Julia llega a casa y se sienta en su sofá. Está cansada, aturdida. Sobre una mesa baja ha dejado un transportin cerrado; en su interior unos ojos brillantes, dorados, refulgen en una oscuridad total. La muerte de su anciana tía Manuela le ha pillado por sorpresa. De hecho, ni se acordaba de la existencia de su tía. Al revés parece ser que sí; su tía le ha nombrado única heredera. En realidad la herencia es más bien un enojo que una alegría. Únicamente le ha legado un caserón medio en ruinas, en el que la mujer pasó a duras penas sus últimos años, y un gato, que espera en el interior de la jaula y del que ahora tiene que hacerse cargo. Aun así la herencia ha servido para despertar la conciencia y los remordimientos de Julia. Su vieja tía Manuela, esa que de pequeña la invitaba a galletas y que tenía la extraña manía de mirarle la boca y decir que algún día llegaría lejos, que una rueda de una tal Catalina estaba dibujada en su paladar. ¡Chanzas de solterona de pueblo! Pero aun así era una buena mujer, una de esas sencillas mujeres de pueblo, cariñosa, pero con una brillante y severa mirada capaz de detener cualquier travesura. Una mujer callada, trabajadora, que con sus fuertes manos, que siempre exhalaban un aroma a romero, beleño o torvisco, se envolvía en una toquilla negra entre fogones y calderos más viejos aún que la buena mujer.
Esa anciana, solitaria y pobre, se había acordado de ella, de ella que llevaba años sin llamarla escribirla, o sin sencillamente preguntarse si seguiría viva. Julia suspira y vuelve a mirar al transportín. No quiere mascotas; llenan todo de pelo, huelen, arañan los muebles y hay que cuidarlos, alimentarlos, lavarlos y un largo etcétera. Pero ha sido la última voluntad de su anciana tía y tampoco quiere dejar al animal abandonado en un refugio, enjaulado, anhelando un hogar que quizá nunca llegue. Finalmente se decide y abre la puerta. El gato salta ágil, elegante, estirando su cuerpo negro azabache para aterrizar en el suelo. Al instante se sienta, tranquilo, inmóvil, contemplando a Julia con una mirada penetrante, una mirada que la asusta, una mirada que parece leer en su interior. Incorporándose, el animal camina elegante, midiendo sus pasos y poniendo un pie delante de otro como una modelo en una pasarela, como una pequeña pantera en medio de la selva. El animal se acerca a Julia, y restregando su cabecita por las piernas de la misma, emite un leve maullido de cariño
***
Es de noche, Julia se encuentra en su casa, tumbada en el sofá, meditativa, triste. No es la muerte de su tía lo que le aflige, no. De eso ya hace más de cuatro meses. Lo que le aflige es el amor, o más bien la falta de él. Tiene casi treinta y dos años y sigue sola. Sola, pero enamorada, enamorada como una colegiala de Arturo: su compañero de trabajo. Es alto, guapo, transmite seguridad en cada gesto, en cada ademán. Su voz es cálida y tranquila, y sus manos son grandes y fuertes, sensuales. Pero Julia no se atreve a decirle nada, apenas habla con él salvo lo imprescindible. Y Julia se siente tonta por tener esos miedos de adolescente, idiota por no atreverse a romper con esa soledad que la atrapa y que tanto teme. Y en ese sofá, llorosa, envuelta en una manta que le protege del mundo exterior, lamenta su desdicha. Su gato, tumbado sobre su regazo oye sus cuitas y penas. Ella le cuenta lo sola que se siente, lo que ama a Arturo, su miedo al futuro, sus ganas de ser madre. Y el gato, ese gato de mirada penetrante parece entenderla como pocos humanos serían capaces de entenderla. Ese animalito que parece leer en lo más profundo de su alma, estira su pata delantera y la posa sobre la mano de Julia, exactamente como haría un amigo, con un gesto que parece querer decirle “ánimo, no estás sola”
Al día siguiente es un día normal, un día anodino en ese mes de noviembre. Un día en el que Julia en su trabajo procurara centrarse en sus números, sus mails, y sus papeles. Un día en el que, como todos, procura no pensar en Arturo, en ese Arturo que se ha puesto ese traje gris que tan bien le sienta y esa preciosa corbata verde esmeralda. Pero algo sucede ese día, al salir Julia y Arturo coinciden en la puerta de la oficina, tímidamente Julia dice adiós, un adiós que es respondido con otro adiós cortés y trivial. Julia en ese momento, sin saber cómo, cae al suelo. Arturo, educado se acerca a levantarla. Ella nerviosa, azorada, sin saber cómo se ha caído al suelo procura levantarse rápidamente, recuperar su dignidad y compostura, mientras masculla algo relativo a un tacón. Pero al intentar ponerse en pie un grito escapa de su garganta. Dolorida mira el tobillo hinchado que le impide caminar. Arturo le ayuda a levantarse, le dice que se apoye en su hombro y le conduce hasta su coche; insiste en llevarla el mismo hasta casa. Julia, entre dolorida y emocionada, acepta. Llegan a la casa de ella y, con Julia apoyada en el hombro de Arturo, atraviesan la puerta del apartamento. Sobre la mesa, sentado, un gato cuyos ojos parecen refulgir como luceros contempla la escena. Arturo la conduce hasta el sofá, se inclina sobre Julia y la ayuda a acomodarse. Mientras hace esto la mirada inquisidora del felino parece atravesarle la espalda hasta el interior de su pecho. No sabe que sucede, no sabe por qué lo hace, quizá pena, quizá deseo de proteger a esa mujer herida, pero sin saber por qué, Arturo deposita suavemente un beso en los labios de Julia. Unos labios que se cierran sobre los de él, saboreándolos como si del más delicado chocolate se tratase. Las manos de ambos se pierden en el cuerpo del otro, entre sus ropas, como una enredadera que trepa y se agarra a cada hueco que encuentra. En pocos minutos las ropas comienzan a volar y a aterrizar sobre el suelo, la lámpara, o la mesa. Mesa de la que un gato salta al suelo, yéndose como si quisiera dejar intimidad a su compañera de piso, andando feliz, con una media sonrisa en el hocico.
