El cine de siempre: El hombre que mató a Liberty Valance

Imagen de Luc Hamill

Quizás alguno crea que en El cine de siempre tenemos momentos esnobistas y nos subimos al carro de esos sesudos críticos que van de enteradillos. Nada más lejos de la realidad. Aquí hablamos de cine, sin rollos ni adornos. Sin concesiones. De cine.

Es para preocuparse. Yo respeto mucho los gustos de los demás, y está bien que se hable de las películas de ahora, que por algo son la actualidad. Lo que ya no me parece tan bien es que se rememoren los títulos mediocres del pasado y se dejen de lado los grandes del cine de antaño. Así sin más, que ahora se hacen muchas pelis pero no mucho cine que digamos. Que si por un lado negocio y que si por el otro entretenimiento, y nos olvidamos de lo más importante: el cine es arte, y el arte, por definición, es entretenido.

 

La gota que colmó el vaso hace poco. En un programa de intercambio de ficheros de éstos busco la B.S.O. de La Pantera Rosa (autor Henry Mancini, totalmente recomendable), ya saben, aquel film de los años 60 que entre otras cosas dio origen al gracioso monigote de los dibus y a esos dulces riquísimos. Bueno, que me desvío. Busco el tema de la peli, ¿y qué me encuentro? “La Pantera Rosa - Música de dibujos animados”. Con un par, sí, señor. Pero, ¿cómo se puede pisotear en la obra de Mancini, que es un referente del jazz, oigan, que es una pieza maestra para el séptimo arte? No me hagáis eso, porfa.

 

Así que en ésas andamos. Es necesario, vital y hasta un deber moral rescatar el cine de verdad. Una vez más, vuelvo a traeros el cine de siempre, el que nunca debe caer en el olvido. Ya sé, a veces es en blanco y negro y eso echa para atrás. Sí, tampoco sale Di Caprio ni ningún rapero, ni tampoco rubias florero. No, no abundan los efectos especiales Industrial L&M, tampoco hay trilogías. Por suerte, el cine de siempre ha alcanzado el panteón de las obras inmortales sin tener nada de eso.

 

A ver. Es de noche en Shinbone, un pueblecito en mitad del oeste. A la tierna luz de los candiles se descubre un boceto familiar de una cocina, de una sala de estar. No sé de ninguna introducción más clásica. Ni más directa. Así empieza la cinta que nos ocupa hoy.

 

Siempre en la historia hay perdedores. En esta ocasión es Tom Doniphon (John Wayne, que vuelve a ser la esencia del Salvaje Oeste), un hombre que nunca ha estudiado. Un ganadero hecho de revólver. Un hombre de un mundo que está en decadencia. En cambio la nueva civilización llega a Shinbone en la forma de Ramsom Stoddard (James Stewart, otro actorazo), un abogado recién salido de la universidad. Nunca ha disparado un arma. Es un hombre que confía en la democracia.

 

Y entre ellos habrá una mujer: Vera Miles. Al principio es la usual mujer del western que sólo espera casarse y hacer una familia (con el personaje de Wayne). Será la mencionada llegada de Stoddard la que cambiará esos planes... El abogado sacrificará su vida por la ley y el orden, pero Doniphon lo hará por amor. Y hasta aquí puedo leer. Para saber más, hay que aventurarse, que merece muchísimo la pena. No pierdan más tiempo y, tras leer este artículo (ya que se ha empezado, se acaba, ¿no?), después dejar un amable comentario tipo “queremos un hijo tuyo”, vayan directamente a verla. Da igual en donde y con quién, pero a verla. No obstante, voy a dejar unos pequeños apuntes.

 

La verdad es que las leyendas no cuentan cosas que pasaron sino que se dice que pasaron. Esta cinta es uno de los más míticos trabajos de su dire, John Ford, y a la vez es una película atípica dentro del western. ¿Quién es Ford? Bueno, hablar de él es hablar del cine del Salvaje Oeste, y espero que esto no os desilusione. Al contrario, El hombre que mató a Liberty Valance realmente no sabe de géneros, pues nos ofrece temas universales como la melancolía de un pasado que muchos se apresuran en olvidar. El hombre que mató a Liberty Valance no va de indios sino de cuánto hay de cierto en las leyendas. Y, algo que nunca he visto señalado en ninguna crítica, de cómo el héroe, por naturaleza, siempre está solo.

