Placebo

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Takeshi
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Poblador desde: 18/09/2021
Puntos: 10

Me llamo Takeshi Saito, un nombre de lo más corriente. Mi carácter y mis rutinas también lo son, de hecho, si bien es cierto que ocasionalmente alguien me reconoce mientras hago la compra en el supermercado o paseo por el parque con mi akita.

En su mayoría se trata de jóvenes devotos de alguna de mis novelas que ha terminado adaptada en forma de manga o película de escaso presupuesto. A menudo muestran una curiosidad ávida, casi enfermiza, por conocer ciertos aspectos de mi vida. Intento complacerlos en la medida de lo posible, sin embargo, hay una historia que nunca me atrevo a compartir con ellos.

No es que la esté reservando para convertirla en una obra destacable algún día, al tratarse de una experiencia personal lo descarto con rotundidad. Supuso, eso sí, el germen de mi creación literaria y son otros los motivos que me llevan a omitirla.

Sucedió años atrás, cuando era estudiante de secundaria en el instituto de Yokohama.

De la noche a la mañana apareció un bulto en la cara dorsal de mi muñeca izquierda. No era mucho mayor que un grano de arroz al principio. Resultaba incómodo, desde luego, pero siempre he sido tolerante al dolor y pensé que cesaría con el paso de los días. El bulto, sin embargo, creció rápidamente y pocas semanas después reventó supurando un pus amarillo y fétido. Fue entonces cuando decidí acudir al hospital donde obtuve un diagnóstico definitivo de osteosarcoma.

Prescindir del misterio es algo que no debería permitirse nunca un buen novelista, pero como ya he comentado se trata de una vivencia real y no de una de mis ficciones. La verdad de este hecho, que no agravié al jefe de un clan yakuza ni cerré un pacto con un demonio a cambio de un éxito más que relativo, resultará sin duda decepcionante para los aficionados que especulan con todo tipo de hipótesis en los foros de internet.

Ahora me permito ciertas frivolidades, pero entonces quebró mi integridad física y emocional.

Y es que, a mi regreso al instituto, la realidad me arrastró como un tsunami. No solo había perdido un año respecto a mis compañeros, también me habían arrebatado el beisbol, el baloncesto, el kendo…

Mutilado y apartado.

Llegué a considerar que mi vida carecía de sentido. Las palabras de mis compañeros, amables en todo momento, en el fondo denotaban una compasión mórbida. Lo peor era la imposibilidad de canalizar toda esa frustración, ni siquiera tenía a quién culpar por mi propio infortunio.

Una noche apareció el dolor en la mano muerta.

Pensándolo fríamente, no habría de resultar extraña la sensación de un apéndice seccionado, inexistente, tan semejante a perder para siempre a la persona amada. Se tornaba enajenante, sin embargo, que esa parte de mí lograse traspasar el velo de la inmaterialidad en mitad de la noche, lo que terminaba por provocarme unos gritos de angustia genuina.

Acudí a la consulta de diversos especialistas para tratar de paliar mi dolencia. Todos coincidieron en denominarlo el síndrome del miembro fantasma. La conclusión fue que mi cerebro trataba de asimilar que ya no poseía mano infligiéndome aquellos episodios de insufrible hormigueo como si una marabunta hambrienta devorara mi carne.

De tratarse de una novela, sería el momento adecuado para que el protagonista aprendiese una valiosa lección vital y regresase con fuerza para superar todas las adversidades presentadas ante él. En el mundo real, en cambio, aprendes que a veces la vida te golpea sin más. Y la única lección por aprender es que no existe ninguna.

El dolor persistía noche tras noche robándome el sueño sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

Durante el día empleaba las horas muertas que me otorgaban las clases de gimnasia de las que ahora estaba exento para vagar por el instituto. Subía a la azotea y me estiraba a contemplar el cielo. En ocasiones llevaba conmigo algún manga o snacks de la máquina del pasillo si me habían sobrado unos yenes del desayuno. No obstante, al rato cualquier actividad se tornaba tediosa, un paupérrimo sustituto de la vida había llevado hasta entonces.

