Mundo ignoto

Imagen de Félix Royo

Un relato de Félix Royo dedicado a John Cage y a sus piezas para piano, que ilustraron esta secuencia.

Habíamos llegado a un fragmento de realidad desconocido por nosotros.

Quizás no fuera la más escuchada a diario pero era la suposición más obvia cuando despiertas con tus anteras desgarradas y empapadas en tu propio fluido esparcido por toda la espalda, así como rodeado del olor del pellejo quemado y lacerado inundando los orificios respiratorios bajo el buche.

Estuviéramos donde estu... Krq se había despertado de un salto al mismo tiempo que algún primitivo resorte había saltado en su atrofiado cerebro perpendicular, seguramente en la región del pánico, provocándole algún tipo de reacción animal, pues había salido corriendo hacia la profundidad del bosque. Estaba claro que, aunque perdidos, al menos debíamos dar gracias al Teseracto por velar de nuestro cuerpo y no arrojarlo al infinito universo de esta realidad.

Nunca habíamos experimentado errores de traslado en el cronadron metamolecular o, mejor dicho, nunca habíamos oído que se produjeran errores de cálculo o ejecución, si bien eran estadísticamente predecibles aunque fueran tabú entre los científicos. Idiotas... no ver el problema no lo evita, la ignorancia es la solución suicida por excelencia.

No obstante allí estábamos, con nuestros huesos hundidos en la nieve, malheridos y abandonados a la espera de nuestra muerte. En ese momento hubiese deseado no ser tan escéptico para poder albergar algún tipo de esperanza en sobrevivir. En cualquier caso no éramos simples científicos de laboratorio... bueno, en realidad, sí que lo éramos pero habíamos recibido formación militar para defendernos de seres vivos sensibles a la radiación y un útil curso de supervivencia que estaba deseando probar en cuanto encontrásemos deuterio en una tormenta en forma de supercélula.

Giré la cabeza al otro lado de la horizontal blanca forzando los músculos agarrotados al borde de pinzar algún nervio. Observé los cuerpos de los compañeros repartidos por el campo como si hubiesen sido arrojados desde algún lugar del cielo, tal vez muertos o algo peor. Uno sin duda lo estaba porque sólo pude adivinar la mitad de su cuerpo desmembrado contra un tronco partido.

Intenté gritar, llamar a los cadáveres para asegurarme de que no era uno de ellos, pero no pude, mis pulmones, los doce, estaban a medio gas en una atmósfera rara carente de ozono, con un altísimo índice de carbono y, sobre todo, muy baja cantidad de helio, que tanto necesitaba para respirar. Tenía que concentrarme, parar el corazón, ahorrar energía, consumir menos aire al bombear menos sangre, debía tranquilizarme en la situación más tensa a la que me había enfrentado, más aún que cuando nos enviaron a aquel mundo con gravedad por diez y los órganos luchaban por no caerse a nuestros pies.

Me calmé, pensé en el Teseracto y lo que había hecho éste por nosotros dándonos algo de orden en el caos, paré el corazón izquierdo mientras el derecho perdía fuelle, estaba relajado pero me di la vuelta para no presionar mi pecho con mi peso y las heridas de mi espalda me provocaron soltar el aire hasta quedarme sin helio que respirar nada más entrar en contacto con la nieve; pero grité, lo hice como sólo los vivos pueden hacerlo. Escocía de verdad, no como las heridas superficiales que hayas podido sufrir, ni como una hernia o una encía mandando señales aleatorias a tus cerebros, era el dolor exacto para que el sistema nervioso no se desconectada pero sí echara chispas en un cortocircuito relampagueante.

Fundido.

Volví a despertar, en el cielo había millones de estrellas en las que posiblemente alguien se encontrase en mi misma situación desesperada. No sentía nada; o estaba muriendo o mis heridas habían comenzado a regenerarse dejando esa asquerosa textura lisa alrededor de lo sano y rugoso. Me incliné muy lentamente para erguirme a través del vaho que salía de mis orificios al aire helado. Había buena visibilidad en el rango luminoso y residual en el de las microondas. Aquel pedrusco grisáceo que coronaba la cúpula celeste reflejaba con intensidad, en sus dos mitades, los rayos del astro que reinara en aquel sistema.

