Capítulo VII: Gunrug, el dragón filósofo

Imagen de Gandalf

Séptima entrega de Elvián y la Espada Mágica

Gunrug era un dragón cultivado. A diferencia de los de su raza, a él le gustaba leer obras clásicas y a los autores filosóficos más importantes de la historia. A veces pasaba el tiempo hablando consigo mismo e ideando teorías sobre el sentido de la vida y otros temas trascendentales. Su caverna dentro de la Torre Negra era una titánica biblioteca, llena de enormes libros, acordes con el gigantesco tamaño de Gunrug. A pesar de que no estaba libre de polvo ni de suciedad, el dragón la limpiaba siempre que podía. Necesitaba un lugar adecuado para poder expresar sus inquietudes existenciales y disfrutar de sus gustos refinados. Malvordus había tenido la gentileza de hacer construir unos enormes anteojos con los que podría disfrutar de sus libros sin dañarse los ojos ante la diminuta letra, pues aunque los libros eran gigantescos, los ojos de la formidable bestia no estaban acostumbrados a su caligrafía.

 

Unos días después de haber secuestrado a la princesa Neleira, Gunrug se encontraba estudiando un voluminoso tomo de un filósofo cualquiera. Tan ensimismado estaba en la lectura, que no se había dado cuenta de que alguien había entrado en su cueva. Si los hubiese descubierto junto la entrada, ya se habría ocupado de consumirlos con sus abrasadoras llamaradas, pero los extraños ya habían llegado a la biblioteca, y no quería que sus queridos libros resultasen dañados. No veía más solución que ocultarse y atraparlos como un gato a unos ratones. Se escondió detrás de una de sus gigantescas estanterías y esperó.

 

Vio aparecer a dos personajes. Uno era un joven muchacho de rubios cabellos, con ricos ropajes reales. Su aspecto amanerado y un poco cursi provocó la risa del dragón, aunque afortunadamente consiguió acallar la carcajada y no le oyeron los intrusos. El otro era una criatura bípeda que le pareció un duende. Sin duda era un nigglob, y semejaba bastante más tranquilo que el humano. Afinó su agudo oído para captar la conversación que los dos intrusos parecían estar manteniendo.

 

-¿No hay otra forma de entrar en la Torre? –decía el joven de los rubios cabellos-. No me parece muy conveniente irrumpir en la cueva de un dragón…

 

-Sí, hay otras formas –contestó el nigglob-, pero son demasiado arriesgadas.

 

-¿Arriesgadas? –exclamó el muchacho-. ¿Acaso caminar por la cueva de un dragón no es arriesgado?

 

-Hay cosas peores que un dragón –repuso el duende-. Y más en esta torre. Si quieres rescatar a la princesa, o seguir con vida, es mejor acceder a la torre por aquí.

 

Gunrug se encendió de ira. No porque aquellos dos extraños tuviesen la intención de rescatar a la princesa, sino por el hecho de que el nigglob lo considerase un “peligro menor” de la torre. Salió de su escondrijo y se presentó ante ellos. El joven miró aterrado al enorme cuerpo del reptil. Las fosas nasales del terrible monstruo expulsaban una grisácea humareda, mientras su boca, formidable y llena de colmillos, se abría y cerraba. Tenía intención de expulsar una gran llamarada para consumir a los intrusos. Pero el nigglob sonrió con tranquilidad, y con una de sus manos menudas señaló a una de las estanterías.

 

El efecto fue inmediato. Gunrug cerró la boca de golpe y la humareda cesó. El dragón miró con rabia al duende, mientras el muchacho los observaba a ambos, sin comprender. Gunrug se irguió sobre las dos patas traseras y los contempló desde arriba, ahora más calmado. A decir verdad, le intrigaba la presencia de aquellos extraños. Estaba seguro de que el muchacho no era un habitante de Écalos. ¿Qué podría hacer él y un nigglob juntos? ¿Quiénes eran? Fue por esto por lo que se decidió a hablar.

 

-¿Quiénes sois? –dijo con voz cavernosa-. ¿De dónde venís?

