Las tareas del lector

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Hace ya cierto tiempo, tras leer un relato de Miguel Cisneros, nuestro Guy, y mientras trataba de racionalizar por qué aquel texto no me había gustado, terminé llegando a una conclusión un tanto peregrina, algo en lo que nunca me había parado a pensar pero que, echando la vista atrás a la luz de aquella idea, me pareció que siempre había estado ahí, aunque yo nunca me hubiese fijado.

Me había quedado la impresión de que al relato le faltaban partes, algunas más o menos sugeridas, otras ni eso. Yo tenía que identificar los huecos y, en la medida en que me hicieran falta para poder seguir la lectura (hacerla acorde a mis esquemas mentales, poder sentir que estaba siguiendo un discurso completo), añadirlas de mi propia cosecha, sin ningún tipo de control por parte del autor y con total libertad (se podría decir que para perderme) a la hora de elegir los elementos a suponer incluidos; es decir, que en cierta forma se me obligaba a ser coautor de la obra que tenía entre manos. Otros detalles que ayudaron a que mi impresión fuera negativa eran el haberme encontrado con metáforas y símbolos demasiado propios del autor, pertenecientes a una imaginería que me resultaba ajena, y también ciertas combinaciones de términos de una audacia excesiva para mi gusto, rayando el “abuso” o el “engaño” (como la pantagruélica cuerda o el hierático bocadillo que tanta gracia le hacen al amigo Ernesto Fernández, weiss), algo que me es muy difícil aceptar porque, personalmente, entiendo que los adornos de la prosa deben estar sustentados en la significación, y ésta a su vez en la historia que me están contando o que me pretenden contar.

 

Llegué a la conclusión de que mi impresión final, negativa, era debida a que el tipo de lectura (ojo, lectura, la comunión entre autor y lector que King asemeja a la telepatía) que me proponía el autor no era de mi gusto, o simplemente no me apetecía en aquellos momentos, primero porque se me pedía un ejercicio excesivo de interpretación y aceptación de un código ajeno, sondear metáforas y símbolos lejanos a mi experiencia y aceptar juegos no de mi agrado. También se me exigía, si quería llegar con la lectura a buen término, una coautoría que no tenía ganas de ejercer, al menos en el grado en el que aquel texto parecía necesitar.

 

Allí estaban los dos elementos, la interpretación y la coautoría, en parte mezclados, como suelen estar en muchas lecturas, y cada uno en su grado, lo que las diferencia a unas de otras. Según esto me dio la impresión de ver tres tipos de lecturas “puras” que se combinan en determinadas proporciones para dar cada lectura determinada.

 

-La lectura cómoda: más propia, diría yo, del best seller. Me refiero a ese tipo de lectura en el que el autor lo hace casi todo, redacta la obra de manera que apenas haya que interpretarla, todo está ahí, muy claro, apoyándose sólo en símiles, metáforas, imágenes y simbolismos comunes, muy fáciles de asir, no introduce elementos o reflexiones “extraños”, o si lo hace son de una “extrañeza” mínima que se evapora con una pizca de ejercicio mental por parte del lector. Además, todo lo que el autor quiere que la obra diga está en el texto de manera suficientemente explícita. Hablamos, como diría mi amigo Ángel Vela, palabras, de una lectura para pasar el rato, fresquita, sencillita, amena, pero sin picos creativos. Ya digo que ésta sería la interpretación de palabras, para que yo pudiera compartirla habría que eliminarle los diminutivos que, intencionados o no, entiendo como significativos a la hora de determinar su postura al respecto, y también lo de la sencillez y la altura creativa, algo que no me parece del todo real a la hora de hablar de una obra con especial potencial para ser entendida y disfrutada; vaya, que no me parece ni mucho menos sencillo conseguir eso, o al menos a mí no me resulta sencillo cuando perpetro mis relatillos.

 