Recuerdo en particular el día que sufrí una intensa cefalea, probablemente inducida por la severa falta de sueño.

Bajé de la azotea y acudí directamente a la enfermería. Era la primera vez que lo hacía; siempre había sido un chico fuerte y sano, nunca lo había precisado.

Toqué la puerta con insistencia y acto seguido abrió una mujer.

Me hizo pasar y estirarme en una camilla.

Cerré los ojos y me entregué a un sueño reparador.

Debí pasar una hora o dos allí estirado en penumbra hasta que el episodio remitió. Había dejado de sentir el dolor de cabeza, tampoco notaba el hormigueo de la mano. Me entristeció pensar que aquellas situaciones pudieran convertirse en algo crónico.

La enfermera me preguntó con una sonrisa encantadora si me sentía mejor.

Asentí mientras la contemplaba con atención. Debía de tener poco más de treinta años y a primera vista no la consideré especialmente atractiva. No se le adivinaba un pecho generoso como a algunas de mis compañeras de clase, aunque su sonrisa sí era bonita. Me embriagó un erotismo ridículo ante el hecho de encontrarnos a solas en aquel habitáculo escolar.

Miyuki, así me dijo que se llamaba, y yo hablamos sobre mi pérdida. Me sonsacó con una facilidad asombrosa los sentimientos que se hallaban sepultados en la profundidad de mi alma. Supuse que no debía de ser el primer alumno que acudía a ella con serios problemas.

Le mostré mi agradecimiento por la gratificante conversación antes de recoger mi mochila dispuesto a marcharme. Algo en mi interior me empujó a preguntarle antes si estaría bien visitarla de nuevo. Ella mostró una vez más aquella sonrisa y contestó que podía acudir siempre que quisiera.

Recuerdo de igual manera que a la mañana siguiente hubo un gran revuelo en clase.

Una de las chicas, Akiko, se mostraba visiblemente afectada por algo. Fue necesaria la insistencia de las compañeras y del profesor Narusegawa para desvelar lo sucedido.

Akiko reveló que se encontraba en el baño de chicas de la tercera planta dispuesta a usar el inodoro cuando repentinamente alguien la agarró por el tobillo. Gritó, pataleó y así pudo liberarse de la presa de su acosador. Acto seguido, decidida a enfrentarlo, abrió una a una las puertas adyacentes de los servicios. Estaba sola, sin embargo. Unas chicas acudieron al lugar tras escuchar los gritos, pero aseguraron no haber visto a nadie salir de allí momentos antes.

Por supuesto, aquellas palabras causaron estupefacción entre los presentes.

El profesor Narusegawa aconsejó al resto de alumnas que hasta no tener más información al respecto fuesen acompañadas al baño. Lo único que se me pasó por la cabeza en aquel instante es que quizás pasar unos minutos con Miyuki animaría un poco a Akiko.

Entonces descubrí que no podía apartar de mi pensamiento la cautivadora sonrisa de aquella mujer que me doblaba la edad.

Estaba enamorado.

Me he preguntado a menudo qué hace aflorar el amor en la mayoría de ficciones. Es un parásito que se nutre de la obra con independencia de la motivación original de su autor. No es un sentimiento primitivo como el dolor, inherente a los animales como el miedo ni venerado en todas las culturas como la muerte. Y, sin embargo, su aderezo no suele faltar. Quizás porque nada resulta comparable a la atrocidad de su pérdida.

Volviendo a la historia.

El dolor aberrante de la mano fantasma regresó a la noche siguiente.

No habían sido necesarias las palabras con mi familia para establecer el acuerdo tácito por el que ambas partes ignorábamos las secuelas de mi desagradable realidad.

Hastiado, sin saber cómo combatir al enemigo invisible, decidí acudir de nuevo al dispensario de la escuela.

Miyuki me recibió allí con amabilidad.

