XIII

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Reseña de la antología de Montse N. Ríos publicada por Alupa Editorial

 

Esta es una obra germinal en dos sentidos. Por un lado, porque nos permite adivinar a una escritora que, al menos en este libro, todavía no se ha soltado por completo. Por otro, porque los relatos funcionan a modo de píldoras, de ideas a las que deliberadamente son limitadas en su alcance y su extensión, y que el lector completa con sus propias filias y fobias.

XIII incluye el mismo número de relatos y cuatro fantásticas ilustraciones a color de varios artistas (Lucía Cerverón, Santiago Ogazón, Xulia Vicente y Luis Yang) que podrían haber servido de alternativa a la impactante cubierta de Carolina Bensler. Los primeros son cortos y concisos. Trabajan, por lo general, con una única idea sencilla que explotan de un modo entretenido y dinámico, dejando más espacio para la acción que para el trasfondo. Este, por el contrario, es como una melodía subyacente común e informal entre la mayor parte de las historias. De algún modo, la protagonista en apuros es una suerte de desdoblamiento de un personaje común.

Este enfoque, unido al estilo narrativo —en el que prima el dinamismo frente a la estética— da un toque Creepy, un toque pulp, al conjunto de las historias. Aun con su enfoque personal y el modo de acercanos los escenarios, no son relatos de gran calado, sino entretenimientos que funcionan gracias a la prosa de la autora con esquemas de sota, caballo y rey. Historias gore, historias de suspense, mitos siniestros... XIII es obra de una buena conocedora del género que, además, sabe escribir.

Pero apunta a que podría haber sido algo más.

Los tres relatos que cierran la antología, cada uno a su manera, nos muestran que Montse N. Ríos tiene las llaves para dar un par de vueltas de tuerca al divertimento pulp. En El ascensor deja que varias inquietudes confluyan en una misma escena y, lejos de solaparse y restarse fuerza, hacen que aumente la sensación de inquietud. En Los ojos del mendigo, cuando la autora se deja llevar por su lado lírico, construye atmósferas que resultan más potentes aunque sean menos inmediatas que los escenarios más clásicos de los relatos precedentes. Finalmente, el modo narrativo de Carne de su carne dota de una inquietante cercanía a la historia que la dota de tonalidades y sentimientos mucho más potentes.

En conjunto, queda la sensación de haber leído una antología solvente, que entretiene sin grandes alardes y que fluye con corrección, pero que es, en el fondo, más un cuaderno de bocetos, un escalón creativo que nos puede llevar a cotas mucho más insólitas y memorables.

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