 

-Yo me llamo Piri –dijo el nigglob, alegremente-, y vengo del desierto de Kelbo. El muchacho es el príncipe Elvián, de Parmecia.

 

-Vaya –murmuró Gunrug, arqueando una de sus escamosas cejas-, un príncipe. ¿Qué haces tan lejos de casa, niño?

 

El dragón esperó a que Elvián contestase, pero el infante estaba demasiado aterrorizado. Sentía la lengua reseca y le costaba hablar, lo que provocó la carcajada del monstruo. Fue Piri quien salió en representación del príncipe.

 

-Obviamente, venimos a rescatar a la princesa Neleira –dijo.

 

-¿Y cómo esperáis conseguirlo? –dijo Gunrug tras soltar otra risotada-. Si conseguís entrar en la Torre Negra, mi señor Malvordus acabará con vosotros. Pero el verdadero problema es entrar. ¿O acaso pensáis que os voy a dejar? El único acceso a la torre estaba sobre vuestras cabezas, allá arriba, en el techo. ¿Creéis que voy a permitiros subir a mi lomo y que os llevaré volando a la entrada?

 

-No –confesó Piri-, pero pensaba que quizás estuvieses interesado en mantener una agradable charla filosófica.

 

Elvián y el dragón se quedaron de piedra. El príncipe miró a su compañero, cada vez más confundido, mientras que en el rostro del dragón se empezaba a dibujar una expresión de interés, que pronto se encargó de disimular.

 

-¿Conversación filosófica? –dijo mirando para otro lado y con los ojos cerrados-. ¿Qué clase de conversación filosófica podría mantener con un… un… duende?

 

-Nigglob –corrigió Piri-. Se te ve un dragón sabio, y culto. Deberías saber que los nigglobs también somos cultos, y que conservamos conocimientos que datan de la Primera Edad. ¿Te suenan los nombres de Neptar, Lance, Lung o Zork? Por no hablar del Rey Dragón…

 

-Impresionante –murmuró Gunrug, rascándose con una garra la prominente barbilla-. Realmente son amplios tus conocimientos. Aunque dudo mucho que superen los míos. Estudié mucho durante toda mi vida, desde que tan sólo era una triste lagartija hasta hoy en día, como me ves, grande y fuerte. Podría comeros de un solo bocado.

 

-Bueno, eso lo comprobaremos ahora. ¿Recuerdas por ejemplo a Galaghar?

 

-¿Te refieres a la fusión de un dios y un demonio? –replicó el dragón-. Por supuesto, él fue quien derrotó al Señor de la Oscuridad, a finales de la Primera Edad. ¿Más datos? Resultó de la fusión entre Leonel y de Lance después de invocar a La Gran Bestia.

 

-Muy bien –dijo Piri-. Sí que es cierto que has estudiado, y a conciencia. Pocos quedan que todavía recuerden a Galaghar. Bueno, pues otra pregunta.

 

-Nada de eso, amiguito –gruñó Gunrug-. Ahora me toca preguntar a mí. He cambiado de idea, nada de filosofar. Juguemos a las preguntas. Si fallo una pregunta, os dejaré marchar, pero no os permitiré entrar en la Torre Negra. Si falláis vosotros, os devoraré.

 

Elvián miró con temor al dragón. Echó un vistazo a la impresionante biblioteca y sospechó que el monstruo se había leído todos y cada uno de los enormes libros. Era una locura aceptar el desafío de Gunrug. Seguramente, el poderoso reptil poseía unos conocimientos tan extensos como el más grande de los Magos. Sin embargo, Piri se limitó a sonreír con picardía y aceptó el desafío del dragón. Elvián miró a su compañero atónito. Era imposible que el nigglob superase la prueba. Aunque los nigglobs sabían muchas cosas del pasado, era evidente que no superaban en sabiduría a Gunrug.

 

-Excelente –bramó el dragón-. Me tocaba preguntar a mí. Es sabido que la Primera Edad finalizó con el Gran Cataclismo, propiciado por Lance para derrotar a Satán y a su hijo. Antes del gran final, gran parte de la población fue trasladada a los Mundos Superiores, donde se dice que moran hasta hoy en día. Otros decidieron quedarse, entre los que se encontraba los Maestros. Ahora dime, ¿qué fue de los Maestros?

