El túnel

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Bestia insana
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El túnel

 

 

A Arturo siempre le habían dado pánico los túneles. Nunca se sabía adónde le podían llevar a uno. La boca del túnel que ahora se abría inesperadamente ante su coche tenía una dimensión más que respetable. De haber podido habría dado media vuelta, de haber podido se habría bajado y vuelto a pie. Un cúmulo de maniobras desafortunadas le había llevado hasta ahí, y ahora ya no tenía remedio. Arturo se removió inquieto, miró desalentado el mástil de señales de tráfico. El breve pitido del coche de detrás le advirtió que el semáforo había pasado a verde. Aceleró por la cuesta abajo. Inmediatamente lo engulló la negrura. Prácticamente ciego, redujo al mínimo la velocidad. Cada vez le costaba más tiempo acomodar la visión a la penumbra. Últimamente no veía bien. Echado hacia adelante, entornó los ojos. Estaba tan oscuro que se preguntó si habría olvidado poner las luces. Estaban puestas. Puso un momento las largas sin notar ningún cambio. Deslumbrado por los reflejos en el espejo retrovisor, desembocó en una autopista bajo tierra de cinco carriles. De inmediato cogió la siguiente vía de salida, ignorando a los coches que le pasaron pitando (había invadido un carril), pero la salida era sólo la entrada de otro túnel. La cosa empeoraba: una red de túneles. Completamente desorientado, se puso un momento a la rueda de un coche, pero, pese al límite de velocidad, iba demasiado rápido y tuvo que dejarlo ir. Resignado, siguió por un ramal, tomó una vía auxiliar, buscando siempre como un ciego la pared del subterráneo. Ésta se ahondó de pronto en una cavidad, la zona de carga de unos grandes almacenes. Por un momento (un semáforo le había obligado a frenar) miró con extrañeza el trabajo de un operario. Continuó, desviándose en seguida a una galería lateral. Más adelante vislumbró a su derecha una caverna en cuyo fondo parecían temblar las luces de una gran ciudad. Para entonces tenía la seguridad de que iba por dirección prohibida, pero el caso era que el tráfico había desaparecido. Por fin se encontró en una curva cerrada, ascendió y con gozosa facilidad se vio fuera.

En cuanto salió del túnel, buscó, agotado, un sitio donde parar, y al poco encontró un hueco y aparcó entre los coches en batería. Se apeó frotándose el cuello (últimamente lo notaba tenso), mientras se percataba de que el tiempo había cambiado. Le llegó un olor punzante, y Arturo miró el cielo como si la pestilencia pudiera venir de ahí arriba. Se fijó en el coche de al lado; estaba tan sucio que en la ventanilla el letrero de «Se vende» apenas se veía. El siguiente estaba igual de sucio (un espejo retrovisor colgaba roto). En el siguiente alguien había escrito en la capa de polvo una palabra: «Huye». Mientras como por reflejo se limpiaba las gafas, Arturo tropezó con una barrera de bolsas de basura. Un contenedor había vomitado sus tripas en la acera, y un poco más adelante, otro contenedor había hecho lo mismo, como si compitieran a ver cuál llegaba más lejos, y lo cierto era que una voluminosa bolsa colgaba incluso, a considerable altura, de la rama de un árbol seco por encima de su cabeza. Caminando entre la porquería, Arturo se raspó el brazo al pasar junto a un cierre echado, y se volvió como para imprecarlo. En él, apenas visible, se leía: «Cerrado por enfermedad», y escrito encima, pero con trazo igual de borroso: «Cerrado por defunción». El local vecino también había echado el cierre. La licorería de al lado se traspasaba o vendía. Al final de la calle encontró un bar abierto, y entró sin pensárselo, pese a que un ruinoso andamio lo ponía un poco difícil. Le sorprendió oírse jadear; hacía ya muchos años que había dejado el tabaco.

El local parecía más que nada un pozo mal iluminado. En el tubo fluorescente temblaba un alga de luz que caía arañando las manchas verdosas que, en las paredes, se arrastraban con paciencia de liquen. Sentado a la barra en la penumbra, Arturo admitió que estaba fatigado. Tras estar un momento acodado, había estado incluso a punto de dormirse, lo que le pareció extraordinario. Así que quitó los codos de la pringosa superficie y saludó, sin dominar del todo el volumen de la voz, a un hombre que adivinó al fondo, y que sin embargo no se movió. Pidió un café. En el mostrador, tras el cristal de la vitrina, se alineaban unos cuantos bollos que mostraban, según parecía, diferentes grados de descomposición.

—No hay café.

Al cabo de un momento que a Arturo se le antojó muy largo, la sombra se acercó. La poca luz reveló un rostro castigado por una virulenta enfermedad de la piel que avanzaba por el despejado cuero cabelludo, en una cabeza por lo demás abultada y llena de pliegues. Impresionado, Arturo pidió una Coca-cola.

