Elvián y el dragón: Toda la verdad

Imagen de Gandalf

Sexta entrega de esta novela de Gandalf

 

Golganth miraba a los oyentes con expresión serena. Hacía un rato que las demás muchachas se habían despertado y ahora se encontraban sentadas alrededor del dragón, mirándole con atención, aunque también de vez en cuando giraban sus cabezas para observar al recién llegado. Elvián era consciente de las furtivas ojeadas que le echaban las chicas, pero él hizo como si no se diese cuenta. También la muchacha que había evitado que matase al dragón le observaba, aunque todavía había recelo en sus ojos. Elvián se sentía incómodo con esta mirada, así que bajó la cabeza, y no volvió a subirla hasta que Golganth empezó a hablar.

—Ya he perdido la cuenta de las veces que he contado esta historia —dijo—. En fin, el caso es que yo antes era el dragón protector de Aldmarsh. Durante muchos años velé por la seguridad de la aldea, y sus habitantes, que eran una gente maravillosa, me agradecían mi protección con todo tipo de regalos. No estaban obligados a hacerlo, claro, pero era algo que formaba parte del carácter de las gentes de Aldmarsh —el volumen de su voz descendió hasta casi convertirse en un susurro, como si hablara para sí mismo—. Realmente eran buenos tiempos, los echo tanto de menos…

»Bueno, pues un día llegó al pueblo un extranjero. Era un afable anciano que se presentó a sí mismo como un chamán. En seguida cayó bien a todos los del pueblo, en parte por su tremendo carisma y en parte por ese extraño poder que posee. Por tu mirada deduzco que te estás preguntando a qué poder me refiero. Ese… ser que se hace llamar Rufus tiene la facultad de influir en la mente de la gente.»

—¿Ser? —preguntó Elvián—. ¿Acaso no es humano?

—En mi opinión no lo es —respondió Golganth—. Aunque lo parezca. Cuando Rufus se presentó ante mí no sospeché nada de él. Es más, incluso me pareció simpático. Estuvimos charlando un rato sobre trivialidades, y cuando se despidió de mí acabé convencido de que era una buena persona.

»Sin embargo, en días posteriores los habitantes de Aldmarsh se mostraron recelosos ante mi presencia. Al principio no le di importancia, pero este comportamiento se repetía día tras día, así que decidí ir a hablar con el jefe de la aldea. Aunque al principio no se mostró muy cómodo con la idea de hablar conmigo, finalmente accedió, y su respuesta me llenó de asombro. Según él, Rufus había contado a los habitantes del pueblo que yo no soy tan bondadoso como parecía, y que si no fuera por los regalos que me ofrecían les negaría mi protección. No me lo podía creer. No sólo ese anciano había hablado mal de mí, sino que la gente se había creído a pies juntillas sus palabras. Pero lo que más me molestaba era no saber por qué había hecho algo así.

»Pero las mentiras de Rufus no se quedaron ahí. Cada vez eran más grandes y sus acusaciones más graves. Algunos de la aldea me veían como un auténtico monstruo, y eso me sumió en una terrible depresión. Intenté contactar con él para exigirle explicaciones, pero siempre lograba esquivarme. Fue entonces cuando comprendí que aquel carismático anciano no era lo que parecía, y me prometí que lo desenmascararía.

»Entonces, sucedió lo inesperado. Cuando Rufus ya tenía a todos en mi contra, añadió a su larga lista una mentira más. Intentó convencer a las gentes de Aldmarsh que yo era un dragón malvado, y que arrasaría el poblado si no me concedían una muchacha virgen cada año. A pesar de su poder de influir en la mente, la gente del pueblo me conocía demasiado bien, y simplemente no le creyeron. Incluso empezaron a dudar del resto de mentiras que había estado pregonando por ahí, o al menos eso fue lo que me contaron. También me dijeron que por un momento su rostro amable cambió a una expresión furiosa, casi diabólica. Se recompuso en seguida, se encogió de hombros y, antes de abandonar el pueblo acompañado de un joven de Aldmarsh con el que había hecho buenas migas, se giró hacia los presentes y les dijo:

»—Vosotros sabréis lo que hacéis. Es una lástima que no me hagáis caso, pero yo no puedo obligaros. También comprendo que no queráis deshaceros de vuestras hijas, pero creedme, lo que sucederá si no estáis dispuestos a este sacrificio será mucho peor.

