La entrevista

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Un relato de Maundevar

 

Juan González del Álamo, Ingeniero Técnico Aeronáutico y sin experiencia.

Sí, ese era mi nombre y apellidos, estudios y esperanzas de empleo, aunque debería llamarlo “experiencia profesional”, que es como se titulaba en los modelos de currículo que había descargado de Internet.

Volví a mirarme las manos. Otra vez sudorosas, las frotaba cada poco contra los brazos de la silla donde estaba sentado. La suave felpa con la que habían forrado los asientos de aquella sala invitaba a acariciarlos. Pero el mío era ya distinto. Su aspecto, engominado por el sudor de mi maldito nerviosismo, demostraba lo poco entrenado que estaba ante lo que se avecinaba.

Un traje de Zara, recogido de la tintorería hacía pocos días, ya no mostraba la batalla de su primer uso. Corbata en la cabeza, gafas de sol de Decathlon y americana estampada de alguna bebida alcohólica que mi memoria olvidó. El fin de año de mi último cuatrimestre en la Universidad: un desenfreno, una locura de la que mi cuerpo fue artífice, pero que mi mente prefiere no recordar. Pero esa parte de la historia de mi traje la conocía yo, no María Asunción Torres Pacheco, directora de Recursos Humanos de Teck Engineering. Aunque esa es una traducción libre que hice de la firma de su correo electrónico, donde me citaba a una entrevista de trabajo: “Human Resources Top Manager”. Creo que me olvido de un International entre Human y Resources, ¿o era entre Top y Manager? No sé, no recuerdo. Espero que no tenga que saberlo, pensé dubitativo. Aquello me alteró un poco más de lo que ya estaba.

La luz de la sala estaba apagada, y yo, como un tonto, estaba sentado en una de las sillas más iluminada por la poca luz que entraba desde el exterior. Me habían señalado la puerta del lugar donde tenía que esperar, pero al entrar no conseguí encontrar el maldito interruptor que activaba los largos fluorescentes que se intuían en aquella oscuridad. Durante cierto tiempo, luché por encontrarlo; incluso llegué a situarme dentro de la sala, lo más alejado de la puerta, para dar dos tímidas palmadas. Cuando la luz no quiso hacer acto de presencia, me vi con esa cara de pasmado ante lo evidente: estás en Teck Engineering, no en una sala de la nave Enterprise. Agarré una silla, la arrastré cerca de la puerta y me senté a repasar mentalmente lo que debía hacer. Pero no se me ocurrió nada, ya que aquello no era la convocatoria de ningún examen, que era el único reto para el que me habían entrenado.

Una figura apareció de forma repentina ante la puerta. Taponó la entrada de luz, siendo sólo visible su silueta. Cintura fina con cuerpo de violín. Una bella estampa, pensé.

—¿Juan? oí. Era el sonido de una voz fina y amigable. Era como si una locutora de radio hubiera pronunciado mi nombre. ¿Juan González?

¡Joder! La Top Manager. Me levanté de forma repentina, como la descarga de un muelle tenso.

—Sí, soy yo respondí de forma atropellada.

—¿Qué haces con la luz apagada? dijo Asunción mientras los primeros destellos provocados por el cebador de los fluorescentes iluminaban de forma intermitente la sala.

Observé a la mujer que aún no había entrado en la habitación: tenía un brazo extendido a un lado de la puerta. El interruptor estaba por fuera, no por dentro. Muy bien, Juan, pensé. Así se empiezan las entrevistas de trabajo, aparentando ser miembro de alguna tribu urbana medio gótica amante de la oscuridad. Justo el perfil que Teck Engineering espera reflejar en su personal.

—Es que me dijeron que esperara aquí y la luz no estaba dada. Hablaba a la vez que intentaba pensar alguna excusa o mentira que no me obligara a contar la humillante verdad, pero la improvisación nunca fue mi fuerte. Y… Pues… No encontré el interruptor.