—Tampoco hay refrescos.

El camarero sacó un trapo inclasificable que pasó por el mostrador, y añadió:

—Hace mucho que el coche de reparto no viene por aquí.

—No se preocupe. Un vaso de agua.

Tras demorarse otro rato innecesariamente largo, el camarero depositó en la barra un vaso de agua terrosa.

Arturo parpadeó, preguntándose si sería agua potable.

—No le va a matar, si es lo que piensa. Por lo menos no es más nociva que el aire que respira.

—Qué le pasa al aire —preguntó Arturo, vagamente alarmado, alargando la mano hacia un periódico grasiento.

—Que está emponzoñado, claro está. Óigame, ¿usted no es de por aquí, verdad? —afirmó el camarero al tiempo que espantaba un grueso insecto que se le había posado en el dorso de la mano. Arturo se echó hacia atrás.

—Qué clase de animal es ése —exclamó.

—Esto —dijo el camarero atrapando al insecto en un puño—, esto es una mosca. Desde luego ha mutado. A causa del desastre, como usted recordará.

La mosca tenía el tamaño de una nuez. Pero lo más extraordinario no era eso; la mano que la contenía era una mano de  seis dedos.

—Por cierto —añadió el camarero soltando el insecto que, confundido, fue a estrellarse contra el cristal de un ventanuco—, yo que usted me cuidaría ese brazo.

Arturo se miró el brazo. Tenía un rasguño que no se había visto antes. Palideció recordando el herrumbroso cierre con el que se lo había hecho.

—Mire —dijo el hombre mostrándole la otra mano. Arturo comprobó que a esa mano le faltaba el meñique. La otra tenía un dedo de más, ésta uno de menos; tuvo que admitir la espantosa lógica—. ¿Lo ve? Esto fue culpa de un corte mal curado.

—Usted me toma el pelo.

Después de desechar cabeceando el periódico que, aunque atrasado, ostentaba una fecha bastante improbable, Arturo se levantó, fue hacia el fondo del local y se enfrentó a un siniestro pasillo.

—¿El baño? —preguntó casi esperando que el camarero le dijera que el baño estaba estropeado.

—Adelante. Vicky no le va a comer.

A su lado, un gato de pelaje amarillento saltó de una silla, le cruzó por delante y, como si quisiera mostrarle el camino, se perdió en el corredor. Arturo hubiera jurado que el gato tenía tres pies.

—¿El interruptor de la luz? —preguntó.

Desde luego los pasillos oscuros le producían el mismo efecto que los túneles, el deseo ardiente de salir corriendo. Ya era un poco mayor para eso, de modo que avanzó tanteando la pared, y escuchó al fondo un maullido, pero tan lejano que se descorazonó. Luego advirtió a medio camino un listón de luz, el perfil iluminado de una puerta, una claridad demasiado amable para corresponder a un cuarto de baño; no lo era. Lo rebasó, y la oscuridad volvió a ser completa. Continuó a ciegas. Sintió que trasponía un umbral. Pisó un charco. Estaba en el baño.

Se encontró en un cubículo encharcado con olor a pis de enfermo y medicinas. El lavabo, demasiado bajo. Sobre el lavabo, un espejo demasiado pequeño, roto al parecer de una pedrada. El baño de un niño demente o un enano. Se observó la herida, había empeorado. Orinó con la vista puesta en un texto terriblemente obsceno que alguien había garabateado en la pared de azulejo. Agobiado por un mal  presentimiento, se quedó a oscuras. Tras un intervalo de horror puro, encontró el pulsador y dio la luz.

Cuando salió, la luz del baño le reveló la presencia al final del pasillo de una salida posterior. Sin pensárselo dos veces, abrió la puerta y salió. Lo que vio le deprimió. Un callejón tomado por la basura. En un muro, entre pintadas, volvió a leer un mensaje familiar: «Huye». Un perro, provisto de un carrito adaptado, pasó corriendo sobre las dos patas delanteras y dos ruedas traseras. Arturo vio entonces a un hombre caído en el suelo que le llamaba agitando débilmente los brazos. Cuando fue a socorrerlo, comprobó que carecía igualmente de otras extremidades. En algún sitio cerca, se abrió una puerta y la luz cayó sobre un ratón, sus dos vibrantes cabecitas husmeando entre la escoria. Se alzó un viento extraño, se abrió arriba una ventana. Arturo se volvió corriendo bajo una lluvia de cascotes.

Se encontró de nuevo en el pasillo, asombrado de que un corredor oscuro pudiera brindarle protección. Lo recorrió otra vez. La puerta entornada le ofreció ahora el vislumbre de una cálida habitación. Su vista cayó sobre una cama desarreglada, y después una mujer llenó bruscamente el hueco de la puerta.

—Hola, soy Vicky. ¿De dónde vienes tú?

