Las bocas vacías del olvido

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J.C.Monclus
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Todos los años, la asociación de egiptólogos celebra una fiesta para sus miembros y algunos selectos invitados. Reuniones tediosas, en las que las novedades tienen varios siglos de antigüedad, y sus miembros conversan más del último deceso entre afiliados que de los faraones. En esa sintonía, el brindis de este año corrió a cargo del recientemente electo Presidente, un hombre lo bastante viejo como para intuir que podría tratarse de su primer y último discurso:

Queridos asociados- comenzó diciendo- podríamos ubicar a Egipto al norte de África, al sur de Europa, o hasta al este del mismísimo oriente, y aun así estaríamos equivocados. Probablemente, sea una historia que se esconda en todos lados y a la vez en ninguno, y por eso todas las naciones y sus habitantes han intentado apropiarse de su legado. Egipto es más que ruinas: es el mapa del que se desprenden todos los futuros que alguna vez intentamos alcanzar.  

Luego de muchas bebidas tibias, ni las tristes pirámides de papel mache o las decoraciones de confeti pudieron ocultar la energía de quien es la más antigua de los miembros de la asociación y, a su vez, la única inmune a la atmósfera decadente de sus camaradas. Una mujer en quien lo más llamativo es la agilidad de sus movimientos, o la firmeza de su postura, y no que lleva un parche sobre su ojo derecho: si solo la viéramos de espaldas se confundiría con una jovencita.

Conoció por igual a Howard Carter y Zahi Hawass, y aunque ella prefiere no hablar de su edad, existe un vago consenso entre los asociados de que ella asistió a la última gran fiebre de egiptomanía, allá por los años veinte, una época demasiado remota para cualquiera de nosotros.  Pero lo más interesante sucede cada vez que un nuevo invitado, pregunta por su nombre: Hoy por hoy, puede llamarme Perla Fontalvo- a lo que levantaría su copa para brindar por tan maravillosa bendición. Por años se ha esforzado por mantener el mismo nombre, pero no así su apellido. Y es que Perla Higgins fue, en su época, un nombre tan conocido como inusual. Perla fue la quinta mujer en conseguir un doctorado de historia en nuestro país, y la primera con orientación en Egiptología. En poco tiempo consiguió una beca para viajar a Egipto y participar de algunas excavaciones. Arribó en 1913, y pese a llegar en plena temporada, no consiguió un solo trabajo en ninguna de las excavaciones. Una vez la escuché decir que los arqueólogos no son personas muy supersticiosas, pero sí demasiado machistas.

Subsistió organizando pequeñas visitas turísticas a las ruinas de aquel Egipto musulmán, que hablaba en francés con sus visitantes, pero al que lo regentaban los ingleses.

Al año siguiente estalló la guerra. Las ciudades se vaciaron, y solo permanecieron árabes y soldados ingleses. Obviamente, no podía regresar a nuestro país, y en plena guerra todos desconfían de una fulana extranjera, y sin trabajo. Intentó como secretaria o nanny, pero la despedían con rapidez. Llegó a saltearse comidas, a vender su ropa, y solo continuó fumando porque un tendero se los obsequiaba.

Una dama a la que le vendió un par de botas la aconsejó que hiciera como ella y otras chicas de su edad y se buscara un buen marido. Aun tratándose de un consejo bastante normal para las jóvenes de su época, Perla encontró de muy mal gusto aquella propuesta. No sólo por lo obvio, sino por sus implicancias. A Perla los hombres la ignoraban completamente: había en ella una extraña disposición entre sus ojos y su nariz que hacía que, para los hombres, si bien no les resultaba necesariamente fea, tampoco la encontraran atractiva. Era uno de esos rostros indiferentes que invitaban a la apatía, lo que para una chica como ella resultaba peor que el rechazo.

Sola, en su habitación, fumando de prestado y salteándose comidas, llegó a la conclusión que no tenía nada contra lo que revelarse o pelear excepto ella misma y su aspecto, un rostro apático y desabrido en una tierra caliente. Alguna vez intentó buscar suerte en los bares del barrio inglés, y afrontarlo con la frialdad de un trámite burocrático o de simple supervivencia. Pero cada rechazó la lastimaba aún más que el anterior.  Sin otra cosa por demostrar o aprender, terminó por asistir a los bares solo para fumar fuera de su habitación y, con suerte, conseguir que alguien le obsequiara un trago.

