La ola

Imagen de Jack Culebra

Sobre la película basada en hechos reales de Dennis Gansel

 

Aunque parezca mentira, los sucesos que se narran en La ola (Die Welle, en el original alemán) están basados en hechos reales. Lo más curioso del asunto es que los elementos más evidentes, como el marco —la Alemania sobre la que sobrevuela continuamente su pasado como un pájaro de mal agüero—, son los que han sido modificados, y otros que parecen increíbles, como la velocidad a la que se precipitan las cosas, son los que se han dejado tal cual aunque hicieran peligrar —paradójicamente— la verosimilitud de la historia.

Cuando Ron Jones, profesor de secundaria en Estados Unidos, empezó de un modo improvisado la Tercera Ola, tan solo intentaba explicar a sus alumnos californianos que no era tan increíble que los ciudadanos alemanes de antes de la II Guerra Mundial se dejaran arrastrar por el nazismo: solo hacía falta, a su entender, un caldo de cultivo adecuado y un catalizador que cohesionara el descontento. Y las cosas se le fueron de las manos en menos de una semana: en cinco días, como en la película, se vio obligado a cortar con un experimento que había escapado de las aulas y aglutinado a varios centenares de jóvenes.

La ola no es una película panfletaria. No señala a buenos ni malos, sino que pretende huir de todo maniqueísmo para, precisamente, abordar una cuestión evidente: aunque sobre el papel la mayor parte de la gente rechaza como imposibles o inaceptables determinados planteamientos, en la realidad gran parte de esa misma gente se incorpora a ellos, y no solo por temor, sino arrastrados por una inercia que también crea conversos.

En este sentido, Dennis Gansel se muestra muy hábil. En primer lugar, se apoya en un repertorio muy amplio de personajes que si bien permiten cubrir muchos espectros sociales, no se quedan en meros arquetipos: todos los protagonistas de la historia presentan detalles que los vuelven más humanos y más comprensibles, por mucho que no se señalen unas relaciones causa-efecto unívocas. Desde el profesor seducido por la euforia de haberse ganado la atención de sus estudiantes a los adolescentes conflictivos —como cualquier adolescente— que buscan encontrar su sitio en esa tierra de nadie compuesta por hogares, centros educativos y zonas de fiesta, todos tienen su momento para dotar de mayor riqueza al conjunto. Y, por tanto, de mayor verosimilitud.

Así, a medida que transcurre la semana fatídica hacia el desenlace que todos barruntamos, nos implicamos con los hechos y quienes los viven. Esos estudiantes alemanes no difieren tanto de los americanos que vivieron la Tercera Ola en el mundo real, ni tampoco de los estudiantes que nosotros mismos fuimos. Nadie es ajeno a los efectos bola de nieve, y por eso es interesante este caso concreto. Dado que no hay un registro documental del experimento original, su novelización cinematográfica bien cumple el papel de acercárnoslo.

Además, como todas las películas basadas en las relaciones interpersonales bien ejecutadas, La ola engancha rápidamente al espectador. Sí que peca, en ocasiones, de una vocación manifiesta por el drama, por cargar las tintas algo más, pero es que el cine es espectáculo, ¿no? Y a veces, también, una ventana para entender mejor nuestra realidad.


 

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