 

Con el metraje de esta peli se puso punto y final a una época, a una forma de hacer y entender el cine. No sé si alguien me sigue, pero ya debo decirlo todo. La cuestión aquí es que los ideales bonitos y pomposos son destruibles sin dificultad por los pistoleros de poca monta. La música no amansa a las fieras sino las armas. Además, Ford nos transforma al héroe clásico en uno mucho más humano, un héroe capaz de engañar. “Esto es el oeste señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, escribe sobre la leyenda”.

 

Ya entrando más en faena, podemos ver que la película parte aislando completamente a los personajes del mundo exterior encerrándolos en un pueblo sin ley. De esta manera se concentran todas las emociones en lo que pasa en la ciudad, eliminando cualquier referencia exterior y favoreciendo la sensación de desamparo que sienten los ciudadanos ante los pistoleros.

 

Quizás esto es lo que más extraño resulta de la película ya que casi en todo momento nos encontramos en interiores y no en los famosos espacios abiertos de los western. De la misma manera, gracias a ese encierro los espectadores pronto se identifican con los personajes. Esta complicidad se hace notoria cuando el personaje de Stewart nos cuenta su confesión, poniendo en unión verdad y mito a pesar de sus diferencias.

 

La profundidad de la interpretación de la actriz Vera Miles llega a su esplendor en las escenas del funeral que veremos (no digo de quién o qué). En lo que se refiere a Stewart y Wayne, están magníficos. En mi modesta opinión, éste es el mejor personaje de Wayne junto con el Ethan Edwards de Centauros del desierto, que para muchos es la mejor película y que con ésta de hoy y El hombre tranquilo forma la trilogía de John Ford y John Wayne. Que no se me olvide, el villano de turno, Lee Marvin, está extraordinario.

 

Y respecto a la dirección de Ford qué podría añadir que sea nuevo. Nadie como él para mostrarnos las cicatrices que nos dejan las renuncias, y también para hablarnos de la dignidad que muchos tienen para reconocer las cosas por su nombre. Este director, tendrá sus manchas en su extensa filmografía (lo admito), pero era un genio. ¿Cómo lo sé? Veréis, la diferencia entre genio y buen director es que cuando has visto una obra del segundo ya no te sorprende nada, todo es conocido. En cambio, cuando ves algo del primero encuentras matices, mensajes ocultos, detalles y más secretos que te hacen deleitarte con lo que es una magnífica película e historia.

 

Ay, desdicha que matamos a Liberty. Y lo matamos sin efusividad, pues la película va decaída y en calma, apenas mostrando tiroteos. Estamos quizás ante el primer western crepuscular (el último es el Sin Perdón de Eastwood, que ya revisamos). Aunque parezca mentira no obtuvo ningún Oscar. Así se homenajea al verdadero cine, señores. Con pelis como ésta lo aprendí.

 

Para cerrar mi humilde crítica (aunque yo la considero una reflexión de sobremesa entre amigos) quisiera mencionar tres o cuatro escenas que se me grabaron en la retina para que estéis atentos a ellas. Son momentos de cine, y ríete tu del beso de Titanic y otras pseudo-estampas goyescas.

 

La primera es aquella en la que Stoddard recibe una manta de palos. La segunda nos lleva a una cantina petada, un filete y una zancadilla. Un cara a cara y Lee Van Cleef al fondo (sí, en esta peli sale el malo de El bueno, el feo y el malo). La última cuando Stoddard habla enorgullecido de su hazaña. Eso es todo.

 

Naturalmente, hay otras muchas escenas, como la que desvela la vuelta del personaje de Miles a los lugares donde pasó su niñez, la que nos revela a un Doniphon borracho quemando una casa y, sobre todo, aquella de la flor de cactus. Qué manera tan emotiva de decir tantas cosas. ¿Qué cosas? Ah, como siempre, habrá que verla. Verla, y reflexionar.

 

 

FICHA TÉCNICA

Título original: The man who shot Liberty Valance

Año: 1962

Género: Western

Duración: 118 minutos

Dirección: John Ford

Guión: James Warner Bellah y Willis Goldbeck

Producción: Ford Productions

Distribuidora: Paramount Pictures

 

 OcioZero · Condiciones de uso