Así transcurrió su exilió hasta que, sentada en algún café, un hombre vestido con un traje de lino se acercó a ella, sonriendo.  ¿Perdone, tendrá usted fuego? – preguntó el hombre, quien continuó mirándola aún después de devolverle su mechero.

Perla se sintió forzada a conversar. Él hablaba con la suavidad del silencio, con pausas musicales. Preguntó por su nacionalidad y que trago le gustaría tomar.

Samid Shaitan, encantado- y tras presentarse, buscaron una mesa más cómoda. Era moreno y de dientes blancos, y que, a pesar de vestir como un inglés, mantenía los modales de un verdadero egipcio. Pero había algo en su acento y en el brillo de su piel que lo convertían en un extranjero hasta entre sus pares.

Las primeras veces juntos, Perla temió aburrirlo, convencida de que era solo una tímida estudiante que no sabía más que de faraones y pirámides; pero para su suerte, Samid trabajaba guiando expediciones a sitios arqueológicos, y era muy requerido por los principales museos a la hora de excavar en las laderas del Nilo. Más que un simple hombre de negocios, Samid poseía unas interesantes y extrañas ideas sobre cómo fue el antiguo Egipto, y no tardó en convencer a Perla de pasar juntos algunas noches en una de sus casas cerca del puerto. Disfrutaban emborracharse con té de hibisco, desnudos, en una alcoba que asomaba a un jardín de peras y fuentes. Uno de esos patios donde el agua parece eterna e inalterable.  Y cualquiera de los miedos o inseguridades que ella pudiera guardar hasta entonces los enterró bajo aquellas promesas, pomposas, que los amantes realizan cuando acaban de conocerse. Que ella era única o hasta irrepetible, y amaba escucharlo hablar de su rostro, que él despojaba del desinterés o la apatía que en otros despertaba, comparándolo con la serena cerámica de una máscara que, como ella, podía ocultar las más profundas de las pasiones.

De noche, Samid era un hombre bastante pasivo, y solo cuando amanecía se convertía en el amante que Perla buscaba. Una tarde, Samid propuso ir juntos al jardín a tomar un poco de aire. Necesito mostrarte algo- dijo, y caminaron desnudos por las sombras de las palmeras, bajo las cuales ella permaneció fumando. Él siguió hasta el centro, caminó sobre el agua, y su piel resplandeció como un espejo que reflejaba el sol del desierto. Sin salir de su sombro, Perla notó que la piel de su amante, al dejar de brillar, surgía aún más suave y tersa que antes. Más joven, pensó, y en la cama descubrió en él vigor hasta entonces ausente. Una tensión que solo podrían producir los nervios y cartílagos de alguien mucho más joven.

Esa fue la primera de sus sorpresas. Ella los tomaba como pequeños trucos de magia, y creía que eran de lo más común en ese país tierra. Maravillada, disfrutaba verlo actuar sobre la comida o las plantas, como cuando cambiaba el color de las bebidas sin alterar su sabor. Pero la gran mayoría ocurrían sobre el propio cuerpo de Samid, desde aumentar su fuerza o hasta sanar con rapidez cualquier herida.  

Todo aquello la introdujo lentamente en su mundo, el de Samid. Cuando ya no necesitó de más explicaciones, él la llevó a un pequeño oasis en el desierto. Jugaron entre los árboles. Por momentos oculto, Samid narró con una voz solemne, antiguas leyendas egipcias. Entre las sombras, preguntó si a ella no le gustaría, aunque fuera por unos instantes, ser otra persona.

Convertirte, Perla mía, cuando tu quisieras, en tu más preciado sueño- y sin esperar respuesta, Samid cruzó por detrás de un grueso tronco de algarrobo y reapareció transformado como un hombre totalmente diferente, blanco y de ojos verdes. Aquel truco fue demasiado y Perla trató de huir. El la persiguió entre la maleza, sin dejar de seducirla con promesas.