Me levanté y caminé agazapado hacia donde había visto a mi equipo, despacio como si alguien más allá de las estrellas me estuviese observando e intentara no ser visto. Tropecé con una pata truculentamente clavada en la nieve, incorporándome de inmediato antes de perder el aliento en aquella atmósfera nociva. Esto era peor que las simulaciones en las que el sonido transmitido a través del gas de una nebulosa te reventaba los tímpanos en una observación rutinaria.

Dejé caer mi cuerpo contra el de uno de mis colegas. Cuando sentí sus fluidos viscosos brotando desde las distintas roturas y el charco que sustituía su cabeza supe que no había nada que pudiese hacer por él, como intuía que tampoco podría hacerlo por mí antes de que los sesos comenzaran a congelárseme. Seguro que los demás se encontraban en el mismo estado, todas las criaturas conscientes del planeta lo estarían, bañados de su salvia y sangre, de esquilas de átomos escapando de su estructura, un flujo de ríos de múltiples colores en el que se ahogara toda vida… no, debía tranquilizarme, la condensación de ideas no sólo es un mecanismo de defensa ante la muerte, es también un camino sin paradas hacia la locura.

Me arrastré hacia el siguiente bulto retorcido y amorfo. ¡No tenía cara! Había retrocedido varios pasos cuando fui consciente de que del horror segregaba por mis orificios mucosa de la misma densidad que el plasma verdegay que escupía su vientre. No podía haberle hecho eso un inofensivo ramo de flores, éstas no eran capaces de hacer daño, eran simples plantas que rápidamente sucumben pisadas y arrancadas; tampoco podían haber rasgado su rostro hasta convertirlo en un paisaje llano hasta el horizonte, las flores… no… reaccioné ante mi absurdo desplazamiento y me obligué a mirar el tronco partido en las entrañas de su cuerpo, así como la senda de astillas hasta más allá de su cabeza. ¡Por el Teseracto, era un científico!, un ser racional y movido por la lógica, no debía dejarme llevar por las fantasías que inventaran mis cerebros, no estaba en condiciones de permitirme el lujo de huir del dolor y del asco hasta ponerme a salvo.

Alcancé la siguiente sombra. Me sentí aliviado al regresar a la normalidad, de ver un cuerpo intacto en aquella masacre que había sesgado tantas vidas. Aunque la mayoría de ellos fueran desconocidos para mí, salvo Krq y la capitana de la misión, no podía evitar sentir empatía por la gente de mi especie, elegida por el Teseracto para viajar entre los mundos. Limpié mi traje, buche y extremidades por un poco de dignidad pese a poder estar perdiendo un tiempo clave para salvar al individuo inconsciente a mis patas o a la capitana. Estarían bien, ya éramos tres sin heridas de consideración.

Examiné la cabeza mientras recobraba mi habitual escepticismo y la preocupación por la capitana, la única que había superado las duras pruebas de resistencia del programa de simulación, no sólo en nuestra sección sino a nivel de todo nuestro sistema solar. No había hemorragia aparente; confié en que respirara sin comprobarlo, me limpié las manos de los restos que habían quedado de mí mismo y comencé a zarandearle para que recobrara el conocimiento. No ocurrió nada. Intenté escuchar su pulso pero el grueso pellejo cristalizado me impidió comprobar si funcionaban sus corazones. Restregué mis manos por la nieve para quitar más restos. Iba a incumplir una de las normas de supervivencia del cursillo pero lo consideraba imprescindible para evitar el congelamiento: Alcé su cuerpo a mi espalda para moverlo a una cama de ramas caídas.

Las oí caer, las piernas se desprendieron seguidas por cuajarones que mancharon todo alrededor. Abandoné el torso al tiempo que me replegaba más asustado de mí mismo que de la situación en sí. Palpitaba entero a la vez que pensamientos en cascada se precipitaban por mi mente buscando una explicación lógica… disfunción… disnea… disfrutar… disidente… disociación. ¿Cómo no había visto los cortes y las heridas? ¿Por qué mis cerebros me negaban ver lo que miraban mis ojos? Tuve unas ganas irrefrenables de gritar pero sólo salieron lánguidos gorgoritos guturales.