Recobrándose, Arturo meneó la cabeza como diciendo que era largo de contar. Mirándola, comprendió que era lo más agradable que había visto en mucho tiempo. Tenía el pelo recogido en una alta torre inclinada, y Arturo pensó que en otro momento le habría encantado dedicarse a deshacer esa hermosa torre de Pisa. Se mordió el labio ante ese rostro que tenía la calidez dorada de una manzana Golden.

—Anda, entra. Déjame que te cure ese brazo.

La mujer abrió la puerta y, llevándose la mano a la cabeza, se deshizo el peinado. El pelo empezó a caer y continuó cayendo y cayendo hasta mostrar una cabeza completamente calva. Al mismo tiempo, la cara empezó a llenarse de manchas, igual que empieza a picarse una manzana, y en un momento, como en esas películas que muestran el envejecimiento acelerado de una flor, acabó convertida en una ciruela pasa. Arturo dijo no.

—Admítame un consejo —le dijo al pasar el camarero, que había retornado a su zona de sombra—, no lo dude más y márchese de aquí.

El vaso de agua seguía en el mostrador. El líquido había adquirido el color del veneno.

 

Nada más salir, Arturo puso en duda lo que acababa de ver y lo desechó con un gesto como el que tira un pañuelo de papel. En cuanto se hubo alejado unos metros, se volvió y otra vez se limpió las gafas, y aunque sin terminar de ver bien, se sintió bastante mejor. «Por cierto», pensó, «debería llamar a casa.»

Marcó en el teléfono móvil el número de su domicilio y cuando al otro lado descolgaron, una voz grave interfirió:

—Ha venido otro.

Arturo dijo:

—¿Ruth?

En su oído, una voz de mujer, pero no Ruth, declaró:

—Lo sé, acabo de estar con él.

—Ruth, ya vuelvo.

—Qué vas a hacer.

—Estoy bien. Espérame.

—Comérmelo, qué otra cosa iba a hacer.

—Déjanos algo.

—¿Ruth?

Colgó, no había manera. Volvió a impacientarse. «Si pasara un taxi, lo pararía para que me llevara a casa. Al diablo con mi coche. Pero qué va a pasar un taxi por aquí, ni vehículo alguno.» Miró deprimido el pavimento resquebrajado, lleno de grietas del tamaño de un dedo, las mil cosas tiradas a lo ancho de la calzada: ventiladores, bañeras, restos de antiguas fogatas. «Qué sitio este. Y es verdad que el aire tiene otro espesor, más grueso, como si no fuera aire, sino algo distinto, tal vez irrespirable». Poco después sintió el pecho oprimido, y se sonó, sin aliviar sin embargo la obstrucción, y al examinar después su pañuelo, halló en él, aparte de ciertos granos de arena, unas partículas como pizcas de cartílago.

En el silencio, poco natural, como el que sigue inmediatamente a una catástrofe, empezó acto seguido a llover. Fue más bien un esfuerzo de lluvia que se tradujo en unas pocas densas gotas que dejaron en el suelo y en su ropa unos palpitantes copos negros, que quedaron adheridos, sin deshacerse, y Arturo juzgó más prudente no tocar. Hizo bien, al poco parte de ellos corría (volaba) en todas direcciones. No quiso ni pensar en lo que eran.

«Será mejor que salga de aquí, y antes de que oscurezca, dudo que haya en esta calle ningún tipo de alumbrado. No, desde luego que no», confirmó observando una farola que tenía los cables a la vista, arrancados, y a cuyo pie le pareció que su cordura se había echado como un animal enfermo. «Un gato». No vio que era un gato hasta que este no se movió.

«No voy a correr.»

Le llegó entonces la confusa melodía de una armónica. No tardó en determinar su origen: una figura encorvada, greñuda, que vestía ropa abigarrada, empujando una motocicleta. Un afilador. De haber estado atento, habría visto que las casas ante las que pasaba estaban en estado de ruina, con las puertas y ventanas apuntaladas; esas casas estaban deshabitadas, con seguridad las que sólo conservaban la fachada, a través de cuyos huecos de ventanas, las más altas, se podían ver cuadrados de otro cielo, azul, más amable. Pero Arturo sólo pensaba que ese hombre podría ayudarle.

—Perdone, cómo salgo de aquí —preguntó, llegado hasta él, con cierta urgencia, aunque no se le escapaba que solo habría una salida.

El afilador dejó de tocar y se dio la vuelta, y bien, estaba desprovisto de rostro, sólo volvió a Arturo un gran hueco, como un bostezo, una cavidad de piel lisa, lívida, que se extendía sin interrupción, como una axila afeitada, de la frente a la barbilla. Desde luego era mudo (y ciego), pero no sordo, como probaban los dos huesitos huecos insertados a los lados de la cabeza. Al parecer tocaba la armónica, también de hueso, por medio de una abertura practicada en la garganta. Tal vez para compensar la falta de cara, la parte posterior de la cabeza y sus manos estaban muy desarrolladas. Por lo demás, tenía buen pelo, mugriento pero abundante (Arturo, que era calvo, no dejaba nunca de fijarse en esas cosas). En conjunto, el efecto resultaba, era inevitable, repugnante. Se entiende que no insistiera más y siguiera adelante.

