Ladrón de ladrones

Imagen de Anne Bonny

Reseña del cómic de Kirkman, Spencer y Martinbrough publicado por Planeta DeAgostini

Más que el sueño de ser inmensamente ricos, todos lo sabemos, lo que seduce de las historias de ladrones de guante blanco es el ingenio. Tanto en clásicos como Arsène Lupin o El golpe como en versiones modernas como Ocean's Eleven, el elemento que fascina es ese: la inteligencia, la precisión, el giro inesperado... Robert Kirkman lo sabe y esto es lo que nos brinda en grandes cantidades. Después de todo, no hablamos de un ladrón común, sin de —a modo de Rey de reyes— un Ladrón de ladrones.

La historia que nos trae y que Nick Spencer adapta con maestría en su guión transita por todos los clásicos tópicos del género. Lo hace de tal modo que cuando termina la historia dan ganas de aplaudir. Sí, tenemos al ladrón mítico, el mejor de su generación, el que es capaz de robar cualquier cosa con un pase de manos propio de un prestidigitador. Y también a su abanico de especialistas: carteristas, artificieros, expertos en tecnología, en disfrazarse... Esto viene aderezado, cómo no, con problemas familiares, la promesa de que ese es el último robo, el retorno por causas de fuerza mayor, la tensión con el sabueso —en este caso del FBI— y... ¿os había dicho ya que todos los elementos propios del género tienen su lugar en Ladrón de ladrones?

Claro, de eso se trata. ¿O no sabíais que el secreto está en que la víctima mire hacia donde uno quiere que mire? A partir de ahí, Spencer te va liando y, una vuelta de tuerca detrás de otra, demostrando que esto no es una simple historia más, sino la traslación de un género que ya había sido maravillosamente explotado por el cine y la literatura a un medio narrativo que tiene ganas de contar las cosas a su manera: el cómic.

Shawn Martinbrough se encarga de aportar sus recursos en el apartados gráfico. Y lo borda. Lo borda porque sabe extraer del cine encuadres, el dinamismo de la acción, la expresividad de los rostros, los códigos de colores, la dinámica de silencios y diálogos cortantes... sin supeditarse a ese medio. Bien al contrario, complementa estos recursos —como ya Spencer había hecho con los literarios— para darles un repunte con los propios del noveno arte.

¿El resultado? Ladrón de ladrones es al género de ladrones de guante blanco lo que Criminal es a la novela negra: una oportunidad de oro aprovechada a fondo para contar las viejas historias de un modo distinto y, por lo menos, igual de potente. Es por eso que cuando terminas la lectura de este tomo te quedas con una sonrisa de oreja a oreja.

Si te gustan estas historias y los cómics, no puedes perdértelo. Incluso si creías que no te gustaban los cómics. Aquí te espera un mecanismo de relojería que no te estallará en las manos, sino que te abrirá todas las puertas que tiene que abrirte.

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