Podrías alcanzar a los reyes, corregir los errores de los dioses, imitar a las mejores actrices. O mejor todavía, superarlos- dijo, y el jardín se llenó de hombres: gordos o flacos, de diferentes culturas, altos o ancianos; uno más distinto al anterior, y sin dejar de ser él mismo hombre que la perseguía. La acorraló contra una esquina y retomó la que era su forma original.

Por más de dos mil años mantuve un solo nombre- y lo pronunció en todos los idiomas para mostrar que era el mismo y antiguo sonido: Samid Shaitan, quien una vez solo fue un escriba nubio, al que lo sorprendió por igual la muerte y regresar de ella.  Por lo que él sabía, era el único de todos sus compatriotas en retornar, y describió a la momificación como quien habla de una máquina defectuosa. Las arenas de Egipto estaban colmadas de ingenuos que seguían esperando por una nueva vida que nunca llegaría. Condenados, como alguna vez él lo estuvo, a la casualidad de despertar.

Ella tomó sus manos. Eran las manos de un muerto y, aun así, calientes. Llenas de ese suave tintineo con el que la vida tirita en el cuerpo.

Tantos años en el desierto dieron sus frutos-continuó. Lo que antes estaba incompleto, ya no lo está. He dominado todos sus secretos, y hasta podría obrarlos en ti si solo me lo ordenaras. Y como si lo hubiera ensayado, dijo que saldría a caminar por la ciudad para que ella pudiera pensarlo en soledad.

Vivimos en esta vida, viviremos en la siguiente- fue lo último que dijo. 

Cuando Samid regresó ella seguía desnuda, con los pies descalzos y la voz enronquecida. Fumó todo el día, intentado olvidar lo que acaba de escuchar, pero consciente del daño que aguantaban sus pies al caminar sobre el áspero ladrillo del suelo.  El silencioso desgaste, el cansancio, los molestos callos, y hasta el temor de la sangre.

Ella creyó.

Acordaron realizar el ritual en la antigua tumba de Samid, un largo y vacío pasillo subterráneo.  Samid no pudo prometer si aquello dolería, o cuánto podría tardar en traerla de regreso. Ella se acostó en suelo frio, miro el cuchillo y no cerró los ojos hasta sentir la primera puñalada. La muerte fue un grito interminable, alargándose como el más fino de los hilos, pendiendo entre su último suspiro y el primero, al final del cual Samid la esperaba en su alcoba en la ciudad. Samid preparó como disculpa su almuerzo favorito. Había demorado años en revivirla y la guerra continuaba. Luego del primer cigarro de su nueva vida, Perla caminó hasta el espejo. Él dijo:

Cierra los ojos, y piensa en alguien, en quien sea- y ella recordó a una vecina a la que envidiaba su cabello. Sin abrir tus ojos, mi querida Perla, concéntrate en tu piel y, al igual que las serpientes, deshazte de lo innecesario. Y al abrirlos allí estaba aquella mujer, de pie, con la misma sonrisa de boba con que la recordaba. El cabello rubio y brillante, tan hermoso, que decidió mantener como suyo por algunas semanas más.

Los cambios continuaron. Eran tan fáciles como abrir un cajón, elegir unos zapatos y salir caminando. Si por la calle veía unos labios que le gustaran, un tono de ojos, o hasta una determinada postura, ella los memorizaba y los agregaba a su colección. Nunca volvía a casa siendo la misma mujer. Llegó a tener tantos rasgos que podía elegir sus favoritos, aquellos con los que mostrarse fuerte o misteriosa. Otros, más cómodos para ir a un Bar, o incluso unos más acordes para un baile de gala. Algunos sutiles, y otros drásticos. Todos igual de fáciles y divertidos.

Pasada la primavera, Samid opinó que podrían utilizarlos en la alcoba. Al principio eran elecciones obvias, como la altura o el grosor de sus cuerpos con los que intentar algo diferente.  Luego fue cambiar de color, de edad, o hasta de rostro, de tal modo que podían tener en la cama a quienes ellos quisieran. Perla jugó un tiempo con algunos viejos enamorados o galanes de teatro, aunque pronto decidió que quería regresar a ser Perla, y a que él fuera Samid. Pero por más que ella insistiera, él continuó exigiendo transformaciones. El amor siempre cede, y Perla se acostumbró al desfile de mujeres. Todas las que él quisiera, desde demorarse para elegir el correcto grosor de sus labios, o hasta introduciendo cambios de improvisto en el propio acto. Más de una vez se transformó en la que parecía ser su “favorita”: una mujer menuda, de muslos gruesos y ojos verdes, que creyó sería su esposa en su anterior vida.