Un zarpazo en el hombro le hizo prácticamente caer. El afilador lo atrajo hacia su pecho, le palpó la cara con largos dedos ciegos —el cucharón de carne que era su rostro vuelto hacia arriba—, y por fin, con un estremecimiento de disgusto, lo apartó lejos de sí.

«No voy a correr.»

Echó a correr.

Se obligó a detenerse y cubrir acompasado los metros que quedaban, a respirar decentemente. A salvo en la seguridad del coche, oprimió el botón que bloqueaba las puertas. Recostándose en el asiento, procuró relajarse; estaba exhausto. «No debo dormirme», pensó, «no aquí.» Puso la radio y por un momento escuchó sin comprender una especie de desolador parte de guerra. Dio una cabezada, despertó. Afuera un médico tuerto le  señaló y formó con la boca una palabra: «Amputación». Arturo dio una cabezada, despertó. A través del sucísimo cristal, percibió una silueta deslizándose a su alrededor. Arrancó el motor; el limpiaparabrisas rechinó y dejó de funcionar. Alguien aplicó su lengua a la ventanilla. Dio marcha atrás, y algo gruñó y cayó bajo las ruedas. Arturo aceleró hacia la boca del túnel.

 

Tras el lomo erizado de antenas y grúas, el sol empezaba a ocultarse. Aunque menguado y no muy intenso, de hecho parecía más bien una pequeña luna, esparcía una agradable claridad, y Arturo, con lo cansado que estaba, no dejó de notarlo. Volvía a casa después de haber abandonado finalmente el coche a unas manzanas. Todo en él había empezado a fallar, incluida la dirección. El resto del camino lo hizo andando, pensando que por él el viejo trasto podía quedarse para siempre donde estaba. El paisaje familiar le devolvió algo parecido a la calma, a pesar de algún que otro elemento incongruente, que atribuyó al cansancio, y a una nueva huelga de basureros. Una zona de inconsistencia parpadeaba al fondo, y un bloque de apartamentos tembló y desapareció. «Mañana sin falta», pensó, «voy a ver al oculista.»

—¿De dónde vienes tú? —preguntó su mujer saliendo a su encuentro. Obviamente llevaba horas esperándole. Él la besó y la echó a un lado.

Fue al cuarto de baño. Su mujer le siguió. Se duchó, se sentía increíblemente sucio, y lo estaba. Aunque no quiso mirar, vislumbró algo indeterminado y escamoso que había quedado en el filtro del desagüe. Luego, mientras su mujer le curaba el brazo, él la palpó por debajo del camisón, como si buscara a tientas la llave de la luz. Después levantó la tapa del váter y orinó, de pie y territorial. La deseaba, quería poseerla como un bruto. Afuera una sombra llenó el hueco de la ventana, frotándose contra el cristal esmerilado.

Ella no dijo nada, cuando él le sacó por la fuerza la ropa interior. La volvió de espaldas y la tumbó en la cama. Ella se dejó hacer, apagando con pericia la lámpara de noche. Arturo se encaramó como un licántropo y la penetró, su nuca entre los dientes. Le dio la vuelta, le mordió los pechos que boqueaban como peces. La besó, recorrió afanoso el interior de su boca. Se despegó de ella para decirle:

—¡Dios, se te mueve un diente!

Pero se interrumpió, porque en la penumbra sus ojos brillaron extraños.

Dio la luz.

—No pares, tómame, soy Vicky.

Ella le retuvo dentro de sí. Comprimido contra el vientre marchito, Arturo se encontró abrazando un peludo espinazo.

 

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Bestia insana
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A algunos os sonará, es un relato que envié al vivisecciones, me apetecía darle otra oportunidad. Me gustaría que volvierais a leerlo. Aunque conserva mucho del original, creo que es fundamentalmente distinto. Animado por vuestras críticas, lo corregí, amplié y cambié en un sentido que no puedo desvelar. Espero que tengáis tan mala memoria que hayáis olvidado el relato por completo y todo lo que entonces dije respondiendo a vuestros comentarios.

(Patapalo, si crees que esta nota sobra, bórrala sin más)

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Patapalo
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Puntos: 208859

Bestia insana dijo:

(Patapalo, si crees que esta nota sobra, bórrala sin más)

No, me parece muy bien que expliques de dónde viene el relato.

Relato admitido a concurso.

Hago notar que el contador de palabras a veces pilla los guiones (como me ha pasado en este caso), pero que, borrados, el relato está por debajo de las 3.000 palabras.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Sanbes
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Relato que ya me leí en su día y me gustó. Al igual que con su reelectura y sus cambios.

