F- Bendiciones Natales

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Question
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 Era el Reino de Gigia un idílico rincón del orbe, marcado por la magia de las bendiciones natales; eran estos dones otorgados por hombres y mujeres de magia a los descendientes de aquellas familias que bien tuviesen la suerte de contar entre sus amistades tales hacedores de sortilegios, bien gozasen de caudal para pagarlos.
      La ventaja de este tipo de hechizos es que no tienen vuelta atrás; la desventaja, que no hay una fórmula concreta para realizarlos por lo que un mago o maga que sea poco claro puede acabar generando más de un problema.
     
      La historia que voy a contaros empieza con dos niñas nacidas un once de mayo; dos primas; una hija del Rey de Gigia, otra heredera del Marqués de Valdés. Mientras que la primera recibió sus dones con pompa y boato ante toda la corte por parte de las hechiceras más famosas del reino— tan poderosas que no se habían puesto nombre, lo consideraban una banalidad, aunque algunos las conocían como las Ocho Hermanas Brujas, otros como las Ocho Hechiceras, y la señora Justina, su casera y vecina: Como las Malditas Viejas que se Ponen a Ensayar Risas Macabras a las Tres de la Madrugada Todas las Noches—su prima las recibió de cinco pendencieros hechiceros, concurrentes habituales de la timba de póker que organizaban sus padres todos los jueves.
     
      De este modo, mientras la Princesa recibía de la primera hermana el don de la belleza: Será la mujer más hermosa que los ojos de un mortal habrán contemplado jamás; su prima recibía un don menos refinado pero más práctico Igualará e incluso superará en talento y hermosura a la bella Dulceflor. Dulceflor era la cortesana más famosa del reino. De ella se decía que atesoraba la belleza de una ninfa y la inteligencia de un filósofo, a la par que otras virtudes menos decorosas. Recibía así tres dones la criatura: Hermosura, cerebro, y…, para que las damas nos se sonrojen, digamos que Argandona no tendría que preocuparse por que su marido se plantease serle infiel.
     
      O, mientras la Princesa recibía el don de la riqueza eterna; el mago Barrabás bendecía a la hija de su amigo con un talento análogo al suyo para las cartas (tal don sería muy beneficioso para el marquesado en años venideros).
     
      Ambas ceremonias transcurrieron relativamente tranquilas hasta que llegó el último de los dones.  En el caso de la Princesa, la octava hermana se levantó y, ante los aterrados ojos de los Reyes clamó: Del Mundo, la más irritante mujer serás. No era que la mujer buscase causar un mal, sino que había terminado por quedarse sorda de tanto grito nocturno y, en lugar de otorgar bendiciones, había entendido otorgar maldiciones. La música paró y el resto de la celebración trascurrió en un incómodo silencio.
      La ceremonia de su prima solo sufrió un percance menor; el último mago estaba ligeramente perjudicado por efecto de las bebidas espirituosas, a las que era muy afecto. Tras ponerse en pie y avanzar con paso tambalentante hasta la inocente niña, dijo: Litros de cerveza beberás y jamás te embriagarás”. En realidad, sonó más bien como: Litroshhhhhhhhhsssssssss de cevejjjjjjjaaaaaa berberassssssssshhhhhhhh eee jamssssssssss teee embriargasssssssssshhhhhhh. Hip. Tras un breve silencio la multitud estalló en carcajadas y comenzó a entonar alegres canciones de taberna.
     
     
      Aquel día marcaría la vida de las niñas para siempre. La Princesa Guadiosa creció siendo admirada por cualidades como su belleza, su fina inteligencia o su talento para tañer el arpa; sin embargo, pocos eran los que estaban cerca de ella mucho tiempo. Siempre encontraba la forma de ofender a sus interlocutores; ora siendo condescendiente, ora altiva o demasiado dura. Su prima, Argandona, despertaba la admiración de los hombres y de algunas mujeres (aunque estas se lo callaban) y la repulsa de las respetables comadres que no aprobaban su afición a la cerveza o las piezas que tocaba con su laúd como si de un pícaro juglar se tratase.
     
