. Fatigado, Samuel de Rozas despidió a su intérprete no sin antes encomendarle algunas pesquisas que le ayudaran a medir lo acertado del impulso. Hizo que le sirvieran la cena y acudió presuroso a la llamada del sueño.
__El propio Tadeo abrió de par en par, por la mañana, los postigos de la alcoba: la primavera, en su apogeo, y las palabras del fiel criado terminaron de barrer los últimos restos de inquietud que atenazaban su mente. El mayorazgo de Hert, aunque algo menguado tras la desaparición trágica de los últimos propietarios, teñido en su conjunto por la tristeza declinante de Segunda de Chesnay, ansiaba el latir de una sangre nueva que le permitiera reemprender la marcha detenida. Tadeo había hablado a los criados con quienes compartió la cena en las cocinas: hasta el último de ellos deseaba un amo que, pretórico de ideas, avivara la hacienda y despabilara el espíritu dormido de la dueña. Samuel podía contar con la fuerza de todos aquellos brazos.
__Cuando, un mes más tarde, contrajeron matrimonio en la capilla del mayorazgo, éste bullía ya de mil labores recién emprendidas; se roturaban los bancales, se cosechaba la poca mies aprovechable, se limpiaban de rastrojo las lindes, se reparaban las sendas envejecidas, se saneaban las acequias y el aire de los graneros; la hacienda entera sonreía con inusual ajetreo. Samuel, que no se separaba de su criado, acudió a una feria cercana en busca de sementales para renovar la cabaña. Cada gesto hacía presagiar un porvenir benevolente, largos años de prosperidad en el trabajo, esa calma laboriosa que hace dichosos a los hombres.
__Advirtió el frío desde la primera noche: al estrecharla entre sus brazos, fue como abarcar a una muerta. Y, sin embargo, ella lo inundaba de pasión, haciendo gala de una entrega que Samuel no había hallado antes en mujer alguna. A partir del instante en el que sus cuerpos se conocieron, se sintió anegado de besos álgidos, de saliva como nieve. La carne poseía un eco de escarcha invernal.
__A medida que la amaba se emblanquecía el deseo; aquel sudor impávido le nutría la sangre. Era lo mismo encontrarse en el cauce profundo de las sábanas o en la ribera fértil del arroyo: ella le prodigaba la hermosura fija y aterida de un cadáver. Sus brazos transmitían la inmensidad de un páramo iluminado por la luna.
__Samuel de Rozas, sabedor de que nunca rehuiría la llamada cavernosa de su cuerpo, trataba de agotarse en los esfuerzos del trabajo: todo resultaba vano. Segunda de Chenay acudía en su busca hasta el rincón más alejado de la hacienda y, bella y generosa, le inoculaba el cristal robusto de su espasmo. Un viejo molino desatendido, nido ya de murciélagos, o el hayedo tamizado de sol que lo circundaba, servían por igual a la entrega intensa y muda. Sucumbían ajenos al crujir de los árboles o al relámpago de los alados. Y pasó el verano. Y arroparon su gozo en las hojas doradas del otoño. Y nació por fin el día que anunciaba un largo invierno.
__Todo parecía morir. Se cubrío la villoría de Hert con una gasa de hielo. Sólo ellos, para entonces, poseían la savia urgente que permite amarse más allá del tiempo.

El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación ¦

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