Sonreí, intentando darle un toque jocoso al asunto. No darle importancia, dejarlo como una anécdota graciosa que aquella mujer olvidara con rapidez, pero Asunción arqueó una ceja con la expresión de estar observando a un hipopótamo a rayas con un poco original traje de Zara.

—Bueno, si quieres sentarte, por favor… dijo, señalando una de las sillas que rodeaban una gruesa mesa de madera barnizada.

Antes de sentarme, me quité la americana ya que, aunque no hacía calor, tenía el cuerpo cubierto por el sudor que emanaba ante una situación que comenzaba a no tener controlada, si es que en algún instante llegó a estarlo. La colgué sobre la silla, y me senté, intentando que esos segundos me sirvieran para calmarme de una puñetera vez.

Alcé la mirada y observé la cara de aquella mujer. Ojos claros, muy claros. El iris casi podía confundirse con el blanco de los ojos. Esa mirada me resultaba inquisitiva, demasiado fría, y no me gustaba. Por algo debía ser la Top de aquel lugar, pensé.

—¿Tuviste algún problema para llegar, Juan? preguntó. Negué con la cabeza. Qué suerte. La mujer sonrió, mostrando una dentadura de perfectas piezas de esmalte blanco corregidas en su niñez por un oportuno aparato, alejada de la aleatoriedad natural de los míos. Decidí no volver a sonreír hasta que saliera de allí.

—La verdad es que desde que pusieron la nueva rotonda de acceso al polígono la gente suele confundirse y acabar en las naves de Felviasa. Luego recuérdame que te dé un ticket para el parking, ¿de acuerdo?

—Gracias, pero no he venido en coche sino con el autobús. Padre era una persona ahorrativa, de los que usa el coche hasta que ya no puede ser reparado ni por el mejor mecánico. La herencia automovilística padre-hijo no existía en mi lecho familiar.

—Eso puede ser un problema, Juan. Para trabajar en la línea de producción tendrías que adaptarte a los horarios de los mecánicos. Te hablo de una distribución a turnos, en la que el horario de mañana empieza a las seis. Asunción se quedó un rato pensativa. Creo que el primer autobús del polígono llega a las ocho de la mañana. ¿Tienes alguna otra manera de poder venir?

Dios, qué problema. Le di vueltas con rapidez. Luis fue el que me habló de esta empresa. Que necesitaban personal. Y además trabajaba en un edificio muy cerca de Teck. Podría ir con él y luego ir andando hasta la oficina. Sí, eso es, Luis podría llevarme.

—Tengo un amigo que trabaja también en el polígono, así que no creo que tenga problemas respondí tranquilo.

—Bueno, Juan, hemos estado estudiando el currículum que nos enviaste. Sobre la mesa tenía las dos hojas que conformaban mi historial: datos personales, estudios académicos, experiencia laboral, idiomas y otros cursos. En rojo había señalado con redondeles algunas partes del texto, y había manuscrito series de tres interrogantes dibujados sobre el pequeño párrafo relativo a los idiomas y otros cursos. Pero antes querría hablarte sobre el espíritu de esta compañía.

La mujer se levantó, acercándose a una pequeña pizarra de papel blanco que, apoyada en un caballete, descansaba en una de las esquinas de la habitación. Cogió uno de los rotuladores que se encontraba en su parte inferior, retiró el papel que había sido utilizado con anterioridad y, realizando una serie de árboles esquemáticos, inició un discurso sobre las distintas compañías que conformaban el grupo al cual pertenecía Teck.

Aquella situación me dio tiempo para tranquilizarme. Ahora me había transformado de protagonista en espectador y oyente. Una posición a la que me había acostumbrado a lo largo de mi extensa y exclusiva vida educativa.

