La costilla de Adán

Imagen de Jack Culebra

Toda la química de Hepburn y Tracy en una de feminismo y abogados

 

Las tramas judiciales han sido de las más explotadas por Hollywood, tanto en el cine como en la televisión. El sistema legal americano, sin duda, tiene unas particularidades que lo hacen especialmente interesante como marco narrativo. Sin embargo, es necesario saber trabajar con estos mimbres para tejer algo que no sea ya solo de calidad, sino que resista a través del tiempo.

George Cukor lo consiguió con La costilla de Adán, una comedia romántica con trasfondo de drama que contó, además, con la famosa pareja compuesta por Katharine Hepburn y Spencer Tracy en estado de gracia. Si ya en otras ocasiones funcionaron a las mil maravillas como reparto protagonista, aquí encarnan con gracia absoluta al matrimonio que sirve de eje narrativo. Su química funciona a todos los niveles: diálogos, gestos, guiños... hasta su propia presencia parece hecha por encargo.

Desde luego, La costilla de Adán no funcionaría como lo hace si no fuera por las interpretaciones de estos dos gigantes —que están muy bien acompañadas, es justo señalarlo, por todo el reparto—. Llenan la pantalla, sí, pero sobre todo sirven como jeringuilla a través de la cual inocular la temática de fondo del filme —el feminismo— directamente en los hogares. Humanizan la historia hasta conseguir desterrar cualquier maniqueísmo y, al mismo tiempo, logran que todos los requiebros del guión —humorísticos, dramáticos, enternecedores, aterradores por momentos— no eclipsen tampoco el fondo.

Cabría pensar que la película ha perdido toda vigencia. Después de todo, estamos hablando de una obra que se estrenó en 1949. Sin embargo, no ha quedado obsoleta por dos motivos. El primero, el más obvio, que en nuestra sociedad todavía no se ha llegado a una igualdad más allá de lo nominal en muchos aspectos, y aquí no pretendo hacer ningún juicio de valor, sino constatar una realidad: mi padre, cuando se casó con mi madre, le dio instrucciones sobre cómo plegar sus calcetines —sin ninguna mala voluntad—, y por divertida que nos pueda resultar hoy la anécdota, está claro que tampoco nos parece tan improbable. Aunque esto ya no se dé de un modo habitual, estamos hablando de una generación que todavía está en el mercado laboral, así que el feminismo es un tema vigente —aunque haya cambiado el nivel, las circunstancias y el enfoque—.

Por otro lado, el guión de Ruth Gordon y Garson Kanin nos presenta una pareja protagonista —y en contraste con los secundarios— que pertenece a un círculo social acomodado y de mentalidad más bien progresista, como pone de manifiesto que ambos, marido y mujer, trabajen de abogados —lo que permite, también, el doble enfrentamiento, en la corte y en el hogar—. De este modo, la trama se adelanta, y de un modo consciente, a su propio tiempo.

Es evidente que algunos giros y algunas consideraciones que se entrevén son hijas de la época, por mucho que su enfoque sea reivindicativo, pero no por ello el conjunto resulta menos impactante o entretenido para el espectador. Esto, unido al fabuloso reparto, a la belleza estética del filme y al buen ritmo que se desarrolla la trama, hace de La costilla de Adán todo un clásico al que merece la pena echarle un ojo.

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