-La lectura a interpretar: me refiero a esa que nos pide un ejercicio más activo, utilizar nuestro traductor interior para descifrar metáforas de más calado, menos obvias, penetrar en reflexiones más complejas, manejar un lenguaje más amplio y construcciones más elaboradas, o entrar en comunión con una imaginería diferente a la nuestra y aceptar juegos quizá más arriesgados. Por definición hablamos de algo de mayor nivel literario, pero también con más posibilidades de perder la conexión con el lector hasta conseguir sacarlo de la historia. Una metáfora bonita o ingeniosa puede ser un gusto para los sentidos, pero si nos pasamos de ingeniosos podemos entrar en el terreno de lo peregrino, como si alguien pone “tres sabores con palo” para referirse a los vampiros, pretendiendo que el lector capte el significado en base a recordar el famoso helado Conde Drácula de Frigo. Igualmente peligroso puede ser basarnos en un código simbólico demasiado hermético, una imaginería propia de difícil acceso a cualquiera que no seamos nosotros mismos, con nuestras circunstancias, nuestras experiencias y nuestro bagaje literario personal. Si yo de pequeño sufrí un cólico nefrítico después de haberme atiborrado de mejillones y desde entonces les tengo una terrible aversión, ¿de verdad puedo pretender que un texto trufado de alusiones directas o indirectas a los mejillones provoque en el lector el mismo grado de repulsión o angustia que puede provocar en mí? Si siempre he sentido una fascinación metafísica por el mundo de la citología ¿no es posible que sea un exceso por mi parte introducir una pequeña reflexión sobre el sentimiento de alienación de un hematíe separado del cuerpo humano en un análisis de sangre, todo ello en medio de una trama de carácter policíaco? ¿De verdad será pertinente un pasaje de gramática tortuosa y plagado de segundas, terceras o enésimas acepciones del diccionario para contar que un personaje secundario se hace un huevo frito?

 

-La lectura en coautoría: que puede ir desde el simple final abierto, una oportunidad que se nos brinda de ser más partícipes de la historia, hacerla más de nuestro agrado, hasta la omisión amplia y consciente de partes en busca de un juego directamente a dos bandas. Aquí la cosa también va en grados, gustos y apetencias puntuales por parte del lector, y el resultado puede ser muy diferente de unos a otros. No es difícil encontrar divergencia de opiniones respecto a un final abierto cualquiera que, si bien a algunos lectores les ha gustado por haberles permitido implicarse más y con ello llegar a un resultado más acorde a su gusto, a lo que esperaban, a otros puede dejarles el mal sabor de boca de una lectura incompleta. La indefinición explícita de la criatura terrorífica de turno puede ser una inteligente forma de hacer que el lector la construya en su imaginación de la forma que más miedo le dé, haciendo uso de elementos que el autor desconoce, pero también puede llegar a cansarle si no era el ejercicio lector que pretendía hacer, más aún si incidimos mucho en el juego. Es más, la petición consciente de coautoría puede llegar a confundirse con el error inconsciente del autor que, teniéndolo todo muy claro en su mente, se olvida de incluir los elementos necesarios para que el lector llegue a la conclusión a la que pretendía llevarle, o que experimente las sensaciones que quería transmitir. Este error creo que es bastante común y, siendo así, ¿no es fácil que el lector llegue a la conclusión de que lo que pretendía ser una invitación a la coautoría, un juego a dos bandas, sea un simple error de escritura? ¿Cómo distinguir entre una y otro, más aún si ambos se encuentran mezclados en el mismo texto? Estaremos apelando a la confianza del lector, a que si no ve algo acepte que ha sido por error suyo y no del escritor, pero es que un lector, a priori, no tiene por qué darnos este voto de confianza, creer en nuestra infalibilidad y aceptar como propio cualquier problema que surja en la lectura.

 

Esto fue lo que yo creí ver aquel día, mientras trataba de racionalizar mis impresiones acerca del relato de Guy, una combinación de estas tres lecturas en proporciones que no eran de mi agrado. No me paré a pensar en tipos de lectores determinados por su inclinación a aceptar un mayor o menor grado de un tipo de lectura u otro, porque entendí que esto era más variable, dependiendo muchas veces de otras circunstancias externas y puntuales que poco o nada tienen que ver con la literatura y por lo tanto no pueden ser conocidas y manejadas por el autor. Supongo que el detalle está en conseguir una comunión adecuada entre tareas pedidas por el escritor a la hora de leer su obra y lo que el lector tipo más probable (según los canales de difusión usados) pueda estar dispuesto a poner de su parte en un momento determinado. Siempre, eso sí, teniendo en cuenta que una mayor exigencia para con el lector en busca de un mayor “brillo” literario puede provocar la desconexión entre uno y otro, y que una exigencia casi inexistente, el darlo todo hecho y de manera sencilla, puede dejar la sensación de una obra sin lustre, sin muestras de talento, sin valor; por lo menos para el amigo palabras, que quizá te busque para darte una colleja, jeje.

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Patapalo
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Un tema muy interesante y muy bien expuesto, compañero. Desde luego, es un buen punto de reflexión sobre muchas prácticas en la escritura.

Lo primero, señalar que me ha gustado mucho la aclaración en la lectura cómoda sobre la prosa bestseller, que muchas veces se identifica con baja calidad sin tener por qué haber una relación directa. Hay autores muy buenos que prefieren tirar por una escritura sin excesivos adornos, o apoyándose sin tapujos en el imaginario popular común, para que la cosa fluya bien... y funciona.