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“La alegría dura poco en la casa del pobre” Pronto recuerda Julia esa frase. Los primeros días tras su torcedura de tobillo, tras ese rato de paraíso con Arturo, todo es arrobamiento, felicidad, un éxtasis permanente. Pero la felicidad se esfuma pronto, tras el tercer día en que juntos se cuelan en el paraíso. Arturo no se lo ha dicho, pero su paraíso es un edén prohibido: Arturo está casado. La dicha da lugar a las lágrimas, el sol, a la borrasca. Y Julia se siente de nuevo sola, engañada. Pero al menos se consuela pensando en que su sueño se ha hecho realidad en parte, aunque luego haya estallado como una pompa de jabón. Pero las cosas pueden ir peor, siempre pueden ir peor: Algo crece en el interior de Julia, una pequeña criatura que comienza a formarse: Está embarazada de Arturo.
Por fin, tras hacer acopio de un valor que Julia no sabe de donde saca habla con el padre de la criatura que se gesta en su vientre. Arturo no sabe apenas que contestar, está casado pero no tiene hijos y desea ser padre más que nada. Pero no puede dejar a su mujer; la ama. Seguramente es el peor dilema al que tiene que enfrentarse Arturo en su vida. Probablemente, tener un hijo sola, es el mayor peso que puede recaer sobre Julia. Dos problemas irresolubles que, casualmente, se resuelven días más tarde. ¿Casualidades? ¿Un guion prefijado que a veces da un giro a nuestras vidas? El caso es que de la forma más absurda, la mujer de Arturo muere pocos días después: atragantada mientras come una manzana.
Arturo se debate entre la pena y el arrepentimiento. No puede consolar su dolor, no puede asumir que la mujer de su vida ya no está con él, que alguien tan joven como ella pueda morir de forma tan súbita y ridícula. Pero no solo la tristeza habita en su pecho, también el remordimiento. Se siente culpable por haber engañado a su mujer. Es un traidor y ha permitido que su mujer muera sumida en el engaño. La ha traicionado y ahora está muerta. Muerta, quizá descubriendo en su otra vida la traición de Arturo en ésta. El llanto anega día y noche los ojos y el alma de un Arturo que incluso llega a pensar en espiar su culpa con su vida, en calmar su dolor poniendo fin a su existencia. Pero Arturo, a pesar de su desliz, de un acto que no sabe que le llevó a realizar, y menos aún a repetir, es un hombre de honor. Alguien que hasta entonces no había hecho caso omiso a sus obligaciones ni había faltado a su deber. Y su deber ahora es cuidar a su hijo, un hijo, que fruto de su engaño le recordará siempre con su sola existencia su culpa. Un hijo al que amará como la criatura inocente que era. Es el momento de asumir su deber, su dicha y su penitencia en compañía de Julia.
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Julia abraza a Arturo, cariñosa, complacida. Éste pasa su mano por su vientre, acariciando a la tierna criatura que se agita en su interior. Apenas queda un mes para que Julia alumbre una nueva vida. Su vientre está hinchado, como una fruta madura a punto de abrirse para dejar caer las semillas de una nueva vida, y ella no puede sentirse más feliz. Arturo la mima, la cuida. E incluso su gato parece preocupado, intentando ver con esa escrutadora mirada a través de su vientre para cerciorarse de que todo va bien.
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Julia no puede ser más feliz; del interior de su cuerpo ha nacido una preciosa niña de casi cuatro kilos. Está sana, feliz. Es una niña que constantemente ríe y que observa todo con unos enormes ojos abiertos de par en par. Una niña, que al igual que su madre y su abuela, ha nacido con la marca de Santa Catalina en su paladar. Una niña a la que tanto su madre como su padre adoran, una niña de la que incluso el gato parece estar pendiente. Un gato al que Arturo no le deja acercarse a la criatura por miedo a que, en un ataque de celos, la mascota pueda atacar a tan frágil criatura. Pero es difícil controlar a un gato, son seres sigilosos, astutos, nocturnos e inteligentes.