Estirado en la camilla, aproveché para ponerle al corriente de lo sucedido con mi compañera Akiko y mostrar mi preocupación por su reciente ausencia en clase.

Poco después me confesó que también a ella solían molestarla. En ocasiones, los alumnos llamaban a su puerta y gritaban su nombre para salir corriendo acto seguido. Pese a restarle importancia, percibí que aquellos comportamientos le causaban un profundo sufrimiento.

Entorné los ojos y la dulce voz de la enfermera me meció hasta la ansiada vigilia.

Me disponía a abandonar el instituto aquella misma tarde cuando encontré una aglomeración nada habitual entorno al zapatero de la entrada.

Pregunté sobre lo ocurrido y señalaron a una alumna de primer año que permanecía en el suelo a causa de un desvanecimiento. La muchacha aseguraba haber visto una mano blanca cercenada, alzada sobre los dedos como un escorpión albino y con un muñón ensangrentado en lugar de cola.

Nadie más lo había presenciado, por lo que nadie dio crédito a aquel relato.

A partir de entonces, sin embargo, los avistamientos de la mano blanca ensangrentada se propagaron como una epidemia.

Algunos alumnos aseguraban haberla visto asomar en los pupitres de las aulas; otros, en las duchas e incluso en la piscina.

No tardaron en aparecer dibujos en las pizarras de las aulas.

Por supuesto, la mayoría no se tomó en serio aquellos avistamientos que, casualmente, nunca eran colectivos.

No obstante, con el paso de los días la situación escaló hasta el punto que el profesor Narusegawa reunió a las clases en el salón de actos y proclamó una advertencia solemne: cualquier alumno que con su actitud promoviese o perpetrase aquel tipo de gamberradas sería severamente castigado.

Consideré un deber moral intervenir y poner en conocimiento que también la enfermera Miyuki llevaba tiempo sufriendo aquel tipo de comportamientos estúpidos.

Algunos alumnos empezaron a reír. Otros, por el contrario, me señalaron como causante de las bromas. Argumentaban que todas ellas tenían el mismo denominador común, una mano izquierda cercenada como la que a mí me faltaba, y que aterrorizar a los demás era probablemente la forma que tenía de sentirme mejor conmigo mismo.

Rechacé las acusaciones al borde del llanto. Alegué que sufría a diario por mi miembro amputado y que nunca desearía a nadie una tortura semejante.

El profesor, atónito, cuestionó entonces que inventase historias sobre Miyuki.

Por supuesto, respondí que no era ninguna invención, que ella misma podría corroborar mis palabras.

A estas alturas debe resultar obvio lo que ocurrió a continuación.

El dispensario de la tercera planta permanecía cerrado desde hacía años. Una joven enfermera se había precipitado al vacío sin que quedasen claras las circunstancias de su muerte, aunque durante algún tiempo se rumoreó sobre un amor no correspondido con un alumno. Tras el incidente, la enfermería fue trasladada definitivamente a la planta baja del edificio.

Fuese o no fruto del delirio provocado por la falta de sueño, la desaparición de Miyuki me causó un terrible vacío que aún hoy perdura. El insidioso hormigueo de la mano se ausentó junto a ella y nunca más volvió, al menos hasta el día de hoy.

Reconozco que a menudo me asalta como un escalofrío su recuerdo inesperado mientras hago la compra en el supermercado o paseo por el parque con mi akita.

Escribir ficciones en las que se entrelazan el dolor, el miedo y la muerte es el único remedio del que dispongo para sobrellevar la pérdida de esa parte de mí.

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jane eyre
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Poblador desde: 02/03/2009
Puntos: 10051

Relato admitido a concurso.

 

 

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Bien escrito, aunque, no sé, el tono se me ha hecho un poco frío  y el final, precipitado.