Otro punto sobre el que querría apuntar algo es sobre la inclusión de todo lo que se quiere contar en el texto. En el tema descriptivo es particularmente interesante, pues la auténtica descripción no tiene por qué pasar, necesariamente, por ser exhaustiva.

Finalmente, tus conclusiones sobre la implicación lectora me parecen muy adecuadas. Hay muchos tipos de lectores, y dentro de ellos, momentos diferentes para abordar ciertas lecturas. La implicación que se desee tener con un texto siempre puede cambiar. Personalmente, creo que lo único que requiero inexcusablemente es una coherencia interna robusta dentro del planteamiento -amén de una buena gramática-. Luego me da igual que sea una historia tópica masticada o algo más experimental siempre que me seduzca.

En este sentido, creo que es importante algo que señalaba una vez Eximeno: que es tan importante (o lo era para él, y comparto el punto de vista) lo que quieres contar como el modo en el que quieres contarlo.

Sobre la complicidad lectora, siempre he pensado que es importante no confiar excesivamente en ella, al menos cuando se "debuta" como autor. Cuando llevas unas cuantas novelas publicadas es más fácil que el lector te dé un voto de confianza con tus experimentos, y así aumentan las posibilidades de que éstos funcionen.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Jecholls
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Esto de la coautoría era una de las cosas que por ejemplo deseaba la generación de Cortázar. Buscar al lector activo. Que la lectura pase de ser un acto pasivo a un acto de imaginería y trabajo en conjunto con el lector. Obviamente, se hace para vencer a una época de retraso o excesiva comodidad. Como las vanguardias. Saltan. Pero luego todo vuelve a la normalidad: por eso tal vez ahora, a un lector que busca lo cómodo, le parezca excesivamente retorcido estos caminos. De cualquier modo, esta clase de narrativas siempre son más hechas para el lector que ya conoce la huelal de este escritor o, con más razón aún, para el filólogo, encargado de desentrañar, esta vez sí, todos los misterios del texto, lo que falte, lo que sobra, lo que significa o no significa... Es decir, el filólogo siempre toma el papel de lector activo. Lo necesita para descifrar el texto. El lector normal se queda naturalmente en la primera lectura, no en el desciframiento (aunque a algunos les guste ahondar un poco más), por ello habría que saber diferenciar bien entre tipos de lecturas y tipos de lectores, y saber también a quién va dirigida esa obra del autor, que tal vez no lleve ninguna pretensión de masa (como auguro con Guy), por lo tanto le dará igual que le entiendan o no. En el caso de que no le dé igual eso, debería practicar más a lo cómodo, naturalmente, o tal vez simplemente busca que lo entiendan lectores activos.

Creo que comenzamos a hacernos la picha un lío.

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weiss
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Brillante reflexión, amigo Canijus, brillante. Creo que todos hemos percibido algo de eso que tú tratas de sistematizar. Quizás haya otra categorización sobre los niveles de implicación del lector, pero ésta me parece de lo más válida. Oye, sin coña, estoy pensando que algún día tendremos que redactar un ensayo sobre vicios y virtudes del escritor, enumerando los no pocos hallazgos que en el campo de la "relatología" hemos ido realizando: los modelos narrativos -P&F, P&F&H, o dicho con guasa, el "Algoritmo de Mije-Fernández" con sus diversas variantes-, la entelequia del "hierático bocadillo/pantagruélica cuerda", el "Síndrome del Luchador de Sumo"...

Saludillos :D

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Canijo
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Me alegra que te guste, shurra. Yo también vi importante señalar que el best seller no tiene por qué significar mala calidad, de hecho lo que a mí me gustaría ser capaz de escribir es literatura con ese poder de seducción, esa capacidad para llegar, y con una factura por lo menos elegante, como de hecho hace un buen puñado de escritores. Claro, eso es algo que me pilla muy lejano, pero sería un buen objetivo, conseguir hacer disfrutar a mucha gente. Eso tampoco significa darlo todo tan mascado, siempre se puede pedir algo de implicación, pero tú sabes lo que pienso yo de siempre: si un texto necesita otro texto casi de la misma extensión que lo explique... malo. No me refiero a que todo tenga que estar descrito exhaustivamente, al detalle y con morosidad, pero es que muchas veces no es eso, es que el autor ha dado demasiadas cosas por sentadas.

Cierto es que puede estar bien probar cosas, y darle importancia tanto al fondo como a la forma, pero jamás se puede olvidar que tú quieres establecer un vínculo con otra persona, el lector, y eso significa que no le puedes poner demasiadas trabas y salirte por peteneras. Si eres un aficionado, como dices, no es fácil que te concedan el beneficio de la duda, y si eres algo más ¿por qué abusar de ello?