»La tragedia se produjo al día siguiente. A primera hora de la mañana vi el humo proveniente del pueblo. Era un humo negro que subía en espesas columnas. Cuando llegué a la aldea, las casas, las calles, incluso las calzadas, todo era pasto de las llamas. No se veía ningún recoveco en que no estuviese presente el fuego, un fuego rojo como la sangre. Era imposible que hubiese supervivientes, pero podía sentir una presencia. Mientras el olor a carne quemada inundaba mis fosas nasales se abrió un túnel en el fuego, y por él vi a Rufus apoyado en su cayado, y me miraba con ojos maliciosos. Me lancé en picado hacia él, pero el calor de las llamas me detuvo, y comprendí que no se trataba de un fuego normal. Impotente, vi cómo se alejaba el anciano mientras que un temor se alojaba en mi corazón, un temor hacia algo que no podía comprender.»

Elvián escuchaba con atención la historia mientras se acariciaba la barbilla, pensativo. ¿Quién sería ese tal Rufus? ¿Un brujo? Sabía que los chamanes eran capaces de manejar cierta cantidad de magia, pero desconocía cuáles eran sus límites y si eran capaces de ejecutar hechizos de fuego.

—Entonces, ese fuego mágico… —empezó a decir.

—Yo no he dicho que fuera mágico —interrumpió Golganth.

—Pero tú mismo has comentado que no se trataba de un fuego normal —replicó Elvián.

—Eso es cierto —respondió el dragón—, pero eso no significa que proceda de la magia. Los dragones tenemos olfato para esto, y ese fuego no olía a magia. Además, conozco todos los hechizos relacionados con fuego, pero ninguno es tan poderoso como el que destruyó Aldmarsh. No sé, esas llamas me recordaban al fuego de un dragón. Por eso creo que Rufus no es humano.

—Entonces, ¿de qué clase de engendro se trata?

Por primera vez, el rostro escamoso del reptil mostró toda su furia. Golpeó el suelo con una de sus robustas patas traseras y miró al príncipe con los ojos chispeantes de cólera.

—¿Y yo qué demonios sé? —rugió—. ¿No crees que si lo supiera habría buscado una forma de acabar con él?

Golganth clavó la mirada durante un rato en los ojos de Elvián, que estaba pálido como un muerto. Luego apartó la vista, avergonzado, y cuando se relajó lo suficiente y al ver las caras asustadas de las muchachas y del infante, dijo:

—Lo siento, no debería haberme puesto así. Es el miedo lo que hace que me comporte de esta manera. Tengo miedo de Rufus, de lo que pueda ser en realidad.

—¿Y si es un dragón? —aventuró Elvián.

—No, eso no puede ser —respondió Golganth—. Ninguna clase de dragón es capaz de transfigurarse. Eso sólo puede hacerse por medio de la magia, y los dragones no pueden usarla.

Elvián dejó caer sus brazos, abatido. Tenían que encontrar una forma de descubrir qué era Rufus, que mostrara su verdadera apariencia, porque ahora estaba convencido de que su apariencia humana no era más que un espejismo. Por lo que él sabía, no había fuego más poderoso que el de un dragón, y el que había calcinado Aldmarsh había hecho recular incluso a Golganth. Entonces, una idea se fue alojando en el cerebro del príncipe.

—Puede que Rufus no sea humano —dijo—, pero lo que está claro es que tiene un objetivo, y parece que tú tienes algo que ver en ese objetivo.

—¿Yo? —exclamó Golganth—- ¿Qué puedo tener yo relacionado con los planes de ese maldito?

—No lo sé, pero parece que está muy interesado en tu muerte. Lo que es evidente es que es incapaz de matarte. De otra forma ya lo habría intentado antes. De alguna forma sabía que yo y mi espada llegaríamos algún día, y se tomó muchas molestias.

—¿Pero por qué todo este paripé? —intervino la chica que le miraba con recelo—. ¿Por qué todo este rollo de los sacrificios?

—Para convencerme de que Golganth es un dragón maligno y usarme para matarle. Al parecer, la magia de mi espada es capaz de hacerlo. Y eso me lleva a una idea que se me acaba de ocurrir.

Los presentes miraron a Elvián con creciente curiosidad. Incluso Golganth parecía estar anhelante por conocer la propuesta del príncipe.

—Tenemos que simular la muerte de Golganth —dijo Elvián.

 OcioZero · Condiciones de uso