Mi nombre es Harvey Milk

Imagen de Jack Culebra

Un breve comentario sobre esta película protagonizada por Sean Penn y basada en hechos reales que vino de la mano de Gus Van Sant.

 

A caballo entre el documental y la dramatización, Mi nombre es Harvey Mik es una de estas películas que, si te enganchan con lo que cuentan, te sabe a poco. Y éste es tanto su punto fuerte como su mayor defecto. Punto fuerte porque, indudablemente, cumple con su cometido: señalarnos un momento clave en la historia de los derechos del hombre e interesarnos por él. Mayor defecto porque sabe a poco, y tenemos la impresión de que no se ha exprimido lo suficiente a todos los personajes que, a veces fugazmente, se asoman al argumento central.

 

Es un tema curioso. Los actores cumplen sobradamente con su cometido, en el caso de Sean Penn, y de otros tantos, brillando con especial intensidad. Es un trabajo doblemente meritorio cuando, al cierre, se ven a los personajes reales que han encarnado y se establece la inevitable comparativa: sí, están bien caracterizados y, además, transmiten de algún modo lo que los originales dejan entrever en esas imágenes de archivo. Al mismo tiempo, algunas escenas clave de la película pierden algo de fuerza en la marea de cosas que ocurren. Quizás, puestos a pedir, el conjunto hubiera adquirido un mayor calado en una miniserie. Es una reflexión banal porque, sin duda, y como ya he dicho, la película cumple con honores con lo que se propone.

 

En este aspecto, es magnífico el trabajo documental. Ya no sólo por el haber rescatado el archivo de la época para contextualizar la trama, sino especialmente por haber recuperado el sabor de dicho momento histórico. Muy curioso resulta para el espectador europeo el oír referencias a la España de finales de los setenta, por ejemplo. Lidiar con personajes reales y hechos históricos no es sencillo, y menos darle fuerza narrativa. Por ello, la intensidad que transmiten los cortes televisivos incluidos en el metraje impresiona.

 

Otro aspecto peliagudo es el de la incertidumbre. En el caso de Mi nombre es Harvey Mik ya no se trata de que el tráiler desvele gran parte de la trama, sino en qué, crónica de una muerte anunciada, desde el principio, en la mayor parte de los casos, sabemos que la cosa va a terminar mal. En parte, creo que Gus Van Sant se apoya en ello para crear algunos momentos de tensión, lo cual es un acierto, pero el fantasma creado no terminó, en mi caso, de esfumarse: al fatalismo de la historia se unió el de saber hacia dónde se precipitaba. A veces dan ganas de ver películas sin haber mirado ni el título.

 

En cualquier caso, el resultado es muy bueno. Además, es un filme que reverbera en la memoria, testimoniando y pidiendo un segundo visionado, quizás uno con otro enfoque a través de un documental en esta ocasión. Es la magia del cine, convirtiendo la realidad en ficción para llamar nuestra atención sobre dicha realidad de partida. Cuando se hace bien, como en este caso, queda una ventana abierta para un pasado que sigue siendo en cierta medida presente y que no debemos olvidar.

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