La tal Asunción vestía con un traje azul oscuro, casi negro. Camisa blanca, pantalones, americana y zapatos de tacón que la hacían aún más alta de lo que ya era. Daba la sensación de ser una mujer segura de sí misma y, aunque ahora estaba dándome una explicación pormenorizada de los distintos detalles corporativos de Teck Enginnering, creo que no dejaba de analizar cada uno de mis gestos y posturas. Aquella sala era la sabana africana, ella un leopardo agazapado, y yo un ornitorrinco idiotizado. Qué gracioso, pensé. Me había salido un pareado.

Seguí escuchándola y afirmando todo lo que iba diciendo con monosílabos carentes de significado. Entre aquella maraña discursiva, me resultó gracioso el uso insistente que hacía de palabras rimbombantes, lo que definí en aquel momento como “palabros modernos”. Sinergia era la más resultona. Significaba trabajo en equipo, pero quedaba más tecnológico. Les debía de gustar esa semejanza con energía, que les llevaba a pensar en la fuerza vital, el ímpetu, ir hacia el infinito y más allá, en plan Toy Story. Ah, y por supuesto un insistente Juan cada tres palabras.

—…y con esto, Juan, lo que quiero remarcarte es nuestro espíritu de equipo. Asunción fue acercándose a su silla de nuevo mientras hablaba. Teck Engineering es una empresa en la que todos confiamos en todos, y es por ello que se suelen llevar a cabo pequeñas excursiones de empresa para que los miembros del grupo corporativo nos conozcamos mejor. Espero que comprendas que, en nuestras nuevas incorporaciones, andamos en busca de ese espíritu de colaboración y habilidades para el trabajo en equipo.

Espíritu de colaboración, excursiones, sinergia… Pero si yo soy ingeniero, pensé. No un monitor de tiempo libre. Aunque creo que conseguí no reflejarlo en mi cara, estaba atónito ante toda aquella lista de artículos de broma sobre psicología que había presentado aquella mujer. Comprendí que ante mí no estaba mi futuro jefe de ingeniería, sino un profesional de la selección de personal. Individuo carente de conocimientos técnicos, pero ducho en análisis psicológicos. Probablemente las habilidades relacionadas con mi carrera eran la parte de mi historial a la que menos importancia le iba a dar. Aun así, hice un esfuerzo por seguirle la corriente.

—Por supuesto. Creo que trabajar en equipo es la mejor forma de obtener resultados buenos en el menor tiempo posible dije forzado.

—No es la mejor forma, Juan: es la ÚNICA forma. La mujer entonó con fuerza la tilde del vocablo “única”, haciendo bailotear su dedo índice como el director de orquesta de su propia voz.

—Veo que durante tus estudios no viajaste nunca al extranjero, Juan espetó mientras repasaba con la vista mi currículum.

Aquella mujer iba a gastarme el nombre de tanto pronunciarlo. Por supuesto que no he viajado al extranjero a alargar mi carrera y vivir del cuento un año más, chupándole la sangre a mis progenitores. Tengo la extraña opinión, propia de alienígenas, supongo, que lo más importante era finalizar la carrera en el menor tiempo posible, en lugar de irme un año de parranda a alcoholizarme por Europa. Aquella fue la primera oratoria que compusieron mis neuronas más instintivas, pero tras el análisis llevado a cabo por el sector diplomático de mi cerebro, quedó todo más maquillado.

—Como puedes ver en el currículum, en la primera página iba diciendo mientras me inclinaba sobre la mesa, señalándole un punto del escrito que tenía, indica el periodo que tardé en finalizar la carrera. Tres años, desde el año dos mil seis al dos mil nueve, cuando la media está en seis. No me he ido al extranjero porque me he dedicado a estudiar.

En aquel instante, la expresión de mi interlocutora dio un vuelco radical. Proclamaba por todos sus poros: “¿Vas de listo?”. Aparté lentamente el dedo que señalaba mi currículum y me senté, afligido por su reacción.

—De acuerdo Juan. Vamos a centrarnos en tus habilidades técnicas dijo con una sonrisa poco amigable. Te expondré un problema sencillo de ingeniería que deberás resolver en treinta segundos. Demostrarás tu capacidad de abstraerte y encontrar soluciones claras a problemas simples en poco tiempo.

