De espaldas a las tres personas del salón, el joven de veintiún años observa a través de los vidrios emplomados la borrasca que esfuma el parque. La lluvia densa y persistente se abraza a sus pensamientos lúgubres y la parte italiana de su apellido, que añora el sol y los veranos radiantes, reflexiona:
— Es estúpido estar en Suiza si estos atardeceres son idénticos a los de Inglaterra, llegamos buscando el verde restallante y sin embargo…
Escuchó la risa fuerte a sus espaldas, la carcajada de Byron rebotando sobre la boiserie de caoba del salón de fumar. Y su voz con el tono exacto entre la burla y el desdén:
— ¡Estos atardeceres son iguales a los que deseábamos abandonar! Continuamos en Inglaterra ¿no les parece?
El joven Polidori, alarmado, creyó haber dicho sus pensamientos en voz alta, se negaba a nuevas comuniones secretas con el hombre aborrecido. Y se aseguró de pensar solo para sí:
— Estas coincidencias, estas observaciones sincrónicas y sus preferencias ocultas bajo las sábanas llevan mi rechazo, mi asco y mi desprecio hasta el límite del pavor! ¿Pavor? ¿Por qué ese miedo oculto en una reunión de amigos?
Se volvió de cara al salón y observó… Shelly casi invisible en la penumbra final del salón, Mary solo un cuello y manos blancos emergiendo del sillón de pana verde junto a la biblioteca y, caminando círculos sobre la alfombra de Esmirna, impaciente, con su bata adamascada y la pipa olorosa acercándose a la boca de rictus burlón, estaba él, su paciente, ese Byron envidioso y competitivo, el del monólogo irresistible, el romanticismo escrito y la soberbia expuesta. Lo escuchó decir, coreado por la voz en sordina de Mary, el apelativo que ya era habitual en ellos: ¡El pobre Polidori está impaciente, creo que ni siquiera el viento, la lluvia y esta casa alejada de todos pueden hacer que escriba algo de valor!
Una ráfaga ventosa hizo crujir los postigones que gualdrapearon contra las paredes y el viento aullador pugnó entre los intersticios.
— ¡Un verano que no es verano! — susurró Mary con la vista baja y los dedos cuadrando el libro sobre su regazo.
— Noche de conjuros y brujerías… _ musitó a lo lejos Shelley como temeroso de expresarlo a viva voz.
— Noche de presagios y temores, pensó el joven Polidori con incipiente pavor. ¿Por qué el pavor en una reunión de amigos?
Como no podía ser de otra manera, cuatro mentes creativas en un recinto cerrado, con la lluvia insistente y las oscuridades cercanas solo podían pensar en el intento. La idea tomó forma cuando la risa sonora cesó y la voz, con mucho de ironía y desprecio, autoritaria e impaciente, casi gritó:
— Los desafío a escribir una historia de horror, con sangre y con desesperación. Si el tiempo soleado y verde nos es esquivo, usemos la borrasca del exterior y la de nuestros pensamientos para nuestra creación. Rebauticemos a esta residencia, a ver… Purple Manor y a escribir!
Después de ese atardecer, Mary y John Polidori bucearon en lo bentónico de su intelecto buscando caminos tenebrosos. La postura filosófica y el ateísmo de la mujer encontraron, unos días más tarde, el sendero junto a su Nuevo Prometeo; para el joven, el camino era menos simple y más escabroso. Su mente en blanco intentaba una y otra vez… Necesitaba un conjuro, una alianza con lo inesperado, un recurso brujeril ineludible.
El desafío lanzado en el salón de fumar era el pasaje para terminar con el desprecio de Byron, con su soberbia y su dominación. Pero los pensamientos no se organizaban…
Continuaba lloviendo con una lluvia implacable que quitaba olores y colores al exterior y el joven John supo que lo enigmático debía buscarlo en el interior de la casona, en esa mansión solariega que se derramaba estirándose en largos pasillos y rincones secretos. Los recorría incansablemente, candelabro en mano, atreviendo manchas de claridad por los corredores infinitos. Y descubrió nuevos aposentos, buhardillas somnolientas, resecas escaleras y goznes olvidados.