A su vez empeoró la convivencia. Su hombre era uno más acostumbrado al silencio y a los dioses que a tratar con los mortales. En su capricho llegó a prohibirle que hablara con otros hombres, que fumara entre comidas, y hasta a la obligó a adoptar ciertos gestos según la apariencia que tomara para así completar la transformación. Si ella se negaba, Samid empleaba su magia para obrar en ella los cambios que se le antojaran. La tenía bajo su control, y no dudó en emplearlo para castigar la más pequeña falta a su mujer, como cuando alargó su nariz porque consideró que ella le mentía, hacer caer su cabello por llegar tarde a una fiesta, o acortar unos centímetros el largo de una de sus piernas para así verla cojear.

Perla sería todas las mujeres que él quisiera, y al mismo tiempo, ninguna.

Una tarde, Perla tuvo la desgracia de romper una taza de porcelana. Irritado, decidió que el mejor castigo sería arrebatarle su ojo derecho. Dio un chasquido, y este cayó al suelo. Samid lo sostuvo en su mano y ella rogaba, arrodillada, que la perdonara.

Ya ni recuerdo si tus ojos eran de este u otro color; y sinceramente, me da lo mismo- y guardó el ojo en su bolsillo. Ella se arrastró por la casa como tantas otras veces, siguiéndolo mientras él la ignoraba como a un perro callejero. No había en su rostro odio o placer. Solo un extenso y delgado gesto que, ella dedujo, sería de aburrimiento. Llegaron a una galería inferior, vacía, y con una sola puerta con candado. Al abrir la puerta, Samid apretó el ojo hasta hacerla gritar.

Camina- y ella entró a una habitación larga y angosta. Él la acompaño y cerró rápidamente, como si no quisiera que los siguiera ni el más mínimo hilo de luz. Cada vez que ella trató de hablar, él apretaba lo suficiente su ojo para callarla. Aguardaron en silencio, y ella comenzó a escuchar la respiración de otras personas a su alrededor. Y cuando se acostumbró a la penumbra, descubrió apoyadas contra la pared, de pie, una hilera de momias. Quietas y secas, como raíces, pero todavía con vida. Eran todas las novias de las que Samid se hartó, marchitas en la oscuridad, pero incapaces de morir. Y entre el grotesco orden con que se presentaban, Perla advirtió que había un espacio vacío, esperándola.  

Obligada, apoyó su espalda contra la pared. Sin luz, la gente como nosotros- dijo Samid- no puede existir. Me encantaría poder matarte, haría todo esto mucho más fácil; pero desgraciadamente, no sé cómo hacerlo. Esto es lo mejor que puedo ofrecerte: en cuatro días te secaras por completo.

Samid continuó hablando. Excusas que solo él parecía creer. Perla lloró en silencio, y recordó que, antes de servir el Té, había fumado un cigarrillo en el jardín. El encendedor seguía en su bolsillo, y su luz podría mantenerla con vida y ayudarla a escapar. Pero Perla oyó como a su alrededor ascendía el tímido y expectante murmullo de sus semejantes. De alguna manera ellas la habían descubierto, y pudo sentir que llevaban un odio que ni la muerte podría deshacer. Pero aceptaban su destino, y lo único que pedían a Perla era una pisca de luz para liberarse una última vez.

Perla dejó de sentir miedo.

Al girar la piedra, bastó con la primera chispa para despertarlas y que se abalanzaran sobre él. Todas y cada una de sus olvidadas bocas vacías chillaron, con el mismo grito, el nombre de Samid. Supo que esa era su oportunidad y corrió hacia la puerta. Pero a mitad de camino cayó al suelo. Su pierna izquierda se había alargado como un remo, y los dedos de su pie derecho se retorcían como los de un enfermo de polio. Aún envuelto por la maraña de sus sombras, Samid no la dejaría ir. Perla se desgarró en una multitud de transformaciones, pero ella continuó arrastrándose, aun cuando llegó a convertirse en un charco de piel podrida y huesos molidos: ninguna forma que pudiera imponerle sería peor que la pesadilla que a él le aguardaba si alcanzaba la puerta.