Es una noche de luna llena, de una luna tan grande que sus rayos entran a raudales por la ventana, iluminando plácidamente la cuna de la niña. No solo es la noche perfecta, es además la última noche antes de que la niña sea bautizada. Mientras Arturo y Julia son presos de un sueño profundo, pesado, la niña duerme tranquila, sosegada, en el interior de su camita. El gato logra acercarse hasta ella. Silencioso, salta sobre una mesilla situada cerca de la cuna. Está a un paso de esa débil e inocente niña que duerme ajena a todo peligro. El gato clava su mirada ígnea en la niña, con la concentración de un depredador antes de saltar sobre su presa.
Amanece y Julia despierta sobresalta por un extraño temor, quizá remedo de pesadillas olvidadas con la luz del día. Se acerca al lecho de la niña y ve al gato, sentado sobre la mesilla. Éste le mira con una mirada bobalicona, atontada, inocente “Qué raro está este gato hoy”, piensa Julia, mientras se acerca a la cuna. En su interior su niña abre los ojos y la observa fijamente, con una inteligencia impropia de un bebé y un breve destello dorado en la mirada.
Hola, Lord_Ruthven. Este relato está mejor narrado que el otro que publicaste, titulado “Cómo conocí a vuestra madre”; por lo menos para mi gusto.
Se repite de nuevo la muerte de la pareja del ser amado y el modus operandi, aunque desde diferente perspectiva. Enhorabuena por el trabajo.
Si he de ser sincero, no lo veo muy original en los detalles: una herencia, la bruja clásica delante de los calderos, un gato negro, el compañero de trabajo, los atributos que describen a Arturo, el propicio accidente, la escena de sexo, la muerte por atragantamiento… Aun así es un relato redondo y se resuelve con ese hilo de misterio y sorpresa que todo lector anhela.
Los personajes son un poco acartonados, con objetivos estandarizados y estereotipados. No me sentí identificado con ellos, ya que no muestran complejidad humana.
Hay varias reiteraciones y cacofonías que no favorecen a la narración, como:
« …en ese Arturo que se ha puesto ese traje gris que tan bien le sienta y esa preciosa corbata verde esmeralda. Pero algo sucede ese día»
«Seguramente es el peor dilema al que tiene que enfrentarse Arturo en su vida. Probablemente, tener un hijo sola, es el mayor peso que puede recaer sobre Julia. Dos problemas irresolubles que, casualmente»
« Una niña, que al igual que su madre y su abuela, ha nacido con la marca de Santa Catalina en su paladar. Una niña a la que tanto su madre como su padre adoran, una niña de la que incluso el gato parece estar pendiente.»
Hay párrafos donde se nota un ritmo genial, una narración con fuerza como en:
« Es de noche, Julia se encuentra en su casa, tumbada en el sofá, meditativa, triste. No es la muerte de su tía lo que le aflige, no. De eso ya hace más de cuatro meses. Lo que le aflige es el amor, o más bien la falta de él. Tiene casi treinta y dos años y sigue sola. Sola, pero enamorada, enamorada como una colegiala de Arturo: su compañero de trabajo. Es alto, guapo, transmite seguridad en cada gesto, en cada ademán. Su voz es cálida y tranquila, y sus manos son grandes y fuertes, sensuales. Pero Julia no se atreve a decirle nada, apenas habla con él salvo lo imprescindible. Y Julia se siente tonta por tener esos miedos de adolescente, idiota por no atreverse a romper con esa soledad que la atrapa y que tanto teme. Y en ese sofá, llorosa, envuelta en una manta que le protege del mundo exterior, lamenta su desdicha.»
Esperaba que siguiera así…
Revisaría algunas tildes olvidadas (muy pocas) y este leísmo que resalta demasiado:
« Arturo le ayuda a levantarse, le dice que se apoye en su hombro y le conduce hasta su coche»
Pero son fallos asumibles y no los tengo en cuenta para difrutar del texto. El único fallo que le veo a la trama es su frase final.
Se supone que el gato ha hecho algo en la niña, tal vez le ha otorgado el don de su antigua dueña o la ha poseído su espíritu… no queda claro. Solo sabemos que tiene “un breve destello dorado en la mirada” el cual no podemos asociar con nada que haya salido antes en la narración (por cierto, tal vez quede mejor “leve destello”), o tal vez no lo he visto y esto que te comento es una torpeza por mi parte.
Se entiende que el gato tenía el espíritu de la tía y lo trasvasa al bebé, se puede ver la intención, pero no es concluyente según mi interpretación.
Son pormenores que comento por aportar algo constructivo y no los veo fallos graves para el disfrute.
Si el relato se leyera fuera de la temática del certamen, incluso la sorpresa final iría creciendo a medida que avanza, eso es una buena jugada.
Bueno, perdón por mis diatribas. Mi votación es para un relato dentro de la temática, compacto, sin cabos sueltos y de satisfactorio final. Aunque poco original, logra sorprenderte con el resultado. Gracias por el esfuerzo de colgar dos relatos, eso puntúa a tu favor
★★★☆☆