Agazapado esperé durante largo tiempo a que amaneciera entre el ramaje. En color verdadero la escena parecía demasiado real para ser cierta, una simple simulación llevada al extremo. Claro, sin duda se trataba de algo así: Si nunca había ocurrido antes un accidente por qué iba a ser el único superviviente de uno. No era lógico. No estaban muertos porque no existían, eran sólo recreaciones virtuales de seres inexistentes. Los del programa habían sido hábiles al incluir a un conocido: Krq, para que me compenetrara con la historia pero lo habían sacado de la prueba antes de que yo pudiera preguntarle nada. ¿Y la capitana? No aparecía, típico, para evaluar mis condiciones de iniciativa y mando. Nadie ha muerto, nadie, no pasa nada, no.

Exclamé mirando al sol naciente que ya podían sacarme de la cápsula, que la simulación había terminado, lo hice hasta que el cielo perdió el rojo y el amarillo. No obtuve respuesta del exterior. En soledad mis tres ojos se nublaron cubiertos de hidrógeno y lloré como llevaba décadas sin hacer, descargué la frustración acumulada desde la infancia hasta quedarme seco por dentro. Comprendí que mi mente me la había vuelto a jugar, esta vez con la negación; idiota… qué sería lo siguiente: ¿racionalización? ¿proyección? ¿represión?

Caminé abatido entre las copas, por un lugar donde la nieve apenas se había depositado y se podían entrever los troncos gigantescos bajando cientos de metros a través del hielo como columnas clavadas en las profundidades de la tierra. Era caminar por un espejo que deja traslucir el fondo, agua helada… echaba de menos los lagos de hidrógeno de mi planeta.

Más adelante escuché gritos escalofriantemente familiares, venían de lejos aunque mi desorientación no me permitía discernir derecha de izquierda. Me detuve en seco, me concentré; si conseguía enviar las órdenes del sentido cinestésico a las partes correspondientes de los cerebros y que las analizaran sería como ser una brújula andante. No lo tenía claro, nunca había sido un destacado en la clase de psíquica, pero intuí que en ese momento los ruidos venían de detrás de mí. Se hicieron más nítidos conforme me acercaba aunque me mareaba el efecto anisótropo de los árboles cruzándose al correr entre ellos. El sonido se panoramizó a mi izquierda, me giré y los vi tirados en el suelo.

La capitana daba golpes en grandes ademanes pero sin llegar a acertar en Krq, que la sujetaba con fuerza, ayudándose de su peso, contra el suelo. Me quedé congelado como un espectador ajeno incapaz de traspasar la pantalla tras la que sucede todo. El científico golpeo con fuerza la cabeza de su superiora, que aulló de dolor, y se abalanzó contra su pata arrancando de un mordisco un trozo de músculo por debajo del hueso roto. Sin duda el hambre había vuelto a un estado primitivo a Krq, incapaz de diferenciar el alimentarse del canibalismo, aunque una reacción de ese tipo no podía haber ocurrido en tan poco tiempo, si bien él mismo no sabía cuánto tiempo había estado inconsciente desde que su compañero saliera corriendo al bosque, sufriendo en solitario una degeneración completa, natural por otra parte, indiscutiblemente racional. A él también le estaba entrando hambre.

Pero no podía hacerlo, era algo horrible e injustificable, abominable desde cualquier punto de vista. ¿Por qué había pensado en morder a la presa, a… la capitana? Primero de Estudios científicos avanzados, psicología: Lo que más debe temer un investigador es el caer en la racionalización como vía de escape o solución de un problema y no como medio para alcanzar una respuesta. Su mente huía de la realidad de nuevo, había desarrollado una teoría racional para evitar el horror de ver a un semejante ser devorado.

Cargué contra Krq con mis escasas fuerzas y ambos caímos al suelo; forcejeamos dando golpes a todo lo que no fuera hielo o cielo. En algún momento desenvainé el cuchillo que llevaba a la cintura, lo clavé hasta ahogar los alaridos de mi colega y perforar mi propia mano agarrada por la suya. Velé mis ojos de verde mientras sujetaba los suyos entre mis dedos, aplastándolos contra un tronco sabiendo que en los estertores de la muerte seguiría buscándolos… Cuando terminé no sabía dónde acababa su cuerpo y dónde empezaba el mío, por qué el sol me amenazaba acusador desde el cenit, ni en qué momento había decapitado al caníbal cortando buche y cuello durante el suficiente tiempo como para que su cadáver estuviese frío al hacerme con su cabeza.

