Rip Kirby, la elegancia del investigador

Imagen de Anne Bonny

A veces uno se encuentra con un cómic que te hace entender por qué los años treinta – cuarenta fueron una época dorada para las tiras dominicales.

Un clásico, eso es lo que es Rip Kirby, con todas las de la ley. Es un cómic como ya no se hacen, con elementos que han quedado obsoletos, y en muchos casos no para bien. Es un cómic que en cuanto lo ves percibes que se hizo en otra época, que pertenece a otro mundo que no es el que nos vio crecer. Tiene ese aura que rodea a algunos de los tebeos que rescataba del archivo de mi padre y que tan buenas sorpresas me han deparado.

 

No es sólo un tema de blanco y negro: es un tema de concepción. Actualmente la dualidad entre cómic infantil y tira dominical seria se está desdibujando. En los periódicos aparecen, con suerte, viñetas cómicas, satíricas, pero el espacio para el cómic seriado no son los diarios. Tampoco existe ya una frontera traumática, o al menos marcada, entre niñez y madurez. De hecho, la juventud parece haberse estirado más allá de toda lógica; nada tiene que ver con la de mi padre (currante a los catorce, con coche y piso propio a los dieciocho). Y, aunque no es el objeto de este artículo analizarlo, estas circunstancias saltan al mundo del cómic, en su fondo y en su forma. Nadie se imagina una tira de Rip Kirby en el 20 Minutos; es una lectura para tipos que llevan con acierto un borsalino. Un clásico, como decía.

 

Del cómic llaman la atención ya varias cosas nada más abordarlo: el auténtico blanco y negro -que no aceptaría con agrado un coloreado-, la homogeneidad de las viñetas -una serie de estrictas tiras de a tres articula toda la historia-, el encuadre de las mismas -con una predominancia absoluta primeros planos-, la expresividad de los personajes, el detallismo de los escenarios, el trabajo de documentación que destila la historieta...

 

En muchos sentidos, se podría decir que es un cómic a quemarropa, pues reposa en los rostros de los personajes, que muestran la maestría de Alex Raymond en la caracterización de los mismos, y en el ritmo sostenido de la historia, sin buscar apoyo en visiones panorámicas e impactantes o en recursos cinéticos, aunque no desdeñe ni el cuidado del trasfondo ni los episodios de acción. Se trata de una narración que hace pensar en los seriales radiofónicos por el mismo racionamiento de elementos y su inteligente uso, que hace imaginar que mucho se ha quedado en las bambalinas.

 

Las tramas son relativamente complejas; más, en cualquier caso, que complicadas, pues el autor sabe que van a ir llegando con cuentagotas a los lectores, espaciadas en el tiempo. De hecho, no duda en meter pasajes para “refrescar la memoria”, aunque sin romper excesivamente el ritmo. No hay excesos propios de las historias de Sherlock Holmes por los mismos motivos que impone el formato: Rip Kirby es ingenioso, pero evita sacar conejos de la chistera, pues todo el mundo debe seguir sus pasos.

 

Es bastante impresionante ver cómo Raymond sabe qué elementos tiene que potenciar para que sus historias enganchen y cómo permite que su arte se supedite a ellos, controlando los alardes que empañarían, paradójicamente, el resultado de la tira. Así, sus caracterizaciones de personajes son bastante maniqueas (los malos son de los que se les ve en el cara), pero extremadamente eficaces, de modo que no se pierda nadie durante la narración.

 

Al mismo tiempo, las historias que cuenta no caen tanto en ese blanco o negro, seguramente porque no es un requisito para llegar al lector, y así tenemos temas muy interesantes tratados con un ingenio que tuvo que rozar algunas señales de alarma del comic code. Creo que es por ello que las historias han envejecido muy bien, y que por eso Rip Kirby es más clásico que vieja gloria.

 

Es raro a día de hoy, o al menos a mí me queda esa impresión, encontrar artistas que sean capaces de “sacrificar”, en teoría, su genio, por el bien de la historia. Quizás hemos llegado a identificar ruptura, experimentación y evolución en el cómic con fuegos artificiales, y no deja de ser algo que me choca con el trabajo profesional -creo que ése es el término que más justicia hace- de unos artistas cuyo primer objetivo era llegar al público pero con consistencia, y no simplemente deslumbrarlo. Como si fuera una carrera de fondo. Como si los cómics fueran con garantía.

 

Quizás fuera conveniente echar la vista atrás de vez en cuando y fijarla en estos pioneros no sólo para localizar tal o cual hito que marcase un cambio radical en la historia del noveno arte, sino para constatar que el sistema con el que sentaron las bases que le permitió sobrevivir a censuras, épocas, modas y otros escollos para llegar en buena forma hasta nuestros tiempos pasó, en muchos casos, por técnica, paciencia y mucho de ese trabajo que tan poco se ve a primera vista pero que tan pocas fisuras deja en un acabado, permiténdole así sobrevivir el paso del tiempo.

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