Me gusta mucho la manera en la que está escrito. Sobre todo hasta que el protagonista sale del bar. Pretende ser oscuro y lo logra. Y la ambientación está muy lograda. Puedes sentir la tristeza de aquel lugar, la podredumbre del bar, el ambiente enrarecido...

Luego, hacia el final, creo que se pierde un poco el estilo tan oscuro, tan a lo Clive Barker, aunque aún así se disfruta el relato de principio a final.

Ahora bien, ¿alguien que no estuviera enterado de la existencia de este concurso, y lo leyera, podría relacionarlo con la brujería? Estoy convencido de que no. Y es lo malo de esta historia. Que considero que no cumple con la temática de este certamen. Quiero ver brujería en esos gatos del bar, en esa misteriosa Vicky, en las interferencias cuando Arturo llama y se oye un "Comérmelo, que otra cosa iba a hacer"

Pero tengo que hacer un esfuerzo muy grande, pues no hay pistas evidentes, o señales, que lleven a pensar que se trata de un pueblo embrujado.

Más bien da que pensar que estamos ante una pueblo, o ciudad, donde alguna clase de desgracía atómica les a acontecido. Una historia sobre mutantes. O sobre personajes de pesadilla.

Pero no veo brujería por ningún lado.

Así pues, y sintiéndolo mucho, pues ya te digo, Bestia, que el relato me gusta, tengo que darle 1 estrella debído a que no se ajusta a la temática.

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LCS
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Puntos: 6785

A mí, me pasa algo parecido a Sanbes. El relato me gusta mucho. Me parece que está muy bien escrito, ingenioso y el narrador consigue llevarte donde quiere, sin que se pueda adivinar el final. Se nota que es un relato muy trabajado y eso es de agradecer.

Lo malo es que yo tampoco veo por ningún lado la brujería. ¿Podría tratarse de magia, quizá?

Aún así una estrella me parece muy poco para un buen relato, aunque no se ajuste al tema. A pesar de todo le voy a dar DOS ESTRELLAS.

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Lord_Ruthven
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Puntos: 929

Recuerdo este relato, siempre es agradable reencontrar un viejo conocido.

Me gusta la atmosfera post apocalíptica que construye, así como la historia. Quizá me parezcan algo inconexos algunos párrafos después de que el protagonista salga del bar. El dialogo telefónico es mejorable.

Pero al igual que mis compañeros creo que no se adapta al tema de la convocatoria, no veo la brujería por ningún lado, salvo que el túnel esté embrujado... pero igual podría interpretar un salto a otra dimensión, un salto en el tiempo o quién sabe.

 

Me temo que le tengo que dar la puntuación mínima.

 1 estrella enlightened

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Belagile
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Poblador desde: 09/12/2013
Puntos: 829

Hey :)

Este relato me lo leí hace un par de días, en cuanto lo colgaste, pero no quise valorarlo entonces porque no lo había entendido del todo. Y ahora tampoco termino de comprender bien el final de la historia.

Me gusta cómo está escrito porque es conciso, detallado y ligero. Sueles mantener un ritmo muy peculiar al escribir que me engancha y hace que la historia me resulte amena. Pero al hacer frases tan cortas y con tanto detalle significativo, me obligas a estar pendiente de cada palabra y apenas termino de asimilar un detalle cuando ya estoy leyendo otro que es importante también. Pero eso ya son cosas mías xD

La escena del pueblo fantasmal, embrujado, apocalíptico y hasta surrealista me encanta. Me parece tan visual y puede dar tanto juego... pero siento decir que no veo brujería por ninguna parte. Entiendo que brujería no implica que haya que añadir necesariamente conjuros o gatos negros ni bichos asquerosos... No sé cuál es la temática de este relato, pero me cuesta relacionarlo con la brujería. Sin embargo me parece un texto muy original y la idea que plantea me gusta. Yo que tú la explotaría aún más, si quieres, para otra idea que te surja. Pero ese desenlace no me convence en absoluto porque llega un momento en el que ya no sé qué estoy leyendo. Si es que ese hombre se ha vuelto loco o la loca soy yo y no lo entiendo xD

Por lo tanto no puedo darle más de 2 estrellas, aunque el relato en sí me guste.

★★☆☆☆ 

Giny Valrís
LoscuentosdeVaho

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L. G. Morgan
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Poblador desde: 02/08/2010
Puntos: 2674

Me encanta cómo está contado, las imágenes utilizadas, el vocabulario, el tipo de prosa... He encontrado solo algún errorcillo menor, sobre todo cosa de comas que faltan y que hacen algo difícil algunas frases.