Serpenteé siguiendo el rastro de fluido pintado en el suelo hasta encontrarme encima de la capitana. Su pata había sido roída hasta el hueso por aquel ser inmundo y, en algún momento, había llevado el arma de la hembra hasta el tórax para desinflar, uno a uno, con cada cuchillada, los pulmones. Había llegado demasiado tarde. Mi escepticismo me recordó que matar al villano no significaba la supervivencia de la víctima. Krq, maldito bastardo, él produjo el fallo del teletransporte, por eso huyó al ver que le observaba el muy hereje, que el Teseracto le castigue, seguro que también mató al resto del equipo para quitárselos de encima, para comérselos, saboreando cada trozo masticado sobre su lengua bífida, disfrutando del flujo resbalar por su garganta, con el placer inconsciente de la gloria.

¡Maldito monstruo! Grité con la boca llena.

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Maundevar
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Me gusta cómo está escrito y la manera como describe su cuerpo tan distinto al nuestro pero contado con simpleza y desaire, siendo algo normal para él, pero extraño para nosotros,... Muy interesante la sensación que da al leerlo.
Me ha asemejado al estilo Asimov. Muy sugerente la ambientación y en extremo fluido el texto.
Lo único que no me ha gustado es que termina antes de lo que yo pensaba. Imaginaba que iba a pasar algo más. Algo que explicara más su situación y cómo iba a acabar el protagonista, pero es lo que tienen los buenos relatos cortos... ...te dejan con ganas de más...

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Félix Royo
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Cuando terminé de escribir este relato pensé: Está claro que se da a entender que han viajado entre ¿universos? ¿dimensiones? y que algo ha salido mal. Podría alargarlo con más encuentros y situaciones pero, en definitiva, sería lo mismo. Así que lo revisé y lo dejé con la intención original, que era la de mostrar la espiral hacia la locura. Para ello me he valido de conocimientos sobre el psicoanálisis, muy interesantes de cara a escribir escenas del palo aunque se puede optar también por crear tu propias fobias y reacciones nerviosas huyendo de esto.

Lo que sí que quería era que diera la impresión de estar corriendo por un campo lleno de agujeros en los que tarde o temprano vas a caer, una pérdida en cascada del control de uno mismo, porque a eso se añade la sensación de fracaso y de derrota siendo por lo tanto mucho más difícil levantarse. Estoy empezando a ver que para que una situación de crisis personal sea lógica hay que pensar en muchos más factores que en el problema-respuesta y, además, de forma coherente con ese personaje.

El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación ¦

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David Jasso
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Un relato muy interesante. No es gore, pero lo parece en determinadpos momentos, porque las descripciones son muy vívidas y detalladas. Uno casi acaba la lectura pringoso de fluidos, mola. 

Creo que el autor sí transmite adecuadamente el hecho de que se viaja entre dimensiones (o algo así, sin definir del todo). 

La sensación de peligro y amenaza está latente durante todo el relato.  A mí el final sí me ha parecido adecuado, no creo que sea conveniente para el relato ni dar más datos ni prolongar la historia con otros sucesos.

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Aldous Jander
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Me ha gustado mucho, un genial ejercicio de imaginación que me ha hecho recordar a los insectores de El juego de Ender y en algunos aspectos a la reciente District 9. En mi opinión a la trama ni le falta ni le sobra nada... buen relato .

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Darkus
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Una locura maravillosa.

Un relato tenso, desasosegante, cruel, gore (sin apenas soltar nada directamente) y, sobre todo, con mucho de ciencia-ficción. Me ha recordado un montón a los mejores Grant Morrison, Warren Ellis y Alan Moore (junto a un poquito de Jamie Delano). Y sí, yo creo que se entiende perfectamente lo que ocurre, aunque ese tono de "¿Qué narices ocurre?" que adquiere el relato en algun parrafo, le queda bastante bien.

"Si no sangras, no hay gloria"

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