      Cuando ambas tenían veinte años. El rey había conseguido prometer a Gaudiosa con el Príncipe Ramiro, heredero del vecino reino de Carreñum, pese a la reticencia del joven a desposarse con lo que él calificaba de: un bello áspid. Los reyes decidieron celebrar las nupcias con prontitud, pues no querrían arriesgarse a que Gaudiosa espantase a su prometido o a que el joven intimase demasiado con Argandona y tuviesen que cancelar otra boda. Así pues, acordaron celebrar el enlace cuando se cumpliesen dos meses del acuerdo nupcial.
      Mas el azar, siempre juguetón, obligó a un cambio de planes. Las noticias del enlace habían llegado a oídos del Dragón Llamaviva, muy aficionado a las princesas próximas a desposarse.
      Dos días antes de la boda, la princesa fue secuestrada por el alado reptil mientras paseaba con su madre por los jardines de palacio. Al punto, el Dragón pidió como rescate el peso en oro de la princesa. El Rey, poco dispuesto a hacer tal estipendio, en connivencia con el Príncipe Ramiro hizo llamar al más valiente caballero en siete reinos: Pedro de Caravia, Caballero de Fortuna.
      Los tres se reunieron en secreto; de tal encuentro solo se sabe que, a su finalización, Rey y Príncipe salieron de la misma con gesto grave y el caballero con cara de la más profunda extrañeza.
     
      Permítanme, en este punto, lectores, dejar a un lado las intrigas palaciegas, para seguir los pasos de este caballero en pos de su destino.
      En dos jornadas llegó a la cueva de Llamaviva a lomos de la yegua Leonora, terror de los mozos de cuadra de todo el orbe. Nada más desmontar sintió una voz tronante
     
      — ¿Quién va? — preguntó la voz.
      — Pedro de Caravia, Caballero de fortuna y cazador de monstruos. — contestó el caballero mientras veía asomar la imponente cabeza del Dragón. Sus verdes escamas relucían con el sol, pero sus ojos parecían cansados; de hecho al caballero le recordaba a sí mismo tras haber consumido excesiva aguamiel.
      — Y, ¿qué deseáis de mi, Pedro de Caravia?
      — Me envía el Príncipe Ramiro, prometido de la bella Guadiosa. Según creo, ella se halla bajo vuestro poder — siempre había sido muy cortés con los seres a los que se enfrentaba.
      — Loado sea el cielo— en los ojos de Llamaviva, asomó un destello de esperanza que asombró al ya confuso caballero, acostumbrado a recibimientos menos acogedores—, pasad.
     
      El cazador desenfundó su espada y se adentró en la cueva del Dragón. «A fe mía que este es el encargo más extraño de mi vida, de esta me retiro definitivamente y monto la granja» pensaba.
     
      Lo primero que observó de la princesa fue su perfecta belleza; lo segundo la dulzura de su voz, aunque no podía distinguir las palabras creía sentir el melódico trinar de un millar de pajarillos.  A medida que ganaba terreno, la perfección de la belleza se hacía más evidente , así como lo melodioso de su voz, sin embargo también pudo entender sus palabras; en aquel punto dejó de resultarle descabellada su misión.
     
      La Princesa semejaba estar atareada ordenando el tesoro de Llamaviva y no parecía haberse percatado de la presencia del caballero. De sus perfectos labios brotaban, como dardos envenenados las siguientes palabras:
     
      — Si es que todos los Dragones sois un desastre. Donde se ha visto que tengan mezclados los anillos con las diademas. Y este collar— decía sosteniendo una recargada gargantilla en la mano— no sé como rescate de qué te lo darían, pero te aseguro que es falso. Si no sabré yo distinguir los esmeraldas de burdos cristales como estos.
     
      Pedro miró con conmiseración al Dragón que tras él se hallaba y luego fijó sus ojos en la Princesa, quien continuaba parloteando sin dar señales de haber visto al cazador. El Caballero enarboló con las dos manos su espada; como siempre, besó la hoja antes de dar el golpe mortal. El acero trazó en el aire una trayectoria diagonal perfecta; el cuello de la princesa cedió, ante el ímpetu de la hoja como si de manteca se tratase. La cabeza planeó en el aire hasta caer sobre la tierra blanda y húmeda.
     
      Llamaviva suspiró agradecido.
     
      — Pedro de Caravia, os debo mi cordura. Tomad de mi tesoro aquello que más os plazca.
      — No me debéis prenda alguna, Ilustre Llamaviva— contestó el cazador mientras cogía la fina diadema de brillantes de la cabeza cercenada– solo cumplo las ordenes del Príncipe Ramiro y del Rey.
      — Aún así insisto— replicó el dragón al punto que cogía un puñado de sortijas y collares del tesoro—.  Coged estas minucias, ni todo el oro del mundo podría pagar el bien que me habéis hecho.  Yo mismo la hubiese devorado de no temer envenenarme.
     