La ventisca, siempre presente, acunó aquella tarde en que…
El pasadizo estrecho, tanto que sus brazos rozaban las paredes tapizadas de terciopelo gris, albergó su paso cauteloso y su cuerpo tenso como protegiéndose de un temor innominado. La atmósfera oprimente no impidió que observara como la suavidad de las paredes se tornaba, imperceptiblemente, en púrpura, en rojo, en azul sombrío y finalmente en negro, en un negro extraño en donde la luz indecisa de las velas descubría arañas diminutas e insectos en colmena. El acecho creció unido al olor nauseabundo que anticipó la puerta oval, apenas dibujada sobre el terciopelo oscuro. Reflexionó que era la alquimia perfecta para una idea nueva o…para el pavor: olor fétido, crujir de alas, arañuelas entre los cabellos y susurros entre las sombras.
Franqueó la puerta, por un instante se detuvo a pensar si allí encontraría la trama para su escrito, el valor para superar a Byron o tal vez…esa muerte prematura que su espíritu buscaba.
Sus ojos se estrecharon acostumbrándose a la oscuridad, poco a poco los contornos forjaron a la mujer alta y delgadísima vestida de bermellón, apenas recortada sobre el fondo lúgubre del cuarto sin ventanas. Las velas chisporrotearon en su agonía y el olor de la cera se mixturó al deleznable de la descomposición.
Polidori sintió como las gotas heladas del miedo se derramaban desde su nuca a través de la espalda rígida bajo el levitón, pero se forzó a mirar…Ojos, solo ojos flotando sobre la nada, fosforescentes, amarillos, mirándolo con fijeza amenazante. Y algo más, el vestido blando que ondulaba vívidamente.
La mujer avanzó un paso, algo blando y estirado como una vaina vacía se bamboleaba en el lado izquierdo de su pecho, fláccido, con su pestilencia a sangre vieja y a sacrificios pasados. Eso no puede pertenecer a ella, se dijo, mientras observaba sobre el rojo oscuro del vestido, el seno marchito, el único seno, colgando como un lienzo blanco, sin vida ni nutriente. Si la visión era hórrida lo fue más ver como ella tomaba sus dos manos y las colocaba sosteniendo el pecho blando, helado y vacío. Y él pensó en muerte, en sangre, en despedidas… Cerró los ojos, aguardando el final que no llegó, solo la sensación de sus dedos separándose mientras el pecho crecía y crecía, abultándose, como un inmenso parásito henchido de hedor. Lo vio acercarse a sus labios, con la piel tirante que transparentaba el líquido que bullía en su interior y derramarse en un torrente tibio sobre su rostro.
Se separó despavorido y supo que ningún tiempo ni ningún aseo quitaría la fetidez de sus manos ni la visión de su mente. Huyó por ese pasillo que lo alejaba del engendro, en medio del revoloteo de insectos ocultos y murmullos sibilantes…
Una tarde idéntica a la del inicio, a la del conjuro, a la del desafío despiadado. Continuaba lloviendo. El viento vociferaba letanías inconfesables.
El vampiro metafórico repetía círculos sobre la alfombra de Esmirna; Mary junto a la biblioteca; Shelly enmudecido entre espirales atabacadas y el joven Polidori despreciando secretamente al hombre que absorbía su dignidad. Ya no le molestaba su ironía ni la nueva idea de Mary, él tenía el esbozo de su vampiro junto al recuerdo inalterable del olor atroz y la bebida deleznable.
Ya me extrañaba a mí que nadie, en ninguna de las dos convocatorias, fuera a recurrir a la conocida tarde de 1816 para otorgarle un manido homenale a John William Polidori.
Reconozco que la idea del relato me gusta. Me parece interesante recrear esa escena para introducir un relato de brujería. Pero me temo que no he visto a "la brujería" como tema principal, y tampoco me parece que este relato vaya más allá de la escena propiamente dicha. Me habría gustado ver alguna interación entre los personajes que rompiera el esquema que ya conocemos y aportara algo nuevo a la historia. En cuanto a ortografía y estilo narrativo; he visto alguna errata (como un _ que sustituye por error al guión de diálogo) y una repetición constante en los adjetivos que más que dibujar el escenario, lo emborronan.
En resumen: la idea podría haberse trabajo mucho más y utilizarla como base para crear algo más original. Como opinión muy personal (y siempre desde el respeto), me gustaría recalcar que este relato me parece más la proyección de dicha anécdota que una historia per se. Da la impresión de que la autora ha buscado la manera más cómoda y rápida de hacer un homenaje a Polidori. No veo a este relato formando parte de la antología; claro que esto es una opinión mía y no tengo, ni de lejos, la última palabra. Pero propongo que se valore hacer algo así como prólogo de la misma.
1'5 estrellas
Gracias por compartirlo. Saludos y bienvenida al foro.
Giny Valrís
LoscuentosdeVaho