Cuatro razas para un retoño (CF)

Había llegado el tiempo del anquilosamiento de las culturas —todas— y la noche se presentaba interrogante para cualquiera que anduviera por las calles en este tiempo de locura, desesperación y desgasto de las razas que habitaban la tierra.

Diego salió del vientre de su madre profiriendo los gritos de cualquier mortal recién nacido y la comadrona miró directamente a los ojos color ámbar que se le antojaron demasiado exclusivos para lo que estaban acostumbrados a ver por allí.

Sus padres fueron separados de la criatura sin explicaciones y Rubén, el padre, iracundo por la situación, soltó la mano de su mujer y cogió el florero de la sala de espera y lo tiró hacia los grandes ventanales. Inmediatamente, lo sedaron a él y a su mujer, que presentaba un cuadro agudo de ansiedad.

Despertaron en un momento del atardecer. Rubén le preguntó la hora a su mujer.

—Las ocho de la tarde—dijo Andrea.

Afuera reinaba la calma, tanto, que se preguntaron si estaban en la misma ciudad. Pero sí, era la misma sala de espera que recordaba Rubén, incluso habían repuesto el florero. Las puertas automáticas de cristal no reaccionaban. Los habían encerrado.

En la última planta del hospital se estaba decidiendo algo muy importante: el destino del último humano nacido sin concepción mental.

—Si no tenemos mucho tiempo—dijo un viejo cirujano—. La asamblea debe decidir hoy.

— ¿Y cómo esperas decidir esto en dos minutos?—dijo el joven enfermero—  Te recuerdo que vienen los demás de camino y se ha  hablado mucho, con muchos puntos de vista, pero tendremos que esperar y votar.

— ¡No podemos dejar que desaparezca nuestra especie!

Cayó el viejo al suelo y su marcapasos le ayudó a volver a ponerse en pie. Por la puerta entraban tres hombres, en cuyos vestidos había tres letras mayúsculas respectivamente. El primero, que era un negro muy corpulento, tenía grabada una V. El segundo, también excesivamente corpulento y además peludo, tenía una L grabada. El tercero, demasiado alto y horriblemente feo, dejó ver una Z, que además, llevaba grabada en cada una de las palmas de su mano.

— ¿Habéis tomado una decisión ya? —dijo Z con su voz quebrada

—Os estábamos esperando. Ahora ya podemos votar.

—Debéis saber una cosa: nuestra especie es inmortal y por ello, es la más digna de representar a este retoño —dijo V—

L gruñó y le echó una mirada de desprecio y puso las garras sobre la mesa dando un golpe que asustó a todo el personal.

—Tranquilo, ele—dijo Z—seguro que podemos llegar a una solución.

Durante un buen rato se sentaron a hablar e intercambiaron sus puntos de vista. Todos sabían que si perdían los papeles nadie saldría vivo de allí y eso no convenía a nadie. Todos tenían la fuerza o las armas suficientes para derrotar a su adversario y no querían ponerlo a prueba.

—Hay  una solución —dijo tímidamente el enfermero—. Hacer dos híbridos  y luego, juntar el producto.

— ¿Quién sería la madre?—cuestionó V

—Andrea.

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Lo que sucedió inmediatamente después ya se lo puede imaginar sin ningún tipo de problemas el lector, pero he de advertirle que narraré lo que pasó después de dos días de la conversación.

Diego fue insertado en una incubadora y la comadrona fue anotando todos los datos que le había dado la asamblea.

—Ay, chiquitín, serás hijo, hermano y padre al mismo tiempo.