      El caballero aceptó los regalos del dragón. El oro de Llamaviva unido a la sustanciosa recompensa que recibiría por completar la misión le permitirrían por fin retirarse y montar la granja. Cogió el tesoro y se encamina, diadema en mano, hacia Leonora.
      — ¿No os lleváis el cadáver? — preguntó extrañado el dragón
      — No. Mis órdenes eran llevar la diadema como prueba de su muerte. No se la quitaba ni para dormir, así que el tenerla en mi poder da buen testimonio del cumplimiento de mi tarea. Podéis dar cuenta del cuerpo como más lo deseéis.
     
     
      Así concluye la labor del caballero. Permítanme, lectores, dar un pequeño salto en el tiempo para contarles lo que aconteció alos principales actores de esta historia.
     
      Empecemos por Pedro de Caravia, Caballero de Fortuna, sin señor ni posesiones, mas caballero al fin y al cabo. Habéis visto que su máxima ilusión era montar una granja. Y tal cosa hizo. Cuando llegó victorioso a Palacio fue ampliamente recompensado. Con ese dinero, y lo obtenido tras la venta del tesoro del Dragón, Pedro hizo realidad sus sueños: montar una granja de gallinas ponedoras.
     
      Llamaviva juró que nunca más secuestraría a una Princesa, a partir de entonces se dedicaría al robo de ganado. El riesgo de resultar envenenado era baladí en comparación con el de de tener que padecer el tormento de soportar a otra Guadiosa.
     
      Ni el Rey Leovigildo ni su esposa Gumersinda se entristecieron demasiado por la muerte de su heredera; tenían dos hijos más a los que poder casar con princesas, si bien no tan hermosas o inteligentes como su difunta hija, si más consideradas y dulces. Además, la unión entre reinos seguía garantizada.
     
      El Príncipe Ramiro se desposó con Argandona. Había encontrado en ella una mujer que le era igual en fortuna y abolengo y a la que realmente admiraba y amaba. Solo una cosa le reconcomía de ella: su afición a pintar retratos de hombres con los calzones por fuera del pantalón.

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Victor Mancha
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Bienvenido/a, Question.

Participas en la categoría de FANTASIA.

Recuerda que si quieres optar al premio del público o a su selección debes votar al menos una vez (punto 9 de las bases).

En este hilo te pueden dejar comentarios todos los pobladores. Te animamos a que comentes los demás relatos presentados.

Si tienes alguna duda o sugerencia, acude al hilo de dudas, preguntas e inquietudes, y en caso de que no encuentres respuesta puedes señalarla en el post correspondiente.

¡Suerte!

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mawser
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Buen relato que sabe transmitir el tono habitual de los cuentos de reyes y princesas, añadiéndole además un toque humorístico muy reconfortante. 

https://www.facebook.com/La-Logia-del-Gato-304717446537583

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mafalda
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Un gran relato, no entiendo por qué no tiene más comentarios pero la verdad es que a mí me ha gustado mucho. No sólo por la moraleja sino por que es agradable reirte un poco mientras lo lees y lo piensas, se agradece que no sea el típico relato de fantasía de príncipes, dragones y princesas, suerte.

Un besito.

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Poblador desde: 05/06/2009
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Gracias por los comentarios. Me alegro de que os agradase el relato porque tenía un poco de prevención a la hora de competir con él por tratarse de una especie de parodia de las narraciones clásicas. Con él buscaba sacar una sonrisa complice y parece que lo he logrado , al menos en algunos casos.

 

 

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Léolo
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Poblador desde: 09/05/2009
Puntos: 2054

La verdad es que me lo pasé pipa leyendo este relato. Además de estar muy bien escrito, me parece una revisitación del género de lo más aguda y divertida. Merecido finalista.

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Gilles de Blaise
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Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 272

Muy bueno, muy bueno. El giro de la búsqueda me pareció muy bueno. Yo pensaba que se la llevaría sin más y resulta que no, que había que hacer algo...

A mí no me parece que pierda fuelle al final. Le da un regusto gracioso a esos telefilmes basados en hechos reales.

En definitiva, muy bueno.

Por cierto, ¿eres de Gijón? No sé, pero los nombres me suenan mucho, mucho: Gigia, Carreñum, Caravia, Ramiro, Argandona...

Enhorabuena.

La mentira puede recorrer el mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas.

http://historiasdeiramar.blogspot.com/

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Poblador desde: 05/06/2009
Puntos: 935

Me alegro de que te gustase.

 

Sí , soy de Gijón,...., cuando estaba escribiendo el primer borrador del relato me pareció que podía ser un guiño curioso meter nombres relacionados con la historia de Asturias, en lugar de otros más típicos de cuento.

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