¿Aquella mujer iba a juzgar mis conocimientos de ingeniería en treinta segundos? Y yo que pensaba que con los exámenes de la carrera ya había demostrado suficiente.

—¿Por qué las tapas de las alcantarillas son redondas y no cuadradas? preguntó.

¿Que por qué son redondas? Y yo qué sé. ¿Para llevarlas rodando porque pesan mucho? No, aquello no tenía sentido. Qué leches, ¿pero qué tontería de pregunta era aquella?

—Esto… No sé. Porque son más rígidas respondí, nada convencido.

—No, Juan negó la mujer como si corrigiera a un niño pequeño. Es debido a que una tapa cuadrada puede colarse por el agujero, cosa que es imposible con la tapa redonda.

El silencio invadió la habitación, y una cara embobada fue mi única respuesta.

Claro, era lógico. La tapa cuadrada colaba perfectamente por la diagonal de su agujero, cosa que jamás le sucedería a la tapa redonda. Era un problema de geometría de lo más sencillo, y no había sido capaz de resolverlo. Tantos conocimientos geométricos: homologías, hipotrocoides, evolutas, lemniscatas de Bernoulli para acabar siendo vencido por una inerte tapa de alcantarilla.

—A ver, Juan dijo Asunción, extrayéndome de mi inopia. Volviendo al tema del extranjero, en tu currículum comentas tener un nivel avanzado en inglés, ¿no es así?

—Sí, bueno tartamudeé. En escrito y leído tengo un nivel alto, pero la verdad es que hablando estoy un poco más justo. Pero, vamos, creo que sé defenderme bien.

—Bien, Juan. Pues en ese caso, no creo que te importe que prosigamos nuestra conversación en inglés.

La situación se me iba de las manos. Mi cara ya reflejaba claramente el terror que todo mi cuerpo sentía, pero aun así afirmé mi disposición a iniciar mi tortura final.

—Are you ready to start? soltó mi interlocutora en un perfecto acento británico.

—Yes –escupí yo con mi acento de Matalascañas.

La mujer comenzó a hablar en inglés a gran velocidad, y fui incapaz de seguirla. Decidí evadir mi mente por unos instantes. Había llegado a mi límite. No soportaba más aquella situación.

A mi cabeza volvió el tema de las tapas de alcantarilla. Aquello era un problema simple de geometría. Si algún día alguien me hubiera propuesto hacer una tapa cuadrada, me habría parecido extraño, pero hubiera confirmado sin dudar su semejante utilidad. Mi imaginación mostró a mi persona, con la mano apoyada sobre el hombro de la desconsolada madre que habría perdido a su hijo tras ser aplastado por la inercia del movimiento de caída de mi tapa de cuatro lados, la única en su especie. Menudo panorama, imaginé.

Y entonces recordé mis días en la Universidad, en aquellas clases de Dibujo y Geometría, dedicadas al estudio de mis amigas las lemniscatas y evolutas. Me trasladé de nuevo a aquel asiento de madera contrachapada. Aquellas clases llenas de alumnos a rebosar, luchando todos por intentar entender algo, aunque sólo fuera un detalle de aquel horror nebuloso que llamaban conocimiento. Y ante mí estaba él, el profesor. Hombre cercano a la jubilación, dinosaurio milenario en periodo de extinción. Él y sus evolutas, ¿cómo se llamaba? Ya no recuerdo, mis neuronas desecharon su nombre, igual que lo hicieron con las curvas de Cassini.

Su aspecto físico era el de la caricatura de un botijo. Bajo y rechoncho, su materia grasa rebosaba sobre el cinto que, apretado con fuerza, sujetaba unos pantalones bombachos de pana gris y una camisa de cuadros blanca que se tornaba amarilla al acercarse a las axilas. Tras unas gafas gruesas y ahumadas se intuían unos ojos enormes, magnificados por el efecto óptico de los cristales, que su sufrida nariz tenía que soportar. En invierno, y sobre su camisa, se cubría con un jersey viejo de lana de tonos pardos y ocres, con rombos de colores por doquier y, al frente, la figura bordada de un reno de perfil.