Tres estrellas: ***

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Un relato que, tras una apariencia sencilla, tiene unos mimbres muy sólidos, lo que le da una dimensión adicional a mi parecer muy en consonancia con el escenario elegido. La simbiosis de los dos elementos espectrales tiene un lado muy poético y eficaz, muy evocador, y nutre la idea del escrito que habla sin hablar de sus auténticos demonios. Muy poético, estéticamente muy hermoso.

Como aristas a pulir, hay un momento en el que el autor tiene que jugar un poco al despiste porque si hace la más mínima reflexión, la relación entre los agarres traicioneros y la ausencia de la mano es demasiado obvia. Al mismo tiempo, no sé cómo podría solventarse de otra forma. Luego, el desarrollo pausado e intimista resta intensidad al escalofrío para dar más protagonismo a la melancolía, lo que no funcionará igual con todos los lectores.

En cualquier caso, he disfrutado mucho con su lectura. Gracias por compartirlo.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Curro
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Poblador desde: 24/09/2015
Puntos: 1048

Buf, un relato con mucho que comentar, y no tenía donde anotar cosas mientras leía, maldita sea. A ver si no me dejo nada…

Comenzando por lo evidente: la ambientación japonesa. ¿Tiene un porqué? Que está muy bien llevada, ojo, con suficientes elementos para que el lector sepa dónde está en todo momento, pero no sé, creo que la historia podría haber sido la misma narrada en… Logroño. Tras pensarlo, diría que quizás el motivo es la marginación a la que se somete a ciertos individuos en la cultura japonesa, a veces autoimpuesta por dichos individuos, que se sienten distintos y por tanto se apartan de la sociedad. Puede que así se desee acrecentar la sensación de agobio del protagonista, dar mayor volumen a sus problemas. Me respondo a mí mismo sin saber si estoy en lo cierto, claro, quizás la causa sea más evidente y esté relacionada con algún tipo de espíritu oriental que se me escapa.

Otro por qué: ¿por qué dar tantos detalles sobre el protagonista de la historia, escritor de cierto éxito? Una vez más, parece que se podría haber obviado esa información. ¿Eso mismo no le podría haber sucedido a un oficinista trajeado genérico? Esta segunda cuestión es minoritaria, no la veo como una pega, simplemente la planteo por si, de nuevo, algo he pasado por alto.

Y ya sobre la trama: se cuentan dos vivencias del protagonista que, pese a tener lugar de forma simultánea, no parecen estar relacionadas entre sí. Esto no es negativo y es muy japonés. Normalmente, los mangas de terror ―también los de aventura, pero por centrar el tiro― no tienen suficiente con una historia convencional de fantasmas, siempre hay subtramas dentro de la trama. Así, Takeshi se enfrenta a dos fantasmas: el de su propia mano y el de la difunta enfermera descolar.

Meter un miembro fantasma dentro de un certamen de fantasmas es una genialidad. Merece un aplauso. La verdad, me esperaba que la aproximación a tan singular fantasma fuera más… sutil que una mano acosadora que ronda por el instituto, pero, aun así, me ha impactado mucho. Es genial.

Por otro lado, la historia de la enfermera es mucho más clásica, pero, al existir la otra trama, permite al escritor dárnosla con queso: creo que pocos lectores sospecharán que la enfermera pueda ser un espectro. Y eso que hay bastantes pistas.

En general, deja buen sabor de boca, es una lectura muy agradable. Está muy bien escrito, el texto es limpio y claro. Me quedé con la sensación de que podría haberme perdido algo ―¡y quizás sea así!―, que las dos tramas sí tengan conexión. El título me mosquea, no sé si es una pista más. Creo que merece una segunda lectura. Pero, con lo que sé y he entendido, me vale para considerarlo un muy buen cuento.

Cuando termine de leer, empiezo a puntuar los relatos comentados.