Al llegar afuera solo necesitó de unos pocos segundos de luz para recuperarse y cerrar la puerta.  Aguardó acostada contra el marco, soportando todos los cambios hasta que, simplemente, dejaran de suceder.

Por primera vez en mucho tiempo disfrutó de la quietud de su cuerpo. 

Bastaron unos pocos ladrillos para silenciar los últimos crujidos. Adoptó la forma de un Coronel inglés y obtuvo una autorización para regresar a su país. Todas las noches en su camarote, sola, con un espejo y una antigua fotografía de su adolescencia, ensayó las más minuciosas transformaciones para recuperar lo que ella creería debía de ser su rostro, el verdadero y único. Había decidido que lo usaría por el esto de su vida. Cuando bajo del barco llevaba el mismo rostro con el que había partido hacia Egipto. Solo agregó algunas arrugas y, como recordatorio, un parche en su ojo derecho, al que tendría que justificar inventándose alguna divertida historia.

 

 

 

 

 

 

 

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Patapalo
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Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Una historia muy original con un encantado aire de fábula oriental. Me ha gustado mucho en conjunto, muy sugerente, espeluznante a partir del momento en el que vemos la auténtica naturaleza del amante e implacable en el descenso a los infiernos. Me gusta el aire clásico que tiene y, al mismo tiempo, las notas nuevas que introduce.

La parte técnica me ha convencido menos. Hay unas cuantas erratas a revisar ("pisca" por "pizca", unas cuantas tildes, etc.) y algunos términos que creo que no son del todo adecuados (¿implicancias o implicaciones?), lo que afea el conjunto. Luego, en la estructura tengo la impresión de que el prólogo en la asociación de arqueólogos, si bien entretenido y sugerente también, se come espacio que podría haber servido para dar más empaque al epílogo. Con las restricciones de extensión del certamen es difícil cuadrar todo, pero me parece que merece la pena tenerlo en cuenta para más adelante.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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J.C.Monclus
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Puntos: 15

Gracias Patapalo!!!

 

Creo que en tu crítica has acertado bastante. La ortografía no es lo mío, debería de haber prestado un poco más de atención antes de presentarlo. En cuanto a "implicancias", creo que tienen el mismo significado, pero otra palabra hubiera quedado mejor. Y lo del final, te juro que pensé lo mismo. Me quedó corto. No tuve otra que elegir entre ambientar la historia o darle una conclusión más profunda. Opte por la primera.

Gracias de nuevo por la crítica y la oportunidad de participar

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Stendek
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Poblador desde: 27/05/2020
Puntos: 198

Buen relato, con un argumento excelente. Le pongo dos pegas:

1- El prologo es demasiado largo, y casi innecesario. Si la protagonista estuviera en el año 2020 sentada en un café, en lugar de en una reunión de egiptólogos, la historia sería igual de efectiva.

2- Confunde e incomoda la omisión del signo convencional para denotar que alguien habla, o sea, la raya o guión largo inicial.

Un saludo

Javier

PS: olvidé puntuarlo. Le doy 3

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Fallos ortotipográficos entorpecen la lectura. Se me hace raro que se admita con tanta naturalidad que alguien que conoció a Howard Carter llegue a conocer a Zahi Hawass sin aparentar ni de lejos los más de cien años que debe de tener XD

Es cantoso que justo el nombre del tipo incluya Shaytan, aun más obvio que Louis Cyphre jaja y si dice ser originalmente un escriba nubio, que no incluya en algún momento su apariencia verdadera como hombre negro, pues eso son los nubios. Tanta transformación me ha mareado un poco, creía que la momia era él, pero mira, resulta que la cosa iba por otro lado jeje

Tres estrellas: ***

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Germinal
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Poblador desde: 08/03/2016
Puntos: 1307

El aspecto estético me ha molestado a la hora de disfrutar el texto, que por otro lado presenta pasajes geniales.

