Mi primera partida en francés

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A veces nos complicamos la vida solos, a veces tiramos de lo que hay con toda la buena voluntad del mundo. He aquí una mezcla de las dos cosas.

Cuando me fui a vivir a Francia pasé un tiempo tan fascinado con todo que no echaba de menos jugar a rol, pero a medida que me aclimataba empecé a añorar esta afición terrible. Como soy de naturaleza tímida, no me veía buscando un grupo de jugadores veteranos por París, ni metiéndome en una casa de juventud -o lo que se estile por aquí-, así que tiré del recurso más socorrido: mi chica y su familia.

Empecé hablándoles del tema subrepticiamente, porque no habían echado jamás un partida. Jeanne había oído hablar del juego, pero era la única con algo similar a experiencia -si es que a eso se le puede llamar experiencia-. A pesar de todo, la idea les pareció divertida y me dijeron que de acuerdo, que preparara alguna partida y probaríamos a ver qué pasaba. Por supuesto, con lo de preparar querían decir el todo, el absoluto, porque por no haber visto, no habían visto ni los dados siquiera.

Así que empecé a darle vueltas al tema, y tras descartar mi clásico Stormbringer y el clásico universal El Señor de los Anillos por ser demasiado tópico el asunto y no tener muy claro si les motivaría la parafernalia de tipos raros con taparrabos de piel, y el Star Wars por si me tenía que poner en cuestiones metafísicas de por qué no pueden llevar personajes de la saga ni matar a Darth Vader, o qué interferencias puede haber, posé mi mirada en La llamada de Cthulhu.

Hay que reconocer que la elección era buena: las historias de miedo son universales, Lovecraft es un maestro de la literatura consagrado, la partida no tendría por qué ponerse en demasiadas tiradas, no era complicado presentar los conceptos del juego y el escenario... Un poco cobardica por mi parte, tiré de un módulo oficial, concretamente de El margen de las tinieblas, que viene en el manual que tengo. Pensé que era una aventura fácil de encajar en una sesión de juego, y que estaría a prueba de balas. En fin...

Al final, el día llegó.

Estábamos en Normandía, en una casa aislada en mitad del bosque (en el mundo real, no en la partida), y con un buen fuego al lado y algo de cerveza, nos metimos en harina. Los personajes los habíamos hecho el día anterior, para que no se nos fuera la tarde, y había cierta expectación. Como buenos novatos voluntariosos se habían creado historias interesantes, buen trasfondo, y estaban fascinados con las posibilidades que aquello apuntaba. Yo, personalmente, estaba hecho un flan, porque mi francés es un poco macarrónico, pero también ilusionado, para qué negarlo.

Como suele pasar, al principio de la partida se me fueron por los cerros de Úbeda. Entraron ilegalmente en un despacho de la Universidad de Oxford -cuando podrían haber pedido permiso-, se armaron hasta los dientes con el material de caza del padre de uno de los personajes, se volvieron locos investigando mil pistas absurdas... vamos, lo clásico en estos casos. Por mi parte, patiné en traducir a la brava un par de ayudas de juego y dárselas en papel en plan tramoya-burofax, porque se ve que no se entendía nada, y el momento de misterio se convirtió en un momento de vergüenza y confusión absoluta porque ellos no sabían si lo de que fuera ininteligible era parte del juego o culpa mía.

La tragedia -figurada- se mascaba, porque, además, (SPOILERS) el vagabundo del sótano se había escapado afuera y, aunque el espíritu maligno sacudía la casa sin piedad, estaba claro que la tensión ambiental de bicho en el ático no iba a venir de la mano de mi dominio del idioma ni de la iniciativa aventurera de mis jugadores. Y entonces, cuando ya daba por desastre absoluto el experimento, ocurrió el milagro que espera todo DJ: los jugadores se pusieron a hacer tonterías motu propio (que, en el fondo, es lo que hace que las partidas sean divertidas).

En concreto, echaron al cochero -un PnJ- del interior de la cabaña, diciéndole que esperara con el carruaje, y luego lo abandonaron a su suerte cuando empezaron a oír ruidos raros en el exterior. No sé por qué, todos los jugadores novatos sacan una vena cruel en sus primeras partidas... Lo raro fue que luego les entraron remordimientos, y terminaron por abrirle la puerta cuando estaba poseído y no había vuelta atrás. Fue un momento mágico, como de película de miedo, porque tenían que continuar con los cánticos mientras el chófer les hacía la vida imposible y ellos se defendían echándole puñados de sal y dándole fuego a base de lámpara de queroseno (una mezcla de remedios a las supersticiones vudú y momias). Y yo de fondo atragantado con el francés intentando hacer frases terribles y apabullantes y pareciendo que llevaba la boca llena de polvorones y el doble de cervezas que me había bebido. Un circo.

A pesar de todo -misterios de este juego- acabaron entusiasmados con la partida, hasta el punto que me pidieron que organizara otra. De hecho, Jeanne y Eleonore me confesaron que habían pasado auténtico miedo con lo del zombi, que era algo que nunca había conseguido con mis jugadores de Zaragoza (seguramente porque me faltaba mi aterrador acento francés). Me llevó un rato después de la partida explicarles que eso de ¿nos hemos dejado muchas cosas? no tiene mucho sentido en una partida de rol, pero bueno, la prueba se podía dar por superada.

Así que recomiendo la experiencia, sobre todo en los cursillos intensivos de idiomas. No queda mucho tiempo para mejorar la gramática, pero da la impresión de que el idioma vale para algo.

Sobre la segunda partida que montamos... mejor para otra ocasión.

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