 

-Ésa es una pregunta muy fácil –exclamó Piri-: Los Magos del presente eran los Maestros del pasado. El gran Rashmond no es otro que el poderoso Maestro Lung.

 

-Muy bien –respondió Gunrug, sin poder disimular la decepción que sentía-. Tu turno. Pregúntame lo que se te antoje.

 

Mientras pensaba en una pregunta, Piri miraba hacia el techo. Pronto localizó la pequeña obertura que daba acceso al interior de la torre. Sonrió para sus adentros, mientras iba ideando un plan. Sabía que no podría aguantar mucho más rato las preguntas del dragón, pero todo formaba parte de su idea. Si conseguía entretener lo suficiente al reptil…

 

-Bien –dijo el nigglob-, ahí va mi pregunta. ¿Quiénes eran los Simios Dorados?

 

La pregunta cogió por sorpresa a Gunrug. En verdad le sonaba lo que le preguntaba el nigglob, pero estaba totalmente en blanco. Se enrolló sobre sí mismo y trató de recordar. Piri aprovechó las dudas del dragón para apartar a Elvián con una mano y colocarlo justo bajo la abertura del techo. El duende le señaló arriba y el príncipe miró sin comprender.

 

-¿Qué pretendes? –dijo Elvián en un susurro, para que no les escuchase el dragón-. No puedo subir allí, está demasiado alto.

 

Piri se limitó a sonreír y chasquear los dedos. De repente, el extremo de una larga cuerda cayó desde lo alto de la abertura. Elvián miró a su compañero, asombrado. Sin duda, otro truco de magia de su amigo.

 

-Sube por la cuerda mientras yo entretengo al dragón –dijo el nigglob-. No te preocupes por mí, sé muy bien lo que tengo que hacer.

 

Elvián miró un momento más a su compañero y empezó a trepar, al tiempo que Gunrug parecía haber encontrado la respuesta. Se irguió y miró al duende, sonriendo con malicia.

 

-Los Simios Dorados fueron los primeros homínidos de la Tierra –dijo-, y son los ancestros de hombres, elfos y enanos.

 

-Muy bien –respondió Piri-. Has acertado.

 

-Claro que he acertado –se jactó Gunrug-. Creo que ahora es mi turno…

 

En ese preciso momento vio a Elvián, que casi había alcanzado la abertura. Olvidó de golpe el juego y le embargó la ira. De nuevo empezó a expeler gas por las fosas nasales, y abrió la boca para abrasar al príncipe antes de que consiguiese colarse por el agujero. Pero Piri usó sus poderes mágicos para hacer levitar los libros del dragón y tirárselos encima de la cabeza. Esto enfureció aún más al monstruo. Miró iracundo al nigglob y dirigió su llamarada contra él.

 

Justo cuando Elvián había conseguido introducirse en la torre y alejarse de la abertura, se produjo abajo una terrible explosión y unas llamas rojas surgieron del agujero. El príncipe miró abajo, y lo vio todo en llamas, estantes, libros, todo. Se le encogió el corazón cuando pensó en su compañero. Era imposible que hubiese sobrevivido a algo así. Luchó por contener las lágrimas y se obligó a sí mismo a centrarse en su misión. Aún tenía que salvar a la princesa. Abrió varias puertas con contenidos intrascendentes hasta que llegó a un salón donde vio un trono vacío y una jaula. Dentro de la jaula estaba la princesa Neleira, todavía miniaturizada. El príncipe se lanzó hacia la jaula para abrirla, pero una voz ronca y perversa le detuvo.

 

-¿Dónde crees que vas? –dijo la voz.

 

Elvián se dio la vuelta despacio, para descubrir que el trono antes vacío, ahora estaba ocupado. Sentado y tranquilo, y mirándole con su ojo de cristal, Malvordus le señalaba con sus largas uñas afiladas.

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