No le encuentro mucha concordancia al prólogo con el resto del relato, quizás hubiese preferido que se limitase a un cuento en primera persona de la protagonista.

Voy a puntuar el relato con 3,5 estrellas. Felicidades y gracias por compartirlo.

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Bio Jesus
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Poblador desde: 11/07/2014
Puntos: 1514

Ubn relato interesante, envolvente, que termina enganchandote. Tiene detalles que le afean: una introducción demasiado larga para el objetivo que tiene,algunas elecciones de vocabulario no muy correctas, unos diálogos sin raya, ni guion ni nada...

La historia es encierto modo un "La octava mujer de Barbazul"  la egipcia y con momia, pero de algún modo funciona y notablemente bien. Con un buen pulido, es un relato muy a tener encuenta.

Mi nota es 3,75

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LCS
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Poblador desde: 11/08/2009
Puntos: 6785

Un relato de corte clásico, bastante bien escrito, a pesar de algunos dedazos que no tendré en cuenta porque a todos se nos escapan por las prisas de participar en el certamen. 

Me gusta el lenguaje utilizado y la ambientación es bastante creíble. Sin embargo, lo encuentro algo descompensado. A mi entender, recortaría un poco el principio. Tarda un poco en entrar en situación. Luego, funciona bastante bien. De hecho. Samid me parece un personaje que funciona. 

Aunque no quería utilizar los decimales en este certamen, creo que el relato lo merece. 

 

*** y 1/2 Tres estrella y media

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LCS
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Poblador desde: 11/08/2009
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Repetido

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Mzime
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Poblador desde: 01/02/2016
Puntos: 352

Es este un relato extraño, en el que tengo la sensación de que el autor se ha dejado llevar según le venían las ideas, algunas verdaderamente interesantes, creadoras de una atmósfera bien hosca. Con el plan del relato ya he tenido yo algún problema más. No entiendo las motivaciones y fines de él, ni su necesidad de tener una pareja mudable cuando el mismo puede provocar los cambios en sí mismo y, tras el ritual, en ella. ¿Simple aburrimiento?

De todas formas, la idea de las momias que viven y extraen su poder de la luz y sin ella se amojaman definitivamente es bien original, aunque no pueda ser lo mismo la luz solar que la chispa de un chisquero. Si bien es cierto que esto entra dentro del ámbito de la licencia poética de todo autor fantástico.

Tambien me parece que la trabazón del retorno de la historia principal a la introducción de Perla, la arqueóloga, en su nueva vida como momia huida de la tumba de él, podía haberse perfilado más.

Lástima que los problemas formales perjudique un tanto la lectura del texto.

En todo caso: original y tétrico. Por mi parte, tiene una valoración de 3,5 estrellas.

"Si quieres llegar rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos camina acompañado", (proverbio masái)..

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

Relato muy entretenido y original en el cual, coincido con los demás, se alarga demasiado esa introducción.

Luego tiene esas pegas como que no existen rayas de diálogo y algunos otros pequeños errores ortográficos que con un repaso se pueden solventar.

También me ha llamado la atención que la mujer conociera a Howard Carter y a Zahi Hawass, pues eso le otorga una edad centenaria como mínimo.

Creo que el relato tiene cosas muy interesantes, y alguna frase que me ha gustado, pero que ahora no encuentro, y que con un repaso quedaría realmente bien.

Le doy 3,5 estrellas.

Edito: el título me gusta mucho, muy sugerente.

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Curro
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Poblador desde: 24/09/2015
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Muy buen relato. La historia me ha gustado por sus cambios continuos, por todo lo que evoluciona en tan solo 3000 palabras. Tiene mucho contenido bien dosificado. Se ha comentado por ahí que la introducción es larga y, en retrospectiva, quizás sea cierto, aunque yo no lo advertí. Me gusta como introducción y durante la lectura, en varias ocasiones, me paré a intentar adivinar cómo acabaría aquello, de qué forma la protagonista terminaría llegando a esa fiesta de egiptólogos.

Los protagonistas me resultan creíbles, sugerentes, y también van cambiando para adaptarse al guion. Me dejaron huella.