Aquel profesor, que vanagloriaba el ábaco para el cálculo y la escuadra para dibujar, era el símbolo contemporáneo de la geometría educativa universitaria. Todos en clase sentados a la expectativa de sus palabras, aquel vómito de saber desestructurado, pero con la esperanza de algún día comprender su significado, le veíamos en silencio avanzar por la tarima que se quejaba sonoramente ante su lento y pesado avance.

Dejó sobre la mesa aquel libro que siempre portaba, viejo pergamino, primer incunable sobre geometría, que velaba como los monjes a la Biblia. Observó a su audiencia en silencio, dibujando en su cara esa sonrisa macabra. Las puertas se habían cerrado, y el teatro que tanto deseaba se había iniciado. Él, capitán y dictador, ante las burdas e inexpertas criaturas, imitaciones de ser humano, que estarían a su merced a partir de aquel instante.

Introdujo su mano en el bolsillo y extrajo una serie de tizas de distintos colores. Acto seguido, se desplazó a la izquierda del encerado e inició su escritura cuneiforme, solo inteligible por el más experto mesopotámico. Los alumnos como monjes copistas sin cerebro, repetían sobre sus cuadernos aquella amalgama de símbolos, rezando para que un análisis más pormenorizado en sus hogares pudiera desvelarles su significado.

El profesor fue acelerando su escritura, imbuido del saber que iba plasmando, mientras balbuceaba para sí lo que debía ser la oratoria que quería trasladarnos. Pero sólo era audible por la pizarra que, inerte ante él, comprendía lo mismo que el resto de los presentes.

Una vez alcanzado el margen derecho y tras rellenar la parte inferior de la pizarra, volvió a trasladarse a su posición inicial para proseguir con su escritura. Se puso de puntillas y alcanzó la parte más alta del encerado, donde su caligrafía se deformó aún más debido a la tensión a la que sometía a sus débiles gemelos.

Para los pobres alumnos con limitada velocidad de escritura, que esperaban a que aquel planeta de pana y lana orbitara hacia la derecha, para poder volver a vislumbrar lo escrito en su primera traslación, se encontraron con una amarga sorpresa. Todo lo escrito había desaparecido por completo. Aquel mentor tenía un problema: su control del espacio y la geometría era aplicable a todo el Universo salvo su cuerpo.

Alguien, en ese instante, encontró la valentía u osadía de solicitar una pausa de dictado, para poder seguir copiando.

En ese instante el astro rey inició su movimiento rotativo, tras pausar su escritura al haber sido expulsado de su orgasmo geométrico por la inoportuna injerencia de aquellos diminutos seres.

La superficie lanosa de su jersey donde habitaban las pelotillas que atestiguaban la vejez del tejido mostró con claridad lo sucedido con aquella valiosa información que había desaparecido de la pizarra sin mediación de ningún borrador. Como si de una tarta de Santiago sin cruz se tratara, toda su panza había sido cubierta por la tiza del encerado. Ningún alumno se atrevió a comentar nada en alto, pero los susurros fueron numerosos.

—¡Silencio! gritó el profesor en un chillido histérico. Si no sabes copiar sin más, ¿para qué quieres tener nada apuntado? Tu mente es probable que jamás lo comprendiera.

Con aquel comentario despectivo dio por zanjada la petición y volvió a su éxtasis analítico.

—Juan. What’s the difference between colleague and partner? Asunción me extrajo de los recuerdos en los que me había sumergido y me hizo volver a la horrible realidad.

—Uhmm, ¿ok? respondí atontado.

