Los Airgam Boys y los gladiadores

El eslabón perdido de los clics tenía un circo romano

A pesar de que los Airgam Boys fueron prácticamente contemporáneos de los clics de Playmobil, para mi siempre fueron un juguete de la generación anterior, un algo que se miraba con una mezcla de incredulidad y reverencia más o menos justificada. Eran bastante mayores que los clics (lo que encajaba a su manera con que fueran los juguetes de nuestros primos mayores), como gigantes en comparación, pero a pesar de todo tenían bastantes similitudes: los complementos de ropa se pinzaban encima, tenían objetos que podían sostener y también vehículos y escenarios algo desangelados, y ese toque de autómatas concebidos a base de dibujos infantiles.

Incluso se podría decir que tenían sus ventajas, como el movimiento separado de las piernas, que aunque restaba estabilidad permitía aventajar a los clics en dinamismo, o piezas de mayor tamaño que, por lo tanto, eran más difíciles de perder. Estéticamente, supongo, no eran ni mejores ni peores, sino que dependía de las costumbres de cada cual. ¿Por qué se extinguieron entonces? Quizás fue su mayor tamaño, como en el caso de los dinosaurios, que los hacía más costosos de fabricar y distribuir. Quizás se diversificaron menos que sus parientes, o hacia ecosistemas menos adecuados.

No, no bromeo: mientras los clics se aferraban a las historias de vaqueros y se iban modernizando cual comedias familiares, e incluso traían el exotismo de los safaris, los Airgam Boys, al menos en mi memoria, apostaron demasiado por el Imperio Romano, el cual ya sabemos todos cómo terminó. No, no es un reproche, sino más bien un anhelo que han tardado unas décadas en satisfacer los Playmobil.

Sí, en mi más tierna infancia los Airgam Boys mantenían una puerta abierta al mundo de los peplum y de las longevas reposiciones de Semana Santa. Con su sabor a capirote y aventura insospechada (y algo sangrienta), como de tebeo del Jabato apócrifo, ellos tenían los romanos y, sobre todo, el circo. Sí, el circo, con sus fieras y sus gladiadores, retirarios y secatores, tal vez tracios, dispuestos a dejarse el pellejo ante algún fiero león.

Nunca llegué a tenerlo en mis manos, pero siempre al pasar frente a cierta juguetería, tiempo ya después de que desaparecieran del mercado, contemplaba la caja olvidada de ese circo romano en una estantería casi inaccesible e imaginaba cómo sería montar algo tan impresionante mientras intentaba reunir el valor de preguntar el precio al dependiente. Sin duda, sería mayor que la casa safari. Y mucho más extravagante.

Pasó el tiempo de los peplums y de la superproducciones como La caída del Imperio Romano o Ben-Hur y aquel mundo fascinante pareció ser dejado de lado por las compañías jugueteras, más interesadas en guerras modernas y menos peregrinas. Y el eslabón perdido durmió el sueño de los justos hasta que internet lo ha arrancado de su sopor a base de nostalgia. Un juguete que no creo que fuera particularmente educativo, pero que al menos suscitaba cierto interés pueril por la historia sobre la que se fundamenta la nuestra.

Gladiadores... Ave, César, morituri te salutam y estas cosas.