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Invierno
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Poblador desde: 21/09/2010
Puntos: 903

Reflexiones muy interesantes, como la del amor en la ficción. Es un narrador creíble, un texto muy sólido, muy trabajado. La revelación del final puede pecar de ser algo anticlimática, algo “sosa”, pero en realidad concuerda con lo dicho desde un principio, que no se pretende contar un relato, sino una vivencia real, y esto a su vez le da cierto barniz de realismo que hace que sí me llegue a funcionar como final. No sé si me explico. La ambientación japonesa es otro acierto, pega bastante con el discurso del protagonista.

4 estrellas.

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Tony Kanapes
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Poblador desde: 08/12/2015
Puntos: 173

Un relato sugerente e interesante, que mezcla distintos fantasmas - incluyendo un miembro - pero que me resulta poco emocional, tal vez por eso está ambientado en Japón, y muy discursivo. No entiendo por qué es una suerte de flashback cuando resultaría igual si hubiera tenido lugar en "tiempo real". Se toma mucho para entrar en materia y tanto la historia de amor como la resolución es demasiado rápida y casi brusca.

Gracias por compartir. 3 estrellas.

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solharis
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 21906

(relato 25)

Ni se me pasó pensar en el llamado síndrome del miembro fantasma pero desde luego es una idea muy aprovechable. También llama la atención del relato la ambientación japonesa y esa puesta en escena tan ambiciosa. Luego resulta que la historia es mucho más sencilla y estoy de acuerdo en que así queda más realista pero a mí es que me gusta la fantasía, aunque es cuestión de gustos.

Lo que no me parece tan cuestión de gustos es que haya dos tramas que no confluyan. Entiendo que en las sagas literarias y televisivas sea un recurso común y efectivo meter tramas secundarias que no llevan a ningún lado pero sirven para conocer mejor a los personajes o simplemente como entretenimiento. Pero en un relato corto no le veo ningún sentido.

3'25 puntos 

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jane eyre
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Poblador desde: 02/03/2009
Puntos: 10051

Un relato que aporta un enfoque distinto al usar la figura de un miembro fantasma y que, sin embargo, se ha visto perjudicado al compartir protagonismo con la enfermera fantasma.

Me ha gustado cómo se ha ido creando el paralelismo entre la vida y el proceso de ir armando una trama narrativa en literatura.

Al empezar a leer creí que el dato de la amputación debería haberse dado antes para que la imagen al leer el morbo en el instituto y las suposiciones en internet fuese clara. Yo estaba visualizando una mano inutilizada para siempre, solo he visto el muñón al leer “ un apéndice seccionado”.

Sin embargo, con la lectura completada creo que la alusión a la amputación debería esconderse hasta: “ Algunos alumnos empezaron a reír. Otros, por el contrario, me señalaron como causante de las bromas. Argumentaban que todas ellas tenían el mismo denominador común, una mano izquierda cercenada como la que a mí me faltaba”. Con la estructura que tiene el relato es demasiado fácil hilar la mano amputada con la aparecida y la historia se queda sin fuerza por anticipada.

Personalmente, creo que la trama de la mano hubiera tenido consistencia por sí solapara protagonizar el relato.

He echado en falta que, dado que el prota es escritor y cuenta lo sucedido muchos años después, no haga alusión de una forma más directa a cómo ese episodio repercutió en su obra, después de todo cuando sucedieron los hechos era un adolescente y no escribía.

Gracias por compartir y suerte.

 

*La colleja va para la inclusión de palabras demasiado antiguas para el contexto, escenario y tono que tiene el relato: paupérrimo, tornaba, habitáculo.

 

 

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Bio Jesus
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Poblador desde: 11/07/2014
Puntos: 1514

Una buena historia, a la vez clásica (enfermera fantasma) y original (el síndrome de la mano fantasma), bien contada y bien ambientada (eso si, los nombres son bastante  reconocibles para los lectores de manga).

La narración se desarrolla en dos tramas que parecen condenadas a encontrarse y no lo hacen, algo bastante chocante y que deja un regusto a "falso final" que no beneficia al texto. 

