El estudiante de Praga

Imagen de Jack Culebra

El filme de Paul Wegener de 1913 saca a pasear el terror por exteriores

 

 

El estudiante de Praga llama la atención por varios motivos. El primero es que recurre a la mitología directamente, sin inspirarse, como otras obras de terror contemporáneas, en obras literarias, pero no de un modo general, sino aferrándose a un mito muy concreto (y germánico): el del doppelgänger. Toda la trama gira en torno a este gemelo malvado, a esta duplicidad de la persona que emparenta con el caso del doctor Jeckyll y míster Hyde sin ser, no obstante, equivalente.

El desarrollo es de largo trayecto y viene con tintes moralistas. La trama nos presenta a un joven estudiante que se deja llevar por la vida disipada y que acepta, digamos, manejos poco claros para llegar a sus objetivos. La historia incluye un personaje mefistofélico que sirve de detonante y personificación de la tentación y lo diabólico, enredos amorosos, abandonos a la perdición muy propios de este mito, escenas efectistas donde la problemática cristaliza de un modo físico y, en definitiva, todos los elementos característicos de esta narrativa.

La puesta en escena gana mucho por el uso de exteriores, un recurso al que hasta la fecha no se le había sacado demasiado partido. Más allá de momentos de pura exhibición, como las cabalgatas y desfiles de carruajes o la escena del lago, hay piezas clave en la película que se deben precisamente a estos exteriores, como por ejemplo la fantástica visita al cementerio judío de Praga. El uso de filtros de color para marcar los momentos del día son muy acertados.

A pesar de este enfoque de gran producción cinematográfica, El estudiante de Praga sigue siendo muy teatral en su puesta en escena y en los episodios elegidos, algo que se ve acentuado por ser una película muda y expresionista. Del mismo modo que se muestra muy contenida en cuanto a efectos especiales se refiere (tan solo se permiten para algunas escenas clave del doppelgänger, y aun estas están muy medidas en comparación a la exuberancia de películas precedentes), se deja llevar por otro tipo de artificios visuales: el duelo a espada, los bailes, la escena del balcón... se percibe en ellas un gusto por lo teatral que marca la estética de la película.

Este último aspecto hace que ahora la película tenga gran interés documental por las localizaciones que capta. Además, en conjunto, todos estos elementos le dan una solidez y una madurez a la película que va más allá de los aciertos puntuales. Si bien como película de terror puede resultar en exceso benévola, sobre todo para un espectador contemporáneo, el modo en el que está urdida potencia la sensación de fatalismo que asola al protagonista. En cierto modo, es más drama que horror.

El estudiante de Praga es, por lo tanto, un eslabón importante en el cine de terror y el fantástico. Aunque la trama resulta algo alambicada para lo que cuenta finalmente y el ritmo es algo pausado, sigue siendo un filme interesante y asequible para el espectador contemporáneo.

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