Ha conseguido inquietarme. Cuando se va introduciendo en los túneles, cada vez más adentro, cada vez más perdido en su peor pesadilla, he sentido la angustia del protagonista. Sin embargo, no sé muy bien qué pinta lo de que vea mal. El bar decrépito, los personajes enfermos y la ruina que rodea todo me parece que forman un ambiente muy potente. Yo también he pensado en alguna plaga atómica o de guerra química XDD El final no me gusta igual que el resto, yo interpreto que Vicky ha conseguido inducirle un estado en el que ve lo que ella le inspira, pero no me lo creo hasta el punto de que no reconozca la ciudad, ni a su mujer, ni que crea que ella le cura.

Coincido en lo poco brujeril que resulta el conjunto, pero es que destila pura oscuridad, y eso entra en el ambiente. Y Vicky, capaz de manipular hasta las percepciones del hombre sí cabe en el prototipo de bruja. Así que, unas cosas por otras, para mí se queda en ★★★☆☆ Y que conste que me pesa, porque en otro caso le hubiera dado 4 o 5.

 

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Uriel
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Poblador desde: 21/11/2014
Puntos: 76

El túnel
La historia es buena, la lectura se complica a medida que vas avanzando porque a veces te pierdes en los acontecimientos, pero sea como sea te transporta a ese lugar apocalíptico de una manera magnífica. Puedes casi percibir esa atmósfera a podredumbre, el color cetrino de sus calles y sus personajes, y te deja en el estómago una sensación nauseabunda, de esas que apuntan a la arcada. Entiendo  que la brujería va asociada a ese recorrido que hace el protagonista desde el túnel hasta su desembocadura, aunque al final se convierte en algo secundario. He echado de menos que el personaje principal perciba el entorno al mismo ritmo en que lo hace el lector; lo que quiero decir que mientras te sumerges en ese lugar lleno de matices escalofriantes, el hombre no transmite esa ansiedad , actúa con una normalidad pasmosa. El final me ha resultado un poco confuso, porque deja de fluir como el resto de la historia; ese : "- No pares, soy Vicky" le ha restado fuerza al desenlace; como si hubiera incluido una anotación para un lector poco espabilado. 

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Eddy Sega
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Poblador desde: 16/12/2011
Puntos: 2382

Es un relato con una atmósfera muy lograda, con unos personajes interesantes, a cuál más decadente. En el aspecto formal encuentro un exceso de adverbios acabados en “mente”, sobre todo en el primer párrafo, como por ejemplo aquí: «. Inmediatamente lo engulló la negrura. Prácticamente ciego, redujo al mínimo la velocidad. Cada vez le costaba más tiempo acomodar la visión a la penumbra. Últimamente no veía bien.» También hay algunas repeticiones de palabras que podrían evitarse. Aparte de eso nada más a resaltar salvo lo que apuntan los compañeros. Si bien el personaje de Vicky podría ser una bruja mutante o algo por el estilo, no parece que ella sea la culpable de todo lo que ocurre alrededor del protagonista, por lo que la veo como un personaje más que no el eje alrededor del que gira la historia. Por todo lo comentado:

Mi voto es ★★☆☆☆

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Belagile
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Poblador desde: 09/12/2013
Puntos: 829

Estoy haciendo recuento de medias y numero de votos :P (a ver, no subis relatos nuevos y me aburro...) de momento este es el que más puntuaciones ha recibido.

Giny Valrís
LoscuentosdeVaho

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salino
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Poblador desde: 22/05/2012
Puntos: 347

Hola, Bestia Insana. Enhorabuena por tu relato.

Entrando en el meollo del asunto, pues creo que es primordial para el certamen, yo tampoco veo relación con el tema propuesto.

Se me hizo un poco lioso la prosa y la estructura de las frases. En algunos puntos me pierdo de una escena a otra, sin elipsis que aclaren los movimientos del personaje. Las descripciones, aunque muy imaginativas, no ayudan a mi percepción sobre la acción ni el contenido.

La angustia, degradación, la fantasía… son geniales y veo mucho material y un punto de vista muy original de contar la historia, pero disperso. El final tampoco resuelve el nudo y los personajes que desfilan me recuerdan a una pesadilla inconclusa. Me he sentido bastante agobiado al leerlo. Aún me siento atrapado en el túnel :)

Mi puntuación es para un relato con alto contenido fantástico y desolador que te causan fuertes sensaciones de desesperanza y agobio. Párrafos interminables que se enredan. Bastantes reiteraciones y estructura de frases muy forzadas. Para nada se mantiene dentro de la temática propuesta, según mi opinión. Aun así, un relato que merece la pena guardar para otro concurso después de revisar la puntuación.