 

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Me parece bien lo de buscar un lector activo, es un juego interesante para ambas partes de la comunicación literaria. Pero ojo, que una cosa es buscar una mayor implicación, y otra llegar al punto de buscar un lector que sea un desdoblamiento de nosotros mismos. Ese lector no existe, la comunicación falla, y entiendo que el texto también, hay que saber llegar, es la base de esto. Y no creo que se reduzca a una simple cuentión de comodidad, sino a poder de seducción, que es muy diferente. No hablo de pretensión de masa, que puede sonar mal, sino pretensión de ser capaz de conectar con más gente, hacerles disfrutar, y eso no es moco de pavo. Vaya, me parece mucho más sencillo hacer un texto interesante y bueno para uno mismo que para mucha gente, infinitamente más sencillo. ¿Darle igual a un autor que no le entienda nadie? Entonces, ¿para qué mostar sus textos? Un texto que fuera sólo para mí estaría en mi disco duro, sólo para mis ojos.

Y respecto a lo de la filología disiento. Un filólogo tendrá, por formación, más capacidad para analizar un texto, darle nombre a las cosas, saber de dónde vienen, ligüística. Pero la literatura no es sólo eso, y no creo que haga falta la filología para hacer un ejercicio activo como lector.

 

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Jeje, como te dije hoy entre cervezas, poner nos podríamos poner con ello, pero seguro que lo haríamos entre birras y quizá algo más, con lo que al final terminaríamos descojonándonos más que otra cosa, recordando tal texto o tal otro ciegos perdidos. Pero bueno, la actividad tiene su interes a priori, y tú sabes que yo a lo de los ciegos me apunto siempre, jejejejejejeje.

 

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Tal vez me expresé mal. Otra vez.

No he dicho que sólo el filólogo sea el que debe profundizar en un texto. O al menos no quise dar a entender eso. Es más, yo lo hacía cuando todavía no estudiaba filología... Otra cosa es que haya mucha gente con alma filóloga que no estudia la carrera. No hablo de carreras, sino de actitudes. Más bien.

¿Así mejor?

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No es eso, Julián. Entiendo que la filología (ojo, tampoco sé muy bien cómo va esa carrera, la verdad, hablo de oídas) estudia los mecanismos del lenguaje, los orígenes y evolución de la lengua, etcétera. La literatura usa como herramienta la lengua, pero es "otra cosa", y creo que lo que se trata aquí es uno de esos detalles que la convierten en "otra cosa".

 

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No te entiendo, creo. Pero creo que tú tampoco entendiste mis comentarios.

Lo único que yo decía era que el lector "normal", dejando a un lado las carreras -que es por donde te has ido y a donde yo nunca quise llegar- suele pasar dos etapas cuando lee: descifra (entiende las palabras) y contextualiza. La mayoría se conforma con eso. El que da el paso más alla, es el que se mete en la etapa del análisis. Eso es lo que hace un filólogo un simple "lector especializado", llámale como se te antoje, pero el filólogo al fin y al cabo es eso, no porque estudie la carrera, que también, sino porque precisamente ama esos códigos y quiere descifrarlos sacándoles su máximo jugo.

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Uff, entre lo de si vale así y lo de la carrera, y supongo que porque llego cansado del curro y estoy con la cervecita y lo que no es la cervecita, jeje, noto como algo raro que no tiene mucho que ver con el rollete este de las columnitas. Es igual, shurra, que esto es para ver si sale tema para charrar un poco y entretenerse uno, no vas más allá.

Un saludo.

 

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LCS
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Como todos, ya llevo unos cuantos añitos leyendo y me niego a aguantar ciertos libros cuya lectura me resulta incómoda. Me refiero a todos aquellos libros que me no me atrapan, que no me agarran de los tal y me introducen dentro de una historia y pueda ver, oler, tocar, sentir, en definitiva, a los personajes. 

Pero para que me resulte cómoda la lectura de un libro, no tiene que tratarse necesariamente de un best-seller. De hecho, muchísimos best-seller están tan mal escritos que me resultan tan insoportables como un cuenta-cuentos con halitosis.

 

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Canijo
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Sí, sería más o menos la lectura a interpretar, que es lo que a mí me va también: dale fuste, enséñame algún juego chulo que se te haya ocurrido, sorpréndeme... dale forma... pero déjama también llegar al fondo, joder.

Lo que no sabría decir es hasta qué punto me cierro en eso, porque más de una vez me he leído algún best seller de mal aspecto a sabiendas, por ver si le encuentro el gusto a ese juego (en general no he tenido suerte, jeje), e igual con las otras.

 

Columna cortesía de Sevilla Escribe: http://sevillaescribe.blogspot.com/

 

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