Hay dos momentos memorables en la historia: el cambio de aptitud en Samid cuando empieza a aburrirse de su nuevo juguete me agobió mucho y el descubrimiento del destino de sus antiguas amantes lo encontré exquisitamente espeluznante (este segundo hecho se puede encontrar parecido en otro relato presentado al certamen, un hecho curioso ya que me resulta bastante original, no es que sea un desenlace manido, precisamente) (incluyo tras leer otros comentarios: claro, Barba Azul podría ser un referente, aunque hay diferencias suficientes para que dude si considerarlo una inspiración). Ambos momentos me sorprendieron de forma muy favorable, me ganaron al completo. Es el tipo de giros terroríficos que me gusta encontrar en los cuentos de miedo.

El epílogo ―que en cierto modo enlaza con el prólogo― es para mí perfecto, termina de definir a Perla como un personaje muy interesante, con personalidad. Es frecuente que los protagonistas de historias de terror sean meros vehículos que llevan al lector a los decorados tétricos y situaciones espeluznantes que son los que llevan el peso del cuento; aquí no es así, esta es, principalmente, la historia de Perla. me gusta que se mime así a los personajes.

Tengo problemas de credibilidad sin embargo con la treta que usa para vencer a Samid: el mechero. El relato es muy bonito; la magia que se describe en él, realmente sugerente. Desde mi punto de vista, me resulta poco satisfactorio que algo tan prosaico como un mechero triunfe por encima de ese misticismo. Es decir: ¿realmente la llamita de un mechero es capaz de despertar de forma instantánea a las novias de Samid? Creo que habría optado por un recurso menos ingenuo y, por qué no, más sensacionalista, como que de alguna manera se las apañara para abrir una hendidura en la pared por la que entre luz, o que use el mechero para provocar un incendio. Pero esto es por supuesto muy personal.

También veo un poco redundante todo lo que se insiste a lo largo del relato en que Perla es una fumadora empedernida. El verbo fumar aparece siete veces en el relato. Quizás sea así para que el recurso del mechero quede justificado, pero lo veo innecesario. Con una o dos menciones al fumeteo habría bastado, creo yo.

En cuanto al estilo, me gusta; como he dicho, muy místico, algo poético en ocasiones, con aroma de clásico. Acompaña bien a la trama. La mayor pega en la escritura es que se echa en falta (bastante) más uniformidad a la hora de escribir los diálogos de los personajes o sus palabras textuales. Me explico. Apenas se usan guiones de diálogo, y aunque es cierto que oficialmente no son obligatorios, su uso es tan extendido que se hace difícil soportar su ausencia. Y la pega es que, cuando se usan en el texto ―más como inciso que reemplaza al paréntesis que como guiones de diálogo, como el ejemplo que estoy escribiendo ahora―, se hace mal. Por ejemplo:

Queridos asociados- comenzó diciendo- podríamos ubicar a Egipto al norte de África, al sur de Europa…

Al hacer un inciso, los guiones han de ir siempre pegados a dicho inciso. Es decir: Queridos asociados -comenzó diciendo- podríamos

Pero lo más interesante sucede cada vez que un nuevo invitado, pregunta por su nombre: Hoy por hoy, puede llamarme Perla Fontalvo- a lo que levantaría su copa para brindar por tan maravillosa bendición.

Ese guion debería ser más una coma. Además, aquí el diálogo está en cursiva y en otras partes del relato no.

En general, me atrevería a recomendar usar los guiones tradicionales modernos, sobre todo porque no les veo pegas, son fáciles de leer.

Pero son pegas menores que no impidieron que el texto me enganchara.

La nota final es de cuatro estrellas, y es una de las más subjetivas que he puesto, sencillamente porque es uno de los relatos que, pese a sus pegas, más me ha llamado la atención (no he tenido que volver a leerlo por encima para hacer la reseña, me acordaba perfectamente). Creo que corrigiendo ciertas cosas comentadas también por otros lectores, podría quedar un cuento redondo.

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mawser
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Gran relato, evocador y cruel a partes iguales. Aunque es cierto que queda algo descomepensado (introducción alargada, desenlace precipitado), cuenta con suficientes hallazgos y brilla en la originalidad de su planteamiento. Le doy 4 estrellas.

https://www.facebook.com/La-Logia-del-Gato-304717446537583

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