Gracias por compartirlo

★☆☆☆☆

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Hedrigall
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Poblador desde: 14/01/2011
Puntos: 1132

Es un relato inmersivo, por momentos hipnótico. Al principio no me convenció el estilo seco, de frases cortas, sin apenas subordinadas, pero termino creyendo que le sienta como un guante a lo que es un interminable descenso a un infierno en el que apenas hay tiempo para detenerse y reflexionar. La atmósfera está excelentemente conseguida merced a unas descripciones brillantes por lo sugestivas, lo que posibilita que no te quieras preguntar sobre el argumento narrado, y eso es bueno, porque no existe o es tan débil que no hace sino apartarse para no entorpecer lo que realmente importa: el mural de fondo.

Mis felicitaciones por esta tangible pesadilla.

La relación con la temática del concurso es, como imagino que el propio autor sabe, casi inaprensible. Es dificil identificar a ningún personaje como brujo/a, o alguna actividad de los mismos con prácticas mágicas o supersticiosas, ya sean hechizos, maldiciones o encantamientos. El protagonista se adentra en una pesadilla se diría que por accidente, y en la palabra “brujería” yo relaciono a un agente con voluntad que actúa. Hay un punto en común, lo mágico, lo fantástico, pero nada más.

 

PD: Voy a tardar en coger un túnel con el coche. Nunca se sabe adónde le puede llevar a uno.

 

1 estrella.

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Coincido con los anteriores en que, técnicamente, hay construcciones un poco extrañas

y leves fallos como la falta de interrogantes en "Perdone, cómo salgo de aquí" o "el color del veneno" yo lo dejaría en "un color venenoso". Aparte ese raro desapego del protagonista por lo que le está sucediendo, estilísticamente, en efecto, muestra una estupenda, conseguida y agobiante ambientación post-apocalíptica y/o pesadillesca. Peero también es cierto que por mucho que uno se esfuerce, la brujería brilla por su ausencia o debería haber al menos alguna pincelada que la sugiriese, lo cual le quita muchos puntos por desgracia:

Dos estrellas

**

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JFB
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Poblador desde: 05/03/2012
Puntos: 125

Hay partes en este relato que estás muy conseguidas y dejan claro que el autor está en franca evolución. Y aunque mi voto será bajo por la misma razón que han apuntado otros compañeros, creo que aún necesita de más horas extra para dejarlo redondo e intentarlo con él en otra convocatoria. Esa doble A (A Arturo) justo al comienzo no me gusta nada. Tampoco el título, pues El Túnel es (bajo mi perspectiva), aparte de demasiado simple para la complejidad de la historia, un mero vehículo introductor, no el verdadero motor de ella.Tampoco la elección del nombre de la "supuesta" bruja, pues ese No pares, tomame, soy Vicky me suena fatal. También hay alguna construcción extraña que necesita revisarse (unas pocas gotas densas p.ej.). Si fuera yo, ahondaría en el texto haciéndolo más oscuro, enriqueciéndolo con más personajes extraños-siniestros-no necesariamente malvados, e introduciendo más volumen de detalles a ese lugar que parece sacado una mezcla de Hora de Aventuras y La Carretera. 

Sea como fuere, una lectura bastante entretenida y muy sugerente. 

Mi nota: 3

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jane eyre
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Poblador desde: 02/03/2009
Puntos: 10051

La sensación que me ha dejado este relato es como de barullo. Creo que hay demasiadas cosas y quedan como amontonadas. Esto tiene algo bueno, que es la sensación de pesadilla que le imprime a la historia, peeeeeeero a la vez, hace que los flashes con potencia que aparecen se solapen con el resto sin que brillen como debieran. Creo que le vendría bien una selección y prescindir de algunas escenas a beneficio de las más efectivas.

Por lo demás, hay frases que me han gustado mucho y otras que quedan algo confusas, pero creo que el tono y el estilo es homogéneo durante todo el relato. Ojo con los adverbios acabados en -mente. Afean el estilo, siempre son prescindibles y he contado 14.

Y ahora voy a lo que más va a pesar en mi puntuación. No he conseguido ver la brujería. A ver, puedo interpretar que la bruja le engaña para desorientarlo y llegar a la escena de cama, pero entonces sobraría toda la decoración anterior porque tampoco queda justificada. La idea encajaría con una pesadilla o con un despertar postapocalíptico, pero no acaba de hacerlo con el tema del certamen. O al menos, yo no he sabido verlo.

 

Mi puntuación es de 1 estrella

 

 

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Angelito
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Poblador desde: 25/12/2013
Puntos: 263

Creo ver los altibajos en la ejecución del cuento, pero más allá de esto, quiero quebrar una lanza por el compañero Bestia.