 

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Patapalo
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Muy bueno. Me he reído mucho con el profesor planetario y la entrevista me ha parecido "bien" llevada. Quizás es un poco extraño que se ponga a explicar la empresa a un candidato tan poco sólido, pero funciona para el relato.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Ángeles Pavía
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 Me ha gustado mucho. Por un lado, la entrevista de trabajo meha recordado a una que tuve el otro día. menos mal que siempre pongo que mi nivel de inglés es bajo, por no poner nulo 

Por otro lado ese profesor me ha recordado totalmente al profesor de historia antigua de la facultad. Es un calco. Solo le faltan las superpatillas blancas que llevaba y que le hacían parecer una version anterior de Rafiki. 

me ha parecido un relato muy bueno. He disfrutado leyéndolo.

Somos el tejido del que estan hechos nuestros sueños. 
www.codexiuvenis.com

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L. G. Morgan
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Me lo he leído del tirón, con creciente interés. Consigues que uno se ponga en la piel de Juan completamente, conectando con su ansiedad, siguiendo sus reacciones. Genial ese discurso interno, me he reído con él y también con el profesor, ¿quién no ha tenido uno parecido, sea de la materia que sea?

Me parece además una crítica muy acertada al mundo de la empresa que, curiosamente, es cada vez más deshumanizado a pesar de poner el acento en ciertos aspectos psicológicos. Cuanta más sinergia, resiliencia, excursiones corportativas y tal, menos lugar para el verdadero ser de cada individuo.

El final en cambio, me ha dejado algo frustrada. Es una sensación personal, y advierto que a lo mejor soy rara, pero habría preferido una conclusión más definida, algo que indicara adónde querías ir a parar. Se anticipa que no conseguirá el trabajo, claro, pero yo esperaba... no sé, una consecuencia o algo así. De este modo se me queda en una escena.

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Telcar
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Un relato muy divertido, y cómo no, simpatizo totalmente con el protagonista. Sobre todo con sus evasiones mentales en momentos críticos.

 

"Nunca tantos, debieron tanto absolutamente a nadie"

Ser Huinston Chungchil

 

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Telcar
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Um...y aparte reconozco que me esperaba un final antológico peliculero, que al final todo se iba de madre y aquí te pillo y aquí te mato por parte de la entrevistadora. Es la impresión que me dan a veces esas mujeres frías y claculadoras del mundo empresarial.

Pero eso, que me ha gustado el relato y me ha dejado con una sonrisilla duradera, lo cual es sospechoso, estando en el curre.

"Nunca tantos, debieron tanto absolutamente a nadie"

Ser Huinston Chungchil

 

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Maundevar
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Muchas gracias por los comentarios!

La verdad es que creo que el punto que hace que el relato sea más gracioso es que uso los recursos de experiencias propias, cosa que me facilita hacer del relato algo más realista. Una vez que extraje esa realidad, me dedique a caricaturizarla y exagerarla para transformarla en algo cómico y gracioso. Y estoy contento de que os hayáis divertido, ya que es la primera vez que me dio por escribir algo de este estilo.

Patapalo, pues la verdad es que lo de explicar las divisiones de una compañía antes de comenzar la entrevista, es algo que me sucedió una de las primeras veces que tuve una entrevista de trabajo, y reconozco que me resultó sumamente extraño, y el hecho de contemplar a la de Recursos Humanos explayándose me tranquilizó, y me sirvió para adaptarme a aquella habitación y a la interlocutora que tenía frente a mí. En el fondo tal cosa sería un error para el seleccionador ya que acostumbras al entrevistado y lo tranquilizas. A veces la realidad te muestra aspectos extraños en un relato, pero ciertamente es extraño.

Y sobre el tema del final que en el fondo no tiene uno explícito... Lo comentó Zabbai y Telcar creo que también ...es que quería dejarlo en eso... ...en su última cagada (¿se puede decir cagada? :) )... ...Fallos técnicos, fallos sociales, fallos lingüísticos, y encima culmina con el burdo intento del que se sabe perdido... ...Si no entendiste, di que sí... Es como el Peeeeee! final de una máquina tragaperras cuando entre el botón 1 y 2 pulsas el que no es...