Este eta narrado en un tono un tanto frío, tal vez demasiado para narrar las cuítas de un estudiante enamoradizo. Profundizando un poco en sus sentimiento y añadiendo, tal vez, algo más de interacción entre Takeshi y otros personaje, el relato hubiera ganado fuerza. Tampoco estaría mal conectar al Takeshi estudiante con el adulto escritor, por que si no, ¿para que el dato?

Aun así, ell relato es entretenido, me ha gustado.

Mi nota es 3,5.

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

Un relato que me ha hecho recordar de inmediato la película "La mano", protagonizada por Michael Caine, que pierde la mano en un accidente de tráfico y a partir de ahí la mano cobra vida y se dedica a hacer maldades.

Me ha parecido muy original utilizar el síndrome del miembro fantasma en la trama, de hecho, creo que no habría hecho falta la enfermera fantasma, porque la idea por sí sola ya es suficientemente potente, aunque tampoco es que sobre del todo.

Me ha gustado también la ambientación japonesa. Como toque de atención, algo que ya he comentado en otro relato, se escribe la palabra "entorno", cuando lo correcto en la situación en que se emplea sería separado: "en torno", en el sentido de alrededor.

4 puntos.

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Curro
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Poblador desde: 24/09/2015
Puntos: 1048

Puntuación: 3,5 estrellas.

Dr. Ziyo dijo:

Un relato que me ha hecho recordar de inmediato la película "La mano", protagonizada por Michael Caine, que pierde la mano en un accidente de tráfico y a partir de ahí la mano cobra vida y se dedica a hacer maldades.

No la he visto. ¿Quizás es un precuela del personaje Cosa de La familia Addams?

A mí me recordó a El diablo metió la mano, comedia muy tonta que vi cuando era adolescente. Que conste que ese día no me tocó a mí elegir cuando fui con los amigos al videoclub...

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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

No, la de Michael Caine es una actualización del clásico Las manos de Orlac, ya sabes, las del pianista que sufre un accidente y le trasplantan las manos, pero son las de un asesino, y las condenadas empiezan a querer seguir con el "curro" anterior. Creo que en la versión de los 80 con el británico es un dibujante de cómics, no la he visto.

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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Que por cierto, a mí la mano fantasma me sacaba total de la trama porque lo veía cómico, como, sí, Cosa de los Adams.

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

Curro dijo:

Puntuación: 3,5 estrellas.

Dr. Ziyo dijo:

Un relato que me ha hecho recordar de inmediato la película "La mano", protagonizada por Michael Caine, que pierde la mano en un accidente de tráfico y a partir de ahí la mano cobra vida y se dedica a hacer maldades.

No la he visto. ¿Quizás es un precuela del personaje Cosa de La familia Addams?

A mí me recordó a El diablo metió la mano, comedia muy tonta que vi cuando era adolescente. Que conste que ese día no me tocó a mí elegir cuando fui con los amigos al videoclub...

Pues no es una precuela, no, Ligeia dice que es del 80, pero yo diría que es anterior, o es el recuerdo que yo tengo de pequeño.

 

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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

De los 80, y lo es, lo es, he ido a echar un vistazo y es exactamente de 1981.

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
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Ligeia dijo:

De los 80, y lo es, lo es, he ido a echar un vistazo y es exactamente de 1981.

Te he dejado a ti el trabajo. no

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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

cheeky

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Invierno
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Poblador desde: 21/09/2010
Puntos: 903

 

¿Y quién es Takeshi? Se nota la buena mano (jeje) del autor o autora. Y este relato habría estado entre mis 13 seleccionados.

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Germinal
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Poblador desde: 08/03/2016
Puntos: 1307

Un relato al que parece pesarle que juegue al despiste con el red herring de la mano fantasma (¿en serio se traduce como arenque rojo?) para acabar revelando una historia clásica de amor.

Creo que las reflexiones que han hecho los compañeros que me han precedido ya han apuntado sobradamente las consideraciones que pueda aportar.

Desconocía las películas de manos diabólicas que se comentan, me las apunto para buscarlas.

 

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