No recuerdo quién dijo que a veces la mejor forma de sugerir una idea, una palabra, es nunca mencionarla. En este texto no puede leerse la palabra "bruja", ni "brujería", pero las letras que lo forman parecen ser el material pesado, impuro, el residuo de una destilación magistral. Por detrás del texto se intuye la temática. El espíritu de la obra es precisamente la brujería: como preámbulo del conjuro, un hombre entra en un túnel, se desorienta en ellos, luego llega a un pueblo donde el maleficio se desarrolla hasta asentarse (aunque tuvo advertencias) y tomar efecto. Claro que nos damos cuenta de esto en la secuencia final. Uno puede hacer un montón de lecturas, pero por qué no pensar que esta es una historia de brujería no convencional que se nutre de todo aquello que está por fuera del estereotipo (aunque el gato de pelaje amarillento, es tanto un guiño como una pista) y que juega con la erótica de la decadencia. Arturo nunca sale del túnel (o lo mismo vale para el caso contrario), la ciudad, su casa, su "esposa"... Arturo está viviendo su embrujo.

Por cierto, el túnel como metáfora, guarda una relación muy digna de destacar con el propio final. Se pierde en el túnel, se pierde en el túnel de Vicky, la bruja Vicky. El cuento en sí suena a festín lacaniano.

★★★☆☆

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Sucede
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Poblador desde: 26/04/2011
Puntos: 190

El relato es muy bueno. Bien contado, bien estructurado. Agradezco mucho que la forma de guionizar esté bien hecha, porque hay gente que desconoce como hacerlo. Me refiero al doble guión sin espacios.

Me gusta la historia, es lúgubre, húmeda y algo claustrofóbica.

Como relato lo valoraría muy bien, pero no veo el tema de la brujería por ningún lado... además, aunque hayas trabajado en la modificación del mismo, creo que habría sido muy bonito que hubieras escrito el relato para tal efecto.

Dicho esto y para no desmercer el relato, lo voy a puntuar con 3 estrellas porque aunque no se acerque al tema propuesto, el relato merece ser leído.

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Invierno
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Poblador desde: 21/09/2010
Puntos: 903

Vaya. El inicio me ha dado auténtico pánico, porque mi sentido de la orientación es prácticamente nulo y siempre tengo miedo a perderme por paisajes similares cuando voy conduciendo. Luego, me parece que se consigue crear un ambiente agobiante y malsano de forma fantástica. Leerlo es caminar, paso a paso, por una pesadilla, descrita con muy buena mano, a pesar de que echo en falta, por ejemplo, algunos signos de interrogación. Lo más negativo  es que al final realmente no me da la sensación de que conduzca a nada, y cuesta relacionarlo con el tema del concurso, lo que lo penaliza mucho.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 208859

Lo primero, me parece que la adecuación al tema es bastante tangencial. No es ya solo que Vicky podría ser cualquier cosa, sino que su papel dentro de la historia se percibe secundario. En este sentido, creo que podrías haber hecho el relato algo más compacto entrelazando unos detalles y otros, dándoles una coherencia. Tal y como está, resulta entretenido, pero deja poca huella como un todo.

Creo que en esto también influye Arturo y lo poco definido que está. Sus rasgos de carácter se perciben demasiado tarde, como el hecho de que sea calvo o ese modo de volver a casa. Para que nos interese su historia, sobre todo una tan onírica, necesitamos interesarnos por él, y para eso necesita más definición, creo yo.

En cuanto a estilo, encuentro que has creado imágenes muy potentes y que construyes frases que funcionan genial, pero en otras ocasiones no cuajan. Ten cuidado con los cambios de sujeto:

Se observó la herida, había empeorado.

Mejor: "Se observó la herida; esta había empeorado". ¿No?

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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LadyEngel
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Poblador desde: 24/11/2014
Puntos: 34

La ausencia de brujería me deja un poco vacía. Relato sombrío y oscuro. Bien escrito. Descripciones que visualizas con claridad, pero lamentándolo mucho no me agrada. Incluso en algún momento he llegado a pensar que se trataba de una ciudad de zombies. Quizás para otra temática hubiera sido ideal, pero no para esta. 

★☆☆☆☆

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Uriel
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Poblador desde: 21/11/2014
Puntos: 76

Uriel dijo:

El túnel
La historia es buena, la lectura se complica a medida que vas avanzando porque a veces te pierdes en los acontecimientos, pero sea como sea te transporta a ese lugar apocalíptico de una manera magnífica. Puedes casi percibir esa atmósfera a podredumbre, el color cetrino de sus calles y sus personajes, y te deja en el estómago una sensación nauseabunda, de esas que apuntan a la arcada. Entiendo  que la brujería va asociada a ese recorrido que hace el protagonista desde el túnel hasta su desembocadura, aunque al final se convierte en algo secundario. He echado de menos que el personaje principal perciba el entorno al mismo ritmo en que lo hace el lector; lo que quiero decir que mientras te sumerges en ese lugar lleno de matices escalofriantes, el hombre no transmite esa ansiedad , actúa con una normalidad pasmosa. El final me ha resultado un poco confuso, porque deja de fluir como el resto de la historia; ese : "- No pares, soy Vicky" le ha restado fuerza al desenlace; como si hubiera incluido una anotación para un lector poco espabilado. 

2 estrellas

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