Pero vamos que gracias por vuestros comentarios.

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L. G. Morgan
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Yo es que realmente no lo vi como una cagada del pobre hombre, no sé, te identificas tanto con él que instintivamente te pones de su parte y la de RRHH te parece una antipática pedante, que le pregunta unas cosas absurdas para lo que va a ser realmente su trabajo. Ya te dije que lo vi como una estupenda crítica al mundo estereotipado de la empresa. Igual esperaba que, en el colmo del absurdo, le hubieran dado el trabajo cuando, aparentemente, había fallado en casi todo. En cualquier caso, un placer leerte.

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Maundevar
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Podría haber sido un final interesante, Zabbai. Me quedo con tus sugerencias, que siempre son buenas.

Me has hecho releer el relato, y me he dado cuenta de unas cuantas correcciones gramaticales que el bueno de Patapalo ha hecho en el escrito. No me había dado cuenta.

Muchas gracias por el esfuerzo Patapalo, y anoto las modificaciones.

 

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Patapalo, pues la verdad es que lo de explicar las divisiones de una compañía antes de comenzar la entrevista, es algo que me sucedió una de las primeras veces que tuve una entrevista de trabajo, y reconozco que me resultó sumamente extraño, y el hecho de contemplar a la de Recursos Humanos explayándose me tranquilizó, y me sirvió para adaptarme a aquella habitación y a la interlocutora que tenía frente a mí. En el fondo tal cosa sería un error para el seleccionador ya que acostumbras al entrevistado y lo tranquilizas. A veces la realidad te muestra aspectos extraños en un relato, pero ciertamente es extraño.

Como se suele decir, la realidad supera siempre la ficción

Hoy he soñado que estaba en una clase abarrotada y mi profesora de cálculo diferencial me sacaba a resolver no sé qué integral. Hace como quince años que pasé ese curso, pero era de un vívido...

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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L. G. Morgan
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Ya sé que no es este el lugar, pero no puedo resistirme, sorry. A menudo esos sueños conectan una experiencia emocional angustiosa con algo que te ha ocurrido el día que sueñas o alguno anterior. Simbolizan alguna situación que te hace sentir inseguro respecto a tus recursos para abordar algo. Yo de vez en cuando, supongo que en períodos de estrés, sueño que me falta una asignatura y tengo que volver a la facultad (como un siglo después). Me da un mal rollo...

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Aldous Jander
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Buen relato, coincido con lo que ya han dicho los demás :). Eso sí, como creo que ya le ha pasado a alguien más, habría agradecido alguna clase de cabriola final, no sé, como dice Zabbai que le diesen el puesto, o incluso que tras recibir este Juan pusiese en evidencia a la encargada de RRHH y para colmo rechazase el trabajo. No digo que todos los finales tengan que ser espectaculares... pero estando todo el cuerpo del relato tan bien elaborado, no habría estado de más algo de fuegos artificiales o un giro inteligente antes del punto final.

Pero insisto, he disfrutado leyéndolo.

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Maundevar
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Gracias por el comentario!

Cuando una mayoría percibe algo no es que le asegure la razón, pero suele ser indicativo de una alta probabilidad de ello, así que anoto tus comentarios. Tengo otro relatillo para entregar, pero casi que esperaré a julio a ver si tiene tan buen recibimiento como este.

 

 

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Darkus
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Poblador desde: 01/08/2009
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Muy, muy bueno.

A estas alturas no puedo decir nada que no hayan dicho los compañeros. Una entrevista que mantiene en tensión (¡y el relato no es ni de terror!), muy bien escrita y desarrollada, un genial protagonista con el que te identificas al instante y que cae bien, una villana de tomo y lomo... pero me ha pasado como Zabbai, que esperaba un final explicito, la traca final que bordase ese pedazo de relato. Y que conste que suelo preferir finales que se dejn a la libre interpretación pero en este caso, quería algo más claro.

Salvo por ese nimio detalle, cojonudo.

"Si no sangras, no hay gloria"

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