Obras faraónicas

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Las oscuras conexiones entre los cultos del Caos y la especulación inmobiliaria

Hay quien sostiene que es una fatalidad que la juventud no se interese por la política. No hay problema: en Política para frikis sabemos que no hay fatalidad que no se pueda terminar moldeando: Odiseo y Michael Moorcock lo han demostrado en más de una ocasión con sus abracadabrantes aventuras, cada uno a su manera. Así que leña al pollo, que es de goma.

Miles de ciudadanos de a pie se echan las manos a la cabeza como si llegara Galactus porque ¡no entienden por qué nuestros alcaldes y concejales se han empeñado en que se construyan proyectos y más proyectos megalómanos y sobredimensionados en nuestro país! Bueno, habría que puntualizar que no se han empeñado ellos, sino sus ayuntamientos, pero dejemos los huevos de palabras de lado y vayamos al meollo de la cuestión: por qué. ¡Por qué! ¡Por quéeeeeeeee!

La explicación es simple si concebimos a los políticos como adoradores del Caos. En plan Iglesia de Arioco pero contemporánea, enclavada en Mundo RealTM y supeditada a la burda lógica incomprensible del día a día. Ellos buscan aumentar el Caos. Sí, es cierto, al principio sus acciones parecen propias de imbéciles, dementes o estrafalarios inconscientes. Vale, no se cortan la piel a tiras como los acólitos de Slortar ni se atornillan máscaras de hierro como los de Balan, pero los proyectos que auspician también suscitan estupefacción y meneos de cabeza incrédulos, incluso censuradores.

Es difícil entender con una lógica convencional sus acciones: aeropuertos que no tienen prevista la llegada de aviones, titánicos edificios que albergan solo aire y polvo, pistas de aterrizaje para que forniquen los conejos, orgullosos símbolos fálicos que no suscitan interés, titánicas estatuas de metal en lugares que no visita nadie porque no están abiertos al público... Pero, no os engañéis, ellos han conseguido su objetivo: han hecho aumentar el Caos.

Y cuando el Caos se crece en medio de estructuras imposibles y laberintos de papeles y cuentas que no cuadran porque las matemáticas (supeditadas al Orden, gran perdedora de la jugada junto a la Ley, como sabe todo buen friki) ya han dejado de servir de modelo válido para el mundo, los cielos se abren y los incrédulos pagan las consecuencias. Sí, abandonados por la lógica ahora les toca pagar el pato y dar gracias por no tener que pagar también a los conejos de las pistas de aterrizaje. Ha llegado la nueva era.

Sí, es cierto que el Caos devora a algunos de sus peones en el maremagno que viene tras la construcción de los templos; es algo vinculado a su naturaleza y apenas un pírrico consuelo. Pero la mayor parte de ellos, o al menos los agentes del Caos que eran conscientes de los poderes que invocaban, saben situarse para recibir sus prebendas. Eso sí, no esperéis encontrarlos oficiando en las construcciones faraónicas declarando orgullosos el lugar que pueden exigir en la nueva era: los agentes del Caos están condenados a seguir avanzando, siempre hacia adelante, pues el Caos es mutación continua y necesita ser siempre alimentado hasta el fin de los tiempos.

 

Balo

 

 

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Varagh
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